Los nuevos límites de lo decible o cómo se reconfiguró la lucha discursiva en la última década
Introducción
Nos encontramos ante un momento histórico incierto, cuyo futuro inmediato dependerá del desenlace que tengan disputas que están en pleno desarrollo. Nuestro país forma parte de un escenario regional tensionado por dos tendencias, una impulsada por una contraofensiva neoliberal que no ha podido generar las condiciones para consolidarse y otra que remite a un nuevo ciclo de protestas y a la existencia de opciones progresistas con buenos resultados electorales. No obstante, una serie de fenómenos simbólicos, que dan cuenta de procesos culturales profundos, nos llevan a pensar en que dichas disputas se llevan a cabo en medio de un desplazamiento significativo hacia la derecha del discurso público y los imaginarios políticos.
Más concretamente, sostenemos la hipótesis de que está en marcha una reconfiguración regresiva de los límites de lo que es posible ser dicho en una esfera pública ampliada, constituida por el espacio mediático tradicional, las redes sociales y las propias instituciones de la democracia representativa. Estamos ante el proceso de emergencia y circulación de ciertos discursos que de por sí se construyen en las fronteras de lo que podemos llamar las pautas de la convivencia democrática que —más allá de sus momentos de crisis— se impusieron como una suerte de pacto social desde 1983 en adelante. Cuya eficacia está directamente ligada al consenso respecto de ciertos principios como el pluralismo, el respeto de las instituciones representativas, la igualdad formal ante la ley y el respeto a los derechos humanos más elementales.
Este Documento de Trabajo está dedicado a describir y analizar esa reconfiguración regresiva. Para lo cual, en primer lugar, vamos a construir un punto de referencia. Partimos de la idea de que en los años que siguieron al conflicto de 2008 entre las patronales agrarias y mediáticas y el Gobierno Nacional, se abrió un escenario en el cual el bloque social y político encabezado por el kirchnerismo experimentó un proceso de radicalización que se tradujo en la ampliación de derechos y la consolidación de una forma de construcción política caracterizada por un estilo confrontativo. Por eso dedicamos el apartado inicial a dejar planteados los tópicos y las construcciones discursivas que forjaron ese proceso y se tornaron predominantes en el debate público. A la vez, vamos a identificar en el accionar de otros actores relevantes para las luchas político-ideológicas del período un conjunto de discursos que con el tiempo ganaron espacio o generaron condiciones para el avance de un nuevo sentido común reaccionario.
El segundo apartado estará dedicado a analizar el devenir de esa trama de sentidos y valores en la escena actual. Allí vamos a indagar algunos fenómenos emergentes que se despliegan en dos terrenos fundamentales: el sistema político y el espacio constituido por los medios de comunicación y las redes sociales.
De esta manera, este texto continúa con las preocupaciones que orientan los Documentos de Trabajo anteriores y a la vez pretende aportar algunas pistas para el estudio del fenómeno de las llamadas nuevas derechas en nuestro país.
Primer momento: Ascenso y crisis del discurso anti-neoliberal
Entre 2009 y 2015 identificamos una serie de tendencias discursivas que se destacan en las disputas políticas y culturales que marcaron el rumbo de ese período. Por un lado, los discursos de los principales referentes del oficialismo relevados en eventos públicos de diferente índole (conmemoraciones, anuncios, foros internacionales, etc.). Se trata de una configuración discursiva que al ser enunciada desde el Estado tiene la potencialidad de cristalizarse en políticas públicas y de legitimarse a través de una evidencia fáctica. En este período además contó con el espaldarazo que supuso el contundente triunfo electoral con el que Cristina Fernández revalidó su cargo presidencial en 2011. De este modo, ocupa el centro de la escena, marcando agenda y haciendo que el resto de los actores de peso —o que aspiran a tenerlo— se posicionen en virtud a su existencia. En todo caso, es esa capacidad hegemónica lo que se pondrá claramente en cuestión a partir del tramo final del periodo. Por otro lado, aparecen las estrategias discursivas de los grupos mediáticos dominantes, la de las entidades que reúnen al gran empresariado y los discursos que surgen de figuras emergentes del campo político o que irrumpen como parte de reordenamientos y fracturas. Se trata de una trama discursiva con una proveniencia heterogénea, que abarca distintos modos de intervención, pero que confluye en una misma orientación ideológica.
Si tomamos la primera serie discursiva, correspondiente al discurso del oficialismo dentro del período mencionado, encontramos múltiples cadenas de enunciados articulados bajo el tópico de la “soberanía económica”. Para reconstruir a grandes rasgos el entramado discursivo que se articula bajo este tópico recurrimos a intervenciones pronunciadas en aperturas de sesiones ordinarias y en las siguientes escenas: estatización de las AFJP (2009) y de YPF (2012); actos por el Bicentenario (2010); Cumbre de UNASUR para la elección del primer Secretario General (2010).
Uno de los ejes principales en los que se enmarca esta serie es la referencia recurrente a la importancia del rol del Estado como único garante de los intereses de la sociedad en su conjunto y de las políticas públicas como principal herramienta. “El Estado es uno solo”, esta afirmación cobra sentido de la mano con otra: “Corporación o Estado”. No se discute qué tipo de Estado puede llevar adelante mejor la defensa del bien común, sino qué gobiernos pueden emprender la tarea que el Estado representa y cuáles no.
“… el Estado es uno solo, el Estado no tiene nombre y apellido, somos la República Argentina (…) no es un modelo de estatización, que quede claro, es un modelo de recuperación de la soberanía” (Cristina Fernández- Apertura de sesiones 2010)
En este marco de intereses inherentemente contradictorios, mientras que la “soberanía económica” representa una obligación del Estado en su legítima defensa de los intereses de las sociedad en su conjunto, la lógica especulativa basada en la deuda pública, por el contrario, aparece como la mayor corporización de la disputa por el poder del Estado por parte de intereses corporativos.
De este modo, en el discurso del oficialismo se despliegan dos cadenas discursivas que aluden a dos proyectos históricos. De un lado, la que remite al proyecto que se combate: corporaciones – privatización – meritocracia – endeudamiento – liberalismo. Enfrente, la que expresa el propio, construida a su vez en virtud de cuatro tópicos principales:
- Autonomía (no al ALCA-renegociación de la deuda externa-prescindencia del FMI).
- Unidad Nacional (pluralismo-federalismo-Nación).
- Integración Regional (UNASUR-colaboración Estado/Estado).
- Desarrollo soberano (industria nacional-democracia-Patria).
En cuanto a la segunda gran tendencia discursiva que identificamos en el período, vale decir que, además de lo que se juega en el tratamiento de los hechos que convierten en noticia, la estrategia de los medios de comunicación dominantes tuvo dos dimensiones fundamentales: la selección de determinados tópicos para imponer una agenda sostenida en el tiempo (corrupción / autoritarismo) y la agitación para la movilización. En este sentido, en el marco de determinadas coyunturas a partir de la crisis de 2008, estos medios asumen el rol de verdaderos organizadores colectivos (vale recordar el papel jugado en los masivos cacerolazos registrados en 2012 y 2013 o las concentraciones que siguieron a la muerte del fiscal Nisman). En conjunto, esa estrategia tiene una clara intención de desacreditación del decir y del accionar del polo conformado por el oficialismo.
Por su parte, el discurso de los sectores empresarios más poderosos mostró un cambio de tono notorio que dice mucho del proceso más general. En nuestro caso, analizamos las escenas discursivas que se generaron en los Coloquios de IDEA y allí encontramos un tipo de narrativa que parte de preocupaciones más bien específicas o sectoriales en el marco de un tono constructivo y se desplaza hacia una intervención más claramente política con un tono confrontativo. Entre 2011 y 2013 podemos encontrar slogans como “La Argentina en el mundo. Construyendo oportunidades para la próxima década” o “Claves para el desarrollo” y se destacan disertantes como el ex presidente brasileño, Lula. En los años que siguieron el giro se evidencia en dos planos principales, la denuncia al accionar del gobierno y el llamado a la unidad del empresariado para imponer un nuevo rumbo. En 2014, la intervención de apertura estuvo marcada por una advertencia: el país estaba «ante un intento de reforma del modelo de país que estableció la Constitución de 1853″ y el Gobierno nacional estaba dispuesto a llevarla adelante “mediante la imposición de leyes sin posibilidad de debate e ignorando el derecho de las minorías a dar su opinión». Entre los temas abordados en los paneles estuvieron el narcotráfico y el problema del “hiperpresidencialismo”. En esa ocasión también se celebró la reciente creación del Foro de Convergencia Económica, presentado como un espacio generado para “promover la unidad del empresariado”. Un año después, en el evento realizado a diez días de la primera vuelta presidencial, se volvió a advertir sobre los peligros que enfrentaba el país al no contar con instituciones consolidadas: “Necesitamos un Estado fuerte y ágil pero no omnipresente (…) que no ahogue ni pretenda reemplazar a la actividad privada”. Se llamó a “terminar con la confusión entre Estado y Gobierno, para evitar que los gobernantes se sientan dueños del Estado y sus recursos” y se afirmó que “el Estado debe ser el promotor de la ética por excelencia”. El cierre del encuentro tuvo como invitado central a Mauricio Macri.
Finalmente, ya en este período se generaron novedades en el sistema político que tuvieron en común un discurso centrado en el llamado a la moderación frente al autoritarismo del que era acusado el oficialismo, la idea de una mayor capacidad de gestión dado que presentaba a la política como herramienta para resolver “los problemas de la gente” y no para generar falsas dicotomías, y la apropiación de la lucha contra el crimen como bandera distintiva en base a un discurso punitivista. Los dos exponentes exitosos de esa estrategia política y discursiva fueron Francisco De Narváez en 2009 y Sergio Massa en 2013. Ambos se impusieron en las elecciones legislativas de aquellos años encabezando las listas para diputados nacionales en la Provincia de Buenos Aires, tuvieron un tratamiento privilegiado en los medios dominantes y fueron mirados con expectativas desde el poder económico.
El análisis indica que durante este período el pacto tácito —pero discursivamente evidente— entre los actores dominantes del sistema mediático y las derechas políticas se acentuó. Concluyeron en estrategias enunciativas que buscaron desacreditar el discurso del Gobierno Nacional mediante ataques directos y explícitos, para demonizar a sus principales figuras, pero además generaron las condiciones para la desacreditación del Estado en cuanto tal. Esta operación, se ancló fuertemente en una denuncia sistemática a partir de tres figuras: autoritarismo, demagogia y corrupción. En esa confluencia hay que mencionar la complacencia del sistema judicial con el modus operandi mediático. Es interesante notar que el poder judicial se presenta paradójicamente como autónomo a los poderes del Estado en un sentido positivo, como aquel capaz de restituir el “desvío” de la demagogia haciendo “justicia a los actos delictivos del gobierno” a favor de las instituciones y a beneficio de la ciudadanía.
Segundo momento: La consolidación de los nuevos límites de lo decible
Más allá del cambio de rumbo político que significó el triunfo del macrismo en 2015, y de su derrota electoral cuatro años después, consideramos que la contraofensiva de los sectores dominantes logró imponer un proceso de reconfiguración regresiva del régimen de lo decible. En la actualidad, diversas formas de acción colectiva, programáticas y narrativas políticas, estilos de intervención intelectual y discursos mediáticos confluyen en un corrimiento hacia la derecha de los límites de lo que está permitido hacer y decir. Sin pretender agotar todas las raíces y manifestaciones de ese proceso, a continuación analizamos una serie de fenómenos que se vienen dando entre las fuerzas ubicadas a la derecha del espectro político y en el espacio mediático y de las redes sociales, que comparten un modo de intervención pública caracterizada por poner en cuestión la corrección política.
1. La derechización del macrismo y la emergencia de una “derecha de la derecha”
Llegados a este punto, queremos destacar dos elementos. El primero es la mutación que experimentó el PRO luego de acceder al Gobierno nacional al incorporar una agenda y formas discursivas propias de una derecha más clásica. Lo que fue originariamente, y durante gran parte de su gestión al frente del Gobierno de la Caba, una fuerza que abonó abnegadamente a construir un perfil ligado a una derecha moderna, despegada de los grandes debates ideológicos y nutrida de un vocabulario del management político, ha endurecido su discurso e incorporado tópicos que caracterizaron históricamente a las derechas liberales y nacionalistas. Mientras que al inicio de la presidencia Macri, ese perfil quedó más acotado a ciertos funcionarios (sobre todo a Patricia Bullrich), a medida que avanzó su gestión él mismo pasó a encarnar esas posiciones y quedó más ligado a figuras que lo refuerzan, como en el caso de Miguel ángel Picheto. Una vez fuera de la presidencia ese proceso no hizo más que profundizarse.
El segundo elemento a destacar es la irrupción de figuras y formaciones que se ubican a la derecha del PRO. El universo de esa “derecha de la derecha” constituye actualmente un conjunto de agrupamientos que mezclan sectores residuales con otros emergentes. Por un lado, está el polo encabezado por José Luis Espert, quien fue candidato presidencial en 2019 (obtuvo el 1,47% de los votos), por el Frente Despertar, integrado por la Ucedé, sectores del Partido Libertario, y el Partido Unite, de José Bonaci, un personaje de la derecha nacionalista. Después de esa experiencia, Espert sumó a su espacio al economista mediático Javier Milei. Un segundo polo está conformado por Republicanos Unidos, una alianza entre el Partido Libertario, y otros agrupamientos, entre los que se destacan Mejorar, del ex dirigente del PRO, Yamil Santoro, y Recrear, de Ricardo López Murphy. Hay que sumar a un tercer sector, más tradicional, ligado al catolicismo nacionalista y al evangelismo conservador, que tiene a la cabeza a figuras como Cynthia Hotton y Juan José Gómez Centurión, quienes conformaron la fórmula presidencial por el Frente Nos en 2019 (1,71% de los votos), Ambos con pasado en el PRO. Entre estos espacios existen contactos y también disputas. Es probable que construyan una alianza que se ponga a prueba en las próximas elecciones. También es factible que una parte sea traccionada por el PRO para integrarse a Juntos por el Cambio.
Podemos decir, entonces, que se trata por ahora de formaciones políticamente marginales. Actualmente, su lugar en el escenario político puede ser más significativo por la influencia discursiva y el daño que puedan provocar en la performance electoral de Juntos por el Cambio, que por los espacios de representación institucional que puedan ocupar. Lo mismo podemos decir en cuanto a los vínculos con sectores de peso del poder económico, los principales grupos y entidades empresariales siguen apostando principalmente a alguna variante dentro de la alianza mayoritaria de la derecha local.
Así y todo, es interesante remarcar la novedad que al menos una parte de esta derecha de la derecha supone en términos del discurso político. Novedad que se puede resumir en la manera en que combinan estos tres elementos: la figura del nuevo outsider del sistema político, la idea de que la verdadera grieta es la que existe entre la gente común y los políticos, y -tal vez la más importante- la referencia a una fuerza antisistema.
El caso de Espert es paradigmático en este sentido y por eso lo incorporamos al análisis como la figura a seguir entre esta nueva derecha. En su discurso aparece fuertemente la posición de enunciación que describimos:
“El macrismo está construyendo con Cristina una falsa grieta (…) La verdadera grieta es entre ellos, los de la vieja política, Macri, Cristina, Menem, Lavagna, todos los que hace 40 años que se dedican a la política y han destruido nuestro país, y todos nosotros, la gente de trabajo, los chicos que estudian, el comerciante que todas las mañanas levanta su persiana, el tintorero, el taxista, el colectivero”.
“No le echo la culpa a ningún partido en particular ni tampoco a los militares (…) Es un tema de sistema y por eso es tan complicado de cambiar. Un sistema que funciona como un mecanismo de relojería perfecto para el mal. Funciona así la economía, la política, lo laboral, lo electoral, la Justicia. Todo funciona mal. Por eso hay que cambiar casi todo”.
Avancemos ahora sí con el análisis de los discursos que emergen de los principales actores de la derecha política. Con el objetivo de señalar las regularidades y las novedades y de facilitar la lectura, organizamos la exposición en función de tres grandes tópicos que estructuran esos enunciados: “seguridad”, “populismo” y “dictadura / derechos humanos”.
a. Los discursos sobre la seguridad y los culpables de la inseguridad
En torno a la figura de la “seguridad” se construyen dos estrategias discursivas: por un lado la caracterización de la “delincuencia” mediante la cadena discursiva pobreza – inmigración – terrorismo; por otro la “mano dura” como única garantía de la seguridad pública frente la inseguridad. Entre estos dos polos, la “violencia” es puesta exclusivamente como aquello que define la cadena que construye discursivamente la caracterización de la delincuencia.
Seguridad = mano dura
La imagen de Mauricio Macri recibiendo en la Casa Rosada al oficial de policía Luis Chocobar marca de forma contundente la política de su Gobierno en materia de seguridad. Esa imagen representa algo más que el apoyo gubernamental a las fuerzas de seguridad. Para el presidente, Chocobar era el ejemplo de “un buen cumplimiento en la tarea de proteger a los ciudadanos de los delincuentes”. Lo que los medios llamaron “doctrina Chocobar” es la forma ideológica de legitimación de los que en otro momento hubiera significado el repudio a un hecho de “gatillo fácil”.
Esta escena de 2018 es quizá la que emerge más claramente en la superficie de toda una serie de manifestaciones -discursos y acciones- que de diversas maneras pretenden legitimar una violencia ejercida por las fuerzas oficiales de seguridad que trasvasa claramente los límites de la legalidad. Los discursos se centran fuertemente en exonerar de toda culpa a la policía, bajo el argumento de una responsabilidad del Estado no sólo en combatir sino impedir el delito:
“En cualquier país civilizado, el Estado lo que hace es darle la presunción de inocencia a su Policía. No al revés (…) El juez que haga lo que quiera. Nosotros, como política pública, vamos a defender a una policía en acción que no se deje matar” (Patricia Bullrich).
En esta línea, los discursos funcionan en dos sentidos: construyen una oposición entre “ciudadanos/vecinos” y “delincuentes”, y simultáneamente forjan la imágen de un gobierno comprometido en la seguridad de los primeros frente a la violencia de los segundos, mediante la normalización del accionar criminal por parte de la gestión gubernamental.:
«…estoy orgulloso de que haya un policía como vos al servicio de los ciudadanos. Hiciste lo que hay que hacer que es defendernos de un delincuente» (Macri dirigiéndose a Chocobar).
«Como Gobierno hemos dado vuelta lo que pasaba acá. Parecía que los victimarios eran las víctimas y que las víctimas eran los victimarios. En nuestro Gobierno hemos revertido esto, tanto hacia el interior de la fuerza como con la sociedad» (Patricia Bullrich)
“Estamos dando pasos todos los días para que los vecinos vivamos cada vez más seguros. Necesitamos que la Justicia también esté del lado de los vecinos y apoye el buen accionar de los policías que arriesgan su vida a diario cuidándonos” (Rodriguez Larreta)
Estos discursos entran en perfecta sintonía con toda una serie de políticas llevadas a cabo por el Ministerio de Seguridad durante la gestión presidencial de Macri. Solo a modo de ejemplo: el protocolo para “invertir la carga de la prueba” que pretendía derogar toda legislación precedente en materia de accionar policial y volver mucho más laxas las reglamentaciones para la utilización en general de armas de fuego. A esto hay que sumar la promoción del uso de armas de descarga eléctrica (Taser) para las fuerzas de seguridad y la facultación para solicitar el DNI a los pasajeros de ferrocarriles por parte de la Policía.
Vale agregar que aquí hay un frente común entre las distintas expresiones de la derecha, en todo caso entre quienes no tuvieron experiencias de gobierno hay más margen para tensar los límites:
“Estamos del lado de las víctimas, por eso le vamos a dar todo el apoyo a las fuerzas policiales y de seguridad para que en defensa del inocente tome el arma si es necesario. Tenemos que desterrar el concepto del garantismo, vamos a bajar la edad de punibilidad a los 14 años” (Espert)
«Como puede ser que con tanta redistribución del ingreso un tercio de la población sea pobre, una proliferación de villas y nacimiento de chicos con droga en sangre» (Espert)
Inseguridad: delincuencia-inmigración-terrorismo
Si tenemos en cuenta la operación discursiva en torno a la “seguridad” que mencionamos, podemos identificar una segunda operación que se desprende de ella: la imagen de la violencia delictiva se proyecta en esos mismos discursos en una caracterización ampliada que incluye otros tópicos como la inmigración y los movimientos sociales. En este sentido, la cadena armada en torno a la “inseguridad” se completa de la siguiente forma: delicuencia – inmigración – terrorismo. en este caso también se hace evidente la correlación entre enunciados y acciones gubernamentales.
El propósito de endurecimiento de las políticas inmigratorias fue una constante durante todo el gobierno de Macri. La acción más concreta se concentró en un Decreto de Necesidad y Urgencia que restringía las razones para limitar las expulsiones y se ampliaron las causas de deportación que hasta el momento regían solo para personas con condena firme en el fuero penal. Las expulsiones durante el gobierno de Cambiamos aumentaron considerablemente llegando a duplicarse en 2018, si se comparan los casos con los de 2015.
Desde el punto de vista discursivo, la relación delincuencia – inmigrantes adquiere un tono fuertemente discriminatorio. Se naturaliza la figura del inmigrante “pobre” como inherentemente vago y vinculado al delito organizado.
«¿Cuánta miseria puede aguantar la Argentina recibiendo inmigrantes pobres?»; “Tenemos que dejar de ser tontos. El problema es que siempre funcionamos como ajuste social de Bolivia y ajuste delictivo de Perú” (Pichetto).
“La inmigración descontrolada viene de la mano del narcotráfico” (Macri)
“Acá vienen ciudadanos peruanos y paraguayos y se terminan matando por el control de la droga” (…) La concentración de extranjeros que cometen delitos de narcotráfico es la preocupación en nuestro país” (Patricia Bullrich).
Además, se presenta al “extranjero” como “oportunista” frente a la generosidad desmesurada que ofrece Argentina, algo que lo vuelve un “usurpador de derechos que no le son propios”. Este tipo de afirmaciones, además de una extrema xenofobia muestran, al igual que los discursos vinculados a la seguridad – mano dura, una suerte de impunidad del decir respecto a la ilegalidad de lo que se enuncia y se propone (el ejemplo más contundente fueron los dichos de Pichetto en 2020 refiriéndose a la Villa 1-11-14: “habría que dinamitar todo, que todo vuele por el aire”):
“El país es demasiado generoso y abierto (…) Las personas llegan con intenciones que nos complican a todos” (Macri)
“La Ciudad de Buenos Aires no tiene por qué hacerse cargo de atender en sus hospitales a personas de países limítrofes”; “No está bien que los extranjeros se atiendan sin pagar” (Macri mientras ejerció como Jefe de Gobierno de la Ciudad)
“Hay una ley muy permisiva respecto a la migración: viene gente y al poco tiempo de estar en la Argentina pide una vivienda, usurpa, después viene el juez Gallardo y obliga al Estado a da una vivienda” (Larreta, mientras Macri gobernaba la Ciudad)
Otra serie de discursos vinculados a la delincuencia incorpora a las organizaciones populares y sus formas de protesta. Esta es una recurrencia en el discurso de las derechas. Igual que en las cadenas anteriores, los sectores populares quedan asociados a la delincuencia en oposición a la “gente/vecinos”. Durante la el gobierno de Macri, como sabemos, esto fue de la mano de acciones concretas de represión que reforzaron el paradigma de criminalización de la protesta promovido por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich.
En este marco, aparecen elementos novedosos en la construcción discursiva referida puntualmente a organizaciones de pueblos originarios. La estrategia discursiva en este caso mantiene la misma lógica que venimos desarrollando, pero con un tono más radicalizado. La desaparición de Santiago Maldonado, producida luego de que la Gendarmería reprimiera a una comunidad mapuche que se manifestaba en la ruta 40 en agosto de 2017, constituyó una de las escenas donde la concepción ideológica que estructura este discurso se puso más en evidencia. Como justificación de la brutal represión, el discurso oficial unificó su caracterización general casi exlusivamente en torno a la RAM (Resistencia Ancestral Mapuche) y la contruyó bajo la figura del “terrorismo”.
«Es hora de frenar la violencia, unificar fuerzas con los jueces federales y detener sin piedad a los violentos”; “La idea de la RAM es generar un clima de anarquía y violencia extrema” -«Todo esto que están diciendo que hay una desaparición forzosa es absolutamente una construcción política» (Patricia Bullrich)
«Es imposible dialogar con estos grupos violentos porque no tienen un interlocutor válido, se muestran con los rostros tapados y no reconocen el Estado de derecho» (Claudio Avruj, secretario de DD.HH)
Aquí encontramos además en los medios oficialistas un tratamiento del tema que refuerza fuertemente la operación discursiva señalada. Van algunos titulares a modo de ejemplo:
“Democracia abusada” (La Nación),
“Violencia, anarquía y apoyo externo: el perfil de dos grupos mapuches que tienen en vilo a Chile y la Argentina” (infobae).
“Reivindican el accionar terrorista de los años ’70” (Infobae)
Esta última operación discursiva amerita un análisis mucho más profundo. Digamos, en suma, que se trata de verdaderos discursos de odio que caracterizan a los pueblos originarios como “obstáculos para el desarrollo”, grupos delictivos y violentos” y “enemigos internos”. Una narrativa que tuvo consecuencias efectivas sobre esos sujetos y que está vinculada con la disputa que en muchas zonas del país esas comunidades llevan a cabo por sus territorios, en donde se enfrentan a actores económicos muy poderosos.
b. La cruzada contra los populismos
En el discurso de las distintas variantes de la derecha política un segundo eje fundamental está dado por la cadena populismo – corrupción – privilegios – autoritarismo. Sobre una matriz discursiva recurrente, que asocia al peronismo con un modo de hacer política que no se lleva bien con las formas de la democracia liberal, aparecen algunas novedades importantes. Por un lado, un uso del tópico “privilegios”, que históricamente estuvo más ligado a la denuncia que desde la izquierda se hace a los grupos de poder económico y las elites políticas o culturales. Por otro lado, el contexto de pandemia reconfiguró el modo en que las derechas apelan al discurso de la libertad. Y finalmente, los organismos de derechos humanos son objeto de un cuestionamiento sistemático que los liga a la corrupción y el despilfarro de recursos.
Populismo: derroche-corrupción-privilegios
La apelación a la corrupción y la insistencia acerca de una visión moral de la política que se aleja de una visión de la misma como herramienta para construir más justicia social, ha sido una de las líneas de intervención fundamentales de las derechas frente a los gobiernos progresistas de la primera parte del siglo XXI en la región. En muchos casos, a partir de hechos puntuales comprobados. No obstante, se trata de una gran estrategia que tiene su correlato en operaciones judiciales, construcción de causas y hostigamiento sistemático a dirigentes y funcionarios.
En este caso, llamamos la atención sobre la manera en que “el populismo” aparece como una referencia general ligada al derroche de recursos y a mecanismos que construyen relaciones de subordinación y terminan conformando una casta de dirigentes privilegiados que se aprovechan de sus dirigidos.
Una de las novedades para el caso local es el discurso que incorpora frontalmente a los organismos de derechos humanos a la lista de actores que tienen un desempeño poco transparente. Si bien la causa que en su momento enfrentó la Asociación Madres de Plaza de Mayo por el manejo de fondos públicos en un plan de construcción de viviendas posibilitó un anclaje material para este tipo de discurso, la derecha política lo generalizó sin fundamentos, apostando a un efecto de desprestigio alimentado por la mera sospecha. Fue en 2015 que, en plena campaña electoral, Macri lanzó la conocida frase que a la postre funcionó como un catalizador: “Voy a terminar con el curro de los derechos humanos”. Cosa que retomó Espert cuatro años más tarde para ubicarse como el candidato presidencial que iba a cumplir con esa promesa: «Esto en un gobierno mío se termina el primer día. Basta del curro de los Derechos Humanos».
Obviamente el discurso que busca igualar peronismo-populismo con el asistencialismo y el clientelismo no es nuevo. Tampoco la imagen que ese discurso proyecta respecto de una masa insumisa ante dirigentes inescrupulosos. Nos interesa resaltar el modo en que en esa gran construcción discursiva aparecen algunas operaciones más novedosas.
En principio, hay una actualización del discurso más recurrente sobre el asistencialismo y el clientelismo que ubica a las organizaciones sociales como instrumentos usados por los dirigentes para aprovecharse de las necesidades de sus bases, manipularlas y construir un poder con recursos malversados y fines espúreos:
“¿Qué pueden aprender, qué pueden pensar como idea de progreso, quién puede ir a buscar trabajo si todos los días está en esto?… ¿Cuánto gastan en cada marcha?, el dinero que se ha gastado es enorme… El objetivo de los movimientos piqueteros es mantener a los pobres en la pobreza» (Patricia Bullrich).
Hay casos en que esa construcción va de la mano de una operación de criminalización, sin mediar prueba alguna y desconociendo la realidad que se vive en los territorios.
“La relación entre punteros políticos y las villas o los narcos es muy estrecha, y muchas veces es lo mismo” (Patricia Bullrich).
A su vez, en general, ese discurso habilita la represión:
“Hay que terminar con los cortes”; “Habiendo una posibilidad de diálogo, los cortes son extorsivos y complican a mucha gente” (Carolina Stanley, ministra de Desarrollo Social)
«La gente en parte está con los cables pelados (…) Imaginate una persona que sabe que trabaja la mitad del año solo para pagar impuestos, muchos de los cuales van a planes sociales, manejados después por piqueteros que te cortan la calle y no podés ir a trabajar (…) ¿cómo hacer para que nos empecemos a mirar con menos bronca, con menos odio? Meter preso a los piqueteros que cortan la calle» (Espert).
Esta cita de Espert nos abre el camino a la última referencia que queremos plantear. La línea discursiva que venimos reconstruyendo se basa implícitamente en una demarcación entre “dirigentes inescrupulosos” / “organizaciones” y la “gente común”, los ciudadanos de a pié que trabajan y pagan sus impuestos. Sobre esta base se genera un efecto discursivo más: la construcción de privilegios y privilegiados. Dice Patricia Bullrich en el marco del debate sobre las clases presenciales en pandemia:
“Baradel…Nos está llevando al país de la ignorancia. Representa sindicalmente a aquellos que reúnen los privilegios de los que destruyen la educación en la Argentina”.
En el caso de Espert, este tópico tiene una vuelta de tuerca particular. El economista llega a sostener que hay cuatro corporaciones que explotan al resto de la sociedad:
“La corporación empresaria prebendaria que lucra con la obra pública; los sindicados y los políticos … Es un sistema de explotación, no al estilo marxista, pero con tres corporaciones que asfixian a la sociedad… Es un sistema que no se romperá por dentro, porque el esquema es sistémico. Funcionan las tres partes en una sintonía total y perfecta. Hay una cuarta pata, que son los piqueteros”.
Se genera así un tópico muy significativo: la denuncia de los privilegios. Ante la idea de que existen necesidades básicas que una sociedad debe garantizar a través de políticas públicas que se apoyan en acciones estatales de redistribución del ingreso, la derecha profundiza la apelación a todo un sentido común vinculado al esfuerzo individual (en todo caso familiar) y a valores meritocráticos para deslegitimar en un mismo movimiento la idea misma de derechos universales y de organización colectiva. Y lo hace mediante una apropiación del “trabajo” y con una impronta “antiprivilegios”, echando mano a figuras muy efectivas. Reactiva el valor de la cultura del trabajo y la realización personal, propia de una sociedad de pleno empleo y movilidad ascendente basada en la trayectoria laboral que ya no existe por las transformaciones regresivas en el sistema productivo. Y desplaza el sentido del privilegio desde los sectores dominantes hacia quienes “se aprovechan de la asistencia estatal para no trabajar” y quienes se nutren de aquellos que sí trabajan para alimentar posiciones de poder.
La siguiente imagen sintetiza bien estas operaciones y el efecto de sentido que se proyecta. Fue incluida en un Documento del Ministerio de Producción sobre el régimen tributario que circuló a principios de 2019.
Populismo: autoritarismo, pandemia y lucha por la libertad
Históricamente las variantes de la derecha liberal cuestionaron a los gobiernos que no formaron parte de su matriz ideológica como populistas. En lo que va del siglo XXI las distintas experiencias que formaron parte de la oleada progresista que se dio en la región recibieron ese mote y fueron calificados como una amenaza para la democracia y los principios republicanos. Como veremos, en el contexto de la pandemia de Covid-19 en esa constelación discursiva se produce una novedad: hay un desplazamiento de los valores de la república al plano de las libertades individuales, al punto de sostener la necesidad de no cumplir con las leyes.
Por un lado, se mantiene la asociación populismo – autoritarismo, como eje de intervención recurrente:
“La democracia en Argentina está amenazada por un comportamiento que busca debilitar el Poder Judicial, violando la Constitución y los derechos humanos” (Macri).
“Ecuador es hoy, junto con Uruguay y otros estados de la región, la esperanza para terminar con el populismo latinoamericano que empobrece a los ciudadanos y debilita las democracias” (Bullrich).
Asimismo, tal como describimos en otros trabajos, en el discurso de la derecha política y mediática el tratamiento del kirchnerismo como versión local de esos populismos autoritarios se caracteriza por la apelación a la supuesta “venezolanización” y la definición de la Revolución Bolivariana como un régimen dictatorial:
«El kirchnerismo tiene en la sangre la idea de ‘avanzó con todo’. Ya vimos la marca de la gestión, intentaron llevarse la prensa por delante, vimos que su aliado era Hugo Chávez, vimos la plata que se robaron, expresaron sus ideas durante 12 años» (Patricia Bullrich).
El escenario de pandemia generó algunos movimientos importantes. Ni bien se aplicaron las primeras medidas de aislamiento, Macri había advertido que el “populismo es más peligroso que el coronavirus”. Tiempo después firmó junto con Patricia Bullrich, una declaración impulsada por Mario Vargas Llosa, a través de su Fundación Internacional para la Libertad, titulada “Que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo”. El texto sostenía que:
Algunos gobiernos han identificado una oportunidad para arrogarse un poder desmedido. Han suspendido el Estado de derecho e, incluso, la democracia representativa y el sistema de justicia. En las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua la pandemia sirve de pretexto para aumentar la persecución política y la opresión. En España y la Argentina dirigentes con un marcado sesgo ideológico pretenden utilizar las duras circunstancias para acaparar prerrogativas políticas y económicas que en otro contexto la ciudadanía rechazaría resueltamente.
Es sabido que luego de un momento inicial muy acotado la derecha política colocó a la pandemia como un terreno de disputa y se dedicó a cuestionar todas las dimensiones del accionar del Gobierno del Frente de Todos. Condenó “la cuarentena más larga del mundo”, rechazó la gestión para lograr las vacunas y la campaña de vacunación. Luego criticó cada medida de restricción parcial y repudió la decisión de volver a suspender las clases presenciales ante una segunda ola de contagios. Además, desde mediados de 2020 promovió diversas acciones callejeras que desafiaron los criterios de cuidado más elementales. Las voces más extremas cayeron en un negacionismo con raíces en teorías conspirativas, y transversalmente coincidieron en alentar la necesidad de no restringir actividades económicas, más allá de matizar sus planteos con apelación a problemas de salud mental. En ese contexto, lo que comenzó siendo una cruzada por la libertad culminó en un inusual llamado al desacato de las disposiciones decretadas por el presidente Alberto Fernández:
“No hay ninguna crisis sanitaria que justifique nos arrebaten nuestras libertades, eso es inaceptable”.(Macri)
“En el caso de nuestro país, nos han llevado a la cuarentena más larga del mundo, debilitando todo el tejido social, alterando toda la vida de los argentinos, generando problemas psicológicos y sanitarios que vamos a ir encontrando en los próximos años” (Macri).
“Vamos a resistir en la medida en que [el cierre de actividades] sea totalmente irracional. [la prohibición de circular] De 23 a 5 va a destruir un montón de negocios. ¿Vas a seguir destruyendo restaurantes? Que lo hagan, pero la realidad es que la economía argentina no resiste más”, (Patricia Bullrich).
“Acompañamos a los padres, docentes y alumnos, cantando el Himno e izando la bandera para pedir que abran las escuelas. Son 4 las provincias que acatan el DNU del Presidente negando el derecho a la educación. No vamos a permitir que le roben el futuro a nuestros hijos y nietos” (Bullrich).
Derechos humanos y dictadura: silencios, incomodidades y reinstalación
En cuanto a la cuestión de los Derechos Humanos y, más específicamente el modo de referirse al terrorismo de Estado, evaluamos que es necesario hacer una mención aparte. La primera razón es porque consideramos que constituye uno de los tópicos en torno a los cuales se manifestó primero el proceso de incorporación creciente de ciertos núcleos ideológicos que en Argentina caracterizan a las derechas clásicas en el discurso del PRO. Un proceso que no casualmente coincidió con el ascenso a la presidencia de una fuerza que hasta ahí había transitado mayormente por los carriles de una derecha desideologizada que se presentaba como la superación de los debates y antinomias tradicionales, cosa que cuajaba más armoniosamente con un partido vecinalista. A su vez, este es un tema que con el tiempo se convirtió en una de las políticas que estaban destinadas a convertirse en un legado histórico clave de las presidencias kirchneristas. Como ya señalamos, en el marco de la campaña de 2015 a la hora de polarizar con el kirchnerismo Macri confrontó directamente con esa política ligando a los organismos de derechos humanos con la falta de transparencia y gobierno con la corrupción. Para eso eligió la figura despectiva del “curro”.
Hasta la actualidad, la manera en que las principales referencias del PRO –y algunos de sus principales aliados– se relacionan con esta cuestión da cuenta de distintas estrategias cuyo resultado es la ajenidad y la resistencia a tomar como propia la política de condena social y judicial de los crímenes de la última dictadura. Por una parte, no se menciona nunca a la “dictadura cívico militar” ni al “terrorismo de Estado”, sino que se habla de “ruptura del estado de derecho” y cuanto mucho de una “época oscura de nuestra historia”. De hecho, el último 24 de marzo, Macri ni siquiera se pronunció públicamente al respecto. Por otra parte, en paralelo a esa omisión, cuando se interviene sobre el tema se apela a estrategias de desplazamiento. En otras palabras, se evita hablar del papel histórico de la dictadura genocida y se ataca a los adversarios del presente:
“Tengamos memoria. Hoy 24 de marzo, la Argentina salió del Grupo de Lima para apoyar a la dictadura de Maduro en Venezuela. Este gesto es totalmente contrario a lo que Fernández dijó en campaña” (Patricia Bullrich).
“El genocida es Maduro” (Elisa Carrió)
«Hoy, como ayer, hay violación a los derechos humanos en nuestro país. Mi mensaje para este 24 de marzo es un Nunca Más de Verdad … Nunca más a la violencia, a las tiranías modernas, al uso de la pobreza, a la corrupción. Los derechos humanos se defienden para todos, siempre» (Bullrich).
Hay que agregar que esas posiciones públicas tuvieron un correlato con las políticas asumidas durante la presidencia de Mauricio Macri. Se recortaron fondos y se desarticularon programas. Se avaló el intento de la Corte Suprema de aplicar el 2 x 1 a los genocidas presos sin condenas firmes. Se intentó mover el feriado del 24 de marzo con fines turísticos. Se recortó el presupuesto destinado al Equipo Argentino de Antropología Forense. La Asociación Madres de Plaza de Mayo sufrió la clausura de sus instalaciones.
La segunda razón por la que nos detenemos en este punto es porque estas intervenciones de figuras legitimadas en el discurso público avalaron la circulación de discursos directamente negacionistas del genocidio perpetrado por la última dictadura, que pasaron de existir en círculos muy acotados a encontrar canales de expresión más amplios en medios de comunicación y redes sociales. Esta es una muestra más –y muy significativa por el peso simbólico que asumen estas luchas en la historia reciente– del fenómeno de corrimiento de los límites de lo decible que se registra en los últimos años.
2. Derechas, medios y redes sociales: una confluencia problemática
a. De los medios a la política: Milei (o un economista libertario en tiempos de redes)
El personaje construido por Javier Milei combina una serie de dimensiones que lo destacan y lo vuelven muy potente en las condiciones de circulación del discurso público e incluso del discurso político en la actualidad. Con pasado como docente de la UBA, tiene un recorrido como analista de riesgo en el mundo empresarial (trabaja para la Corporación América de Eduardo Eurnekian) y en los últimos años se transformó en un economista mediático por excelencia. Es más podemos decir que Milei es hoy por hoy el economista más televisivo de todos —existe una especie de mímesis entre la televisión actual y su estilo—, y que ha sabido combinar como ninguno las habilidades del experto, el influencer y el polemista. Su momento de fama inicial puede indicarse en 2016, cuando empezó a frecuentar el programa Animales Sueltos. Desde ahí multiplicó su presencia mediática, potenció su circulación en redes sociales y hasta presentó su propia obra de teatro, al tiempo que escribió libros, dictó conferencias en espacios académicos y, recientemente, anunció su candidatura para las elecciones legislativas de 2021.
A todo esto, Milei le suma un ingrediente más a esa combinación de perfiles. A su manera, es un divulgador de ideas, a las que presenta como científicas y superiores a las que encarnan sus contrincantes. A lo largo de su trayectoria se erigió como un ecléctico defensor de la formalización matemática de la economía, a lo que luego le sumó las posiciones de la Escuela Austriaca de economía, con Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, dos padres fundadores del neoliberalismo, a la cabeza. Sus referencias teóricas se completan con Murray Rothbard, un economista estadounidense, discípulo inicialmente de Mises, que adhirió a las ideas libertarias y viró luego al conservadurismo, dando lugar a lo que definió como paleolibertismo.
Milei toma de la Escuela Austríaca la perspectiva radical del laisser faire. Anticomunistas y antikeynesianos, los referentes de esa corriente proyectaron un modelo social basado en la libertad y la competencia. En donde el consumidor tiene el poder de comprar o dejar de comprar (teoría del valor subjetiva) y el papel del emprendedor es irremplazable por cualquier tipo de planificación centralizada. Así toda intervención en el proceso económico es considerada distorsiva ya que atenta contra una distribución natural. En línea con este ideario, Milei repite que lo mejor que se podría hacer con el Banco Central es dinamitarlo.
Rothbard le agrega a esa perspectiva algunos elementos conceptuales y políticos a tener en cuenta y que son fácilmente identificables en el discurso de Milei. La idea negativa de la libertad (se alcanza cuando el individuo no tiene que constreñirse a un poder externo) se radicaliza al punto de postular la necesidad de privatizar todas las instituciones y de alcanzar un Estado minimalista. La aspiración de abolir el Estado —una idea que históricamente no es exclusividad de las derechas— se basa en la apuesta por potenciar “un poder social” afincado en la familia, las empresas y las iglesias, es decir, formas de asociación voluntarias. Esta visión exalta el papel de los empresarios, a quienes se coloca en un rol de casi benefactores sociales y, al anular cualquier perspectiva de regulación, construye una perspectiva anti-igualitarista. De ahí la idea de oponerse, en última instancia, al cobro de impuestos y a las acciones que implican un tratamiento diferenciado a los sectores oprimidos y menos beneficiados de la sociedad. Este último punto es significativo dado que se lo plantea invocando un espíritu contrario a cualquier privilegio.
Para entender a Milei, vale la pena destacar dos cuestiones más que aparecen en Rothard. Por un lado, una vocación de intervención política que, en la búsqueda por disputar una base social de masas, lo llevó a reforzar un discurso anti elites políticas en nombre de un conjunto de valores conservadores (familia, anti-privilegios, primero EEUU) y de una edad de oro que está en el pasado (en su caso los Estados Unidos previos al New Deal). Por otro, un estilo provocador, incluso respecto a otros miembros de la familia liberal, que lo coloca como cuestionador de las formas políticamente correctas y de ciertas ideas que gozan un nivel alto de aceptación en ese universo.
La mayoría de estos tópicos son estructurantes del discurso de Milei. Algunos se insertan sin mediaciones y otros son objeto de algunas elaboraciones originales. En todos los casos, se trata de un discurso polémico, es decir se forja en función de ciertos contrincantes, sobre los cuales se realizan sendas operaciones de confrontación. Hay una primera vinculada a su posición de enunciación. Milei se para como un outsider del pensamiento económico y más recientemente del sistema político. Más precisamente se presenta como un bicho raro en “un país de zurdos y keynesianos”. Dice recurrentemente:
“Soy un economista matemático, un liberal en un país de zurdos, tengo todos los elementos para ser odiado”.
[Argentina es] “un país infectado de socialismo”.
A su vez, se coloca en una posición de superioridad, la del liberalismo respecto de la escuela keynesiana y del capitalismo respecto del comunismo. Para eso fuerza argumentos técnicos e interpretaciones históricas, hace citas de autoridad descontextualizadas y recurre a ciertos lugares comunes. Descalifica a oponentes y también esboza imágenes de futuro cargadas de utopismo. El relato en relación al keynesianismo se entronca con la versión neoliberal y libertaria del Estado como instancia opresora y desvirtualizadora, y de la dirigencia política como una casta parasitaria que tiene su correlato en los sectores empresariales que viven de la prebenda estatal.
“La obra de Keynes y el keynesianismo, en rigor, ha sido un panfleto escrito a beneplácito de políticos ladrones, corruptos y/o mesiánicos”. [Hasta Keynes] “el progreso de una nación dependía básicamente del ahorro”.
“Para Keynes el derroche es la virtud y ahorrar es malo … Y justamente si hay algo que los políticos quieren es gastar, donde hay un político corrupto siempre hay un keynesiano dándole letra”.
“No por nada aquellos países que aplican el keynesianismo terminan en crisis inflacionarias o en brutas crisis. El caso emblemático es Argentina, un país que durante más de 70 años lleva aplicando este keynesianismo irracional y ha pasado de ser el quinto país más rico del mundo en PBI per cápita y hoy seamos entre el 55 y el 60 y estemos al borde de una nueva crisis”.
Es sabido que para el liberalismo en sus diversas variantes el Estado ocupa un lugar central en su perspectiva programática. Apoyándose en Rothbard, Milei da una vuelta de tuerca más respecto a la postura clásica en torno a dos cuestiones clave. Los monopolios no son un problema en sí mismo y la perspectiva de desintegración de las funciones estatales es llevada al extremo. Por un lado, los monopolios son nocivos cuando son estatales, no obstante pueden incluso ser deseables y cumplir un rol positivo si son producto de la acción emprendedora. Por otro lado, adhiere a una línea “minarquista” y “anarcocapitalista”. Su discurso se basa en una línea de demarcación que se repite, de un lado los empresarios, los trabajadores y los consumidores, del otro los políticos y los empresarios prebendarios. Y no se prima de usar ciertas figuras discursivas que demonizan al Estado y a los funcionarios políticos:
“Si yo tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia. Porque la mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente. Y, sobre todas las cosas, la mafia compite”.
“La idea es minimizar el Estado, y el cero es parte del conjunto de la solución. Minarquista es que el Estado solo se ocupe de seguridad y justicia. Y anarcocapitalista que, cuando la tecnología lo permita, se lo elimine. Incluso en temas como seguridad y justicia. Todo sería de dominio privado”.
A diferencia de los liberales más tradicionales que suelen invocar la vuelta a “edades de oro” que se ubican en el pasado, el discurso de Milei tiene también una dimensión utópica casi futurista. A la hora de indicar un modelo que permita visualizar la aplicación de sus ideas el caso que menciona es tan extremo como provocador: la República Libre de Liberland. Se trata de un experimento político-social impulsado por un millonario checo, anclado en seis kilómetros cuadrados entre la frontera de Croacia y Serbia y en donde su fundador aspira a implementar un sistema de impuestos voluntario, en el que las personas pagarían lo que crean que deben pagarle al Estado de acuerdo a los servicios que provee. Asimismo, Hong Kong aparece como un ejemplo más terrenal para fundamentar sus propuestas más audaces, como la necesidad de anular el Banco Central.
El ascenso público de Milei coincide con la crisis y desgaste de la experiencia kirchnerista y el arribo del macrismo al gobierno. En ese marco, incorporó a sus blancos polémicos al PRO y a sus aliados, mediante una operación fundamental: Juntos por el Cambio es un componente más de la casta política y no encarna un liberalismo auténtico.
El último movimiento significativo hecho por Milei es el anuncio de que será candidato a diputado acompañando a Espert. En ese marco, asumió más definiciones sobre fenómenos actuales. Defiende a Trump, se ve cercano al partido español Vox y se asumió “celeste” en el debate por el debate al aborto. Sobre el ex presidente estadounidense llegó a decir: “con el único que me siento identificado a nivel internacional porque entendió de qué iba la cosa en la pandemia es con Donald Trump”. A su vez, tiene vínculos regulares con agrupaciones de la región y con el Partido Libertario de Estados Unidos.
La manera en que Milei dio a conocer su definición de saltar a la política mantuvo el estilo que lo caracteriza. En una charla virtual con Espert, aseguró:
“Me voy a meter y voy a ir a militar con vos. Porque como hemos pedido que se vayan todos y no se fue ninguno; bueno, ahora que se queden todos porque los vamos a sacar a patadas en el culo para volver a reconstruir la Argentina próspera, una Argentina liberal”.
La polémica permanente, el lenguaje chabacano, las cifras y las citas de autores descontextualizadas son recursos que construyen un estilo distintivo que Milei explota en una época en la que los economistas abundan en los medios. No obstante, Milei explota como pocos un estilo de lenguaje cargado de silogismos y afirmaciones contundentes que son seguidas de argumentos igual de simplificados. Su lenguaje es el de los medios masivos definidos por el sensacionalismo y la búsqueda de impacto), pero más aún es el de las redes sociales más agresivas. Es el lenguaje de los zócalos y también de los debates de twitter.
A la hora de pensar en el atractivo que una figura como esta puede tener hoy en día, en especial entre los jóvenes, hay que agregar que Milei recupera la tradición del showman, suma cosas del stand up y se mueve como un experto en performances. De hecho protagonizó un unipersonal, “El consultorio de Milei” y no se privó de crear un personaje ficcional, el General Ancap, con el que se transformó en tendencia. Esencialmente actúa como un economista-provocador que expresa como pocos la fusión actual entre redes sociales y medios tradicionales. Transita el mundo empresarial como un consultor confiable y pone en tensión las pautas del mundo académico con un lenguaje más propio de los medios y las redes que del campo intelectual. Milei no solo da cuenta de un uso de las redes sociales cada vez más sostenido, su forma de intervenir -vaciada del clásico discurso argumentativo y demostrativo de los intelectuales— encaja a la perfección en una etapa del periodismo político atravesada por la superficialidad, el show y la polémica vacía.
b. De los chimentos al periodismo de actualidad: Canosa (o el estilo de las nuevas derechas en la TV)
En el último tiempo Viviana Canosa se transformó en ícono de la incorrección política en la TV. Su accionar fomenta la indignación y la desconfianza ante todo discurso de autoridad, incluido el discurso científico durante la pandemia de Covid-19. Canosa pone en juego además un relato que hace culto al individualismo y alimenta una imagen de “emprendedora de la vida”: “yo me parí a mi misma”, dice recurrentemente.
La combinación de estos elementos, la diferencian de otras figuras del campo periodístico ubicadas ideológicamente a la derecha y que han llevado la corrección política al límite en función de ciertos temas y posiciones asociados históricamente a las derechas, como por ejemplo Baby Etchecopar y Eduardo Feinman.
Más allá de una ubicación político-ideológico coherente, la apelación a la incorrección política y el culto al esfuerzo individual constituyen los principios rectores de un tipo de intervención que se consolidó desde su programa Nada personal emitido en Canal 9 durante 2019 y 2020 y, actualmente, en Vivana con vos que conduce en el canal de cable A24.
En el contexto de pandemia esa incorrección política confluye claramente con los actores de la derecha política respecto de la crisis sanitaria y las medidas de atención y cuidado. A eso se le suma la confrontación con el feminismo y las demandas principales que constituyeron la agenda del movimiento de mujeres y diversidades en los últimos años: derecho al aborto y lucha contra la violencia de género.
El siguiente diálogo se dió en el canal A24, entre Canosa y la periodista Rosario Ayerdi, el 8 de marzo de este año:
VC — «Yo no necesito que ningún presidente, ninguna ministra, ni ningún compañero de cualquier color me empodere, yo me empodero porque me siento libre».
RA — «Está buenísimo que Viviana no necesite del Estado, no necesite de nadie que la empodere, hay mucha gente que necesita del Estado. Las mujeres sufrimos violencia, las mujeres sufrimos desigualdad…».
VC — «Los hombres también»
RA — (Silencio).
VC —”¿Vos creés que los hombres no sufren? Porque sino estamos como que somos siempre las víctimas de todo. Yo no me siento víctima. Las mujeres no somos siempre las víctimas”.
RA — “Hay una mujer por día víctima de femicidio”.
VC — Sí, ¿y cuántos hombres mueren?
Desde 2018, Canosa se comprometió intensamente en el debate sobre el derecho al aborto. Militó la campaña celeste activamente en redes sociales y participó de las concentraciones. Condujo actos y llegó a realizar ecografías en vivo en el escenario. Entre las mujeres con un lugar relevante en la TV abierta, se convirtió en una de las voces más potentes de la postura anti derechos. El estilo y el lenguaje con los que intervino fueron subiendo de todo al calor de la agresividad que asumieron las organizaciones que comandan ese movimiento.
Un rato después de que el Senado aprobara la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en su cuenta de Twitter afirmó:
EL PUEBLO ARGENTINO LE DICE
“SI A LAS DOS VIDAS”
Argentina es vida, nosotros ya ganamos por defenderla.
Iremos a la CORTE.
Felicitaciones Presidente, más muertes, logró lo que quería!
$$$$$$$$$$$$$$$$$$$
«Ya que están ahí… ¿pueden pedir que metan en cana otra vez a los violadores que salieron en cuarentena? Besis»
«Argentina: MUERTE».
La pandemia se convirtió en un escenario propicio para profundizar la construcción de una figura asociada a la rebeldía como postura cívica y al escándalo tan caro a las formas predominantes en la TV contemporánea. Por un lado, Canosa explotó el papel de vocero de sí mismo que viene desplegando Alberto Fernández —sumado al desembarco en Canal 9 del Grupo Octubre presidido por Víctor Santamaría— para generar algunas entrevistas que le dieron repercusión a ella y a su programa. Ese vínculo terminó en una denuncia de presiones y abuso de poder por parte de la conductora, a mediados de 2020, que lógicamente se hizo viral. Mirando fijo a cámara y en un primer plano, Canosa se refirió a un intercambio de mensajes con Fernández y aseguró:
“Yo le quiero decir al Presidente que ojalá no me llame nunca más. Que no me moleste más. Que me deje trabajar en libertad, que me la merezco, que me la gané. Que soy una mina de bien. Laburadora. Decente. Digo lo que pienso. Vivo en libertad, soy libre. Yo no soy ni quiero ser un títere de nadie”.
“Yo me siento absolutamente decepcionada con usted, señor Presidente… No me asuste. Yo me siento libre, soy libre, quiero vivir en un país libre”.
“Falta muchos años todavía para que usted termine su mandato. Y yo voy a ser una de las primeras en trabajar para que a usted le vaya bien. Pero no se meta con mi libertad. Ni con la mía, ni con la de nadie. Seamos democráticos, republicanos. Seamos decentes”.
Una situación similar se dio dos semanas después, también en plena primera ola de Covid-19. En el momento de cerrar uno de sus programas, Canosa leyó la siguiente frase que fue colocada en una placa simil graffiti: “Dejen de prohibir tanto, porque ya no alcanzo a desobedecer todo”. A continuación, antes de despedirse, dijo: “Vamos a despedirnos. Voy a tomar un poquito de CDS. Oxigena la sangre. Me viene divino. Yo no recomiendo, les muestro lo que hago”, y cerró la escena tomando un trago del líquido transparente con un guiño de ojo a la cámara.
Unas horas después en su cuenta de twitter justificó lo que hizo de esta manera:
Prefiero patear el tablero escuchandome y no ir en contra de mi naturaleza.
Prefiero mi sana locura a una cordura infligida y forzada
Estudien investiguen y no repitan sin argumentos
Mi cuerpo es mío y tengo derechos sobre él.
Ya en el contexto de la segunda ola, la conductora protagonizó una escena comparable cuando generó otra polémica al afirmar en su programa:
“Ayer me contaban ‘Médicos por la Verdad’ de España… en determinados lugares, los hisopados tienen unos metales y unas cosas extrañas. No sé cómo explicarlo fácil. Bueno, te ponen eso y va a dar positivo. Porque en realidad no sos vos, es lo que le ponen al hisopado. ¿Para qué? Para meterte en tu casa”.
En el discurso de Canosa también hay un cuestionamiento a las instituciones políticas basadas en la desconfianza y en una perspectiva moral que termina siendo reduccionista. A su vez, la crítica ejercida ante el oficialismo actual no se condice con la actitud ante la dirigencia del espacio político que ocupó el gobierno nacional en el período previo.
Esa gestualidad contra “los políticos” puede verse cotidianamente en sus intervenciones en twitter, donde la conductora suele reproducir pedidos de colaboración con iniciativas comunitarias y hasta se puede ver como encabezado de su cuenta una imagen de la Madre Teresa de Calcuta con la frase: “Si quieres llevar felicidad al mundo entero, ve a casa y ama a tu familia”. Los mensajes solidarios podrían justificarse por sí mismos, sin embargo se combinan con mensajes como este:
Aporto mucho más que eso! Comedores, hospitales, todo suma.. ellos no tienen idea porq les sobra de la q afanan!
Ellos se miran el ombligo mientras se llenan los bolsillos con la nuestra $ y no ven al otro, no les importa.
Nada hacen gratis!!
Ommmm
En medio de la protesta llevada a cabo por efectivos de la Policía Bonaerense, en septiembre del año pasado, Canosa entrelazó la incorrección y la antipolítica cuando en su programa se solidarizó con los policías insubordinados, se mostró “emocionada” con sus demandas y afirmó:
«Los políticos se llenan la boca hablando de pobres, pero hay otros como los policías que ganan 40 mangos la hora, que como hace tres días que se movilizan dicen que es un golpe … Me da mucha bronca la pobreza selectiva. En esta pandemia, los políticos no han dado el ejemplo bajándose los sueldos pero la gente se tiene que arreglar con 35 lucas … Vivimos en un disparate».
Medios tradicionales y redes sociales actúan cada vez más como un continuo. La TV abierta está en declive desde que la expansión de internet y las tecnologías digitales posibilitó la masificación de consumos audiovisuales cada vez más diversificados y desprogramados. La figura de Viviana Canosa, su estilo transgresor y las posturas políticamente incorrectas que levanta son inseparables de ese contexto de producción. No casualmente, es en esas condiciones, en las que ha podido consolidar su conversión de periodista de espectáculos (chimentos) a conductora de actualidad, la TV es cada vez más permeable al escándalo, autóctono o importado de las redes, y a la agresividad permanente que fomenta la impersonalidad de ese mundo virtual. Ya ni siquiera se trata, sobre todo, de la lucha por el rating minuto a minuto, mucho menos de la lucha encarnizada por la primicia de la que hablaba Pierre Bourdieu 25 años atrás. Lo que está en juego es la repercusión y la circulación posterior en redes y programas que hablan de lo que pasa en la TV (y en las redes).
A su vez, la transgresión no es un estilo ajeno a la TV. A lo largo de su historia, conductores, humoristas y guionistas usaron el humor y el drama para decir y hacer cosas que corrieron los límites culturales de su época. En el caso de Canosa esa transgresión está hecha de al menos tres grandes elementos. En principio, una postura indignada ante los políticos, a quienes reclama honestidad y atención pero alimentando la ajenidad. Segundo, ir a contramano de la nueva ola feminista, en un ambiente que se mostró muy afín a ese movimiento, Tercero, la narrativa acerca de que ella es una emprendedora del medio, una mujer trabajadora que se hizo a sí misma y ejerce su libertad sin condicionamientos. En suma, esa transgresión se construye en un sentido reaccionario e individualista —es básicamente antipolítica, antifeminista y anticiencia— lo que la lleva a trascender en esa esfera pública ampliada conformada por medios y redes y al mismo tiempo formar parte del horizonte de sentido que proponen las derechas emergentes.
c. De las redes a los medios: El Dipy (o el influencer que viene de abajo)
El Dipy es expresión de una serie de fenómenos que en los últimos años vienen configurándose en la dinámica cada vez más convergente entre medios tradicionales y redes sociales. El panelismo, como género extendido en la programación televisiva, potencia la circulación de este tipo de personajes. Un tipo de figura, que va del famoso al influencer, y que está lejos de ser nueva en la TV. Hay decenas de casos que se convierten en una voz pública sin méritos demostrados en algún campo de actividad, pero cuya presencia en los medios los vuelve referencias. O sea, el hecho de protagonizar algún evento llamativo, de divulgar algún aspecto indeseable de alguna figura pública o de ganarse espacio en las redes sociales en virtud de ataques o exabruptos, los vuelve atractivos para ocupar ciertos espacios. En general, se trata de momentos intensos pero efímeros. La novedad que parece encarnar El Dipy es que hasta acá ese fenómeno estaba más acotado a ciertos programas de chimentos o de talk shows de interés general. La expansión del panelismo hacia los horarios del prime time y la continuidad de un escenario político-social polarizado, generaron la inclusión en ese tipo de programas del tratamiento de temas de actualidad vinculados a la política y la economía, que hasta hace una década eran tratados en programas periodísticos que sostenían un formato más o menos clásico. La espectacularización como estilo fundamental, necesita alimentarse de personajes como Milei, y también como El Dipy. El modelo que en su momento generó el programa Intratables abre las condiciones para que esta “gente común” pase de las redes sociales a los estudios televisivos para transformarse en voz autorizada para expresarse sobre dichos temas.
Dicho esto, la figura de El Dipy tiene puntos de contacto con otros influencers y famosos que tienen su momento de trascendencia, pero cuenta con rasgos que vale la pensa describir. Con una trayectoria bastante dilatada en el mundo de la música tropical, las redes sociales son un factor clave en su recorrido mediático y musical. En 2017 él mismo inició una campaña para ser convocado al programa conducido por Marcelo Tinelli, Bailando por un Sueño. A mediados de 2020, tuvo un pico de popularidad cuando se supo a través de distintos posteos que el plantel del París Saint Germain (equipo francés donde juega el brasileño Neymar y el argentino Di María) festejaba sus triunfos al ritmo de su Par-tusa. Por esos días, cuando iban varios meses de las medidas de ASPO, tuvo una intervención en las redes que lo haría tendencia y lo colocaría como uno de los personajes mediáticos de la Argentina pandémica. Primero tuiteó:
“Alberto, dejate de romper las pelotas ya. Hace cinco meses que no laburo capo. Dejá de hacerte el Slash porfa. Después charlamos si sabés o no de música pero ahora ponete a laburar por el país mostro. Nos venís guitarreando hace tiempo ya. Dejá de boludear hermano. Gracias Loviu”.
Después de una catarata de respuestas a favor y en contra, publicó un video con el título “El desclasado” en el que dijo cosas como estas:
“… Piensan que porque canto cumbia y salí de un barrio humilde, soy kirchnerista o soy peronista. Yo me crié en La Tablada, partido de La Matanza. Vine desde Gualeguaychú a acá, de Entre Ríos a Buenos Aires. Ahora que se enteraron que no soy ni peronista ni kirchnerista, ahora soy macrista. No soy de ninguno de ellos. No soy de nadie”.
“Porque este país no lo saca adelante ningún político. Lo saca la gente. La gente que estudia, la gente que busca una carrera, la gente que labura todos los días. Esa gente va a sacar el país adelante. Nosotros vamos a sacar el país adelante”.
A partir de ese momento, su presencia en los programas televisivos dedicados a temas de actualidad y en las secciones de espectáculos de los medios digitales no paró de incrementarse. Ese itinerario terminó con un programa propio en la trasnoche de Radio Rivadavia, cuyas figuras principales son Baby Etchecopar, Eduardo Feinman y Nelson Castro.
Así las cosas, nos interesa remarcar los tópicos principales de un discurso que tiene elementos en común con otros discursos que venimos analizando, pero que además configura un personaje que tiene dimensiones particulares que probablemente dan pistas para pensar su eficacia comunicacional.
Por un lado, es bastante evidente que este discurso reproduce muchos lugares comunes acerca de la política y de los dirigentes políticos y que se basa en la dicotomía “gente común y honesta” versus “políticos corruptos e ineptos”:
«En política la gente honesta no llega a estar arriba. Tenés dos formas de hacer las cosas en política: o te bajás o te corrompen. Te puedo asegurar que desde Alfonsín hasta acá todos mintieron»,
«El político cuando habla miente, cuando calla encubre, cuando está en el poder roba, cuando no está en el poder destruye y cuando empezás a confiar en él, te traiciona»
“Cuando están en la oposición tienen toda la solución y cuando están en el gobierno, ninguna. Pero no es algo exclusivo de este gobierno. Es de este, del que pasó, del que va a venir… Todos tienen una excusa”.
La dicotomía se proyecta también al campo de la gente común. Así aparece la gente que labura y “lxs que no trabajan”. De ahí al cuestionamiento a las organizaciones sociales y sus dirigentes hay un solo paso. En medio del debate generado el año pasado por la proliferación de ocupación de tierras en el Conurbano, mediante Twitter, El Dipy se refirió así a declaraciones de Juan Grabois que justificaban las ocupaciones:
“Los pobres tienen el modo más digno para el acceso a la tierra: Que le den educación y trabajo para que se pueda comprar su terreno e ir a vivir donde quiera. Vos son tan pelotudo que si te mando a la mierda te tengo que acompañar encima. Búscate un laburo honesto, parásito”.
Pese a que el Dipy se preocupa por no quedar encasillado como un opositor al gobierno del FDT y puede mostrar que en sus redes también hay críticas y reproches al macrismo, junto con el sentido común generalizado que sus dichos refuerzan respecto de la política (corrupción – clientelismo – mentira), su discurso machaca sobre un imaginario negativo ligado mayormente al peronismo (clientelismo – asistencialismo – aprovechamiento de la pobreza). A su vez, sus intervenciones más agresivas son contra personalidades públicas ligadas al kirchnerismo o al actual oficialismo:
«Piensan que porque canto cumbia y salí de un barrio humilde soy kirchnerista o peronista. Yo soy de la gente se levanta a laburar todos los días».
“Son los dos pelotudos, así que técnicamente son lo mismo. Es la misma sangre, son dos ensobrados” [sobre Pablo Echarri y Diego Brancatelli] .
“No mezclo la música con la política. La música es una cosa. Mi trabajo, mi pensamiento o lo que yo opine, otra. No soy Copani”.
«La primera vez que fui [a Intratables], viene un productor y me dice ‘te está esperando una camioneta afuera’. Cuando salí, me dicen ‘quiero hablar con vos´ … ‘Queremos que seas concejal’. Y me abrió un bolso de plata».
El estilo de El Dipy no es ajeno a las formas televisivas que durante los últimos 25 años cultivaron talk shows, realities y programas de paneles. En su caso es una traslación casi sin mediaciones del lenguaje y los modos de las redes, en especial de twitter. La confrontación, la acusación y el agravio son parte nodal de sus intervenciones. Como en las redes, en sus participaciones mediáticas no es necesario justificar ni demostrar nada. Incluso cuando sus relatos quedan al borde de lo verosímil. No obstante, en este discurso hay una mediación fundamental que está vinculada a su posición de enunciación ¿desde donde habla El Dipy? ¿a partir de qué trata de legitimar su palabra? En su origen de clase y desde el relato que construye de su condición social. En medio de los ataques y las descalificaciones hay un relato del origen que se repite una y otra vez y que retoma sentidos comunes que a priori están asociados a valores indiscutibles. En esa narrativa vale la pena identificar tres tópicos: “el origen humilde”, la condición actual de “laburante” y “el esfuerzo personal y el ejemplo familiar”.
“Mi viejo empezó a hacer changas y pegó un laburo en una fábrica de faros para coches, en San Justo … Después la hizo entrar a mi mamá. Con el tiempo se compraron un terrenito donde ahora tienen su casa. La fueron armando muy de a poco… Y cuando más o menos se acomodaron, pusieron una despensa. Laburaron mucho. Porque tener un super de barrio es muy esclavizante… Yo crecí viendo la cultura del trabajo”.
“Siempre existe la oportunidad, pero te tenés que esforzar para encontrarla. No estás en tu casa, rascándote las bolas, y te van a golpear la puerta: ‘Vení. Soy tu oportunidad’… No es el Universo. ¡Sos vos! Yo soy devoto del Gauchito Gil. Siempre me acompañó, pero las cosas me las gané yo”.
«Estoy contento que conseguí laburo, [cuando confirmó que tendría un programa en Rivadavia]. Lo necesitaba para poder estar más tranquilo. Yo alquilo, soy un laburante. Estoy contento porque conseguí laburo, no importa dónde».
«A mí no me banca nadie. Sigo peleando por llegar a fin de mes, como cualquier persona. Voy a morir pobre. Ojalá algún día, seguramente, si pego un buen laburo o pego otro tema, me lleno de plata y soy millonario, pero soy un laburante y me cuesta como cualquiera”.
Tenemos, entonces, un discurso y un estilo que coincide con el de otros personajes que encontramos en las redes sociales o incluso en diversos programas televisivos. Su núcleo está dado por un sentido común anti-política y su estilo es la descalificación. Sin embargo, el caso de El Dipy tiene un plus. A diferencia de la gran mayoría de los influencers que provienen de sectores medios y altos, su origen social le da un diferencial que es explotado desde el sistema de medios. En la superficie está la crítica al gobierno actual y su diatriba contra los políticos. Sin embargo, junto con eso sus intervenciones aportan en un sentido adicional. Su apelación a la cultura del trabajo y a su identidad de trabajador refuerza la idea de que entre la gente común están quienes laburan todos los días y quienes no. Estos últimos, al igual que los políticos, parasitan el esfuerzo ajeno. La política se trata en clave moral y de ahí la moral se proyecta sobre la mirada de la sociedad. Claro está que la apelación a la cultura del trabajo o a la identidad de laburante no son elementos repudiables o nocivos en sí mismos, el problema es cómo se inserta en una cadena más amplia en la que solo hay lugar para el proyecto individual. Y cómo esos sentidos comunes en torno al papel del trabajo no se enuncian en un contexto histórico de pleno empleo, sino en un momento caracterizado por el desempleo estructural, la precarización de las formas de contratación y las transformaciones radicales en el sistema productivo. De ahí que en este contexto esas apelaciones generan un efecto de sentido que, por un lado, invisibiliza a quienes ejercen el poder real y desplaza el foco de conflicto hacia los de abajo. Y, al mismo tiempo, dado que quien enuncia lo hace desde la posición del laburante esforzado y honesto, construye como opuesto a una parte de sus pares.
Conclusiones
- Lejos del uso corriente que suele dársele, hablar de una “hegemonía cultural” o de una “cultura hegemónica” es hablar en realidad de procesos bien complejos que involucran prácticas y significados que refuerzan o cuestionan un determinado orden de cosas. En las condiciones contemporáneas de nuestros países, más aún, supone dar cuenta de situaciones inestables y de dinámicas que contienen temporalidades heterogéneas y se despliegan en terrenos diversos. La noción de “régimen de lo decible” se ajusta bien a esa perspectiva y a ese tipo de escenarios. Permite reconstruir movimientos de mediano plazo, relacionar fenómenos que a priori funcionan en planos desconectados y trazar las condiciones para estrategias futuras. A su vez, es una noción útil en la medida en que no se la asocia con tendencias irreversibles, sino al devenir de luchas concretas.
- Lo que llamamos reconfiguración regresiva de los límites de lo decible en el espacio público, supone el avance de una una visión del mundo conservadora y anti-igualitarista, transversal a ciertos espacios políticos (emergentes y consolidados), formaciones intelectuales, grupos religiosos y un creciente activismo virtual. Una corriente laxa, incluso con contradicciones internas, pero en crecimiento, que comparte con las derechas extremas de Estados Unidos y Europa el rechazo a la corrección política, encarnada en el progresismo liberal en el bregan las direcciones de los partidos tradicionales. En nuestro caso, se le agregan otros componentes fundamentales: la oposición militante a los procesos progresistas y populares que se desarrollaron en la región en las últimas dos décadas y el combate al feminismo, como respuesta a su cuarta ola.
- El corrimiento en cuestión de los límites de lo que se puede hacer y decir sin quedar corrido en la marginalidad más figurativa es impulsado por un discurso radical que actualiza y renueva el discurso clásico de las derechas. La irrupción y la incorrección se imponen como lógica. Pero es una irrupción vaciada de proyecto colectivo y que instala la indignación como arma predilecta. La desconfianza como actitud rectora empalma con la crítica a los valores del igualitarismo en nombre de la lucha contra los privilegios y enaltece una salida hiperindividualista basada en el mérito personal. La audacia es parte del repertorio, más que la vuelta a una edad de oro ese discurso plantea una utopía liberal para pensar el futuro. Aunque sea una utopía que reemplaza la transformación por la huída, constituye una narrativa que disputa la idea de futuro.
- Las redes sociales son determinantes en este fenómeno. En primer lugar, refuerzan un estilo basado en el impacto e imponen una forma de intervención caracterizada por la impunidad. Las redes ampliaron la esfera pública, generando una contradicción: democratizan el acceso a la palabra y a la vez la vuelven algo más impersonal. En segundo lugar, la crisis de los medios tradicionales —de la TV en particular— refuerza la dinámica circular y la generación de un continuum. Los medios audiovisuales, gráficos y virtuales se alimentan de lo que ocurre en las redes y a su vez buscan el impacto suficiente para instalarse en ellas. Si hasta hace 20 años valía la frase “si no sale en la tele no existe” hoy podríamos decir “si sale en la tele pero no rebota en twitter, no vale la pena”.
- Como se viene evidenciando tanto en los países ricos como en nuestra región, existe un terreno fértil para este discurso y sus distintas expresiones. En Argentina, a su vez, confluyen la incertidumbre producto de la crisis global, el fracaso reciente de una “derecha moderna” y la crisis de la experiencia kirchnerista (explicable por la demonización y por sus límites intrínsecos). Si, por ahora, a nivel del sistema político y las instituciones representativas la derecha extrema está acotada a formaciones marginales, no hay que subestimar la influencia que un desplazamiento como el que se está experimentando puede generar como factor de presión hacia el resto de las fuerzas políticas ni descartar su incidencia como elemento condicionante en el escenario social. En ese sentido, no está claro cómo puede canalizarse entre nosotros el descontento latente que existe en grandes sectores de la población, a raíz de la crisis económica en curso, las dificultades extendidas producto de la pandemia y el desencanto respecto de las experiencias políticas del pasado reciente.