Queridos amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
La indecencia de la expresión “pausa humanitaria” es evidente. No hay nada humanitario en un breve interludio entre episodios de violencia horrenda. No hay una verdadera “pausa”, simplemente la calma antes de que continúe la tormenta. Estamos asistiendo a la burocratización de la inmoralidad, al uso de viejas palabras con gran significado (“humanitario”) y a su reducción a nuevas frases vacías que traicionan sus significados originales. Antes de que pudieran limpiarse los escombros de las primeras rondas de bombas israelíes, los bombardeos se reanudaron con la misma ferocidad que antes.
La palabra “humanitario” ha sido gravemente maltratada por Occidente. Quizá recuerden otra expresión, “intervención humanitaria”, que se utilizó para encubrir la destrucción de Libia en 2011, después de que la legitimidad de la intervención militar occidental quedara destruida por la invasión ilegal de Irak en 2003. Para rehabilitar esta legitimidad, Occidente empujó a las Naciones Unidas a celebrar una conferencia que dio lugar a una nueva doctrina, la Responsabilidad de Proteger (RDP), que, aunque pretende “garantizar que la comunidad internacional nunca más deje de detener los crímenes atroces masivos de genocidio, crímenes de guerra, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad”, en cambio, proporcionó a Occidente un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU (en virtud del Capítulo VII de la Carta de la ONU) para el uso de la fuerza. El ataque a Libia en 2011 se produjo al amparo de esta doctrina. Se utilizó el pretexto del humanitarismo para destruir el Estado libio y sumir al país en lo que parece ser una guerra civil permanente. Nunca ha habido ni siquiera un dejo de RDP cuando se trata del bombardeo israelí de Gaza (ni en 2008-09, ni en 2014, ni ahora).
No parece importar que Israel haya desplazado y asesinado a más personas palestinas desde el 7 de octubre que las que fueron desplazadas y asesinadas en la Nakba (‘Catástrofe’) de 1948. Si la palabra “humanitario” significaba algo en 1948, ciertamente no significa mucho ahora.
A medida que aumenta el número de muertos y desplazados, crece una sensación de aturdimiento. Comenzó con un centenar de muertos, luego un centenar más, y está aumentando rápidamente a decenas de miles. En Irak, aproximadamente un millón de personas fueron asesinadas por la embestida estadounidense, la magnitud de la muerte y el anonimato que la rodea obligan a tomar distancia del resto del mundo. Es difícil hacerse la idea de estas cifras a menos que haya historias relacionadas con cada una de las personas muertas y desplazadas.
Parte del problema radica en que la división internacional de la humanidad hace injusta la contabilización de la vida humana: ¿se trató con la misma dignidad a las y los palestinos asesinados en Gaza que a las y los israelíes asesinados el 7 de octubre? ¿Tienen el mismo valor sus vidas y sus muertes? La respuesta desigual a estas muertes, junto con la aceptación acrítica de esta desigualdad, sugiere que esta división internacional de la humanidad sigue vigente y no solo es aceptada, sino también perpetuada, por los líderes occidentales, que permiten la muerte de más cuerpos marrones que blancos: estos últimos vistos como valiosos, los primeros vistos como desechables.
Durante la «pausa humanitaria» se produjo una transferencia de rehenes mediante la cual Hamás y las facciones palestinas liberaron a 110 israelíes, mientras que Israel liberó a 240 mujeres y niños palestinos. Las historias de las víctimas israelíes, muchas de ellas residentes en asentamientos cercanos a la valla perimetral de Gaza, y de otros rehenes, como los trabajadores de campo tailandeses y nepalíes, ya son bien conocidas. Las historias de las víctimas palestinas se comentan y se comprenden mucho menos. Igualmente, se ignora el hecho de que después del 7 de octubre, Israel lanzó una campaña masiva para detener a más de 3.000 palestinos, entre ellos casi 200 niños. Hay más palestinos en las cárceles israelíes ahora que antes del 7 de octubre. Solo durante los cuatro primeros días de la tregua, Israel detuvo a casi tantos palestinos como los que liberó mediante la transferencia de rehenes.
Cabe señalar que la mayoría (más de dos tercios) de los palestinos excarcelados de prisiones israelíes nunca han sido acusados de ningún delito y han estado recluidos en régimen de “detención administrativa” en el sistema jurídico militar, lo que significa que están recluidos sin límite de tiempo, “sin juicio [y] sin haber cometido un delito, por considerar que tiene previsto infringir la ley en el futuro”, según la definición de la organización de derechos humanos B’tselem. Algunos de ellos se han perdido en el laberinto del sistema carcelario israelí indefinidamente, sin poder ejercer ni siquiera el derecho más básico de habeas corpus, sin comparecer ante los tribunales, sin acceso a un abogado y sin acceso a las pruebas en su contra. Israel mantiene actualmente recluidos a más de 7.000 presos políticos palestinos, muchos de ellos asociados a facciones de izquierda (como el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina). Más de 2.000 de estos presos se encuentran en detención administrativa.
Muchos de estos presos palestinos son niños. Muchos de ellos pasan años en el sistema israelí, a menudo bajo detención administrativa, incapaces de interponer un recurso para su liberación. Defence for Children International (Palestina) informa que entre 500 y 700 niños son detenidos cada año, y un escalofriante informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) de 2015 demostró que Israel viola plenamente la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU (1990). El artículo 37 de la Convención dice que “La detención, el encarcelamiento o la prisión de un niño se llevará a cabo de conformidad con la ley y se utilizará tan sólo como medida de último recurso y durante el período más breve que proceda”. Como demuestran múltiples casos, Israel utiliza las detenciones como medida de primer recurso y retiene a los niños durante largos periodos de tiempo.
Defence for Children International estudió las declaraciones juradas de 766 niños detenidos de la Cisjordania ocupada arrestados entre el 1 de enero de 2016 y el 31 de diciembre de 2022. De su análisis se desprenden los siguientes datos:
El 75% fue sometido a violencia física.
El 80% fue registrado desnudo.
El 97% fue interrogado sin la presencia de un familiar.
Al 66% no se le informó adecuadamente de sus derechos.
Al 55% se le mostró o se le hizo firmar un papel en hebreo, lengua que la mayoría de los niños palestinos no entienden.
El 59% fueron detenidos por la noche.
Al 86% no se le informó del motivo de su detención.
El 58% fue sometido a abusos verbales, humillaciones o intimidaciones durante o después de su detención.
El 23% fue recluido en régimen de aislamiento con fines de interrogatorio durante un periodo de dos o más días.
Hay miles de historias no contadas de la brutalidad infligida a las y los niños palestinos. Uno de ellos, Ahmad Manasra, fue detenido el 12 de octubre de 2015 a la edad de trece años en la Jerusalén Oriental ocupada, acusado de apuñalar a dos israelíes: Yosef Ben-Shalom, un guardia de seguridad de veinte años, y Naor Shalev Ben-Ezra, un niño de trece años, que sobrevivió al ataque. En un principio, los tribunales israelíes declararon a Ahmad culpable del apuñalamiento, pero luego cambiaron de opinión y dijeron que su primo Hassan Khalid Manasra, de quince años, que murió por disparos en el lugar de los hechos, había apuñalado a los dos israelíes. No había pruebas de la complicidad de Ahmad, pero fue condenado a nueve años y medio de prisión.
Ahmad Manasra, de 21 años, sigue en prisión y lleva meses recluido en régimen de aislamiento. Khulood Badawi, de Amnistía Internacional, declaró a finales de septiembre que Ahmad “fue trasladado a la unidad de salud mental de la prisión de Ayalon tras pasar la mayor parte de dos años en régimen de aislamiento. El Servicio de Prisiones israelí ha solicitado una prórroga del aislamiento de Ahmad por otros seis meses, en descarada violación del derecho internacional. El aislamiento prolongado durante más de 15 días viola la prohibición absoluta de la tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes».
El caso de Ahmad tuvo lugar durante una oleada de lo que se denominaron “ataques con cuchillo”, en los que se acusaba a jóvenes palestinos de abalanzarse contra puestos militares israelíes con cuchillos y luego se les mataba a tiros. En aquel momento, investigué varios de estos ataques y descubrí que se basaban en poco más que la palabra de soldados israelíes. Por ejemplo, el 17 de diciembre de 2015, soldados israelíes del puesto de control de Huwwara mataron a tiros a Abdullah Hussein Ahmad Nasasra, de quince años. Testigos presenciales me dijeron que el muchacho tenía las manos en alto cuando recibió el disparo mortal. Uno de ellos, Nasser, me dijo que no había ningún cuchillo y que “vio cómo mataban al muchacho”. A Kamal Badran Qabalan, conductor de ambulancia, no se le permitió recoger el cadáver. Los israelíes querían controlar el cuerpo y la historia que contarían sobre él.
Otra historia es la de Anas al-Atrash, de veintitrés años, en Hebrón. Anas y su hermano Ismail volvían a casa tras una semana de trabajo en Jericó, con el coche lleno de frutas y verduras. En un puesto de control, Anas salió del coche cuando se lo ordenaron y un soldado israelí lo mató de un disparo. A la mañana siguiente, los medios de comunicación israelíes informaron de que Anas había intentado matar a los soldados israelíes. El periodista Ben Ehrenreich, que informó de la historia con una férrea firme voluntad de verdad, buscó la versión de la familia. Anas no tenía ningún interés en la política, le dijeron. Estudiaba contabilidad y esperaba casarse pronto. Los soldados y los agentes de inteligencia israelíes no dejaban de preguntar a Ismail si su hermano tenía un cuchillo. Sencillamente, no había cuchillo. Anas había sido asesinado a sangre fría. Este es un país salvaje. No tienen vergüenza”, dijo un testigo a Ehrenreich. Se refería a los soldados israelíes.
La gramática de la ocupación israelí consiste en presionar al pueblo palestino hasta que se produce un acto de violencia —un ataque con cuchillo, por ejemplo, o incluso un ataque con cuchillo inventado— y luego utilizar ese suceso como excusa para profundizar el desplazamiento forzado de las y los palestinos con más asentamientos ilegales. Los acontecimientos que han seguido al 7 de octubre mantienen esta lógica. Israel ha utilizado a personas como Anas, Abdullah y Ahmad, y los relatos inventados en torno a sus presuntos delitos, como razón de ser para aumentar la demolición de viviendas palestinas y ampliar los asentamientos ilegales israelíes, acelerando la Nakba Permanente.
Hace diez años conocí a la profesora Nadera Shalhoub-Kevorkian, que enseña en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Shaloub-Kevorkian estudia cómo la ocupación produce una forma cotidiana de victimismo que se extiende desde las calles hasta los espacios más íntimos de las y los palestinos. Su libro de 2015, Security Theology, Surveillance, and the Politics of Fear (‘Teología de la seguridad, vigilancia y política del miedo’) ofrece una visión de la industria del miedo que se produce y reproduce en la violencia cotidiana infligida a las personas palestinas por los colonos y el ejército, incluidas las dificultades a las que se enfrentan los palestinos para dar a luz y enterrar a sus muertos. La profundidad de la violencia y la incertidumbre, escribe Shalhoub-Kevorkian, hace que las mujeres palestinas hablen de “ser ahogadas, asfixiadas o amordazadas” y ha llevado a muchos de sus hijos a perder las ganas de vivir. En Palestina existe un trauma social generalizado o lo que Shalhoub-Kevorkian denomina “sociocidio”: la muerte de la sociedad.
Más de 50 años de ocupación y guerra han creado una extraña dinámica. Tanto el trabajo de Ehrenreich como el de Shalhoub-Kevorkian ofrecen perspectivas de esta locura. Shalhoub-Kevorkian, que vive en Jerusalén, me contó que forma parte de un grupo de mujeres que acompañan cada día a los niños palestinos a la escuela, ya que es demasiado peligroso para ellos enfrentarse solos a la policía y a los colonos, o incluso en compañía de sus familiares y amigos palestinos. “Bikhawfuni!» (‘¡Me dan miedo!’), le dijo una niña, Marah (8 años).
Los niños hacen dibujos en la escuela. Uno de ellos dibujó un payaso, un payaso palestino. Cuando Shalhoub-Kevorkian preguntó al niño (de 9 años) qué era un payaso palestino, este explicó: “Es un payaso palestino. Los payasos de Palestina lloran”.
El poeta Faiz Ahmed Faiz, que se trasladó a Beirut para editar la revista Lotus tras el golpe militar de 1977 en Pakistán, escribió con horror sobre la difícil situación y las luchas del pueblo palestino:
Tere aaqa ne kiya ek Filistin barbaad
Mere zakhmon ne kiye kitne Filistin aabaad.
Sus enemigos destruyeron una Palestina.
Mis heridas poblaron muchas Palestinas.
El poema de Faiz “Canción de cuna para un niño palestino”, escrito durante la invasión israelí del Líbano en 1982, refleja la realidad a la que se enfrentan las y los niños palestinos hoy en día:
No lloren niños.
Su madre acaba de llorar hasta dormirse.
No lloren niños.
Su padre acaba de dejar este mundo de dolor.
No lloren niños,
Su hermano está en una tierra ajena.
Su hermana también está allí.
No lloren niños.
El sol muerto acaba de ser bañado y la luna está enterrada en el patio.
No lloren niños.
Porque si lloran,
Su madre, padre, hermano y hermana
Y el sol y la luna
Los harán llorar cada vez más.
Tal vez si sonríen
volverán un día, disfrazados
para jugar con ustedes.
Cordialmente,
Vijay