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Estimados amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Burkina Faso, en la región del Sahel del continente africano, ha sido duramente golpeado por la pandemia mundial. Las muertes oficiales por COVID-19 son las segundas más altas en África, solo detrás de Argelia. En los últimos dieciséis meses casi 840.000 personas de veinte millones han sido desplazadas por el conflicto y la sequía; solo en marzo, 60.000 personas fueron forzadas a abandonar sus hogares. El año pasado, las Naciones Unidas calcularon que el número de residentes burkineses que tienen escaso acceso a la alimentación era de 680.000; este año la ONU estima que esa cifra aumentará a 2,1 millones. El conflicto sobre los recursos y la ideología ya había ejercido una gran presión sobre la región, donde la catástrofe climática generada por la desecación del Sahel ha producido una grave crisis agraria. No sorprende que Xavier Creach, el coordinador para el Sahel del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) haya dicho recientemente: “Las comunidades locales han demostrado una generosidad notable, pero ya no pueden resistir. Las capacidades nacionales están sobrepasadas. La temporada de escasez que se acerca, junto al conflicto armado y el COVID19, producirá situaciones dramáticas y el desplazamiento masivo de población. El reloj está corriendo, nos queda poco tiempo”.
Cómo se ha deteriorado el mundo. En 1984, el líder marxista de Burkina Faso, Thomas Sankara, fue a las Naciones Unidas y habló sobre la importancia de erradicar el hambre. Dijo que cada persona de su país merece, como mínimo, dos comidas al día y agua limpia. Para ese propósito, el gobierno socialista de Sankara impulsó una agenda de reforma agraria, que incluía la redistribución de la tierra y la reforestación para combatir la desecación. Comenzó el proyecto un village, un bosquet (“una aldea, una arboleda”), que logró la plantación de diez millones de árboles en quince meses. “Debemos producir más”, dijo, sin depender de ayuda extranjera y de la importación de alimentos “porque es natural que quien da de comer también imponga su voluntad”. “Nuestros estómagos se harán escuchar”, dijo Sankara mientras sus políticas erradicaban el hambre en Burkina Faso, según informó Jean Ziegler, ex relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación. Sankara fue asesinado por estas políticas en 1987, y Burkina Faso fue convertido en una ruina del gran sueño de emancipación.
En 1971, la cantante brasilera Zélia Barbosa lanzó su primer álbum Brazil: Songs of Protest (Brasil: Canciones de protesta, traducción libre), en el que hace una versión de una canción de Edu Lobo y Ruy Guerra de 1964 que dice: “sin tener una nación para vivir / sin tener un terreno para plantar / sin tener un amor que cosechar / sin tener una voz libre para cantar / sí, mi padre murió”.
En Brasil y en muchas partes del mundo, la creación de enormes latifundios (ahora empresas agrícolas) ha arrebatado los medios de producción y los mecanismos de sobrevivencia de las manos de cientos de millones de campesinxs. Una vez desposeídxs de la tierra, son forzadxs a vender su fuerza de trabajo a las fábricas industriales y agrarias. Desvinculadxs de sus raíces en el territorio, lxs trabajadorxs agrícolas e industriales del Sur global se convirtieron en fuerza de trabajo móvil, que va del campo a la fábrica y de la fábrica al campo en una búsqueda sin fin de trabajo.
La combinación de dura explotación y hambre por la tierra produjo movimientos políticos en todo el mundo que buscan la reforma agraria y la sindicalización. En Brasil, este devenir condujo a la creación del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en 1984, que ha hecho ocupaciones de tierra, construido campamentos y ha creado una cultura de cooperación y solidaridad, utilizando cooperativas como instrumentos para profundizar la lucha de lxs trabajadorxs agrícolas y lxs pobres sin tierra. Esta lucha ha inspirado a trabajadorxs agrícolas en todo el mundo para reivindicar su derecho a la tierra, desde Argentina a Haití y Zimbabue. Para el MST la lucha tiene sus raíces en la tierra, pero se ha desarrollado más allá políticamente para convertirse en una lucha contra todas las formas de opresión social —como el racismo, el patriarcado y la homofobia— y por una transformación social total. La lucha acompaña desde siempre a lxs afrobrasilerxs, quienes lideraron la batalla contra el sistema esclavista y ahora son parte integral de esta lucha por la tierra y la defensa de la naturaleza. Esa historia de lucha redime a la humanidad de su peor encarnación.
Nuestro dossier nº 27 del Instituto Tricontinental de Investigación Social, Reforma agraria popular y lucha por la tierra en Brasil, explora la larga historia de las luchas por la tierra en el país y ofrece una introducción clara a las ideas y el trabajo del MST. La segunda parte del dossier describe la vida y el trabajo en Conquista na Fronteira, un campamento que funciona hace treinta años en el municipio de Dionísio Cerqueira del estado de Santa Catarina. Irma Brunetto, quien ha vivido en el campamento desde su origen, nos guía para conocer cómo está organizado, quiénes viven allí, cómo cultivan la tierra cooperativamente, cómo estudian lxs niñxs y cómo abordan la salud. “En una sociedad tan individualista como la nuestra, nosotrxs nadamos contra la corriente”, dice Irma. Ella sabe que el método de las cooperativas es necesario para un planeta destrozado por el conflicto y el hambre, por el fracaso del orden burgués.
La Oxfam y las Naciones Unidas publicaron un estudio el 8 de abril que muestra que hay posibilidades de una contracción del 20% en el ingreso o el consumo debido al COVID-19. Esto significa que probablemente entre 420 y 580 millones de personas quedarán sumidas en la pobreza. Esta sería la primera vez en treinta años que aumentan las cifras de personas en situación de pobreza, y la primera vez que el aumento sucede tan rápidamente. El impacto en las zonas rurales será muy duro. El orden burgués no tiene respuesta ante el sufrimiento; en claro contraste, organizaciones como el MST, enraizadas en el horizonte socialista, ya han estado experimentado para el futuro.
João Pedro Stédile es miembro de la dirección nacional del MST. Conversé con él esta semana sobre cómo Brasil está lidiando con el CoronaShock y sobre la necesidad urgente de una reforma agraria.
¿Cuál es tu visión sobre por qué la clase dominante en Brasil se niega a hacerse cargo del hambre de tierra en el país?
Brasil es el país con la mayor concentración de tierra en el mundo. Esto tiene sus raíces en nuestro pasado colonial. Durante 400 años la tierra era propiedad de la monarquía, que dependía del trabajo de esclavxs, indígenas y africanxs. Nuestra clase dominante todavía está esencialmente basada en la esclavitud, considera a lxs trabajadorxs como meros objetos a ser explotados.
Perdimos la oportunidad de implementar una reforma agraria cuando la esclavitud fue abolida en 1888, como ocurrió en países como Estados Unidos, Haití y otras naciones latinoamericanas. Luego perdimos la oportunidad cuando entramos al capitalismo industrial en el siglo XX y no construimos un mercado para el consumo doméstico. Una vez más perdimos la oportunidad en los años 60, cuando hasta el gobierno de Kennedy en EE.UU. —asustado por la Revolución cubana— defendió la reforma agraria como una forma de contener el avance de las revoluciones en el continente.
En Brasil, el poder económico y la clase dominante están constituidos por grandes terratenientes, el capital industrial, bancos y empresas agrícolas transnacionales, actores que se unen y actúan en conjunto y que prefieren un modelo concentrado en el agronegocio por sobre uno que permita la reforma agraria.
¿Está Brasil listo para un nuevo proyecto histórico contra el impasse del neofascismo? ¿Hará mella en el neofascismo la respuesta decadente de Bolsonaro al coronavirus?
La sociedad brasilera está inmersa en la mayor crisis de su historia. Desde 2014 hemos estado en una profunda crisis económica que generó una crisis social con desempleo, precarización y una mayor dependencia al capital financiero. Luego esto se transformó en una crisis política con el golpe contra Dilma, seguido de la elección de un gobierno neofascista.
El brote de coronavirus ha profundizado esta crisis en todo sentido, lo que ha empeorado desde una perspectiva social, ya que —como vemos en otros países— el único modo en que podemos enfrentar el virus es con un gobierno fuerte, con organizaciones populares y liderazgo en la primera línea.
El gobierno de Bolsonaro es completamente lo opuesto a esto, pues representa apenas a un 8% de seguidores fanáticos, neofascistas, pentecostales y al lumpen burgués. Creo que el coronavirus nos va a ayudar a crear conciencia en la gente y a dividir a la burguesía y la clase media, y que, cuando volvamos a las calles, derrocaremos al gobierno fascista.
El gobierno neofascista está desmoralizado. Se ha dedicado simplemente a seguir la ideología del gobierno de Trump; ambos están en el mismo barco que naufraga. El imperio de Estados Unidos también será derrotado por esta crisis.
¿Qué hará que la población no rural acepte la necesidad de una reforma agraria?
La crisis económica, social, política y del coronavirus nos está ayudando a mostrar a la población general —85% de la cual vive en las ciudades— que necesitamos organizar un nuevo modelo económico antineoliberal y antiimperialista. Esperamos poder construir nuevos paradigmas de organización social.
Uno de estos paradigmas es que, para asegurar la salud de toda la población, necesitamos tener alimentos saludables. Solo lxs pequeñxs campesinxs pueden producir alimentos sanos. El agronegocio no produce alimentación sana, produce mercancías y está exclusivamente interesado en las ganancias. Eso es antisocial.
En el futuro cercano tendremos mejores condiciones para explicar a la gente que la nueva reforma agraria no solo redistribuirá los grandes latifundios para dar trabajo al campesinado. Este nuevo tipo de reforma agraria está basada en nuevos paradigmas: producir alimentos saludables para todxs basándose en un modelo agroecológico que esté en armonía con la naturaleza, que proteja el agua y luche contra las desigualdades y crisis medioambientales como el cambio climático.
Esta nueva reforma agraria también producirá alimentos utilizando el conocimiento científico y agroindustrial para sostener nuestra soberanía alimentaria. En otras palabras, cada región o territorio producirá su propia comida, evitando depender del comercio internacional con las empresas transnacionales. Solo mantendremos el comercio internacional con los excedentes que quedan después de asegurar que todos nuestros pueblos estén alimentados. Valoraremos la cocina local y la cultura popular. Garantizaremos el acceso a la educación de toda la población, incluyendo a la que vive en el campo. Esta reforma agraria popular beneficiará no solo al campesinado, sino a toda la población, que actualmente en su mayoría vive en ciudades.
Esa es la agenda que mira hacia delante y no sumerge la ansiedad humana en el odio.
De esa visión del mundo, el poeta y líder del MST, Ademar Bogo, nos ofrece este hermoso poema, Es tiempo de cosechar:
Hay momentos en la historia
en que todas las victorias
parecen huir de la gente.
Pero vence quien no se desanima
y busca en su autoestima
la fuerza para ser persistente.El tiempo pasa lento, pero también pasa
con él la gloria del emperador
Quien tiene las manos para construir
tendrá que levantarse y decidir
el día que enterrar el dolor.Y erguirse en todos los lugares
para decir que es hora de cosechar
todo lo que se plantó.
La gente es como el agua del mar
incluso moviéndose lento
muestra en su balanceo
que nunca se doblegó.
Regamos el desierto de la conciencia
y un nuevo ser nació
es hora de ir adelante compañero
eres el guerrillero que la historia nos dio.Regamos el desierto de la conciencia
y un nuevo ser nació
es hora de ir adelante compañera
eres la guerrillera que la historia nos dio.
Es tiempo de desechar las jerarquías y las miserias que hemos heredado del pasado y construir las posibles y necesarias utopías del futuro. Este futuro necesita ser cultivado.
Cordialmente, Vijay.