Estimados amigos y amigas
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) dice que el Gran Confinamiento, que no tiene fecha de término, podría fácilmente llevar a una pérdida de 9 billones de dólares en el Producto Interno Bruto mundial durante la totalidad de 2020 y 2021, una cifra mayor que las economías de Japón y Alemania combinadas. La directora general del FMI, Kristalina Georieva, admite que este escenario “puede ser una imagen más optimista que lo que la realidad produzca”.
Hay llamados dentro de Europa para la mutualizar la deuda, hay llamados a nivel mundial para hacer moratorias de deuda, y hay llamados para que el FMI emita billones de dólares en Derechos Especiales de Giros (DEG). Pero los viejos hábitos no mueren. Alemania y Holanda no quieren rescatar a las economías del sur de Europa, mientras el Tesoro de EE.UU. y los acreedores no están interesados en el alivio de la deuda ni en la emisión de DEG. De hecho, en medio de la catastrófica pandemia, el gobierno estadounidense decidió suspender su contribución financiera a la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Actualmente hay más de dos millones de personas infectadas por el SARS-CoV-2 alrededor del mundo, las muertes van en aumento y hay una sensación general de abatimiento cayendo como pesada nieve invernal sobre nuestra capacidad humana de optimismo.
Pero luego hay destellos de esperanza, principalmente provenientes de partes del mundo comprometidas con el socialismo. A fines de enero, cuando la mayoría del mundo era displicente con las noticias de Wuhan (China), el primer ministro de Vietnam, Nguyễn Xuân Phúc, conformó un equipo y comenzó a crear medidas para evitar la propagación del virus. “Luchar contra la epidemia es luchar contra el enemigo”, dijo en ese momento. El gobierno de Vietnam comenzó a rastrear a quienes podían estar infectados, testear a sus contactos, poner en cuarentena a cualquiera que haya interactuado con ellos, y a traer a toda la comunidad médica —incluyendo doctorxs y enfermerxs retiradxs— a lidiar con la emergencia. La Academia Médica Militar de Vietnam y la Corporación Viet A desarrollaron un kit de prueba a bajo costo basándose en las directrices de la OMS, lo que permitió que el país comenzara a testear a las personas con síntomas. Fue crucial el énfasis del gobierno en prevenir a la población de caer en la xenofobia. El Instituto Nacional de Seguridad y Salud Ocupacional de Vietnam realizó una campaña inteligente de información pública sobre el virus y las medidas básicas de higiene, que incluía una canción y un video que luego dieron lugar a numerosos imitadores.
Hasta ahora no ha habido muertes por COVID-19 en Vietnam.
La semana pasada, Vietnam envió 450.000 trajes de protección a Estados Unidos y 750.000 mascarillas a Francia, Alemania, Italia, España, Reino Unido y Estados Unidos. La memoria reciente recuerda que Estados Unidos, con la ayuda de sus aliados europeos, arrojó siete millones y medio de toneladas de explosivos, incluyendo armas químicas (napalm y Agente Naranja), que devastaron la sociedad vietnamita y envenenaron sus tierras agrícolas por generaciones; esto es 100 veces mayor que el poder de las bombas atómicas que EE.UU. lanzó sobre Japón. Aun así, es el gobierno y el pueblo de Vietnam el que ha usado la ciencia y la acción pública para frenar el virus y el que solidariamente envió equipamiento a Estados Unidos, donde la ausencia de ciencia y acción pública ha paralizado a la sociedad.
Hace cien años, en 1918-19, una pandemia de influenza arrasó el mundo, viajando en los barcos que trasladaban tropas desde y hacia los frentes de batalla de Europa en medio de la Primera Guerra Mundial. Al menos cincuenta millones de personas fallecieron en lo que erróneamente se denominó la “gripe española” (el virus fue detectado por primera vez en Kansas, EE.UU, en marzo de 1918). Esta influenza siguió a otra pandemia —la de 1889-90— cuya veloz propagación ha sido atribuida al rápido movimiento humano por los medios de transporte a vapor en mar y tierra. Mientras que la influenza de 1889-90 mató principalmente a niñxs y personas mayores, la de 1918-19 también mató a adultos jóvenes, por razones que aún no se explican del todo.
Las tropas que, en palabras del poeta Isaac Rosenberg, “Drenaron la miel salvaje de su juventud” en el barro, los piojos y el gas mostaza de las espantosas trincheras, ahora tenían que enfrentar la infecciosa gripe en casa. Al terminar la guerra, los países beligerantes conformaron la Liga de las Naciones, la que creó la Comisión del Tifus, que rápidamente cambió su nombre por el de Comisión de Epidemias. La enfermedad era prima cercana de la guerra, con una serie de enfermedades —como el tifus, la fiebre tifoidea, la disentería, el cólera, la viruela y la influenza— brotando entre los soldados desmovilizados. La Comisión de Epidemias visitó Polonia, donde recomendó el establecimiento de un cordón sanitario para prevenir que las enfermedades siguieran propagándose y trabajó junto al gobierno para crear hospitales de emergencia. Fue esta comisión la que fue transformada en la Organización de la Salud de la Liga y, tras la Segunda Guerra Mundial, en la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La joven República Soviética, establecida después de la Revolución de Octubre de 1917, enfrentó la furia de lo que se conocía como ispanskaya bolezn, o la “enfermedad española”. A fines de 1918, lxs soviéticxs registraron 150 casos semanales, aunque no era un problema tan grande como el tifus, que llevaba a los hospitales a 1000 casos a la semana. Fue por el tifus —causado por los piojos— que Lenin dijo: “O el socialismo derrotará al piojo, o el piojo derrotará al socialismo”. La joven República Soviética heredó un sistema de salud destruido y una población pobre y con mala salud; la guerra civil, las enfermedades y la hambruna amenazaron con el colapso total de la sociedad. Fue a la luz de esta situación que lxs soviéticxs realizaron rápidamente varias acciones clave:
Crear un comisariado de salud pública. El 21 de julio de 1918, la República Soviética centralizó diversas agencias de salud y puso a cargo a Nikolai Semashko. Ésta fue la primera institución de este tipo en el mundo (en comparación, EE.UU. no creó un Departamento de Salud hasta 1953). El Comisariado estaba encargado de asegurar que la asistencia sanitaria fuera un derecho y no un privilegio; por lo tanto, la atención médica debía ser gratuita.
Expandir y democratizar el sector de la salud. La República Soviética rápidamente construyó hospitales y policlínicos, entrenó a doctorxs y a expertxs en salud pública, y expandió las escuelas de medicina y los institutos bacteriológicos. El Dr. E. P. Pervykhin, comisario de Salud Pública de la Comuna de Petrogrado, dijo en 1920: “Se han erigido nuevas fábricas de medicamentos, y se han confiscado grandes cantidades de los especuladores de medicamentos”. El ánimo de lucro fue eliminado del sector de la salud.
Movilizar a la población. La atención sanitaria no puede ser dejada exclusivamente en manos de médicxs y enfermerxs. Semashko sostuvo que había que movilizar a trabajadorxs y campesinxs en la lucha por construir una sociedad sana. Los Comités de Trabajadores para Combatir las Epidemias fueron establecidos en 1918 en ciudades y pueblos. Lxs representantes de esos comités —ellxs mismxs trabajadorxs y campesinxs— difundieron información científica sobre salud e higiene, aseguraron que los baños públicos (banyas) estuvieran limpios, y monitorearon a sus comunidades para asegurar que cualquier señal de enfermedad fuera atendida por profesionales médicos. En 1920, Semashko escribió: “Podríamos decir sin exagerar que las epidemias de tifus y cólera fueron detenidas gracias a la labor de los comités de trabajadores y campesinos”. La acción pública fue una parte integral del sistema sanitario soviético.
Fortalecer las medidas preventivas. Lxs funcionarixs de la salud pública soviética creían que había que destinar más recursos a la prevención, ya sea a la educación en salud pública o al mejoramiento de las condiciones de vida de lxs trabajadorxs y campesinxs. El Dr. Pervukhin le dijo a un periodista noruego en 1920 que en la República Soviética “todas las viviendas están nacionalizadas, así que ya nadie vive en sectores peligrosos para la salud como sucedía en el antiguo régimen. Por medio de nuestro monopolio de granos, los alimentos están asegurados en primer lugar para los enfermos y necesitados”. Mejores condiciones de vida y una atención médica más frecuente podrían detener la propagación de enfermedades.
No sorprende, entonces, que el Dr. Pervukhin haya dicho que “Superamos la gripe española mejor que el mundo occidental”. Leer estos textos arroja una luz familiar sobre el modo en que Vietnam, Kerala, China y Cuba están enfrentando la pandemia de coronavirus actualmente. Destaca la brecha entre el orden socialista y el orden capitalista, uno con la disposición de poner a las personas antes que el capital, y el otro atado al mástil de las ganancias. El magnífico artículo de Jessica Lussenhop sobre cómo la planta de cerdos de Smithfield en Dakota del Sur (EE.UU.) se negó a cerrar cuando se produjeron múltiples casos de COVID-19 en su línea de producción, presionando en cambio a lxs trabajadorxs que tenían pocas opciones más que seguir yendo al trabajo, nos dice algo sobre las compulsiones del orden capitalista ante una pandemia. Tim, uno de los trabajadores de Smithfield, dijo que debía seguir trabajando porque “Tengo cuatro hijos a los que cuidar. Ese ingreso es lo que pone un techo sobre mi cabeza, con COVID-19 o no”.
El miércoles 22 de abril fue el aniversario nº 150 del nacimiento de Lenin. El Instituto de Investigación Tricontinental, junto con tres editoriales (LeftWord Books en India, Expressão Popular en Brasil, y Batalla de Ideas en Argentina), lanzó un libro gratuito en línea para conmemorar su natalicio. Disponible en inglés, portugués y español, el libro incluye el ensayo de 1913 de Lenin sobre Marx, el poema épico de Mayakovsky de 1924 sobre Lenin, y un breve ensayo que escribí sobre la teoría y la praxis de Lenin.
El 24 de marzo, el poeta keniano Ngũgĩ wa Thiong’o escribió un poema llamado “Amanecer de la oscuridad” (traducción libre); fue escrito en respuesta a su vecina Janet DiVinceno, a las propuestas de Mukoma wa Ngugi (Universidad de Cornell) y a Naveen Kishore (Seagull Books, Calcuta, India). Tras unos días compartió el poema, un regalo para todxs nosotrxs.
Ya sé, ya sé,
Amenaza los gestos comunes de los vínculos humanos
El apretón de manos,
El abrazo
Los hombros que nos entregamos para llorar
La vecindad que damos por sentado
Tanto que a menudo golpeamos nuestro pecho
Cacareando sobre el duro individualismo,
Desdeñando la naturaleza, incluso meando veneno en ella, mientras
Afirmamos que la propiedad tiene todos los derechos legales de las personas
Murmuramos agradecimiento por nuestras acciones en los dioses del capital.
Oh, cómo me gustaría poder escribir poesía en inglés,
O en cualquier idioma que hables
Para poder compartir contigo las palabras que
Wanjikũ, mi madre Gĩkũyũ, solía decirme:
Gũtirĩ ũtukũ ũtakĩa:
Ninguna noche es tan oscura que
No termine con el amanecer,
O simplemente:
Toda noche termina al amanecer.
Gũtirĩ ũtukũ ũtakĩa.
Esta oscuridad también pasará
Nos reuniremos de nuevo y de nuevo
Y hablaremos de la Oscuridad y el Amanecer
Cantaremos y nos reiremos, quizás hasta nos abracemos
La naturaleza y los cuidados envueltos en un abrazo verde
Celebrando cada pulsación de un ser común
Redescubierto y apreciado de verdad
A la luz de la Oscuridad y del nuevo Amanecer.
Esta oscuridad también pasará. La luz que nos recibirá no va a ser, como dice Ngugi, la luz vieja, sino un nuevo amanecer.
Cordialmente, Vijay.