Estimados amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Se ha mencionado muy poco el hecho de que países como Laos y Vietnam han sido capaces de manejar el coronavirus: no hay muertes confirmadas por covid-19 en ninguno de los dos países. Ambos Estados del Sudeste asiático tienen fronteras con China, donde el virus se detectó por primera vez en diciembre de 2019, y ambos tienen prósperas relaciones y comercio con China. India está separada de China por las enormes montañas del Himalaya, mientras Brasil y Estados Unidos tienen dos océanos entre ellos y Asia; sin embargo, son EE. UU., Brasil e India los que tienen cifras impactantes de personas infectadas y fallecidas. ¿A qué se debe la capacidad de países relativamente pobres como Laos y Vietnam para intentar romper la cadena de esta infección, mientras que los Estados más ricos —en particular los Estados Unidos de América— se han hundido?
Para poder responder mejor esa compleja pregunta, nuestro equipo del Instituto Tricontinental de Investigación Social ha estado estudiando el modo en que gobiernos de lugares como Laos y Vietnam han abordado la rápida propagación del coronavirus. Analizamos las experiencias de tres países (Cuba, Venezuela y Vietnam) y un estado de India (Kerala), y publicamos esas investigaciones en Coronashock y socialismo, el tercer estudio de nuestra serie sobre el coronashock. En esta investigación, nos quedó claro que hay cuatro diferencias principales entre la respuesta que dieron a la covid-19 los países con gobiernos socialistas y la de países del orden capitalista:
Ciencia versus alucinaciones. En el momento en que la comunidad científica y médica china anunció el 20 de enero de 2020 que el coronavirus se podía transmitir entre seres humanos, los gobiernos socialistas pasaron a la acción para monitorear puertas de entrada y para testear y rastrear a grandes sectores de la población. Establecieron fuerzas de trabajo y procedimientos para asegurar de inmediato que la infección no se iba a salir de control entre sus pueblos. No esperaron a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara pandemia mundial el 11 de marzo.
Esto contrasta fuertemente con los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, India y otros Estados capitalistas, en los que ha primado una actitud alucinatoria hacia el gobierno chino y la OMS. No hay comparación entre la actitud del primer ministro de Vietnam, Nguyễn Xuân Phúc, y el presidente de EE. UU., Donald Trump: el primero tuvo una actitud prudente y basada en la ciencia, mientras el último se ha reído constantemente del coronavirus como si fuese un simple resfriado, hasta una fecha tan reciente como el 24 de junio.
Internacionalismo versus jingoísmo y racismo. Trump y Bolsonaro parecen ocupar menos tiempo en prepararse para enfrentar al virus y más tiempo culpando a China, así como parecen estar más preocupados de desviar la atención de su propia incompetencia que de cuidar de las personas. Es por esa razón que el director general de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, hizo un llamado a “la solidaridad, no al estigma”. El jingoísmo y el racismo no pudieron sacar a Estados Unidos o Brasil de la avalancha de la pandemia, ambos países se encontraron rápidamente hundidos en una crisis gravísima.
Mientras tanto, fue Vietnam —un país pobre, cuyos habitantes aún recuerdan el bombardeo estadounidense con armas de destrucción masiva— el que envió equipamiento de protección a Washington, y fueron los grupos médicos de China y Cuba quienes fueron por el mundo ofreciendo su ayuda en la lucha contra la covid-19. No se han visto equipos médicos de Estados Unidos, Reino Unido, Brasil o India en ninguna parte. Marinandolo todo en racismo, los líderes peligrosamente incompetentes de esos Estados intentaron hipnotizar a sus pueblos para fomentar la despreocupación. El precio que está pagando la población es muy alto. Es por esa razón que la escritora Arundhati Roy hizo un llamado para que un tribunal investigue a los gobiernos de Trump, Modi y Bolsonaro por lo que califica como “crímenes contra la humanidad”.
El sector público versus el sector con fines de lucro. El término “aplanar la curva” es una rendición ante la realidad de Estados que han privatizado la atención sanitaria y han reducido su sistema de salud pública, que no pueden hacer frente a la pandemia. Como mostramos en nuestro dossier 29 (junio de 2020), La salud es una elección política, el ataque a los sistemas públicos de salud llevó a la OMS a advertir sobre los peligros de que surja cualquier pandemia en países que han aceptado el mandato neoliberal de privatizar la prestación de servicios de salud.
Países como Vietnam y Cuba fueron capaces de sostenerse en sus sistemas públicos de salud y en su sector público para producir lo que fuera necesario para combatir el virus, desde equipos de protección hasta fármacos. Es por esta razón que Vietnam —un país pobre— pudo enviar a Estados Unidos —un país rico— medio millón de unidades de equipos de protección.
Acción pública versus atomización y parálisis de la población. Kerala, un estado de 35 millones de personas, vio a sus muchas organizaciones de masas de jóvenes y mujeres, trabajadorxs y campesinxs, así como a sus muchas cooperativas, involucrarse directamente en el proceso de romper la cadena de contagio y entregar ayuda a la población. La cooperativa Kudumbashree —compuesta por 4,5 millones de mujeres— produjo mascarillas y desinfectante de manos en enormes cantidades, mientras los sindicatos construyeron lavabos en las estaciones de buses. Este tipo de acción pública fue evidente en todo el mundo socialista, desde los Comités de Defensa de la Revolución en Cuba, que se movilizaron para elaborar mascarillas y apoyar campañas sanitarias, hasta las cocinas comunitarias y los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) de Venezuela, que expandieron la entrega de alimentos para asegurar que las personas puedan cubrir sus necesidades nutricionales.
Este nivel de acción pública simplemente no está disponible en los países de capitalismo avanzado, donde las organizaciones de masas han sido atadas y la acción voluntaria se ha profesionalizado en organizaciones sin fines de lucro. Es irónico que en estas grandes democracias la población se ha atomizado y ha llegado a depender de la acción del Estado, que permanece decididamente ausente.
Es por esas razones que Laos y Vietnam no han tenido muertes, y que Cuba y Kerala han logrado mantener bajas las tasas de infección. Si no fuera por las personas contagiadas en los países vecinos de Venezuela (Brasil y Colombia), sumidos en políticas neoliberales, esas cifras serían aún más bajas, aunque el total actual de muertes por covid-19 en el país palidece frente a las 72.151 de Brasil, 137.000 de EE. UU. y 5.307 de Colombia. Vale la pena notar que, a pesar de las grandes diferencias en las cifras, el presidente Maduro insiste no solo en la gravedad de la enfermedad misma sino en el valor de cada una de las 89 vidas perdidas.
Pero países como Laos, Vietnam, Cuba y Venezuela enfrentan enormes desafíos, a pesar de que han logrado contener en gran medida el virus. Cuba y Venezuela siguen amenazados por un cruel programa de sanciones establecido por Estados Unidos: no pueden acceder fácilmente a insumos médicos o pagar por ellos de forma sencilla.
Un funcionario oficial de Laos me dijo: “Derrotamos la crisis del virus. Ahora vamos a ser derrotados por la crisis de la deuda, que nosotros no creamos”. Este mismo año, Laos tendrá que pagar 900 millones de dólares por el servicio de su deuda externa, cuando sus reservas totales de divisas ascienden a menos de 1.000 millones de dólares. La recesión del coronavirus, en ausencia de una cancelación universal de la deuda, ha producido un gran desafío para estos gobiernos socialistas que han logrado controlar la pandemia con valentía. El llamado a la cancelación de la deuda en este contexto es un asunto de vida o muerte. Por eso es una parte central del Programa de diez puntos para el Sur Global post covid-19.
Con razón, mi mente se dirige hacia poetas y militantes de épocas anteriores que han luchado por producir humanidad en el mundo. Dos poetas iraníes vienen a mi mente, ambxs asesinadxs por la dictadura del Shah: Forough Farrokhzad (1934-1967) y Khosrow Golsorkhi (1944-1974). El maravilloso poema de Farrokhzad, Alguien que no es como nadie, insta la llegada de alguien que venga y “distribuya el pan”, “distribuya el jarabe para la tosferina” y “distribuya los números de admisión del hospital”. Ella murió en un accidente de auto, en circunstancias misteriosas.
Golsorkhi fue acusado de conspirar para asesinar al hijo del Shah. Durante su juicio, dijo: “Como marxista, me dirijo al pueblo y a la historia. Mientras más me ataquen, más lejos estaré de ustedes y más cerca estoy del pueblo. Incluso si me entierran —y ciertamente lo harán— el pueblo hará banderas y canciones con mi cadáver”. Dejó a su paso muchas canciones queridas, incluyendo una que le da el título a este boletín y que es una exhortación contra la incertidumbre de nuestros tiempos:
¡Debemos amarnos unos a otros!
Debemos rugir como el mar Caspio
incluso si nuestros llantos no son escuchados
debemos reunirlos.
Cada latido debe ser nuestra canción
el rojo de la sangre, nuestro estandarte
nuestros corazones, el estandarte y la canción.
Cordialmente, Vijay.