Estimados amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
La locura envuelve al planeta. Cientos de millones de personas están en cuarentena en sus hogares, millones de personas que trabajan en labores esenciales —o que no pueden costear quedarse en sus casas sin ayuda del Estado— continúan yendo a trabajar, miles de personas yacen en camas de tratamiento intensivo atendidas por decenas de miles de profesionales médicos y cuidadorxs que enfrentan la escasez de equipamiento y tiempo. Pequeños sectores de la población —los multimillonarios— creen que pueden aislarse en sus enclaves, pero el virus no conoce las fronteras. La pandemia mundial impulsada por las variantes del virus SARS-CoV-2 nos tiene atadxs; incluso cuando China parece haber bajado la curva de infecciones, los gráficos para el resto del mundo son gravísimos: la luz al final del túnel es más tenue que nunca.
Gobiernos incompetentes y desalmados dejan caer el peso sobre la sociedad sin ninguna planificación o preocupación por quienes tienen menos recursos. Una cosa es que la elite o la clase media se quede en su hogar, trabajando mientras usa internet y se las arregla para enseñar a sus hijxs desde la casa; y otra muy distinta es la realidad de miles de millones de trabajadorxs migrantes y jornalerxs, personas que viven al día o que no tienen casa. Confinamiento, cuarentena, distanciamiento social, esas palabras no significan nada para miles de millones de personas que trabajan duro diariamente para la reproducción social del mundo y para producir millones de mercancías. Ellxs no se han beneficiado de su trabajo, pero ciertamente han enriquecido a unos pocos que ahora se esconden con su riqueza tras las cortinas, temerosos de la realidad que los hizo ricos.
La “Carta a lxs francesxs desde el futuro” (traducción libre) (Libération, 18 de marzo), de la autora italiana Francesca Melandri, dice: “La clase hará toda la diferencia. Estar confinado en una casa con un patio bonito no es lo mismo que vivir en un proyecto habitacional hacinado. Ni es lo mismo poder trabajar desde la casa que ver desaparecer tu trabajo. El bote en el que navegarás para vencer la epidemia no se verá igual al de todos ni es efectivamente el mismo para todos: nunca lo fue”. Su juicio se asemeja al de OluTimehin Adegbeye, quien observa a los seis millones de trabajadorxs jornalerxs en su ciudad natal de Lagos (Nigeria). Si sobreviven el coronavirus, probablemente morirán de hambre. Entre esas personas, las que corren más riesgo son mujeres y niñas, quienes cuidan a lxs enfermxs en sus familias y, como el personal médico, es probable que se contagien en grandes cantidades. En Sudáfrica, el Estado está amenazando con desalojar a lxs trabajadorxs de sus favelas y campamentos, argumentando que deben dispersar esas zonas congestionadas. Axolile Notywala de Ndifuna Ukwazi en Ciudad del Cabo dice: “Desdensificación es solo una palabra sofisticada para decir desalojo forzado”. Eso es lo que está sucediendo con la clase trabajadora mundial en este CoronaShock.
El panorama de las desigualdades se condensa en el terminal de buses Anand Vihar en Delhi (India), donde miles de trabajadorxs de fábricas y servicios permanecieron mejilla con mejilla mientras el país se cerraba. P. Sainath, uno de nuestros miembros principales, escribe que “el único medio de transporte disponible ahora” para la clase trabajadora “son sus propios pies”. Algunxs están viajando a casa en bicicletas. Muchxs se encuentran varadxs a medio camino cuando los trenes, buses y vans dejan de funcionar. Da miedo el infierno que se puede desatar si esto se intensifica. Imaginen grandes grupos caminando a casa, desde ciudades en Gujarat hacia aldeas en Rajasthan; desde Hyderabad hacia pueblos lejanos en Telangana y Andhra Pradesh; desde Delhi a zonas de Uttar Pradesh, incluso Bihar; desde Bombay hacia quién sabe qué destinos. Si no reciben ayuda, el acceso cada vez más escaso a alimentación y agua puede provocar una catástrofe. Podrían caer por enfermedades antiguas como diarrea, cólera y otras.
Neeraj Kumar, de 30 años, trabaja en una fábrica de telas, donde a lxs trabajadorxs se les paga a destajo. “No nos queda más dinero”, le dijo a The Wire. “Tengo dos hijxs. ¿Qué haré? Vivimos en un lugar que alquilamos y no nos queda dinero ni comida”. Él deberá ir a Budaun, a doscientos kilómetros. Mukesh Kumar es de Madhubani (Bihar) y enfrenta un viaje de más de 1.150 kilómetros. Trabajaba en una tienda de comida, donde solía recibir alimentos como parte de su salario. Pero la tienda cerró. “No me queda dinero”, dijo. “No tengo a nadie aquí que me pueda cuidar si me contagio. Así que me voy”.
La oficina de Delhi del Instituto Tricontinental de Investigación Social hizo una encuesta a trabajadorxs de la industria de la confección, que en su mayoría no tienen trabajos permanentes. “Estamos aquí por trabajo”, nos dijo uno de ellxs. “Dejamos a nuestras familias en nuestros pueblos. Tratamos de trabajar lo más posible para tener un poco más de ingresos para poder alimentar y mantener a nuestras familias”. Tres cuartos de lxs trabajadorxs que entrevistamos dijeron que son el único miembro asalariado de sus familias. La crisis agraria ha mermado la capacidad para obtener ingresos de sus familias, que dependen en las remesas de estxs trabajadorxs migrantes, aunque ellxs mismxs realizan trabajo no pagado para la reproducción social de la vida familiar en el pueblo. Ahora son esxs trabajadorxs —sin ayuda del Estado— quienes vuelven a casa, algunxs portando el coronavirus, de regreso al corazón de la crisis agraria.
Umesh Yadav, del Instituto Tricontinental de Investigación Social, escribió sobre esas masas de trabajadorxs que dejan Delhi: “Estxs trabajadorxs migrantes no cayeron repentinamente del cielo. Han existido en las periferias de las ciudades, en los guetos y los barrios pobres; son deliberadamente invisibilizados por la elite”. Una repentina muestra de compasión por ellxs mientras forman largas filas en los caminos que dejan la ciudad no es suficiente; debemos luchar contra el sistema que lxs usa, lxs mantiene apenas vivxs, y luego se deshace de ellxs, y poner otro sistema en su lugar. Esta horrible desigualdad social produce enorme dolor y rabia entre lxs condenadxs de la tierra.
¿Qué sucede cuando el gobierno le dice a trescientos millones de trabajadorxs casuales que se queden en casa por tres semanas después de hacer su largo éxodo? Se trata de trabajadorxs a quienes nunca se les ha pagado lo suficiente para poder ahorrar, y que tienen pocos recursos para mantenerse durante este periodo. Es fundamental que los gobiernos organicen la entrega de comida a través de sistemas públicos de distribución y de comedores gratuitos (como lo señala Subin Dennis, del Instituto Tricontinental). Sin esos programas, la pandemia mundial producirá una masificación del hambre. También puede que conduzca a una profundización de la crisis en el campo, ya que es posible que los cultivos de invierno (rabi) como la mostaza, las legumbres, el arroz y el trigo no logren ser cosechados adecuadamente, debido a la escasez de mano de obra provocada por la cuarentena. Una falla en los cultivos de invierno en India podría significar un cataclismo.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que al menos 25 millones de personas en todo el mundo perderán su trabajo debido al coronavirus, y que se perderán ingresos de un valor de unos 3,4 billones de dólares. Sin embargo, como dijo correctamente el director general de la OIT, Guy Ryder, “Ya está quedando claro que esas cifras pueden subestimar la magnitud del impacto”. Ya hay 71 millones de personas desplazadas antes del CoronaShock (una persona desplazada cada dos segundos). Las cifras son extremadamente difíciles de estimar. ¿Cuántas personas perderán todo, sin que les llegue ninguno de esos “paquetes de estímulo”? Las enormes inyecciones de billones de dólares van desde los bancos centrales hacia las arcas de las instituciones financieras, las grandes empresas y los multimillonarios. Por algún milagro, el dinero que cae del cielo se queda atascado en las mansiones. Ninguna de los cientos de millones de personas que verán sus vidas destrozadas podrá conseguir algo de ese dinero, no les llegará nada.
Kaifi Azmi (1919-2002), cuyos versos se internan en la tierra del campesinado y lxs trabajadorxs indixs, escribió un poema sublime llamado Makaan (Casa), una canción de lxs trabajadorxs de la construcción:
Una vez que se construyó el palacio, contrataron a un guardia para mantenernos fuera.
Nosotros dormimos en la tierra, con el sonido de nuestro oficio;
El latido de nuestro corazón palpitaba exhausto,
Cargando la imagen del palacio que construimos en nuestros ojos bien cerrados.
El día aún se derrite en nuestras cabezas como antes,
La noche perfora nuestros ojos con flechas negras,
Un aire caliente sopla esta noche.
Será imposible dormir en el pavimento.
¡Levántense todos! Yo me levantaré también. Y tú. Y tú también.
Para que se pueda abrir una ventana en estos mismos muros.
Kerala —el estado indio gobernado por el Frente Democrático de Izquierda— es una ventana en el abominable muro. El gobierno está abriendo miles de campamentos para trabajadorxs migrantxs que necesitan alojamiento en Kerala. Hasta el 28 de marzo, 144.145 trabajadorxs habían sido alojadxs en 4.603 campamentos, y se estaban abriendo más campamentos. El gobierno también está construyendo campamentos para personas sin casa e indigentes (hasta ahora se han abierto 44 campamentos, en los que se quedan 2.569 personas). El estado ha abierto cocinas comunitarias en todo el territorio para entregar comidas calientes. A quienes no pueden ir a las cocinas se les lleva comida a la casa.
Por favor, rompan muros y construyan ventanas.
Cordialmente, Vijay.