Estimados amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
La noche anterior al Día de los Libros Rojos, el 21 de febrero de 2020, en el Estado indio de Tamil Nadu, N. Sankaraiah —uno de los treinta y dos fundadores del Partido Comunista de India (Marxista)— leyó la nueva traducción al tamil del Manifiesto comunista de M. Sivalingam. El compañero Sankaraiah, de 98 años, dijo que había leído el Manifiesto por primera vez a los 18 años. A lo largo de los años, vuelve cada tanto al libro porque cada vez que lo lee su prosa sólida le enseña algo nuevo. Algo que, lamentablemente, parece eterno.
Hacia el final del Manifiesto, Marx y Engels establecen un plan provisional de diez puntos que debiera hacer sentido a cualquier persona decente. La lista se redactó en 1848, y sin embargo no solo parece contemporánea sino necesaria. Comienza con la demanda por abolir la idea de la propiedad privada de la tierra, una demanda que actualmente resuena en Brasil, donde hay un debate en torno a una reforma agraria, y que es apremiante también en Sudáfrica, donde en 2018 se reanudó el debate sobre la expropiación de tierras sin compensación para abordar los daños históricos causados por la desposesión generalizada (se espera que las propuestas legislativas se presenten en marzo de 2020). Otras demandas incluyen el establecimiento de impuestos progresivos y la abolición del derecho a la herencia, dos medidas socialistas para reciclar los excedentes y evitar la concentración completamente obscena de la riqueza. La demanda por mayores impuestos a la riqueza y las empresas se ha puesto directamente sobre la mesa en Estados Unidos, donde Bernie Sanders, el candidato del Partido Demócrata que lidera la carrera, dijo que la desigualdad de riqueza corrompe la democracia. La profesora Jayati Gosh, de la Universidad Jawaharlal Nehru en Nueva Delhi, escribe que los secretos financieros mundiales deben terminar para que podamos tener una mejor fiscalización de la riqueza escondida por los súper ricos y las empresas multinacionales.
Finalmente, y saltándonos una serie de demandas fascinantes sobre manufactura y agricultura, Marx y Engels ofrecen lo que se ha convertido en una opinión generalizada: “educación gratuita para todos los niños en escuelas públicas”. De acuerdo a las Naciones Unidas, más del 50% de lxs jóvenes en la mitad de los países del mundo no han podido terminar la escuela secundaria, mientras el 50% de lxs niñxs más pobres no han completado la primaria. La UNESCO sugirió que una buena medida para el financiamiento de la educación sería el 6% del Producto Interno Bruto. Solo un cuarto de los países del mundo alcanzan esa baja meta, mientras que muchos no gastan más del 3% del PIB.
Ciento setenta y dos años después, el esqueleto del programa del Manifiesto comunista sigue vigente.
No sorprende que a pesar de la caída de la URSS y las calumnias diseminadas contra el marxismo y el comunismo, la atracción por los horizontes socialista y comunista permanezca. Tanto si uno tiene que agregar la palabra “democráticx” antes de “socialista” como si hay que evitar por completo el término “comunista”, el hecho es que hay una decepción generalizada con las condiciones actuales, en las que hay una gran riqueza, pero una inmensa desigualdad social. La degradación de la reputación del capitalismo y sus soluciones a sus propias crisis ha llevado a miles de millones de personas, incluso en Occidente, a quebrar con el consenso capitalista. El año pasado, la encuesta Gallup mostró que el 43% de lxs residentes en Estados Unidos cree que el socialismo sería bueno para su país. Es lo que le ha dado impulso a la candidatura de Bernie Sanders a la presidencia de EE.UU.
No necesitábamos que la encuesta Gallup predijera que el Día de los Libros Rojos iba a ser exitoso. Desde Corea del Sur a Venezuela, decenas de miles de personas fueron a espacios públicos a leer el Manifiesto en sus propios idiomas. En Tamil Nadu (India), que fue el epicentro del evento, participaron al menos 30,000 personas, ya sea en escuelas o en público, en los caminos de un pueblo o en la sede de un sindicato. En Sudáfrica, el Manifiesto se leyó en sesotho, mientras en Brasil se leyó en los campamentos y escuelas del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y en Nepal se leyó en las calles y en las oficinas de los sindicatos de campesinxs. Muchas personas leyeron el Manifiesto por primera vez, mientras otras —como el compañero Sankaraiah— volvieron a él en busca de inspiración y teoría.
En mayo de 1991, justo cuando la URSS comenzaba a disolverse, el dramaturgo Tony Kushner estrenaba su maravillosa obra Angels in America (Ángeles en América, traducción libre). La segunda mitad de la obra se llama Perestroika, la palabra rusa que significa “reestructuración” que desembocó en la destrucción de la URSS. La obra comienza en la Cámara de Diputados del Kremlin en enero de 1986. Aleksii Antedilluvianovich Prelapsarianov, el bolchevique más viejo del mundo, está hablando. Le dice a sus compañeros que cuando era joven estaba inspirado por “una bella teoría, un constructo audaz, grandioso y abarcador” llamado marxismo. “¿Qué tienen que ofrecer ahora?”, pregunta a los “hijos de esta teoría. ¿Qué tienen que ofrecer en su lugar? ¿Incentivos de mercado? ¿Hamburguesas norteamericanas? ¡El capitalismo improvisado y diluido de Bukharin! ¡Hombres de la NEP! ¡Niños pigmeos de una raza gigantesca!”. Se refiere a la Nueva Política Económica (NEP, por su sigla en inglés) de Nikolai Bukharin que se implementó en la URSS entre 1922 y 1928, durante la que se desarrolló la economía mixta.
Al menos Bukharin pudo defender intelectualmente a la NEP, ¿cómo podría defenderse el mundo post-soviético? “Si la serpiente se deshace de su piel antes de que la piel nueva esté lista”, dice el viejo bolchevique, “desnuda estará en el mundo, presa de las fuerzas del caos; sin su piel será desmantelada, perderá coherencia y morirá. ¿Tienen ustedes, mis pequeñas serpientes, una nueva piel?”. Sin una nueva piel, lxs ciudadanxs post-soviéticxs vieron colapsar sus ingresos, deteriorarse su sistema de salud y declinar su bienestar en general. Las fuertes luces de la comida rápida y los enormes centros comerciales entraron en la sociedad, pero junto con ellos llegó la indignidad de la pobreza y la salud precaria, con una alienación y un malestar social profundamente arraigados.
El viejo bolchevique, como el compañero Sankaraiah, se aferra a una teoría de la vida que pone a los seres humanos antes que las ganancias y la sensibilidad antes que la codicia. La filosofía del capitalismo sugiere que el gusto psicosocial puede reducirse a la avaricia o, en un lenguaje más científico, a la maximización de las ganancias. El espectro emocional del empresario define los contornos del comportamiento humano. Pero los seres humanos estamos hechos de más que codicia, ya que amamos, pensamos, reflexionamos y, sobre todo, cuidamos. Tenemos una gran capacidad de empatía y solidaridad. Para dar un ejemplo de la filosofía miserable del capitalismo: para aumentar las ganancias, lxs políticxs burguesxs se orientan hacia regímenes de austeridad que recortan el gasto público para las necesidades humanas (asistencia sanitaria, cuidado de adultxs mayores y niñxs, educación). Debido al patriarcado, a menudo en las familias las mujeres cargan el enorme peso de ser las principales cuidadoras de familiares, tanto de niñxs como de adultxs mayores. Según la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres y niñas realizan 12.500 millones de horas de trabajo no remunerado cada año; de acuerdo a los cálculos de la Oxfam, esto valdría alrededor de 10,8 billones de dólares al año, pero consideren que esto es trabajo no remunerado, un trabajo que no es realizado por codicia sino por preocupación y producto de los imperativos del patriarcado. Este trabajo no remunerado realizado por mujeres y niñas es, por sí mismo, tres veces el tamaño de la industria tecnológica mundial, e incluso así —debido a la idea de que las ganancias son buenas— se considera que la industria tecnológica es más importante que el sector de cuidados no remunerado. Esa es la atrocidad que olfatea el viejo bolchevique. Él sabía que el abandono de la “bella teoría” conduciría a este callejón de desolación.
Temprano en la mañana del 23 de enero de 2020, Asela de Los Santos Tamayo murió a los 90 años. Cada uno de esos años, Asela —como la conocían todxs— estuvo comprometida con la Revolución cubana. Desde sus días como activista estudiantil en la Universidad de Oriente, Asela desarrolló una comprensión clara de la “bella teoría” que la llevó al Movimiento 26 de Julio y eventualmente a participar de una acción armada en Santiago en noviembre de 1956, realizada para distraer a las autoridades mientras Fidel Castro y su pequeño grupo guerrillero desembarcaban del Granma y comenzaban la insurrección. Junto con Celia Sánchez y Vilma Espín, Asela ayudó a transportar a combatientes a la Sierra Maestra para fortalecer las filas de la guerrilla. En agosto de 1958, Asela se unió al II Frente Oriental del Ejército Rebelde; su comandante, Raúl Castro, le pidió que organizara el sistema educacional en la zona rebelde. Asela ayudó a establecer cuatrocientas escuelas revolucionarias y grupos de estudio para lxs guerrillerxs. La “bella teoría” adquirió un carácter de masas en esas escuelas.
Tras la Revolución cubana, Asela fue una de las fundadoras del nuevo Partido Comunista. Junto con Vilma Espín, lideró la Federación de Mujeres Cubanas, y pasó su vida luchando contra el patriarcado y la homofobia. En 1996, Asela se convirtió en la directora de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos en Matanzas, que fue una de las instituciones claves para el desarrollo de la “bella teoría” en el contexto cubano. En 1970, Asela se incorporó al Ministerio de Educación, para luego convertirse en su ministra.
Personas como Asela llevan el compromiso como uniforme, sujeto con fuerza por la necesidad de servir al pueblo y por la promesa de la “bella teoría” que puede encontrarse, entre otros lugares, en el Manifiesto comunista.
Cordialmente, Vijay.