Estimados amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Al comenzar el nuevo año, las protestas continúan sin cesar en todo el planeta; los crecientes niveles de descontento se manifiestan tanto en direcciones progresistas como reaccionarias. Puede que el carácter político del enojo abarque todo el espectro de opiniones y aspiraciones, pero las frustraciones subyacentes son similares. Hay ira frente a la crisis de décadas del capitalismo y a las consecuencias de la austeridad. Parte de ese enojo se canaliza hacia la esperanza de un mundo sin desigualdad ni catástrofes, otra parte se profundiza en un odio tóxico hacia otras personas.
La ira tóxica arremete contra inmigrantes y minorías, avivando el odio como falsa promesa contra la austeridad. La esperanza genuina se encuentra en el llamado a un nuevo sistema que organice mejor nuestros recursos comunes, para terminar con el hambre y la desposesión y para manejar las grandes catástrofes del capitalismo y el cambio climático.
No sorprende que la juventud esté en la calle con pancartas que abogan por un mundo nuevo, pues son esxs jóvenes quienes reconocen que sus vidas están en juego, que las realidades de clase de la propiedad y el privilegio están cerrando las puertas a sus aspiraciones (un nuevo informe de la ONU sobre Chile señala que la desigualdad socioeconómica es el principal reclamo de lxs manifestantes). Este no es un levantamiento juvenil sin carácter de clase, estxs jóvenes saben que no podrán acceder fácilmente a la vivienda y al trabajo, a la alegría y la realización.
El núcleo racional de la esperanza genuina apunta sus dedos a la obscena desigualdad social. Cada año el servicio de noticias financieras Bloomberg produce su Índice de multimillonarios. El índice de este año, que fue publicado en los últimos días de 2019, muestra que los 500 mayores multimillonarios del mundo aumentaron su riqueza en 1,2 billones de dólares. Su riqueza es ahora de 5,9 billones, un 25% más. El mayor número —172— de estos 500 multimillonarios vive en Estados Unidos. Sumaron 500.000 millones a sus fortunas, lo que incluye a Mark Zuckerberg de Facebook, quien añadió 27.300 millones, y Bill Gates de Microsoft, quien añadió 22.700 millones. Ocho de las diez personas más ricas del planeta son ciudadanos estadounidenses (desde Jeff Bezos a Julia Koch).
Dichos informes no explican nada; apenas nos ofrecen una ventana a Ricostán, el país de los más ricos. Pero una mirada más profunda a estas cifras nos permite comprender la esencia de la desigualdad social. La familia Walton, que es dueña del gigante del retail Walmart, está bien representada en la lista de multimillonarios de Bloomberg. Esta familia se apropia de 70.000 de dólares por minuto, lo que suma 100 millones al día. Esta es la parte del león de las ganancias de Walmart. Una comparación entre la parte de las ganancias de Walmart que es acaparada por la familia Walton y la parte que dejan a lxs trabajadorxs es ilustrativa.
El Informe económico, social y administrativo (2019) del mismo Walmart admite que el sueldo promedio de lxs trabajadorxs de la compañía en Estados Unidos es de 14,26 dólares por hora. Si un trabajador/a de Walmart (hay 2,2 millones en el mundo) trabajó 40 horas a la semana por 52 semanas, ganaría 29.660 dólares anualmente, esto es, lo que la familia Walton gana en veinticinco segundos. Un trabajador/a chinx que produce mercancías para la cadena global de valor de Walmart gana, en promedio, 300 dólares al mes, o 3.600 anualmente, es decir, lo que la familia Walton gana en tres segundos. La riqueza de la familia Walton es una consecuencia directa del trabajo realizado socialmente por millones de trabajadorxs que crean productos que Walmart vende y de los millones de trabajadorxs que venden esos productos. Pero ellxs ganan una fracción de la vasta ganancia de 510 mil millones de dólares que obtuvo Walmart en 2019.
En enero del año pasado, miles de trabajadorxs de la confección de vestuario de Bangladesh —la mayoría de lxs cuales son mujeres— comenzaron una huelga contra las fábricas que hacen ropa que se vende en tiendas de retail como Walmart y H&M. En represalia por el paro, 7.500 trabajadorxs fueron despedidxs por los dueños, mientras miles de trabajadorxs enfrentaron cargos criminales por lo que Humans Right Watch llamó acusaciones “generales y vagas”. La mayoría de estxs trabajadorxs no ganan más de 3.000 taka al mes (30 dólares), un tercio del sueldo de un trabajador/a chinx. Cuando estxs trabajadorxs piden un modesto aumento en sus bajísimos salarios, se enfrentan con toda la furia de los dueños de las fábricas pequeñas que producen para Walmart y para el Estado de Bangladesh. El 8 de enero de 2019, Sumon Mia (22 años) y Nahid, dos trabajadores de confección empleados en Anlima Textiles, caminaban por la manifestación durante su hora de almuerzo. Nahid dijo después: “La policía comenzó a disparar y lxs trabajadorxs comenzaron a correr. Así que Sumon y yo empezamos a correr y de pronto Sumon recibió una bala en el pecho y se desplomó. Yo corrí. Luego encontré el cuerpo de Sumon tirado en el camino”.
La lista de Bloomberg debiera tener anotaciones para incluir el reverso de la riqueza, lxs trabajadorxs de la confección en Bangladesh cuyo trabajo es utilizado para producir riqueza para la familia Walton. De algún modo debiera tener un lugar para el nombre de Sumon Mia.
Un informe del Banco Mundial en 2019 mostró que ocho millones de bangladesís ya no viven bajo la línea de la pobreza. El punto principal de este informe —la reducción de la pobreza— esconde sus verdaderos hallazgos. Una de cada cuatro personas en Bangladesh sigue estando bajo la línea de pobreza y el 13% de la población vive bajo la línea de la extrema pobreza (el Instituto de Estudios del Desarrollo de Bangladesh tiene un excelente análisis de la situación de la pobreza y de la clase trabajadora). Las cifras no son confiables —como muestran Sanjay Reddy y sus colegas respecto a las cifras sobre pobreza—, ya que los datos del gobierno sobre los que se basan no son fiables ni consistentes. El informe del Banco Mundial muestra que el 90% de la reducción tuvo lugar en zonas rurales, donde las remesas de lxs trabajadorxs urbanxs dieron un gran impulso. Lxs trabajadorxs de la confección envían gran parte de sus salarios a sus familias, mientras ellxs viven en la pobreza. El número de personas viviendo en extrema pobreza en las zonas urbanas ha permanecido “casi inalterado”, dice el Banco Mundial. De esos ocho millones que salieron de la pobreza, el 54% tiene un estatus “vulnerable” a volver a la pobreza. Esto depende de las remesas, tanto de sus familiares que trabajan en el sector de la confección como de los que trabajan en el exterior.
Las protestas de lxs trabajadorxs en Bangladesh por aumentar sus sueldos a un estándar decente son parte de una ola de protestas contra la austeridad. Las manifestaciones no solo rechazan los recortes en el gasto público y el alza en los precios de los bienes y servicios básicos (como el transporte público), sino que también demandan derechos laborales. Estas luchas que encendieron a Chile y Ecuador, Irán e India, Haití y Líbano, Zimbabue y Malaui, no son solo contra la corrupción y el alza de los combustibles, son contra todo el entramado de la austeridad y la dura tasa de explotación que deja en la miseria a la mayor parte de la humanidad.
El revolucionario poeta de Bangladesh, Nazrul Islam (1899-1976), habló con indignación sobre este robo:
Beton Diacho? Chup rou joto mithyabadir dal!
Koto pai diye kulider tui koto crore peli bol!
¿Han pagado salarios? ¡Cállense, banda de mentirosos!
¿Cuántos millones ganaron por los centavos que dieron a lxs trabajadorxs?
Su poema empieza con un trabajador siendo golpeando por el jefe. Nazrul Islam, quien nunca dejó que esas atrocidades lo insensibilizaran, escribe con mucha emoción: “Mis ojos se llenan de lágrimas, ¿será golpeado así el débil en todo el mundo?”. Él ansiaba que esa condición no sea eterna, que la explotación de la humanidad no sea permanente. Estas esperanzas —escritas en poesía hace un siglo— siguen vivas hoy cuando lxs jóvenes luchan sincera y no ingenuamente, para construir un mundo nuevo.
Pero, ¿cómo sería ese mundo? Solamente estar contra la explotación y la opresión no es suficiente. Es necesario un proyecto vital por un futuro socialista, que es exactamente lo que nosotrxs —en el Instituto Tricontinental de Investigación Social— intentamos desarrollar.
Hace treinta años, el director, actor y escritor comunista Safdar Hashmi fue brutalmente asesinado cerca de Delhi mientras la compañía de la que era parte —Jana Natya Manch— presentaba una obra. La obra —Halla Bol (Levanta el infierno)— era en apoyo a Ramanand Jha, el candidato comunista para las elecciones municipales de Ghaziabad. Safdar fue golpeado hasta la muerte por gangsters del Partido del Congreso (LeftWord Books acaba de publicar en Delhi un libro genial de Sudhanva Deshpande sobre la vida de Safdar y su significado para todxs nosotrxs).
Safdar era una persona luminosa, con gran talento, simpatía y compromiso con su partido —el Partido Comunista de India (Marxista)— y con la lucha. Uno de sus poemas habla directamente del espíritu de este boletín:
Aaj agar ye desh salamat
Hai toh mere hi bal se.
Aaj agar mai mar jaaoon toh
Griha yudh hoga kal se
Aao o Bharat desh ke veero.
Si hoy este país está a salvo,
es por mi fuerza.
Si hoy muero,
la guerra civil comenzará mañana.
Vamos, valientes de India,
¡Vengan a liberarme!
Libérenme de este presente opresivo y llévenme a un futuro liberado. Su poema podría estar escrito en los muros de Santiago (Chile), de Puerto Príncipe (Haití) o de Lilongwe (Malaui), podría ser cantado en árabe o en swahili, en tailandés o en persa, y su significado resonaría. Vengan a liberarme.
Cordialmente, Vijay.