Estimados amigos y amigas,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Cuando las noticias de la revolución en el imperio del zar llegaron a la India dominada por Gran Bretaña en 1917-1918, la respuesta fue universal: si allá podían derrocar al zar, entonces ellxs también podían derrocar al raj británico. Pero la temperatura había subido más allá de simplemente expulsar a los británicos, la presión barométrica había aumentado en dirección a una revolución social. Un periódico liberal de Bombay escribió: “El hecho es que el bolchevismo no es invención de Lenin ni de ningún hombre. Es el producto inexorable del sistema económico que condena a millones a una vida de trabajo mal retribuido para que unos pocos miles puedan disfrutar del lujo”. Ese sistema económico —el capitalismo— había creado una enorme riqueza, pero no podía mejorar la condición de las miles de millones de personas que producían esa riqueza.
Impulsadxs por la Revolución de Octubre de 1917, lxs trabajadorxs indixs hicieron paro tras paro, hasta finalmente crear el Congreso de Sindicatos de Toda la India en 1920. La energía generada por la Revolución de Octubre y la oleada de huelgas produjo las condiciones para la creación del movimiento comunista indio hace cien años. Lxs revolucionarixs en el exilio, desde Berlín hasta Tokio, y lxs que estaban dentro de India miraban hacia Tashkent (en la Unión Soviética), donde sus compañerxs formaron el Partido Comunista de India el 17 de octubre de 1920.
Nuestro dossier 33 (septiembre de 2020) es un tributo a los Cien años del movimiento comunista en la India. No es fácil —en este pequeño formato— resumir los sacrificios y desafíos, las luchas y los avances de millones de comunistas indixs en estos cien años. Este dossier ofrece una introducción al complicado y resiliente mundo del activismo revolucionario, en un país que recientemente tuvo, en un día, más casos de covid-19 que los que China tuvo durante toda la pandemia.
Introducir el rol de lxs comunistas en la conversación de nuestros tiempos puede levantar algunas cejas, pues hay quienes cuestionan la relevancia de esta tradición. Mientras tanto, a pesar de la pandemia, en las fábricas y los campos, en los call centers y los edificios de oficinas de toda India, lxs trabajadorxs siguen produciendo mercancías y servicios bajo las mismas condiciones opresivas. El capitalismo baila en medio de una gran contradicción: entre la producción social y la propiedad privada. El capital —concretamente, el dinero que tiene sed de ganar más dinero sin parar— organiza todas las fuerzas de producción en un proceso social organizado eficazmente que genera el máximo de ganancias a los dueños y los salarios más bajos posibles a lxs trabajadorxs. La notable red de producción social vincula a lxs trabajadorxs de una parte del mundo con lxs de otra, y trae mercancías de un lado al otro. Esta red prometía unir a las personas y permitir que se beneficien de los frutos del trabajo de todxs.
El problema, sin embargo, es que la inmensa productividad del capitalismo se basa en la propiedad privada. El capital es insaciable y debe siempre buscar ganancias. Es a través del control del proceso de producción que el capital explota al trabajo y extrae la plusvalía. El capital privado controla el sistema de producción social, y se apropia de la riqueza social producida, compartiendo una pequeña parte con quienes efectivamente producen.
El control del capital sobre el proceso de producción impide el florecimiento del poder creativo del trabajo humano; la presión del lucro, el fruto de la propiedad privada, intenta sacar cada vez más provecho de lxs trabajadorxs, cuya propia inventiva se ve sofocada por las exigencias de la rutina, y por el conformismo reforzado por las relaciones sociales de producción.
La pobreza no es una manifestación desafortunada de este sistema, sino un producto necesario. Para erradicar la pobreza —un sueño compartido por la humanidad— se necesita que hagamos más que procurar ayuda social y caridad. La caridad y la beneficencia pueden aliviar el sufrimiento inmediato, pero no pueden hacer más que eso. Para lxs primerxs comunistas indixs, no era suficiente expulsar a los británicos de India y permitir que los capitalistas indios dominen el país; su filantropía sería insuficiente contra la reproducción de generaciones de pobreza. Las clases productoras necesitaban organizarse para derrocar el sistema de la propiedad privada y fundar uno basado en principios socialistas. Eso es lo que motivó a generaciones del movimiento comunista, cuya historia está en nuestro dossier, y eso es lo que motiva a la izquierda en todo el mundo actualmente.
En julio de 1921, la Internacional Comunista estableció ciertas reglas y consejos para lxs comunistas del mundo. La mayoría de estas reglas son bastante directas, pero una de ellas destaca: “Para un partido comunista, no hay ningún momento en que la organización del partido no pueda estar activa políticamente”. Este consejo fue útil setenta años después, cuando colapsó la URSS, y el movimiento comunista mundial sufrió por su caída. Se dijo que la historia había muerto: el capitalismo se ha probado eterno y no puede ser superado.
Desde 1989, el sistema capitalista se ha tambaleado de crisis en crisis, incapaz de enfrentar sus arraigadas contradicciones y de ofrecer soluciones a problemas sociales endémicos. El marxismo sigue siendo un marco esencial para analizar un sistema que continúa operando con sus ritmos seculares. No hay duda de que el capitalismo ha cambiado en muchos sentidos, que las finanzas han asumido un mayor papel, por ejemplo; pero sigue siendo gobernado por el sistema de producción social y la ganancia privada, por el enorme poder del capital sobre el sistema de producción y acumulación. Las duras condiciones de trabajo y de vida, la lucha respecto a la jornada laboral y su intensidad, las presiones del desempleo y el hambre, iluminan la centralidad de la explotación de clase en nuestro orden social. Esta situación llama a la izquierda a ser “políticamente activa”, a extender, profundizar y unificar las múltiples luchas por demandas concretas en un movimiento grande y fuerte. A medida que se desarrolla cada lucha, provoca una respuesta de parte de los capitalistas y el Estado. Y cada respuesta —usualmente la violencia policial— tiene el potencial, cuando se combina con educación política, de clarificar la lucha política que deben librar lxs trabajadorxs no por esta o esa reforma solamente, sino por la transformación de todo un sistema que continúa generando pobreza. El sistema capitalista, por su naturaleza, produce niveles diabólicos de pobreza. No se ve futuro posible dentro del sistema.
Tiene que ser posible un mejor camino. Esa es la gran posibilidad del socialismo, la gran esperanza de que podamos ir más allá de un sistema que deja en la miseria a miles de millones de personas. Para la película Mazdoor (‘Trabajador’) de 1983, Hasan Kamal escribió una canción que captura la esencia de este sentimiento:
Hum mehnat-kash is duniya se jab apna hissa maangenge
Ek baagh nahin, ek khet nahin: hum saari duniya maangenge.Cuando lxs trabajadorxs exijamos nuestra parte del mundo
No solo un huerto, no solo un campo: exigiremos el mundo entero.
La audiencia de extradición de Julian Assange comenzó en Londres el 7 de septiembre. Assange es requerido por Estados Unidos por “delitos informáticos”, pero el gobierno lo quiere realmente por exponer los crímenes de guerra estadounidenses en Irak y otros países (como detallé recientemente). La persecución a Assange ha producido un efecto aterrador sobre los informantes y el periodismo de investigación. Es el resultado que buscan los poderosos.
La confianza no vuelve por el coraje de ciertos individuos. Es cuando personas como lxs comunistas de India salen por millones a las calles que las ideas de paz se vuelven vitales. Es por eso que tomamos partido por lxs editores y periodistas que —con el coraje que dan los movimientos de masas— revelan los terribles secretos de los poderosos.
Cordialmente, Vijay.