Los residentes marcharon hacia la comisaría policial de Woodstock el 30 de julio de 2019 para exigir una explicación de por qué sucedió la redada y por qué fue hecha con una brutalidad tan extrema | Fotografía de Barry Christianson, New Frame.
TRI | Boletín 37: Las huelgan me han seguido toda mi vida
Durante las últimas semanas, grupos de personas furiosas en algunas de las zonas más pobres de Sudáfrica han estado atacando los pequeños spaza, o tiendas de barrio, en sus propios vecindarios. El carácter de los ataques ha sido totalmente xenófobo, ya que lxs dueñxs o trabajadorxs de estas tiendas spaza son principalmente considerados extranjeros. Lxs trabajadorxs y dueñxs vienen de tan lejos como Bangladehs o de tan cerca como Zimbabue. El presidente Cyril Ramaphosa se demoró semanas en responder a esta violencia. “No hay ninguna excusa para los ataques a las casas y negocios de extranjeros, así como no hay ninguna excusa para la xenofobia o ningún otro tipo de intolerancia”, dijo el 5 de septiembre.
Dichos ataques xenófobos no son nuevos. Hay una memoria viva que los remonta a 1994. Pero el ciclo actual comenzó en 2008, cuando las oleadas de la crisis financiera global golpearon con mucha fuerza el final del continente africano. Se perdieron un millón de empleos, y la tasa de desempleo superó el 25% (ahora está en 29%). No ha habido recuperación desde entonces, con estos ataques xenófobos emergiendo cada cierto tiempo, como el año pasado, como un indicador del malestar económico y social. Para conocer el contexto completo de esta violencia, por favor lea “Belonging” de Sisonke Msimang de 2014.
Bhayiza Miya, del Comité de Crisis de Thembelihle, dijo a Jan Bornman de New Frame que los factores claves que estaban en juego eran el desempleo, la pobreza y la toxicidad política. “Nuestros hermanos y hermanas de otros países no son responsables de eso”, dijo sobre estos tres factores. “Están viviendo con nosotros en nuestra comunidad”. Bhayiza explico que no son lxs migrantes quienes han elegido ejercer el poder sobre las comunidades; más bien, la culpa recae sobre aquellxs que “han votado a las personas en el poder, aquellxs que hoy nos roban. Así que cualquier frustración o cualquier enojo del que nos queramos desahogar, nos desahogamos con ellxs porque ellxs son quienes tienen todo lo que queremos”. Los comentarios de Bhayia van en contra de la ola de racismo, una réplica de un racismo más antiguo —como escribe el estudiante Ivan Katsere de la Universidad de Ciudad del Cabo—, “que ha sido posible por la incapacidad de desmantelar la estructura que fue creada durante el apartheid”.
La violencia xenófoba no solo es creada por otras personas pobres, sino también por la policía. Las duras redadas de la policía a comienzos de agosto contra comerciantes de productos falsificados —muchxs de lxs cuales son migrantes vulnerables— dieron el tono para los ataques xenófobos. El asesinato de un taxista en Pretoria, la capital de Sudáfrica, condujo a acusaciones contra narcotraficantes, quienes una vez más fueron caracterizados como extranjeros.
Lxs manifestantes usan una estatua de Louis Botha fuera del Parlamento en Ciudad del Cabo como sitio estratégico y para colgar carteles y pancartas | Fotografía de Barry Christianson, New Frame.
La violencia xenófoba viene como parte de una cadena de violencia y de protestas contra la violencia. Cada tres horas (de acuerdo a las cifras de la policía sudafricana) una mujer es asesinada en Sudáfrica. Recientemente, una estudiante de la Universidad de Ciudad del Cabo, Uyinene Mrwetyana, fue violada y asesinada. Desde estudiantes a trabajadoras mineras, las mujeres se tomaron las calles para protestar por la violencia contra ellas. No sorprende que en medio de toda esta agitación, sean mujeres como Celeste Camaron y Nathalie van Rooyen quienes formaron grupos para proteger las tiendas spaza. Estamos gatvol —hartxs—, dijo Cameron. La idea de que “ya basta” resuena contra la violencia xenófoba y la violencia patriarcal.
En su último discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Ramaphosa aceptó que Sudáfrica necesita “una transformación económica radical”. Pero no hay ninguna en el horizonte. Su ministro de Finanzas, Tito Mboweni, quien antes fue ministro de Trabajo, ha dado un giro hacia el mundo del fundamentalismo del FMI. Declaraciones sobre “prudencia fiscal” no dan ninguna esperanza de una “transformación radical”. Esto es algo clásico del FMI: presupuestos que protegen a los ricos de los impuestos y despojan a lxs pobres de los proyectos de bienestar social. Como lo plantea Michael Nassen Smith del Instituto de Alternativas Africanas, “entraremos en un bucle cíclico anual deprimente: la economía se ralentiza, el cinturón fiscal se aprieta, la economía se hace aun más lenta, y el cinturón se aprieta y así sucesivamente, con lxs pobres y vulnerables asumiendo los costos”. En otras palabras, los costos son asumidos por una parte de las personas vulnerables que se empobrecen cada vez más, y luego se vuelcan con enojo contra otro sector vulnerable, concretamente, contra lxs trabajadorxs de las tiendas spaza.
El comentario de Bhayiza Miya sobre el robo es apropiado acá. En un Informe del Panel de alto nivel sobre flujos financieros ilícitos procedentes de África (2018) se concluyó que al menos 50.000 millones de dólares salen del continente al año. Esto incluía la manipulación de precios comerciales, erosión de la base imponible, facturación falsa y transferencias hawala. El panel, dirigido por el ex presidente de Sudáfrica Thabo Mbeki, dijo que el monto perdido real “probablemente supera con creces los 50.000 millones”. Una gran parte de este dinero se escapa desde Sudáfrica. Tanto este tipo de fraudes como la extracción cotidiana de plusvalía de lxs trabajadorxs producen la dura desigualdad de los municipios de Sudáfrica. Los dedos no están apuntando en esa dirección. Están dirigidos erróneamente a lxs trabajadorxs vulnerables de las tiendas spaza. Son esas tiendas las que se incendian, mientras el robo silencioso del capitalismo sigue sin ser desafiado.
Hace cien años, lxs trabajadores de toda Sudáfrica se unieron para formar el Sindicato de Trabajadores Industriales y Comerciales (ICU, por su sigla en inglés). Pronto, decenas de miles de trabajadorxs acudieron en masa al ICU por su militancia y firmeza. Lxs trabajadorxs valoraban el internacionalismo del sindicato, que se expandió más allá de las fronteras de Sudáfrica hacia los Estados africanos vecinos. J. T. Gumede visitó la URSS y se fascinó —como escribimos en nuestro último dossier— “con el intento soviético de trascender el nacionalismo étnico”. La propuesta revolucionaria del ICU era no convertir la lucha en el país en una guerra racial. “Hoy los hombres negros y los hombres bancos pobres son oprimidos”, dijo Gumede en una reunión del ICU en Durban. “El dinero va a los capitalistas. Trabajemos juntos por la independencia nacional de este país”.
El título de nuestro Dossier nº 20 es Breve historia del Sindicato de Trabajadores Industriales y Comerciales de Sudáfrica (1919 – 1931). En inglés, el título comienza con When You Ill-Treat the African People, I See You (Cuando maltratas a las personas africanas, te veo). Esta parte viene de una entrevista de 1927 al líder del ICU Jason Jingoes. Él toma las iniciales del sindicato —ICU, que en inglés suenan como I see you (te veo)— y les da un significado más profundo: si no se les paga a los trabjadores, entonces I see you (te veo); si se trata mal a los trabajadores en los espacios públicos, entonces I see you (te veo). La segunda parte del título indica la importancia de la historia de lxs trabajadorxs y sus organizaciones. Estas historias han sido borradas o neutralizadas en gran parte, olvidadas por completo o tratadas como una parte benigna del pasado. Hay poca comprensión sobre cómo esas luchas de los y las trabajadores produjeron una dinámica histórica que condujo al fin del apartheid en Sudáfrica, y cómo produjeron tradiciones de dignidad que continúan hasta hoy en día. Son estas organizaciones —como el ICU— las que lucharon fuertemente para crear una consciencia socialista contra la trampa barata del nacionalismo étnico. No habría habido victoria para el pueblo sudafricano contra el apartheid si no fuera por estas duras luchas, que incluye la lucha de las minorías étnicas y de los Estados vecinos que proporcionaron bases y apoyo logístico a lxs luchadorxs sudafricanxs. Reducir ahora la imaginación en Sudáfrica a la xenofobia es una tragedia contra la historia.
El movimiento antiapartheid en Sudáfrica fue profundamente moldeado por su clase trabajadora y sus sindicatos. Entre lxs cientos de miles de trabajadorxs y sindicalistas estaba Emma Mashinini, cuya autobiografía nos dio el título para este boletín. A los catorce, Emma fue a trabajar a una fábrica de ropa, donde pronto se convirtió en una líder sindical. Estuvo en la dirección del Sindicato Nacional de Trabajadores de Ropa y de los Trabajadores Comerciales, de Restauración y Afines de Sudáfrica. Cuando se dio cuenta que en su fábrica de ropa estaban haciendo uniformes de policía “por la masacre de mi gente, me sentí horrorizada”. La organización sindical, sostenía, debía ser ampliamente política. Emma estaba en la tradición del ICU, un sindicato político con un amplio horizonte de transformación social.
Emma Mashini, 2011
En 1981 Emma fue arrestada y retenida sin cargos bajo la Ley de Terrorismo de 1967. “En la cárcel estás preocupada de todo”, dijo después. “Te mortificas por estar ahí”, lejos de la lucha, ahogada.
Milagro Sala habla en Jujuy
La semana pasada entrevisté a Elizabeth Gómez Alcorta, la abogada de Milagro Sala. Sala, una mujer indígena argentina, fue arrestada en 2013, pasó tiempo en prisión preventiva y ahora está bajo arresto domiciliario. Es la líder de la Asociación Barrial Túpac Amaru y es una figura política importante para la izquierda argentina. Gómez Alcorta me dijo que, desde el arresto a Sala, no ha habido ninguna verdadera actividad militante de su asociación. El escalofriante poder de la represión del Estado no debe subestimarse. Es lo que le preocupaba a Emma, y es lo que vive Sala. El ataque a lxs indígenas —ya sean los mapuche en la Patagonia o Sala en Jujuy—, dice Gómez Alcorta, es “una guerra contra los que no existen”.
Gómez Alcorta dice que Sala sigue siendo un emblema de lucha por cuatro razones. Primero, fue trasladada de prisión preventiva a arresto domiciliario. Segundo, sigue viva, lo que no es menor cuando se considera el asesinato de tantos militantes (desde Santiago Maldonado a Rafael Nahuel). Tercero, el gobierno fue tras la Asociación Barrial Túpac Amaru y sus miembrxs, destruyendo ocho mil casas, tres escuelas y un centro de salud. Este nivel de represión no ha mermado el sentimiento dentro de la comunidad en Jujuy de que Sala es su líder. Cuarto, el caso no ha desaparecido. Se pueden ver afiches y retratos de Sala en toda Argentina. Los carteles dicen: Liberen a Milagro.
“La historia de Milagro Sala no ha terminado”, dice Gómez Alcorta. Cuando sea liberada, Milagro Sala surgirá una vez más como la líder de su región y ahora —debido al caso— como un símbolo de la lucha contra el antiguo orden. Sería algo tremendo si Milagro Sala —como mujer indígena— pudiese ascender desde la cárcel hasta las alturas del mundo político argentino.
Las huelgas han seguido a Sala toda su vida, como siguieron a Emma Mashinini. Estas son militantes que entienden que las divisiones sociales favorecen a los ricos, mientras la unidad social favorece a lxs pobres. Esos incendios en los spazas de Sudáfrica reflejan los ataques sobre las casas, escuelas y centros de salud en la provincia de Jujuy de Milagro Sala. Las lágrimas no son suficiente para extinguir estos fuegos.