Coronashock: un virus y el mundo
Dossier n°28
En diciembre de 2019, los médicos en Wuhan (China) comenzaron a atender pacientes con cierto tipo de neumonía viral. Para fin de mes, había comenzado una investigación y las autoridades chinas enviaron una alerta pública y notificaron a la Organización Mundial de la Salud (OMS). La comunidad científica china aisló un nuevo tipo de coronavirus el 7 de enero y el 12 de enero compartió la secuencia genética del nuevo coronavirus para su uso en el desarrollo de kits de diagnóstico. El gobierno, el Partido Comunista y la población china comenzaron un gran esfuerzo para contener su propagación. Este misterioso patógeno es una nueva forma de coronavirus que recibió el nombre de SARS-CoV-2. A diferencia de otros virus respiratorios, este es capaz de vivir tanto en la nariz como en la garganta —desde donde es altamente contagioso— así como en los pulmones, donde es mortal para su huésped, quien a menudo no presenta síntomas inmediatamente. Se ha propagado rápidamente por todo el mundo, golpeando a casi todos los países, causando cierres y cuarentenas, y por lo tanto, teniendo un impacto inmenso y continuo en la vida económica y social. Aunque el virus parece haber sido contenido en muchas partes del mundo, debe anticiparse el retorno de esta cepa y de muchos otros miles de cepas de coronavirus. Esta pandemia global, como el brote de cólera en 1832 y la gripe en 1918, volverá en ciclos.
Un país tras otro ha establecido diversas formas y grados de confinamiento a medida que el virus infecta a más y más personas y mata a miles de ellas. Como resultado de las cuarentenas y el aislamiento, la actividad económica se detenido casi por completo. La Organización Internacional del Trabajo publicó un informe que sugería que se perderán 25 millones de trabajos por el coronashock y que lxs trabajadorxs perderán alrededor de 3,4 billones de dólares en ingresos para el final del año. La situación se podría poner peor, ya que las empresas y las corporaciones están aprovechando el coronashock para reestructurar sus operaciones para ser más “eficientes” con menos empleadxs. Una consecuencia del desempleo y subempleo a largo plazo, así como de la incertidumbre del mercado de petróleo, es que la tasa de crecimiento mundial se desplomará hasta alrededor de 1%, como sugiere el Fondo Monetario Internacional (FMI). Esto se prevé incluso tomando en cuenta el crecimiento chino que, aunque disminuido, se espera que se incremente ya que el SARS-CoV-2 parece haberse controlado dentro de las fronteras nacionales. Los mercados bursátiles, desde Hang Seng hasta Wall Street, han visto pérdidas significativas, su valor inflado se derrumbó.
Los gobiernos y los organismos internacionales reunieron enormes cantidades de fondos de emergencia. El dinero se acumuló en el Fondo Central de Respuesta a Emergencias de las Naciones Unidas (15 millones de dólares), el Banco Mundial (12.000 millones de dólares) y el Fondo Monetario Internacional (1 billón de dólares), y los bancos centrales abrieron nuevas facilidades para prestar dinero a empresas e instituciones financieras. Estados Unidos pasó una ley por unos astronómicos 2,2 billones de dólares en fondos de emergencia, una gran cantidad de estos para reforzar corporaciones. Quedó muy claro que el problema no era la iliquidez en los mercados financieros, que fue una de las causas de la crisis financiera de 2008-2009, sino una concatenación de acontecimientos: la incertidumbre sobre el coronavirus, la rápida caída de los precios del petróleo, y los problemas a largo plazo del desempleo y el subempleo. Se supone que el dinero recaudado es para hacer frente al coronashock pero lo que nos preocupa es, precisamente, cómo se va a gastar. Hay un hábito en la sociedad capitalista de lanzar dinero a los bancos y a las grandes corporaciones. La experiencia nos muestra, sin embargo, que estas entidades rara vez usan el dinero para cumplir los objetivos clave de nuestra difícil situación: proporcionar asistencia a la población en general, incluyendo la provisión de ingresos y empleos, y proporcionar soluciones a largo plazo para la desigualdad social. Por eso el Instituto Tricontinental de Investigación Social y la Asamblea Internacional de los Pueblos han elaborado un documento, cuyos 16 puntos reproducimos en la segunda parte de este dossier, que responde al coronashock desde el punto de vista de los pueblos del mundo.
Coronashock: un virus y el mundo tiene tres partes. La parte 1 aborda los rasgos estructurales que desembocan en la crisis actual. La parte 2 es sobre el programa de 16 puntos del Instituto Tricontinental de Investigación Social y la Asamblea Internacional de los Pueblos. Uno de los puntos del programa es la renta básica universal. Esta es una idea compleja que requiere ser discutida. En la parte 3 del dossier ofrecemos una breve introducción a la idea de renta básica universal (RBU) y ofrecemos algunas críticas al concepto y algunas ideas para afinar la forma en que pensamos sobre él.
Parte 1. El virus de la austeridad
La pandemia global nos muestra las claras tendencias destructivas del capitalismo en su fase neoliberal. Esta coyuntura, con la desaceleración de la actividad económica y la turbulencia en los mercados financieros, ha convertido a los líderes capitalistas neoliberales y a las instituciones multilaterales en keynesianos, ya sea Angela Merkel (Alemania), Emanuel Macron (Francia) o el Banco Mundial y el FMI. Cada uno de ellos abrió ventanillas para que sus bancos centrales y sus ministerios de Finanzas coloquen dinero en el sector privado (y para ampliar programas estatales). Por otra parte, ha hecho que los líderes más radicales de extrema derecha como Donald Trump (EE. UU.), Narendra Modi (India), Jair Bolsonaro (Brasil), Recep Tayyip Erdoğan (Turquía), y Viktor Orbán (Hungría) ajusten más el control de sus ya obscenos programas, incluida la xenofobia. Para ellos, ha sido mucho más fácil culpar a China por el virus que asumir la responsabilidad por sus propios fracasos en la lucha contra la pandemia, incluso después de haber recibido amplias advertencias. Estos dirigentes de los Estados del Atlántico Norte y las instituciones que controlan crearon las condiciones para esta crisis, que ha llevado a una situación social insostenible para los pueblos del mundo, especialmente en el Sur global. Trataron la crisis como si hubiera surgido meramente de una confluencia de circunstancias que podrían explicarse totalmente por la pandemia: los titulares anunciaron la “crisis provocada por el coronavirus”. Este virus —como otros parecidos— plantea la cuestión fundamental de la invasión humana de los bosques y el equilibrio entre la civilización humana (ciudades y agricultura) y la naturaleza. Como escribieron Miguel Tinker Salas y Victor Silverman en La Jornada, el virus es un producto de la naturaleza, mientras que la crisis es producto del neoliberalismo.
Sin embargo, desde la década de los setenta y con más intensidad desde la caída del muro de Berlín, el proyecto de la globalización neoliberal ha mostrado niveles cada vez más asombrosos de deshumanización, incluyendo recortes en las instituciones públicas y austeridad en las políticas públicas. Esta deshumanización convulsionó en un ciclo de crisis, a menudo motivadas por la turbulencia del trabajo precario, el crédito insostenible otorgado a personas con ingresos reducidos para fabricar la demanda, y por el mayor desplazamiento del capital de la industria a las finanzas. Las crisis que surgieron no procedían de un recrudecimiento de demandas populares que desafiaban al capitalismo; procedían, al contrario, de la lógica deshumanizada del capital en su fase neoliberal. Las crisis se resolvieron con “remedios” que a menudo fueron peores que la enfermedad.
El nuevo coronavirus pone de manifiesto la decadencia de la civilización capitalista. Tal vez el mundo no vuelva a ser el mismo después de que la pandemia haya sido controlada. El erosionado Estado neoliberal podría ser reemplazado por una estructura estatal que favorezca el proyecto neofascista, o por una que construya instituciones y acción públicas que ponga las necesidades del pueblo por encima de las ganancias. Es una elección formidable. En algunos sectores del bloque neoliberal se teme que las políticas sociales que se apliquen por la emergencia durante el coronashock sean difíciles de deshacer después, pero se necesitará algo más que inercia para garantizar que cualquiera de los logros alcanzados en este período permanezca cuando la crisis inmediata haya terminado.
La crisis generada por la pandemia global supera con creces la cuestión de la salud. Más allá del caos y la incertidumbre del presente, se plantea la cuestión de si es posible un nuevo modelo social y un nuevo orden político en el futuro cercano. Los filósofos Slavoj Žižek y Byung-Chul Han presentaron sus ideas en un debate sobre el futuro: ¿lo que emerja va a parecerse a algo como un “comunismo refundado” o se desarrollará una especie de estado policial apuntalado por el big data?
No hay una respuesta a priori a estas preguntas. Lo que sí es un hecho es que la crisis actual forma parte de una serie de tendencias acumuladas que se han acelerado en las décadas anteriores y que han estallado como resultado de la pandemia mundial. Es necesario detenernos en cuatro características estructurales de la crisis: una profundización de la financiarización, el declive de la hegemonía estadounidense, el desplazamiento de la mano de obra por la tecnología y la crisis del Estado neoliberal.
Una nueva oleada de financiarización
La salida de la crisis de 2008 no fue tal. La política de salvataje a los bancos de inversión y las grandes empresas no financieras que adoptaron los países de la Eurozona, Estados Unidos y Reino Unido, generó un proceso de hiper liquidez global (es decir, una sobreabundancia de dólares). Siempre que el capital se enfrenta a una baja rentabilidad, prefiere actividades especulativas ficticias, corriendo, por ejemplo, a los mercados de valores. En el período actual, la extensión cuantitativa del sector financiero respecto a la economía real es impresionante, y es esto lo que lo hace único.
Hay varios elementos en el proceso de financiarización. Este proceso se refiere al crecimiento exponencial del sector financiero desde los años ochenta: cada vez mayores volúmenes de la plusvalía creada por el sector productivo son absorbidos por empresas financieras. Los hogares —especialmente los de la clase trabajadora— acumulan deudas inmensas de diversos tipos para financiarse el día a día. Esta deuda se empaqueta en valores y rebota por el casino gigantesco del mundo financiero. Lo que observamos es un cambio cualitativo en la actividad económica, de modo que las nuevas crisis se desarrollan a partir de la inestabilidad financiera en el ámbito de la circulación junto con las antiguas crisis de rentabilidad de los actividades de producción.
Esta gran abundancia de dinero no desencadenó un proceso mundial de inversiones productivas. Al contrario, la mayoría del dinero del mundo fue a parar nuevamente a la deuda soberana y los activos financieros (incluidas compras de acciones re-energizadas), provocando que se acelerara el proceso de financiarización. Las nuevas burbujas de activos se crearon a través de instrumentos como los bonos soberanos y los recursos volaron a capitalizar empresas en el sector de las nuevas tecnologías.
Las empresas de tecnología han comenzado a dominar los mercados bursátiles y han absorbido una buena parte de la liquidez mundial. Esta absorción se caracterizó generalmente por la centralización del capital, especialmente en las empresas estadounidenses (Apple, Amazon, Alphabet, Microsoft y Facebook son las empresas que mejor cotizaron). Estas empresas estadounidenses se han visto desafiadas principalmente por el crecimiento de las empresas chinas de tecnología, como Huawei. Los avances de esta última en áreas tales como 5G amenazan el dominio de las empresas estadounidenses sobre reclamos de derechos de propiedad intelectual, que les dan la ventaja de renta monopolista sobre estos derechos de propiedad. La guerra comercial emprendida por Estados Unidos contra China puede entenderse directamente por la amenaza que representan las empresas de tecnología chinas para las poderosas empresas de tecnología estadounidenses.
Tanto el Norte como el Sur global vieron el aumento de la financiarización. Mientras que en el norte las finanzas permitieron canalizar el dinero hacia un nuevo sector hiperrentable (como el capitalismo de plataformas y tecnología), en el Sur las finanzas asumieron la dinámica de endeudamiento seguida de una fuga de capital. Luego de 2015, la Reserva Federal adoptó la política de fortalecer el dólar estadounidense a través del incremento de las tasas de interés (o sea, el tipo de interés a un día que las instituciones depositarias se cobran entre sí por los préstamos), lo que atrajo dinero del resto del mundo para reforzar la economía estadounidense. Como resultado de tales políticas, Estados Unidos recuperó su protagonismo como principal destino del capital, tras más de una década en la cual los llamados “mercados emergentes” atrajeron el capital mundial. En 2018, los tres países con entradas netas de capital más elevadas fueron Estados Unidos (258 mil millones de dólares), China (203 mil millones de dólares) y Alemania (105 mil millones de dólares). Estados Unidos atrajo una gran parte de la liquidez mundial en gran medida debido a la estrategia de su Reserva Federal de aumentar las tasas de interés, lo que intensificó la retracción de los flujos de capitales desde el Sur global al Norte global.
La profundización del poder financiero sobre la sociedad y la economía ha llevado a tres resultados: la dependencia política de los países endeudados del Sur, el estancamiento de las ramas productivas de la economía en el Norte Global y la inestabilidad crónica del sistema mundo, que antepone los intereses del capital a las necesidades populares. La aparición del coronavirus aceleró este proceso. China se ha convertido en el centro de la manufactura mundial; la paralización de la producción en China, con caídas de más de un 15% de su producción industrial (comparada con el año anterior), hace difícil comprender cómo se espera que la inyección de liquidez en los grandes bancos en el Norte Global pueda reactivar no solo la cadena mundial de suministro, sino la demanda agregada mundial.
La aceleración del declive de los Estados Unidos
Giovanni Arrighi en Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI (2007) considera la creciente y acelerada financiarización como un indicador de la crisis de hegemonía estadounidense. Los Estados Unidos han impulsado una guerra híbrida contra varios países no alineados (Irán y Venezuela) con el fin de arrebatarle a China el dominio de Eurasia, y han utilizado su poder financiero en este proceso, así como para reestablecer su posición de autoridad sobre sus aliados. Pero este impulso marca la debilidad del unilateralismo de Washington.
La crisis sanitaria y humanitaria agravada por esta pandemia mundial ha fortalecido el papel de China, especialmente como un Estado capaz de controlar el virus dentro de sus fronteras y luego utilizar su experiencia y recursos para ayudar a la gente que sufre en otros países. Del otro lado, la actitud insensible de Trump incluso hacia su propio pueblo, poniendo el “cuidado” de la economía por delante del desastre humanitario, hicieron evidente el declive del liderazgo de Estados Unidos, ya que no consiguió dirigir ningún tipo de respuesta, ni siquiera a través del típicamente dócil G20. Independientemente de la falta de claridad sobre lo que vendrá en el futuro, si hemos entrado en el siglo de la hegemonía asiática, en una era bipolar o en un período multipolar, está claro que la civilización liberal occidental no ha sido capaz ni siquiera de responder a las necesidades de su gente en sus propias fronteras.
Digitalización como ofensiva sobre el trabajo
La concentración de dinero en el sector de la tecnología es una cuestión que no debe pasar desapercibida. Sobre todo, porque involucra al menos dos debates más profundos: primero, que genera una burbuja especulativa centrada en las empresas high-tech, y segundo, que a la vez expande la influencia del capitalismo por el mundo y permite el control de los datos, que a su vez se utilizan para controlar a las personas. El crecimiento exponencial del “capitalismo de plataformas” —o la actividad económica basada en plataformas de internet— y la recolección y análisis de big data produce nuevas lógicas de consumismo; este es uno de los aspectos más relevantes de lo que se conoce como la Cuarta revolución industrial. Este capitalismo de plataformas da forma y canaliza las necesidades de quienes consumen, produce nuevas formas de subjetividad e incluso interviene en la producción de identidades políticas. La amplia producción de individualización a través de la atomización de las actividades sociales crea nuevas formas de estar en el mudo.
La pandemia mundial y el bloqueo que ha ocasionado en gran parte del mundo han sido propicios para el desarrollo del capitalismo de plataformas. El trabajo remoto a través de Internet proporciona una forma de seguir trabajando durante la cuarentena. Google, Amazon, Facebook y Zoom han hecho posible trabajar desde casa y han sugerido que esto es beneficioso para lxs trabajadorxs del mundo. Por ejemplo, sugieren que podemos utilizar nuestro tiempo más libremente y que podemos, por los contratos flexibles, cambiar de trabajo con mayor frecuencia. Por supuesto, para lxs trabajadorxs en el capitalismo actual la idea de un trabajo para toda la vida es anacrónica y el trabajo flexible se ha convertido en el paradigma de este período del neoliberalismo. Entre los trabajos que se pueden realizar a distancia, este modelo también ignora la creciente carga de trabajo no remunerado, como el cuidado de lxs niñxs que no van a la escuela debido a la crisis y el cuidado de miembrxs de la familia con riesgo creciente de enfermar, todo ello mientras se trabaja remotamente. Además, el papel central jugado por el capitalismo de plataformas en medio de este período de cuarentena hace avanzar la agenda del neoliberalismo, en particular la segmentación de la fuerza de trabajo y la fragmentación de lxs trabajadorxs, subordinando aún más la fuerza de trabajo a los intereses ilimitados del capital.
La crisis del Estado neoliberal
El sistema estatal neoliberal ha demostrado que es incapaz de resolver los problemas que su modelo crea. En 2008, por ejemplo, el sistema de estados neoliberales, dirigido por Estados Unidos, se apresuró a inyectar enormes cantidades de capital al sistema financiero y en particular a grandes corporaciones (como General Motors). Esta intervención fue conocida como “keynesianismo financiero”, o intervención estatal para sostener la arquitectura diseñada por las empresas financieras para impulsar y beneficiar al proyecto neoliberal. Las cuestiones subyacentes, como la falta de ingresos para miles de millones de personas que viven de créditos caros e insostenibles, no se abordaron.
En muchos países, los desacreditados políticos neoliberales y de la “tercera vía” (o centristas) abrieron el camino a proyectos de extrema derecha y neofascistas. Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia, llama a esta etapa del capitalismo “neoliberalismo zombi”, un proyecto neoliberal que solo favorece “el odio y los resentimientos”. En este contexto de neoliberalismo zombi, el Estado burgués entra en crisis porque no puede reconocer —mucho menos asumir— las demandas democráticas del pueblo; prevalece un “estado de excepción”, con un autoritarismo neofascista eclipsando las ya agotadas instituciones democráticas liberales. El teórico político William Davies llama “neoliberalismo punitivo” a este neoliberalismo que responde a la crisis profundizando las políticas de austeridad y rigor fiscal e imponiendo un mayor endeudamiento, sobre todo en el Sur global. En palabras de Davies, esto conduce a una “(…) condición melancólica en la que gobiernos y sociedades desatan el odio y la violencia contra los miembros de sus propias poblaciones”.
Parte 2. A la luz de la pandemia global, pongamos la vida antes que el capital.
Los que tienen poder en el sistema son los primeros en diseñar mecanismos para protegerse durante una crisis. Siempre que hay una crisis financiera, por ejemplo, no se ataca la causa real de la debacle, lo que se pone rápidamente sobre la mesa es un enorme salvataje financiero para aquellos que provocaron la crisis en primer lugar. A medida que se desarrolla la pandemia global, los gobiernos una vez más reservan grandes sumas de dinero para los intereses del capital con el fin de protegerse, ya que los bancos centrales —siguiendo el ejemplo de a la Reserva Federal de los Estados Unidos— rebajan las tasas de interés para dar liquidez a los mercados bursátiles, de modo que los ricos puedan garantizar la salud de sus inversiones, en lugar de asegurar la salud de la población. Los recursos públicos, que en este período raramente se utilizan para el bien público, se ponen rápidamente a disposición para salvar al sector privado.
Los estados de orientación socialista (desde los gobiernos nacionales como en China hasta los gobiernos estaduales como en Kerala, India) movilizaron todos los recursos de que disponían —independientemente de las pérdidas económicas— para contener la pandemia. La OMS calificó los esfuerzos de China como tal vez los “más ambiciosos, ágiles, y agresivos para contener una enfermedad en la historia». Mientras tanto, los estados del orden burgués fallaron completamente en usar sus considerables recursos y en preparar un plan racional para esos recursos. Las tasas de mortalidad desde Italia hasta Estados Unidos han sido catastróficas, un crimen político contra la humanidad.
En el curso de los últimos 30 años desde la caída de la URSS y el debilitamiento de la izquierda mundial, las fuerzas de izquierda se han puesto a la defensiva. Los gobiernos, ansiosos por complacer los intereses de la clase multimillonaria, han recortado impuestos, aplicado planes de austeridad, privatizado recursos públicos valiosos y han desregulado la industria y el comercio. En nombre de la eficiencia, el Estado burgués intensificó la lucha de clases, atacando a los sindicatos y las organizaciones de izquierda, intentando fragmentar sus reservas. El crecimiento de las organizaciones no gubernamentales (ONG), a menudo respaldadas por los cimientos de la plutocracia, socavó a la izquierda política al desviar la atención de la gente de la totalidad de sus problemas hacia campañas por asuntos puntuales: alguien está interesado en el suministro de agua, alguien más en la educación, pero ninguna entidad atraía al pueblo a un ataque frontal contra el sistema en su conjunto, es decir, contra el capitalismo.
Como consecuencia del debilitamiento de la izquierda en un período de lucha de clases frontal y del desarrollo de una embestida mediática que vende mercancías como sueños, la izquierda se vio forzada a dedicar considerable energía a luchas a corto plazo. El alivio contra el régimen de austeridad vino junto con la construcción de luchas contra la creciente brutalidad de los procesos de producción capitalista y la violencia estatal. Sin las fuerzas de izquierda desempeñando un papel junto con el sentimiento popular contra los recortes y la violencia, la brutalización de procesos de trabajo y el empobrecimiento de lxs trabajadorxs, el impacto del neoliberalismo y la globalización en lxs desposeídxs y la clase trabajadora habría sido mucho peor. Sin embargo, una izquierda debilitada, impulsada por la realidad a centrarse en el corto plazo, produjo muchos programas para un enfoque socialista de las diversas crisis. Estos programas tienen elementos importantes que requieren estudio. En los lugares en que la izquierda ha estado en el gobierno, se ha experimentado con nuevos enfoques a la crisis endémica del capitalismo y se ha tratado de movilizar sus recursos para el bienestar social y para desarrollar una acción pública que transforme la sociedad y haga avanzar en la lucha de clases.
A medida que la pandemia global se expandió más allá de las fronteras de China, se hizo evidente que las sociedades que han socavado sus instituciones públicas sufrirán enormemente por el virus. El gobierno chino ha utilizado sus considerables recursos para hacer exámenes a su población, establecer con quiénes se habían puesto en contacto los pacientes contagiados, tratar y monitorear a los pacientes, atender a las necesidades de las ciudades en cuarentena y asegurar que la sociedad no sufra innecesariamente por las perturbaciones. Sin embargo, desde los Estados Unidos hasta Brasil y la India, el daño producido en las instituciones públicas, especialmente en las instituciones de salud pública, ha dejado a la sociedad en situación de vulnerabilidad. La privatización de las facultades de medicina ha provocado que sus graduadxs se dediquen a los sectores mejor remunerados de la medicina para poder pagar sus deudas, mientras que la privatización de los hospitales ha provocado recortes al excedente o a la capacidad de ampliación; en estos hospitales, cada cama y cada máquina se tratan como si fueran bienes raíces de los que se puede sacar el máximo provecho para el cobro de alquileres. La medicina prepaga para beneficio privado se convirtió en la fórmula.
El fracaso del sistema de salud de la austeridad es ahora claramente visible. También lo es el fracaso total para establecer instituciones que atiendan a lxs más vulnerables en tiempos de emergencia y el fracaso universal en el fomento de una cultura de acción pública que impulse a las organizaciones de trabajadorxs y a los diferentes grupos sociales a ayudar a sostener a las comunidades en medio de la crisis. Este fracaso del Estado y de la sociedad en países que han observado cómo el neoliberalismo y la austeridad canibalizan los recursos públicos no puede justificarse por la ira del virus, ¿por qué los países con Estados más robustos y con una tradición de acción pública han sido capaces de reducir el virus más efectivamente?
Uno de los logros clave de los más ricos ha sido deslegitimar la idea de las instituciones estatales. En Occidente, la actitud clásica ha sido atacar al gobierno como enemigo del progreso; así, el objetivo ha sido reducir las instituciones gubernamentales, excepto las militares. Cualquier país con una estructura estatal y un gobierno robustos ha sido caracterizado como “autoritario”. Pero esta crisis ha sacudido esa visión. Los países con estructuras estatales intactas que han sido capaces de manejar la pandemia —como China— ya no pueden ser simplemente descartados como autoritarios; se ha llegado a un entendimiento general de que estos países y sus instituciones estatales son, en cambio, eficientes. Es imposible seguir argumentando que esta forma Estado burgués esclerótica y vacía es más eficiente que un sistema de instituciones estatales que se hacen eficientes mediante procesos de prueba y error.
Lo que hemos aprendido no solo de China, sino también de Cuba, Venezuela y el estado indio de Kerala, es que si una sociedad está organizada por organizaciones populares (sindicatos, organizaciones de mujeres, federaciones de estudiantes, organizaciones juveniles, cooperativas), entonces tiene la capacidad de sostener una acción pública. Una sociedad organizada es aquella que construye la capacidad de la gente para aprender a actuar colectivamente en tiempos normales, y más aún en una crisis. El proyecto socialista se desarrolla solo parcialmente a través de las instituciones del Estado; la otra parte —la más vital— es que la sociedad esté organizada, energizada y preparada para la labor cotidiana y extraordinaria de la construcción social.
A medida que la pandemia mundial crecía en alcance, el Instituto Tricontinental de Investigación Social y la Asamblea Internacional de los Pueblos —una plataforma de más de doscientas organizaciones de casi un centenar de países— abrieron un debate sobre la crisis y las necesidades más graves e inmediatas de la clase trabajadora mundial. El documento que produjimos incluye un programa de dieciséis puntos basado en la experiencia de lucha y gobernanza que ha surgido de estos movimientos, sindicatos y partidos políticos. Más que una discusión sobre cada política y punto por separado, el programa da inicio a un debate sobre cómo comprender la naturaleza misma del Estado y sus instituciones.
- Suspensión inmediata de todo tipo de trabajo con la excepción del personal médico y logístico esencial y aquel requerido para producir y distribuir alimentos y artículos de primera necesidad, sin ninguna pérdida de salarios. El Estado debe asumir el costo de los salarios durante el período de cuarentena.
- Los servicios de salud, abastecimiento de alimentación y la seguridad pública deben seguir funcionando de forma organizada. Se debe entregar inmediatamente las reservas de granos de emergencia para su distribución entre las personas pobres.
- Todas las escuelas deben suspender clases.
- Socialización inmediata de hospitales y centros médicos para que no tengan que preocuparse por sus ganancias a medida que se desarrolla la crisis. Estos centros médicos deben estar bajo control de la coordinación centralizada de la campaña sanitaria del gobierno.
- Nacionalización inmediata de las compañías farmacéuticas, y cooperación internacional inmediata entre ellas para encontrar una vacuna y dispositivos para pruebas más sencillos. Supresión de la propiedad intelectual en el campo de la medicina.
- Hacer el examen de coronavirus inmediatamente a todas las personas. Movilización inmediata de kits de prueba, recursos y apoyo para el personal médico que está al frente de esta pandemia.
- Aceleración inmediata de la producción de materiales necesarios para hacer frente a la crisis (kits de prueba, máscaras, respiradores).
- Cierre inmediato de los mercados financieros mundiales.
- Recaudación inmediata de recursos para evitar la quiebra de los gobiernos.
- Condonación inmediata de todas las deudas no corporativas.
- Fin inmediato de todos los pagos de alquileres e hipotecas, así como fin de los desalojos. La vivienda digna debe ser un derecho para toda la ciudadanía garantizado por los Estados nacionales.
- Acceso de toda la población a servicios básicos como agua, electricidad y comunicaciones ya que son derechos básicos. Absorción inmediata de todos los pagos de servicios públicos por parte del Estado: agua, electricidad e internet asumidos como derechos humanos.
- Fin inmediato de los criminales regímenes de sanciones unilaterales que afectan a países como Cuba, Irán y Venezuela y les impiden importar los suministros médicos necesarios.
- Apoyo urgente al campesinado para aumentar la producción de alimentos sanos y suministrarlos al gobierno para su distribución dirigida.
- Suspensión del dólar como moneda internacional y petición de que Naciones Unidas convoque urgentemente una nueva conferencia internacional para proponer una moneda común internacional.
- Asegurar una renta básica universal en todos los países. Esto permite garantizar un apoyo desde el Estado para millones de familias que están sin trabajo, trabajando en condiciones de suma precariedad o por cuenta propia. El sistema capitalista actual excluye de trabajos formales a millones de personas que deben ser contenidas por los Estados nacionales, generando trabajo y condiciones dignas de vida para ellas. Los recursos para esta renta básica universal pueden ser obtenidos de los presupuestos de defensa, en particular los gastos destinados a armamento, municiones y demás compra de equipo bélico.
Estos 16 puntos son un pliego para abrir un debate que empiece a centrar la atención hacia luchas y políticas para un futuro poscapitalista.
Parte 3. Renta básica universal
A lo largo de los últimos 50 años, se ha vuelto claro que todo el sistema de empleo se ha venido abajo. En una sociedad capitalista moderna, un cierto porcentaje de desempleo se considera aceptable (incluso se explicó teóricamente como “la tasa natural de desempleo”) y el Estado proporciona varias formas de asistencia social para compensar la falta de salarios. Ahora bien, como consecuencia de la globalización del trabajo y del aumento de la productividad inducido por la tecnología, miles de millones de trabajadorxs están desempleadxs, subempleadxs o en situaciones de gran precariedad (como trabajadorxs con contratos de corto plazo y jornalerxs). Existen al menos 157 millones de trabajadorxs migrantes entre los 258 millones de migrantes internacionales —de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo— que a menudo están excluidos de las medidas de seguridad social y cuya situación de peligro rara vez se discute. La desigualdad social ha aumentado dramáticamente y océanos de pobreza están a las puertas de la mayoría de la población mundial.
Un porcentaje de lxs trabajadorxs —el ejército de reserva de mano de obra— está desempleado incluso en la fase más boyante del capitalismo; pero, cada vez más, a medida que el capitalismo enfrenta una crisis de rentabilidad a largo plazo, la mayoría de lxs trabajadorxs experimentan una precariedad extrema. Dentro de la lógica del capitalismo, estos trabajadorxs son súper explotados o se han convertido en población excedente. Su sobrevivencia está al nivel de la desesperación.
La idea de “renta básica universal” surgió para hacer frente a estos problemas de pobreza y desigualdad dentro de las relaciones sociales del capitalismo. Si los capitalistas no utilizan sus recursos financieros para invertir en empleos, entonces la población excedente va a tener que ganarse la vida en algún otro lugar, como el Estado, por ejemplo. Este pago patrocinado por el Estado se conoce como renta básica universal (RBU). Está en el punto 16 de la declaración más arriba.
Tenemos que tener claridad sobre las limitaciones de la RBU. Ésta liberaría a una enorme población excedente del desempleo y la indigencia, pero no emanciparía a las personas de la forma dinero ni del poder del Estado capitalista. La entrega de dinero significa que se seguiría necesitando efectivo para comprar bienes y servicios esenciales, que de otro modo podrían suministrarse en función de las necesidades, sin intercambio de dinero (educación pública por ejemplo, o sistemas públicos de distribución de alimentos). Parte del atractivo de la RBU para el bloque neoliberal es que pondrían dinero en las manos de la población excedente, que entonces podría comprar bienes y servicios que de otro modo no compraría. Las relaciones sociales capitalistas no están amenazadas por la RBU, que es apenas un programa de bienestar social dentro del marco del sistema capitalista. En un contexto de hambre y desesperación generalizadas, no deberíamos burlarnos de un programa así, incluso si tiene inmensas limitaciones en cuanto a su alcance e implementación.
En el curso de las últimas décadas, las feministas marxistas han desarrollado poderosas teorías de la reproducción social, es decir, la producción de fuerza de trabajo. La reproducción social, o el sector del cuidado que renueva la vida humana, es una parte esencial de la vida social y económica. A pesar de ello, es típicamente descuidado en las discusiones sobre los salarios y el apoyo a los ingresos.
Los análisis de la reproducción social tratan de explicar los vínculos entre los circuitos de acumulación capitalistas y los marcos patriarcales de renovación y reproducción de la fuerza de trabajo. La compensación para quienes realizan el trabajo de reproducción social, en su mayoría mujeres, rara vez está disponible, a menos que el trabajo sea en sí mismo una mercancía (por ejemplo, a través de servicios de limpieza, producción de alimentos y servicios de entregas). La reproducción de la clase trabajadora es una condición vital para la producción capitalista, pero quienes reproducen a la clase trabajadora no son compensadas en una forma mercantil (monetaria). El debate sobre la RBU provocó una discusión sobre “salarios para el trabajo doméstico” y sobre una RBU que sustituyera efectivamente los salarios. El argumento a favor de la RBU o de una forma equivalente de compensación para cubrir el trabajo de reproducción social y para cubrir el sustento de lxs discapacitadxs o enfermxs, es fuerte y poderoso. Sin embargo, la compensación por el trabajo de cuidado no va a superar por sí sola la larga historia de menosprecio de ese trabajo; se requiere una fuerte lucha antipatriarcal para romper con la idea de la división sexual del trabajo.
La rango de apoyo a la RBU es impresionante, desde los socialistas hasta la extrema derecha. Cada uno tiene una visión diferente de ella, y es importante catalogar esas diferencias.
- Sustitución versus suplemento. El ala neoliberal (y la extrema derecha) aceptaría una RBU si sustituyera a todos los demás programas de bienestar social. Ven a la RBU como un sustituto para toda una gama de políticas como la salud pública, la educación pública, el transporte público y la distribución pública de alimentos. Al dar dinero en efectivo en lugar de servicios, les gustaría mercantilizar todas estas partes de la vida social, y luego, ciertamente privatizarlas. Se puede ganar dinero vendiendo bienes y servicios a la población excedente. Este también es un mecanismo para desmantelar la red de seguridad social y privatizarla. El argumento socialista es que la RBU no es un sustituto para esos programas, sino un complemento a los mismos. Estos componentes del salario social —como la educación pública y la distribución pública de alimentos— deben ser mejorados y administrados bien, con la RBU como un mero complemento para otros usos, como el ocio.
- Comprobación de medios de subsistencia versus desembolso no focalizado. El ala neoliberal acepta la RBU, pero luego socava el espíritu de la propuesta. Argumenta que la RBU no debe ser universal, que no se debería pagar una renta mínima a todo el mundo. En vez de ello, debería haber una comprobación de medios de subsistencia para asegurarse de que solamente lxs más necesitadxs accedan a este pago. Una comprobación de medios derrota todo el propósito de una renta universal, que busca promover la unidad social y no fragmentar una vez más a la población entre los “pobres merecedores” y los “pobres que no merecen”. Cualquier comprobación de medios derrota el propósito de la idea.
Hay algo particularmente extraño en proporcionar un ingreso suplementario a todas las personas. ¿Por qué se daría apoyo a los ingresos de los más ricos? Hay varios argumentos a favor de un desembolso universal de ingresos o bienes:
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- Evitar el problema moral de tener que decidir quien es “pobre merecedor” o “necesitadx”. Esto crea divisiones en la sociedad y además estigmatiza a quienes reciben ayudas sociales específicas.
- Evitar los enormes problemas de implementación creados por el hecho de que este juicio moral recaiga en sistemas institucionales que no siempre son capaces de tomar estas decisiones democráticamente y no siempre son capaces de transferir eficientemente estos bienes y estos servicios, dependiendo de si la “renta” viene en dinero o en especie.
- ¿Un pago en dinero a los ricos socava los objetivos de redistribución de la riqueza? En absoluto, porque los ricos pagarían un impuesto sobre el patrimonio para financiar un programa así y su carga impositiva sería mucho mayor que el ingreso suplementario que recibirían.
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Si el programa de RBU no es un sustituto para la política social, sino un suplemento, y si la RBU no se focaliza, entonces tiene el potencial de ser una demanda valiosa dentro del sistema capitalista. Si es un sustituto para la política social y se focaliza, entonces deja de ser renta básica universal, y se convierte en un peligroso mecanismo para mercantilizar y privatizar el bienestar social y exacerbar las divisiones dentro de la clase trabajadora.
Una de las cuestiones que se plantean sobre la RBU es cómo se espera que los Estados la paguen y, sobre esta base, cuál sería el valor de la renta por cada persona en edad de trabajar. La solución neoliberal es acabar con otros programas sociales, incorporar el dinero en una sola cuenta y hacer los pagos en efectivo desde allí. Esto es inaceptable desde un punto de vista socialista porque privatiza los bienes sociales. En cambio, un mecanismo socialista de pagos se basaría al menos en cuatro fuentes diferentes:
- Impuesto sobre la riqueza.
- Ampliar la jurisdicción fiscal y desmantelar los paraísos fiscales y los refugios fiscales.
- Aumentar los impuestos sobre los sectores socialmente indeseables (armamento, por ejemplo).
- Aumentar los impuestos sobre las ganancias.
Para asegurar que el Estado logre recaudar estos ingresos, que de otro modo volarían a los paraísos fiscales, el Estado tendrá que comenzar controles de capital. Un programa de RBU que no se implante con un conjunto de medidas para desarrollar soberanía económica sería meramente impracticable y por lo tanto, se consideraría un fracaso, porque sería inadecuado (si no tiene financiación) o una carga excesiva para el presupuesto existente (si no hay nuevos impuestos).
El coronashock ha exacerbado el problema del desempleo, la precariedad y el hambre. Lo que se consideraba una solución para la crisis normal de desempleo en el capitalismo —una RBU— se ha convertido ahora en una medida para la emergencia ocasionada por la COVID-19. Una vez más, los neoliberales y la extrema derecha están bastante contentos con un pago único para apaciguar la ira entre lxs precarixs y desempleadxs y a la vez proporcionar dinero que cree demanda para los negocios estancados. Hay poco apetito por un programa genuino de RBU que pondría un piso bajo la clase trabajadora.
Ciertamente, hay un gran peligro en muchas partes del mundo de que la crisis de desempleo se convierta inmediatamente en una crisis de hambre y hambrunas. Las medidas de emergencia son esenciales, incluidas las transferencias monetarias y la distribución pública de alimentos. En tiempos de emergencia se deben utilizar todas las medidas para prevenir el sufrimiento evitable.