Una mirada sobre la juventud y la periferia en tiempos de coronashock
Dossier nº 33
Introducción
En todo el mundo, especialmente desde los años 60, la juventud se ha convertido en un importante sujeto político. Junto con lxs trabajadorxs, las mujeres, las personas negras e indígenas, la juventud se vuelve protagonista tanto en luchas de liberación nacional, anticoloniales y antiimperialistas en Asia, África y América Latina, como en revueltas críticas al orden establecido por el Estado, por las prisiones y por los manicomios. En las décadas siguientes, estas movilizaciones se desplegaron en organizaciones y luchas por los derechos a la educación, la salud, la vivienda, al cuerpo, a amar y poder ser quienes quieran.
En Brasil, las décadas de 1970 y 1980 fueron transcendentales: además del fin de la dictadura militar en 1985 y de la promulgación de la nueva Constitución Federal en 1988, fue un período de protagonismo y consolidación de las organizaciones sociales de izquierda, como el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Terra (MST), el Partido de los Trabajadores (PT), las Comisiones Eclesiales de Base (CEB) y la Central Única de Trabajadores (CUT). Esas décadas fueron un momento de ebullición social en el país, resultado de una política de industrialización desarrollada en las décadas anteriores que agudizó las contradicciones. Se formaba una nueva clase trabajadora, protagonista de las luchas sociales, que unía la exigencia por mejores condiciones de trabajo a la lucha contra el aumento de los precios de los alimentos y contra la carestía. Esa fue una característica notable de estos movimientos en el país: nuevos sujetos entrando en la lucha por derechos. Organizaciones de barrio, mujeres “amas de casa”, movimientos por la salud, reivindicando derechos junto a lxs trabajadorxs de las fábricas.
Ese cambio cualitativo en la lucha y la organización popular fue acompañado de un largo proceso de sistematización de experiencias, hecho por iniciativas conjuntas entre las propias organizaciones, que sentó las bases para transformar experiencias locales en trabajos nacionales e incorporar más vigor teórico al trabajo popular de la época. Fue sobre esa elaboración de la experiencia previa que la izquierda popular basó su trabajo en las décadas siguientes, entendiendo la necesidad de pensar la coyuntura y sistematizar reflexiones colectivas procurando adaptar el trabajo de base a los desafíos de cada período.
En este sentido, dando continuidad a ese legado de estudios y sistematizaciones junto a las organizaciones populares, la oficina de Brasil del Instituto Tricontinental de Investigación Social tiene como uno de sus desafíos de investigación entender cuál es, cómo vive, a qué aspira y cómo se ha comportado la juventud brasileña de las periferias y, en el período más reciente, como está la situación de esa juventud durante el coronashock. Este es un término que se refiere a la forma en que un virus golpeó al mundo con fuerza avasalladora, y a cómo el orden social en los Estados burgueses se desmoronó, mientras que el orden social en las partes socialistas del mundo parece más resiliente.
Para reflexionar sobre estas cuestiones, dividimos este dossier en tres partes. En la primera, ofrecemos un panorama general sobre lo que se entiende por juventud. En la segunda, desarrollamos un retrato de la juventud de las periferias del país, a partir de nuestra investigación de campo realizada en 2019. En la tercera parte, presentamos un cuadro de los desafíos de la juventud durante el coronashock.
Parte 1 | Juventud: ¿de qué estamos hablando?
El año 1985 fue decretado el “Año de la Juventud” por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El uso político de la categoría emerge en el contexto de crisis de la deuda externa de los países de América Latina, y la juventud como categoría política pasa a entrar en disputa. Pero ¿qué sería la juventud y por qué disputar esa categoría? Un primer paso para responder esta pregunta es hacer un balance del concepto, entendiéndolo como históricamente construido y con variaciones coyunturales, además del hecho de que lxs jóvenes se constituyen como sujetos en los procesos histórico-sociales.
Desarrollo lineal
El primer tratado sobre la juventud fue publicado por Stanley Hall en 1904, inspirado en el darwinismo y en las teorías evolucionistas. El evolucionismo presuponía nociones universales de historia y progreso, considerando que todas las sociedades humanas estarían destinadas al mismo futuro: la consolidación de la sociedad civilizada. Según esa forma de clasificar el mundo, las sociedades europeas ya estarían en el nivel de la civilización, convirtiendo a los parámetros europeos en criterios universales de civilidad. Las comunidades indígenas originarias de América Latina y África eran vistas como atrasadas, primitivas y salvajes.
De un modo semejante a esa lógica de la evolución de las sociedades humanas, este primer tratado sobre la juventud entendía el desarrollo de la persona humana como lineal y universal; la juventud, así, sería una etapa de transición y formación, que ocurriría entre los 14 y 26 años.
Delincuencia e irresponsabilidad
Más tarde, en el período de la Primera Guerra Mundial, otros investigadores asociaron la etapa de la juventud en el desarrollo de la persona con la inestabilidad emocional, la rebeldía, el desinterés, la melancolía, la agresividad y otras ideas que aún rondan el imaginario popular sobre la juventud.
De esa manera, se consolidó una representación dominante de la juventud en la que se vuelve a la vez una amenaza al orden moral y, por lo tanto, un peligro para la sociedad (asociada a la idea de desvío), como también un grupo que fácilmente se pone en riesgo (por su condición de fragilidad y por estar incompleto moral y emocionalmente) y que, en ese sentido, constituye un peligro para el propio individuo joven.
Ya que la juventud es peligrosa tanto para la sociedad como para sí misma, debe ser controlada. Derivan de esa noción las ideas de tutela y cuidado de la juventud. Podemos también derivar de allí perspectivas que comprenden a la juventud como grupo vulnerable.
En coyunturas de crisis, sobre todo, la salida autoritaria aparece como opción. En la década de 1920, el mundo vivió la ascensión del fascismo y el nazismo. Las juventudes hitlerianas, la Falange (juventud española que apoyaba la dictadura de Franco) y los balilla italianos (seguidores de Mussolini) fueron fuerzas internas muy importantes para el funcionamiento de esos gobiernos autoritarios.
Juventud revolucionaria y procesos de liberación nacional
Las revueltas de 1968 ocurrieron globalmente y se extendieron a los años 70, vinculadas a las luchas de liberación nacional y de independencia, especialmente en países de América Latina, el Caribe y en algunos países de África. La participación de la juventud en esas luchas fue notable. En Sudáfrica, fue la juventud la que protagonizó una lucha muy radical contra el régimen del apartheid. Steve Biko, uno de los principales líderes antiapartheid, fue uno de los fundadores de la Organización de los Estudiantes Sudafricanos y del Movimiento de Conciencia Negra, que ganó fuerza con la consigna “Black is Beautiful” (‘Lo negro es bello’). En la masacre de Soweto de 1976, 23 jóvenes estudiantes fueron asesinadxs, entre ellos Hector Pieterson, por protestar contra la política del apartheid y la adopción del afrikáans —el idioma del colonizador— en las escuelas básicas y secundarias en las regiones negras.
En Ciudad de México, la juventud de izquierda opositora al régimen militar fue brutalmente reprimida después de una ola creciente de protestas contra la ocupación militar de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La masacre de Tlatelolco, como se la conoce, culminó en centenas de muertos en la apertura de los Juegos Olímpicos de 1968.
En África, las luchas de liberación nacional de Guinea Bissau, protagonizadas por Amílcar Cabral, dejaron una fuerte huella en la educación popular y en la alfabetización de jóvenes y adultxs, que a su vez influyeron el pensamiento de Paulo Freire en Brasil. En la República Democrática del Congo y en Senegal la juventud también tuvo un papel fundamental en procesos revolucionarios y de liberación nacional a lo largo de las décadas de 1970 y 1980. En Cuba, la inspiración venía desde Julio Antonio Mella que, aunque fue asesinado en 1929 con solo 26 años, dejó un gran legado como ejemplo de lucha y como organizador político, contribuyendo al fortalecimiento del movimiento estudiantil cubano y a la resistencia durante su exilio en México.
Más allá de esos procesos de lucha, vale resaltar también la influencia sobre la juventud socializada después de la Segunda Guerra Mundial que comienza a cuestionar las herencias culturales, tanto en lo que tiene que ver con las relaciones de producción como en el orden de las costumbres. Las personas nacidas en las décadas de 1940 y 1950 son las llamadas baby-boomers: contestatarias y libertarias, la generación que pregonaba la paz, el amor libre, la vida en comunidad como contrapunto a la vida urbana dominada por el capital y las guerras. Los objetores de consciencia de la guerra de Vietnam son una expresión clara de esa juventud. Esos acontecimientos fortalecieron una perspectiva sobre la juventud como un actor político privilegiado, agente de transformaciones sociales. Tampoco pueden ser dejadas de lado las revueltas de 1968 en Francia, que criticaron fuertemente el Estado, las relaciones de producción, la burocracia, el poder ejercido en las escuelas, en las fábricas, en las instituciones psiquiátricas.
Juventud, mercado consumidor y trabajo precario
En el mundo capitalista, a lo largo de los años setenta y ochenta, el aumento del mercado y del consumo en la posguerra propició el crecimiento de la industria del ocio volcada hacia la juventud. En ese momento, la juventud puede ser comprendida como una construcción cultural del capitalismo avanzado y sus formas de expresión cultural: los medios de comunicación de masas, las industrias culturales.
Después de los años ochenta, el ciclo vital industrial entra en crisis, y lo que fuera otrora pensado como un recorrido lineal de formación de la persona —desde la juventud hasta la actuación profesional en la vida adulta, culminando en el descanso del anciano— se transforma en un recorrido en caracol: el estado de juventud como transitorio e inestable se vuelve permanente. Esa eternización ocurre bajo el neoliberalismo, en la era digital, de la información y de la precariedad del trabajo.
Sin embargo, ya en los años noventa, las investigaciones se dedican a la vinculación de la juventud con las condiciones de desigualdad de clase, género y raza. Esas investigaciones cuestionan la categoría juventud como definida exclusivamente por el criterio etario, y proponen que también se consideren criterios sociales. En nuestra investigación en el Instituto Tricontinental de Investigación Social nos encontramos con un joven MC de más de 40 años que, después de una trayectoria de vida que incluye encarcelamiento y experiencias de adicción, nos contó que ahora se siente joven por poder expresarse artísticamente, organizarse políticamente y osar soñar y vivir su sueño. La juventud trabajadora de la periferia muchas veces ve atropellada su juventud por la “vida de adulto”, entrando antes en el mercado del trabajo y muchas veces formando familias más temprano. Lxs jóvenes de capas privilegiadas pueden postergar el ingreso en la vida adulta, extendiendo su período de juventud.
Juventud y lucha por derechos: educación y cultura
La juventud desafía la separación entre política y cultura. Las luchas por la liberación nacional, así como los movimientos de 1968, articulan fuertemente arte y política. En Brasil, a partir de los años noventa, los movimientos de cultura de la periferia crecen y se intensifican. Primero, el rap y el hip hop, donde destaca la banda Racionais MCs, que cantan sobre las vidas en las periferias brasileñas y forman políticamente a toda una generación. Segundo, los bailes funk y black, importantes espacios de encuentro y de sociabilidad.
Por fin, en los años 2000, surgen los saraos y slams, que se consolidan como espacios de cultura auto organizados en bares, viaductos, puentes, plazas, atrayendo a lxs jóvenes y estimulando los encuentros y la sociabilidad por medio del arte. Es común que temas como el feminismo, el combate al racismo y a la LGBTfobia aparezcan en los poemas de estos espacios. A partir de estos años se ve también la intensificación de cursos populares para el examen de ingreso a la universidad, que funcionan como lugar de encuentro privilegiado de la juventud, estimulados por las políticas de democratización del acceso a la educación superior.
Juventud antiimperialista y derecho a la salud
Junto a lxs trabajadorxs e inmigrantes, la juventud de los años 2000 se convirtió en protagonista importante de protestas y campamentos contra el imperialismo y los grandes bloques económicos europeos, en lo que se conoce como movimiento antiglobalización en Europa y los Estados Unidos. Una década después, en Chile y Brasil, destacaron las múltiples ocupaciones de escuelas secundarias por estudiantes contrarixs a las políticas gubernamentales de reorganización de sus escuelas. En Brasil, sucedieron grandes protestas callejeras, organizadas por el Movimiento Passe Livre, contra el aumento de las tarifas del transporte público.
En la década de 2010 vimos la llegada al poder de varios gobernantes de extrema derecha como Donald Trump en Estados Unidos, Narendra Modi en la India, Rodrigo Duterte en Filipinas, y Jair Bolsonaro en Brasil. Estas ascensiones tienen a la juventud como uno de sus polos de apoyo. En el caso brasileño, tenemos a la juventud involucrada en la difusión de fake news y discursos de odio que definen al bolsonarismo. Todos estos países han tenido cifras desastrosas de contagios y letalidad durante la pandemia de covid-19, como consecuencia de las opciones de sus gobiernos por la profundización de políticas neoliberales y de producción de muerte.
En 2020, el coronashock impactó especialmente la vida, el trabajo y el ingreso en las periferias del sistema mundo, y puso a la orden del día la solidaridad y el derecho a la salud y la alimentación saludable. La juventud se pone en primera línea en dos dimensiones. Primero, como repartidorxs de aplicaciones, que son en gran parte jóvenes y negrxs de las periferias, que muchas veces encuentran en el trabajo informal la salida para continuar poniendo comida en la mesa. Lxs repartidorxs de aplicaciones son trabajadorxs que mantienen la posibilidad del aislamiento social, necesario para el combate a la pandemia, y que en Brasil se han destacado desde julio por hacer manifestaciones y paros por mejores condiciones de trabajo.
El segundo frente son las campañas de solidaridad, que lxs involucran en donaciones de alimentos y productos de higiene en las periferias urbanas, así como en la autoorganización de los territorios, como es el caso de la formación de Agentes Populares de Salud.
Parte 2 | Brasil: Juventud, periferia y participación
La juventud está en disputa. En los últimos tiempos, la derecha ha colocado a lxs jóvenes en la primera línea de los movimientos conservadores del mundo. En Brasil, no ha sido diferente. El país vive el período con mayor cantidad de jóvenes de su historia —según definición etaria, 15 a 29 años, lo que corresponde al 25% de la población—, y por eso las organizaciones políticas y sociales ponen especial atención en la juventud. Esa generación nacida entre las décadas de 1990 y 2000 vive otros dilemas. Mientras las generaciones de sus padres crecieron en un período de desarrollo industrial, con referencias organizativas construidas en ese período, lxs actuales jóvenes en Brasil viven bajo la hegemonía del neoliberalismo, combinado con un contradictorio momento de democratización del acceso a la educación superior. Por ello, a pesar de tener más acceso a la educación, tienen más inestabilidad en el empleo. El mundo de la previsibilidad de sus padres es sustituido por el del corto plazo; las ideas de carrera, estabilidad y jubilación son sustituidas por las de flexibilidad e inmediatismo, bajo la ideología del emprendimiento.
La relevancia de esta disputa obligó a la izquierda popular a pensar nuevos canales de aproximación a esxs sujetxs. ¿Cuáles son las organizaciones, los colectivos, los instrumentos que han ganado los corazones y las mentes de la juventud en las periferias brasileñas? Esa fue la pregunta orientadora de la investigación realizada por la oficina del Instituto Tricontinental de Brasil, en asociación con el Levante Popular de la Juventud y el Movimiento de Trabajadoras y Trabajadores por Derechos (MTD).
A continuación, presentamos los resultados destacados de esta investigación desarrollada en 2019 con jóvenes de las periferias de Brasil en las ciudades de São Paulo (estado del mismo nombre), Porto Alegre (estado de Rio Grande do Sul) y Fortaleza (estado de Ceará), destacando la forma en que la ideología neoliberal se adentra en la vida de la juventud y las implicancias que eso tiene en los nuevos desafíos de las organizaciones populares. Para conocer mejor el aspecto metodológico de la investigación, se puede consultar la cartilla “Estudo sobre participação da juventude nas periferias brasileiras”.
Ideología neoliberal y emprendimiento
“Jobs”, “freelas”, «bicos», inestabilidad e imprevisibilidad han marcado las vidas de lxs jóvenes en el Brasil de hoy. Es una gran diferencia respecto de la generación nacida entre las décadas de 1950 y 1970, que a pesar de la gran desigualdad social tenía la posibilidad de cierto desarrollo lineal de sus vidas por medio de dos caminos: el estudio y la formación universitaria, destinado principalmente a las capas medias y ricas de la juventud brasileña; o el trabajo que no requería años de estudio y calificación, que definía la vida especialmente de la juventud de las periferias. En cada uno de esos contextos aparecían alternativas para la realización y consolidación de la vida adulta: búsqueda de casa propia, constitución de una familia, elección de una profesión a ejercer hasta la jubilación, etc.
La juventud de la actualidad tiende a no participar en las organizaciones forjadas en las décadas anteriores. Las principales organizaciones de izquierda construidas en la década de 1980 enfrentan desafíos organizativos para incorporar a jóvenes. Esto no quiere decir que la juventud no haga política, no participe en colectivos y no forje sus redes de sociabilidad. Nuestro desafío, con todo, es entender dónde y cómo se da la participación de lxs jóvenes, dónde y cómo se vuelven sujetos colectivos y comparten sus vivencias, angustias, sueños y soluciones.
Un elemento predominante en el discurso de lxs jóvenes cuando piensan en su futuro y los desafíos de la cotidianidad, es el individualismo y la lógica del “individuo-empresa”. Además de buscar empleos formales y/o hacer «bicos» (pequeños trabajos inestables y temporales), también recurren a la salida del “emprendimiento” —el sueño de «ser su propio jefe»—, que se presenta teñida de cierta rebeldía a los trabajos que les son presentados y marcada por una lectura liberal del mercado de trabajo, en la que solamente el esfuerzo garantiza el «éxito».
Esa ideología del emprendimiento camina mano a mano con la ausencia de políticas públicas. El vaciamiento del Estado, como resultado de las políticas neoliberales, hace a las políticas e infraestructura públicas cosas distantes de la cotidianidad de lxs jóvenes en lo que se refiere a propuestas de soluciones a sus problemas.
Trabajo, educación y violencia
Conseguir trabajo e ingresos son algunos de los principales desafíos según lxs jóvenes, junto con la constitución de familia, que muchas veces está atada a la necesidad de sustento familiar. Sin embargo, Brasil se caracteriza por un mercado de trabajo precarizado y de alta rotación, principalmente para la juventud, ya que es uno de los países de América del Sur en que la juventud comienza a trabajar más temprano. En este contexto, la educación como recorrido “obligatorio” para un empleo de calidad, a pesar de ser relevante en el discurso de lxs jóvenes, ya no está presente de forma tan destacada. Al contrario: son abundantes las referencias a amigxs, parientes o vecinxs graduadxs que no acceden a empleos compatibles con su formación.
Otro factor relevante en la vida de lxs jóvenes en las periferias es la violencia. Violencia policial, tráfico de drogas, violencia doméstica. La investigación comprobó lo que las estadísticas ya demostraban sobre la notable presencia de violencia en la vida de lxs jóvenes. Muchos ya sufrieron violencia policial, tienen parientes o amigxs que están o estuvieron presxs, así como parientes o amigxs que están o estuvieron involucrados en el crimen, una salida que aún se presenta como alternativa para su vida.
Cultura, colectivo y salidas para organizar a la juventud
En este contexto, la cultura se presenta como un elemento movilizador de las juventudes, ya sea para ser creada o usufructuada. Es decir, tanto quienes quieren constituir bandas, MC, danza, teatro, como lxs que quieren ir al baile funk, a un espectáculo o a ver una batalla de rap, lxs jóvenes se movilizan en torno a las manifestaciones culturales. Eso se presentó, en gran medida, porque ese espacio canaliza el sentimiento de pertenencia a un grupo, representa un espacio de creación y socialización.
Esa tal vez sea la gran clave para organizar a la juventud. Incluso habiendo crecido bajo la perspectiva de la individualidad, lxs jóvenes buscan espacios colectivos y, como demuestra la investigación, esa ha sido la apuesta de muchas organizaciones religiosas y grupos culturales para movilizar a esta parte de la sociedad: de forma general, las organizaciones analizadas presentes en las periferias construyen espacios de sociabilidad, que proponen contribuir al desarrollo del aspecto individual de lxs jóvenes. No rompen con la lógica individualista, sino que construyen el sentido colectivo a partir del presupuesto de la optimización del individuo. En otras palabras, los colectivos se proponen ser un soporte del desarrollo individual de lxs jóvenes en su búsqueda de mejora personal para enfrentar el mundo. Esos colectivos son pensados por la juventud como formas de conseguir una vida mejor, sea por la composición de un grupo de amigos y/o muchas veces como medio de hallar empleo, conseguir ingresos o espacios de formación.
Parte 3 | Periferias brasileñas y pandemia: desigualdades, resistencias y solidaridad
Desigualdades territoriales, raciales y de clase
Los impactos de la pandemia de covid-19 evidenciaron aún más la desigualdad. Las víctimas de la pandemia se han concentrado en las periferias: en Brasil, periferia mundial; en los estados del Norte y Nordeste, periferias de Brasil; y en los barrios y regiones más negras, vulnerables en parte por su menor acceso a los servicios públicos y estatales. A pesar del inmenso subregistro, principalmente debido a los pocos exámenes realizados, los datos de las Secretarías Estaduales de Salud indican que el virus no es democrático en la producción y distribución de muertes. Aunque la covid-19 haya llegado a Brasil en avión, a través de los barrios de élite y cuerpos blancos, las regiones más blancas y con más infraestructura tienen un porcentaje de muertes menor que las periferias negras.
La desigualdad en el acceso a la tierra en Brasil tiene raíces históricas y sigue actualizándose en nuestras ciudades. Datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) y de la Encuesta Nacional por Muestra de Hogares (PNADC por su sigla en portugués) de 2018 muestran que cerca del 13% de lxs brasileñxs —alrededor de 27 millones de personas— viven en hogares con por lo menos alguna inadecuación habitacional, como ausencia de baño de uso exclusivo, paredes construidas con material no durable, hacinamiento o un alto valor de alquiler. Según estas encuestas, 35,7% de la población brasileña —más de 74 millones de personas— vive en hogares sin alcantarillado sanitario. Tanto en relación a las inadecuaciones habitacionales como en relación a la ausencia de saneamiento, las proporciones registradas son mayores entre personas negras que entre personas blancas, y son más elevadas entre personas con menos escolaridad y con trabajo informal.
La desigualdad en el más fundamental de los derechos, el derecho a la vida, sigue siendo reforzada en Brasil. Según el Atlas de la Violencia de 2019, producido por el Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA), 75,5% de las víctimas de homicidio en el país fueron personas negras. La investigación demostró además que la tasa de letalidad entre personas negras subió un 33% en la última década (2007 a 2017), mientras entre personas blancas el aumento fue de apenas 3,3%. Esos son solamente algunos ejemplos que revelan lo que intelectuales y militantes han llamado racismo estructural en la conformación de la sociedad brasileña.
En la situación de pandemia, personas y territorios que ya estaban atravesados por condiciones estructurales de desigualdad —que en Brasil están marcadas por la raza y la clase como factores indisociables— son las más afectadas. Es lo que revela el estudio del Núcleo de Operaciones e Inteligencia en Salud de la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro (PUC-Rio), que concluyó que personas negras sin escolaridad tienen casi 4 veces más probabilidades de morir de covid-19 que personas blancas con educación superior. En la periferia brasileña, la región Norte es la que ha presentado las mayores tasas de letalidad. En esas regiones más del 20% de la población vive en áreas en las que se necesitan hasta cuatro horas de traslado para llegar al municipio más próximo que ofrezca condiciones de atención para casos graves de covid-19.
La ciudad de São Paulo, la más grande y poblada de Brasil, fue el gran epicentro de la pandemia. A pesar del alto número de casos, la letalidad en la ciudad quedó un poco encima de la media nacional. Sin embargo, nuevamente se destaca la desigualdad de la distribución de muertes: los barrios más afectados han sido barrios periféricos que concentran una población mucho mayor de personas autodeclaradas afrodescendientes que la media del municipio. Son también zonas donde la proporción de camas hospitalarias es muy inferior a la recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y donde los tiempos de espera para una consulta con un medicx clínicx general son los mayores de la ciudad.
Sabemos que aglomeraciones y traslados son elementos que favorecen el contagio por el nuevo coronavirus. Ambos elementos están presentes en las periferias. Un gran número de lxs moradorxs de las periferias son empleadas domésticas que continuaron usando el transporte público para llegar a las casas de sus patronas; técnicas de enfermería negras que no dejaron de trasladarse hacia sus trabajos, muchas veces sin acceso a los Equipos de Protección Individual (EPI); o repartidorxs de aplicaciones que ruedan por la ciudad ganando muy poco. Sale de la periferia lo que mantiene la posibilidad de que el aislamiento social funcione: gran parte de lxs trabajadorxs de esas zonas son las personas que componen los llamados servicios esenciales.
Investigaciones recientes muestran que lxs repartidorxs de aplicaciones, que trabajan con sus motocicletas o, muchas veces, en bicicletas alquiladas, son en gran parte jóvenes negrxs de las periferias. Sucede que, como bien señala la investigadora María Augusta Tavares, en período de crisis esos llamados emprendedores están “presos afuera”: lxs trabajadorxs más precarizadxs son quienes están más expuestos a riesgos de contagio y transmisión del virus.
Además de eso, vale recordar que las vidas de la juventud negra de periferia ya estaban amenazadas mucho antes de la pandemia: movimientos negros, intelectuales y activistas no se cansan de denunciar el genocidio perpetrado por el Estado brasileño contra la población joven negra de periferia. Además de ese genocidio, el Estado también produce las muertes por medio de los desalojos que no cesaron durante la pandemia, incluso contrariando las recomendaciones de la ONU. En el momento en que la máxima “Quédate en casa” se ha repetido hasta el agotamiento, el Estado brasileño ha producido una falta aún mayor de viviendas, destruyendo hogares y dejando desasistidas a familias de las periferias.
La segregación racial, el racismo y la necropolítica como política de Estado no son novedades en nuestro país. Se debe insistir en incorporar la racialización al modo en que vemos las relaciones sociales en Brasil, lo que incluye mirar hacia una de las principales marcas de la desigualdad brasileña: el acceso a la tierra, sea para plantar o para vivir; sea en el campo o en la ciudad. El racismo estructural también se expresa en el modo en que diferentes cuerpos ocupan de forma desigual las ciudades para vivir, trabajar y trasladarse. Y las cifras de la pandemia, nuevamente, han evidenciado esas desigualdades. En este contexto, lo que nuestra historia nos muestra es que algunos cuerpos no pueden quedarse en casa, mientras otros no están seguros ni en la casa ni en la calle. La vida de la juventud negra de las periferias está amenazada todo el tiempo: si salen de casa, los amenaza el virus; si se quedan en casa, los amenaza el Estado.
Ingresos y trabajo entre lxs más pobres
Durante el coronashock, universidades y colectivos de investigación han asumido un papel importante en la producción de conocimiento sobre las desigualdades de la pandemia. Un estudio realizado entre el 5 y el 11 de mayo de 2020 por el Boletín de la Red Pesquisa Solidaria con más de 70 líderes comunitarixs en seis regiones metropolitanas del país, mostró que el hambre aparece como el principal problema vivido en las periferias como consecuencia de la pandemia. La misma investigación señala al desempleo, la reducción del salario y la ausencia de ingreso como el segundo efecto de la pandemia ya sentido en las periferias. Lxs líderes comunitarixs destacaron especialmente la situación de lxs trabajadorxs informales y autónomxs, despedidxs sin garantía de remuneración ni previsión de reanudación de las actividades. Es el caso de las limpiadoras, las cuidadoras y lxs profesionales de manutención y construcción civil.
Como estamos viviendo el agravamiento de una crisis ya existente, cuando se comparan los datos con los del año anterior ya parten de niveles muy bajos. La aprobación de la Reforma Laboral por el expresidente Michel Temer en 2017 hizo que, por primera vez, el número de trabajadorxs informales fuera mayor que la cantidad de trabajadorxs formales desde ese mismo año. Sin embargo, 2020 presentó resultados aún más catastróficos. Según un levantamiento publicado por el Centro de Estudios Sindicales y Economía del Trabajo (CESIT) (Teixeira y Borsari, 2020), hubo una caída de casi 5 millones en el número de personas ocupadas con relación al primer trimestre de 2019, llegando a un contingente de 70 millones de personas fuera de la fuerza de trabajo. Por primera vez en la historia, este año 2020 más del 50% de la población económicamente activa —esto es, personas en edad de trabajar— no compone la fuerza de trabajo. O sea, casi 71 millones de brasileñxs —cerca de un tercio de la población— en edad activa no trabaja, ni formal ni informalmente, ni busca empleo.
A pesar de la reducción general de trabajo y la falta de políticas gubernamentales para mejorar la vida de lxs jóvenes, hay un sector de trabajadorxs informales que ha crecido durante el coronashock y ha llamado la atención de los medios y la población en general: se trata de lxs repartidorxs de aplicaciones, que han realizado huelgas reivindicando condiciones mínimas de trabajo y constituyéndose como categoría de trabajadorxs. Según una entrevista con el profesor Marco Aurelio Santana (2020) de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ), lxs repartidorxs de aplicaciones sumaban cerca de 5,5 millones de trabajadorxs en 2019, y representan alrededor de un cuarto de lxs trabajadorxs por cuenta propia en el país. Solo en marzo de 2020, iFood recibió 175 mil nuevos pedidos de registro. Con eso se agrava una situación ya bastante crítica.
Según un informe técnico de la Red de Estudios y Monitoreo de la Reforma Laboral (Abílio et al., 2020): “Condiciones de trabajo en empresas de plataforma digital: los repartidores por aplicaciones durante la covid-19”, lxs repartidorxs están trabajando más y ganando menos en la pandemia. Los resultados de la investigación —que entrevistó a 252 repartidorxs de 26 estados— indican que 77,4% de las personas entrevistadas están realizando trabajo “ininterrumpido”, 52% trabajan 7 días a la semana y 25,4% trabajan 6 días a la semana. 89,7% sufrieron una reducción salarial o mantuvieron el mismo salario durante la pandemia, contra 10,3% que obtuvieron un aumento. Casi la mitad (48,7%) recibían hasta R$ 520,00 (US$ 98) semanales antes de la pandemia, porcentaje que subió a 72,8% después del inicio del aislamiento.
Todo lo anterior nos conduce a mirar hacia la situación de la juventud en la pandemia. Según la PNADC, el desempleo entre jóvenes de 18 a 24 años aumentó en el primer trimestre de 2020, con un récord de 34,1% en la región Nordeste. En el mismo período, la media nacional fue de 27,1% (en el mismo período de 2019, fue de 23,8%). Entre estxs jóvenes desempleadxs, la mayor tasa es entre mujeres (14,5% contra 10,4% de hombres), autodeclarados afrodescendientes (15,2% y 14% respectivamente, contra 9,8% de blancxs), y con educación media incompleta (20,4%, contra 6,3% con educación superior completa).
Vale destacar que ese cuadro de la juventud también se repite en otros países de Latinoamérica. En mayo, el director regional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en América Latina y Caribe, Vinícius Pinheiro, destacó la situación de la juventud trabajadora (entre 15 a 24 años) a partir del informe “Global Employment Trends for Youth 2020: Technology and future of Jobs” (‘Tendencias mundiales del empleo para la juventud en 2020: la tecnología y el futuro de los empleos’). Según este informe, en América Latina y en el Caribe, existen 9,4 millones de jóvenes desempleados, 23 millones que no estudian, ni trabajan, ni están en capacitación (los llamados “ni-ni”) y más de 30 millones solo consiguen empleo informal. Ellos representan un quinto de lxs jóvenes en la región.
La crisis también ha agravado la desigualdad entre hombres y mujeres. Las mujeres jóvenes se encuentran en situación más crítica: 28,9% de ellas están en el grupo de los “ni-ni”, en contrapunto a 14,6% de hombres. Datos de la PNADC revelan que 7 millones de mujeres abandonaron el mercado de trabajo en la última quincena de marzo, 2 millones más que el número de hombres. Además, las mujeres son mayoría en la primera línea de combate al coronavirus. Según el Consejo Federal de Enfermería, los equipos de enfermería en Brasil (enfermerxs, auxiliares y técnicxs) están predominantemente formados por mujeres: 84,6%. Las mujeres también están más sobrecargadas por el trabajo doméstico en la cuarentena. Datos de 2019 del IBGE indican que ellas dedicaban en media 18,5 horas semanales a los quehaceres domésticos y cuidado de personas, contra 10,3 horas semanales gastadas en esas actividades por los hombres. En la pandemia, esa diferencia tiende a intensificarse.
Adicionalmente a estos elementos, la violencia doméstica también ha aumentado en la cuarentena, principalmente en las regiones periféricas de las grandes ciudades, en las que el confinamiento puede obligar a mujeres, niñas y niños –además de la comunidad LGBTQIA– a convivir con su agresor o abusador. Quedarse en casa aumenta su vulnerabilidad y es un riesgo para sus vidas.
Juventud y solidaridad periférica durante el coronashock
La ausencia de acciones específicas de cuidado y prevención del contagio de covid-19, de acuerdo con la necesidad de cada territorio por parte del Estado y de los gobiernos, puso una palabra en la boca de los brasileños: solidaridad. El coronashock ha llevado a muchos grupos de juventud, artistas, colectivos, organizaciones sociales, asociaciones de barrio, grupos de amigxs y familiares, o incluso individuos, a intensificar o iniciar acciones y campañas de solidaridad. Estas acciones estimulan la producción de la juventud como sujeto político, como uno de lxs protagonistas que inventan formas de superar los desafíos impuestos por el virus y por el Estado brasileño, especialmente en lo que tiene que ver con la mantención de ingresos, la obtención de alimentos y la promoción de salud y bienestar.
La solidaridad ha sido necesaria especialmente para recaudar y donar alimentos, alcohol gel y productos básicos de higiene. Sin embargo, vemos despuntar dos tipos de solidaridad: la solidaridad S.A., como la llamó Kelli Mafort (2020), de la dirección nacional del MST, que incluyen donaciones de grandes grupos empresariales y corporaciones; y la solidaridad popular.
La solidaridad S.A. funciona como la caridad: es vertical, a partir de una relación entre quien tiene y escoge donar y quien no tiene y solo puede recibir. Esta relación entiende a las personas que reciben las donaciones como meros receptáculos de la benevolencia de quien dona. Es una forma de mirar y relacionarse con el otro muy parecida a lo que Paulo Freire llama educación bancaria. Sabemos, además, que en el caso de las grandes corporaciones las donaciones funcionan como propaganda, que podrán estimular aún más las ganancias de las empresas en un futuro próximo.
Por otro lado tenemos la solidaridad popular, de periferia a periferia. Esta solidaridad funciona a partir de una relación orgánica, próxima a lo que Paulo Freire denomina educación popular, y entiende la solidaridad como una relación en la que todas las personas involucradas participan y todas tienen algo que compartir y recibir, construyendo organización popular capilarizada alrededor de un proyecto común.
Las campañas de solidaridad popular involucran la participación de diversas organizaciones urbanas y del campo en la recaudación y distribución, incorporando a la juventud y promoviendo la relación de los alimentos agroecológicos, fruto de la reforma agraria, con la olla vacía de la periferia: es el encuentro entre personas del campo y de la ciudad, fortaleciendo una red de lucha contra el actual gobierno y por la reforma agraria y urbana popular. Inspiradxs por esas prácticas, protagonizadas por jóvenes que rechazan la indiferencia que el capitalismo busca imponer, desde el Instituto Tricontinental llamamos a la juventud a continuar osando a pensar y construir un futuro más allá de la miseria de lo posible y del presente, que el virus y el “gusano” de Bolsonaro (como llaman popularmente al presidente en Brasil) insisten en propagandear.
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