Un mapa del presente de América Latina: entrevista con Héctor Béjar
Dossier 49
En medio de la pandemia, 162 artistas de 30 países y 27 organizaciones contribuyeron a la Exposición de Afiches Antiimperialistas. Respondieron a una serie de convocatorias abiertas para realizar afiches que expresaran cuatro conceptos definitorios de nuestro tiempo: capitalismo, neoliberalismo, imperialismo y guerra híbrida. Fue un proceso experimental, organizado conjuntamente por el Instituto Tricontinental de Investigación Social y la Jornada Internacional de Lucha Antiimperialista. Para ilustrar este dossier, destacamos algunos trabajos de artistas de las Américas que contribuyeron al proceso.
Introducción
Cuatro golpes de Estado emblemáticos han sido ya sustancialmente revertidos: Chile (1973), Perú (1992), Honduras (2009) y Bolivia (2019). Cada uno de ellos fue impulsado por fuerzas políticas de extrema derecha respaldadas por los militares y por el gobierno de Estados Unidos. Los presidentes Gabriel Boric de Chile, Luis Arce de Bolivia, Pedro Castillo de Perú y la presidenta Xiomara Castro de Honduras se suman a una serie de mandatarixs que representan a fuerzas políticas de izquierda. Cada unx de ellxs luchó en sus campañas electorales contra odiosas fuerzas fascistas con estrechos vínculos con el gobierno estadounidense. Estaba claro que Washington quería ver a estos fascistas en el poder para avanzar en su agenda de expulsar a la izquierda de América Latina. Pero Arce, Castillo, Castro y Boric emergieron victoriosos sobre la base de amplias coaliciones de trabajadorxs y campesinos, el precariado urbano empobrecido y la clase media en declive. Las movilizaciones de masas definieron sus campañas electorales desde el altiplano boliviano hasta las tierras bajas caribeñas de Honduras.
El desgaste del neoliberalismo
Chile se convirtió en el laboratorio de las políticas neoliberales después de que el golpe liderado por el general Augusto Pinochet derrocara el proyecto socialista del presidente Salvador Allende en 1973. Pinochet trajo a un grupo de economistas de libre mercado, conocidos como los Chicago Boys, para entregar rápidamente a las empresas multinacionales con sede en EE. UU. los mejores negocios posibles (especialmente con el cobre chileno), permitir a la oligarquía chilena tener unas extensas vacaciones de impuestos y privatizar la mayoría de los servicios y programas públicos esenciales, incluidas las pensiones. Lo que permitió que el régimen golpista de Pinochet durara hasta 1990 fue la fuerza bruta infligida a los sectores del trabajo organizado y socialistas, así como unos precios del cobre relativamente altos. La vuelta a la democracia después de 1990 fue gestionada por un acuerdo entre liberales llamado Concertación, no para desmantelar el proyecto neoliberal, sino simplemente para hacer que los militares vuelvan a los cuarteles.
La rendición de los liberales a las políticas de la era Pinochet no fue un fenómeno solo chileno. La crisis de la deuda del Tercer Mundo en la década de 1980 y la caída de la URSS en 1991 estrangularon la capacidad, incluso de las fuerzas de izquierda, de proponer cualquier nuevo proyecto socialista. Fue en este período cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) se convirtió en un actor importante en la política de América Latina, imponiendo regímenes de austeridad como condición para acceder a financiamiento a sociedades sin capacidad para tolerar recortes en el sector público. Cuando el FMI exigió austeridad en Perú a principios de la década de 1990, el presidente derechista Alberto Fujimori desmanteló el Congreso y el Poder Judicial y se tomó el poder (lo que se conoce como autogolpe). En otros países de la región no hicieron falta golpes similares, sobre todo porque los liberales en esos países acataron las políticas del FMI sin chistar. Unos pocos meses después del autogolpe de Fujimori, el presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez, adoptó el paquete del FMI cuyo núcleo eran grandes recortes en los subsidios a los combustibles. Este paquetazo resultó en una revuelta masiva, el Caracazo, que inspiró a un joven oficial militar llamado Hugo Chávez a entrar a la vida política. La violencia que Pérez utilizó para disciplinar a la población en la austeridad del FMI marcó al joven Chávez.
Chávez no habló solo en nombre del pueblo venezolano cuando decidió ser candidato a la presidencia en 1998, su voz recorría desde la Patagonia hasta la frontera entre México y Estados Unidos. Condenó al neoliberalismo sin concesiones, porque lo consideraba una política de hambruna masiva. Su victoria electoral con una plataforma antineoliberal y su articulación de una política bolivariana de unidad continental inspiró a una serie de fuerzas políticas en toda la región. Es notable la rapidez con que los países latinoamericanos y caribeños eligieron formaciones políticas de izquierda en los años siguientes: Haití (2000), Argentina (2003), Brasil (2002), Uruguay (2004), Bolivia (2005), Honduras (2005), Ecuador (2006), Nicaragua (2006), Guatemala (2007), Paraguay (2008) y El Salvador (2009). Aunque no todas estas formaciones estaban tan a la izquierda como Chávez y la Revolución Cubana, ciertamente comenzaron a abrir nuevos caminos a partir de un neoliberalismo desgastado. La combinación de la guerra ilegal de Estados Unidos contra Irak (2003), la crisis financiera mundial (2007-08) y la fragilidad general del poder global de Estados Unidos proporcionaron el contexto internacional para el surgimiento de lo que se llamó la Marea Rosa.
Una temporada de guerras híbridas
La fragilidad de la hegemonía estadounidense no significó que permitiera que estos proyectos se desarrollaran sin retos en lo que ha reclamado como su “patio trasero” desde la Doctrina Monroe de 1823. La primera salva contra la Marea Rosa fue disparada en Haití, donde el presidente Jean-Bertrand Aristide fue removido en un golpe sucio en 2004 (ya había sufrido un golpe apoyado por EE. UU. en 1991, pero volvió al poder en 1994). Aristide fue secuestrado por Estados Unidos, Francia y Canadá y enviado a Sudáfrica mientras las autoridades en Haití realizaban una purga de sus aliados políticos.
Al golpe estadounidense contra Aristide le siguió, cinco años después, un golpe contra el presidente de Honduras, el liberal Manuel Zelaya, que fue destituido violentamente y enviado a República Dominicana. Estos golpes de Estado vinieron acompañados de una estrategia más silenciosa y dura de guerra híbrida, en la cual Estados Unidos unió fuerzas con la oligarquía de derecha de América Latina para utilizar la guerra económica, la guerra diplomática, la guerra comunicacional y una serie de otros actos hostiles para aislar y perjudicar a sus adversarios.
Las técnicas de la guerra híbrida ya se habían desarrollado contra Cuba desde los años 60: intentos de aislamiento, excluyéndola de la Organización de Estados Americanos en 1962 (México se mantuvo al margen), asfixiar la economía cubana con sanciones y bloqueo (roto por la solidaridad internacional de la URSS), una guerra de comunicación que incluía el desprestigio de los dirigentes comunistas del país, y actos de agresión abierta, incluidas invasiones (como la de Bahía de Cochinos en 1961) y 638 intentos de asesinato contra Castro. Este se convirtió en el modelo para las guerras híbridas lanzadas contra Bolivia, Nicaragua, Venezuela y otros lugares, que incluía nuevas formas de lawfare (usar el sistema legal como arma) empleadas contra los proyectos de izquierda en Paraguay, con el juicio político y destitución de Fernando Lugo en 2012, y en Brasil, con la destitución de Dilma Rousseff en 2016 y el encarcelamiento del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en 2018. El autogolpe de 2017 del presidente de Ecuador Lenín Moreno vino acompañado de la retirada de procesos judiciales contra multinacionales petroleras estadounidenses y la entrega de Julian Assange a las autoridades británicas a cambio de una inyección de crédito del FMI. La creación del Grupo de Lima en 2017 —ingeniado por EE. UU. y Canadá— buscaba socavar la Revolución Bolivariana en Venezuela, por ejemplo, a través del robo de recursos venezolanos y la creación e intento de instalación del falso presidente Juan Guaidó para cuestionar la legitimidad del proceso político nacional. El gobierno de Estados Unidos ha librado una feroz guerra contra los pueblos de América Latina y el Caribe, camuflada tras el lenguaje de los “derechos humanos” y la “democracia”.
El retorno de la izquierda
La izquierda en América Latina nunca ha sido unitaria. Las viejas corrientes fueron muy deterioradas por las dictaduras de las décadas de 1970 y 80, cuando miles de cuadros y simpatizantes fueron asesinadxs y tradiciones enteras de pensamiento y praxis se perdieron para las siguientes generaciones. Lo que se recuperó en los años 90 vino de la resistencia de la Revolución Cubana, del liderazgo visionario de Chávez y de los nuevos movimientos sociales que surgieron contra la austeridad y el racismo (especialmente el racismo contra los pueblos indígenas del hemisferio), así como por la ampliación de derechos sociales (especialmente los derechos de las mujeres y de las personas de las diversidades sexuales), y por una relación armoniosa con la naturaleza. Se desarrollaron diferentes tradiciones de pensamiento de izquierda con diferentes referencias de lo que se considera izquierda, incluida una fuerte corriente inspirada en el ejemplo del movimiento zapatista que irrumpió en México en 1994.
La importancia de Chávez radica en que fue capaz de juntar estas diversas corrientes, y que logró tender puentes entre quienes participaban de la actividad política a través de partidos y quienes la desarrollaban a través de movimientos sociales. Fue a raíz de los inmensos avances políticos de Chávez en Venezuela y en el continente que otras formaciones sociales de izquierda comenzaron a surgir. El punto álgido de la gran unidad entre las fuerzas de izquierda del hemisferio se produjo en Mar del Plata (Argentina) en 2005, durante la IV Cumbre de las Américas, en la que Chávez lideró el rechazo de las naciones latinoamericanas al Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA), respaldado por Estados Unidos. En la anticumbre que se celebraba en las inmediaciones, Chávez, junto al entonces candidato a la presidencia boliviana, Evo Morales, la leyenda del fútbol argentino Diego Maradona y el cantautor cubano Silvio Rodríguez, condenaron el Consenso de Washington. Dado que Brasil, la mayor economía de la región, se unió a Argentina y Venezuela en el rechazo al ALCA, otro camino parecía posible.
No obstante, con el colapso de los precios de las commodities desde 2010 y la muerte de Chávez en 2013, la agenda imperialista de Estados Unidos ganó preeminencia. El golpe de Estado contra Evo Morales en 2019 fue llevado a cabo en nombre de la “democracia”, extrañamente respaldado por fuerzas liberales que se sentían cómodas junto a fascistas, racistas y fundamentalistas que —como dijo la presidenta interina— “sueñan con una Bolivia libre de ritos indígenas satánicos”. Fue este sector el que llevó a cabo el golpe, quienes se consideraron como los “demócratas” de Bolivia por encima del presidente indígena elegido democráticamente. Al retratar a Cuba, Nicaragua y Venezuela como la “troika de la tiranía”, Estados Unidos pudo abrir una brecha en la izquierda, apartando a los sectores que ahora se sentían incómodos o cedían a las acciones punitivas emprendidas por estar en alianza con estos procesos revolucionarios. El éxito de la guerra híbrida para sembrar tales divisiones retrasó el regreso de la izquierda en muchos países y permitió que los neofascistas —como el presidente Jair Bolsonaro en Brasil— tomaran el poder. Las divisiones permanecen intactas, las fuerzas progresistas de Chile, Colombia y Perú siguen ansiosas por distanciarse de Cuba, Nicaragua y Venezuela utilizando el vocabulario proporcionado por la propaganda estadounidense.
Sin embargo, la imposibilidad fatal de la austeridad permanente permitió a las fuerzas de izquierda reagruparse y contraatacar. El Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales no colapsó, sino que resistió valientemente al régimen golpista, luchó para celebrar elecciones durante la pandemia y volvió al poder en Bolivia en 2020 y con mayoría. Aunque las fuerzas de izquierda y liberales de izquierda de Honduras fueron vapuleadas tras el golpe de Estado en 2009, lucharon duramente en las elecciones de 2013 y 2017, perdiendo, según los expertos, debido al fraude electoral generalizado. Xiomara Castro, que perdió en 2013, ganó finalmente en 2021 por un amplio margen. En Perú, una coalición muy frágil reunida en torno a la candidatura de un líder sindical de los maestros, Pedro Castillo, ganó por un margen estrecho contra Keiko Fujimori, la candidata de derecha, hija de Alberto Fujimori, autor del autogolpe en 1992. Mientras en Bolivia las raíces del movimiento para construir el socialismo son profundas y han sido fortificadas por los logros alcanzados en los 14 años de liderazgo de Evo Morales, esas raíces son mucho más superficiales en Perú y Honduras. Pedro Castillo ya ha sido aislado en gran medida de su propio movimiento y la agenda que ha podido impulsar es decididamente modesta.
Los precios de las commodities, cuyos ingresos alimentaron a la Marea Rosa hace 20 años, permanecen bajos. Pero ahora el contexto ha cambiado en la región, ya que China está más involucrada. Su interés por expandir la Nueva Ruta de la Seda (Iniciativa del Cinturón y la Ruta o BRI por su sigla en inglés) por América Latina ha proporcionado nuevas fuentes de inversión y financiamiento para el desarrollo de la región. En Latinoamérica es bastante aceptado que el proyecto de la BRI es un antídoto contra el ampliamente desacreditado proyecto del FMI y la agenda de austeridad neoliberal de Washington. Con poco capital original para invertir en la región, Estados Unidos tiene principalmente su poder militar y diplomático para usar contra la llegada de inversiones chinas. América Latina, por tanto, se ha convertido en un importante frente en la guerra fría impuesta por EE. UU. contra China. En cada uno de los nuevos proyectos de izquierda en la región, China jugará un papel significativo. Por eso Xiomara Castro ha dicho que una de sus primeras visitas será a Beijing y por eso la Nicaragua de Daniel Ortega decidió reconocer a la República Popular China y no a Taiwán, como la representación legítima de China en el sistema de Naciones Unidas. No hay duda de que, desde México hasta Chile, la cuestión de las inversiones chinas ha alterado el equilibrio de fuerzas y probablemente va a unir a grupos que de otro modo no se tolerarían. Estados Unidos está intentando presentar a China como una “dictadura” para atraer a los sectores de las mayorías progresistas, que han sido previamente entrenados para sospechar de los proyectos revolucionarios cubano y bolivariano.
En 2022 habrá elecciones cruciales en Brasil y Colombia. En Brasil, Lula lidera todas las encuestas y probablemente vuelva a la presidencia a menos que sea, de nuevo, saboteado por la guerra híbrida. Lula se ha radicalizado significativamente por los ataques recibidos: si gana, probablemente estará menos dispuesto a comprometerse con las oligarquías locales atrincheradas y por lo tanto probablemente será un aliado firme de los procesos revolucionarios de Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como de los gobiernos de izquierda en otros lugares. Los comentarios de Lula y Dilma sugieren que buscan desarrollar una relación más estrecha con China para equilibrar el sofocante impacto del poder estadounidense. Colombia, una vieja aliada de Estados Unidos, donde la violencia ha sido utilizada por una oligarquía reaccionaria para mantenerse en el poder, podría presenciar la victoria del candidato popular de izquierda Gustavo Petro. Las protestas contra la austeridad en Colombia han definido la política del país mucho antes de la pandemia de COVID-19 y probablemente establecerán los términos de la campaña electoral. Si Lula y Petro ganan, Latinoamérica estará más cerca de establecer un proyecto regional que no esté definido por la austeridad económica, el robo de recursos y la sumisión política impulsados por Estados Unidos.
Un imperio en decadencia
Para comprender las dinámicas en América Latina y el Caribe recurrimos a Héctor Béjar, el exministro de Relaciones Exteriores del gabinete del presidente del Perú, Pedro Castillo. Béjar es uno de los intelectuales más destacados del continente y ha escrito con gran pasión sobre la historia de su país, con especial énfasis en la izquierda y las posibilidades de cambio social en nuestro tiempo.
En 1962, con 26 años, Béjar viajó a Cuba para formarse como guerrillero. Al año siguiente, él y unos pocos camaradas, como Javier Heraud, Julio Dagnino, Alaín Elías y Juan Pablo Chang, formaron el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que buscó acabar con la desgraciada situación de Perú. Después de regresar a Perú fue enviado a la cárcel y se enfrentó a la posibilidad de una condena de 17 años. En 1969 ganó el premio de Casa de las Américas (Cuba) por su libro clásico: Perú 1965: Apuntes sobre una experiencia guerrillera.
Una muestra del gran compromiso de Béjar con la justicia social y de su inteligencia es el hecho de haber sido indultado en 1970 por el entonces presidente Juan Velasco Alvarado, quien le pidió que trabajara en un programa de reforma agraria. El fracaso del intento de Velasco de democratizar el Perú llevó a Béjar y otros a crear el Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación (CEDEP), cuya revista, Socialismo y Participación, fue dirigida por Béjar entre 1977 y 2009. Esta revista fue una referencia clave no solo sobre los acontecimientos en Perú, sino también en toda la región. Béjar resumió sus trabajos para la revista en una serie de libros clásicos como: La revolución en la trampa, 1976; La organización campesina, 1980; y Mito y utopía: relato alternativo del origen republicano del Perú, 2012.
El presidente Pedro Castillo invitó a Béjar a formar parte de su gobierno como ministro de Relaciones Exteriores, y él aceptó. Sin embargo, el mandato de Béjar duró apenas semanas, del 29 de julio al 17 de agosto de 2021. La brevedad de su mandato se entiende mejor por el escaso margen de maniobra disponible en el gobierno de Castillo, que inmediatamente se vio sometido a una inmensa presión para apartar de su seno al intelectual de izquierda más respetado del Perú.
José Carlos Llerena Robles, miembro de La Junta y de ALBA Movimientos (Perú), conversó con Béjar sobre la situación política actual de América Latina y el Caribe en nombre del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Conversaron en tres ocasiones, produciendo una extraordinaria discusión sobre algunas de las cuestiones planteadas en esta introducción. Lo que leerán en Un mapa del presente de América Latina: entrevista con Héctor Béjar (Dossier 49) es un resumen de esas conversaciones.
Parte 1. América Latina y el imperialismo estadounidense
José Carlos Llerena: ¿Cómo caracterizaría la situación catastrófica de América Latina respecto de la izquierda, los movimientos populares, luego de la muerte del comandante Hugo Chávez en el 2013?
Héctor Béjar: Cada fenómeno es singular y cada país tiene su propia realidad, pero yo no haría un balance negativo, al contrario. Si yo fuera de derecha estaría preocupado. El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) sigue gobernando República Dominicana. La Revolución Cubana y la Revolución Bolivariana siguen invictas. Está Nicaragua, los sandinistas acaban de ganar elecciones. Tienes a López Obrador en México, acaba de ganar Xiomara Castro en Honduras, en Chile ganó Gabriel Boric, un candidato de izquierda que surge del movimiento popular. En Bolivia está Luis Arce, en Argentina está Alberto Fernández y Barbados acaba de proclamarse República.
Para mi el balance es positivo en la medida en que si tú comparas la situación de los años 70 en que hubo un sistema de liquidación, de asesinato sistemático de líderes de izquierda que de alguna forma continúa en Colombia todavía hoy y que siempre sigue siendo una amenaza. Pero si comparas eso con la situación actual encuentras que la izquierda, lo que llamamos izquierda en América Latina y el Caribe, ha ganado un espacio enorme y lo que llamamos derecha está en una situación de orfandad popular y de mentalidad tremenda en términos políticos.
Otra cosa es, por supuesto, el sistema económico, el mundo sigue siendo de los bancos. En el mundo cultural, la izquierda lo tiene todo, la derecha no tiene nada. En el mundo político hay un empate. Yo creo que es un gran proceso de América Latina, una especie de gran marcha. Entonces es difícil hacer una afirmación general de gran brochazo. Uno tiene que acercarse y ver las características de cada proceso de la región. En algunos lugares las izquierdas han tenido que moderar su lenguaje, porque tienen que ganar otras capas políticas en alianzas. Lo que acaba de pasar en Honduras, por ejemplo. En otros lugares, no. La región está cada vez más rosada.
Desde la Revolución Cubana en 1959 hasta 1967 cuando muere el Che la izquierda latinoamericana tenía guerrillas, guerrillas rurales y guerrillas urbanas. Esas guerrillas tenían programas socialistas. La muerte del Che y por supuesto, el golpe contra Allende en 1973, marcan toda una nueva época. Una época de dictaduras, las dictaduras del Plan Cóndor (Un plan desarrollado por los militares de la región en colaboración con Estados Unidos para eliminar decenas de miles de militantes entre 1975 y 1983). Hubo una eliminación en masa de los tupamaros en Uruguay, de los montoneros en Argentina y de las guerrillas urbanas de Brasil, de Carlos Marighella. Todo el proceso se reinventa, digamos y aparece una izquierda típica de los procesos de transición. Una izquierda marcada por la transición de Franco a la democracia en España, el Pacto de la Moncloa, que unió a la izquierda con el centro para suspender las huelgas. Marcada por la transición brasileña desde la dictadura militar hasta Fernando Henrique Cardoso, que es todo un proceso. En el caso argentino, la transición vía Raúl Alfonsín que fracasa primero y luego hay un reagrupamiento del peronismo alrededor de los Kirchner; en Chile a través de la Concertación, una coalición de centro, se da una transición vigilada. Tienes ese período en el cual la izquierda tiene que pagar un altísimo precio para, después de su derrota militar en las guerrillas, obtener entrada al sistema político.
Aún no salimos de ese período, es decir, en América Latina en general todavía estamos marcados por la Concertación chilena, por el Pacto de la Moncloa y por la transición brasileña. Además, no es solamente un caso latinoamericano, es también el caso de Sudáfrica, por ejemplo. Son procesos que al producirse la transición acuerdan olvidar el pasado. Pero como sabemos, el pasado no se olvida nunca. Es el caso de España, donde la verdad sobre la Guerra Civil Española y la represión franquista todavía está oculta. Nadie se atreve a destaparla. No ha habido una comisión de la verdad en Brasil ni en Uruguay. Los únicos valientes han sido los Kirchner en Argentina, que se atrevieron a meter presos a los dictadores argentinos. Es un caso excepcional. Pinochet murió en su cama y fue honrado por la Concertación. Entonces así es la política, vas pagando el precio y yo creo que la izquierda latinoamericana está pagando ese precio. No quiero decir que no deba pagarlo ni pretendo decir que es una traición ni nada parecido, creo que es la realidad de las cosas la que te obliga a eso.
El conjunto de la situación no es un empate, yo creo que cuando uno habla de empate, habla de una situación estática y no creo que sea un empate, más bien es un vaivén lo que hay, una situación bastante dinámica. El peligro que uno no puede olvidar, el más importante de todo esto, es que el pueblo en general empieza a detestar el sistema político y empieza a identificar a la izquierda con el sistema político. Entonces en toda América Latina el abstencionismo en las elecciones es cada vez mayor. Con algunas excepciones, como Honduras, pero esa es una situación excepcional por las circunstancias que ese país ha vivido[1].
¿Cuáles son los desafíos y las amenazas para el campo popular que quiere llevar a cabo esas transformaciones políticas, sociales, culturales necesarias y en clave revolucionaria? Le pregunto con relación a la caracterización que usted hace de la nueva ola progresista, donde hemos visto casos tanto en Perú, en Chile o en Ecuador, en que estas izquierdas supuestamente privilegian lo técnico sobre lo político, dispensan un poco lo popular y terminan generando un empate con la sensación del pueblo y siendo desplazados por alternativas de derechas, neoconservadores y ultra neoliberales.
Lo que llamamos campo popular varía según cada país. Lo que más conozco, por supuesto, es el campo popular en el Perú y creo que se parece mucho al de Bolivia. Hay una “burguesía popular”. El contrabando, todos los tráficos, la minería, el comercio y el microcomercio generan enormes cantidades de dinero que fluye a nivel del campo popular. Entonces ahí se produce lo que podemos llamar burguesías emergentes o mafias emergentes si quieres, porque todo esto está teñido por la corrupción. Entonces es muy difícil en este momento en países como el Perú, distinguir. Y, por tanto, creo que en el campo popular están desde los sectores de pobreza extrema, la gente que no tiene para comer, hasta la gente que tiene muchísimo dinero. Este término, “burguesía popular”, puede parecer contradictorio, pero estoy tratando de expresar algo de la realidad social.
Creo que en América Latina no existe una izquierda, existen muchas izquierdas. Desde las izquierdas que uno no sabe si son izquierdas o son derechas, o centro derechas, hasta las izquierdas extremas. O también el mundo popular, que no se define como de izquierda, pero que físicamente está a la izquierda, que a mí me parece lo más importante. Es decir, el pueblo de Yauri, un distrito al sur del Perú que sufre las acciones de las contaminantes industrias mineras del cobre y el oro, probablemente sea muy católico, conservador y en puntos que son muy caros para la izquierda, sea de derecha, pero está en la izquierda. ¿Por qué? Porque protesta contra la contaminación minera. Por ejemplo, si tú revisas la política de la izquierda nicaragüense, del sandinismo, Nicaragua es sumamente conservadora en términos de derechos sexuales y reproductivos. Entonces creo que hay que hacer un acercamiento político muy grande. Por ejemplo, en el caso peruano, las grandes masas populares no son de izquierda, son masas populares. Dentro de ellas seguramente hay gente de izquierda, por supuesto, pero yo no definiría per se a un rondero [integrante de una especie de guardia campesina, base social principal de Pedro Castillo] como un hombre de izquierda. A la hora de hablar de las relaciones matrimoniales, es sumamente conservador y seguramente un católico devoto. Y si hablas del aborto, ni hablar, y si hablas de racismo, tampoco. Porque hay racismo de ambos lados, en términos de un fuerte regionalismo. En algunas partes de Perú hay una especie de regionalismo anti limeño también, que no sé si puede correr paralelo con el racismo limeño contra las provincias. Entonces hay muchas cosas que se entrecruzan y que la derecha aprovecha en algunos momentos. Si ellos fueran inteligentes las aprovecharían mucho más. Creo que lo que tenemos que hacer es un análisis desapasionado de cómo está desarrollándose lo que llamamos movimiento popular. Qué cosa es exactamente movimiento popular y que no es. En las épocas de mayor movilización, en los últimos años en el Perú hay miles de gentes que no se han movido. No nos olvidemos de Lima tiene 10 millones de habitantes y yo no he visto hasta ahora en Lima una manifestación de cien mil personas.
Y en ese sentido, vinculado a este análisis de lo que es el movimiento popular con toda su diversidad en la región sudamericana, mesoamericana y del Caribe, ¿cómo usted entrelaza este análisis con la posibilidad de la construcción de un proyecto continental? Recordando los legados que tenemos vivos aún de Bolívar, Faustino Sánchez Carrión[2], el mismo Hugo Chávez y recientemente, por ejemplo, el compañero Evo Morales, de hablar de una Latinoamérica plurinacional contra el imperialismo.
Claro que sí. Y yo creo además que hay que impulsarlo, pero eso tendría que tener muchos niveles distintos. Serían muchos movimientos dentro de un movimiento. Por ejemplo, la comunicación entre los aymaras de Perú, Bolivia y Chile que existe y es potente. Ese es todo un mundo que lo único que tienes que hacer es darle un contenido político, porque tiene un poder económico tremendo, tiene una enorme identidad cultural. Y esto vale también, digamos, no con esa fuerza, pero para otros niveles. Ahora el movimiento popular usa el internet. El caso de los indígenas amazónicos, ellos están globalizados. Entonces yo creo que es bastante fácil establecer instancias regionales, latinoamericanos y caribeñas porque ya las tienen globales. Tienen redes de indígenas globales. Tienen presencia en Naciones Unidas. Tienen voz, tienen posiciones. Otro nivel es el nivel sindical. Por más que los movimientos sindicales están muy debilitados, hay instancias sindicales todavía en Brasil, en Argentina, lo poco que queda en el Perú, en Colombia, etc. Lo otro es el nivel de los gobiernos progresistas, que tienen el Foro de São Paulo, el Grupo de Puebla. En televisión, a mi teleSUR me parece importantísima, es algo que hay que conservar como oro y hay que desarrollarlo. Deberíamos tener también una editorial latinoamericana, de pensamiento latinoamericano. Eso está por hacerse. Y luego tenemos todo lo oficial: UNASUR, CELAC, etc. Y yo creo que ahí hay una serie de instancias distintas que se pueden potenciar simultáneamente, cada quien en su terreno, para crear un movimiento general pero múltiple.
Ahora quería preguntarle, ¿qué pasa en el otro lado? Con su experiencia de la lucha en las guerrillas de los sesenta, setenta, al calor de la Revolución Cubana, se enfrentó al enemigo imperial con ciertas caracterizaciones y cierta configuración. Hoy en día, a pesar de que la hegemonía norteamericana viene perdiendo espacio respecto del avance de China, sigue colocando sus garras feroces sobre sobre Nuestra América y el Caribe. Hay ahora una especie de “neoliberalismo de guerra” que oscila entre el narcotráfico y una guerra contra las drogas con Colombia en su epicentro.
Siempre he pensado que la mejor forma de combatir al enemigo es conocerlo. El Perú no tiene política internacional y sus izquierdas tampoco la tienen. Entonces no saben que pasa en Europa, no saben qué pasa en Estados Unidos y eso no tiene perdón. Uno tiene que saber lo que pasa en Estados Unidos, por obligación, porque el Imperio es tu enemigo. Entonces, ¿cómo no vas a conocerlo? Tienes que conocerlo y además meterte a trabajar ahí y hacer relación con los movimientos sociales cuestionadores que hay en Estados Unidos y que están creciendo.
Estados Unidos ha perdido importancia, es un imperio en decadencia. La inversión norteamericana ya no tiene importancia en América Latina y el Caribe. Esas garras hoy son militares. Son, yo diría, casi exclusivamente militares a través de la formación y la educación de los militares y a través de la potencia militar que sigue siendo Estados Unidos. Y no más, porque Estados Unidos está no solamente en la crisis económica que ya conocemos, sino en una crisis política tremenda. También hay una especie de empate en los Estados Unidos. Hay un surgimiento de movimientos cuestionadores a todo nivel. Hay un debilitamiento general de los viejos partidos Demócrata y Republicano. Hay un desenganche del pueblo norteamericano de la política profesional. Y yo creo que eso debilita la personalidad de lo que hemos conocido como imperialismo norteamericano. Y lo que pasa es que los latinoamericanos nos negamos a reconocer esa situación y no tenemos una política respecto de Estados Unidos.
El antiguo imperialismo no te sirve para nada, no sirve que tú repitas que Estados Unidos es imperialista y que uno es antiimperialista. Lo que necesitas es conocer los Estados Unidos y ver como te conduces para aislar a esos grupos que siguen siendo muy peligrosos, que están basados en los organismos de inteligencia de Estados Unidos y en el militarismo norteamericano. Y además, por supuesto, ya no en la inversión formal estadounidense, sino las redes informales, que también es otra penetración estadounidense importante, el mercado de la droga, en México también el tráfico de armas. Colombia sigue siendo una provincia de Estados Unidos, un país criminal donde se asesina sistemáticamente a los líderes sociales. Y por supuesto que es el primer exportador de cocaína en el mundo.
Parte 2. Perú
¿Cómo caracterizaría usted la situación de la coyuntura peruana, la que estamos transitando y sobre la cual hay mucho interés? En su libro ‘Vieja crónica y mal gobierno’ usted plantea que el Perú hoy en día responde a doscientos años de una primera e ilusoria independencia y luego un proceso de república fallida, y que nos dividimos en mafias y plebes.
En el Perú hay que distinguir entre la sociedad y el sistema electoral. La sociedad se mueve porque los grupos dominantes saquean el Perú, especialmente vía la explotación minera (desde la explotación petrolera hasta la explotación de la madera). El aparato productivo peruano en relación con el mundo exterior está dominado por monopolios. Y en oposición a eso, la sociedad peruana se mueve en la resistencia, porque lo que esos grupos monopólicos hacen para realizar sus actividades inevitablemente afecta la vida diaria y productiva de la sociedad peruana. En el momento en que alguien te envenena el agua y ya no puedes tomar agua, o compruebas que tus chicos tienen plomo en la sangre porque empiezan a sangrar por la nariz, o porque empiezan a tener problemas psicológicos, entonces te resistes y protestas. Hay esta resistencia dentro de una sociedad en general bastante pasiva. En ese sentido, uso la palabra plebe, no en términos despreciativos, sino como algo más o menos indefinible. Se mueven los movimientos sociales, que son en algunos casos latentes y en otros casos efectivos en su resistencia y en su protesta, pero que siempre están en latencia. Son redes que permanecen. Entonces ya tienes los tres elementos: los grupos económicos saqueadores, la sociedad más o menos indiferente y las redes que se mueven dentro de esa sociedad indiferente, que son redes de resistencia.
Sobre ese sistema social se erige un sistema político que está dominado por grupos oligárquicos, es decir, por los grupos funcionales a los intereses de esos grupos económicos, fundamentalmente los bancos y las empresas. Son especialmente los abogados y los políticos de las empresas. En este sistema hay por un lado grupos muy ultraconservadores, y por otro, lo que se puede llamar una izquierda más o menos indefinible, encabezada por los grupos más activos que están divididos en dos: una izquierda moderada que casi no puede ser distinguida de una suerte de socialdemocracia criolla o de una derecha más o menos civilizada, o centro derecha; y, una izquierda chola, provinciana, muy poco sofisticada, que es una izquierda más roja. En sus mejores épocas, la izquierda electoral peruana no ha pasado del 30% y ese también fue el caso de Castillo.
El gobierno de Castillo encuentra difícil el gobernar porque le falta cultura política, le falta conocimientos del mundo y le falta un manejo, que no tendrían por qué tener, de los mecanismos del Estado que han manejado precisamente los otros, los que han sido derrotados electoralmente. Y ese es el problema actual en el Perú.
Pero yo no podría terminar esta descripción sin decir que, en conjunto, la sociedad peruana hoy día es una sociedad de muy poca estatura en términos políticos. Porque creo que el Perú ha vivido un enorme retroceso a partir de la aplicación del programa neoliberal. Estamos hablando desde los años 90. Eso ha significado un empobrecimiento de la educación, un empobrecimiento de la formación de los maestros. Un empobrecimiento clarísimo y una corrupción abierta de los sectores militares. Una corrupción general del país, una corrupción del Estado. Y, por tanto, quien quiera manejar el Estado se va a encontrar con un Estado corrupto, pero con una sociedad corrupta también, porque cuando hablamos del Estado corrupto nos olvidamos de que la corrupción siempre es de a dos, porque hay un corrompido y hay un corruptor. Entonces, que el Estado sea corrupto significa que quienes manejan el Estado son corruptos. Y tenemos que hace tiempo que los empresarios peruanos se apoderaron del Estado. Hemos tenido empresarios como ministros y hemos tenido el famoso sistema de la puerta giratoria, en que ejecutivos de las grandes empresas son hoy día ministros y mañana gerentes de las empresas. Entonces no podemos hablar de la palabra Estado sin añadir que este Estado es un Estado colonizado por las empresas. Un Estado que ha servido y sirve a esos intereses. Entonces, cuando tienes un intruso metido en eso como un personaje, como Pedro Castillo, obviamente el no va a poder manejar eso porque tiene que manejar a unos 2.500 operadores de grupos económicos que están metidos en las principales instancias del Estado. Ese es el tema para mí en este momento. La única forma, insisto, y esto lo he dicho quinientas mil veces y el propio Castillo lo ha dicho en su campaña electoral, es que pueda vencerse esta telaraña en que Castillo ha caído. Es simplemente saltarse esa telaraña e ir a esa red que está en latencia popular y activar esa red. Pero eso es lo que Castillo no quiere hacer, porque aparentemente el cree que quedando bien con la derecha y con la derecha internacional puede sobrevivir. En este sentido la visita última de Luis Almagro, secretario general de la OEA, en noviembre de 2021, tiene mucha significación. Puede sobrevivir, de eso no me cabe la menor duda, pero el que va a sobrevivir es otro Castillo. No va a sobrevivir el Castillo de la campaña electoral.
El movimiento popular se mueve dentro de una masa indiferente. Y es esa masa es indiferente porque está preocupada sobre todo por la subsistencia. Tiene que vivir día a día. Y luego añades a eso una pequeña y agresiva derecha: arcaica, cavernaria, facha. Claro que es probablemente el último respiro de lo que le queda a la vieja derecha peruana. Perú es un país dominado desde afuera. Lo que le interesa al poder global son los minerales y para extraer los minerales necesitas muy poca gente. Todo el resto sobra desde el punto de vista de los empresarios.
Perú tiene una cultura milenaria tremenda, sigo insistiendo en mi idea de que el Perú es una potencia cultural, pero es un enano político. Porque políticamente estamos pagando el precio de 60 años de gobiernos inútiles, neoliberales que nos han dejado un país destruido, limitado. El nivel del Congreso, el nivel de los medios de comunicación es un nivel muy bajo. El Perú tiene ciencia, el Perú tiene técnica. ¿En qué quedó el Ministerio de Tecnología que Castillo propuso en su campaña? En nada. El Perú tiene gente sumamente valiosa, pues esa gente valiosa es sistemáticamente separada, no sólo por la derecha, sino también por la izquierda. Bueno, digamos que este es un gobierno de izquierdas, pero estirando mucho la palabra izquierda. Hay una derecha agresiva y esto resulta en una gran mediocridad, especialmente si comparas con lo que se podría hacer en el Perú y con lo que otra gente podría hacer, porque no es que el Perú en general tenga esa estatura.
Todo lo que en el Perú se ha destruido es muchísimo, en el Perú se ha destruido la escuela, se ha destruido la educación, se han destruido las empresas. Solamente quedan las minas y los agroexportadores. Todo el resto está destruido. Porque lo que llamamos redes populares existen en latencia, pero no tienen una vida constante, institucional.
Entonces, en esa situación, ¿qué es lo único que permanece? Según yo, la familia, que también está en crisis. Pero todavía tienes familias extensas que funcionan, que además sobrepasan las fronteras de Lima y del Perú y comunican provincias con capital y con el exterior. Las redes familiares se forman porque se basan en la confianza. Perú está configurado por esas redes, que tienen un carácter de mafia. Yo no le doy a la mafia una connotación negativa, uso la palabra para explicar la lógica, la racionalidad de una situación social. Esas redes están separadas del Estado liberal. El Estado liberal está marcado por la diferencia entre la propiedad privada y la propiedad pública. Pero la organización familiar no separa la propiedad privada de la propiedad pública e invade la propiedad pública. Tanto las familias pobres como las familias ricas invaden la propiedad pública. Las familias ricas te invaden el Estado y lo manejan en su beneficio, las familias y pobres te invaden lo que pueden en la calle, te invaden la plaza, invaden todo. No hay límites. Entonces, lo que llamamos corrupción finalmente es eso. Esa es la raíz del Estado peruano en su configuración actual. Yo creo que la separación de lo público con lo privado en el Perú no existe, se rompe definitivamente de muchas formas. Y el presidente Castillo es un ejemplo más cuando él trae a su esposa, a su sobrino, a sus paisanos, porque confía en ellos. Pero no está haciendo nada singular. Es lo que hizo Alejandro Toledo (presidente entre 2001 y 2006), es lo que hizo Alan García (presidente 1985-1990 y 2006-2011). Con la diferencia de que ellos eran blancos. Bueno, Toledo era cholo. Castillo llama la atención porque la gente le exige a Castillo aquello que no les ha exigido a los gobiernos anteriores. Pero ¿qué era Fernando Belaúnde? (presidente 1963-1968 y 1980-1985) Mira la cantidad de Belaúnde que hubo en el gobierno de Belaúnde que todavía están en el Estado. Los Belaúnde son un clan.
Lo que Aníbal Quijano[3] llamó colonialidad, en realidad la mentalidad colonizada, que creo que compartimos largamente, de la cual no solamente podemos acusar a los sectores dominantes del Perú, si no que creo que esa mentalidad colonizada abarca gran parte de la sociedad peruana. Es otra de las realidades que nosotros nos negamos a aceptar. Y cuando hablamos de mentalidad colonizada estamos hablando de una mentalidad que viene desde nuestra dependencia respecto de España. El Perú ha sido un país cuyas clases dominantes han sido sumamente conservadoras, han sido hispanistas en la medida en que España fue fascista, pero no dudaron en ser anti-hispanistas durante la Guerra Civil Española, cuando España fue república. Entonces esa hispanidad o anti-hispanidad tiene efectivamente un sentido de clase también. Y eso ha sido transferido después a la relación con Inglaterra y luego con Estados Unidos.
Entonces, ahora la mentalidad colonizada tiene que ver mucho con una serie de circunstancias y de actividades económicas y políticas del Perú. Tiene que ver desde quienes te dicen, por ejemplo, que no podemos vivir sin los inversionistas. Y cuando hablamos de los inversionistas no estamos hablando de los inversionistas peruanos, porque el primer inversionista de Perú, por ejemplo, son los migrantes. Por eso los migrantes peruanos, los que están en el exterior, los que están aportando casi cinco mil millones de dólares anuales directamente a las familias peruanas. Esos son los inversionistas. Los otros inversionistas son los pequeños empresarios peruanos. Y sin embargo, cuando hablamos de inversionistas, estamos hablando solamente de los mineros, que son los que menos aportan a la economía del Perú. Y eso se puede demostrar, sobre todo cuando hablamos de la cartera de impuestos.
Entonces, ahí es donde se está manifestando una mentalidad colonizada. Absolutamente. Pero eso es solamente un aspecto. Eso se extiende a muchos otros aspectos y tiene que ver con que hemos heredado de la mentalidad colonial, el racismo colonial, es decir que nosotros estamos ahora distinguiendo entre una burguesía blanca y una burguesía chola. Hay una burguesía, digamos que blanca o blanqueada, que maneja el poder denominado blanco del Perú, contra una burguesía chola, que es de un color que no es blanco. Y eso puede parecer un poco caricaturesco y desagradable de decir, pero se está produciendo. Y podemos hacer un recuento de eso, hay un montón de cosas en los restaurantes, en el funcionamiento de las ciudades. Tenemos las diferencias en educación, en salud que son clarísimas, son diferencias de tipo racial y racista. Por más que ya ha aparecido una burguesía chola con mucho dinero y quizá con más dinero que la blanca, no logra entrar al núcleo del sistema político, psicológico, mediático del Perú, donde todavía los viejos patrones colonialistas mantienen vigencia.
En la periodización que usted hace su libro, configura como como un periodo particular el gobierno de Velasco Alvarado (1968-1975)[4]. Cómo comprender esta singularidad y particularidad respecto de anteriores gobiernos e inclusive de lo que estamos teniendo ahora, donde hasta se levantan consignas como de una segunda reforma agraria, haciendo alusión a la primera que corresponde a ese período.
Fue un momento en que los astros se juntaron. Las tesis de la dependencia latinoamericana con la CEPAL y todo lo que sabemos, el Concilio Vaticano Segundo, las revoluciones por los derechos civiles en los Estados Unidos, toda la discusión europea que culmina en las revoluciones universitarias del 68 y podemos seguir. Entonces había todo un cuestionamiento del capitalismo que ahora nadie hace. Todo eso cuestionaba el capitalismo en sí y eso creo que influyó de manera decisiva en las Fuerzas Armadas. Fue un momento extraordinario que se produce no solamente en el Perú. En diversas formas se va produciendo en Bolivia, en Argentina con el segundo Perón, en Chile con Allende, en Bolivia con Juan José Torres, en República Dominicana con Armando Tamayo y Juan Bosch. Está el primer intento de revolución nicaragüense. Ya había estado la Revolución Cubana antes. En fin, todo eso produce, más toda la lucha popular campesina del Perú, esos siete años de Velasco. Pero se agotaron. Pero fueron claramente una excepción en esa historia de doscientos años. Un proceso que las izquierdas no entendieron, había mucho antimilitarismo. Entonces era un proceso muy poco entendible. Sorprendente. ¿Quién podía creer que los militares iban a entregar el poder al pueblo? ¿Quién podía creer que los militares querían hacer una revolución? Muy poca gente.
Desde los años 30 y aún desde antes de Mariátegui, siempre hubo una coexistencia difícil en la izquierda peruana entre una visión extremista de la realidad y una visión moderada, por decir algo, de la realidad. Y eso se mantuvo durante los años 70 bajo Velasco. Eso da lugar precisamente a las dos actitudes frente a Velasco e hizo crisis después de Velasco con la aparición de Sendero Luminoso (fundado en 1969). La izquierda actual, carente de interés en este asunto y además carente de documentación y de deseo de estudiar la historia y de abrir un debate sobre este asunto, ha preferido simplemente echarle tierra, porque sabe que está en desventaja frente a la derecha, que puede aprovechar cualquier admisión de que Sendero Luminoso fue de izquierda para decir, como están diciendo ahora, que la izquierda en su conjunto es terrorista. Entonces es un tema bastante complejo que sin embargo está pendiente.
Y parte de este asunto también es el análisis de lo otro, lo que pasaba en terrenos de los adversarios. Es decir, en el terreno del propio ejército. Y eso ya tiene que ver con el Perú que se niega a examinar su pasado como esas viejas familias que esconden los crímenes de la familia debajo de la alfombra, porque finalmente, tanto los crímenes cometidos por Sendero como los crímenes cometidos por el Ejército forman parte del mismo país. Y aún más, los protagonistas de este asunto, como lo ha comprobado, por ejemplo, el ya famoso libro de Lucio Galván, oscilaban en uno y otro lugar. Es decir, había senderistas que se convertían en soldados y había soldados que se convertían en senderistas. Y había una penetración de Sendero en el ejército y una penetración de los servicios de inteligencia del ejército en Sendero. Entonces, ¿qué dimensión tenía? Esto no lo sabemos, justamente porque nos hemos negado a establecer una discusión real de este asunto. Porque yo digo, si nos interesa, si es que nos interesase examinar las raíces sentimentales, psicológicas, históricas, políticas del terrorismo en el Perú, eso vale tanto para Sendero como para las Fuerzas Armadas peruanas y para el conjunto de la sociedad peruana. Porque tampoco podemos ignorar que las acciones de Sendero fueron aprovechadas por otros sectores de la sociedad peruana para ajustar cuentas. Gran parte de las acciones del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), o que aparecen como acciones del MRTA o de Sendero, no fueron ni del MRTA ni de Sendero. Fueron de grupos que ajustaban cuentas entre ellos y simplemente te asesinaban y encima de tu cadáver ponían una hoz y un martillo. Entonces tampoco es que hemos tenido un análisis histórico detenido, objetivo de eso, porque no queremos hacerlo.
No creo que la izquierda haya renegado del período de la lucha armada, creo que simplemente ha sido obligada a adecuarse a las nuevas circunstancias. Y también hay que reconocer que la lucha armada degeneró. Si nosotros hacemos un rápido paneo, un rápido vuelo sobre la experiencia guerrillera después de la muerte del Che, vamos a encontrarnos con una muy discutible experiencia de la guerrilla de los Montoneros en Argentina que acaba sangrientamente. Yo no quiero entrar en ese tema porque es un tema muy complicado que merecería mucho mayor documentación. Solamente quiero decir que se produjo un impasse y en ese impasse no había aparentemente otra salida democrática para la izquierda que Raúl Alfonsín. Y lo mismo pasó en Uruguay. Entonces, creo que las circunstancias políticas y la situación de América Latina obligaron a esa recomposición de la izquierda. Y eso, por supuesto, no se hace, repito, sin costo. Porque en el Perú el costo fue Sendero. Porque lo que mal llamamos conflicto armado interno, que en realidad fue una guerra interna, complicó a un sector de la izquierda.
Parte 3
Pensamiento
¿Cómo usted contempla que estamos desde la izquierda en el Perú y en el continente, en la batalla cultural, en la batalla de ideas? Esto se acentúa en Cuba, donde existe una disputa creada por sectores de la comunidad artística contra la Revolución Cubana.
Son dos ideas básicas. Una es la ampliación de derechos, nos referimos a los derechos humanos. Si hablamos de que queremos una democracia distinta de la democracia gobernada por los bancos y vigilada por las fuerzas armadas, estamos hablando de una democracia en la cual la vieja idea liberal de ciudadanía se cumple. Los derechos no son algo estático, son dinámicos, van creciendo, se van renovando a través de los años y por tanto se van ampliando. El avance político en realidad es resultado de la ampliación de los derechos. Esa es una primera idea y la segunda idea es que no se debe retroceder. Aunque evidentemente se ha retrocedido en el mundo y se está retrocediendo en muchos casos, como por ejemplo en los derechos laborales. Además, los derechos deben ser vistos como colectivos y no solo individuales.
Perú en sí es una potencia cultural, es decir, tiene una cultura antiquísima, esa cultura la mantiene en gran medida y también ha sido renovada. Tiene que ver con una enorme cantidad de manifestaciones de vida colectiva, sobre todo. Creo que las izquierdas han hecho bien en vincularse con esto y también identificarse con los avances de los pueblos peruanos que son distintos en sus manifestaciones culturales, entenderlas y no sólo tener una idea elitista de la cultura. La idea de que culto es el que lee libros, escribe novelas, o el que danza, o el cantante o el que hace música. No solamente esa es la cultura, sino hay formas de cultura que tienen que ver con la vida colectiva diaria. Entonces creo que esa es una idea muy fuerte, que menos mal que la izquierda ha adoptado y ha entendido los últimos tiempos.
Estados Unidos es un país que juega un papel como productor de ideas de un cierto tipo. A través de fundaciones que financian a personas como Vargas Llosa, miembro de la Sociedad Mont Pelerin de neoliberales, dan becas y premios internacionales a escritores e intelectuales. También producen nuevos tipos de ciencia social. Esto es parte de la lucha cultural.
La Revolución Cubana, como tú dices, ha tenido y tiene esa fortaleza, pero en toda esa lucha cultural es casi natural que haya disidencias y lo difícil para un proceso revolucionario es cómo manejas las disidencias. ¿Cómo las manejas? Porque la cultura es un florecimiento, como decía Mao. Pues que florezcan todas las flores y eso es fundamentalmente. En países que están sitiados, bloqueados como Cuba hay límites en el ser. Si tu empiezas a cuestionar el sistema social en el que vives, ahí ya te encuentras con los límites que te crea la propia revolución. Es como en nuestros países, la democracia burguesa, capitalista, también los tiene, también tiene esos límites. Y todos los países los tienen, desgraciadamente, porque yo soy más bien amigo de la plena libertad de las ideas.
¿Cómo evalúa usted el surgimiento de Vox en España y el uso de distintas herramientas y dispositivos de cultura de masas y cultura popular para impulsar esta ola fascista que en Europa se siente quizás con más fuerza que acá en Latinoamérica?
La derecha en Europa y también en América Latina creo que tiene dos aspectos, una mirada retrospectiva a su «grandeza» y un miedo al presente. Ese retorno a la “grandeza” es una visión retrógrada. Viktor Orbán de Hungría habla del gran imperio magiar. La Thatcher fue una precursora de estas ideas, quiso retornar a los días de grandeza del Imperio Británico. Trump habla de la Gran América que por supuesto nunca hubo. La derecha española habla de la hispanidad, de la hispanósfera. Y todo eso tiene una visión colonialista. El otro lado es el temor a lo extraño. Especialmente en el caso de los europeos, el temor a los islámicos, el temor al musulmán, al islam, el temor a los migrantes. Todo eso se maneja, en el caso de Estados Unidos también, y también en el caso de España. Porque la España de ultraderecha, se cree blanca y evoca su aborrecimiento de lo moro, lo moreno. El nuevo movimiento francés habla del Renacimiento, el Renaissance, los polacos, de la Polonia imperial, porque hubo un imperio polaco que duró muy poco, pero apela a los recelos y al resentimiento que tienen respecto a los rusos. Estoy estudiando la historia para entender mejor las bases de la ultraderecha europea y latinoamericana porque también recurren a la historia. Esto es sobre todo un debate histórico.
En Venezuela y en Bolivia, hemos visto que los intelectuales han tenido un rol se podría decir que de poca comprensión dentro de sus linderos y sus esquemas, de los procesos propiamente populares que salen de los esquemas académicos e intelectuales, de lo que es o no es un proceso revolucionario. Inclusive el caso boliviano reciente, se terminan plegando a consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, mejor dicho, a estrategias golpistas desestabilizadoras impulsadas por el imperialismo norteamericano y ejecutadas por las oligarquías criollas. ¿Cuál es su análisis y balance de este rol de los intelectuales en Latinoamérica?
Yo diría que hay una gran pobreza intelectual de parte de la derecha. Hay una carencia de intelectuales de derecha en todas partes. Y eso es mucho más dramático en el Perú. No se puede comparar una época, como los años 50 y 60 en que tu tenías a Jorge Basadre, a Raúl Porras claramente hispanista, pero un intelectual, a Víctor Andrés Belaúnde absolutamente reaccionario, pero era un intelectual, era un hombre que tenía una amplísima formación cultural; con los tiempos de ahora en que no encuentras nada en el Perú en términos de una intelectualidad conservadora.
Creo que lo que encontramos más bien es una especie de inseguridad de los intelectuales, de falta de definición. Yo diría motivada por dos elementos. Uno, creo que a ningún intelectual le gusta equivocarse, entonces no son muy amigos del riesgo y tienen una gran inseguridad respecto a la evolución de los procesos sociales. Es decir, empieza un proceso de cambio y creen, temen que ese proceso fracase o se convierta en una dictadura. Y por supuesto, eso socava una imagen que ellos pretenden conservar, que es muy cara a los intelectuales y también muy decisiva. Porque la relación del intelectual con su público es muy cara para ellos, entonces no quieren o temen arriesgar. Y eso hace que tengan una visión muy tímida y que además pierdan de vista los procesos, porque por lo general se dan cuenta de los procesos cuando estos ya pasaron, no pueden preverlos y no es porque no puedan, sino porque quizá no quieren hacerlo.
Segundo, todo intelectual depende del financiamiento. Y todos sabemos que las redes de financiamiento en este momento en el mundo tanto para la producción intelectual como para la producción científica, dependen de los intereses monopólicos, del poder mundial. Entonces, si tú eres un hombre o una mujer que hace demasiadas críticas respecto del sistema, pues no vas a tener ni becas, ni te van a invitar a seminarios ni vas a tener consultorías con los gobiernos. E incluso es posible que las propias universidades te aíslen o no te contraten, porque la estabilidad en este momento del profesor universitario también está en ese orden, no existe. Y así como no hay derechos laborales, tampoco hay derechos intelectuales. Entonces, en estas condiciones tampoco quieren arriesgar. Yo encuentro en eso razones fundamentales. Pero con esto, por supuesto, no quiero tener una visión mecánica del asunto. Hay mucha gente que lícitamente, honestamente, hace críticas o también tiene el derecho a no opinar, a esperar. Yo no soy de los que exige algo que se que una persona no está dispuesta a dar.
En el caso peruano, es indispensable estudiar lo que está pasando en el movimiento social. Y eso no lo tenemos, no sabemos realmente, no tenemos estudios de eso que sean de fiar. Las estadísticas son muy manipuladas en el Perú, los estudios sociales son muy limitados y entonces gran parte de lo que uno dice, yo me incluyo en eso, son suposiciones, presunciones. Ni siquiera hipótesis. Entonces te mueves como tanteando, calculando qué es lo que puede ser. Y creo que es una enorme carencia que el Perú tiene.
Marx en su tercera tesis sobre Feuerbach dice de que es esencial educar a quien educa en términos de formación política, y eso se vincula mucho a que los movimientos populares deberían educar a quien educa. Entonces, ¿cómo contemplar esta formación política? Quizás la intelectualidad que apueste por apoyar un proceso de cambio como el que vivimos en el Perú ahora pueda asumir eso para que su aporte sea efectivo, eficiente y concreto.
Lo que pasa es que hay un mutuo recelo, un mutuo distanciamiento. Eso viene de muy lejos. Porque hasta Mariátegui, y a partir de Mariátegui y Haya De la Torre[5], el trabajo intelectual se separó del trabajo político. Por eso es que Amauta, la revista fundada por Mariátegui, duró solo 4 años, hasta 1930 y eso es una pena. Por un lado se fueron los intelectuales y por otro lado se fueron los políticos de entonces. Como los políticos se ocupan de hacer política y no piensan, piensan solamente en términos políticos, es rápidamente el riesgo del deterioro del político mismo. Y como el intelectual no hace política, no se vincula con la realidad y por tanto, su pensamiento va convirtiéndose en un pensamiento más o menos vacío. Es una pena. Y ese es un drama, creo yo, para la izquierda, para las izquierdas en el Perú, hoy día.
Para mí, Chomsky es una referencia. Y en términos económicos, economistas más bien liberales, pero críticos de el neoliberalismo, como Stiglitz, como Krugman. El trabajo de Ugarteche es una referencia. Los trabajos de profesores de algunas universidades, pero, desgraciadamente, están escritos en lenguaje económico y no son accesibles para la masa popular.
Una de las consignas de las movilizaciones para defender el voto de Pedro Castillo era el lápiz de la cultura popular. Lápices fabricados por las propias personas, con posters y gráficas hechas por distintos artistas, con música también, que trascendían un poco el izquierdismo limeño. Había música popular de distintos lados. Había quienes decían que nunca antes habían visto un proceso tan mariateguiano, ahí, vivo, después de mucho tiempo, Y en fin, hacía tiempo que la cultura no se hacía tan explícita en la disputa y menos aún en una disputa contienda electoral. ¿Usted cómo vivió eso?
La producción de cultura por los sectores populares es bastante antigua en el Perú. El grafiti, la serigrafía, los grupos de teatro, música: el rock popular, el hip hop. Todo eso creo que precede a Castillo. Y quizá incluso podríamos decir que una campaña electoral como la que tú describes es producto de eso, no al revés. Es ese tipo de producción cultural popular la que también produce una candidatura popular. Castillo me pareció un fenómeno interesante desde el comienzo. Ha sido un elemento nuevo en la política tradicional del Perú. Nuevo, pero que tenía también sus referentes anteriores. Nuevo, su sentido popular particular con los grupos emergentes en el Perú, las nuevas burguesías populares, las mafias, etcétera, como parte del bloque histórico.
Notas de pie
[1] Tras 12 años de gobiernos neoliberales autoritarios luego del golpe contra Zelaya en 2009, incluido un fraude en 2017, Xiomara Castro ganó en 2021 en unas elecciones en las que participó el 68% de lxs votantes.
[2] Fue uno de los redactores de la primera Constitución del Perú tras la independencia de España y una figura destacada en el establecimiento del sistema de gobierno republicano.
[3] Sociólogo peruano (1930 – 2018) desarrolló el concepto de «colonialidad del poder» para describir las estructuras de poder resultantes de la colonización europea. Su trabajo ha influido en los estudios decoloniales y en la teoría crítica.
[4] Asume el poder tras el golpe de Estado de 1968 contra Fernando Belaúnde. Su gobierno militar populista contrastó con otros regímenes militares de la región por su enfoque progresista: nacionalizó el transporte, las comunicaciones y la energía eléctrica, limitó la influencia económica de Estados Unidos en el país y se establecieron cooperativas gestionadas por los trabajadores en las antiguas explotaciones agrícolas privadas.
[5] Víctor Haya de la Torre (1895 – 1979) fue un político, filósofo y escritor peruano, fundó el movimiento político Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), hoy conocido como Partido Aprista Peruano (PAP), el partido político más antiguo de Perú.