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DossierNº 75

La organización política del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil

Este dossier hace una radiografía del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y analiza sus formas de organización y lucha.

 
Tarcísio Leopoldo y Vanessa Dias Diniz integrantes de la Brigada de Artes Visuales Cândido Portinari del Colectivo de Cultura del MST.

Las obras en este dossier forman parte de la convocatoria de arte MST 40 años, organizada por el Movimiento Sin Tierra, el Instituto Tricontinental de Investigación Social, ALBA Movimientos y la Asamblea Internacional de los Pueblos.

Queremos dar las gracias a lxs más de 150 artistas que se presentaron. Su contribución y solidaridad con este proceso enriquece y embellece aún más la lucha de la clase trabajadora, especialmente la lucha campesina, además de aportar reflexiones sobre los retos que tenemos por delante.

Obra de arte: Judy Duarte.

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Introducción

En septiembre de 1982, 30 trabajadores rurales y 22 agentes de pastoral se reunieron en Goiânia, la capital del estado de Goiás, en la región central de Brasil, en un encuentro organizado por la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), un brazo de la Iglesia Católica inspirado por la Teología de la Liberación. Estos pocos líderes representaban las primeras acciones campesinas tras 18 años de represión de la lucha campesina por parte de la dictadura empresarial-militar, que gobernó el país durante 21 años (1964-1985).

El escenario era esperanzador. La dictadura languidecía ante el fracaso económico y el resurgimiento de las luchas de masas en el país, especialmente de un nuevo movimiento sindical que produciría nuevos liderazgos y daría lugar a la fundación del Partido de los Trabajadores (PT) en 1980 y de la Central Única de los Trabajadores (CUT), una vigorosa central sindical sin parangón en la historia de Brasil, en 1983. Contextos similares se observaban en todo el continente latinoamericano y caribeño: otras dictaduras militares también alineadas con Estados Unidos agonizaban, mientras la lucha en Nicaragua y El Salvador inspiraba como la Revolución Cubana en años anteriores.

Las y los campesinos eran aún una fuerza dispersa que realizaba acciones locales en un país de proporciones continentales, y enfrentaban, además de la represión política, las consecuencias de una modernización forzosa de la agricultura basada en una elevada mecanización, el uso intensivo de agrotóxicos y los subsidios para las grandes propiedades rurales, lo que estimuló el éxodo rural. Aún así, desde 1979, se producían, de forma aislada, ocupaciones de grandes propiedades de tierra en algunos estados. Muchas de ellas contaron con la contribución y la participación de la CPT. En la reunión en Goiânia se discutió el futuro de estas acciones y, al final, se indicó la necesidad de construir un movimiento del campesinado, nacional y autónomo, para luchar por la reforma agraria. Tuvieron que pasar otros dos años para que estas articulaciones dieran lugar a la fundación en 1984, en Cascavel, estado de Paraná, del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil (MST). Este primer encuentro contó con la presencia de 92 dirigentes.

Doce años después, en 1996, el MST ya estaba organizado en todas las regiones del país, había conquistado tierra para miles de familias, sus asentamientos de reforma agraria recibían el apoyo y solidaridad de otras organizaciones de izquierda brasileñas e internacionales, pero seguía sin ser considerado una fuerza relevante en la lucha política, y era desconocido para la mayoría de la población urbana del país. Ese año, no obstante, miles de campesinos marcharon en dirección a Belém, capital del estado de Pará, en la región amazónica, exigiendo una audiencia con el entonces gobernador.

Durante la marcha, en Eldorado dos Carajás, al sur del estado de Pará, se vieron cercados por fuerzas policiales y pistoleros contratados por grandes empresas de la región. Al frente de los manifestantes estaba Oziel Alves, un joven de 19 años, con la responsabilidad de mantener el ánimo de sus compañeros con consignas y motivación. Oziel fue uno de los líderes identificados por los policías y separado del grupo. Antes de ser ejecutado de rodillas, los policías le pidieron que repitiera, delante de las armas, lo que decía pocos minutos antes por el micrófono. Oziel no dudó, y sus últimas palabras fueron: “Viva el MST!”.

Oziel fue una de las 19 personas asesinadas en lo que se conoce como la “Masacre de Eldorado dos Carajás”. Los días posteriores a los asesinatos fueron registrados por el fotógrafo brasileño de renombre internacional, Sebastião Salgado, obteniendo repercusión mundial. Las imágenes, acompañadas de la música del cantautor Chico Buarque de Hollanda, y de las palabras del escritor José Saramago, atravesaron el planeta en una exposición titulada Terra.

Pero no fue la tragedia lo que hizo que el MST fuera reconocido como fuerza política, sino su respuesta a la represión. El año siguiente, en febrero, ante la impunidad de los gobiernos y la parálisis de la reforma agraria, el MST decidió iniciar una marcha, con 1.300 personas, que partiría de tres puntos del país y llegaría a Brasilia, la capital federal, el 17 de abril de 1997, exactamente un año después de la masacre de Eldorado dos Carajás. En la época, el ministro de Desarrollo Agrario dijo que la marcha, que recorrió unos 1.000 kilómetros, nunca llegaría a Brasilia. Sin embargo, el día previsto, las y los Sin Tierra entraron en la capital acompañados por 100 mil personas, en lo que se convirtió en el mayor acto político contra el gobierno neoliberal del entonces presidente Fernando Henrique Cardoso. Esta demostración de fuerza y organización convirtió desde entonces al MST en uno de los principales protagonistas de la lucha política en Brasil (MST, “Sem Terras Marcham pelo País”).

En 2005 el MST realizó una nueva marcha nacional. En esa ocasión, el presidente de la República era Luiz Inácio Lula da Silva, viejo aliado y partidario de la lucha por la reforma agraria. La marcha pretendía sensibilizar al gobierno sobre los cambios provocados por la financiarización de la agricultura y exigir un nuevo Plan Nacional de Reforma Agraria.1 Del 2 al 17 de mayo de ese año, 15.000 personas marcharon, una pequeña ciudad en movimiento que levantaba cada día sus carpas en un nuevo lugar del recorrido, con cocinas para alimentarse, baños, infraestructura para las niñeces que acompañaban a sus madres y padres, y estudios tras las jornadas de marcha. Para garantizar la organización de las filas, un radiotransmisor móvil acompañaba la marcha, y era escuchado por las 15 mil radios que llevaban los campesinos. Después de esta marcha, el Ejército brasileño invitó al MST a dar una conferencia en la Escuela Superior de Guerra para entender como un movimiento popular tenía tal grado de organización (MST, 2006).

A lo largo de sus cuatro décadas de existencia, cumplidas en 2024, el MST ha logrado algunas victorias significativas: 450 mil familias conquistaron tierras, transformadas en asentamientos de la reforma agraria. Estos asentamientos, donde el trabajo puede ser individual o cooperativo, han dado lugar a la creación de 185 cooperativas —desde cooperativas locales de producción agropecuarias hasta cooperativas de comercialización y prestación de servicios con alcance regional— y 1.900 asociaciones de campesinos. Parte de lo producido en los asentamientos se procesa en 120 agroindustrias propias. En los campamentos, todavía hay 65 mil familias organizadas que luchan por la legalización de tierras (MST, “Nossa Produção”).

La longevidad del MST está llena de significado. En toda la historia de Brasil, ningún movimiento social campesino ha conseguido sobrevivir ni siquiera una década frente al poder político, económico y militar de los grandes terratenientes. La resiliencia del MST tiene numerosos componentes, como la solidaridad que ha recibido a nivel nacional e internacional. También hay dimensiones producidas en la lucha que merecen un estudio más profundo, como la propuesta pedagógica de la educación en el movimiento, la formación política, la organización de las mujeres, la producción agroecológica y la organización de cooperativas.

Entre tantas dimensiones, el Instituto Tricontinental de Investigación Social escogió las formas de organización y de lucha del MST como tema de este dossier. Efectivamente, la fuerza de un movimiento popular proviene del número de personas que organiza y de su método de organización. Esta es una de las principales explicaciones de cómo el Movimiento Sin Tierra resiste y crece ante de una correlación de fuerzas tan desigual. Y esta experiencia, sin pretender ofrecer fórmulas, sino entendida en el contexto de la lucha brasileña, puede contribuir a las reflexiones y organizaciones de otros movimientos populares y campesinos en todo el mundo.

Obra de arte: Duda Oliva.

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La cuestión agraria en Brasil

Lo que hoy es Brasil fue fundado y organizado a partir del siglo XVI como una empresa capitalista basada en la gran propiedad de la tierra, el trabajo esclavo y el monocultivo para la exportación. La empresa colonial portuguesa provocó una violenta ruptura —por la pólvora y la cruz— con el modo de vida de las sociedades indígenas, introduciendo un concepto que no tenía el menor sentido para estas comunidades: la propiedad privada de los bienes comunes de la naturaleza.2

En 1850, ante el eminente fin de la esclavitud debido a los movimientos abolicionistas y a las rebeliones de la población esclavizada, el entonces imperio brasileño instituyó la primera Ley de Tierras para impedir que los libertos tuvieran acceso a la mayor fuente de riquezas del país. Por esta ley, la tierra pasó también a ser una mercancía. Es más, este modelo llamado plantación —latifundios de monocultivo para la exportación basados en la superexplotación de la mano de obra— será la única constante en la historia brasileña, independientemente de la soberanía (colonia portuguesa o nación independente), del régimen (monarquía o república) y del sistema de gobierno (parlamentarista o presidencial).

Evidentemente, frente a esta contradicción, la cuestión agraria ha estado en el centro de rebeliones, revueltas y movimientos populares a lo largo de la historia del país, desde la resistencia indígena, las revueltas contra la esclavitud y las comunidades quilombolas3 a los primeros movimientos campesinos y sindicales. También es ilustrativo el papel del Estado en la defensa de los intereses de los terratenientes y la represión a los pobres. Mientras las poblaciones indígenas y esclavizadas eran perseguidas y combatidas por milicias privadas, el propio Ejército brasileño trató de combatir y eliminar los movimientos de Canudos (1897), una comunidad autogestionada de 25 mil campesinos, Contestado (1916), una revuelta armada de agricultores para impedir que una empresa ferroviaria estadounidense se adueñara de sus tierras, y las organizaciones que luchaban por reforma agraria antes del golpe empresarial-militar de 1964, como las Ligas Campesinas.

Como consecuencia, Brasil del siglo XXI sigue ostentando la segunda mayor concentración de tierras del planeta, título que defendió durante todo el siglo pasado, con el 42,5% de las propiedades bajo el control de menos del 1% de los propietarios (DIEESE, 2011). Del otro lado, 4,5 millones de campesinas y campesinos considerados sin tierra.4

Los enemigos de clase de las personas sin tierra son los terratenientes, los grandes propietarios de tierras y las empresas transnacionales que se apropian de las tierras para la producción de commodities. Sin embargo, parte de la presión del movimiento popular tiene que dirigirse también al Estado. La actual Constitución brasileña fue aprobada en 1988, después del fin de la dictadura empresarial-militar, y como fue construida en un momento de ascenso de las luchas de masas populares, incorporó muchos aspectos progresistas en su redacción, entre ellos la Reforma Agraria. El artículo 184 de la Constitución Federal establece que las propiedades agrícolas deben cumplir una función social, deben ser productivas y respetar los derechos laborales y ambientales. Si no cumplen con estos criterios, pueden ser expropiadas para la reforma agraria por el Estado, responsable de indemnizar a el o los propietarios y de asentar a las familias sin tierras en estas áreas, que pasan a ser propiedad pública.

La naturaleza del latifundio, no obstante, se transformó en las últimas décadas en función del modelo del llamado agronegocio. La gran propiedad improductiva y arcaica, utilizada como mecanismo de especulación, fue incorporada por voluminosas inversiones de capital financiero internacional, que controla secciones de la cadena productiva rural, desde las semillas hasta la comercialización de los productos agroindustrializados. En 2016, 20 grupos extranjeros controlaban 2,7 millones de hectáreas en Brasil (Martins, 2020). Este control acentuó el monocultivo para exportación, ahora convertido en commodities, productos primarios comercializados en gran escala, con un estándar global único y utilizados como activos financieros y especulativos, negociados en las bolsas de valores. En Brasil en 2021, la obtención de solo cinco productos —soja, maíz, algodón, caña de azúcar y ganado— ocupaba el 86% de toda área agrícola y representaba el 94% de todo el volumen y el 86% del valor de la producción (MST, “Programa de Reforma Agrária Popular”). El agronegocio también depende del uso intensivo de agrotóxicos, lo que convirtió al país en el mayor consumidor de venenos agrícolas del mundo, con un consumo récord de 130 mil toneladas en 2023 (Spadotto y Gomes, 2021).

Este poder económico también se expresa en poder político. El agronegocio ha ocupado cargos ministeriales en todos los gobiernos brasileños de las últimas tres décadas. En el Congreso Nacional, la Bancada Ruralista, una articulación suprapartidaria de parlamentarios en defensa de los intereses del sector, reúne a 324 diputados federales (61% de la Cámara) y 50 senadores (35% del Senado) (FPA, 2023), poder suficiente para imponer leyes de desregulación ambiental y agraria y para someter al MST a indagaciones en cuatro Comisiones Parlamentarias de Investigación (CPI) en dos décadas. Ninguna otra organización popular en la historia de Brasil ha sufrido tantos intentos de criminalización por parte del Parlamento. La primera de ellas se creó durante el primer gobierno del presidente Lula da Silva para obligar al Poder Ejecutivo a dar marcha atrás en sus relaciones con el Movimiento e impedir que se destinaran recursos públicos a la reforma agraria, además de criminalizar la lucha por la tierra. La última CPI, en 2023, tenía objetivos similares, nuevamente se quería presionar al nuevo gobierno de Lula da Silva, pero tuvo el efecto contrario. Los parlamentarios que lideraron la comisión formaban parte del núcleo más radical del gobierno del expresidente Jair Bolsonaro. El MST, a su vez, había ampliado su reconocimiento público a partir de sus acciones de solidaridad en la pandemia de COVID-19. Como resultado, la CPI no consiguió apoyo político ni mediático, fortaleció la solidaridad con el Movimiento y ni siquiera consiguió aprobar un informe final.

Por último, la hegemonía del agronegocio en la sociedad brasileña también combina los sofisticados métodos de una poderosa industria cultural, desde la televisión a la música, con métodos arcaicos de violencia y represión. Según la investigación anual de la CPT sobre Violencia en el Campo, en 2022 se registraron 2.018 incidentes de conflicto social en el campo, un aumento del 33,6% respecto a 2016, y 47 asesinatos vinculados a cuestiones de tierra o ambientales (CPT, 2023).

En 1995, en su Tercer Congreso Nacional, el MST presentó y aprobó por primera vez su Programa de Reforma Agraria, en que presentaba su lectura de la lucha de clases en el campo brasileño y un conjunto de propuestas para transformar la estructura agraria brasileña y las condiciones de vida en la zona rural. En 2015, el Programa fue actualizado con un importante cambio teórico y estructural: mientras los partidos y universidades comprendían equivocadamente la naturaleza, e incluso saludaban el papel del agronegocio en Brasil, la militancia del MST construyó colectivamente una interpretación que lo definía como la presencia del capital financiero transnacional en el campo para la producción de commodities. Más que eso, el MST señaló que la existencia del agronegocio —y sus vínculos con el Estado— inviabilizaban una reforma agraria clásica, en el marco capitalista, de mero reparto o democratización del acceso a la tierra.

En este contexto, el MST se vio obligado a redefinir sus acciones estratégicas y su programa agrario, formulando un nuevo concepto: la Reforma agraria popular. Además de la distribución de tierras a los campesinos, la Reforma agraria popular incorpora la necesidad de producir alimentos saludables para toda población, con un cambio de matriz tecnológica hacia la agroecología y la preservación de los bienes comunes de la naturaleza. Este cambio también implica una mayor alianza con las y los trabajadores urbanos, los mayores beneficiarios del acceso a alimentos sanos y baratos, pues la Reforma agraria popular va más allá de los intereses del campesinado para presentarse como una política para toda sociedad, tanto para la soberanía alimentaria, como alternativa de generación de empleo e ingresos, como para combatir la catástrofe ambiental.

Obra de arte: Vienno.

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Formas de lucha y formación de conciencia

El MST nació con tres objetivos: luchar por la tierra, es decir, que las familias organizadas en el Movimiento conquistaran tierra suficiente para sobrevivir de su propio trabajo con dignidad; luchar por la Reforma agraria popular, lo que significa reestructurar la propiedad y el uso de la tierra; y luchar por la transformación de la sociedad.

Para alcanzar estos objetivos, el MST se organizó y se definió desde el principio como “un movimiento de masas, de carácter sindical, popular y político”. Un movimiento de masas porque entiende que la correlación de fuerzas solo puede cambiar a su favor por el número de personas organizadas y, por tanto, popular, porque es una organización abierta a la participación de todas las personas que quieran luchar por trabajar la tierra. El MST igualmente combina el carácter sindical, porque la lucha por la reforma agraria tiene su dimensión económica y sus conquistas reales e inmediatas, pero también político, porque sabe que la reforma agraria solo puede lograrse con una transformación estructural de la sociedad.

Además de esto, el MST es un movimiento nacional con actuación en 24 de los 26 estados de Brasil, lo que lo diferencia de los movimientos que lo precedieron, que tenían actuación local y regional, lo que facilitaba que quedaran aislados por las fuerzas represivas. Al estar presente en la mayor parte del país, el MST puede apoyar a los estados con más dificultades y nacionalizar luchas locales, amplificando su repercusión.

De esta forma, la consolidación y la fuerza del MST se deben al número de personas que organiza. De hecho, aunque disponga de múltiples formas de organización, de acuerdo con cada realidad y lugar, lo fundamental en el método de organización es poner a las personas en movimiento, en lucha. Y a través de la lucha, desarrollar su consciencia política y social.

La primera forma de lucha del Movimiento son las ocupaciones de tierras. Antes o durante la ocupación de una zona, el MST organiza campamentos de familias sin tierra. Estas familias se reúnen identificando zonas donde se concentran los campesinos y organizando reuniones, basadas en el trabajo de base que incluye visitas a estas personas. A partir de este momento, las familias participan en la organización del futuro campamento, buscando formas de conseguir lonas para las carpas, transporte para que las familias lleven a cabo las ocupaciones, etc. En otras palabras, crear las condiciones para la ocupación que vendrá.

Los campamentos cumplen la misma función que las fábricas cumplieron para la formación de las luchas obreras en los siglos XIX y XX. Reunir a las y los campesinos en un lugar concreto, superando el aislamiento geográfico y permitiendo construir una sociabilidad que sirva de base para la cooperación y la solidaridad.

Cuando se incorporan a un campamento, las familias se organizan en núcleos de base, grupos de entre 10 y 20 personas. Ese número reducido se establece para que las y los integrantes puedan conocerse y evitar la infiltración de desconocidos. Además, divididos en pequeños grupos, más personas pueden debatir y opinar sobre la organización política del campamento. En los núcleos, todos tienen derecho al uso de la palabra, incluidas las niñeces. En el campamento, las tareas tienen que organizarse y distribuirse colectivamente: buscar agua y leña, organizar las donaciones de alimentos, montar las carpas, encargarse de la seguridad, educar a las y los niños, etc. Estas tareas se organizan en equipos llamados sectores, formados por integrantes de los núcleos de base. O sea, todo núcleo tiene un participante en los equipos de trabajo. De esta forma, todos y todas participan en la vida política, mediante los debates, y en la vida organizativa, mediante las tareas. Siempre colectivamente.

Independientemente del número de personas que participen, las reuniones de los núcleos y sectores siempre se organizan con antelación, con un orden del día bien definido y siempre coordinadas por un hombre y una mujer. Una persona tiene la tarea de registrar las decisiones para que sean verificadas por el propio núcleo.

Cuando las discusiones están relacionadas con decisiones de todo el campamento, las opiniones de los núcleos son llevadas a un espacio de coordinación de todo el campamento. Si no hay consenso en ese nivel, las discusiones regresan a los núcleos, con nuevas ideas y preguntas, procurando siempre construir síntesis y decisiones colectivas.

En estos campamentos y en las ocupaciones de tierra son comunes las asambleas para tomar decisiones colectivas, como ocupar o no un latifundio, retroceder o no en una lucha. Pero este método de asambleas solo es eficaz cuando todas las personas participantes comprenden todas las dimensiones de lo que está en discusión y las discusiones se limitan a unas pocas opciones, como hacer o no una ocupación, resistir o no a un desalojo. Por esta razón, no son ni la forma principal ni la más común de participación en el Movimiento.

Cuando la tierra se conquista, la ocupación se convierte en un asentamiento de reforma agraria y las familias permanecen organizadas en el Movimiento. Este fue uno de los primeros desafíos del Movimiento: ¿cómo mantener organizadas a las familias que ya habían logrado parte de sus objetivos con la conquista de la tierra? Parte de la sociabilidad y de la cooperación existentes en el campamento se pierden en esta transición. Por eso, el Movimiento desarrolló algunos mecanismos para mantener a las y los asentados en movimiento.

En primer lugar, los años de vida y lucha en campamentos producen una identidad. Las y los trabajadores organizados por el MST se identifican como Sin Tierra (con letras mayúsculas). Esa identidad permanece incluso después de haber conquistado la tierra. Esta identidad significa compartir historias de luchas, identificación con las familias que siguen acampadas y con valores como el internacionalismo y la solidaridad que se cultivan en las luchas.

La organización del territorio conquistado trae nuevas demandas y luchas por crédito rural, educación, salud, cultura, comunicación, etc. Para alcanzar estas nuevas reivindicaciones, el MST mantiene su forma organizativa. Es decir, las familias en los asentamientos también se organizan en núcleos de base, por vecindad, de entre 10 y 20 integrantes, con la participación de todas las familias. Estos núcleos nuevamente tienen un hombre y una mujer en la coordinación, la preparación de las reuniones, el registro de las decisiones y así mismo se mantiene un flujo de discusiones y debates que va de los núcleos a la coordinación y viceversa. En cada nivel organizativo —campamento, asentamiento, región, estado y nacional— se crea una instancia de dirección colectiva.

El MST no tiene ni ha tenido nunca un “presidente” o cargo similar que concentrara las decisiones políticas o que se diferenciara de los demás militantes. Todas las instancias del Movimiento, desde las bases hasta la Dirección Nacional, son colectivas y con mandatos de dos años renovables. De esta forma, se combate el centralismo y el personalismo. Relacionado con este principio está la división de tareas: todas las personas deben tener responsabilidades dentro de la organización, en mayor o menor grado, para que no haya ni centralización excesiva ni sobrecarga de militantes.

De este modo, en un campamento o un asentamiento hay equipos para las tareas cotidianas. Las nuevas demandas se distribuyen entre los equipos de educación, salud, organización económica, entre otros. Cuanto más compleja la realidad y mayor la organización, más equipos se forman, organizándose en sectores a nivel estadual y nacional para planificar y ejecutar tareas más especializadas, como producción, frente de masas, educación, formación, etc. Por ejemplo, todos las y los educadores o personas implicadas en la educación de una misma región de municipios forman el sector de Educación, que elabora propuestas pedagógicas y participa en la vida escolar de los territorios. En la producción, los militantes organizan la vida económica, las cooperativas, así como la tecnología agroecológica para el cultivo. Y así sucesivamente.

En estos colectivos, también se reconocen e integran los protagonismos de sujetos Sin Tierra como el colectivo de las disidencias sexuales —algo muy poco común en otras organizaciones campesinas— y la juventud. Otra forma de participación son las actividades y los encuentros con los “sem terrinhas”, las niñeces de las zonas de reforma agraria. En julio de 2018, el primer Encontro Nacional dos Sem Terrinhas reunió a más de mil niños y niñas en un campamento de estudio, juegos y luchas en la capital federal, Brasilia.

Nuevamente, lo esencial es reunir a las personas, crear espacios de discusión colectiva y ponerlas en movimiento a través de la lucha y la cooperación. Eso significa que, aunque las ocupaciones de tierras son la “carta de presentación” del MST, el movimiento combina distintas formas de lucha en función de las necesidades y las condiciones de cada caso. Dentro del repertorio de movilizaciones también encontramos las marchas —como las grandes marchas nacionales de 1997 y 2005—, las ocupaciones de edificios públicos, los bloqueos de carreteras, las huelgas de hambre, etc.

Es la acción práctica, la lucha, lo que permite que la conciencia política no se duerma en los campamentos o asentamientos. Por ejemplo, el MST tiene la solidaridad como uno de sus principales valores humanos y socialistas. Pero esta no solo se expresa en la retórica o el discurso. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, el Movimiento donó más de mil toneladas de alimentos en todo país por medio de la organización de comedores, huertas y comunidades solidarias. Solo entre octubre y diciembre de 2023, el MST envió 13 toneladas de alimentos para las víctimas de los ataques israelíes en la Franja de Gaza (MST, 2023). La organización de estas acciones requiere discusiones con las familias, planificación de la producción, organización de la logística, etc. En este proceso, las familias conocen otras realidades, especialmente en zonas urbanas, cooperan para alcanzar sus objetivos y experimentan estos valores en la práctica.

Otro mecanismo puede ser la organización de cooperativas, donde la cooperación se da en el trabajo y reparto de excedentes, pero también en la organización de agro-aldeas, concentrando a las personas en núcleos de vivienda comunes, en vez del aislamiento rural, y socializando el trabajo doméstico, con cocinas, comedores y guarderías colectivos.

Obra de arte: Nicolas Antunez.

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Principios organizativos del MST

Como un movimiento nacional y de masas, el MST asume la autonomía de sus estados, regiones y territorios. De esta forma, cada grupo de familias organizadas, en asentamientos o campamentos, tiene autoridad para tomar decisiones relativas a su realidad. No obstante, la unidad es imprescindible para que este mecanismo funcione de forma autónoma y con uniformidad en sus formas organizativas. Eso es posible porque, desde su fundación, en 1984, el Movimiento Sin Tierra ha establecido algunas características organizativas que han determinado la propia identidad del Movimiento.

Los principios organizativos son los valores, la forma de organización y los objetivos por los cuales un movimiento popular se dispone a luchar. Definen la identidad y la unidad de una organización, al mismo tiempo que la supresión de alguno de ellos alteraría la naturaleza de la organización. Durante las cuatro décadas desde su fundación, estas características no han cambiado en esencia, pero se han radicalizado para aumentar la participación y elevar el nivel de consciencia del movimiento de masas.

Uno de los principios es la autonomía respecto a partidos políticos, iglesias, gobiernos y otras instituciones. El MST es autónomo de otras organizaciones para poder definir su propia agenda política. Eso no significa que el MST no trabaje con partidos políticos u organizaciones religiosas, por supuesto, pero se trata de una relación fraternal y no subordinada a ellos. Así, el MST puede construir una lectura de la realidad, de la lucha por la tierra y establecer tácticas basadas en su propia percepción y en las demandas de las familias organizadas.

Como se ha visto anteriormente, para que el Movimiento sea popular y de masas, debe tener la participación como principio organizativo. Este es también un ejemplo de cómo se puede ampliar el principio, radicalizando su naturaleza, pero preservando su esencia. Inicialmente, los hombres ocupaban la mayor parte de las instancias de coordinación. Presentes en la lucha del MST desde el principio, la organización de las mujeres creció de diversas formas, pero principalmente en el Colectivo de Mujeres. Organizaron campamentos de formación política, acciones directas contra empresas transnacionales, espacios de estudio sobre las relaciones de género y el capitalismo, etc. Este protagonismo amplió el principio de participación cuando a finales de los años 1990, el Movimiento estableció que todos los puestos de dirección y representación deberían ser obligatoriamente ocupados por un hombre y una mujer. Esto literalmente duplicó el número de participantes y pasó a corresponder al peso real que tenían las mujeres en la organización. Este mecanismo reforzó otro principio: la dirigencia colectiva.

Para que los principios de participación y dirigencia colectiva funcionen, es necesaria la disciplina. Para el MST, disciplina significa respetar las decisiones colectivas, las líneas políticas y cumplirlas. Raramente hay votaciones en el MST, y lo más común es consensuar las decisiones. Cuando hay alguna dificultad de lograr consenso sobre un tema, el debate vuelve a los núcleos de base y coordinaciones hasta que las decisiones están maduras y, entonces, una vez definida la línea de acción, todos los integrantes del Movimiento la siguen y la llevan a cabo. La disciplina es este cumplimiento de las decisiones colectivas.

Una característica común de los movimientos sociales es que construyen sus estrategias y tácticas sobre la base de su propia práctica. Sin acción y práctica, no hay movimiento popular. Sin embargo, para analizar permanentemente la realidad, la práctica por sí sola es insuficiente. Por eso, otro principio organizativo valorado por el MST es el estudio. Esto va desde la escolarización, organizando a las familias para luchar por escuelas en las áreas de asentamientos y campamentos, como las más de 2.000 escuelas públicas conquistadas en zonas de reforma agraria gracias a la presión sobre las autoridades locales, hasta la alfabetización de jóvenes y adultos, con más de 50.000 personas que han aprendido a leer y a escribir por iniciativa propia del Movimiento o en colaboración con gobiernos locales (MST, “Educação”). Otra dimensión del estudio es la formación política a través de diferentes procesos —publicación de libros y cartillas, estudio en los núcleos de base, cursos, etc.— y que están de cierta forma sintetizados en la experiencia de la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF), la escuela de formación política nacional del Movimiento, que es parte del conjunto de las escuelas de formación de la Asamblea Internacional de los Pueblos, una articulación mundial de organizaciones populares, movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos.

La ENFF se inauguró el 23 de enero de 2005, y su nombre homenajea al sociólogo y militante marxista brasileño Florestan Fernandes.5 La escuela se ha convertido en referencia internacional por unir la práctica con la teoría política. A lo largo del año, militantes, dirigentes y cuadros de organizaciones populares que luchan por la construcción de cambios sociales en diversos países estudian en profundidad clásicos de la teoría política nacional e internacional. Los cursos pueden durar desde una semana a tres meses, y son impartidos por profesores/as e intelectuales voluntarios. La ENFF también ofrece cursos de formación centrados en diversos temas, como la cuestión agraria, marxismo, feminismo y diversidad. Con profesores/as y estudiantes de varios países, especialmente de América Latina, la Florestan Fernandes permite un intercambio cultural y político entre los movimientos populares, así como una formación sobre el panorama económico y social global, siempre desde la perspectiva de la clase trabajadora (MST, 2020).

La escuela fue construida literalmente por las manos de los trabajadores Sin Tierra de todo el país, que se organizaron en brigadas de trabajo voluntario. Los recursos para la construcción fueron recaudados gracias al trabajo solidario de comités de apoyo internacionales y a la donación de los derechos de autor de Sebastião Salgado, Chico Buarque y José Saramago con la exposición Terra.

Además de la ENFF, el Movimiento ha creado otras escuelas como el Instituto de Educación Josué de Castro, especializado en formar jóvenes gestores para cooperativas, y escuelas de agroecología, como la Escuela Latinoamericana de Agroecología (ELAA) y el Instituto Educar, en la región sur del país; la Escuela Popular de Agroecología y Agrofloresta Egídio Brunetto (EPAAEB), situada en el nordeste; y el Instituto de Agroecología Latinoamericano (IALA), en la región amazónica.

Parte de los esfuerzos por democratizar el acceso al conocimiento también se materializaron en el Programa Nacional de Educación para Reforma Agraria (PRONERA), una política pública conquistada tras la Marcha Nacional de 1997. Por medio de este programa, el gobierno brasileño fomenta la creación de cursos de educación específicos, incluyendo licenciaturas y posgrados, para los trabajadores Sin Tierra. Se han firmado más de 100 convenios con universidades públicas que permiten el acceso a cursos de Agronomía, Veterinaria, Enfermería, formación de educadores, entre muchos otros. De esta forma, el Movimiento ocupa un espacio tradicionalmente elitista y de difícil acceso, al mismo tiempo que obliga a la academia a abrir sus puertas a la experiencia y al conocimiento producidos al calor de la lucha.

Otro de los principales valores alimentados por el MST es el internacionalismo, entendido como valor y como estrategia política. El capitalismo, como sistema mundial, establece todo el planeta como campo de batalla y, por tanto, la resistencia también debe ser global. Además de las articulaciones entre movimientos campesinos —como La Vía Campesina y la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) en América Latina—, el MST participa en otros espacios de coordinación más amplios, como ALBA Movimientos y la Asamblea Internacional de los Pueblos.

Sin embargo, el internacionalismo no se limita a espacios de encuentros y reuniones internacionales. En tanto principio y valor de la organización, tiene que materializarse en acciones. Desde las más simples expresiones de solidaridad con los pueblos en lucha por parte de las familias acampadas y asentadas, hasta la construcción de brigadas internacionalistas, formadas por militantes del Movimiento para participar en misiones de intercambio en las áreas de agroecología, producción, educación y formación. Organizadas desde 2006, las Brigadas Internacionalistas del MST han estado en Venezuela, Haití, Cuba, Honduras, El Salvador, Bolivia, Paraguay, Guatemala, Timor Oriental, China, Mozambique, Sudáfrica y Zambia.

La más antigua de ellas, la Brigada Apolônio de Carvalho, cuyo nombre homenajea a un militante comunista brasileño que luchó en la Guerra Civil española y en la Resistencia francesa, actúa en Venezuela apoyando en la formación política y la difusión de técnicas agroecológicas. La Brigada Jean-Jacques Dessalines, en Haití, actúa de la misma forma desde antes del terremoto que destruyó el país en 2010. En Zambia, además de la agroecología, la Brigada Samora Machel trabaja en la alfabetización campesina y, en Palestina, cada dos años, la Brigada Ghassan Kanafani colabora en la cosecha de aceitunas en territorios amenazados por los colonos israelíes.

Obra de arte: Fabrício Rangel.

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El futuro de la lucha por la tierra en Brasil

Las características del nuevo Programa Agrario del MST vienen dadas por las contradicciones y exigencias propias de la lucha en el campo. Nos dan la orientación de qué dirección debe tomar la lucha por la tierra, no solo en Brasil, sino en todo el Sur Global. Aquí destacamos algunas de estas dimensiones y desafíos.

La lucha por la tierra es cada vez más internacional. La alta concentración del ingreso y de la tierra provocada por el capital financiero redujo el control de toda la cadena de producción agrícola a tan solo 87 corporaciones con sede en 30 países (Pina, 2018).  Estas corporaciones transnacionales amenazan la biodiversidad y las culturas locales con sus exigencias de estandarización de los alimentos, fijan los precios a nivel mundial e interfieren en legislaciones y derechos nacionales. Esto significa que la resistencia campesina también tendrá que ser cada vez más internacional, con plataformas y acciones conjuntas, con presión sobre las organizaciones multilaterales, pero principalmente luchando contra estas transnacionales en todos los territorios.

La lucha por la tierra es una lucha tecnológica. El agronegocio se define también por la difusión masiva de transgénicos y el uso intensivo de agrotóxicos (pesticidas y fertilizantes). Estas características son inherentes al propio agronegocio. Sin este paquete tecnológico, no es posible producir monocultivos a escala mundial. Por eso, el agronegocio “verde o sostenible” es solo publicidad. La superación de este modelo exige el fortalecimiento y la masificación de los experimentos en agroecología, la recuperación de los suelos y la biodiversidad, la apropiación y difusión de nuevas técnicas y tecnologías de producción y preservación ambiental, y la producción nacional de maquinaria, equipos y herramientas agrícolas adecuados a las necesidades del campesinado.

Pero no se trata solo de la tecnología en la producción agrícola. Como describimos en nuestro dossier nº 46, Los gigantes tecnológicos y los retos actuales para la lucha de clases (Tricontinental, 2021), las fusiones y la concentración características de los movimientos del capital financiero han reunido a empresas de tecnología, financieras tecnológicas y empresas del agronegocio para determinar el estándar tecnológico de la maquinaria y apropiarse de miles de datos de la naturaleza, “aprisionados” en la infraestructura de la nube controlada por el Norte Global.

La lucha por la tierra es una lucha por la alimentación. La pandemia de COVID-19 mostró cómo las corporaciones transnacionales aprovecharon la crisis mundial para inflar los precios de los alimentos y beneficiarse con la especulación. Pero someter los alimentos a la lógica del mercado financiero tiene además otras consecuencias, como la reducción de la producción de cultivos tradicionales o locales en favor de commodities con mayor aceptación en el mercado. Cultivos como la soja, cuyo destino es la producción de combustible o alimentación animal (Tricontinental, 2019), convierten antiguas plantaciones de alimentos en desiertos de monocultivos. A esto se añade el riesgo de generar crisis alimentarias al comprometer cosechas futuras en las bolsas de valores. Aun así, cuando el agronegocio no reduce la producción o dificulta el acceso a los alimentos, está produciendo alimentos de mala calidad, ricos en residuos de agrotóxicos.

La lucha por la tierra es una lucha ambiental. El agronegocio es uno de los responsables por la catástrofe climática y ambiental, principalmente debido a la deforestación a gran escala para sustituir bosques por plantaciones de commodities o por ganadería extensiva, que también emite grandes cantidades de carbono. Además, el modelo de expansión del agronegocio implica un consumo excesivo y desregulado de los recursos hídricos, la desaparición de variedades de plantas y semillas tradicionales, impactos ambientales inmediatos, como la reducción de la biodiversidad del suelo, entre otros.

La combinación de la lucha por la tierra con la lucha ambiental también exige denunciar las falsas soluciones del capitalismo verde como el mercado de créditos de carbono. En este contexto, una de las iniciativas con efecto práctico e inmediato a escala nacional es la meta de plantar 100 millones de árboles en los próximos años. En sus primeros cuatro años, el Movimiento ya ha plantado 25 millones de árboles.

Un buen ejemplo de cómo el MST combina luchas ambientales, tecnológicas y alimentarias está en la organización de las familias asentadas de la región metropolitana de Porto Alegre, en el sur del país. Se trata de la mayor producción de arroz agroecológico de América Latina. Son más de mil familias que producen individualmente o en cooperativas locales, pero todas organizadas en una cooperativa central, que presta asistencia técnica y asume la industrialización y comercialización del producto. Las familias participan tanto en la gestión técnica, responsable por la supervisión y certificación agroecológica, como en la gestión económica y política. La producción de arroz agroecológico se ha convertido en un símbolo de la capacidad productiva a gran escala de la agroecología, del compromiso del MST con la alimentación sana y también de la solidaridad, ya que grandes cantidades de los granos son donadas frecuentemente tanto a comedores comunitarios urbanos en la región como a otros países.

La lucha por la tierra es una batalla cultural. La consolidación de la hegemonía del agronegocio no se da solo por el control económico y tecnológico, sino también mediante la difusión de valores neoliberales y la defensa del “modo de vida” del agronegocio a través de innumerables mecanismos de la industria cultural, con publicidad constante en la televisión, patrocinio y financiamiento de medios de comunicación, organización de espectáculos y financiamiento de artistas que —literalmente— cantan odas al latifundio de monocultivo. La construcción de un modelo contrahegemónico de agricultura implica transformaciones en el modo de producción agrícola y en las propias relaciones sociales en el campo, con la agroecología, la cooperación y el estudio en oposición al monocultivo, el individualismo y la ignorancia.

Por otro lado, la agroecología también se ha convertido en una aliada para transmitir el mensaje de un modelo agrícola diferente, al juntar la cuestión ambiental, de salud, el saber popular y científico y la diversidad de la cultura popular. El Colectivo de Cultura del MST es un ejemplo de cómo puede desarrollarse esto. Este Colectivo trabaja para producir y fortalecer una cultura propia, basada en frentes de trabajo en literatura, teatro y artes plásticas, y han cumplido un papel importante en la relación con la sociedad, organizando los Festivales de la Reforma Agraria en los estados, una mezcla de feria de comida con actividades culturales con músicos del MST y simpatizantes de la lucha. Estos festivales reproducen localmente la experiencia exitosa de las Ferias Nacionales de la Reforma Agraria, realizadas en São Paulo, cuya cuarta y más reciente edición en 2023, reunió a más de 320 mil personas a lo largo de cuatro días.

Finalmente, la lucha por la tierra forma parte y depende de la lucha de las y los trabajadores en su conjunto. El campesinado por sí solo no tiene fuerza suficiente para enfrentarse a las grandes corporaciones transnacionales que controlan la agricultura. Para derrotarlas, se necesita un poderoso movimiento de masas. Además, las derrotas de estas corporaciones y del capital financiero abrirían ventanas de oportunidad para un proyecto socialista. En otras palabras, dado que la etapa actual del capitalismo ha elevado sus características a su máxima potencia, cada derrota infligida a este modelo debe y puede ser necesariamente anticapitalista y por lo tanto contribuir, desde el campo o en alianza con las y los trabajadores urbanos, a la construcción de un proyecto de emancipación humana.


Obra de arte: Natália Gregorini.

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Notas

1El Primer Plan Nacional de Reforma Agraria fue anunciado por el primer gobierno civil tras la dictadura empresarial-militar en 1985, pero nunca fue ejecutado.

2Antes de la llegada de los portugueses, lo que hoy es Brasil estaba habitado por cerca de 5 millones de personas, divididas en comunidades aldeanas, con dominio comunitario del territorio, dedicados a la caza, pesca, recolección y horticultura Maestri (2005).

3De los quilombos, que son asentamientos rurales ancestrales de población mayoritariamente negra, creados inicialmente por población esclavizada fugada. Crearon su propia forma de organización y tienen derechos similares a los de los territorios indígenas.

4Para un análisis más detallado de la cuestión agraria en Brasil, ver nuestro dossier no. 27: https://dev.thetricontinental.org/es/dossier-27-tierra/.

5Comprometido con la lucha de clases, fue uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores y diputado federal en la elaboración de la Constitución brasileira después de la dictadura empresarial-militar.

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