La Nueva Guerra Fría hace temblar el noreste asiático
Este dossier analiza cómo la Nueva Guerra Fría de EE. UU. contra China desestabiliza el noreste asiático, enfocándose en la Península de Corea, el Estrecho de Taiwán y Japón.
El 18 de agosto de 2023, los jefes de Estado de Corea del Sur, Japón y Estados Unidos se reunieron en una cumbre histórica en Camp David. En el aislado retiro presidencial estadounidense del condado de Frederick, en el estado de Maryland, los tres líderes anunciaron un nuevo acuerdo de “cooperación trilateral en materia de seguridad” en el noreste de Asia, destinado principalmente a contener el ascenso de China (Casa Blanca, 2023a). Los esfuerzos anteriores de Washington por crear un pacto de este tipo no lograron superar las crispadas relaciones entre Japón y Corea del Sur, derivadas del legado del colonialismo japonés. Pero esta vez, para allanar el camino a este bloque militar, el presidente surcoreano Yoon Suk Yeol eximió a Japón del pago de reparaciones por sus crímenes coloniales y de guerra.
La Nueva Guerra Fría contra China, liderada por Estados Unidos, está desestabilizando el noreste asiático aprovechando las fracturas históricas de la región, y como parte de una campaña de militarización más amplia que se extiende desde Japón y Corea del Sur, a través del Estrecho de Taiwán y Filipinas, hasta Australia y las islas del Pacífico. Respaldado por Washington, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, ha acelerado el rearme de su país, con el objetivo de duplicar el gasto militar para 2027 y adquirir misiles de largo alcance para atacar objetivos enemigos (Yeo, 2022). Mientras tanto, el proceso de paz de Corea se ha descarrilado a medida que Estados Unidos amplía la proyección de su poder en la región. Aunque a menudo se ha señalado a Corea del Norte como la razón del aumento de la militarización, ésta siempre ha sido un pretexto para las estrategias de contención estadounidenses, primero contra la Unión Soviética y hoy contra China.
De hecho, la “vieja” Guerra Fría nunca terminó en el noreste de Asia, y sus brasas siguen ardiendo en la Península de Corea y en el Estrecho de Taiwán. A pesar del colapso de la Unión Soviética y de la integración de China en la economía mundial, la red estadounidense de alianzas militares bilaterales creada tras la Segunda Guerra Mundial ha mantenido dividida a la región. En forma paralela a estas líneas de conflicto, movimientos contrarios luchan por la paz, la supervivencia ecológica y el bienestar de la población en todo el noreste asiático, desde las islas Okinawa hasta la bulliciosa metrópolis de Seúl. Para construir un futuro de paz y cooperación, es necesario poner fin a la Nueva Guerra Fría liderada por Estados Unidos y desmantelar el sistema de alianzas bilaterales que ha impedido la justicia y la reconciliación en la región durante más de 70 años.
Parte I: La Nueva Guerra Fría
El giro estadounidense a Asia
Desde el colapso financiero internacional de 2008, el orden mundial ha transitado de un sistema firmemente centrado en el Grupo de los Siete (G7) liderado por Estados Unidos hacia otro menos unipolar, aunque aún no bien definido. Las potencias occidentales enfrentan una crisis de liderazgo y legitimidad debido a la incapacidad de Estados Unidos y sus aliados para abordar la actual crisis económica (o Tercera Gran Depresión), el ascenso económico de China y la emergencia de importantes países del Sur Global en la escena política mundial, particularmente a través de los BRICS.1
En este contexto, la política exterior de Estados Unidos bajo las sucesivas administraciones se ha enfocado cada vez más en el Este para contrarrestar el ascenso de China, vista por Washington como la principal amenaza para su dominio global. La administración Obama lo denominó el “pivote asiático”, un cambio estratégico con dimensiones tanto económicas como militares. Por un lado, el Acuerdo Transpacífico (TPP), según Obama, buscaba “asegurar que sea Estados Unidos —y no países como China— quien escriba las reglas de la economía mundial de este siglo” (2015). Por otro, la expansión del Comando del Pacífico de Estados Unidos (luego rebautizado como Comando Indo-Pacífico de Estados Unidos en 2018), ubicaría el 60% de los buques de guerra estadounidenses en la región de Asia-Pacífico para 2020 (Panetta, 2012). Es relevante señalar que Estados Unidos inició este viraje hostil en política exterior a pesar de que el gobierno chino indicó que no buscaba la primacía mundial. En su XVIII Congreso Nacional de 2012, por ejemplo, el Partido Comunista de China (PCCh) expuso una política exterior que aspiraba a establecer “un nuevo modelo de relaciones entre grandes potencias” en las que el “ascenso pacífico” de China no enfrentaría frontalmente a Estados Unidos (Xiao, 2013).
Tanto Donald Trump como Joe Biden, con sus propias particularidades, han continuado con el “pivote asiático” de Obama, pero con una diferencia importante. Cuando Trump asumió el cargo, quedó claro que el Congreso estadounidense no respaldaría el TPP, que pronto se desmoronó (no obstante, los países asiáticos —con China como la mayor economía entre ellos— avanzaron con la Asociación Económica Integral Regional, firmada en 2020). La guerra comercial de Trump contra China sustituyó a la intervención económica multilateral de Obama en la región, ya que Washington adoptó una postura más confrontativa hacia Beijing (Tricontinental, agosto de 2018). En su Estrategia de Seguridad Nacional (2017), la administración Trump delineó un marco “Indo-Pacífico libre y abierto” que retrataba explícitamente a China como una amenaza, argumentando que el país intentaba “desafiar el poder, la influencia y los intereses estadounidenses, tratando de socavar la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos” y, en última instancia, “dar forma a un mundo contrario a los valores e intereses de Estados Unidos” (Trump, 2017).
La administración Biden ha profundizado la política de proteccionismo económico (a menudo denominado “desacoplamiento”) y militarismo iniciada por Trump. A través de amplios controles a las exportaciones, el gobierno de Biden ha intentado restringir el acceso de China a semiconductores de vanguardia (fundamentales en la Cuarta revolución industrial) y tecnologías relacionadas, mientras presiona a líderes de la industria de semiconductores como Corea del Sur, Japón, Taiwán y Países Bajos para que impongan restricciones similares (Shivakumar, Wessner y Howell, 2024). Mientras tanto, con la Ley CHIPS y de Ciencia (2022), Biden ha intentado promover la “deslocalización” de la fabricación de semiconductores a Estados Unidos (Lovely, 2023). Como señaló el exfuncionario del Pentágono Jon Bateman, refiriéndose a las políticas de la administración Biden, “El objetivo estratégico y el compromiso político están ahora más claros que nunca. El ascenso tecnológico de China se frenará a cualquier precio… [Estados Unidos] bloqueará abiertamente el camino de China para convertirse en un par económico avanzado” (Bateman, 2022).
Y lo que es más alarmante, Biden ha intensificado la estrategia militarista indo-pacífica de su predecesor. Su gobierno ha desarrollado aún más el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad), un grupo estratégico de Estados Unidos con Australia, India y Japón, reactivado bajo Trump, y ha creado nuevos bloques como el pacto de submarinos de propulsión nuclear Australia-Reino Unido-Estados Unidos (AUKUS, por su sigla en inglés), y la asociación de seguridad Japón-Corea del Sur-Estados Unidos (JAKUS, por su sigla en inglés). Estas acciones están intensificando las tensiones y alimentando una carrera armamentística en Asia, especialmente en el noreste asiático, donde se encuentra la mayor presencia militar estadounidense de ultramar del mundo (Hussein y Haddad, 2021).
¿Construyendo una OTAN asiática?
En la región Asia-Pacífico, el “orden basado en reglas” liderado por Estados Unidos se mantiene gracias a su inmensa presencia militar en ultramar, desde Hawái y Guam hasta la costa china. En el noreste asiático, esta fuerza se encuentra principalmente en Japón y Corea del Sur, que en conjunto albergan más de 80.000 soldados y 193 bases militares estadounidenses, representando casi una cuarta parte de todas las bases extranjeras de Estados Unidos (Hussein y Haddad, 2021). Sobre la base de esta presencia armada, la asociación militar trilateral de Estados Unidos con Japón y Corea del Sur se está aproximando a un nivel de compromiso similar al de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Al finalizar la Cumbre de Camp David de 2023, Estados Unidos, Japón y Corea del Sur emitieron una declaración conjunta en la que delinearon su “cooperación trilateral en materia de seguridad”. En ella, se comprometieron a “consultarse mutuamente” y “coordinar [sus] respuestas a los desafíos, provocaciones y amenazas regionales”, mencionando a China y Corea del Norte entre sus “preocupaciones comunes». Además, Estados Unidos “reafirmó inequívocamente” que sus “compromisos de disuasión» tanto con Japón como con Corea del Sur eran “férreos y respaldados por toda la gama de capacidades estadounidenses” (Casa Blanca, 2023a). En conjunto, estas promesas se acercan peligrosamente al principio de “defensa colectiva” que sustenta la alianza militar de la OTAN.
Estados Unidos ha tratado de restar importancia a estas comparaciones, y su consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, ha afirmado con contundencia que el acuerdo JAKUS “no es explícitamente una OTAN para el Pacífico” y ha insistido en que “no es nuevo” en términos de política exterior estadounidense. Al mismo tiempo, sin embargo, Sullivan celebró la asociación como un “avance significativo” (2023). Aunque los compromisos JAKUS de “consulta» y “coordinación de respuestas” no alcancen el principio de “defensa colectiva” de la OTAN, los funcionarios estadounidenses han elogiado el acuerdo por elevar “la seguridad y la coordinación al siguiente nivel de una forma realmente fundamental” (Katz, 2023). Al comprometerse los tres países a proteger un conjunto de valores comunes, identificar a China como una amenaza y comprometerse a la defensa antimisiles y a ejercicios trilaterales anuales, la cooperación en materia de seguridad JAKUS posee importantes elementos de una alianza militar que podría arrastrar a Corea del Sur y Japón a un conflicto entre Estados Unidos y China, especialmente en torno a Taiwán.
Desde el punto de vista militar, el pacto JAKUS aumentará el acceso estadounidense a la “primera cadena de islas” frente a la costa china, que se extiende desde Japón, pasando por Taiwán y Filipinas, hasta Malasia. Durante la Guerra Fría, las autoridades estadounidenses concibieron esta “cadena” de islas como la primera línea de su estrategia de contención contra la Unión Soviética y China. Las maniobras militares que antes se realizaban de forma puntual se han institucionalizado ahora como maniobras trilaterales anuales multidominio, que mejoran la interoperabilidad de los ejércitos de los tres países (Comando del Indo-Pacífico de Estados Unidos, 2023). En términos más generales, Estados Unidos pretende utilizar esta alianza trilateral para preservar y reforzar su proyección de fuerza en la región, atacando el sistema de misiles A2/AD2 de China —que impide el acceso y la maniobrabilidad de los buques de guerra estadounidenses en la región— mediante una estrategia de Defensa integrada antiaérea y antimisiles (IAMD, por su sigla en inglés) (Savage, 2022). La estrategia A2/AD de China implica el despliegue de misiles de largo alcance para disuadir a los portaaviones estadounidenses de realizar operaciones cerca de las costas chinas. Para contrarrestarlo, la IAMD planea enlazar los activos militares —desde los misiles de defensa terminal de área a gran altitud (THAAD, por su sigla en inglés) en Corea hasta los buques de guerra Aegis japoneses— en una red unificada con “integración ofensiva-defensiva” para blindar las operaciones de ataque (Comando del Indo-Pacífico de Estados Unidos, 2021). Además, los radares de los tres países se integrarían en una plataforma común estadounidense en Hawái (Domínguez, 2023).
La creación de esta red unificada ha estado en el centro del impulso estadounidense para que Corea del Sur y Japón establezcan una mayor cooperación en materia de seguridad, incluso compartiendo inteligencia militar a través del Acuerdo General de Seguridad de la Información Militar (GSOMIA, por su sigla en inglés), firmado en 2016. Aunque el GSOMIA se anunció como una medida destinada a contrarrestar las actividades de misiles de Corea del Norte, su amplio intercambio de inteligencia significa que las partes también están legalmente obligadas a compartir información relacionada con China y Rusia (Pacific Forum, 2020). Sobre la base de los acuerdos bilaterales existentes entre Estados Unidos y Corea del Sur y Japón, GSOMIA ha allanado el camino para el intercambio trilateral de inteligencia, incluidos los datos de alerta de misiles en tiempo real (Domínguez, 2023).
El “cuco” norcoreano
Dos de las principales justificaciones para el aumento de las capacidades militares estadounidenses y aliadas en el noreste asiático son la “amenaza” que supone Corea del Norte y la necesidad de “defender” Taiwán. Sin embargo, es importante señalar que la paz con Corea del Norte siempre ha sido secundaria con respecto a las estrategias más amplias de contención estadounidenses dirigidas contra la Unión Soviética y China. Estados Unidos aún no ha buscado seriamente la paz de forma sostenida con Corea del Norte desde que se firmó el acuerdo de armisticio de la Guerra de Corea en 1953. A lo largo de las décadas, cualquier avance en las negociaciones ha sido saboteado, interrumpido y/o desatendido por los cambios de gobierno. Por ejemplo, durante el gobierno de Clinton, Estados Unidos y Corea del Norte firmaron el Marco Acordado (1994), que casi ofrecía un camino hacia la paz y la desnuclearización hasta que fue paralizado por un Congreso estadounidense dominado por los republicanos y luego entorpecido por los neoconservadores John Bolton y Robert Joseph durante la administración Bush Jr. (Hecker, 2023: 77, 86). Esta dinámica se repitió de nuevo en 2019, cuando las conversaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte colapsaron después de que la administración Trump cambiara abruptamente los términos de un posible acuerdo durante una cumbre en Hanoi, Vietnam (con Bolton una vez más desempeñando un papel clave) (Seong, 2020).
Mantener un estado de tensión y conflicto controlados en la Península de Corea sirve de pretexto útil para la actividad militar estadounidense en la región. Por ejemplo, la instalación del sistema antimisiles THAAD, de propiedad estadounidense, en Corea del Sur en 2017 se justificó como una medida defensiva contra los misiles norcoreanos, a pesar de que la ubicación elegida le impide defender a la mitad de la población del país, incluida el área metropolitana de Seúl (Kang, 2017). Sin embargo, la ubicación del THAAD sí le permite observar en profundidad el sistema de misiles de China (Taylor, 2017). A través de la Nueva Guerra Fría, Estados Unidos sigue obstaculizando la búsqueda de la paz en la Península de Corea y fomentando divisiones geopolíticas más agudas, con el sur acercándose a Estados Unidos y el norte a Rusia y China.
El punto caliente de Taiwán
Del mismo modo, la paz nunca ha sido el principal objetivo de Estados Unidos en el Estrecho de Taiwán. Aunque Beijing, Taipéi y Washington reconocen oficialmente que la isla y el continente forman parte de “Una Sola China”, la intervención estadounidense los ha mantenido divididos desde el final de la Guerra Civil China en 1949. Las tensiones más recientes en torno a Taiwán comenzaron en 2016 con la elección de Tsai Ing-wen, del Partido Democrático Progresista (PDP), pro-estadounidense y de tendencia separatista, que defiende la postura de que Taiwán es un “Estado soberano” y “no forma parte de la República Popular China” (2024).
La situación se ha agravado tanto con Trump como con Biden, salpicada por una serie de polémicas visitas sin precedentes a la isla por parte de funcionarios y legisladores estadounidenses de los dos principales partidos. En 2020, el secretario de Salud y Servicios Humanos de Trump, Alex Azar, se convirtió en el funcionario de mayor rango del gabinete estadounidense en visitar Taiwán desde 1979. Dos años más tarde, durante el gobierno de Biden, la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, visitó la isla, convirtiéndose en la primera presidenta de la Cámara en ejercicio que lo hacía desde 1997. Estos encuentros han provocado que China responda con maniobras militares a gran escala, de acuerdo con su Ley Antisecesión de 2005, que establece que “empleará medios no pacíficos y otras medidas necesarias para proteger la soberanía y la integridad territorial de China” en caso de que “las posibilidades para una reunificación pacífica hayan sido completamente agotadas” (2005). En el XX Congreso Nacional del PCCh, celebrado en 2022, el presidente chino, Xi Jinping, insistió en esta postura en su informe:
Taiwán es de China. La resolución de su cuestión es asunto propio de los chinos, y deben ser los chinos quienes la decidan. Persistiremos en trabajar con la mayor sinceridad y el máximo esfuerzo por una perspectiva de reunificación pacífica, pero nunca nos avendremos a renunciar al uso de la fuerza armada y nos reservamos la opción de adoptar todas las medidas necesarias, lo cual no va dirigido de ninguna manera contra los numerosos compatriotas taiwaneses, sino contra la intromisión de fuerzas externas, así como contra una ínfima minoría de secesionistas adeptos a la “independencia de Taiwán” y contra sus actividades secesionistas.
La creciente atención de Washington a Taiwán refleja el relativo declive de la fuerza militar respaldada por Estados Unidos en la isla frente a la del continente. Como se señala en un informe de 2022 del Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos, “durante décadas, el ejército de Taiwán fue más avanzado que el de China… A medida que las fuerzas aéreas, navales, misilísticas y anfibias de China se han vuelto más capaces, el equilibrio de poder en el Estrecho de Taiwán se ha inclinado significativamente a favor de la República Popular China” (Lawrence y Campbell, 2022). Ante una China mucho más capaz, Estados Unidos ha presionado a Taiwán para que adopte una “estrategia puercoespín”, incrementando la venta de armas a la isla para dotarla de la capacidad de infligir daños suficientes contra la China continental, a fin de impedir que Beijing pueda lograr la reunificación por la fuerza (Kaushal, 2020). La estrategia depende, en última instancia, de la voluntad de infligir grandes bajas y daños contra la China continental y de aceptar niveles de destrucción aún mayores para Taiwán.
La amenaza de una escalada militar
Si los temores sobre una posible escalada militar en la Nueva Guerra Fría se disipan con la idea de que las tecnologías de defensa antimisiles pueden blindar a Estados Unidos y sus aliados, un contraargumento sería la porosidad de los sistemas de defensa antimisiles. Por muchos recursos que se dediquen a crear radares para detectar misiles e interceptores para neutralizarlos, el costo relativamente más barato y la mayor facilidad de producción de misiles permiten al país ofensivo “simplemente construir más misiles para abrumar la defensa” (GMD, 2024). Esto se debe a que los sistemas de defensa requieren una mayor precisión que los misiles ofensivos, ya que tienen la misión de derribar un objetivo móvil en el cielo. En efecto, la defensa debe derribar una bala con una bala. De hecho, el sistema Ground-Based Midcourse Defence (GMD) [Defensa terrestre a medio camino], que protege a Estados Unidos de los ataques con misiles, sólo ha sido eficaz el 55% de las veces en ejercicios altamente programados. Para alcanzar un nivel de confianza del 90%, el sistema GMD tendría que disparar tres interceptores por ojiva entrante. En toda la red estadounidense de defensa antimisiles, incluidos los sistemas de menor alcance, el porcentaje de éxito en las pruebas sigue limitándose a aproximadamente el 80% (GMD, 2024). Las tecnologías de defensa antimisiles son sencillamente incapaces de blindar por completo a Estados Unidos, por no hablar de Taiwán, Corea del Sur o Japón. Por lo tanto, la única “disuasión” realmente viable es la amenaza de represalias masivas inmediatas, con el riesgo de desencadenar conflictos que se descontrolen y desemboquen en la destrucción mutua.
Parte II: La “vieja” Guerra Fría nunca terminó
Las actuales tensiones en el noreste de Asia se están gestando a lo largo de las históricas líneas divisorias que se abrieron en la región durante la “vieja” Guerra Fría. A un lado de la línea estaban Estados Unidos, Corea del Sur, Japón y Taiwán, y al otro la Unión Soviética, China y Corea del Norte. Para entender la Nueva Guerra Fría, es importante comprender cómo esta historia ha marcado a Japón, la península de Corea y Taiwán.
El rearme de Japón
En 1947, después de la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial, se promulgó una nueva “Constitución de paz” en la que el país se comprometía a “renunciar para siempre a la guerra… y a la amenaza o el uso de la fuerza como medio para resolver disputas internacionales” (1947). Sin embargo, ante la inminente revolución china y el temor a la expansión del comunismo, Estados Unidos buscó fortalecer a Japón como un bastión anticomunista en la región. Según los historiadores del Departamento de Estado estadounidense, “la idea de un Japón rearmado y militante ya no alarmaba a los funcionarios estadounidenses; en su lugar, la verdadera amenaza parecía ser el avance del comunismo, especialmente en Asia” (Departamento de Estado de Estados Unidos, s.f.). A partir del Tratado de Paz de San Francisco de 1951 entre las potencias aliadas y Japón, Estados Unidos construyó una red de alianzas bilaterales en la región conocida como el Sistema de San Francisco, basado en el tratado de paz, que dividía el noreste asiático a lo largo del Estrecho de Taiwán y la Península de Corea (San Francisco Peace Treaty Project). Durante más de siete décadas, el Sistema de San Francisco ha mantenido las divisiones regionales y ha avivado las tensiones en el Estrecho de Taiwán y la Península de Corea.
La principal preocupación de Estados Unidos no era establecer una paz duradera en la Asia de la posguerra, sino aumentar su fuerza militar para su enfrentamiento contra el comunismo. John Foster Dulles, el principal negociador estadounidense del Tratado de Paz de San Francisco, describió la postura de Washington de la siguiente manera: “¿Tenemos derecho a estacionar tantas tropas en Japón como queramos, donde queramos y durante el tiempo que queramos? Esa es la cuestión principal” (Departamento de Estado de Estados Unidos, 1977: 812).
Para alcanzar sus objetivos, Estados Unidos obstaculizó el proceso de justicia después de la guerra, ignorando la responsabilidad de Japón por sus crímenes coloniales y de guerra (incluidas masacres, guerra biológica, esclavitud sexual, experimentación humana y trabajos forzados) (Guillemin, 2017). El tratado eximió a Japón de pagar reparaciones a sus principales víctimas. Sin embargo, China continental, Taiwán y Corea del Norte y del Sur, todas ellas sometidas a la ocupación japonesa, no participaron en las negociaciones del Tratado de San Francisco. Además, numerosos criminales de guerra y altos cargos del Estado Imperial Japonés (1868-1945) fueron indultados tras la Segunda Guerra Mundial y restaurados en el poder por Estados Unidos, que estaba firmemente centrado en reforzar su posición en la Guerra Fría.
Entre ellos, se encontraba Nobusuke Kishi, antiguo gobernador del estado títere japonés de Manchukuo, en el noreste de China, conocido como el “Monstruo de la Era Shōwa”.3 Arrestado tras la guerra como presunto criminal de guerra de clase A, Kishi fue liberado y, con el respaldo de Estados Unidos, se convirtió en primer ministro de Japón entre 1957 y 1960 (Levidis, 2022). El derechista y nacionalista Partido Liberal Democrático de Kishi recibió millones de dólares de apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense durante la Guerra Fría y ha gobernado el país casi sin interrupción desde 1955 (excepto en 1993-1994 y 2009-2012) (Weiner, 1994). Como señala el historiador Andrew Levidis, “una línea recta conecta a Kishi con el presente, vinculando a la élite conservadora [actual] de Japón con la época de la guerra y el imperialismo” (Weiner, 1994).
Al mantener a la derecha en el poder, Estados Unidos impidió que Japón tuviera que reconocer su pasado imperialista y manipuló su historia para promover la remilitarización de Japón y reforzar la posición estratégica estadounidense en Asia. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha mantenido una presencia militar masiva en Japón, incluida la ocupación de Okinawa de 1945 a 1972 (año en el que Okinawa fue devuelta a Japón, aunque el ejército estadounidense ha mantenido su presencia en la isla). Durante este tiempo, Japón, impulsado por Estados Unidos, ha continuado reforzando sus fuerzas armadas y ampliando su alcance. Lo más destacado ha sido:
- En 1954, se creó un nuevo ejército llamado Fuerzas de Autodefensa de Japón (FDAJ), a pesar de la oposición de la población japonesa, que estaba cansada de la guerra.
- En 1960, las FDAJ se comprometieron a responder a los ataques contra el ejército estadounidense en territorio japonés.
- En 1992, el ejército japonés comenzó a participar en misiones internacionales de mantenimiento de la paz.
- En 1997, Estados Unidos y Japón adoptaron nuevas directrices que permitían a las FDAJ operar en “zonas circundantes”.
- En la década de 2000, Japón participó en operaciones militares de ultramar en Afganistán e Irak en apoyo de Estados Unidos (Xu et. Al., 2021).
En la actualidad, Japón es el país con más bases militares estadounidenses en el mundo (120) y más personal (alrededor de 54.000) (Hussein y Haddad, 2021).
En medio del giro estadounidense a Asia, la remilitarización de Japón se ha acelerado significativamente. En 2014, el entonces primer ministro Shinzo Abe (nieto de Nobusuke Kishi) propuso la idea de “pacifismo proactivo” para reinterpretar la Constitución japonesa de posguerra.4 La reinterpretación permitió el uso de la fuerza por parte de Japón en situaciones de “autodefensa colectiva”, incluido el caso de “ataques armados contra un país extranjero que tenga una estrecha relación con Japón y, como resultado, amenace la supervivencia de Japón” (Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón, 2014). En diciembre de 2022, bajo el mandato del primer ministro Fumio Kishida, Japón publicó una nueva Estrategia de Seguridad Nacional que identificaba a China como “el mayor desafío estratégico para garantizar la paz y la seguridad de Japón y la paz y la estabilidad de la comunidad internacional” (Gobierno de Japón, 2022). Al mismo tiempo, Kishida eliminó un límite que, desde 1976, había restringido el gasto militar al 1% del producto interno bruto (PIB) del país y anunció que Japón duplicaría el gasto hasta el 2% del PIB en 2027, igualando el objetivo de gasto de los miembros de la OTAN y convirtiendo a Japón en el tercer país del mundo con mayor gasto militar (2014). En 2022, el gasto militar per cápita de Japón ya era casi el doble que el de China, una diferencia que seguirá aumentando con el incremento del gasto militar japonés (SIPRI, 2024).
La división de Corea
El 15 de agosto de 1945, inmediatamente después que Corea obtuviera su independencia del dominio colonial japonés (1910-1945), Estados Unidos dividió la península a lo largo del paralelo 38, creando lo que eventualmente se convertiría en la República de Corea (RDC) en el sur y la República Popular Democrática de Corea (RPDC) en el norte. Esta división, que persiste hasta el día de hoy, no tuvo más fundamento histórico ni material que la intervención de Estados Unidos: dos coroneles estadounidenses trazaron una línea arbitraria en un mapa de National Geographic y, en un instante, dividieron a un pueblo en dos (Fry, 2013). Cinco años después, estalló la Guerra de Corea. A pesar de declarar que defendía los valores democráticos liberales, el Gobierno Militar del Ejército de Estados Unidos en Corea (USAMGIK, por sus sigla en inglés), en el sur, se negó, como dijo el historiador Bruce Cumings, a “entregar Corea a los coreanos” (2005: 200). En lugar de reconocer las asambleas populares democráticas de base en toda la Península de Corea, el USAMGIK las reprimió y persiguió como comunistas. En un intento por inculcar relaciones de mercado entre la población del sur —“la gran mayoría de la cual eran campesinos pobres y una pequeña minoría que poseía la mayor parte de la riqueza”, como señaló Cumings— Estados Unidos apoyó a la pequeña y despreciada élite que había colaborado con la ocupación japonesa (2005: 193).
Este fue el contexto de la división de la Península de Corea y del estallido de la Guerra de Corea. A pesar de la naturaleza indirecta de la guerra, sus horrores, muertes y destrucción sentaron las bases para una ideología anticomunista en el Sur que respaldó a dictadores y reprimió la disidencia durante décadas bajo la Ley de Seguridad Nacional (Kyung-san, 2018). Aunque los periodos de acercamiento a Corea del Norte han reducido la polarización provocada por el anticomunismo, este sigue impidiendo un verdadero y abierto debate en Corea del Sur. Además, el legado de la colaboración durante la ocupación colonial aún no se ha abordado y continúa moldeando al Sur. En el 70 aniversario de la liberación de Corea, el medio de comunicación Newstapa estrenó Collaboration and Forgetting [Colaboración y olvido] (2015), un documental que revelaba que, en el Sur, muchos descendientes de independentistas coreanos viven en la pobreza porque sus familias han sido estigmatizadas como comunistas, mientras que los descendientes de colaboradores japoneses viven de sus cuantiosas herencias de tierras.5
El pacto trilateral de seguridad JAKUS es el último capítulo de esta historia. En el pasado, el legado colonial japonés en Corea impidió que se materializara una asociación de este tipo entre Japón y Corea del Sur. Para superar este obstáculo, la administración conservadora surcoreana de Yoon Suk Yeol exoneró a Japón de su responsabilidad por sus crímenes. Por ejemplo, Yoon ignoró una sentencia del Tribunal Supremo de Corea del Sur de 2018 que responsabilizaba a empresas japonesas como Mitsubishi del trabajo forzado de coreanos (Je-Hun, 2023). En contraste con el enfoque más equilibrado adoptado por la anterior administración de Moon Jae-in hacia Estados Unidos y China, la administración de Yoon ha adoptado una postura pro-estadounidense mucho más marcada.6 El Partido del Poder Popular, al que pertenece Yoon, es la última encarnación política del movimiento conservador surcoreano, cuyas raíces se remontan a la colaboración con el colonialismo japonés y la ocupación estadounidense.7
Taiwán: un “portaaviones insumergible”
La Guerra Civil China se libró de manera intermitente entre 1927 y 1945 entre el Partido Comunista de China (PCCh) y el Kuomintang (KMT) nacionalista. Con la intención de evitar una victoria comunista, Estados Unidos apoyó enérgicamente al KMT, proporcionándole más de 2.000 millones de dólares en ayuda entre 1945 y 1949 (Departamento de Estado de los Estados Unidos, 1949). Sin embargo, el PCCh prevaleció y estableció la República Popular China (RPC) en el continente, mientras que el KMT se refugió en Taiwán, donde estableció un gobierno rival en el exilio, la República de China (ROC, por su sigla en inglés). Ubicada a unos 150 kilómetros de la costa continental, Taiwán fue utilizada por Washington como una plataforma para ejercer presión sobre Beijing y aislar a China de la comunidad internacional. Por ejemplo, entre 1949 y 1971, Estados Unidos y el KMT lograron excluir a la RPC de las Naciones Unidas argumentando que el gobierno de la ROC en Taiwán era el único gobierno legítimo de toda China. De hecho, los funcionarios estadounidenses se refirieron abiertamente a la isla como un “portaaviones insumergible” (Time, 1950).
Durante la Guerra Fría, la República de China, respaldada por Estados Unidos, estableció una dictadura represiva en Taiwán, que incluyó un periodo consecutivo de 38 años de ley marcial entre 1949 y 1987, conocido como el “Terror Blanco”. Este periodo se caracterizó por una severa represión política, el encarcelamiento y tortura de entre 140.000 y 200.000 personas, y la ejecución de entre 3.000 y 4.000 más (Ministerio de Cultura, Taiwán, 2014). Aunque Washington puso fin a sus relaciones oficiales con Taiwán en la década de 1970, cuando normalizó sus relaciones con China, ha mantenido relaciones “no oficiales” con la isla, incluidos amplios vínculos militares, políticos y económicos. Como parte de su Nueva Guerra Fría, Estados Unidos está incrementando el armamento de Taiwán en colaboración con las fuerzas separatistas (Wingfield-Hayes, 2023). Dado que China ha dejado claro que considera Taiwán como una “línea roja que no debe cruzarse”, la continua intervención estadounidense amenaza con desencadenar un conflicto de gran envergadura en la región (No Cold War, 2023).
Parte III: Un camino hacia la paz en el noreste asiático
Para evitar la escalada de conflictos en el noreste de Asia, es crucial desmontar el sistema de alianzas militares liderado por Estados Unidos y detener la tendencia a la militarización que está exacerbando las tensiones en la región. Sin embargo, para construir una paz duradera, los movimientos sociales y los gobiernos deben ir más allá y desmantelar las divisiones históricas arraigadas por el colonialismo, la Guerra Fría y la actual intervención extranjera. Las dos Coreas deben tener la capacidad de forjar su propio camino hacia la paz y la reconciliación. China continental y Taiwán deben tener la autonomía para determinar su futuro sin interferencias externas. Japón debe asumir su responsabilidad y reconciliarse con su pasado imperialista. Y, sobre todo, el ejército estadounidense debe retirarse.
Los días 28 y 29 de octubre de 2023, el International Strategy Center (ISC) organizó un foro internacional titulado “Construyendo la paz: Prevención de la guerra en el noreste asiático”, en el que participaron organizaciones y personas involucradas en las luchas de vanguardia contra el militarismo estadounidense (ISC, 2023). Las experiencias de los movimientos de base locales de la región, compartidas en este foro y otros espacios similares, ayudan a ilustrar tanto los obstáculos como las posibles vías hacia la paz.
Luchas contra la militarización en Okinawa
A pesar de que Okinawa representa menos del 1% de la tierra de Japón, acoge el 74% de las bases militares estadounidenses del país (Hibbett, 2019). En un referéndum no vinculante de 2019, el 72% de los habitantes de Okinawa votaron en contra de la propuesta de construir una nueva base militar estadounidense en la bahía de Henoko-Oura, que sustituiría a la Estación Aérea del Cuerpo de Marines de Futenma (Hibbett, 2019). Esta oposición tiene sus raíces en la violenta historia de la ocupación estadounidense, incluido el atroz incidente de la violación en grupo de una niña de doce años por soldados estadounidenses en 1995, así como en el historial de traición de Japón hacia la isla. Por ejemplo, la población civil de Okinawa fue utilizada como escudo humano por el Japón continental contra el avance del ejército estadounidense durante algunas de las batallas más cruentas del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial (Song, 2013). Posteriormente, Okinawa fue sacrificada al dominio militar estadounidense para que Japón pudiera recuperar su soberanía nacional como parte del Tratado de Paz de San Francisco.
Además de buscar la paz, los movimientos sociales de Okinawa luchan contra la presencia de bases militares estadounidenses por motivos relacionados con el medio ambiente, la salud pública y la violencia de género. Por ejemplo, el Proyecto de Justicia Medioambiental de Okinawa se opone al traslado de la base de Futenma a la zona costera de la bahía de Henoko-Oura debido a la contaminación tóxica generada por las bases militares estadounidenses (2024). Mientras tanto, la resistencia contra la base aérea estadounidense de Kadena está relacionada con la violencia sexual perpetrada por soldados estadounidenses, así como con los accidentes vinculados a los aviones estadounidenses que sobrevuelan áreas urbanas. A menudo, los movimientos que surgen inicialmente en respuesta a otras preocupaciones evolucionan hacia luchas más amplias por la paz y la justicia.
La expansión del gasto militar japonés requerirá que el gobierno aumente los impuestos o recorte el bienestar social, lo que podría erosionar el apoyo público. Para obtener respaldo, el gobierno japonés ha promovido el despliegue de fuerzas de las JSDF en algunas de las islas del sur de Okinawa, cuya población no comparte las mismas experiencias de guerra u ocupación, y ha recurrido a una avalancha de propaganda sobre las amenazas relacionadas con China, Taiwán y Corea del Norte. Según Hideki Yoshikawa, director del Okinawa Environmental Justice Project [Proyecto de Justicia Medioambiental de Okinawa], las organizaciones de base están respondiendo trabajando para “crear un movimiento pacifista más amplio y cohesionado”, organizando eventos y concentraciones para unir a grupos pacifistas de Japón continental y del extranjero. Yoshikawa señala que la creciente alianza trilateral JAKUS ha “provocado una contraalianza entre los movimientos pacifistas” de los tres países (Song, 2023).
Un tratado de paz en la Península de Corea
Entre junio de 2020 y julio de 2023, marcando los 70 años desde el inicio de la Guerra de Corea y el acuerdo de armisticio, respectivamente, movimientos y ciudadanos de Corea del Sur y de todo el mundo recolectaron cientos de miles de firmas para una petición de un tratado de paz que ponga fin definitivamente a la Guerra de Corea. Esta lucha por la paz y la reunificación tiene raíces en los esfuerzos de la sociedad civil que alcanzaron su punto máximo en la primera cumbre intercoreana, celebrada del 13 al 15 de junio de 2000 en Pyongyang, y en la declaración conjunta de los presidentes surcoreano, Kim Dae-Jung, y norcoreano, Kim Jong-il. La reunión, llevada a cabo en Corea del Norte bajo estricto secreto (para evitar la intervención estadounidense), declaró que la paz y la reunificación se lograrían mediante “los esfuerzos conjuntos del pueblo coreano, que es el dueño del país” (2000). Sin embargo, Estados Unidos tenía otros planes. Después de los ataques del 11 de septiembre al World Trade Center, el presidente estadounidense George W. Bush incluyó a Corea del Norte, junto con Irán e Irak, en el “eje del mal”, lo que interrumpió el incipiente proceso de paz que había florecido como una gran esperanza para Corea del Sur y que había sido respaldado por el predecesor de Bush, Bill Clinton. Este fue otro ejemplo en el que la paz en la Península de Corea fue rehén de los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
Además de estos esfuerzos civiles y diplomáticos para poner fin a la Guerra de Corea, Corea del Sur también continúa luchando contra la presencia militar estadounidense en la península. Desde 2007, los residentes de Gangjeong se han opuesto a la construcción de una base naval que albergaría buques de guerra estadounidenses en la isla de Jeju. Al igual que la lucha en la bahía de Henoko-Oura, en Okinawa, este movimiento surgió inicialmente debido a la preocupación por la destrucción medioambiental que causaría la construcción de la base, pero pronto se convirtió en una lucha más amplia contra la militarización. Aunque el movimiento contra la base de Jeju ha disminuido de tamaño con el tiempo, sigue existiendo, lo que muestra cómo la militarización puede transformar las comunidades afectadas en defensores de la paz.
Paz en el Estrecho de Taiwán
En comparación con Corea del Sur y Japón, el movimiento pacifista en Taiwán está menos desarrollado. Según Daiwie Fu, profesor de la Universidad Nacional Yang-Ming Chao-Tong de Taipei y participante en el foro internacional del ISC, la población de Taiwán está más o menos dividida en cuanto a la posición internacional de la isla: el 50% desea un mayor alineamiento con Estados Unidos (de los cuales el 10% está a favor de la independencia y el 40% de un statu quo favorable a Estados Unidos) y el 50% restante prefiere un mayor reequilibrio hacia China (de los cuales el 10% está a favor de la reunificación y el 40% de un statu quo más neutral). Sin embargo, Fu señaló que existe una contradicción entre la militarización de Taiwán y la necesidad de un mayor gasto social, y criticó la “estrategia del puercoespín” impulsada por EE.UU. y adoptada por Taipei, por presuponer una eventual guerra de desgaste que podría cobrar muchas vidas civiles al otro lado del Estrecho de Taiwán.
Aunque el Partido Progresista Democrático (PPD), con tendencia separatista, ganó las elecciones generales de enero de 2024, los últimos sondeos indican un posible cambio en las opiniones de la población taiwanesa. Mientras que en las elecciones de 2016 y 2020 el PPD obtuvo mayorías, su porcentaje de votos cayó al 40% en las elecciones de 2024, 17 puntos menos que en 2020. Por otro lado, los partidos de la oposición más inclinados hacia Beijing – el KMT y el Partido Popular de Taiwán – obtuvieron juntos el 60% de los votos en 2024. Además, en vísperas de las elecciones, una encuesta de American Portrait reveló que solo el 34% de la población taiwanesa consideraba que Estados Unidos era un país digno de confianza, once puntos menos que en 2021, y algunos comentaristas señalaron que la guerra en Ucrania había dañado la credibilidad de Estados Unidos (Hui Lin, 2023).
Una propuesta para el movimiento por la paz
Estados Unidos está librando una Nueva Guerra Fría contra China para mantener su primacía mundial y el “orden basado en reglas” que ha construido. Aunque estas “reglas” se equiparan a menudo con los principios de la Carta de las Naciones Unidas, ambos no son lo mismo.8 Mientras que la Carta de la ONU refleja el consenso de sus 193 Estados miembros, las “reglas” del “orden basado en reglas” no se derivan del derecho internacional, sino que son autoproclamadas por Estados Unidos para servir a sus intereses nacionales. A este respecto, un informe de 2022 del Consejo de Relaciones Exteriores señalaba que “Estados Unidos tiene uno de los peores historiales de todos los países a la hora de ratificar tratados sobre derechos humanos y medio ambiente” (Wahal, 2022).
La inhumanidad del “orden basado en reglas” se ha puesto de manifiesto durante el genocidio de Israel contra los palestinos de Gaza, que ha recibido el respaldo total de Estados Unidos. Por encima de todo, no son los derechos humanos, la justicia o la libertad lo que este orden pretende defender, sino un mundo dominado por Estados Unidos y respaldado por una red global de más de 900 bases militares estadounidenses, varios centenares de las cuales rodean China (Tricontinental, 2024; Hussein y Haddad, 2021).
Los cambios sísmicos que se están produciendo en el noreste asiático están empujando a la región hacia la guerra. En estos momentos, los movimientos pacifistas de la región deben unirse bajo un conjunto común de demandas y principios, entre los que se incluyen los siguientes:
- Poner fin a la cooperación en materia de seguridad JAKUS. Los acuerdos militares multilaterales que aíslan o tienen como objetivo a otros países, por su naturaleza, tienden a dividir las regiones en bloques o campos opuestos, fomentando las tensiones y el gasto militar. El pacto trilateral entre Estados Unidos, Japón y Corea del Sur no es diferente.
- Poner fin a los juegos de guerra estadounidenses. Aunque etiquetados como “rutinarios”, estos ejercicios militares son hostiles y provocadores. Por ejemplo, los “juegos de guerra” conjuntos entre Estados Unidos y Corea del Sur han ensayado el lanzamiento de ataques nucleares contra Corea del Norte, la “decapitación” de sus dirigentes y una invasión a gran escala. Mientras tanto, los juegos de guerra de Estados Unidos con Australia y Filipinas han ensayado ataques de largo alcance contra la China continental. Estas actividades de línea dura cierran la puerta a aperturas diplomáticas y dejan a los países objetivo sin otra opción real que movilizar sus ejércitos en respuesta.
- Poner fin a la intervención estadounidense. Durante más de 70 años, Estados Unidos ha avivado las llamas del conflicto en el noreste asiático, especialmente en la Península de Corea y el Estrecho de Taiwán. En toda la región Asia-Pacífico, debe permitirse a los pueblos de la región determinar su futuro y su camino hacia la paz, libres de injerencias extranjeras y militarismo.
- Apoyarse mutuamente en la lucha. La lucha por la paz en el noreste asiático debe ser regional. Aunque es fácil dejarse absorber por las exigencias inmediatas de la lucha local de cada uno, los problemas a los que se enfrenta la región están interconectados. Abordarlos requiere una visión a largo plazo y el compromiso de fortalecer todas estas luchas. Esto exige que las organizaciones participen activamente en campañas y luchas en toda la región, no sólo en el propio país, como la marcha anual por la paz que tiene lugar en Okinawa cada mes de mayo, las conmemoraciones de la cumbre intercoreana del 15 de junio de 2000 y otras iniciativas.
- Apoyar las luchas en primera línea. Aunque la guerra y la militarización puedan parecer abstractas y distantes de la vida cotidiana, son concretas e inmediatas para quienes viven cerca de los lugares de lucha en primera línea, como la base aérea de Kadena y la bahía de Henoko en Okinawa; y las instalaciones del THAAD en Soseong-ri y la base naval de Jeju en Corea del Sur. Las luchas en estos lugares, que en gran parte comenzaron como respuesta al impacto inmediato y local que la gente sentía en su vida cotidiana, ofrecen focos de resistencia que transforman a las personas implicadas y al público en general.
Vivimos en tiempos peligrosos. Es imperativo que encontremos un terreno común y un entendimiento para que podamos trabajar juntos en objetivos tácticos y estratégicos. Nuestra capacidad para hacerlo determinará si podemos evitar la guerra y lograr la paz en la región y en el mundo, permitiéndonos centrarnos en mejorar el bienestar de las personas y del planeta.
Notas
1 Para más información sobre la Tercera Gran Depresión, ver nuestro Cuaderno no. 4, El mundo en depresión económica: Un análisis marxista de la crisis, 10 de octubre de 2023. Disponible en: https://dev.thetricontinental.org/es/dossier-cuaderno-4-crisis-economicas/. Para más información sobre las economías del Norte Global y el imperialismo contemporáneo, ver nuestro Estudio sobre dilemas contemporáneos no. 4, Hiperimperialismo: Una nueva etapa decadente y peligrosa, 23 de enero de 2024. Disponible en: https://dev.thetricontinental.org/es/estudios-sobre-dilemas-contemporaneos-4-hiper-imperialismo/.
2 Una estrategia, arma o sistema de armas A2/AD, o anti-acceso/negación de área, o simplemente de negación de área, dificulta el acceso a un cierto teatro de operaciones, sea aéreo, terrestre o marítimo. El método puede no ser totalmente efectivo en impedir el acceso, pero siempre causa demora, restricción o daño al enemigo.
3 La era Shōwa abarca el reinado del emperador Shōwa (1926-1989), cuyo inicio marcó el surgimiento del militarismo en Japón.
4 Esta reinterpretación de 2014 evadió el proceso establecido de enmienda constitucional y, en su lugar, se llevó a cabo mediante una decisión del gabinete. El gabinete de Abe estaba dominado por miembros del Nippon Kaigi, una organización no gubernamental japonesa de extrema derecha de la que también formaba parte Abe (Kawasaki y Nahory, 2014).
5 De los 430 km2 de tierras surcoreanas que estuvieron en manos de colaboracionistas durante la ocupación japonesa, lo que equivale a aproximadamente dos tercios del tamaño de Seúl, solo el 3 % ha sido recuperado por el Estado desde la liberación (Kim Ri-taek, 2019).
6 El gobierno de Moon se comprometió con los “tres no”: ningún despliegue adicional del THAAD, ninguna participación en la red de defensa antimisiles de Estados Unidos y ningún establecimiento de una alianza militar trilateral con Estados Unidos y Japón. En cambio, el gobierno de Yoon adoptó la visión de un “Indo-Pacífico libre y abierto” promovida por Estados Unidos. Además, Yoon fue el primer presidente en participar en una cumbre de la OTAN (Park Byong-su, 2017).
7 Las raíces del Partido del Poder Popular y del movimiento conservador más amplio de Corea del Sur se remontan a la dictadura militar de Park Chung-hee (1961-1979) y están impregnadas de una ideología anticomunista. Antes de la liberación de Corea de Japón, Park sirvió en el Ejército Imperial Japonés, ayudando a perseguir a los independentistas. Más tarde, Japón proporcionaría tanto la inspiración como los fondos para los proyectos de modernización de Park. La hija de Park, Park Geun-hye, fue presidenta de Corea del Sur de 2013 a 2017, año en fue destituida y condenada por cargos de corrupción. A raíz de este escándalo, se formó el Partido del Poder Popular mediante la fusión de múltiples partidos conservadores, incluido el sucesor del Partido Saenuri de Park Geun-Hye.
8 Para más información sobre el “orden basado en reglas” y el sistema de la ONU, ver nuestro dossier no. 62, Soberanía, dignidad y regionalismo en el nuevo orden internacional.
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