El mundo en depresión económica: Un análisis marxista de la crisis
Este cuaderno explica el trasfondo de la crisis económica actual y de las crisis capitalistas en general. Explicaciones incorrectas confunden a las masas y perjudican sus luchas.
Cuaderno no. 4
La investigación en la que se basa este cuaderno fue desarrollada por E. Ahmet Tonak (Instituto Tricontinental de Investigación Social) y Sungur Savran, profesor de la Universidad Okan de Estambul y editor de Devrimci Marksizm y Revolutionary Marxism.
El equipo de producción de este cuaderno, desde la edición hasta la traducción, diseño y carga en nuestro sitio web, incluye: Vijay Prashad, Celina della Croce, Mikaela Nhondo Erskog, Deby Veneziale, Pilar Troya Fernández, Maisa Bascuas, Emiliano López, Dafne Melo, Luiz Felipe Albuquerque, Cristiane Ganaka, Tings Chak, Ingrid Neves, Daniela Ruggeri, Amílcar Guerra y Ariana Hereñú.
Introducción
Estamos atravesando un período de profunda incertidumbre, morosidad e indigencia. Esta es la realidad incluso en los países imperialistas, donde el número de personas que necesitan recurrir a bancos de alimentos no deja de aumentar. En Gran Bretaña, los paquetes distribuidos por los bancos de alimentos se han más que duplicado, pasando de 1,1 millones en 2015-2016 a 2,5 millones en 2020-2021, y cerca de un millón de ellos se destinan a la niñez (The Tussel Trust, 2022). Esto no quiere decir, por supuesto, que todo el mundo esté sufriendo. El patrimonio neto de las personas multimillonarias de todo el mundo creció en más de 3,6 billones de dólares en 2020, aumentando su participación en la riqueza mundial de los hogares al 3,5%, incluso cuando la pandemia empujó a aproximadamente 100 millones de personas a la extrema pobreza (Luhby, 2021). La desigualdad que el capitalismo inevitablemente produce ha creado un mundo en el que las 2.153 personas más multimillonarias tienen más riqueza que los 4.600 millones de personas más pobres, que constituyen el 60% de la población del planeta (Oxfam, 2020). Estas tendencias paralelas no son especificas al impacto de la pandemia: tienen años, de hecho décadas, siendo urdidas por las leyes del capitalismo en crisis.
En este cuaderno, buscamos arrojar luz sobre la profunda crisis de la economía mundial, que se ha estado gestando desde hace más de una década. Explicar las crisis no es un ejercicio sin sentido para demostrar la destreza técnica de economistas profesionales, es necesario ir más allá de las manifestaciones superficiales para descubrir la esencia de todo el proceso. De esta forma, podremos alumbrar el camino a seguir para las clases trabajadoras de todos los países y las naciones oprimidas del mundo en sus luchas por hacer retroceder la ola de indigencia y miseria. En un esfuerzo por ofrecer resultados tangibles y concretos para el proletariado y lxs desdichadxs de la Tierra, es importante explicar las contradicciones inherentes del capitalismo que dan lugar a estas crisis. Las explicaciones incorrectas sólo pueden confundir a las masas y perjudicar sus luchas.
Es bien conocido que la economía mundial capitalista experimentó una grave convulsión financiera en 2008, a la que se conoce como la crisis financiera mundial. La quiebra de Lehman Brothers, uno de los grandes bancos de inversión de Wall Street, lanzó ondas de choque a todo el mundo, llevando al sistema financiero internacional a un colapso total. Christine Lagarde, ministra de Finanzas de Francia en ese momento (posteriormente ocuparía los cargos de directora gerente del Fondo Monetario Internacional y presidenta del Banco Central Europeo), advirtió al secretario del Tesoro estadounidense, Hank Paulson, que no debían permitir que la gigantesca compañía de seguros American International Group (AIG) quebrara inmediatamente después de Lehman Brothers.
La crisis fue desencadenada por el mercado inmobiliario inflado, especialmente en el Norte Global (no sólo en Estados Unidos, sino también en Gran Bretaña, España, Irlanda y otros países), como resultado de vender hipotecas incluso a consumidores que evidentemente no podrían pagarlas. No sólo colapsó el llamado mercado de hipotecas subprime, que había alcanzado valores totalmente irreales, sino que, debido a que estas hipotecas se habían empaquetado en productos derivados en los mercados financieros en formas tales como obligaciones de deuda y obligaciones de préstamo colateralizadas, este colapso trajo, a su paso, el desplome de otros mercados financieros y dejó a muchos bancos y otros tipos de instituciones financieras al borde del precipicio.
La denominación “crisis financiera global” en un comienzo se utilizó exclusivamente para describir la profunda crisis que la quiebra de Lehman Brothers desencadenó en la economía mundial. Sin embargo, rápidamente se convirtió en un término inapropiado, a medida que se hacía patente que la crisis no se restringía a la esfera de las finanzas, sino que se extendía a la llamada economía real, es decir, a la esfera de la producción. Pronto se observó un declive pronunciado y hasta cierto punto sin precedentes, de variables clave como el crecimiento y la inversión, así como un aumento catastrófico del desempleo en muchos países (en su peor momento, dos miembros de la Unión Europea, España y Grecia experimentaron un desempleo juvenil que se disparó a más del 50% durante años). De ahí que los círculos dirigentes de la economía capitalista y los gobiernos comenzaran a utilizar el neologismo “la Gran Recesión”, acuñado por el francés Dominique Strauss-Khan (DSK, como se le conocía en los círculos financieros y gubernamentales), entonces director gerente del FMI.
Nos abstenemos de utilizar el término “gran recesión” simplemente porque, en nuestra opinión, se trata de una cortina de humo para esconder la verdadera naturaleza de la crisis. Una “gran recesión” es casi un oxímoron. Las recesiones se definen convencionalmente como períodos más bien breves, que duran más de dos trimestres (o seis meses), que se fijan en una única variable económica, la tasa de crecimiento, cuando ésta entra en la zona negativa, en otras palabras, cuando la economía se contrae. Es cierto que la economía mundial, así como las economías nacionales, se contrajeron inmediatamente después de la “crisis financiera mundial”. Sin embargo, muchos otros factores estaban en juego que no se pueden encapsular en el estrecho concepto técnico de “recesión”. “Gran recesión” es un oxímoron simplemente porque no se puede hacer que el concepto estrictamente estrecho de “recesión” explique más que el concepto técnico para el cual fue inventado. De hecho, DSK inventó el término “gran recesión” para evitar que autoridades estatales, expertos financieros y economistas utilizaran la palabra “D”, o sea, depresión.
El hecho de que el término “gran recesión” era una cortina de humo también resulta evidente cuando recordamos lo que podría haber sido su denominación alternativa. Alan Greenspan, que fue presidente del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos durante casi dos décadas, y uno de los defensores más ortodoxos de la racionalidad de los mercados y del capitalismo, tuvo la suerte de retirarse de su cargo en 2006, salvándose así de ser considerado el funcionario directamente responsable de la “Gran Recesión”. Fue uno de los muchos que dijeron que se trataba de una “crisis financiera única en el siglo”, una clara referencia y comparación con la Gran Depresión de la década de 1930. Así, la “Gran Recesión” concede la “grandeza” de la crisis para ocultar que se trataba de una depresión.
Históricamente, el capitalismo ha experimentado diferentes tipos de crisis de intensidad y duración variables. Las más comunes suelen producirse aproximadamente cada diez años y se han estudiado y denominado convencionalmente en la literatura profesional como ciclos económicos (los escritos especializados sobre ciclos económicos están fuera de la corriente principal de la economía burguesa por razones que explicaremos en un momento). La culminación de un ciclo económico es, por regla general, una recesión, un corto periodo durante el cual la economía se contrae. Este tipo de crisis suele superarse a través del ajuste de las fuerzas del mercado, al que también ha contribuido en cierta medida la política gubernamental desde la posguerra de la segunda mitad del siglo XX.
Una depresión es un tipo diferente de crisis en la historia del capitalismo. Dura mucho más tiempo, a veces una década, a veces varias décadas. No puede ser gestionada ni superada a través del ajuste convencional de las variables del mercado e impone convulsiones radicales no sólo en la esfera económica, sino también en los ámbitos político, ideológico e incluso militar. Cuando se desarrolla una depresión al nivel del capitalismo mundial, la convención, hasta ahora, ha sido llamarla una gran depresión. La primera crisis de este tipo —conocida en su momento como larga depresión— tuvo lugar a finales del siglo XIX, aproximadamente entre 1873 y 1896. La segunda es la conocida Gran Depresión que comenzó con el crack de Wall Street en 1929 y se extendió por toda la década de 1930, durando, para muchos países, especialmente los europeos, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. En opinión de muchos economistas marxistas, incluidos los autores de este cuaderno, la crisis profunda y prolongada que vivimos hoy también es una gran depresión.
Las dimensiones de la crisis actual
Aunque el mundo entero lleva una década y media experimentando malestar económico, la trayectoria y la profundidad de la crisis actual difiere entre países y regiones con estructuras socioeconómicas diversas y posiciones diferentes en la economía mundial. Los países imperialistas, por buenas razones como veremos, fueron el origen de la crisis, y sus poblaciones sufrieron enormemente a lo largo de todo este período en términos de crecimiento económico, inversión, desempleo y productividad laboral. Estados Unidos mostró una trayectoria propia, recuperándose en cierta medida después de 2013 y manteniendo una ventaja sobre otros países imperialistas, en particular los países de la eurozona y Japón hasta 2019, cuando comenzó a experimentar una desaceleración. A esto pronto se sumaría el impacto de la pandemia de COVID-19, que comenzó a propagarse con fuerza a principios de 2020, a medida en que los confinamientos sucesivos pasaban factura al desempeño económico del país.
Los llamados países emergentes (los que se han ido industrializando a un ritmo acelerado a lo largo de varias décadas o que venían del antecedente de una economía de planificación centralizada), como Argentina, Brasil, India, México, Rusia, Sudáfrica y Turquía, siguieron una trayectoria completamente opuesta a la de Estados Unidos. Tras haber sido sacudidos en cierta medida por el shock inicial de la turbulencia financiera desencadenada por la crisis de 2008, estos países pronto se recuperaron bajo los perversos mecanismos de las finanzas capitalistas para alcanzar, al menos en algunos casos, un desempeño económico superior a todo lo que habían experimentado hasta entonces. Por poner un ejemplo, la economía turca, tras haberse encogido durante el primer año de la crisis, se recuperó rápidamente para alcanzar, durante los dos años siguientes, las tasas de crecimiento más altas que el país había alcanzado nunca.
La razón para el salto en el desempeño económico de estos países no tenía que ver necesariamente con sus propias políticas. El instrumento más eficaz de que disponían los países imperialistas para hacer frente a la crisis era una política de dinero barato y abundante aplicada por los bancos centrales, que hizo que el crédito proliferara. Sin embargo, como redujeron drásticamente los tipos de interés por la misma razón, los recursos fluyeron hacia otros países donde se podía ganar mucho más, es decir, los países emergentes. Entonces, la perdición de un mundo en crisis resultó ser una bendición para un cierto grupo de países cuyas economías se vieron impulsadas por la abundancia de todo tipo de liquidez extranjera. Pero, a medida que la economía estadounidense comenzó a recuperarse en 2013, el Banco de la Reserva Federal estadounidense cambió su política de dinero barato. Esta nueva orientación política inició un periodo de tiempos difíciles para los países emergentes.
Los países de menor desarrollo y los menos desarrollados de todos enfrentaron distintos escenarios, pero en general sufrieron gravemente la caída del comercio internacional, que se tradujo en una menor demanda de sus productos de exportación y un declive aún mayor de la inversión extranjera directa. El precio de las commodities también se vio afectado. Sin embargo, esto tuvo un impacto diferenciado en los países dependiendo, por ejemplo, de si el país era importador o exportador de energía. En la mayoría de estos países, el impacto global fue la acumulación de una montaña de deuda externa.
No obstante, un país constituyó una categoría en sí mismo: China. Aunque se considera a sí mismo un país en desarrollo, China no ha corrido la misma suerte que el resto del Sur Global, habiendo mantenido por décadas tasas de crecimiento extremadamente elevadas basadas tanto en su dinámica interna como en su interacción con el resto de la economía mundial. Incluso desde 2013, China ha persistido como el único caso que parece demostrar lo que muchos expertos denominan la “desconexión” de los países emergentes de los imperialistas.1 Sean cuales fueran las experiencias de los diferentes grupos de países, algunas tendencias han tenido inevitablemente un impacto en todos los grupos a largo plazo.
Desde 2018, se ha producido una desaceleración general de la economía tanto a escala internacional como a nivel de las economías capitalistas imperialistas más ricas (ver gráfico 1).
La inversión, que ya venía en declive desde hacía tiempo, cayó en picado en el periodo posterior a 2008. Además, durante el periodo posterior a 2007, la tasa media anual de crecimiento de la productividad laboral en los países del G7 ha rondado el 1%, un resultado pésimo en comparación con la tasa media del 2% registrada entre 1971 y 2006 (ver gráfico 2).
Ante esta realidad, cualquier dinamismo que existió se derivó de las políticas de los gobiernos y de los bancos centrales de los países imperialistas que pretendían lograr una recuperación rápida de la economía mundial. Esto adoptó dos formas: monetaria y fiscal.
En el ámbito de la política monetaria, los bancos centrales de los países imperialistas siguieron los pasos del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos: la persecución agresiva de una política de dinero barato y abundante. Lo hicieron de dos formas diferentes. La primera consistió en reducir la tasa de interés de referencia hasta cero en muchos casos e incluso a niveles negativos en otros (ver gráfico 3). La segunda fue que los bancos centrales aplicaron una política denominada flexibilización cuantitativa, que consistía en la compra de bonos del gobierno en el mercado abierto, es decir, acudir a la imprenta. La flexibilización cuantitativa no era sino un eufemismo hipócrita para imprimir dinero que no estaba respaldado por la correspondiente evolución en la economía real. Esto se manifestó en unas tasas de interés disparadas en los balances de los bancos centrales.
En el frente de la política fiscal, Estados Unidos y la Eurozona entregaron ingentes cantidades de dinero a programas de gasto público que buscaban recuperar la economía (ver gráfico 4).
Naturalmente, el gasto deficitario y una política de dinero barato crea pasivos a largo plazo, como se expresa en la creciente deuda de las principales economías imperialistas (ver gráfico 5).
Los niveles extraordinariamente altos de deuda, que sobrepasaron la marca del 120% en 2012, señalaban el mayor endeudamiento público en toda la historia del modo de producción capitalista, batiendo el récord de endeudamiento en tiempos de guerra (ver gráfico 5) (Smith, Butovsky y Watterton, 2021). En abril de 2023, la deuda nacional estadounidense había alcanzado la asombrosa cifra de 31 billones de dólares, lo que representa el 124% de su PIB. Más o menos en la misma época, los 18 países de la Eurozona tenían una ratio deuda/PIB del 97,7%, aunque variaba mucho entre los países mediterráneos (Italia y Grecia, por ejemplo) y los países del norte de Europa (Eurostat, 2022). Es importante señalar que la deuda pública no es la única carga que enfrentan las economías de los países imperialistas, la deuda corporativa privada también aumentó enormemente, tanto antes como después de la crisis financiera mundial (ver gráfico 6).
Como resultado de este nivel extremo de lo que se llama política de reactivación (es decir, estimular a una economía en recesión), se están creando nuevas burbujas en las bolsas y en diversos mercados, como la vivienda, que han crecido todos a ritmos salvajemente desproporcionados en relación con el desarrollo de la economía real. Algunos expertos fiables en mercados bursátiles, como el premio nobel Robert J. Shiller, han estado advirtiendo que no hay que ser muy optimista sobre los “locos años 20” del siglo XXI, ya que los anteriores locos años 20, los del siglo XX, terminaron en el Martes Negro de 1929, que dio paso a la Gran Depresión de los años 30 (Shiller, 2021).
Acontecimientos imprevistos también pueden afectar los ciclos económicos. Por ejemplo, la pandemia de COVID-19 ciertamente ha impactado al ciclo económico y ha hecho más difícil predecir las pautas futuras. Otro ejemplo de imprevisibilidad es la guerra en Ucrania, que también está pasando factura a la economía mundial. Además del impacto directo de la guerra, que incluye convulsiones en los mercados de energía, metales y alimentos, en los que Rusia y Ucrania son actores clave, el extraordinario nivel de las sanciones impuestas por los países occidentales contra Rusia y el boicot del mercado doméstico ruso por parte de las empresas occidentales han amplificado la perturbación de la economía mundial. No es una exageración decir que una década y media después del momento Lehman Brothers de 2008, la economía mundial sigue en un estado lamentable.
Explicar las crisis desde la economía dominante
Veamos qué dice la economía dominante sobre las crisis en el modo de producción capitalista. Apenas volvemos la mirada a la caracterización de las crisis por parte de la corriente principal de la economía burguesa, nos encontramos inmediatamente con el carácter totalmente ideológico y apologético de esta disciplina. Una abrumadora parte de la economía dominante se basa en el supuesto de que las crisis económicas están descartadas debido a las leyes fundamentales que gobiernan la economía capitalista. Hay, por supuesto, voces que disienten, y volveremos sobre ellas. Pero vale la pena señalar que, durante dos siglos enteros, desde que la Ley de Say fue propuesta a principios del siglo XIX, la profesión económica burguesa ha negado abrumadoramente la posibilidad de crisis sistémicas bajo el capitalismo. Aunque la justificación de esta negación en términos técnicos ha cambiado con el tiempo, la negación en sí misma ha permanecido consistente en todo momento. Llamemos a esto la escuela negacionista.
La escuela negacionista
La Ley de Say, obra del economista francés Jean-Baptiste Say (1767-1832), es bastante simple. Defiende la idea de que, puesto que toda producción en el marco de la división capitalista del trabajo se orienta hacia un intercambio entre los bienes que produce cada agente, se deduce que toda producción crea una demanda de igual magnitud de valor por otros bienes y, por tanto, toda producción crea su propia salida (Say llamó a esta la “ley de salidas”). Según esta ley, la oferta total es necesariamente igual a la demanda total, por lo que es imposible que se interrumpa el ciclo económico.
Es notable que David Ricardo (1772-1823), la mayor figura de la escuela clásica de la economía política junto a Adam Smith (1723-1790), adoptara la Ley de Say, que es, de hecho, una tautología vacía que no resiste el menor escrutinio. Volveremos a este punto en breve, pero digamos al menos que, durante medio siglo, Ricardo proporcionó a esta supuesta ley su pedigrí. El propio Ricardo no era muy optimista sobre las perspectivas históricas del capitalismo. Su teoría sobre la renta de la tierra muestra que a medida que progrese el capitalismo, habrá que cultivar tierras cada vez menos fértiles o cada vez más distantes de las áreas metropolitanas. Este proceso elevará necesariamente los precios de los alimentos, causando así una inevitable caída de la tasa de ganancia y por tanto, estancamiento. Sin embargo, esta teoría no aborda las crisis periódicas del capitalismo.
La teoría neoclásica, que es actualmente la ortodoxia en la economía dominante, se ha suscrito fielmente a la escuela de pensamiento negacionista. Desde sus inicios rudimentarios en la década de 1870, cuando era conocida como economía marginalista, hasta la teoría del equilibrio general desarrollada a partir de la Segunda Guerra Mundial y la teoría de las expectativas racionales de finales del siglo XX, la negación de las crisis económicas fue el sello distintivo de la economía neoclásica.
Actualmente, los economistas de la corriente principal ya no presentan a la Ley de Say como fundamento para explicar las crisis. Ha tomado su lugar un argumento que alega el buen funcionamiento de los mercados. Este argumento se basa en el mecanismo de asignación de precios de mercado (el presupuesto de que la oferta y la demanda encuentran un precio de equilibrio). No obstante, este presupuesto sobre la asignación de precios de mercado no deja lugar para la demanda insuficiente o excesiva. El reciente concepto de la hipótesis del mercado eficiente reproduce estos primeros argumentos con poca elaboración. Despojado de jerga técnica, todo lo que implica es que los mercados capitalistas son tan racionales y eficientes en su funcionamiento que no dejan espacio para excedentes, déficits o crisis.
Quien lee esto puede estar preguntándose cómo la profesión económica llegó a aceptar el hecho de que, a lo largo de toda la historia del capitalismo, esta negación ha coexistido con la experiencia muy real de las crisis capitalistas. Como insinuamos antes, esto se hizo a través del desarrollo de una literatura especializada en los ciclos económicos, que estudia la alternancia —tipo balancín— entre crecimiento y contracción dentro de la economía capitalista e intervalos regulares. Sin embargo, hay que enfatizar que esta literatura bastante sofisticada, que recurre a un conjunto de complicadas herramientas técnicas, nunca ha atravesado la gruesa piel ideológica de la corriente principal, cuyo resultado podría haber sido el cuestionamiento de la hipótesis del mercado eficiente.
La justificación alternativa de la profesión económica ante la aparición concreta de crisis en el mundo real ha sido negar que el fenómeno merece el nombre de crisis (reduciendo las turbulencias a una “corrección”, un término tomado de la jerga profesional de los analistas de bolsa), atribuir la crisis a un “choque externo” (guerra, revolución, salto inesperado en los precios de las materias primas, circunstancias meteorológicas extraordinarias, etc.), o, lo que es más común, a errores de la política económica. Como Karl Marx (1818 -1883) escribió, “los apologistas se contentan con negar la catástrofe misma y empecinarse, ante su periodicidad regida por leyes, en que la producción jamás se vería expuesta a crisis si se atuviera a libros de escuela” (Marx, 1980 [1862]: 461).
Hay una anécdota interesante que arroja luz sobre este divorcio entre teoría y realidad en la economía burguesa. Tras la crisis financiera mundial de 2008, la Reina Isabel II del Reino Unido visitó un ilustre centro de enseñanza de economía, la London School of Economics and Political Science (LSE). Como una niña ingenua que hace la pregunta más inoportuna en compañía agradable, planteó a los eminentes economistas reunidos para la ocasión —entre ellos profesores de las universidades más prestigiosas, asesores gubernamentales y expertos de órganos de la prensa financiera de gran prestigio como The Economist y Financial Times— la siguiente pregunta: ¿Por qué nadie lo vio venir? (Pettifor, 2009). No hubo respuesta satisfactoria. La obligación de estos eminentes economistas, hasta la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, había sido defender el funcionamiento impecablemente racional de los mercados frente a las críticas de sus desventurados colegas menos ortodoxos, optando por no responder a las críticas marxistas para no legitimarlas.
Keynes y la escuela realista
La escuela negacionista nunca ha sido la única corriente en la economía dominante. Desde el comienzo, algunos economistas tuvieron una actitud más escéptica hacia la Ley de Say, una perspectiva liderada por dos figuras muy diferentes: Jean Charles Leonard de Sismondi (1773-1842), un crítico social en el mismo país de Say, Francia y Thomas Malthus (1766–1834), un párroco extremadamente conservador en Gran Bretaña y amigo del liberal David Ricardo. A pesar de su correspondencia ininterrumpida sobre temas económicos, Malthus no logró convencer a Ricardo sobre la vacuidad de la Ley de Say. Ignorando a figuras excepcionales como William Stanley Jevons (1835-1882), un prominente representante de la escuela marginalista y la figura destacada de John Maynard Keynes (1883-1946), un economista e intelectual renombrado que ha seguido siendo el principal representante de lo que llamaremos la escuela realista, la posición de Ricardo sobre la cuestión de la crisis perduró hasta la Gran Depresión de los años 30.
En su justificadamente famosa obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), Keynes atacó frontalmente la Ley de Say y promovió la idea de que la economía podría de hecho alcanzar un equilibrio general en una variedad de situaciones diferentes, tales como cuando se enfrentaba al subempleo o al recalentamiento inflacionario por un lado y un estado de pleno empleo por otro (que la teoría ortodoxa asume como el punto inevitable de equilibrio). Esta diversidad de resultados posibles era, en su opinión, lo que convirtió a su teoría en una “teoría general”.
Una crisis, según el esquema desarrollado por Keynes, es un estado en el que la demanda efectiva agregada (es decir la demanda a nivel de la sociedad que está respaldada por dinero) es insuficiente para crear pleno empleo. Se trata entonces de un estado de subempleo y subutilización de la capacidad productiva. A primera vista, esta descripción sugiere al público que Keynes está hablando acerca de una falta de poder de consumo en la sociedad debido a la pobreza y la indigencia de las masas trabajadoras. De hecho, una amplia escuela de pensamiento, que va desde keynesianos tradicionales hasta una tendencia poderosa entre los economistas marxistas, llega a la conclusión de que se puede superar una crisis aumentando los salarios y beneficios. Esto es lo que convencionalmente se denomina teoría del subconsumo. Volveremos a este punto en breve cuando hablemos de las diversas escuelas marxistas de pensamiento. Pero por el momento, vamos a permanecer dentro de los límites de la economía dominante.
Es verdad que los primeros críticos de la Ley de Say eran teóricos del subconsumo. Malthus incluso llegó a afirmar que las crisis económicas están causadas por la falta estructural de demanda suficiente y que, para llenar esta brecha, debería haber un grupo de personas que no produzcan, sino que sólo consuman el ingreso que les corresponde no por su trabajo sino por otros “servicios” a la sociedad. Sin embargo, pensar que Keynes era un seguidor de Malthus sería un malentendido muy desafortunado en la historia del pensamiento económico. Keynes no adhería al subconsumo. Todo su corpus de pensamiento fue construido alrededor del proceso de toma de decisión de la clase capitalista, centrado no en el consumo sino en la inversión. Keynes es un falso amigo al que se aferran los teóricos del subconsumo, y no siempre inocentemente, ya que Keynes puede ser un aliado muy poderoso para impulsar determinadas políticas. El mismo tenía muy claro que la inversión, y no el consumo, era el motor principal del funcionamiento de la economía capitalista.
Entre los economistas de la corriente principal, Keynes se destaca por admitir que, dado que hay momentos en los que una caída de la inversión crea una subutilización de la capacidad productiva y de la mano de obra en un país (o de la economía mundial en su conjunto), las crisis son parte del funcionamiento general de la economía. De allí entra en el terreno de las políticas económicas que los gobiernos pueden aplicar para superar dichas crisis. Keynes es famoso por defender no sólo el tipo de política monetaria que muchos gobiernos han aplicado durante la crisis actual, sino también, y muy poco convencionalmente para su época, una política de gasto público en el ámbito de la política fiscal que busca estimular la actividad económica.
Más tarde, durante el prolongado auge de posguerra que duró aproximadamente tres décadas (1945–1975) las políticas keynesianas de precisión acompañaron un aumento del gasto estatal en el capitalismo avanzado, principalmente en las esferas de educación, salud, vivienda, transporte y otros servicios sociales, también conocidos como salario social o salario social neto (es decir, los impuestos netos pagados por la población trabajadora). Esto creó la ilusión de que el keynesianismo era una especie de socialdemocracia promovida en beneficio de la clase trabajadora. Sin embargo, esto dista mucho de la realidad: Keynes era un pensador liberal burgués que incluso abogaba por un cierto nivel de inflación para hacer bajar los salarios reales, lo que según él podría hacer más atractiva para los capitalistas la contratación de mano de obra adicional, reduciendo así el desempleo. Entonces, la idea muy extendida de que el keynesianismo es el método perfecto para luchar contra las crisis en el nombre del trabajo es una ilusión. Es cierto que un aumento del gasto público en condiciones de crisis es una forma de avanzar, siempre y cuando se haga en las áreas correctas, como educación y salud, por ejemplo, en lugar del ejército, pero esta lucha no tiene que librarse bajo la bandera del keynesianismo.
En pocas palabras, el problema de la explicación de Keynes de las crisis es que su explicación sobre las fluctuaciones del volumen de inversión a lo largo del tiempo deja mucho que desear. Dado que su análisis de la teoría monetaria es de naturaleza revolucionario, la evolución del dinero y las finanzas es uno de los factores decisivos para Keynes. Él aborda diferentes facetas de los cálculos capitalistas sobre el futuro, en particular su comparación entre los rendimientos esperados de sus inversiones de capital (es decir la tasa marginal de eficiencia del capital) y la tasa de interés, que es el costo de sus desembolsos de capital. En última instancia, constata que el factor determinante de las políticas públicas son las “expectativas” ya que ambos factores, los “rendimientos probables” y la “tasa de interés” deben tomarse en función de su evolución futura. Obviamente, esto plantea la pregunta de qué determina las expectativas en sí mismas, a lo que Keynes responde heroicamente: “la energía animal” (1965 [1936]: 147).
Marx criticó a Ricardo, el economista burgués más importante del siglo XIX por escapar al campo de la agronomía en su teoría de la renta de la tierra, porque no tenía una ley económica general del movimiento basada en las particularidades del modo de producción capitalista. De forma similar, Keynes, el principal economista burgués del siglo XX, permaneció en la esfera de la circulación y no consideró las relaciones de producción en el capitalismo (y en particular, su estructura de clases específica). Sin una teoría de la producción, Keynes fracasó en determinar la tasa de ganancia y, por tanto, el ritmo de la acumulación independientemente del tipo de interés previsto. En su lugar, se refugió en el campo de la psicología (“energía animal”) para explicar las leyes del movimiento del capitalismo.
Schumpeter y la destrucción creativa
Siempre hay inconformistas. Joseph Alois Schumpeter (1883–1950), austriaco de nacimiento, era decididamente alguien que no se conformaba entre los economistas del siglo XX. Por un lado, aunque era un férreo defensor del sistema capitalista, estaba profundamente influenciado por el pensamiento de Marx; por otro lado, al contrario de la mayoría de los economistas de la corriente principal, incluso más que Keynes, no era un especialista de miras estrechas que se encerraba en los tecnicismos de la profesión económica. Schumpeter probó suerte en las relaciones internacionales (generando una teoría original, aunque totalmente fallida, del imperialismo), en la filosofía política (analizando el capitalismo, el socialismo y la democracia), en la sociología (investigando el papel de la familia en la formación de las clases sociales), y otros campos. Fue el ejemplo perfecto del intelectual polifacético de la Viena de fin de siglo donde vivió de joven.
La teoría de las crisis de Schumpeter (en forma de teoría de los ciclos económicos) sigue siendo influyente en nuestros días, especialmente por su idea original de la “destrucción creativa”, y se ha convertido en una de las explicaciones más populares y más ampliamente discutidas (aunque no suficientemente digeridas) de la crisis actual. Para entender la originalidad de Schumpeter sobre las crisis, lo mejor es considerar la introducción de su libro sobre ciclos económicos:
Analizar los ciclos económicos significa nada más y nada menos que analizar el proceso económico de la era capitalista… los ciclos no son, como las amígdalas, apéndices separables que puedan ser tratados por sí mismos, sino que son, como el latido del corazón, parte de la esencia del organismo que los despliega (1939: v).
El título de su libro de 1939 del que extrajimos esta cita, Ciclos económicos: Un análisis teórico, histórico y estadístico del proceso capitalista2, deja claro que estudiar el ciclo económico es, efectivamente, estudiar el propio proceso capitalista en sí mismo. Esto diferencia a Schumpeter de todos los grandes economistas de la corriente principal —incluso de Keynes, que no considera a las crisis como parte integrante del funcionamiento esencial del sistema capitalista. Para Schumpeter, en cambio, la categoría “ciclo económico”, o “crisis” es el núcleo que constituye la belleza de esta formación social particular, que impulsa las fuerzas productivas a desarrollarse continuamente.
La innovación, para Schumpeter, ya sea técnica, socioeconómica, educativa o de otro tipo, es el motor de todo progreso humano. El capitalismo se distingue de todas las formaciones anteriores porque hace de la innovación un elemento indispensable para su funcionamiento, lo que logra a través del mecanismo de la crisis. Las crisis provocan periódicamente la destrucción de las fuerzas productivas acumuladas, lo que a su vez crea tanto la necesidad como la posibilidad de llenar este espacio vacante con nuevas fuerzas productivas que son de una calidad y productividad superiores porque incorporan los frutos de la nueva investigación científica, la aplicación tecnológica y la innovación. Este es el famoso proceso de destrucción creativa, que hace del capitalismo una fuerza histórica que avanza sin cesar, siempre en busca de nuevos horizontes.
En muchos aspectos, la visión de Schumpeter del capitalismo es bastante parecida y fue probablemente muy influenciada por Marx, por lo que se lo ha llamado “marxista burgués” (Catephores, 1994: 3-30). Tanto en El manifiesto comunista (1848) coescrito con Engels, como en el volumen 1 de El capital (1867), Marx ya había afirmado de forma enfática y casi panegírica que el capitalismo no puede existir sin una revolución constante de los medios de producción. Esto influyó en el pensamiento de Schumpeter. Lo que no sabemos es si Schumpeter también era consciente de que Marx concebía la crisis como el momento en que el capitalismo, a través de la destrucción de los medios de producción establecidos, deja paso a los nuevos y más productivos medios de producción, ya que las observaciones de Marx sobre la crisis están dispersas en muchos escritos diferentes, la mayoría de los cuales aún no se habían publicado cuando Schumpeter estaba escribiendo Ciclos económicos en 1939.
Según Marx, la revolución constante de las fuerzas productivas en el capitalismo prepara el camino para el socialismo. No obstante, Schumpeter consideraba la constante revolución de las fuerzas productivas como un beneficio eterno que el capitalismo proporciona a la humanidad. Su defensa ideológica del capitalismo tiene dos aspectos. Por un lado, al hacer de la crisis una categoría al servicio del progreso de la humanidad, Schumpeter proporciona una justificación para la devastación y la miseria causadas por el capitalismo. Por otro lado, su teoría conduce a una comprensión unidimensional de las crisis: limita la fuerza destructiva de las crisis capitalistas a los medios de producción, cuando es perfectamente posible que crisis profundas muevan a la sociedad hacia la destrucción de las relaciones sociales de producción. En otras palabras, los espasmos de una crisis también pueden resultar ser los dolores de parto de una nueva sociedad sin clases. La idea de destrucción creativa se formula así para excluir la destrucción más radical que pueden provocar las crisis: la revolución, capaz de crear no sólo nuevos medios de producción sino una nueva sociedad. Así pues, la teoría de Marx de la crisis contiene, pero también sustituye, la idea de Schumpeter sobre el funcionamiento del modo de producción capitalista.
Explicar las crisis: Marx y los marxistas
La teoría marxista de la economía capitalista reconoce el lugar central de las crisis en el movimiento histórico de este modo de producción, que es una de las razones primordiales por las que el análisis marxista del capitalismo es superior a la teoría económica dominante. Como veremos, Marx no sólo que reconoce adecuadamente las crisis, que son un fenómeno muy común del desarrollo capitalista (en lugar de, como otros, negar su naturaleza sistémica), sino que va más allá y las analiza como el eje sobre el que pivota el destino de la economía y la sociedad capitalistas.
La teoría de la crisis de Marx: Una introducción
Para comenzar, Marx se negó a conceder la más mínima validez a la Ley de Say. Esto contrastaba agudamente con las teorías de Ricardo, de los economistas post-ricardianos, de los teóricos de la “revolución marginalista” de la década de 1870 (Stanley Jevons, Karl Menger y, sobre todo, Léon Walras), y de toda la escuela neoclásica de economía que se formó gradualmente siguiendo las huellas de la escuela marginalista. A pesar de esto, Keynes no le concede a Marx el crédito que merece mientras elogia largamente a Malthus por su perspicacia sobre cómo una posible falta de demanda efectiva puede conducir a una crisis. Los prejuicios burgueses de Keynes son probablemente la única razón por la cual subestimó a Marx. En su Teoría general (capítulo 23, sección VI), Keynes retorna a Silvio Gesell (1862-1930), una figura idiosincrásica en la historia de la teoría monetaria y ministro de finanzas de la efímera República Soviética de Baviera en 1919. Es en el contexto de una comparación con Gesell que Keynes plantea su única valoración de Marx, escribiendo en referencia la obra principal de Gesell, El orden económico natural (1916):
El objeto del libro, en general, puede describirse como el establecimiento de un socialismo antimarxista, una reacción contra el laissez faire, edificada sobre bases teóricas totalmente distintas de las de Marx, porque se apoya en la repudiación más que en la aceptación de las hipótesis clásicas, y en dejar en libertad la competencia en vez de aboliría. Creo que el porvenir aprenderá más de Gesell que de Marx (Keynes, 1965 [1936]: 314).
¿Alguien ha oído hablar de Gesell en el siglo XXI?
Marx ataca la Ley de Say porque ignora la posibilidad de que los vendedores de mercancías pospongan la compra de otras mercancías. Say basó su razonamiento en el hecho de que todos los productores de mercancías realizan actividades de producción con el propósito de vender las mercancías que han producido para comprar otras mercancías. Por tanto, quien vende, compra. En conjunto, esto significa que la demanda es creada por la oferta. Marx señala aquí un simple error: aunque es verdad que la oferta crea la capacidad de comprar bienes y servicios, el acto de compra es una transacción separada del acto de venta, ya que las dos están mediadas por la conversión del valor en cuestión de la forma-mercancía a la forma-dinero y viceversa. Los vendedores pueden muy bien decidir retener el dinero que han adquirido. Si un número suficientemente grande de vendedores decidiera guardar su dinero y gastarlo en algún punto en el futuro (o sea, acaparar su dinero), se produciría un déficit en la demanda de bienes producidos, desencadenando la posibilidad de una crisis. En otras palabras, Say ha reducido la unidad entre compra y venta mediada por el dinero a una relación directa o no mediada entre oferta y demanda.
Como mencionamos antes, Marx considera la crisis como un problema, pero también como una solución para la acumulación de capital. Lo que queremos decir con esto es lo siguiente: todas las crisis de una magnitud considerable revelan las contradicciones dentro del proceso de acumulación de capital, que están ocultas en los tiempos de ganancias vertiginosas. En cuanto la acumulación se desacelera, afloran todo tipo de defectos e insuficiencias de diversa gravedad. Entre ellos, por supuesto, el hecho de que los medios de producción están sufriendo una depreciación moral y no pueden seguir sirviendo a los capitalistas que los utilizan como base de su esfuerzo competitivo en el mercado, ya sea nacional y/o internacional. En esto, Marx y Schumpeter están de acuerdo.
Otro aspecto en el que Marx y Schumpeter están de acuerdo es que el aspecto destructivo de la crisis contiene una solución a la crisis en cuestión. Según Marx, cualquier crisis importante requiere la solución de dos problemas. El primero es que hay que tomar medidas para elevar la tasa general de ganancia. El segundo es que los medios de producción que están sujetos a una depreciación moral, que ya no son competitivos, y que van a la zaga de las capacidades nuevas y más productivas deben eliminarse para dar paso a un nuevo conjunto de maquinaria y equipo y nuevos métodos de producción. La modalidad de eliminación de la antigua capacidad productiva toma la forma de lo que Marx llama desvalorización (entwertung en el original alemán). Para explicar brevemente el término, Marx utiliza el término valorización (verwertung) para referirse al proceso por el cual la producción añade un nuevo valor adicional al objeto del trabajo mediante el gasto de trabajo vivo. Dado que la valorización se refiere al proceso de aumento del valor, la desvalorización se refiere a una pérdida de valor, que puede llegar incluso a la pérdida de todo el valor. A través de este proceso, el capital incorporado a una planta, maquinaria o equipo pierde o se desprende de su cualidad de valor para convertirse en algo sin valor y, por lo tanto, ya no puede servir como equipo productivo. Este es el análisis de Schumpeter del proceso destructivo de las crisis. La eliminación de maquinaria y equipos viejos, obsoletos o insuficientemente productivos como resultado de las crisis también tiene una importancia fundamental en el análisis de Marx.
Marx y los marxistas que siguen esta línea de análisis, hacen una distinción fundamental entre los factores desencadenantes que provocan una perturbación en la economía, —y que luego pueden generar una reacción en cadena que transforma una perturbación menor en una crisis mayor—, y la crisis en sí misma, que es siempre diferente del elemento desencadenante. Un ejemplo perfecto de ello es cuando un aumento en el precio del petróleo provocó una gran crisis en 1973-1974, que dio lugar al inicio de un periodo de depresión largo, de lenta acumulación. No obstante, la verdadera causa de esa crisis de acumulación fue la caída de la tasa de ganancia durante un largo periodo de tiempo debido a la progresiva sustitución del trabajo vivo por la maquinaria y la automatización. Otro ejemplo más reciente es la crisis de las hipotecas subprime que comenzó en Estados Unidos en 2007 y se extendió al resto del mundo en 2008-2009. La crisis de las hipotecas de alto riesgo fue simplemente el detonante de un colapso devastador del sistema financiero, que se había expandido mucho más allá de la base productiva de la economía mundial real. Volveremos sobre este mecanismo con más detalle a continuación. Por ahora, queremos señalar que la tendencia de la economía burguesa a atribuir la causa raíz de las crisis a su factor desencadenante ha causado una gran confusión entre el público acerca de la naturaleza de las crisis.
Hay muchos aspectos en esta dialéctica de los procesos reales que causan las crisis dentro de la acumulación de capital y la manifestación externa de estas crisis. Uno de tales aspectos tiene que ver con la cuestión de la sobreproducción. Sean keynesianas o marxistas, todas las teorías de la crisis que identifican la formación de capital (o la inversión) como el elemento clave en el surgimiento de grandes crisis, reconocen que las crisis comienzan en la forma de un exceso de mercancías no vendidas. Sin embargo, algunos observadores de este hecho deducen de la existencia de estas masas de mercancías no vendidas que las crisis son, en su esencia, crisis de sobreproducción. Así pues, una confusión entre los procesos de esenciales que conducen a las crisis en general y las apariencias de externas del origen de una crisis pueden llevar a graves malentendidos sobre las crisis.
El contradictorio papel de las finanzas
Marx sitúa la dinámica real de las crisis en el capitalismo en la esfera productiva de la economía, en la producción y acumulación de capital. Aunque la esfera de las finanzas no es el caldo de cultivo del que surge la crisis, desempeña un papel fundamental en su desarrollo.
Los capitalistas productivos pueden amasar capital adicional más allá de la reinversión de las ganancias, que se meten en el bolsillo a través de la producción de plusvalía (es decir, el valor adicional que lxs trabajadorxs producen más allá de la reproducción de sus salarios) recurriendo a dos métodos diferentes: créditos bancarios y fondos obtenidos en el mercado de valores. Por razones que no es necesario abordar aquí, estas dos formas de financiamiento dan lugar a dos formas de las finanzas que tienden constantemente a expandirse más allá del dinero original adelantado. En el caso de los bancos, cada tajada de los depósitos que los clientes les confían puede crear nuevos tramos de crédito que superan con creces la suma original de dinero depositada. El mercado de valores, por otro lado, es un lugar donde se produce una duplicación del valor originalmente incorporado a los medios de producción, que adquiere vida propia con mucha independencia de lo que ocurra en cualquier momento dado en la esfera de la producción. Marx llama a esta última forma de capital, capital ficticio, ya que se separa del capital original que representa y puede muy bien emprender el vuelo hacia magnitudes de valor inconmensurables con el capital productivo original que representa.
La capacidad de autopropagación de las finanzas resulta ser extremadamente útil cuando sobreviene una crisis. Sin importar la causa, una crisis implica una falta de demanda, una caída en el consumo y las ventas y, por tanto, una falta de medios de pago. El capital financiero adicional insufla nueva vida a las distintas unidades económicas que atraviesan dificultades, ayuda a mantener la actividad económica y puede incluso evitar quiebras, a veces muy considerables. Marx llama a esto capital ficticio, en el sentido de que el crédito y las finanzas llevan a la actividad económica más allá de los límites de lo que es racionalmente posible, dada la capacidad del sistema de producción en ese momento específico. Por supuesto, estos “límites” no son fijos ni estáticos: a medida que la inyección de crédito adicional y la provisión de capital de préstamos extra a través del mercado de valores reactiva la economía hasta un cierto punto, estos límites avanzan proporcionalmente y más unidades económicas se encuentran una salida de la morosidad en la que se habían hundido anteriormente. Sin embargo, esta nueva vitalidad renovada tiene un costo: el aumento de la deuda.
Cuantas más finanzas aceitan la maquinaria de una economía moribunda, más deuda se acumula. Al final, los flujos financieros alcanzan una magnitud desproporcionada cuando se la compara con la base productiva que dio origen a todo el crédito y la capitalización bursátil amasados. Así, cuánto más tarde se produzca el desplome, peor será el resultado. Esto es lo que ocurrió en 2008 y, a la vista de los datos económicos de los últimos años, es muy probable que vuelva a repetirse a corto o mediano plazo.
Una introducción a las teorías marxistas de la crisis: compresión de las ganancias, subconsumo y caída de la tasa de ganancia
Dentro de la tradición marxista, hay diversos enfoques para explicar las causas de las crisis. Entre ellos, hay un amplio acuerdo sobre la teoría de la crisis de Marx, pero desacuerdos en lo que tiene que ver con la causa fundamental de las crisis. No vamos a examinar todos los enfoques. Más bien, nuestra selección se basa en si estas teorías han sido capaces o no de explicar la crisis actual y la larga onda depresiva de 1974–1975. Desde este punto de vista, destacan tres teorías: la teoría de la compresión de las ganancias, la teoría del subconsumo y la teoría basada en la caída tendencial de la tasa de ganancia.
La teoría de la compresión de las ganancias
Esta teoría es muy simple: plantea que la crisis está causada por el fortalecimiento de la mano de obra y el consiguiente aumento de los salarios, lo que conduce a una compresión de la tasa de ganancia. Aunque fue muy popular al final del largo boom posguerra de 1945-1973, esta teoría está ahora en gran parte en desuso.
La teoría de la compresión de las ganancias coincide con la teoría de la caída tendencial de la tasa de ganancia en que ambas atribuyen la crisis a una disminución de las ganancias. Esto permite comparar las dos teorías. Al hacerlo, vemos que mientras la teoría de la compresión de las ganancias atribuye la caída en la tasa de ganancia a la división del producto entre las dos clases básicas de la sociedad capitalista, los capitalistas y lxs trabajadorxs, la escuela de la ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia explica la caída recurriendo a una composición cambiante del capital (regresaremos a esto en breve).
Cuando se propuso por primera vez, a mediados de la década de 1970, la teoría de la compresión de las ganancias parecía muy plausible: en esa fase de desarrollo, la reducción del ejército laboral de reserva (es decir, la caída del desempleo) en los países imperialistas fortaleció a la clase trabajadora, dio alas a los sindicatos y creó una tendencia al alza de los salarios. Esta combinación de factores no es infrecuente en fases previas a las crisis, ya que una economía recalentada enciende precisamente este tipo de cadena causal por la que los salarios aumentan cuando la economía sale de un periodo de crecimiento fuerte. Entonces, tanto teórica como empíricamente, esta teoría puede parecer impecable. Sin embargo, no resiste un examen más minucioso.
Desde el punto de vista teórico, el problema de esta teoría no radica en que señale que existe una caída en la tasa de ganancia. Más bien, el problema es la razón que plantea para explicar esta caída. Esa razón es la siguiente: un cambio en la distribución del ingreso (o división del producto) entre las dos clases principales puede ser rectificado por el funcionamiento de la economía capitalista en un período bastante corto (lo que no sucede con la ley de la caída de la tasa de ganancia). ¿Cuál es este mecanismo que puede resolver el problema de la caída de la tasa de ganancia debido al aumento de los salarios? Es el mecanismo mediante el cual, recurriendo a técnicas más intensivas en maquinaria, el capital puede prescindir de la mano de obra, aumentar el desempleo, y así disminuir el nivel de los salarios al provocar mayor competencia entre las personas que trabajan y las desempleadas. Marx explica muy bien esta situación señalando que el capital controla tanto la demanda como la oferta de la fuerza de trabajo, haciendo que sea imposible forzar los salarios por encima del valor de la fuerza de trabajo durante un período significativamente largo.3
Si esto es cierto, entonces, incluso si la teoría de la compresión es empíricamente verdadera en la fase inicial de una crisis, no puede explicar una crisis de grandes proporciones que dure años y años. Así lo han demostrado acontecimientos subsecuentes, ya que fue la creación de un gran ejército laboral de reserva como consecuencia de la crisis lo que condujo al debilitamiento de la clase trabajadora y la consiguiente disminución de los salarios. Por eso la teoría de la compresión de ganancias no se planteó cuando estalló la crisis financiera global en 2008: en aquel momento los salarios no eran de ninguna manera tan elevados como para comprimir las ganancias.
La teoría de la compresión de las ganancias tuvo cierta influencia, pero esta no ha perdurado.
Teoría del subconsumo
La siguiente tendencia que retomaremos en la teoría marxista de la crisis, la del subconsumo como causa de todas las crisis, es una que ha tenido tanto históricamente como en la actualidad, un gran impacto en el pensamiento marxista, un impacto que no se ha limitado a la teoría de la crisis, sino que se ha extendido para intentar explicar el funcionamiento general del sistema económico capitalista. Esta teoría —la teoría del subconsumo—puede considerarse un enfoque holístico de las leyes del movimiento del capitalismo, según el cual el consumo y la demanda se convierten en los principales motores del modo de producción capitalista. Se trata de un alejamiento bastante llamativo de la comprensión del capitalismo que Marx expuso en El capital, obra concebida para mostrar que la producción de plusvalía, y por tanto de ganancias, es la fuerza motriz que mantiene el impulso de la acumulación capitalista. El subconsumo tiene tanta influencia que casi se ha convertido en una idea de sentido común que el público señale automáticamente la falta de demanda para mantener la producción cada vez que se discute la crisis.
Sin embargo, el subconsumo puede verse en muchas escuelas diferentes, tanto del marxismo como fuera de él, las cuales tienen poco en común, sea teórica o políticamente. Una de las representantes más ilustres de la teoría del subconsumo fue Rosa Luxemburg (1871-1919), quién, mientras intentaba desarrollar una teoría del imperialismo, criticó El capital de Marx, en particular su análisis de los esquemas de reproducción en el volumen 2, argumentando que malinterpretaba todo el mecanismo de la acumulación capitalista. Entre otros representantes destacados del subconsumo podemos mencionar la escuela de la revista Monthly Review (con Paul Sweezy y Paul Bran como sus principales autores); la escuela francesa de la regulación (con Michel Aglietta, Robert Boyer y Alain Lipietz como figuras centrales); la escuela de la estructura social de la acumulación (representada por David Gordon, Michael Reich, Richard Edwards, Thomas Weiskopf y Sam Bowles); así como otras figuras influyentes de la teoría económica marxista (el más famoso, David Harvey).
En lugar de estudiar todas las variantes y ramificaciones de la teoría del subconsumo, nos limitaremos a presentar un cuadro compuesto de lo que dice sobre las crisis. De Luxemburg a Harvey, todos los teóricos del subconsumo se plantean una pregunta muy simple: ¿de dónde procede la demanda de las mercancías que corresponden a la plusvalía? Dada la existencia de la plusvalía, por definición, el valor producido es mayor que el necesario para reponer tanto el capital utilizado en el proceso productivo como el gasto de consumo en que incurren lxs trabajadorxs para mantenerse a sí mismos y a sus familias. No se puede esperar que la clase capitalista consuma la totalidad del producto excedente, ya que ese no es el motivo por el cual lo hicieron producir en primer lugar. Entonces, ¿quién, compra los bienes (y servicios) en los que está incorporado ese valor? Los teóricos del subconsumo no logran entender de dónde proviene la demanda.
Algunos (por ejemplo, Rosa Luxemburg) concluyen, en un movimiento que recuerda a Thomas Malthus, que debe haber algún estrato medio, un grupo diferente de consumidores que crearían una demanda de estos bienes. Otros, como Baran y Sweezy, llegan a la conclusión de que el gasto estatal y otros gastos improductivos (publicidad, etc.) deben llenar el vacío. Algunos, que siguen sus pasos, señalan lo que se denomia una economía armamentística permanente, una idea popular como solución en las décadas de 1960 y 1970. Otros, como las escuelas de la regulación y de la estructura social de la acumulación, traen al Estado de bienestar como un elemento del llamado régimen fordista, y algunos, como Harvey, incluyen todo tipo de factores subsidiarios. La escuela de la estructura social de la acumulación y la escuela de regulación también enfatizan el impacto de las instituciones y de los cambios en la política macroeconómica durante los diferentes periodos de acumulación de capital a la hora de proporcionar la demanda adicional necesaria. En su opinión, las crisis son el resultado de la incapacidad del sistema para proporcionar esta demanda adicional.
Lo que todas las escuelas del subconsumo pasan por alto es que la propia acumulación capitalista responde a la pregunta ¿de dónde procede la demanda de las mercancías que corresponden a la plusvalía? En su análisis de la acumulación de capital, Marx hace una distinción entre reproducción simple y reproducción ampliada. La reproducción simple se refiere a una situación en la que la clase capitalista consume toda la plusvalía como renta. Dado que esto es irreal, no es más que un recurso heurístico que se utiliza para demostrar las características del segundo escenario, el de la producción ampliada, que corresponde a lo que sucede en el mundo real del capitalismo. La reproducción ampliada es, en efecto, la acumulación de capital en sí misma: significa que el capital amplía su escala de producción utilizando la plusvalía para comprar nuevos medios de producción y contratar nuevxs trabajadorxs. A estos nuevxs trabajadorxs se les pagan salarios que luego se utilizan para consumir bienes de consumo adicionales a los consumidos por lxs trabajadorxs que ya están empleados. Por lo tanto, es fácil concluir que si se produce una acumulación de capital (o reproducción ampliada), se creará, en condiciones normales, una demanda suficiente para consumir la plusvalía producida. Pero, la teoría del subconsumo excluye la reproducción ampliada. Nikolai Bukharin, un prominente teórico del Partido Bolchevique, criticó la desconfianza de Rosa Luxemburg, señalando que, si se excluye la reproducción ampliada al principio, no es de extrañar que la reproducción ampliada resulte imposible de explicar en una fase posterior del argumento (Luxemburg y Bukharin, 1972).
Incluso si los teóricos del subconsumo hubieran estado en lo cierto al identificar el problema original como una falta de demanda, esta teoría no puede explicar la recurrencia de las crisis a un ritmo periódico. No necesitamos entrar en la razón de esto para cada escuela en particular, pero para tomar el ejemplo de la escuela de la Monthly Review, es difícil entender como una estrategia consciente de bombeo constante no funciona a intervalos periódicos. De acuerdo con el marco del subconsumo, sin importar en qué estado se encuentre la economía capitalista —sea una falta de demanda duradera que avanza hacia un estancamiento o un vigoroso proceso de acumulación como resultado de una demanda adicional (sin importar de donde venga)— continuará para siempre, o al menos hasta que se produzca un cambio discreto en las circunstancias. Corresponde a la teoría del subconsumo explicar por qué ese cambio de circunstancias se produce periódicamente. Ninguna de las escuelas que hemos analizado ha reconocido siquiera el problema, mucho menos planteado una solución.
Quizá la consecuencia política más significativa de esto es que, como orientación general, la mayor parte de la teoría del subconsumo tiende a proponer aumentos salariales como solución a las crisis capitalistas. Esto es políticamente importante porque abre una vía que conduce a una política reformista consistente en intentar convencer a los capitalistas de que los aumentos salariales son en su mejor interés porque sacarán a la economía del estancamiento a la par que ayudan a las familias de clase trabajadora a alcanzar un nivel de vida más humano. Este tipo de propuesta creará necesariamente la ilusión de intereses comunes entre las principales clases, cuando en realidad una crisis económica grave siempre profundiza las contradicciones entre capitalistas y trabajadorxs. Esto, por tanto, desempeña el papel de un sedante, debilitando la voluntad de lucha de la clase trabajadora.
Marx ataca este tipo de pensamiento en El capital:
Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera aquella una fracción mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter [realmente] una porción mayor de la parte del producto anual destinada al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del “sencillo” (!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían conjurar las crisis (Marx, 2009 [1867]: 502).
Por esta y otras razones más secundarias, desgraciadamente, la teoría del subconsumo no resiste el escrutinio.
La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
El análisis de Marx demuestra que el sistema capitalista gira en torno al valor y no al valor de uso, a la producción y no al consumo y a la ganancia y no a la necesidad. Entonces, no hay nada de excepcional en el hecho de que todo el movimiento de acumulación de capital esté determinado por las vicisitudes de la tasa de ganancia. De hecho, toda la discusión sobre la tasa de ganancia decreciente es tan importante que Marx la caracteriza como “la ley más importante de la moderna economía política” (Marx, 2006 [1857]: 635).
Como con todas las leyes científicas, la ley de la tasa de ganancia decreciente es una ley tendencial. En otras palabras, la propia ley está constantemente sujeta a modificaciones, atenuaciones e incluso paradas por el impacto de tendencias contrarias. El hecho de que la ley afirme su tendencia predominante —que caiga la tasa de ganancia— en un momento dado depende del impacto mutuo de esta tendencia y las otras tendencias contrarias. Sin embargo, la fuerza de la tendencia predominante es tan poderosa que, tarde o temprano, se impondrá de forma imparable.
Esta ley puede explicarse en dos niveles diferentes. La primera explicación, que se encuentra en el primer volumen de El capital, se basa en un estudio de la relación entre el capital y el trabajo asalariado, o entre el capitalista y el asalariado, aislada de otros factores que la complican. La segunda explicación, que se encuentra principalmente en el volumen 3 de El capital (con algunas referencias de pasada en el volumen 1), se sitúa en la esfera de competencia entre capitales.
A nivel de la relación de producción entre capital y trabajo asalariado, el argumento gira en torno al método de producción de la plusvalía relativa. Marx distingue dos métodos diferentes para la producción de plusvalía: absoluto y relativo.
La producción de plusvalía absoluta no requiere de ningún cambio en las técnicas o métodos de producción, se basa simplemente en prolongar la jornada de trabajo. Mientras más larga, más trabajo tendrá que emplear la o el trabajador y, dada la tasa salarial, más plusvalía se producirá como resultado.
La plusvalía relativa, por otra parte, se basa en su forma más destacada y sistemática, en cambios en la base técnica y en los métodos de producción. Es el resultado de un aumento de la capacidad productiva del trabajo que resulta de factores como el desarrollo de nuevas investigaciones científicas, el descubrimiento de nuevos materiales, la aplicación de descubrimientos científicos a la tecnología y la creación de nuevos métodos de producción. A medida que los aumentos de la capacidad productiva del trabajo se difundan por toda la economía, cada vez se necesitará menos mano de obra para producir todos y cada uno de los bienes. Entre ellos se encuentra, por supuesto, el conjunto de bienes de consumo que consumen la o el trabajador y su familia. Al abaratarse los bienes de consumo, el/la trabajador tendrá que gastar menos tiempo en reproducir una cantidad de valor equivalente a su salario y, por tanto, dedicará una parte mayor de la jornada (inalterada) de trabajo a la producción de plusvalía. De este modo, como los bienes de consumo son más baratos, el capitalista se apropia de una cantidad mayor de plusvalía. Este es, en pocas palabras, el proceso de producción de plusvalía relativa.
Este proceso es la base científica de la afirmación de Marx, adelantada tan temprano como en El manifiesto comunista, de que los propietarios del capital “no existe[n] sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de trabajo” (1999 [1848]). En su búsqueda de una mayor plusvalía (o sea ganancia), el capital desarrolla constantemente nuevas técnicas, materiales y métodos que aumentan la productividad del trabajo.
Sin embargo, esto crea una contradicción para el capital. La mayoría de las veces, el avance de las técnicas implica la incorporación de nuevas máquinas y materiales más caros en el proceso productivo. Así, el capital constante, —es decir, las instalaciones, la maquinaria, otros equipamientos, elementos auxiliares como energía y otros gastos similares— aumenta en relación con el trabajo vivo. Lo que Marx llama la composición técnica y la composición orgánica del capital (la diferencia no debe detenernos aquí), es decir, la relación entre el capital constante y el trabajo vivo también aumenta. Sin embargo, el enunciado marxista básico acerca del valor señala que la fuente de todo valor, y por tanto también de la plusvalía, es el trabajo vivo. Cuando el capital se esfuerza por aumentar la cantidad de plusvalía, expulsa del proceso productivo la fuente misma del valor, es decir, el trabajo.
La tasa de ganancia es la relación entre la plusvalía y el capital total. Dado que el capital constante (maquinaria, etc.) aumenta más rápido que el trabajo vivo y que cualquier cantidad dada de trabajo vivo solo puede crear una cantidad dada de plusvalía, el denominador aumenta más rápido que el numerador, con lo que disminuye la tasa de ganancia. Por supuesto, como toda la operación se inició para aumentar la plusvalía relativa, el numerador no permanecerá constante sino que también aumentará. Esta es una de las tendencias que contrarrestan la caída de la tasa de ganancia (y la única importante para nuestros propósitos). De esta manera, el resultado se decidirá en función de lo que crezca más rápido: la productividad del trabajo o la composición orgánica del capital. Pero como la inversión que hay que hacer para extraer plusvalía adicional aumenta con una tecnología cada vez más avanzada, en determinado momento la composición orgánica superará a la tendencia que la contrarresta y la tasa de ganancia empezará a caer.
La segunda explicación de la Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia deriva del mismo proceso, mirado ahora no a través del prisma de las relaciones de producción entre capital y trabajo, sino desde el ángulo de la dinámica de la competencia entre capitales. Existen, por supuesto, muchos factores diferentes que determinan quién, entre todos los contendientes, prevalecerá en esta competencia. Lo que nos interesa aquí es la competencia de precios basada en el cambio técnico, que también resulta ser el factor más importante en la vida real a largo plazo. Para superar a sus competidores, una empresa inventará una nueva técnica o método de producción que aumente la productividad de su mano de obra. Esto significa que el valor individual de sus bienes (o servicios) costará menos mano de obra que los bienes (o servicios) comparables de sus competidores, lo que le permitirá bajar su propio precio. Esto pone a la a los competidores de la empresa en un dilema: o continúan cobrando el precio anterior, lo que provocará un éxodo de compradores hacia su competidor que puede ofrecer el mismo bien de igual (o quizá incluso mayor) calidad a un precio inferior, o bien tendrán que bajar sus propios precios de forma similar, lo que significa que sufrirán pérdidas respecto a su competidor. Así que, a largo plazo, las demás empresas no tienen otra salida que adoptar la misma técnica (o incluso mejores si estuvieran disponibles) para sobrevivir. Una vez conseguido esto, todas las empresas pueden bajar sus precios al mismo nivel.
¿Cuáles son las consecuencias de estos avances en las fuerzas productivas? Este proceso aumenta el gasto en bienes de capital (maquinaria, equipamiento, nuevos materiales, etc.) para todas las empresas, al tiempo que deja atrás las ganancias en comparación con los costos incrementales necesarios para la modernización. El resultado, a largo plazo, es una caída en la tasa de ganancia. Por lo tanto, vemos que bajo ciertas condiciones, cuando la tendencia predominante supera a las que la contrarrestan, las tasas de ganancia caen.
Para los capitalistas el objetivo de la producción es obtener la mayor plusvalía (ganancia) de una determinada magnitud de capital, es decir, la mayor tasa de ganancia posible en unas circunstancias dadas. En consecuencia, una caída de la tasa de ganancia hará, por ese mismo hecho, que los capitalistas estén menos dispuestos a invertir nuevo capital, es decir, a acumular capital al mismo ritmo que antes. Esto significa que no hay suficiente plusvalía para que continúe la reproducción ampliada. La teoría marxista de la crisis, por lo tanto, no es ni de sobreproducción ni de subconsumo, sino una crisis de sobreacumulación.
Hasta hace medio siglo, la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia era sólo una teoría, aunque muy poderosa y, para nosotros, la mejor para explicar las crisis capitalistas. Nunca se había puesto a prueba empíricamente y, por tanto, nunca se había comparado con la situación real sobre el terreno en términos de la medición de las distintas variables, como la composición orgánica del capital, la tasa de plusvalía como indicador de la productividad del trabajo y, sobre todo, la propia tasa de ganancia. La razón de ello es que las magnitudes de valor son la encarnación de las relaciones de producción que yacen ocultas bajo capas y capas de las manifestaciones exteriores de las relaciones reales de producción. Como los átomos que forman toda la materia, pero que sencillamente no son visibles a simple vista, no son inmediatamente visibles y por lo tanto no son susceptibles de ser recopiladas directamente en estadísticas correctas y útiles. Por lo tanto, para estimar y calcular estas categorías de valor, hay que realizar una serie de procesos de transformación inversa basados en categorías que no son las utilizadas para el análisis marxista, empezando por las cuentas nacionales. Esto era muy difícil de hacer. Ni siquiera estaba disponible la tecnología necesaria para este tipo de cálculo y análisis.
Aun así, ya se habían realizado algunos intentos anteriores, algo rudimentarios, de medición y estimación. Cabe mencionar los trabajos pioneros de Joseph M. Gillman (1957) y Shane Mage (1963). Sin embargo, los trabajos verdaderamente fundamentados sólo se llevaron a cabo desde los años setenta, cuando marxistas como Anwar Shaik, E. Ahmed Tonak (uno de los autores de este cuaderno), Fred Moseley, Michael Roberts y Guglielmo Carchedi comenzaron a adentrarse por el camino inexplorado del cálculo de estas variables. Como resultado, ahora tenemos pruebas de que la tasa de ganancia se comporta de la manera que Marx predijo que lo haría.
A diferencia de la teoría del subconsumo, esta teoría puede explicar muy bien la recurrencia periódica de las crisis. Cuando la acumulación de capital se desacelera o incluso se detiene, la clase capitalista y su gobierno tomarán, por supuesto, medidas para elevar de nuevo la tasa de ganancia hasta un nivel que anime a los capitalistas a empezar a invertir en nueva capacidad productiva. A veces estas medidas pueden implicar cambios drásticos en la orientación general de la política económica. Este ha sido el caso con el neoliberalismo, una estrategia de atomización de la clase trabajadora mundial para aumentar la tasa de plusvalía y, concomitantemente, la tasa de ganancia. Los capitalistas no tienen ningún reparo en sustituir la forma de Estado existente por otra que pueda promulgar medidas que están mejor posicionadas para recuperar la tasa de ganancia. Cuanto más fuertes las contradicciones entre la clase capitalista y la clase trabajadora, más represivos son los regímenes resultantes. Este fue el caso del ascenso al poder del régimen nazi de Hitler tras el crack de la bolsa de 1929 que llevó al mundo entero (excepto la Unión Soviética) al borde del colapso total.
Por último, nos gustaría recordarle al lector el papel que pueden jugar las finanzas a la hora de posponer los peores resultados de las crisis inyectando cantidades cada vez mayores de crédito y otras formas de financiamiento en la economía y aliviando así temporalmente muchas unidades económicas, atrasando el día del ajuste de cuentas cuando estallen las burbujas. La crisis financiera mundial de 2008 es un excelente ejemplo de ello.
De ahí que la manifestación externa de una crisis casi nunca sea una indicación directa de sus verdaderas causas. Una interpretación superficial induce a error a quienes actúan para cambiar la marea a favor de las masas trabajadoras, las naciones oprimidas y los condenados de la tierra, conduciendo a políticas que son de poca ayuda para sacarnos de la postración.
Hemos llegado así al final de un recorrido bastante largo para explicar el mecanismo de las crisis y, por extensión, de la crisis actual. Pero persisten preguntas acuciantes: ¿Por qué hay depresiones económicas? ¿Por qué las depresiones se han convertido en la forma más destacada, pero también la más destructiva, de las crisis capitalistas en los últimos 150 años? Para responder a estas preguntas, recurriremos a la gran visión de Marx sobre el cambio histórico, sobre cómo la humanidad pasa de un modo de producción, de una formación socioeconómica, a otra.
Las grandes depresiones como dolores de parto de una nueva sociedad
Existe un debate permanente sobre cuándo y dónde se desarrolló el capitalismo. Algunas escuelas de pensamiento sostienen que se remonta a cinco siglos atrás, mientras que otras plantean que su existencia equivale a la mitad de ese tiempo. Sin embargo, una cosa que está clara, independientemente de estos debates, es que las grandes depresiones son un fenómeno exclusivo de los últimos 150 años: la Larga Depresión (1873-1896), la Gran Depresión (1929-1948) y la Tercera Gran Depresión (2008 – presente).
Ya hemos visto que los ciclos económicos son endémicos al capitalismo y suelen desembocar en una recesión que dura un breve periodo, tras el cual las fuerzas del mercado, con cierta ayuda de la política económica gubernamental, suelen iniciar un nuevo ciclo de expansión. No sucede lo mismo con las grandes depresiones, que duran mucho más tiempo (por lo menos una década, si no varias), tienen necesariamente carácter internacional y requieren una profunda reestructuración de las esferas económica, política e incluso ideológica y militar para resolver las contradicciones que han dado lugar a profundas perturbaciones. Las grandes depresiones no se han producido a lo largo de toda la historia del capitalismo, sino que son el producto de una determinada etapa histórica de desarrollo del modo de producción capitalista. Por lo tanto, se puede decir sin duda que, a medida que avanza el capitalismo, las crisis económicas son cada vez más graves y duraderas.
¿Por qué, a pesar de que “crisis económica” ha sido un término muy común a lo largo de toda la época capitalista, el término “depresión” se restringe a la fase más reciente del capitalismo? Para responder a esta pregunta debemos recordar primero el hecho de que, aunque Marx y Engels no vivieron para ver la recurrencia periódica de las grandes depresiones, ellos señalaron la dinámica básica de la creciente gravedad de las crisis económicas en el proceso vital del capitalismo. Como escribieron ya en El manifiesto comunista (1999 [1848]):
Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor4 para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada.
Este pasaje sienta las bases para las posteriores investigaciones de Marx sobre el funcionamiento del capitalismo. Las palabras que hemos enfatizado: un peligro cada vez mayor, demuestran que Marx era consciente, incluso en esta fase temprana de su obra, de que las crisis económicas se vuelven cada vez más graves y perturbadoras a medida que madura el modo de producción capitalista. El siguiente pasaje en el Manifiesto explica por qué es así: las propias fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo entran en contradicción con el modo de producción que les dio vida. Mientras más desarrolladas están, mayor la contradicción y más grave la crisis.
La categoría de crisis económica ocupa una posición única en el análisis del capitalismo de Marx, distinta de todos los tratamientos teóricos rivales de las crisis. Incluso la “destrucción creativa” de Schumpeter no puede igualar la interpretación de Marx. Para Schumpeter, el adjetivo “creativo” en ese concepto se refiere a la creación de nuevas fuerzas productivas en el vacío creado por la destrucción, mientras que para Marx la creación en el contexto de crisis es la de una nueva sociedad. Habiendo adquirido la estatura de “gran depresión”, la crisis asume ahora el papel de una partera que guía la transición de un sistema basado en la propiedad privada capitalista y el mercado a otro basado en la propiedad pública (o común) de los medios de producción y la planificación central. Esta transición, sin embargo, es extraordinariamente dolorosa. Como última reversión dialéctica, se espera que el desierto creado por la crisis haga nacer una civilización que sea a la vez dinámica, constructiva y justa.
Esta dinámica concuerda plenamente con la visión general de la historia de Marx que planteó en el prefacio de 1859 a Contribución a la crítica de la economía política:
En la producción social de su existencia, los hombres establecen determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio [überbau] jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. (…) En un estadio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o —lo cual sólo constituye una expresión jurídica de lo mismo— con las relaciones de producción dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta ese momento. Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social (2008 [1859]: 4-5).
La transición del feudalismo al capitalismo en Europa occidental se desarrolló precisamente de esta manera. La relación entre señor y siervo en el campo y la relación entre maestro y aprendiz en el contexto de las asfixiantes reglas de la corporación medieval se convirtieron en grilletes para el potencial de las fuerzas productivas. Las contradicciones que surgieron a raíz de ello entre la burguesía en ascenso y las ciudades libres por un lado, y entre las clases de la sociedad feudal con intereses creados por otro, condujeron a una lucha que finalmente resultó en un choque frontal entre las fuerzas de la nueva sociedad que se esforzaba por nacer y el Estado absolutista de la sociedad feudal tardía. Así nació la era de revolución social que Marx discute en el prefacio de Contribución a la crítica de la economía política. Las revoluciones democráticas en la región atlántica, comenzando con la Revolución Inglesa de 1640, seguida por las revoluciones estadounidense y francesa de finales del siglo XVIII, y continuando con las revoluciones latinoamericanas de principios del siglo XIX, contribuyeron, cada una a su manera, al desarrollo de esta revolución social generalizada. Como resultado, la nueva sociedad capitalista burguesa reemplazó gradualmente a la antigua estructura socioeconómica feudal. La posterior expansión del capitalismo al resto de Europa a raíz de las revoluciones de 1848, que tuvieron lugar en todo el continente, y el desarrollo aún más tardío del capitalismo en el resto del mundo requiere un tratamiento aparte que va más allá del ámbito de este texto.
Es este mismo tipo de contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de la sociedad capitalista, en particular las relaciones de producción entre la clase capitalista y el proletariado, que hoy supone un peligro cada vez mayor para el capitalismo. Como en la transición del feudalismo al capitalismo, en la transición por venir entre el capitalismo y el socialismo, y en última instancia, en el comunismo, es esta contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción la que actúa como caldo de cultivo para la destrucción de lo viejo y la creación de lo nuevo. Aquí, la crisis actúa como los dolores de parto de la nueva sociedad.
La pregunta es entonces: en el capitalismo tardío, ¿cuál es la base de esta contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que son los dos términos de la unidad dialéctica que forman el modo de producción? Marx aborda esto en el epígrafe 7 del capítulo 24 (La tendencia histórica de la acumulación capitalista) del volumen 1 de El capital, donde explica en primer lugar cómo el capitalismo, en sus albores, destruyó completamente la unidad histórica entre la o el productor directo y los medios de producción, como esto desencadenó posteriormente la dinámica de un nuevo modo de producción, y cómo la cooperación y la división técnica del trabajo en el lugar de trabajo y en la fábrica transformaron la producción en un proceso colectivo. A través de este proceso, con producción a gran escala creando resultados cada vez más eficientes, productivos y rentables, los grandes capitalistas, habiendo destruido primero la existencia independiente de productores directos, pasan ahora a engullir a los capitalistas más débiles. Una vez hecho esto, es el momento de que los capitalistas expropien a otros capitalistas. Marx lo explica:
Esta expropiación se lleva a cabo por medio de la acción de las propias leyes inmanentes de la producción capitalista en sí misma, por medio de la concentración de capitales. Cada capitalista liquida a otros muchos. Paralelamente a esta concentración, o la expropiación de muchos capitalistas por pocos, se desarrollan en escala cada vez más amplia, la forma cooperativa del proceso laboral, la aplicación tecnológica consciente de la ciencia, la explotación colectiva y planificada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo que sólo son utilizables colectivamente, la economización de todos los medios de producción gracias a su uso como medios de producción colectivos del trabajo social combinado, el entrelazamiento de todos los pueblos en la red del mercado mundial, y con ello el carácter internacional del régimen capitalista. (…) pero se acrecienta también la rebeldía de la clase obrera, una clase cuyo número aumenta de manera constante y que es disciplinada, unida y organizada por el mecanismo mismo del proceso capitalista de producción. El monopolio ejercido por el capital se convierte en traba del modo de producción que ha florecido con él y bajo él. La concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un punto en que son incompatibles con su corteza capitalista. Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados [cursivas en el original] (Marx, 2009[1867]: 953).
Lo que Marx está explicando aquí es como el modo de producción basado en el capital destruye sus propias bases de acuerdo con la lógica de su desarrollo. La producción colectiva, social, a gran escala e internacionalizada, sobre la base de su propia dinámica, centraliza la producción. Esta concentración se logra mediante la eliminación constante de los capitalistas más pequeños y la socialización del trabajo hasta tal punto que, desde su aislamiento en unidades de pequeña escala, el proceso laboral crece hasta convertirse en un modo de existencia integrado en el que la o el trabajador pasa a ser considerado como “trabajador colectivo”. Las decisiones sobre la producción se toman ahora a la escala de grandes unidades (es decir, empresas) y a nivel internacional. Esto es lo que Marx denomina la concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo. Estos procesos de concentración y socialización entran en contradicción con la lógica del capital, basada en la apropiación privada y el mercado. La producción socializada requiere planificación; la propiedad capitalista es una barrera en el camino de la planificación al por mayor. Es cierto que las empresas multinacionales planifican a gran escala, pero cada una de ellas es una isla en un mar de relaciones de mercado. La planificación dentro de las empresas individuales coexiste con la anarquía que reina en las relaciones entre capitalistas y dentro de la economía mundial.
¿Cómo superar esta contradicción? El capitalismo no sólo produce mercancías, técnicas de producción y producción a gran escala; como resultado de su propia lógica, basada en una expropiación cada vez mayor, genera simultáneamente una clase de desposeídos cada vez mayor. Cada día que pasa, el campesinado minifundista y hasta cierto punto lxs pequeñxss comerciantes y artesanxs de las ciudades, ceden su lugar al proletariado. Más aún, como Marx explicó, la vorágine de la competencia entre capitalistas también desposee gradualmente de los medios de producción a los capitalistas más pequeños o más débiles. El proletariado, este producto específico del modo de producción capitalista, se distingue de todas las clases precedentes de productores directos en la historia por el hecho de que no disfruta en lo más mínimo de una participación en los medios de producción.
El proletariado es, por definición, una clase privada y completamente separada de la propiedad de los medios de producción. Por lo tanto, sus intereses no residen en defender la propiedad, sino en defender a quienes son propietarixs de la fuerza de trabajo. Por eso es, en palabras de Marx, una “clase universal”. Y también por esto el proletariado es el agente más adecuado para abolir la propiedad privada, que es en sí misma la precondición para superar la fragmentación creada por la propiedad privada y la camisa de fuerza del mercado.
Al comienzo del pasaje de El capital citado anteriormente, Marx subraya el hecho de que todo el proceso de la acumulación de capital avanza a través de “las leyes inmanentes de la propia producción capitalista”. En El capital, Marx traza el desarrollo histórico del capitalismo y establece las leyes que determinan cómo funciona una sociedad basada en el capital. Por eso Marx habla constantemente de “necesidad”: una vez establecido, el capitalismo avanza necesariamente hacia su propia desaparición sobre la base de sus propias leyes. En otras palabras, a través de sus propias leyes, el capitalismo genera, en su seno, las fuerzas que lo destruirán. Los efectos de estas leyes pueden ser mitigados, temporalmente detenidos o incluso revertidos durante cierto periodo. Sin embargo, mientras el capitalismo exista, mientras se desarrolle de acuerdo con sus propias leyes inherentes, en una determinada etapa de su desarrollo, socavará a su propia existencia. En otras palabras, el capitalismo crea las condiciones históricas para su propia desaparición.
El capitalismo prepara inevitablemente las condiciones para el surgimiento de una civilización superior a él. Esta civilización someterá a la planificación a las fuerzas productivas que la humanidad ha desarrollado hasta ahora. Para ello, suprimirá la propiedad privada de los medios de producción y eliminará así de la escena de la historia, tanto las clases como el Estado, ambos productos de la propiedad privada. Esta civilización se llama comunismo y promete sacar a la sociedad humana de tiempos prehistóricos para comenzar la verdadera historia de la humanidad.
Esta es la contradicción del desarrollo histórico del capitalismo que se encarna en las convulsiones de las grandes depresiones. Por eso la crisis en la que estamos inmersos hoy no es sólo una crisis capitalista, sino una crisis del capitalismo como modo de producción y de la sociedad.
El estado de las fuerzas productivas en los albores del siglo XXI
¿Cuál es el estado de las fuerzas productivas capitalistas en los albores del siglo XXI? ¿Cómo se han enfrentado estas fuerzas productivas a los grilletes de la propiedad privada para impulsar el crecimiento del capitalismo? Para responder a estas preguntas, vamos a desmenuzar seis frases claves del pasaje de El capital (volumen 1) anteriormente citado, las tres primeras a continuación y el resto posteriormente.
1. La forma cooperativa del proceso laboral
2. La transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo que sólo son utilizables colectivamente
3. La economización de todos los medios de producción gracias a su uso como medios de producción colectivos del trabajo social combinado (Marx, 2009[1859]: 953).
Estos tres puntos son probablemente los aspectos menos comprendidos pero más importantes de los cambios en las fuerzas productivas provocados por el modo de producción capitalista en su lucha por obtener cantidades cada vez mayores de plusvalía, es decir, de ganancia.
En El capital, Marx traza el desarrollo del poder productivo del trabajo social desde las primeras formas de trabajo cooperativo y manufactura hasta la forma de fábrica. Señala que, en cada caso, el poder productivo social del trabajo es mistificado y tergiversado como un poder del capital, pero sólo porque es el capital el que contrata a lxs trabajadorxs y los pone a trabajar juntos. Más bien, el poder del trabajo social surge de la cooperación de lxs propixs trabajadorxs y actúa como un regalo para el capital.
El capitalismo ha creado un sistema de fábricas de producción basado en máquinas que depende de una imbricación cada vez más complicada de las funciones productivas de lxs trabajadoxs individuales. Mientras que el artesano de la sociedad feudal tardía que trabajaba dentro de los límites definidos por una corporación podía decir fácilmente “esta mesa (o este zapato) es mi producto, totalmente resultado de mi trabajo”, ninguna persona trabajadora de hoy puede decir “este avión (o este chip) es mi producto, totalmente resultado de mi trabajo”. La suma total de lxs trabajadorxs de una fábrica se ha convertido en lo que Marx llama el trabajador colectivo. Siempre y cuando el proceso productivo se lleva a cabo colectivamente, surge la necesidad de control central tanto en la planificación de previa a la producción como en la ejecución durante el proceso de producción. Esta necesidad también es evidente en ámbitos como el deporte y las artes, en los que el capitalismo o el socialismo ni siquiera son objeto de debate: por ejemplo, un equipo de fútbol y una orquesta filarmónica necesitan organización, alineación y control, ya sea por parte de una o un entrenador o director, para cumplir con éxito sus objetivos. El individuo o el cuerpo colectivo que planifica y coordina este proceso (sea en el ejemplo de un equipo deportivo, de una orquesta o del proceso productivo) puede designarse de forma autocrática, como en el capitalismo, o democrática, como en el socialismo.
En la actualidad, este proceso de enmarañamiento e imbricación del trabajo ha ido un paso más allá, sobre todo a partir de la década de 1970, con la división de las diferentes etapas del proceso de producción en lo que ahora se conoce popularmente con la rúbrica de las cadenas de suministro, y con el crecimiento del poder productivo del trabajo social para abarcar la mano de obra mundial. Esto último, también denominado globalización, ha sido posible gracias a revoluciones en las tecnologías de la información (digitalización), la comunicación (satélites, fibra óptica y redes de celulares) y el transporte (uso de contenedores), un desarrollo que Manuel Castells describió en su libro La sociedad en red (1996). Esta creciente internacionalización del capital y la integración cada vez mayor de la economía mundial superan con mucho el simple comercio mundial, que ha existido durante siglos. Lo que tenemos ahora no sólo es el tránsito de mercancías y servicios a través del mundo, sino la internacionalización de la producción. La estandarización del humilde contenedor ha desempeñado un papel clave. El historiador económico Marc Levinson explica la importancia de la contenedorización:
El contenedor es el núcleo de un sistema altamente automatizado para transportar mercancías de un lugar a otro, con un mínimo de costos y complicaciones. El contenedor abarató el transporte marítimo, y al hacerlo transformó la economía mundial (2016: 2).
Podemos tomar casi cualquier mercancía y descubrir que ya no se hace de principio a fin en una sola fábrica. En lugar de ello, “las empresas pueden dividir las fábricas y montarlas en varios países al mismo tiempo, un proceso conocido como desarticulación de la producción”, como escribió el Instituto Tricontinental de Investigación Social en su primera publicación: En las ruinas del presente (2018). Este proceso permite que cada pieza individual se produzca en un país, se ensamble en otro y se comercialice en un tercero, para finalmente ser consumida en todo el planeta. Cuando las cadenas globales de suministro se vieron interrumpidas por la pandemia de COVID-19, el mundo recordó lo dependientes que somos todos de la labor simultánea de lxs trabajadorxs del mundo.
Todo este proceso constituye la base de la afirmación de Marx en el capítulo 24 del volumen 1 de El capital:
El monopolio ejercido por el capital se convierte en traba del modo de producción que ha florecido con él y bajo él. La concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un punto en que son incompatibles con su corteza capitalista. Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados [cursivas en el original]. (Marx, 2009[1859]: 953).
4. “La concentración del capital”
Marx observa que la dinámica interna del modo de producción capitalista lleva a la concentración y centralización del capital. Marx usa esos términos de manera diferente a los economistas tradicionales. Por concentración, Marx quiere decir el crecimiento en el tamaño de las empresas capitalistas individuales a través del proceso de acumulación de capital. Por centralización, por otro lado, se refiere a empresas capitalistas más grandes que engullen empresas más pequeñas o dos empresas de poder comparable que unen fuerzas, dos procesos ahora conocidos como adquisiciones y fusiones, respectivamente. El sistema de crédito desempeña un papel cada vez más importante en movilizar el capital monetario necesario para alimentar el proceso de centralización.
Empíricamente, la centralización de capital en la economía actual está bien documentada. Por ejemplo, John Bellamy Foster y Robert McChesney demostraron que, de 2004 a 2008, los ingresos anuales totales de las 500 mayores empresas mundiales representaron alrededor del 40% de los ingresos mundiales totales (2012: 32). Además, su participación en los ingresos mundiales totales casi se ha duplicado desde 1960, cuando representaba aproximadamente el 20%. Bellamy Foster y McChesney añaden:
Al final, las finanzas han sido —como invariablemente son— una fuerza de monopolio. Las adquisiciones y fusiones anunciadas en todo el mundo en 1999 alcanzaron 3,4 billones de dólares, una cantidad equivalente en aquel momento al 34% del valor de todo el capital industrial (edificios, plantas, maquinaria y equipos) de Estados Unidos. En 2007, justo antes de la Gran Crisis Financiera, las fusiones y adquisiciones mundiales alcanzaron la cifra récord de 4,38 billones de dólares, 21% más que en 2006. El resultado a largo plazo de este proceso es un aumento de la concentración y centralización del capital a escala mundial (2012: 74).
El proceso de concentración y centralización del capital en igualdad de condiciones se traduce en un crecimiento continuo del tamaño de las empresas y los negocios. Esto significa que, con el tiempo, el trabajo de un número cada vez mayor de trabajadorxs estará cada vez más articulado y entrelazado.
5. La aplicación tecnológica consciente de la ciencia
Las revoluciones en la información, comunicación y tecnologías de transporte también han transformado el proceso productivo. Algunos de los elementos clave de la ampliamente aclamada “cuarta revolución industrial” son:
- Aprendizaje de máquinas/ inteligencia artificial
- Big data
- Robótica avanzada
- Impresión 3D
- Internet de las cosas
- Manufactura avanzada/ fábricas inteligentes
- Nanotecnología
- Nuevos recursos procedentes de todos los rincones del mundo, como materiales ligeros, elementos de tierras raras, cobalto y litio, muchos de los cuales se están volviendo indispensables en el proceso de producción de nuevas tecnologías.
Mientras que las anteriores oleadas de automatización afectaron sobre todo a lxs trabajadorxs semicalificados del sector manufacturero, las tecnologías actuales también amenazan los trabajos de lxs trabajadorxs de servicios altamente calificados. Entre 1979 y 2015, Estados Unidos perdió más de siete millones de empleos en el sector manufacturero, y aun así la producción de las fábricas se duplicó. Un estudio del Centre for Business and Economic Research [Centro de Investigación Empresarial y Económica] de la Ball State University en 2016 mostró que 88% de las pérdidas de empleos en los Estados Unidos desde la década de 1970 se debieron a robots y automatización, mientras que el comercio representó el 13% de la pérdida de empleos en la manufactura. Esto no solo ocurrió en la industria manufacturera; en una amplia gama de industrias que implican trabajo rutinario, la mano de obra humana ha sido reemplazada por máquinas y software. Según datos de la Federación Internacional de Robótica, entre 2008 y 2012, los envíos de robots industriales aumentaron en media 9% por año (Wiseman, 2016).
China es el mercado de más rápido crecimiento para nuevas instalaciones de robots, con un aumento anual de 25% entre 2005 y 2012 (Automation, 2013). Incluso antes de esto, el avance de la tecnología ya había tenido un efecto dramático en los puestos de trabajo de las fábricas chinas. Entre 1995 y 2002, China perdió 16 millones de puestos de trabajo en la manufactura (alrededor de 15% de su mano de obra en ese sector), al mismo tiempo que aumentaba su producción (Ford, 2015: 10). De acuerdo con un reciente estudio sobre robots industriales de la Federación Internacional de Robótica (2021):
Desde 2010, la demanda de robots industriales ha aumentado considerablemente debido a la tendencia en marcha hacia la automatización y la continua innovación tecnológica en robótica industrial. De 2015 a 2020, las instalaciones anuales aumentaron en promedio 9% cada año (CAGR). Entre 2005 y 2008, el número promedio anual de robots vendidos fue de unas 115.000 unidades, antes de que la crisis económica y financiera mundial causara que las instalaciones de robots cayeran a sólo 60.000 unidades en 2009 y se pospusieran muchas inversiones. En 2010, las inversiones aumentaron e impulsaron las instalaciones de robots hasta 120.000 unidades. Para 2015, las instalaciones anuales se habían más que duplicado hasta casi 254.000 unidades. En 2016, se superó la marca de 300.000 instalaciones por año y en 2017, las instalaciones se dispararon hasta casi 400.000 unidades, marca que fue superada por primera vez en 2018.
China ha sido el mayor mercado mundial de robots industriales desde 2013 y representó el 44% de las instalaciones totales en 2020. Las 168.377 unidades instaladas en China superaron en 58% las instalaciones combinadas de Europa y América (106.436 unidades).
La robotización, una de las tecnologías más avanzadas en la era de la digitalización, hace que la planificación sea mucho más racional. Permite organizar mejor el proceso de producción, dentro de la división de trabajo entre unidades de producción, ya sea dentro de la misma empresa o entre distintas empresas.
6. “La explotación colectiva y planificada de la tierra”
Las contradicciones de la agricultura capitalista son un microcosmos de la contradicción esencial del capitalismo, como Marx reveló. El desarrollo de las fuerzas productivas, incluidos los agroquímicos (como fertilizantes, pesticidas y agentes de maduración artificial) y las biotecnologías (como semillas genéticamente modificadas, tractores inteligentes, cosechadoras mecánicas, tecnología satelital y big data) han aumentado enormemente los rendimientos y han reducido en gran medida la cantidad de trabajo humano implicado en la agricultura moderna. Como resultado, las fuerzas de producción existentes generan alimentos suficientes para alimentar a todos los seres humanos del planeta (Holt-Giménez, Eric, et al., 2012: 595–598). Sin embargo, las relaciones de producción del capitalismo dictan que la abundancia creada por la agricultura de alta tecnología no se utilice para acabar con el hambre en el mundo, sino para aumentar las ganancias de los capitalistas.
En su boletín número 45 de 2019, el Instituto Tricontinental de Investigación Social señaló:
Un indicador del fracaso del capitalismo en gestionar la producción de alimentos es que, de acuerdo con la FAO, un tercio de la producción mundial de alimentos (1.300 millones de toneladas al año) se pierde o se desperdicia. La FAO ha desarrollado nuevos índices —el Índice de pérdidas de alimentos y el Índice de desperdicio de alimentos— para hacer un seguimiento de esta abominación. ¿Cómo podemos permitir que se boten los alimentos cuando más de 820 millones de personas en el mundo continúan sufriendo de hambre cada día?, pregunta el director general de la FAO, Qu Dongyu (FAO, 2021).
“Lo permitimos porque el sistema dice que solo quienes tienen dinero pueden comer. El nombre del sistema es capitalismo. Es inhumano hasta la médula. Asfixia la risa.” (Tricontinental, noviembre de 2019).
Conclusiones
Una discusión sobre las diversas teorías de la crisis en la economía capitalista no es intelectualismo ocioso. Por el contrario, nos brinda conclusiones políticas enormemente importantes sobre cuestiones inmediatas de la vida cotidiana y de vida o muerte también, y no sólo para nuestra especie, sino para todos los seres vivos. Por lo tanto, resumir nuestras conclusiones y deducir las lecciones políticas que contienen es esencial.
Tras analizar, en la primera sección, el estado actual de la economía mundial y llegar a la conclusión de que el mundo atraviesa lo que hemos denominado un nuevo periodo de gran depresión desde el crack financiero internacional de 2008, comenzamos a indagar las causas de esta situación. Para ello fue necesario hacer un breve repaso de las teorías científicas contrapuestas sobre la crisis económica en el capitalismo, planteadas por diferentes escuelas de pensamiento económico. Primero revisamos las teorías dentro de la economía dominante, con su escuela negacionista, que mostramos que es simplemente inútil, y su escuela realista, con Keynes en el centro. Aunque constatamos la relativa superioridad del análisis de Keynes sobre los del resto de la economía dominante, lo consideramos sin embargo insatisfactorio, aunque sólo sea porque no explica plenamente las dinámicas que determinan el volumen de las inversiones, y porque deja mucho que desear al descuidar la pieza central de la economía capitalista, el proceso de producción, favoreciendo en cambio el proceso de circulación. Esto impide a Keynes comprender el ritmo casi preciso de las crisis capitalistas que se repiten periódicamente.
A continuación, pasamos a las diversas teorías marxistas de la crisis económica. Entre ellas, nos centramos en las tres que salieron a la palestra en la discusión de los últimos acontecimientos en la economía capitalista mundial. Después de examinarlas, encontramos insatisfactorias a la teoría de la compresión de beneficios y a la teoría del subconsumo.
La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia resultó ser la teoría más sólida y la única que explica la recurrencia periódica de las crisis económicas a lo largo de la historia del capitalismo. Entonces dimos un paso más y llamamos la atención sobre el hecho de que, a partir de finales del siglo XIX, el nivel de perturbación y dislocación causado por las grandes crisis de la economía mundial se incrementaron en un sentido cualitativo. Esto condujo a acuñar un nuevo término en la ciencia económica, el de “gran depresión”. Constatamos que la gran depresión en la que estamos inmersos hoy es la tercera de este tipo y que, como las dos precedentes, es incomparablemente más profunda y más amenazadora que las crisis de los siglos XVIII y XIX. Nos propusimos averiguar por qué es así y ofrecimos como respuesta la principal idea de Marx sobre las leyes del cambio y el desarrollo a lo largo de la historia.
En la visión de la historia de Marx, la dinámica que conduce a una transición de un tipo de formación socioeconómica a otro reside en el modo de producción que sustenta estas formaciones. Ya se trate de una transición de una sociedad precapitalista (feudal, por ejemplo) al capitalismo o del capitalismo al socialismo y, en última instancia al comunismo, el catalizador es el mismo: la contradicción dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En una determinada fase de desarrollo, las primeras ya no pueden prosperar en las condiciones previamente determinadas por las últimas. Lo mismo está aconteciendo hoy con el capitalismo a escala mundial.
La obra maestra de Marx, El capital, muestra que son precisamente las leyes del movimiento del capitalismo las que crean las condiciones para abolir la propiedad privada capitalista. Esto supone un peligro cada vez mayor, a través de las crisis económicas. El nivel de socialización de las fuerzas productivas y su carácter mutuamente dependiente, así como la realidad resultante de que lxs trabajadorxs de un mismo lugar de trabajo, o ahora de lugares de trabajo diferentes, se han convertido en una unidad de producción que funciona colectivamente, exigen una planificación a nivel de la sociedad e incluso a nivel mundial, ya que la producción se ha internacionalizado enormemente. Pero el capital es enemigo de la planificación centralizada, que requiere propiedad en común, propiedad comunitaria en sus diferentes formas, para florecer. Esta es la contradicción que hace sonar la campana de muerte del capitalismo.
Señalamos que no hay nada automático, nada mecánico, nada inevitable en esta transición. Para que la transición del capitalismo al socialismo se haga realidad, debe producirse una ruptura revolucionaria con el viejo mundo. Esto sólo puede ser obra de una fuerza social, de una clase social que no tiene ningún interés innato en la propiedad privada: el proletariado. El proceso de acumulación de capital produce directamente no sólo a esta clase, sino también a las nuevas fuerzas productivas que ya no pueden prosperar dentro de la camisa de fuerza de las viejas relaciones de producción. A menos que el proletariado, conduciendo a las personas explotadas y oprimidas hacia adelante bajo su influencia hegemónica, tome la dirección de la sociedad de manos de los capitalistas, la sociedad humana seguirá sin futuro. Marx y Engels escribieron sobre esta posibilidad al principio de El manifiesto comunista, donde hablan de «una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.» (1999 [1848]). Esta alternativa también encontró su expresión en el grito de guerra de la gran revolucionaria Rosa Luxemburg: «socialismo o barbarie».
Las grandes depresiones son campos minados que engendran acontecimientos políticos y militares catastróficos. La primera gran depresión de finales del siglo XIX sólo pudo superarse gracias al auge del imperialismo. La colonización forzosa y la esclavización de la mayoría de la población del mundo condujo al baño de sangre de la Primera Guerra Mundial. La segunda gran depresión, en la década de 1930, provocó el ascenso del fascismo y del nazismo, resultando en la bárbara Segunda Guerra Mundial que causó decenas de millones de muertes y dio lugar al Holocausto. La colonización, la guerra universal, y el fascismo son la barbarie de la que hablaba Rosa Luxemburg.
Sin embargo, las grandes depresiones son también el caldo de cultivo de revoluciones y rebeliones. La Revolución de Octubre de 1917 y la Revolución China de 1949, junto con otras revoluciones de todo el mundo, surgieron de las circunstancias de la barbarie capitalista. Entonces, la verdadera lección política que podemos extraer del estudio de las crisis económicas es que el único camino hacia adelante para la supervivencia y el avance de la humanidad es organizar un orden que supere las tendencias a la barbarie nacidas de esas crisis capitalistas llamadas depresiones. Nunca hay que olvidar que las dos guerras mundiales no terminaron por negociaciones de paz, ni por las prédicas de paz de las personas de buen corazón y bienintencionadas, sino a través de la revolución y del poder así obtenido por lxs explotadxs y oprimidxs.
Nuestra conclusión final es la siguiente: el desarrollo del modo de producción capitalista crea las condiciones para la revolución socialista. A medida que el capitalismo globalizado explota a lxs trabajadorxs del mundo, juntándolos en trabajo cooperativo para trabajar en cadenas de suministro globales, simultáneamente desarrolla los medios de producción hasta niveles cada vez mayores de productividad y, junto con ellos, sus propios sepultureros en forma de una clase trabajadora global cuyo trabajo cooperativo es la fuente de todo valor y, junto con la naturaleza, de toda riqueza.
El capital ha internacionalizado la producción, ha unido a trabajadorxs de todo el mundo, que antes eran una multitud de naciones, razas y etnias distantes y ajenas entre sí, creando una única fuerza de trabajo colectiva, y ha socializado todas las fuerzas productivas más allá de los confines de las fronteras nacionales. Por definición, la revolución tiene que ser, por lo tanto, de alcance internacionalista. Seguramente sólo puede comenzar a nivel nacional, cada sección del proletariado internacional enfrentándose a su propia burguesía en sus respectivos países para luchar por la toma del Estado nación. Sin embargo, la revolución y la contrarrevolución siempre han adquirido dimensiones regionales primero y continentales luego. Por lo tanto, debemos prepararnos para arrebatar partes de la economía mundial de la burguesía internacional a medida que se desarrolla el curso de la revolución. Es la única manera de que la humanidad pueda salvarse de las tendencias cada vez más destructivas que ha desarrollado en el período de su ocaso.
Notas
1 Para más información sobre el concepto de «desconexión», leer la entrevista del Instituto Tricontinental de Investigación Social a Samir Amin: La globalización y sus alternativas, cuaderno nº 1, 29 de octubre de 2018, https://dev.thetricontinental.org/es/la-globalizacion-y-su-alternativa/ .
2 Traducción propia.
3 “El capital opera en ambos lados a la vez. Si por un lado su acumulación aumenta la demanda de trabajo, por el otro acrecienta la oferta de obreros mediante su “puesta en libertad”, mientras que a la vez la presión de los desocupados obliga a los ocupados a poner en movimiento más trabajo, haciendo así, por ende, que hasta cierto punto la oferta de trabajo sea independiente de la oferta de obreros. El movimiento de la ley de la oferta y la demanda de trabajo completa, sobre esta base, el despotismo del capital.» Cursivas en el original. (Marx, 2009 [1867]: 796-797).
4 El subrayado es nuestro.
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