¿Qué está sucediendo en Haití?
Haití, con sus casi 11 millones de habitantes, es la nación más poblada de las Antillas y ocupa el tercio occidental de la isla llamada La Española, la segunda más extensa de la región del Caribe.
Desde mediados de septiembre se sucede un intenso ciclo de protestas, bloqueos de carreteras y masivas movilizaciones populares que se estima que han contado con la participación de casi 5 millones de personas exigiendo la renuncia del presidente Jovenel Moïse, la resolución de la crisis económica y energética y la no injerencia externa. Intensificadas por la falta de combustible, estas protestas han ocupado y paralizado la ciudad capital de Puerto Príncipe y las principales localidades, en donde prácticamente no hay actividad gubernamental, comercial o civil. La imposibilidad de distribuir agua o alimentos, como sucede en la región del sudeste, amenaza con sumir al país en una grave crisis humanitaria.
La respuesta gubernamental ha sido la represión policial, que tan solo en las últimas semanas ha cobrado más de una veintena de muertxs y cientos de heridxs. Además, se evidencia una tendencia a la paramilitarización de la vida cotidiana. A la actuación de grupos irregulares que perpetran masacres en las zonas rurales y los barrios urbanos más movilizados, se suma el accionar de grupos criminales organizados vinculados directamente a representantes del poder político.
Como respuesta, la llamada «comunidad internacional» ha oscilado entre la invisibilización de la situación haitiana, en la que Estados Unidos, Francia, Canadá, la OEA y la ONU tienen una evidente responsabilidad, y la injerencia externa más evidente. En los últimos días, el Core Group, que nuclea entre otras a estas naciones y a organizaciones supranacionales, se ha posicionado claramente en favor de la continuidad del gobierno, mientras sostiene conversaciones secretas con sectores de la oposición moderada y conservadora.
Por su parte, los movimientos sociales, los partidos de izquierda y los sectores progresistas han conformado un amplio espacio de unidad bajo la denominación de Foro Patriótico. Estos actores abogan por la dimisión inmediata del presidente; el procesamiento de los responsables del desfalco de fondos públicos y las masacres perpetradas; la construcción de un gobierno de transición por un período de tres años; la creación de una agenda de emergencia que atienda las necesidades más elementales de la población; una reforma que relegitime el viciado sistema político y electoral; y la convocatoria a elecciones limpias y a una asamblea constituyente para refundar la nación.
El ciclo de luchas actuales se inscribe en un proceso más largo de protestas, que fue iniciado en julio del 2018 con las movilizaciones y la huelga general que convocaron a las calles a más de un millón y medio de personas contra el intento de aumentar el precio de los combustibles —decidido por el gobierno por indicación del Fondo Monetario Internacional—, y que culminó con la suspensión de la impopular medida y la renuncia del primer ministro Jack Guy Lafontant.
¿Cuáles son las causas de estas luchas y de la crisis en Haití?
El país atraviesa su sexta semana de desabastecimiento de combustibles, con el consecuente incremento de su precio, la expansión del contrabando y la paralización del transporte. Esto se debe a la retención de carburantes por parte del gobierno, quien promueve la eliminación de los subsidios en sintonía con los mandatos del Fondo Monetario Internacional; pero también al hecho de que el bloqueo de Estados Unidos a Venezuela no permite que el combustible barato de la empresa Petrocaribe llegue a Haití y otras islas caribeñas.
La situación económica es crítica: a los preocupantes indicadores sociales de miseria, desigualdad, desempleo e inseguridad alimentaria, se añade ahora una devaluación incesante de la moneda nacional, una inflación anual del 18%, el congelamiento de los salarios y el incremento de los costos de la alimentación y el transporte.
La clase política se encuentra completamente desacreditada. Un fraude electoral en el año 2010 permitió la llegada al poder del partido ultraneoliberal PHTK, que derivó en la continuidad, también fraudulenta, del actual gobierno de Jovenel Moïse. A esto se suma la corrupción de fondos públicos más grande de la historia del país, en la que sectores de la burguesía comercial y de la oligarquía, altos funcionarios de Estado y hasta el propio presidente, participaron en el desfalco de al menos 2 mil millones de dólares, equivalentes a un cuarto del PBI del país.
Las políticas neoliberales, implantadas tempranamente a comienzos de la década del 80 y continuadas casi sin interrupciones hasta la actualidad, han destruido la producción agrícola y los últimos islotes de actividad industrial, han quebrado las finanzas y privatizado empresas públicas, informalizado y flexibilizado el mercado laboral, pauperizado a las mayorías populares y forzado el éxodo de millones de jóvenes.
Haití no cuenta con nada parecido a una burguesía nacional que tenga en miras el desarrollo del país. Su clase dominante está compuesta por una oligarquía rentista y por una burguesía comercial, improductiva y meramente importadora.
La ocupación norteamericana, las dictaduras con sostén externo, los golpes de Estado y la tutela internacional han impedido durante más de un siglo el ejercicio de la soberanía haitiana, imponiendo una orientación política y económica fundamentalmente extrovertida y antinacional.
¿Por qué Haití y el Caribe son tan importantes?
El Caribe es una de las zonas geopolíticamente más relevantes del planeta. Además de albergar o lindar con los dos procesos políticos más radicales de la región, Venezuela y Cuba, es un importante territorio de circulación de capitales y mercancías entre el Atlántico y el Pacífico, Oriente y Occidente.
El Caribe ha sido históricamente una frontera disputada entre diferentes imperios europeos, y hegemonizada desde principios del siglo XX por los Estados Unidos. En la actualidad, la expansión china concentra allí buena parte de sus iniciativas comerciales y financieras.
Pese a ser uno de los países más pobres y desiguales del continente americano, Haití cuenta con abundantes recursos minerales de oro, cobre y bauxita, por un valor estimado de 20 billones de dólares. Los bajos salarios de su fuerza laboral son explotados con grandes beneficios para empresas internacionales, que en las zonas francas industriales confeccionan textiles y ensamblan piezas de electrónica para el mercado estadounidense. Además, el capital financiero y las economías ilícitas sacan enormes utilidades de las remesas de la diáspora haitiana y de los dividendos del narcotráfico, que encuentra en el país una estratégica estación de paso.
Haití tiene una gran significación política e histórica desde que aconteció allí, en 1804, la primera revolución social exitosa de América Latina y el Caribe, y se constituyó la primera República Negra del mundo. El intento por aniquilar su ejemplo significó el aislamiento del país y la imposición de una deuda por parte de Francia en 1825; una invasión de los Estados Unidos de 1915 a 1934; casi 30 años de dictadura de la familia Duvalier en la segunda mitad del siglo XX, que contó con el sostén internacional; y una ocupación cívico-militar de las Naciones Unidas desde el 2004 hasta la actualidad.