Queridxs amigxs,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Hace algunos días, conversé con una alta funcionaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Le pregunté si sabía cuántas personas viven en nuestro planeta sin zapatos. La razón por la que le hice esa pregunta es porque me estaba preguntando sobre la tungiasis, una infección producida por la entrada en la piel de un tipo de pulga de arena (Tunga penetrans). Este problema tiene diversos nombres en distintas lenguas: desde jigger o chigoe a niguá (español) o bicho do pé (portugués), a funza (kiswahili) o tukutuku (zande). Es un problema terrible que desfigura los pies y dificulta la movilidad. Los zapatos previenen que estas pulgas entren a la piel. Ella no estaba segura de la cifra, pero creía que probablemente al menos mil millones de personas viven sin zapatos. La tungiasis es solo una enfermedad entre muchas otras causadas por la falta de acceso a calzado, como la podoconiosis, que afecta a las personas que caminan sobre suelos rojos de arcilla volcánica que inflaman los pies en Centroamérica, las zonas montañosas de África e India.
Mil millones de personas sin zapatos en el siglo XXI. Cientos de millones son niños y niñas, quienes en muchos casos no pueden llegar a la escuela por esta situación. Sin embargo, la industria mundial de calzado produce 24.300 millones de pares de zapatos al año, es decir, tres pares para cada persona del planeta. Hay mucho dinero involucrado en esta industria: a pesar de la crisis por el COVID-19, se estima que el mercado mundial del calzado alcanzó los 384.200 millones de dólares en 2020, y se espera que llegue a los 440.000 millones en 2026. Los principales consumidores viven en Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia; mientras los mayores productores viven en China, India, Brasil, Italia, Vietnam, Indonesia, México, Tailandia, Turquía y España. Muchas de las personas que producen zapatos en países como India no pueden acceder a comprar siquiera las sandalias más baratas del mercado. Hay más que suficientes zapatos en el mercado, pero no hay suficiente dinero en las manos de cientos de millones de personas para poder comprar un par. Trabajan y producen, pero no pueden permitirse consumir lo necesario para tener una vida digna.
En junio de 2021, el Banco Mundial publicó Perspectivas Económicas Mundiales, en el cual se informa un aumento en la pobreza “por primera vez en una generación”. El análisis del Banco señala que “el COVID-19 causará un daño duradero en las condiciones de vida de la población más vulnerable”. En los países de bajos ingresos, 112 millones de personas ya viven con inseguridad alimentaria. El documento señala que «la pandemia también agravará la desigualdad de ingresos y de género, dado su enorme efecto negativo sobre las mujeres, los niños y los trabajadores no cualificados e informales, así como sus efectos adversos sobre la educación, la salud y el nivel de vida».
Antes de la pandemia, 1.300 millones de personas vivían en una pobreza multidimensional y persistente; ahora, sus carencias se han profundizado debido al modo en que ha sido enfrentada la pandemia por parte de los gobiernos y empresarios. De la población mundial que está en la pobreza extrema, un 85% vive en el sur de Asia y el África subsahariana. La mitad de las personas que sufren de pobreza extrema viven en solo cinco países: India, Nigeria, República Democrática del Congo, Etiopía y Bangladesh. El Banco Mundial estima que 2.000 millones de personas viven bajo el umbral de pobreza societal (lo que significa que al medir la línea de pobreza se considera la prosperidad de la economía).
El año pasado, el emblemático informe del Banco Mundial La pobreza y la prosperidad compartida 2020: un cambio de suerte señaló que “las personas que ya son pobres y vulnerables son las que más sufren la crisis”. El informe destaca el rol de la pandemia de COVID-19 en el aumento de los niveles de pobreza, pero añade el impacto negativo del cambio climático y los conflictos. Las personas pobres, de acuerdo con los datos del Banco Mundial, “siguen siendo predominantemente rurales, jóvenes y con poca educación”; de hecho, cuatro de cada cinco personas que viven bajo la línea de pobreza internacional residen en zonas rurales. Las mujeres y niñas están sobrerrepresentadas entre las personas pobres y con hambre. En base a este análisis, el Banco Mundial insta a los gobiernos a mejorar las políticas de bienestar para ofrecer ayudas a las personas desempleadas y lxs trabajadorxs pobres. Pero no tiene nada que decir a trabajadorxs agrícolas, pequeñxs agricultorxs o trabajadorxs informales, cuya labor productiva recibe tan poca compensación. Es por esto que cientos de millones de ellxs —en lugares como India, como muestra nuestro dossier nº 41— están en medio de una gran revuelta.
Ninguno de los informes del Banco Mundial indica algún camino que nos pueda permitir salir de esta catástrofe. El lenguaje de las conclusiones del informe es tibio y opaco. “Debemos comprometernos a trabajar juntos y trabajar mejor”, señala. No cabe duda de que la cooperación es esencial, pero cooperar ¿en qué?, ¿para quién?, y ¿cómo? Observando algunos paquetes que se ofrecen en países como Indonesia, el Banco promueve una serie de opciones de políticas públicas:
- Potenciar el sector de la atención sanitaria.
- Aumentar los programas de protección social para los hogares de bajos ingresos a través de transferencias de dinero, subsidios de electricidad, y provisión de alimentos, así como también ampliar los beneficios de desempleo a lxs trabajadorxs del sector informal.
- Implementar deducciones a los impuestos.
Estas medidas son atractivas, son demandas básicas de los movimientos sociales en todo el mundo. Tales demandas forman parte del programa de China de reducción de la pobreza, que consiste en “tres garantías y dos seguridades”: garantías de vivienda, atención sanitaria y educación, y seguridades de alimentos y vestimenta. Este programa está documentado en detalle en nuestro estudio sobre la erradicación de la pobreza extrema en China, que analiza cómo el país logró que 850 millones de personas salieran de la pobreza desde la Revolución china de 1949, lo que representa el 70% de la reducción total de la pobreza a nivel mundial. El Banco Mundial, a diferencia del gobierno chino, se vuelve incoherente cuando llama a una reducción de los impuestos a las grandes empresas como parte del marco para la reducción de la pobreza.
En qué tiempos vivimos cuando se nos pide que seamos razonables en un mundo en el que el desorden es la norma, el desorden de la guerra y las inundaciones, la peste de un tipo u otro. Hasta el Banco Mundial reconoce que, incluso antes de la pandemia, la tendencia era al desorden, a la deshumanización. Los cuatro jinetes del Apocalipsis moderno se han desatado en el mundo: la pobreza, la guerra, la desesperación social y el cambio climático. Este sistema no tiene respuestas a los problemas que crea.
Mil millones de personas sin zapatos.
Una de las grandes desventajas de nuestra actual escalada de atrocidades es la sensación de que no es posible nada diferente a esta pesadilla. No se pueden imaginar alternativas. La farsa impide pensar en un futuro diferente. Cuando hay intentos de crear futuros distintos —ya que siempre hay seres humanos resilientes—, quienes están en el poder se esfuerzan por sofocarlos. El sistema se dirige inexorablemente hacia el fascismo desde arriba (encarcelando a las personas “desechables” en prisiones y guetos) y hacia el fascismo desde abajo (aumentando las peligrosas fuerzas sociales racistas, misóginas y xenófobas). Para los poderosos y los propietarios es mejor encargarse de que no florezca ningún modelo alternativo. Esto pondría en duda la pretensión de que lo que gobierna el mundo ahora es eterno, que la Historia ha terminado.
Después de que los nazis asumieron el poder en Alemania, el dramaturgo Bertolt Brecht se refugió en Svendbord (Dinamarca). Allí, en 1938, escribió un poema que sugiere que ha llegado el momento de centrarse en el desorden y abrir la puerta a un futuro diferente:
Exclusivamente a causa del creciente desorden
en nuestras ciudades de la lucha de clases,
hemos decidido algunos de nosotros, en estos años,
no hablar más de ciudades junto al mar, nieve en los tejados, mujeres,
aroma de manzanas maduras en el sótano, sensaciones de la carne,
todo lo que redondea al hombre y lo hace humano;
sino hablar ya solamente del desorden,
es decir, volvernos unilaterales, secos, enredados en los asuntos
de la política y el árido vocabulario “indigno”
de la economía dialéctica,
para que esta temible conjunción apretada
de nevadas (no son solo frías, ya lo sabemos),
explotación, carne excitada y justicia clasista, no produzca
en nosotros una aceptación de tan multilateral mundo, una complacencia
en las contradicciones de tan sangrienta vida.
Ustedes comprenden.
Nuestras vidas son sangrientas. Nuestra imaginación está osificada. La necesidad de superar el desorden es inmensa. Los pies, con o sin zapatos, marchan con el olor de la fruta madura y de las ciudades junto al mar.
Cordialmente,
Vijay.