Queridxs amigxs,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Cada año, en septiembre, lxs jefes de gobierno acuden a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para inaugurar una nueva sesión de la Asamblea General. Los alrededores de la sede se llenan de colores, las delegaciones de cada uno de los 193 Estados miembros se concentran en el edificio de la ONU y luego salen a almorzar en la serie de restaurantes de sus alrededores que han resistido a la pandemia. En función de los conflictos que abundan, algunos discursos se toman en serio; los conflictos en tal o cual parte del mundo exigen que se preste atención a las declaraciones de sus dirigentes, pero fuera de eso hay una serie de discursos que se pronuncian y luego se olvidan.
El 25 de septiembre, la primera ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, subió al escenario en una sala de la Asamblea General de la ONU casi vacía. ¿Cuántos líderes más deben venir a este podio y no ser escuchados antes de que dejen de venir?», preguntó con énfasis. ¿Cuántas veces tenemos que dirigirnos a una sala vacía de representantes y a una institución pensada para discutir entre líderes los avances necesarios para evitar otra gran guerra o cualquiera de los otros grandes retos de nuestra humanidad? La primera ministra Mottley dejó de lado su discurso preparado, ya que, según dijo, sería «una repetición de lo que han escuchado de otros». En su lugar, ofreció una declaración mordaz: «Tenemos los medios para dar a cada niño y niña de este planeta una tablet. Y tenemos los medios para dar a cada adulto una vacuna. Y tenemos los medios para invertir en la protección de los más vulnerables de nuestro planeta frente al cambio climático. Pero decidimos no hacerlo. No es porque no tengamos lo suficiente. Es porque no tenemos la voluntad de distribuir lo que tenemos (…) Si podemos encontrar la voluntad de enviar gente a la luna y resolver la calvicie masculina (…) podemos resolver problemas simples como dejar que nuestra gente coma a precios asequibles».
La Organización de las Naciones Unidas se formó en octubre de 1945, cuando 50 países se reunieron en San Francisco para ratificar la Carta de la ONU. «Estamos en 2021», dijo la primera ministra Mottley, cuando hay «muchos países que no existían en 1945 que deben enfrentarse a su gente y responder a las necesidades de su pueblo». Muchos de estos países fueron en su día colonias, y sus líderes coloniales dejaron de lado el bienestar de sus pueblos en la ONU. Ahora, 76 años después, los pueblos de estos países —incluido Barbados— “quieren saber cuál es la relevancia de una comunidad internacional que sólo viene y no escucha, que solo habla, pero no hablará con los demás”, dijo.
Mientras lxs líderes mundiales se sucedían en el podio, Sacha Llorenti, secretario general del ALBA-TCP —una organización de nueve Estados de América Latina y el Caribe creada para fomentar la cooperación y el desarrollo regionales— formuló una pregunta fundamental durante un seminario web de No Cold War [No a la Guerra Fría] sobre la multipolaridad: «Si la Carta de la ONU se sometiera a votación hoy, ¿se aprobaría?».
La Carta está ratificada por todos los Estados miembros de las Naciones Unidas y, sin embargo, cláusula tras cláusula, sigue sin ser respetada por algunos de sus miembros más poderosos, con Estados Unidos a la cabeza. Si tuviera que catalogar los incidentes de desprecio mostrados por el gobierno de Estados Unidos a las instituciones de las Naciones Unidas y a la Carta de la ONU, el texto sería interminable. Esta lista tendría que incluir la negativa de Estados Unidos a:
- Firmar la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar de 1982.
- Ratificar el Convenio de Basilea de 1989 sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación, el Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1992, el Convenio de Rotterdam de 1998 sobre el procedimiento de consentimiento informado previo aplicable a ciertos plaguicidas y productos químicos peligrosos en el comercio internacional, y el Convenio de Estocolmo sobre contaminantes orgánicos persistentes.
- Adherir al Tratado de Roma de 2002 (que creó la Corte Penal Internacional).
- Participar en el Pacto Mundial sobre Migración de 2016.
Este inventario también tendría que incluir el uso de sanciones unilaterales, ilegales y coercitivas contra dos decenas de Estados miembros de las Naciones Unidas, así como la prosecución ilegal de guerras de agresión contra varios países (incluido Irak).
Si se sometiera a votación la Carta de la ONU, ¿ejercería el gobierno de Estados Unidos su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU? Basándonos en las acciones históricas del gobierno estadounidense, la respuesta es sencilla: sin duda.
Durante la sesión de la ONU, 18 países -encabezados por Venezuela- celebraron una reunión de ministros de Asuntos Exteriores del Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de la ONU. Una de cada cuatro personas que viven en el mundo reside en estos 18 países, entre los que se encuentran Argelia, China, Cuba, Palestina y Rusia. El Grupo, encabezado por el nuevo ministro de Asuntos Exteriores de Venezuela, Félix Plasencia, hizo un llamado a un «multilateralismo reforzado». Esto solo significa defender la Carta de la ONU: decir no a las guerras ilegales y a las sanciones unilaterales y decir sí a la colaboración para controlar la pandemia del COVID-19, sí a la colaboración en la catástrofe climática, sí a la colaboración contra el hambre, el analfabetismo y la miseria.
Estos países nunca llegan a definir lo que piensa la «comunidad internacional» porque esa frase se utiliza solo en referencia a Estados Unidos y sus aliados occidentales, que deciden por el resto del mundo lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo. Solo entonces, en la más solemne de las voces, se habla de la «comunidad internacional»; no cuando habla el Grupo de Amigos —que representa al 25% de la población mundial—, ni cuando habla la Organización de Cooperación de Shanghai —que representa al 40% de la población mundial—, ni siquiera cuando habla el Movimiento de los No Alineados con sus 120 miembros.
En la ONU, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijo: «No buscamos una nueva guerra fría». Esta es una buena noticia. Pero también es discordante. La primera ministra Mottley pidió claridad y honestidad. El comentario de Biden no pareció ni claro ni honesto, ya que, por las fechas de la reunión de la ONU, EE.UU. suscribió un nuevo acuerdo armamentístico que se disfrazó de pacto militar con Australia y el Reino Unido (AUKUS) y celebró una reunión del Quad (Australia, India y Japón). Ambos acuerdos tienen implicancias militares que pretenden presionar a China.
Más allá de esto, los documentos del gobierno estadounidense se refieren una y otra vez al deseo de que el ejército estadounidense se amplíe para «luchar y prevalecer en un futuro conflicto con China”. Esto incluye una reconfiguración de las actividades militares en el continente africano dirigida a hacer retroceder los intereses comerciales y políticos chinos. La solicitud de presupuesto adicional de Biden para el ejército estadounidense dice que esto es necesario «para contrarrestar la amenaza creciente de China».
Esta amenaza no es de China, sino contra China. Si EE.UU. continúa expandiendo su ejército, profundizando sus alianzas en la región del Pacífico y aumentando su retórica, entonces no es otra cosa que una Nueva Guerra Fría, otra acción peligrosa que se burla de la Carta de la ONU.
En el seminario web de No Cold War [No a la Guerra Fría] sobre la multipolaridad, «Hacia un mundo multipolar: Un Foro Internacional por la Paz», Fred M’membe, del Partido Socialista de Zambia, dijo que, aunque él creció en un mundo en el que la Guerra Fría bipolar parecía suponer una amenaza existencial, «el mundo unipolar es más peligroso que el bipolar». El sistema en el que vivimos ahora, dominado por las potencias occidentales, «socava la solidaridad mundial en un momento en el que la solidaridad humana es necesaria», afirmó.
No puedes comerte la Carta de la ONU. Pero si aprendes a leer y si lees la Carta, puedes utilizarla para luchar por tu derecho a la dignidad humana. Si los 7.900 millones de personas nos uniéramos y decidiéramos formar una cadena humana para promover nuestros derechos humanos —cada unx de nosotrxs con un metro de separación— formaríamos un muro que recorrería 6,5 millones de kilómetros. Ese muro daría 261 vueltas al ecuador. Construiríamos este muro para defender nuestro derecho a ser personas, para defender nuestra humanidad y para defender la naturaleza.
Cordialmente,
Vijay.