En Irán el término “guerra” es usado a menudo para referirse a las sanciones estadounidenses. “¿Por qué no nos dejan en paz?” preguntó mi amigo Hamid a fines del año pasado.
Hamid y yo nacimos en 1966 en el mismo pueblo cerca de las montañas Zagros en la región de Bakhtiari al sudoeste de Irán. A los diecinueve Hamid fue enviado a hacer dos años de servicio militar obligatorio. La guerra entre Irán e Irak estaba en su cuarto año. Cientos de miles de hombres jóvenes, muchos adolecentes, ya habían muerto. Después de diez días de entrenamiento, Hamid partió —Kalashnikov en mano— al frente. Un día frío de febrero de 1986, las puertas del infierno se abrieron. Las fuerzas de Saddam Hussein soltaron gas mostaza sobre las tropas iraníes. Veinte mil murieron inmediatamente, mientras 80.000 sufrieron el impacto. Los pulmones de Hamid fueron gravemente dañados, no podía hablar sin toser. Su piel estaba quemada en muchos lugares. Hamid sufre de depresión.
Hamid culpa a Estados Unidos y al gobierno iraquí por sus heridas. Tiene razón. Recientes documentos de la CIA confirman la complicidad de Estados Unidos en el uso de gas mostaza sobre jóvenes como Hamid. Ahora las sanciones estadounidenses se han vuelto más duras. Como trabajador temporal, Hamid apenas puede tolerar la insoportable presión económica de las sanciones sobre sus débiles hombros.
Trump retiró a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán en mayo de 2018. Tres meses después, las primera onda expansiva golpeó a los iraníes. La moneda iraní se desplomó en un 70%, causando una alta inflación. El costo de las necesidades básicas aumentó. El poder adquisitivo de los trabajadores ha caído un 53%. Un kilogramo de carne cuesta más que todo el sueldo diario de un trabajador.
Las sanciones han reducido los corredores oficiales de comercio, abriendo espacio para las redes de comercio informal y diversas formas de contrabando. La debilidad de la moneda iraní ha significado el aumento del precio de los bienes dentro y fuera de Irán. El contrabando de ganado hacia Irán aumenta cada vez más, lo que es un factor clave en el elevado precio de la carne. A medida que las sanciones aumentaron, también lo hizo el contrabando transfronterizo. Un estudio sugiere que el contrabando ha aumentado 37 veces su frecuencia previa a las sanciones.
Los medicamentos están exentos de las sanciones, pero aún así son escasos y caros. Las compañías que venden medicamentos de Irán huyen de la inestable situación económica y temen represalias de Estados Unidos. Las sanciones se centran en el transporte y la banca, lo que dificulta conseguir los medicamentos para el país y pagarlos. Los mercados inseguros son un buen ambiente de negocio para los especuladores, quienes compran y acaparan medicamentos, forzando el alza de los precios.
Las inversiones extranjeras colapsaron y el capital huyó del país. Una fuente oficial dice que desde el verano de 2017 cerca de 20 mil millones han salido de Irán. Las empresas también se han ido, lo que significa que las piezas de maquinaria y de autos no se consiguen con facilidad. La producción de vehículos ha caído en un 72%.
El desempleo ha aumentado. Los trabajadores a menudo escuchan de sus empleadores que no les pueden pagar porque “no hay dinero en ninguna parte”. El sector informal ha crecido, y los trabajos informales —sin seguro de salud ni de cesantía— se han convertido en la norma.
Hamid ha estado en el comercio informal por décadas. Raramente le pagan a tiempo. No recibir el sueldo a tiempo ahora es normal, a menudo con seis meses de pagos atrasados. Cada semana trabajadores de alguna parte de Irán se van a huelga para exigir sus salarios. El atraso en los salarios significa que los trabajadores deben tomar préstamos para cubrir sus necesidades básicas. Las personas menos afortunadas recurren a prestamistas usureros (quienes cobran tasas de interés de hasta un 70%). Los intereses se comen sus salarios impagos. Las sanciones estadounidenses han cortado su sustento. Se están ahogando.
Mientras Hamid —en un pequeño pueblo— lucha por sobrevivir, los iraníes de clase media buscan un modo de huir del país. Nunca había visto un deseo tan generalizado por dejar el país. Las personas de clase media no ven ningún futuro en Irán. Las filas fuera de las embajadas europeas se hacen cada vez más largas, mientras los anuncios de subastas de propiedades —“por emigración”— se están haciendo más comunes. Son pocos los compradores. El “bazar está durmiendo”, dice la gente. “No pasa nada ahora. Nadie vende, nadie compra”.
Hamid dice “Cuando el precio del dólar sube, el precio de todo sube —el tomate, el arroz, la carne, los medicamentos—, y nunca baja aunque el precio del dólar baje.
“Los iraníes”, se dice, “se han transformado en calculadoras”. La vida está llena de números. Seguir el tipo de cambio del dólar se ha convertido en una obsesión. Todo el mundo espera para saber dónde se fijará el Rial (la moneda de Irán). La estructura de la vida social está suspendida. Hamid comprueba el precio del dólar cada día. Lejos de su pueblo, Donald Trump tuitea sobre la guerra contra Irán. El 19 de mayo, Trump amenazó a los iraníes con un “final oficial”, una amenaza de exterminio. Cuando hace eso, el Rial responde y Hamid ve y siente el impacto. Las sanciones y amenazas de Trump proyectan una sombra de muerte, aunque todavía no se ha disparado ningún arma. La muerte prematura es tan frecuente que ya se ve como normal. Irán se ha debido preocupar de la muerte debido a las sanciones y a la retórica de guerra. La escasez de medicamentos ya ha matado personas.
Entonces los aviones se estrellan. En 1995, el presidente estadounidense Bill Clinton impuso sanciones contra la industria de aviación civil de Irán. Esto impidió que Irán pudiera comprar nuevos aviones y piezas de repuesto. La docena de aerolíneas de Irán tienen las flotas más antiguas del mundo. En febrero de 2018, un vuelo de Aseman Airlines con 66 personas a bordo se estrelló en las montañas de Zagros, no lejos del puebo de Hamid.
Hamid se preocupa por su hijo, Omid, ahora de 19 años. “Si comienzan una nueva guerra…”, dice, y luego se detiene, sus ojos bajan, la tos lo supera. Él ha visto cómo las guerras rompen cuerpos y almas. Si Estados Unidos no tuvo ningún reparo en proporcionar a Irak armas químicas para usarlas contra Irán los 80, ¿por qué no permitirían ahora que Arabia saudita e Israel hagan lo mismo? Nuestra generación fue gaseada por Saddam Hussein con el apoyo estadounidense. ¿Es ahora el turno de que la generación de Omid se destruya bajo las duras sanciones y la sombra de las bombas estadounidenses? |