La geopolítica de la desigualdad. Pistas para un debate sobre un mundo más justo
Dossier nº 57
Este dossier trata de la desigualdad, o las desigualdades, entre el Norte y el Sur, entre los ricos y los pobres, y entre las clases que trabajan y las que se benefician. Diversas fuerzas y vectores del capitalismo global que dividen, excluyen y polarizan el mundo producen esta desigualdad. Los collages de este dossier dan expresión a esta desigualdad y a la asimetría extrema que es una imagen de nuestro tiempo. Contraste es una palabra clave para esta serie, entre los colores, el equilibrio compositivo y el contenido, donde las actividades cotidianas —desayunar, ir al trabajo o dormir— se convierten en situaciones donde la desigualdad se vive y se siente íntimamente.
Fuentes de las imágenes: Wikimedia Commons, Biblioteca británica, Fotos Públicas, y el documental Las fuerzas de la desigualdad (Instituto Tricontinental de Investigación Social y Comuna Audiovisual, 2021).
Introducción
¿Cuáles son los elementos más característicos de nuestro tiempo histórico? Una pregunta que tiene múltiples respuestas. El capitalismo del siglo XXI nos muestra una aceleración sin precedentes: rápidas transiciones internacionales, conformación de un mundo indiscutiblemente multipolar, innovaciones tecnoproductivas significativas, nuevos desarrollos de la tecnología de la información y las telecomunicaciones que han cambiado las formas de vincularnos, entre muchas otras cuestiones.
Este marco de cambios acelerados en ocasiones parece desdibujar una de las cuestiones más evidentes y a la vez indignantes de nuestra existencia contemporánea: la diferencia abismal entre el nivel de vida de ricos y pobres a lo largo y ancho del mundo. Evidentemente, transitamos un tiempo en el cual el capitalismo global ha logrado barrer bajo la alfombra algunos de los resultados más dolorosos del proceso de exclusión social que implicó la emergencia del neoliberalismo y sus sucesivas crisis. Los discursos que una y otra vez fortalecen la mirada hegemónica del capital global concentrado nos llevan a naturalizar la producción y reproducción de la desigualdad en las sociedades contemporáneas, como si fueran el resultado de decisiones individuales de personas que no se esfuerzan lo suficiente o de los malos gobiernos. El Banco Mundial y las diversas usinas de pensamiento del globalismo neoliberal, aun cuando intentan colocarse el subtítulo “con rostro humano”, no dejan de reproducir estos análisis de acuerdo con los cuales la solución para reducir la extrema desigualdad de nuestro mundo sería otorgar las mismas oportunidades a todos y todas.
Los datos no parecen acompañar esta lectura simplista. El 1 % por ciento más rico del mundo concentra hoy más del 70 % de los ingresos. Esto implica que, para enero de 2022, poco más de 10 multimillonarios poseen más riqueza que unos 3.100 millones de personas (OXFAM, 2022). Los más ricos del mundo, una especie de plutocracia para algunos analistas, poseen ingresos que son impensables para el 80 % de la población mundial. Entre esas 2.600 personas multimillonarias, los más ricos son nombres conocidos (Dolan y Peterson-Withorn, 2022): Elon Musk (fundador y gerente de Tesla y , con una riqueza de 219.000 millones de dólares), Jeff Bezos (fundador y presidente de Amazon, con una fortuna de 171.000 millones de dólares), Bernard Arnault (presidente y gerente de LVMH, con 158.000 millones de dólares), Bill Gates (fundador y exgerente de Microsoft Corp, con un patrimonio de 129.000 millones de dólares) y Warren Buffet (gerente de Berkshire Hathaway, con una riqueza de 118.000 millones de dólares).
¿Qué alternativa tenemos para entender la desigualdad que no sea esta forma de echar culpas a los pobres de su condición? Vale la pena que tengamos en mente que la enorme brecha de desigualdad de ingresos y riqueza que vivimos no tiene solo referentes nacionales, sino que una parte importante de sus causas radican en las lógicas de polarización que ocasiona el capitalismo como sistema mundial. Es así que podemos diferenciar entre la escala global y la escala nacional para entender por qué se dan estos procesos de producción constante de un abismo entre ricos y pobres en el capitalismo contemporáneo.
Por estas cuestiones dedicamos este dossier 57 del Instituto Tricontinental de Investigación Social a discutir la geopolítica de la desigualdad, es decir, las condiciones de exclusión que el Norte impone al Sur y que intenta, por todos los medios, proponer la idea de que esta desigualdad es transitoria, y que debemos esforzarnos más para reducir las brechas.
La asimetría profunda entre Norte y Sur
Las tendencias del capitalismo contemporáneo, sobre todo desde 2008, han profundizado al extremo las dinámicas que producen la desigualdad y que están presentes desde el origen mismo del capitalismo. Luego de un período de relativa mejora en los ingresos de las clases trabajadoras, la ruptura definitiva de los regímenes fordistas en el Norte y de los órdenes nacional-populares en el Sur, tuvo como uno de sus resultados más salientes la ampliación de la brecha de condiciones de vida entre los extremos. Como siempre en este sistema, la opulencia de pocos es el hambre y la miseria de millones.
La dinámica acelerada del poder financiero occidental, la flexibilización de las formas de contratación, los procesos de trabajo y los tiempos de trabajo, la relocalización de la producción de bienes y servicios, entre otras cuestiones, fueron los elementos fundamentales de esta exacerbación del orden global desigualador desde la crisis petrolera de 1973. En definitiva, como destaca el geógrafo David Harvey (2007), el neoliberalismo fue un proyecto de las clases dominantes a escala global para recomponer su poder y sus ingresos.
En el siglo XXI, tres crisis financieras de alcance global ocasionaron nuevos procesos de redistribución de ingresos y riqueza en favor de la minoría rica. Sobre todo, la salida de la crisis de 2008 —momento en que explota la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos— no fue más que un intenso proceso de concentración del capital y los ingresos, es decir, del poder social del gran capital. Esto se dio con el protagonismo de las empresas líderes de las finanzas globales, la economía 4.0 y la gig economy como nuevo espacio dinámico de acumulación. La recuperación, por tanto, originó una nueva burbuja, esta vez basada en las empresas de alta tecnología, especialmente las plataformas digitales como el monopolio conocido como GAMA (Google, Apple, Meta, Amazon). Esta combinación de capital financiero y capitalismo de plataformas conducido desde el Norte Global no hizo más que profundizar la inestabilidad y la crisis. Todo el discurso celebratorio de la tecnología y los aumentos de productividad —supuestamente causales de un salto de bienestar en Occidente— que el Banco Mundial ha venido desarrollando desde 2016, cayó en saco roto una y otra vez. El resultado de este proceso de incorporación tecnológica no hizo más que acelerar la monopolización y la apropiación de ingresos de los pulpos financieros y high-tech. La contracara no fue el desempleo tecnológico, sino miles de millones de personas trabajadoras empobrecidas, aun teniendo un empleo asalariado (Benanav, 2021).
El coronashock, tema que hemos abordado en sus diferentes dimensiones en el Instituto Tricontinental de Investigación Social (2020), tuvo como resultado una duplicación de los ingresos del 1 % más rico de la población global. De acuerdo con el último informe de OXFAM (2022), en los años de pandemia cada 26 horas aparecía un nuevo multimillonario, mientras que los ingresos del 99 % de la población se deterioraron. En el mismo sentido, en el World Inequality Report 2022 que elabora el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Chancel et al., 2022), se presentan algunos datos que vale la pena retomar aquí. En primer lugar, de la riqueza total generada en el mundo, el 10 % más rico a escala global se apropia un 76 %, mientras que el 50 % más pobre de la población recibe solamente el 2 % de la riqueza total.
¿Qué importancia tienen las dimensiones geopolítica y geoeconómica en estos datos? Para nosotras y nosotros resulta clave: esta distribución desigual tiene diferencias sustantivas entre países y regiones. Si tomamos en cuenta la desigualdad en diferentes regiones del mundo, podemos ver que el Sur Global arroja índices de desigualdad de ingresos y riqueza mayores a los del Norte Global. En términos de ingresos, encontramos que en América del Norte y Europa occidental el 1 % más rico de la población recibía en 2020 alrededor del 35 % de la riqueza, mientras que el 50 % más pobre alcanzaba el 19 % del ingreso total. A diferencia de estas regiones del mundo, encontramos en América Latina, Medio Oriente y África del Norte, Asia meridional y África subsahariana una apropiación del producto nacional que representa entre el 9 % y 12 % para el 50 % más pobre de la población, mientras que el 10 % más rico apropia entre un 45 % y un 58 % (Chancel et al., 2022, elaboración propia).
Estos indicadores sistematizados por organismos internacionales muestran con claridad que la desigualdad en cada país y región alcanza diferentes niveles. Varios autores habían planteado, en su creencia de que la única alternativa es un mundo capitalista con rostro humano, la tendencia a la desaparición de la desigualdad Norte-Sur. Encontramos textos como el de Burbach y Robinson (1999), que destacaban una amplia convergencia de ingresos entre países como un hecho desde la caída del Muro de Berlín. Por su parte, trabajos como el de Hoogvelt (1997) afirmaban que la relación centro-periferia no era más que una relación geográfica, lo cual restaba importancia al vínculo orgánico entre los procesos de apropiación de ingresos en el Norte y en el Sur.
Estos estudios basan su análisis en que la polarización Norte-Sur remitía a una situación del norte industrializado versus el sur no industrializado. Con el crecimiento industrial de varias regiones, sobre todo de Asia, y sus implicancias en términos de aceleración en el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI), la interpretación que hacen es que las brechas de ingresos se están reduciendo como tendencia.
Estos análisis parecen responder más a una premisa político-ideológica que a la evidencia que nos ofrece el mundo capitalista contemporáneo. Como lo muestran en su trabajo Arrighi, Silver y Brewer “la división Norte-Sur permanece como dimensión fundamental de las dinámicas globales contemporáneas” (2003: 4). Nos parece importante señalar este punto, debido a que la mayor parte de los análisis sobre la desigualdad parten de una escala nacional y omiten el carácter desigualador del poder global sobre las regiones y pueblos oprimidos (Amin, 2000).
Las brechas de desigualdad en el Producto Bruto Industrial de diferentes regiones del mundo con respecto a los países del norte se redujeron. Contrariamente, la desigualdad en el ingreso per cápita de diferentes regiones periféricas con respecto al Norte Global se mantuvo muy elevada. Un caso paradigmático es la región de África del Norte y Medio Oriente, que representa un 185 % de la producción manufacturera del Norte, mientras que solo alcanza un 15 % del ingreso per cápita de los países ricos. Por supuesto, como hemos mencionado, Asia del Sur donde se encuentran la India y Bangladesh, así como el África subsahariana, poseen participaciones altas en las manufacturas y una desigualdad extrema con el Norte rico (solo 2,8 % y 3,4 % de los ingresos per cápita que tiene el Norte) (Elaboración propia en base a datos del Banco Mundial y de Penn World Table).
En concreto, mientras que la factoría del mundo es la periferia, los servicios, las finanzas y la producción de bienes complejos permanecen en poder de los centros. El Sur Global produce un 26 % más de manufacturas que el Norte y apropia un 80 % menos de ingresos per cápita (Ibid.). De esta manera, la explicación de la desigualdad debida a la falta de desarrollo de las fuerzas productivas pierde sentido. Este es un punto de importancia. Todos los enfoques liberales/neoliberales del desarrollo esperan que un proceso sostenido de industrialización de la periferia, siguiendo el planteamiento de Rostow (1960), permita alcanzar los niveles de vida del centro. Estas perspectivas parecen desconocer que la producción manufacturera se desplazó a la periferia y se ha acelerado la participación de la producción de estos bienes en relación con el Norte desde 1960 y, sin embargo, esto no ha modificado sustancialmente los patrones distributivos.
En definitiva, la distancia industrial que había a mediados del siglo XX entre países centrales y periféricos ha desaparecido casi por completo, pero el control del proceso productivo y del capital dinero que permite iniciar los ciclos de acumulación productiva están direccionados desde los centros del capitalismo global. Aquí radica la cuestión clave para comprender que el poder asimétrico entre el Norte Global y el Sur Global se expresa a través de una nueva lógica de subordinación y periferialización, que no se remite exclusivamente al intercambio desigual de mercancías manufacturadas versus bienes primarios. Por el contrario, es el control del proceso mismo de deslocalización y la integración asimétrica de las diferentes regiones en Redes Globales de Producción (RGP) lo que da lugar a las diferencias distributivas sustanciales, aun en el marco de procesos de industrialización acelerada de la periferia.
Un buen punto aquí es preguntarnos si es un buen indicador de la desigualdad la diferencia en el ingreso per cápita entre países. Desde el punto de vista de Milanovic (2013), por ejemplo, la desigualdad aparece así en menores niveles de la que realmente tenemos. Por ello propone tomar en cuenta el ingreso de las y los individuos. Si incluimos a las personas a lo largo y ancho del mundo en una unidad de medida comparable, encontramos que, por ejemplo, para los años 1970-2010 los coeficientes de Gini para los países nórdicos se ubicaron en niveles menores al 30 %, mientras que países como Brasil alcanzaron un nivel de desigualdad cercano al 60 %.
Si lo consideramos en conjunto, el Sur Global tiene una desigualdad personal de ingresos que para 2019 está un 33 % por encima respecto al Norte. Esto es debido a que el proceso de globalización neoliberal ha dado lugar a una extrema polarización de los ingresos entre los súper ricos y los más pobres del mundo, con un sector de ingresos medios que ha mejorado su posición. El aumento de más del 60 % de los ingresos del 1 % más rico entre 1988 y 2008 tuvo como contracara un crecimiento vegetativo de los ingresos de los sectores más pobres. Si miramos quiénes conforman este pequeño grupo de súper ricos, la mayor parte se encuentran en el Norte Global, mientras que algunos son ciudadanos de los grandes países emergentes del sur, principalmente China, India, Sudáfrica, Rusia e incluso algunos países de América Latina (Milanovic, 2013).
El ranking de mayor riqueza patrimonial que desarrolla la revista empresarial Forbes y que sintetizamos en la figura 1, da cuenta de esta distribución del ingreso global. En números más concretos, podemos ver que solo Estados Unidos, como representante clave de la geopolítica de la desigualdad, posee en 2022 a 37 personas de las 100 más ricas del mundo. Entre ellas concentran 2,3 billones de dólares; es decir, concentran más del 51 % de la riqueza en cuestión.
Pero aquí surgen algunos problemas importantes, que por lo general no son tenidos en cuenta por este tipo de análisis individual sobre la desigualdad. Analizar exclusivamente la desigualdad personal de ingresos entre extremos de población no hace más que ocultar un problema de peso: países con desigualdad personal de ingresos baja pueden tener ingresos reales absolutamente indignos para los niveles de desarrollo actuales de las fuerzas productivas del trabajo. Por ejemplo, Argelia posee índices de Gini similares a los de Noruega o Finlandia. Sin embargo, el ingreso medio diario de un hogar en Noruega alcanza los US$ 19.000 anuales, mientras que el de un hogar en Argelia es de US$ 2.600 anuales. Otro ejemplo significativo: Estados Unidos y la República Democrática del Congo. Ambos poseen un Gini de 42 % y el diferencial de ingresos medios anuales es abismal: US$ 19.300 en Estados Unidos y apenas US$ 892 en la República del Congo (Elaboración propia en base a datos de ILOSTAT).
Estos ejemplos marcan claramente una gran injusticia distributiva en el poder adquisitivo de los diferentes países, aun cuando los índices sintéticos de desigualdad son similares. Una interpretación que habitualmente defienden los organismos internacionales es que los países de ingresos medios tendrán más desigualdad que los países ricos y que los países pobres. El problema de esta interpretación es que se resta importancia a la vinculación orgánica entre Norte y Sur, entre desarrollo y subdesarrollo, entre centro y periferia y, finalmente, entre soberanía y dependencia. Las capacidades productivas y distributivas del Norte se construyen, como veremos en el punto siguiente, a través de la subordinación del Sur Global. Mientras que las y los individuos que se encuentran en la cola inferior de la distribución de ingresos en el Norte pueden acceder a una canasta de consumo por encima de la canasta de pobreza, en buena parte de los países del Sur la pobreza y la indigencia son moneda corriente de amplios porcentajes de la población.
La desigualdad entre clases en el Norte y el Sur Global
¿Cómo obtienen sus ingresos las y los individuos de diferentes regiones del mundo? Es decir, ¿qué relaciones sociales son las que dan lugar a una desigualdad sostenida de ingresos entre personas ricas y pobres? Solo reponiendo el proceso de clase que está detrás de la desigualdad podemos explicar su origen. Consideramos entonces que la causa primigenia de la desigualdad a escala nacional y global debe buscarse, en una primera instancia, en los incrementos de la desigualdad entre clases. Del total del producto generado a escala global, las y los asalariados se apropiaron una porción cada vez menor de ingreso desde la década de 1970 hasta hoy en día. Si tomamos el siglo XXI, encontramos que la caída continúa (del 54% pasó al 51% entre 2004 y 2021). Esta tendencia negativa en los ingresos del pueblo trabajador durante el siglo XXI solo se revirtió temporalmente en el marco de la crisis global en 2008-2009, a causa de que la caída de las remuneraciones de la clase trabajadora siempre es más lenta que las recesiones (Elaboración propia en base a ILO, AMECO y CEPALSTAT).
La disminución mundial de la participación de las y los asalariados en el producto en el siglo XXI la encabezan los países centrales, en particular aquellos pertenecientes a Europa Occidental y Estados Unidos, donde la participación del salario en los ingresos nacionales se redujo en más de 2 y 3 puntos porcentuales, respectivamente, desde 2004. Sin embargo, como podemos ver en la figura 2, las brechas entre países son tan amplias que aun cuando América Latina (hasta 2014) y China lograron por algunos años incrementos en la participación de sus asalariados, de ninguna manera alcanzan los niveles del Norte. Otras regiones de la periferia han visto incluso caer su ya muy baja participación del salario en el ingreso nacional, como Asia sudoriental. Los países en los cuales las y los trabajadores adquieren una participación en los ingresos nacionales mayores al 50 % son básicamente Estados Unidos, Canadá y aquellos que componen Europa Occidental, con la excepción de tres países de América Latina: Argentina, Chile y Brasil (López y Noguera, 2020).
Esto ha conducido a algunos autores, como Milanovic (2013), a afirmar que la desigualdad en el siglo XXI se explica más por la locación que por la clase.
¿Qué ocurre si consideramos la desigualdad como la distancia de los ingresos en relación de cada país con el promedio mundial? En un total de 163 países analizados, solo el 32% de los hogares tienen ingresos por encima del promedio global. De este total, solo unos pocos países de la periferia logran ingresos mayores a la media, mientras que el 100% de los países centrales se ubican por encima del ingreso medio mundial. Además, podemos ver que la distancia de los países del centro con respecto al ingreso medio mundial es muy elevada, donde se destacan casos tales como Luxemburgo, Noruega, Estados Unidos, Canadá, entre otros, que superan el 200 % de diferencia (Ibid.). Al mismo tiempo, son precisamente los países del Sur, la periferia del mundo, los que presentan mayores niveles de desigualdad de clase, tal como nos anticipa la participación de los asalariados en el ingreso (figura 3). Más aún si tomamos los ingresos de los capitalistas en relación con los ingresos de los asalariados, encontramos nuevamente que la mayoría de la periferia del mundo posee una desigualdad de clase que supera el promedio, mientras que todos los países del centro poseen menores niveles de explotación del trabajo en relación con el promedio.
Además de esto, y quizá más relevante aún, es que existe una relación directa de la desigualdad entre clases y la locación. En un capitalismo contemporáneo altamente interdependiente, globalizado, financiarizado y con altos niveles de deslocalización productiva, se han acentuado los patrones históricos de dependencia. Por un lado, se fortaleció el Norte como espacio geográfico de control de los procesos globales de acumulación y, en el mismo movimiento, se reestructuraron de manera regresiva las sociedades de la periferia. Vemos entonces que existen al menos cuatro procesos que con la emergencia del neoliberalismo y las sucesivas crisis contemporáneas han reforzado el poder de las clases dominantes a escala global: la transnacionalización del capital y la deslocalización productiva, la financiarización, la hiperconcentración del capital, y la revolución del transporte, las telecomunicaciones y la informática. Estos procesos asociados estuvieron fundamentados en el reimpulso del poder y los ingresos de las clases dominantes, solo fueron contrarrestados con la reemergencia de otros polos de poder global con miradas divergentes a la dinámica occidental de desarrollo (Arrighi, 2007).
El desafío de contrarrestar las tendencias
El capitalismo de nuestro tiempo tiende a multiplicar las desigualdades del Norte respecto al Sur, del capital frente al trabajo y de los ricos frente a los pobres. Desde nuestra mirada, la profundización de la dependencia estructural de los países del Sur Global es uno de los determinantes clave de la dinámica de pauperización de las grandes mayorías de la población del mundo. Una concentración de ingresos sin precedentes, que tiene como trasfondo una concentración de poder única, que no es más que un indicador de una dinámica estructural de periferialización del Sur respecto al Norte, a través de su inclusión subordinada en Redes Globales de Producción. Estas redes dieron como resultado una nueva división internacional del trabajo, que reserva al Norte la dirección y el control de los procesos productivos y descentraliza la producción en sí hacia otras regiones, para aprovechar costos menores y acceso a recursos naturales.
Es así como la geopolítica de la desigualdad refuerza las dinámicas de apropiación de ingresos diferenciales entre trabajo y capital, entre diferentes grupos de trabajadores y trabajadoras, entre individuos y entre quienes obtienen rentas por propiedad de diferentes activos (tierra, tecnología, etcétera.) y quienes no.
Frente a estas tendencias, ¿qué alternativas nos quedan a los pueblos del Sur? Más allá de que la batalla aparezca en los términos de David contra Goliat, comenzar a pensar en algunos puntos clave nos da otra perspectiva:
- La desconexión parcial de las cadenas globales
La promesa de las cadenas globales de valor de permitir el desarrollo de polos modernos que traccionen al conjunto de las economías de la periferia tuvo el resultado exactamente opuesto al esperado: aumentaron las desigualdades entre sectores internacionalizados y el resto de los sectores. Estos aumentos de las brechas de desigualdad deben combatirse con una mediación estatal, que comience a poner por encima de la participación en cadenas globales la participación en redes de comercio Sur-Sur, basadas en la complementariedad. Este distanciamiento con las cadenas globales implica una desconexión parcial de las lógicas de control por parte del capital del Norte de los procesos productivos globales, y la consecuente expoliación del trabajo del Sur para satisfacer necesidades del Norte Global.
- Apropiación estatal de rentas
Una forma por excelencia de la desigualdad de clase en nuestros países es la apropiación oligárquica de rentas de la tierra, rentas mineras, rentas tecnológicas, entre otras. La intervención concreta del Estado en la apropiación de las rentas resulta clave para amortiguar los procesos de incremento de ingresos de las clases dominantes que nada tienen que ver con sus aumentos de inversiones sino, casi exclusivamente, con la propiedad de un factor fijo de producción a la posibilidad de patentamiento para uso exclusivo.
- El cobro de impuestos al capital especulativo
La celebrada movilidad del capital global no hizo más que acentuar los ingresos especulativos en los países del Sur, produciendo ataques a las monedas nacionales, procesos de financiarización y fuga constante de capital. Una carga impositiva alta al capital especulativo y una participación mixta entre capital privado y público puede mejorar sensiblemente las lógicas de control de procesos nacionales de producción y acolchonar las crisis que, por lo general, se expresan en una salida masiva de capital, profundizando el desempleo y la pobreza.
- La nacionalización de los bienes y servicios estratégicos
Apuntar a un proceso de desarrollo nacional y regional más igualitario requiere avanzar en la nacionalización de los bienes estratégicos, lo que resulta clave para reducir el grado de extranjerización de las economías del Sur. En buena medida, retrotraer las medidas privatizadoras del Consenso de Washington puede permitir mayores márgenes de soberanía nacional, a la vez que orientaciones estratégicas sobre cómo utilizar los recursos que pertenecen a los pueblos y que deben favorecer a las mayorías.
- El cobro de impuestos a las súper ganancias empresariales y personales
Una cuestión de peso es diferenciar, incluso en el marco del capitalismo, los sectores de ganancias normales o promedio de los sectores con súper ganancias. Es claro, por lo que hemos dicho en este dossier, que los sectores más dinámicos de la economía global son aquellos vinculados a las finanzas y las plataformas. En los países de la periferia los sectores transnacionalizados o que poseen fuerte inserción comercial son los que logran mayores niveles de ingresos. Por lo general, estos aumentos de ganancias no redundan en mayores niveles de empleo, mejores salarios, etcétera. Por lo tanto, diseñar impuestos que recaigan sobre aquellos sectores que tengan hiperrentabilidad es una necesidad imperiosa.
Por supuesto que estos puntos son solo algunos aspectos parciales del debate. Consideramos que debemos profundizar en ellos para articular nuestras luchas nacionales con perspectivas globales y con demandas a los Estados para abandonar las políticas de austeridad, que no hacen más que acentuar cada día las brechas entre ricos y pobres, entre Norte y Sur. Ya por este tiempo, estas brechas resultan insoportables desde un punto de vista humano.
Referencias bibliográficas
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