DossierNº 78

Desconexión y multipolaridad: ¿Cómo reinstalar el debate sobre el desarrollo en América Latina?

Lejos del anhelo productivista, el mundo del siglo XXI requiere reinstalar y repensar categorías para debatir el desarrollo de los países de la periferia del mundo.

Los gráficos de este dossier fueron creados utilizando la proyección cartográfica Equal Earth, que representa con mayor exactitud los tamaños de los países y continentes, especialmente en la periferia. Equal Earth desafía los sesgos de las proyecciones tradicionales, y representa visualmente el mundo de forma más precisa.

Fuente: Tom Patterson.

Hoy por hoy, no queda bien decir cosas en presencia de la opinión pública:
el capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado;
el imperialismo se llama globalización;
las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos.

Eduardo Galeano
Patas para arriba. La escuela del mundo al revés


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Introducción

Después de lo que fue el esplendor de la oleada progresista de los primeros años del siglo XXI, atravesamos ahora en América Latina años en los cuales se vuelven a matizar los conceptos, como lo había planteado Eduardo Galeano a fines de los años noventa. No llamar a las cosas por su nombre por el temor a quedar expuestos por supuesta incorrección política, cede la rebeldía y la radicalidad a las derechas en lugar de a quienes soñamos, pensamos y luchamos por un mundo más justo

El debate sobre el desarrollo de los países de la periferia del mundo también requiere reinstalar y repensar categorías. El desarrollo ha sido parte de la agenda política mundial a lo largo del siglo XX. En el marco de la disputa por la hegemonía global entre la tríada imperialista (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón) y el bloque soviético, las usinas del pensamiento del centro capitalista propusieron en la década de 1950 su receta para los países del Tercer Mundo: la modernización capitalista. Esta receta, nacida sobre todo de un intelectual con vínculos directos con el hard-power estadounidense, Walt Rostow, que la propuso en su libro Etapas del crecimiento económico, un manifiesto no comunista, de 1960, indica el camino a seguir —en teoría— por los países no desarrollados para lograr los niveles de industrialización, crecimiento y distribución de ingresos del centro. Básicamente, la idea es el desarrollo de las fuerzas del capital, donde el ahorro interno (la austeridad), la postergación del consumo popular y la apertura comercial y financiera son los elementos clave que darían lugar al despegue y luego a la completa modernización de las economías nacionales.

Frente a esta propuesta hegemónica, emergieron en la periferia mundial una serie de debates muy importantes acerca de cuáles eran las condiciones concretas de las economías periféricas. La condición dependiente de los países de la periferia fue reconocida como una barrera al desarrollo, mientras que el centro se beneficiaba por los bajos precios de las materias primas y las posibilidades de bajos costos laborales que la periferia ofrecía. En este contexto, la conformación de los proyectos nacional-populares en la periferia latinoamericana y la conformación del Proyecto de Bandung en abril de 1955 permitieron pensar, como señala Samir Amin (2003: 33), en el desarrollo como un concepto crítico del capitalismo globalizante. Las ideas del desarrollo nacional con desconexión del ciclo de acumulación global y en el marco de relaciones de cooperación entre las naciones periféricas, fueron un desafío de peso para el orden social de posguerra conducido por el imperialismo estadounidense. En esta línea de pensamiento, desconexión significaba seguir una dinámica de desarrollo económico que no se basara en ser la periferia del centro, sino, más bien, situar los intereses de la población de los países periféricos en el centro de su proyecto nacional o regional. Consideramos que estos debates fueron parte de los fundamentos ideológicos de los procesos de descolonización en Asia y África, y del momento de mayor esplendor de la autonomía económica de la región latinoamericana.

Por esto, en este Dossier no. 78 nos encargamos de introducir una discusión acerca de cuáles son las posibilidades que abre la actual crisis del capitalismo global para los proyectos de desarrollo regionales latinoamericanos y del Caribe. Lejos del anhelo productivista de que con la industrialización alcanza, el mundo del siglo XXI nos coloca en una disyuntiva acerca de nuestra participación en las cadenas globales de valor bajo el comando de los grandes capitales de Occidente y sus gobiernos afines. ¿Qué otras opciones se avizoran para el desarrollo autónomo de nuestros pueblos? ¿Qué importancia cobran las alianzas y las cooperaciones sur-sur para una trayectoria de independencia económica y soberanía política? Son algunas de las preguntas que nos hacemos en esta nueva producción del Instituto Tricontinental de Investigación Social de cara a aportar al debate sobre la necesaria desconexión del ciclo capitalista.

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El lugar de la periferia latinoamericana en el orden mundial capitalista hoy

Uno de los puntos de partida centrales de la teoría de la dependencia ha sido reconocer que no hubo en nuestra región ningún proceso de transición del feudalismo al capitalismo (Bambirra, 1977; Marini, 1973). Por el contrario, América Latina transitó desde la etapa colonial hacia un capitalismo global ya con cierto grado desarrollo, y con un rol muy específico en el momento de expansión del imperialismo inglés de fines del siglo XIX: ofrecer materias primas baratas para reducir los costos de reproducción de la fuerza de trabajo en el centro. Este rol de proveedores de materias primas fue estudiado como una de las causas por las cuales la región latinoamericana no ha logrado niveles elevados de desarrollo industrial y autonomía en los ciclos de acumulación (López y Barrera, 2018).

Sin embargo, los años que van desde la crisis de la década de 1930 hasta mediados de la década de 1970 estuvieron marcados por un grupo de países que lograron una industrialización intermedia y una cierta sustitución de sus importaciones, mientras que otros países de la región, sobre todo en el Caribe, permanecieron sumidos en la lógica de las economías de enclave.

Esos años marcan un cambio respecto al momento inicial de inserción de América Latina en el mercado mundial, pero de todas formas la región continuó en una posición subordinada a través del intercambio desigual. Esto se debe a dos cuestiones de peso: por un lado, el sector primario continuó teniendo alta rentabilidad y competitividad internacional, mientras que la industria manufacturera sólo lograba reproducirse a escala nacional. Por otro lado, la industrialización estuvo guiada por dos fuerzas: la fuerza oligárquica que dio lugar a un tipo específico de industrialización que se ha dado en llamar industrialización oligárquico dependiente, muy vinculada a las rentas extraordinarias de los capitales primario exportadores (Cueva, 1978); y el papel central del capital extranjero para abonar al proceso de acumulación de capital, que dio lugar a una gran concentración del capital y una explotación del trabajo más alta que la tuvo lugar en los centros del capitalismo global.

Estos lugares históricos de la región latinoamericana se trastocaron luego de la emergencia del neoliberalismo en la década de 1970. La dependencia tomó la forma de una financiarización de las economías latinoamericanas que recibieron el reciclaje de los petrodólares que absorbió Estados Unidos a través del “shock Volcker”,1 lo que dio lugar a las crisis de deuda pública en la década de 1980 en toda la región. Al mismo tiempo, se aceleró la extranjerización de las economías nacionales involucrando ahora a la región como una parte de las cadenas globales de valor en una posición subordinada en los extremos de dichas cadenas: desarmando los entramados industriales previos y fortaleciendo nuevas lógicas de saqueo de recursos naturales.

La crisis del proyecto neoliberal y en 2005, el No al ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), impulsado por Estados Unidos2, marcaron una nueva etapa que lejos de llegar a consolidarse se desvaneció en el aire en un plazo no mayor a 10 años. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) creada en 2004 como proyecto de integración alternativo, con el fuerte respaldo de Hugo Chávez y varios presidentes de la región, perdió impulso tanto por el asedio de la contraofensiva neoliberal-imperialista que empezó a intensificarse en 2012, como debido a la falta de apoyo de los gobiernos progresistas que fueron moderando sus iniciativas políticas, económicas y diplomáticas. En este contexto, el retroceso fue notable. Si bien hubo algunos debates en torno a una nueva ola progresista en la región, nos resulta evidente que la radicalidad de los proyectos actuales está muy por debajo de lo que ocurrió a partir de las movilizaciones de masas que enfrentaron los años neoliberales (Tricontinental, 2023). Los años transcurridos, sobre todo luego de la pandemia, dejan en claro los límites de una agenda tímidamente progresista para alterar el lugar subordinado que el capital global destina a nuestros países.

Tomemos tres variables importantes para explicar la situación dependiente de las economías de la región: la extranjerización, la posición en cadenas globales de valor y los costos laborales. Estas variables están incluidas en un artículo de López y Noguera (2020) que permite dar cuenta de la posición dependiente de los países de la región. Se puede ver su expresión en este Índice de dependencia.

Figura 1. Índice de dependencia por país. Año 2018.

Fuente: Elaboración propia en base a datos de Penn World Table, TiVA-OCDE, Banco Mundial y UNCTAD.

Esta figura nos permite ver que los países de la periferia presentan mayores grados de dependencia.

La dinámica global del capitalismo se pretende imponer a través del control financiero, la logística y la digitalización, e intenta reproducir la dependencia de la periferia. Por ello, si bien los niveles de participación del capital extranjero en el centro y en la periferia son similares, existen dos diferencias cualitativas muy importantes. La primera de ellas es que mientras los capitales que operan en los países centrales tienen su actividad mayormente orientada a la realización del valor en el mercado interno, en las economías periféricas prevalece una participación del capital extranjero que apunta a realizar el valor en el mercado externo. Este elemento era uno de los más importantes que Marini (1973) señalaba como determinante en el ciclo del capital en la periferia: la baja de demanda de consumo popular. La segunda es que el centro posee niveles más profundos de financiarización, lo que implica que posee el control accionario de la mayor parte de las empresas transnacionales que operan en la periferia. El control del proceso de acumulación de la periferia está dirigido por el centro.

Frente a esta situación de subordinación ¿cuál ha sido la estrategia de desarrollo de los gobiernos progresistas de la región en el marco de su presunta segunda ola del siglo XXI? Dentro de la agenda de los progresismos de estos tiempos, parece ocupar un lugar clave la idea de que nuestros países requieren de un proceso de industrialización acelerada, basado en la incorporación de alta tecnología, con orientación exportadora, para así romper las cadenas del desarrollo dependiente, en una regresión permanente a la ideología de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). La apuesta es poner en práctica un sendero de crecimiento similar al que siguieron los llamados “tigres asiáticos” en el siglo pasado, aprovechando además las posibilidades de industrializar los bienes comunes abundantes de nuestra región.

En buena medida, estas miradas continúan depositando la confianza en el rol de la industria manufacturera, cuando el mayor crecimiento de los empleos en la región se explica por el crecimiento del empleo en servicios financieros, de salud y de transporte (OIT, 2023). Además, sin duda, la industrialización en sí no da garantías de una mejora productiva que permita la desconexión de nuestras economías y el avance hacia mayores niveles de soberanía e independencia económica. Esto es debido a que la pregunta central pasa por la caracterización de los actores que llevarán adelante el proceso de desarrollo. En general, las apuestas progresistas parecen obviar dos cuestiones cruciales para pensar un sendero de desarrollo nacional autónomo: el alto grado de extranjerización de la mayor parte economías de la región y la subordinación del pequeño y mediano capital a las dinámicas del gran capital concentrado, generalmente extranjero. Estas cuestiones son clave para pensar por qué nuestros países no logran romper el círculo vicioso de la dependencia con actores que son o bien sus beneficiarios directos (grandes capitales transnacionales) o quienes producen las condiciones para la producción y reproducción de la dependencia (capitales nacionales grandes).

El punto central es que, en el mundo actual, la periferia ya es la fábrica del mundo. Los procesos de deslocalización productiva en la constante búsqueda de reducir costos y en construir nuevos espacios para de alta rentabilidad para el capital, condujeron a incluir como productores de manufacturas a la mayor parte de la periferia como nos muestra el cuadro 1:

Cuadro 1. Relación de la producción manufacturera y el ingreso per cápita de diferentes regiones periféricas con relación al centro (promedio 2000-2019).

2000–2019

Regiones Ingreso per cápita versus ingreso per cápita del norte
Manufacturas vs Manufacturas del Norte
Periferia
17.7% 126%
Africa Sub-Sahariana 3.4% 113%
América Latina 19.5% 113%
Este Asiático y Pacífico 12% 144%
Europa y Asia Central 52.7% 98%
Asia del Sur 2.8% 111%
Norte de África y Medio Oriente 15.5% 185%
Centro
100% 100%
Ámerica del Norte 109.9% 84%
Unión Europea 74% 96%
Australia y Nueva Zelanda 115% 101%
Japón 101.1% 119%
Fuente: Elaboración propia en base a datos del WDI.

Mientras que las periferias del mundo producen más manufacturas que el centro, el ingreso per cápita de los países de la periferia se encuentra muy por debajo de la situación promedio de los países del centro. Por esto, la estrategia de industrialización por sí misma no funciona como proyecto de desarrollo autónomo e inclusivo para la periferia, sino que hoy no hace más que replicar su subordinación a los roles que le asignan las grandes corporaciones del centro en las cadenas globales de valor. La periferia latinoamericana no posee grados importantes de diversificación de su producción manufacturera y sobre todo no produce bienes industriales de alta tecnología como lo vemos en la figura 2.

Figura 2. Industrias de media y alta complejidad técnica como porcentaje del valor agregado manufacturero. Año 2023.

Fuente: Elaboración propia con base en OIT, ONU-COMTRADE y Banco Mundial.

Europa y América del Norte mantienen el control casi completo de las manufacturas de alta complejidad y, como contracara, las manufacturas de menor complejidad las concentran los países periféricos. La excepción son, por supuesto, algunos países de Asia. Para los gobiernos progresistas esto se debe a la falta de un plan de desarrollo nacional que favorezca al capital que desarrolla las industrias de tecnología, siguiendo los lineamientos de la nueva CEPAL. Sin embargo, esta asimetría productiva es propia del capitalismo que, no solo es un sistema basado en la desigualdad a escala nacional sino también a escala global. Como nos recordaba Samir Amin (2003: 10), el capitalismo es un “sistema polarizador” entre naciones. Mientras que en los países del centro existe una diversificación productiva y una centralidad en los servicios, las finanzas y los bienes industriales de alta complejidad, las periferias ocupan hoy, además de su rol histórico de proveedoras de materias primas, el lugar de los ejércitos de reserva con bajos salarios para la producción de manufacturas básicas para proveer al mercado mundial. Los países periféricos comercian más con las naciones centrales de las que han dependido históricamente que con otros países periféricos, con una participación creciente en cadenas globales de valor que reafirman estas posiciones.

La CEPAL en la década de 1980 comenzó a fusionar ideas desarrollistas y perspectivas globalistas y a partir de entonces plantea la necesidad de intensificar la producción manufacturera de alta complejidad y posicionar a los países de América Latina en una estrategia exportadora. Este debe ser el horizonte de desarrollo para los países dependientes. El optimismo en esta estrategia de desarrollo extrovertida parece reconocer como deseable la movilidad internacional de capital en busca de mejores plataformas de exportación. Esto no hace más que multiplicar las posiciones dependientes de nuestros países.

Esta mirada parece olvidar lo obvio: los patrones espaciales del desarrollo capitalista están impulsados ​​la búsqueda constante de ganancias privadas. Las empresas capitalistas tienen como opciones para aumentar sus ganancias el empleo de nuevas tecnologías, exprimir más a las y los trabajadores —aumentando la duración de la jornada laboral o empeorando las condiciones laborales—, o la inversión en ubicaciones geográficas más rentables. La inversión de capital excedente en diferentes partes del globo proporciona una solución espacio-temporal para la disminución de la rentabilidad debido al aumento de los costos de producción y la desaceleración del crecimiento en las ubicaciones existentes. En palabras de Harvey (2014: 152): “La organización de nuevas divisiones territoriales del trabajo, de nuevos complejos de recursos y de nuevas regiones como espacios dinámicos de acumulación de capital brindan nuevas oportunidades para generar ganancias y absorber excedentes de capital y mano de obra.”

Es así que la deslocalización y la fragmentación de la producción en cadenas de valor globales, que se presenta como solución espacio-temporal a los problemas de rentabilidad del gran capital global, permite a las empresas del centro incrementar la tasa de ganancia mediante la integración de áreas de menor costo al proceso general de producción. Las oportunidades de ganancias que hacen que regiones particulares sean atractivas para la inversión y acumulación de capital, pueden incluir excedentes de fuerza de trabajo de bajo costo, habilidades laborales particulares, desarrollo tecnológico rápido, mercados en rápido crecimiento, infraestructura de calidad y existencia de recursos naturales puntuales.

Es claro que los países integrantes originales del grupo de los BRICS (China, India, Brasil, Rusia y Sudáfrica), algunos de sus nuevos miembros y quizá algunas economías del Sudeste asiático, si bien son subordinadas en el orden global, poseen un desarrollo de sus fuerzas productivas que las acerca más a posiciones que pueden disputar la estabilidad del orden unipolar que Estados Unidos intenta imponer hoy a través de la extrema militarización en su ascenso en espiral hacia el hiperimperialismo (Tricontinental, 2024). Este grupo de países, muestra a las claras que la multipolaridad es una construcción espacio-temporal contrahegemónica que puede poner en cuestión la construcción espacio-temporal hiperimperialista y abrir lo que David Harvey (2000), ha dado en llamar espacios de esperanza que logren enfrentar a los espacios del capital.

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La disputa por el Estado nacional y la multipolaridad como oportunidad

Dado el marco que presentamos, las deficiencias de la perspectiva de la CEPAL y otros proyectos de desarrollo para la periferia latinoamericana giran en torno de dos cuestiones clave. La primera de ellas es que tienen su origen en una mirada Estado-céntrica en la cual el Estado aparece como un actor del desarrollo, externo a la dinámica de acumulación de capital y a la lucha de clases en sí. En lugar de pensar al Estado nación como una relación social, que por tanto cristaliza las luchas de clases, pero en un marco estructural de predominio de relaciones capitalistas, es decir de poder asimétrico entre trabajo y capital. Esto que parece una obviedad desde nuestro punto de vista, parece ser completamente borrado como problema para el desarrollismo del siglo XXI y es, en buena medida, una de las causas centrales de que en la región no pueda trazarse un sendero de desarrollo estable, independiente, soberano y con mejoras sensibles de bienestar para las mayorías populares. Básicamente, esta mirada Estado-céntrica deja de lado la importancia de las estrategias de confrontación con los sectores más concentrados del capital por considerarlos parte necesaria de una estrategia de desarrollo o bien su actor fundamental. Es aquí donde radica uno de los puntos más importantes. Si pensamos en el desarrollo como lo planteaba Samir Amin, como concepto crítico del capitalismo, la disputa del Estado nacional desde una perspectiva transformadora se vuelve completamente indispensable.

En segundo lugar, todos los enfoques que centran su mirada en el Estado nacional asumen que el lugar subordinado de América Latina en el orden global es producto estrictamente de la incapacidad de los gobiernos de la región de promover una estrategia de desarrollo exitosa, competitiva y de cara a las necesidades del mundo actual. En esta interpretación parece de segundo orden la dinámica global de acumulación, el incremento constante de las desigualdades que acarrea la participación en cadenas globales de valor para los países de la región y la importancia de la construcción de una escala geográfica acorde a las necesidades de la periferia, es decir, la construcción de una estrategia multipolar. Los polos de poder globales están planteados con claridad, la pérdida de capacidad hegemónica de Estados Unidos es un hecho, sobre todo luego de 2001 y el fracaso del proyecto de un nuevo siglo americano. Ante esto, la estrategia hiperimperialista involucra un riesgo profundo para la humanidad. En este marco, la capacidad de integrar regiones y superar las lógicas de unipolaridad que el centro intenta desarrollar, es una parte crucial de la agenda por un desarrollo alternativo, soberano e independiente para América Latina.

Por estas cuestiones, consideramos que una estrategia de desarrollo para la región latinoamericana, debe poner en cuestión el lugar que le asignan a la región los grandes capitales globales y sus gobiernos, a la vez que disputar el ordenamiento de prioridades que los Estados nacionales que aceptan estas condiciones de desigualdad y que ponen como actor central del desarrollo al gran capital. Esta estrategia no sólo es perjudicial para el pueblo trabajador de América Latina, sino que además ha llevado al fracaso constante de los gobiernos progresistas. Por eso, una estrategia de desarrollo en el contexto actual, entendida como un concepto crítico del capitalismo, requiere de la construcción de un proyecto político de coordinación continental basado en la cooperación frente a la lógica de la competencia, la complementariedad frente a la sustitución de producción, la unidad continental frente a los acuerdos bilaterales, el respeto por los bienes de la naturaleza frente al despojo, el desarrollo de condiciones nacionales de valorización frente a la primacía exportadora, la garantía de derechos frente a la precarización de la vida.

En buena medida, la agenda estratégica 2030 de ALBA-TCP va en línea con estas necesidades de nuestros pueblos, en los planos económico, político, social y cultural (ALBA-TCP, 2024). Claro que el éxito de este proyecto para el conjunto de América Latina requiere profundizar la discusión en aquellos países que hoy se encuentran en senderos diferentes. El crecimiento de los proyectos entreguistas de las derechas extremas, de las derechas conservadoras clásicas y la claudicación del horizonte emancipatorio en los proyectos progresistas, ha llevado a un proceso de semi-balcanización de la región y a una nueva dinámica de subordinación de parte importante de nuestro territorio a los designios del centro.

Para que esta agenda se amplifique y aporte a un sendero de desarrollo independiente y soberano, podemos anunciar al menos cuatro aspectos básicos de desconexión que contribuirían a la multipolaridad desde nuestra región:

  1. Desconexión financiera: los gobiernos deben desarrollar y profundizar herramientas tales como el Banco del ALBA, pero también la participación en el Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS para generar estrategias de financiamiento propias de la región, orientadas a las actividades productivas y a eliminar el dólar de la mayor parte de las transacciones llevadas a cabo en región. Sin moneda soberana, sólo se profundizará la dependencia financiera y la volatilidad económica de la región.
  2. Desconexión comercial: basar la estrategia comercial en la cooperación regional, la complementariedad de producciones de bienes de consumo masivo como alimentos, energía y servicios básicos. A su vez, es clave pensar el autoabastecimiento de buena parte de los productos necesarios en la propia región, lo cual implica una estrategia de valorización basada en los ingresos del pueblo y no en la lógica de la superexplotación.
  3. Desconexión en recursos estratégicos: la región posee una capacidad muy importante para producir energía y productos primarios. Lograr una industrialización sustentable, en armonía con la reproducción de la vida, requiere pensar en estrategias no capitalistas, con amplia participación de los Estados nación y los pueblos en la planificación de estos recursos.
  4. Desconexión logística: una infraestructura pública común para el desarrollo comercial, para la circulación de personas y para el desarrollo de una red de servicios resulta muy importante para destruir los monopolios logísticos de empresas, generalmente impuestas por grandes corporaciones transnacionales, como ocurre hoy con puertos, vías navegables y carreteras.

Seguramente habrá otros elementos que resulten importantes para pensar una estrategia de desarrollo para la región. En todos los casos, construir un proyecto independiente, soberano, basado en nociones de igualdad, de humanidad y de respeto por nuestro planeta en estos tiempos de depredación, requiere romper con el lenguaje de lo correcto, que es el lenguaje del capital y llamar a las cosas por su nombre. Los países de la periferia latinoamericana, somos países dependientes como resultado de años de opresión y de expoliación de los países del centro con la consolidación de una clase dominante y una forma de Estado que reproducen habitualmente estos intereses. Enfrentar esta opresión comienza por pensar con la cabeza donde los pies pisan y eso requiere mucho más que pensar el desarrollo como una industrialización.


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Notas

1 Se ha dado en llamar shock Volcker al incremento de la tasa de interés de los bonos del Tesoro estadounidense al 11,2% en 1979 y luego al 20% 1981, un ajuste monetario ortodoxo llevado a cabo cuando Paul Volcker presidía la Reserva Federal durante el gobierno de Ronald Reagan (Federal Reserve Bank St. Louis, disponible en: https://fred.stlouisfed.org/graph/?g=S9gl).

2 México se unió en 1994 al Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y Estados Unidos. Ante el fracaso del tratado continental, Estados Unidos optó por firmar tratados de libre comercio separadamente. En 2004 Costa Rica, El Salvador, República Dominicana, Guatemala, Honduras y Nicaragua firmaron el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana. Tratados bilaterales con Estados Unidos fueron firmados por Chile en 2003, Colombia en 2006, Panamá en 2007 y Perú en 2009.

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Referencias bibliográficas

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Amin, Samir.  Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no norteamericano. Buenos Aires: Paidós, 2003.

Bambirra, Vania. Teoría de la dependencia: una anticrítica. México: Era, 1977.

Cueva, Agustín. El desarrollo del capitalismo en América Latina. México: Siglo XXI, 1978.

Galeano, Eduardo. Patas para arriba. La escuela del mundo al revés. Buenos Aires: Siglo XXI, 1998.

Harvey, David. Espacios de Esperanza. Madrid: AKAL, 2000.

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López, Emiliano y Deborah Noguera. “Crecimiento, distribución y condiciones dependientes: un análisis comparativo de los regímenes de crecimiento entre economías centrales y periféricas”. El Trimestre Económico, vol. 87. Fondo de Cultura Económica, 2020, pp. 463 – 505. Disponible en: https://www.eltrimestreeconomico.com.mx/index.php/te/article/view/936/1131.

Marini, Ruy Mauro. Dialéctica de la dependencia. México: Era, 1973.

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Fuentes de datos

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