El siglo XX, el Sur Global y la posición histórica de China
El académico chino Wang Hui repasa el siglo XX, nacido de las múltiples revoluciones en las zonas periféricas del mundo, incluida China.
Prólogo
Wang Hui (nacido en 1959) es profesor de lengua y literatura chinas en la Universidad Tsinghua y director del Instituto Tsinghua de Estudios Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales. Es autor de varios libros importantes, entre ellos, el estudio en cuatro volúmenes The Rise of Modern Chinese Thought [Auge del pensamiento chino contemporáneo] (现代中国思想的兴起), publicado en 2004, cuyos dos primeros volúmenes ya están disponibles en inglés en Harvard University Press. En una extensa reseña, Zhang Yongle, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Beijing, escribió que “desde el fin del período Qing– principios del período republicano (comienzos del siglo XX) no había aparecido en China nada comparable a la obra de Wang Hui” (2010: 47-83).
Los primeros trabajos de Wang Hui versaron sobre Lu Xun (1881-1936), a menudo considerado el fundador de la literatura china moderna. En el, descubrió un personaje comprensivo que quería ahondar en las profundidades del pensamiento y la cultura chinos, pero que era consciente de sus limitaciones en un mundo en el que el progreso tecnológico había acelerado el reloj. De esta revelación se desprenden dos puntos: en primer lugar, que la gravedad del colonialismo europeo obligó a los países fuera de Europa a medirse con su estándar –una medición que buscaba dejarlos sintiéndose en falta– y, en segundo lugar, que el desarrollo humano no es lineal, ni siquiera en Europa, ni tiene una base territorial, lo que significa que los países y las culturas aprenden unos de otros y se enriquecen mutuamente de sus recursos culturales. La oposición binaria occidental entre tradición y modernidad oculta, por un lado, el inmenso peso del viejo mundo sobre el nuevo y, por otro, la influencia mutua entre Europa y el resto del mundo. Esta orientación hacia el pasado permitió a Wang Hui aceptar tanto que hubo revoluciones vanguardistas en el siglo XX, a partir de la Revolución Rusa de 1905, como que estas rupturas revolucionarias mantuvieron una continuidad con el pasado y se inspiraron en él de formas productivas e improductivas. Una cuidadosa reconstrucción teórica del pasado aporta mucho más que un interés de anticuario: revela la forma en que países como China se desarrollan a través de su compleja relación tanto con la inmensidad de su ruptura con el pasado (las revoluciones chinas de 1911 y 1949) como con las raíces de estas rupturas, tanto con una historia que las precede como con zonas del mundo (como la Unión Soviética) que influyeron en ellas. Esta actitud enriquecida hacia el mundo cultural de China permitió a Wang Hui producir una obra de enorme importancia sobre el pensamiento chino.
En este contexto, quizá no resulte sorprendente que China no haya sido un marco de referencia para los trabajos académicos desde la época colonial. China, en el modo de pensamiento colonial, se comparaba con Occidente o se evaluaba utilizando conceptos y categorías occidentales y siempre se la consideraba carente o inferior. Una vez más, los conceptos binarios de avanzado frente a atrasado frenan el pensamiento intelectual serio. Europa no es avanzada, ni China es atrasada, y estas dos regiones no son inmunes a influenciarse mutuamente. Sin embargo, la arrogancia del modo de pensamiento colonial sigue presente en nosotros. No solo hay un desconocimiento general del pensamiento chino (aunque esto está cambiando ahora), sino que ha habido poca interacción en las academias fuera de China con los debates y discusiones intelectuales chinos. Precisamente por eso, el Instituto Tricontinental de Investigación Social se unió con la importante revista china Wenhua Zongheng (文化纵横) para producir una edición internacional, de cuyo consejo editorial forma parte Wang Hui.
De mayo de 1996 a julio de 2007, Wang Hui fue el editor de la influyente revista china Dushu (读书, o Lectura). El primer número de esta revista, de 1979, incluía un ensayo de Li Honglin titulado No Forbidden Zone in Reading [No hay zona prohibida en la lectura], que abogaba por un “movimiento de liberación del pensamiento”. Antes y después de su estancia en Dushu, Wang Hui escribió una serie de importantes ensayos sobre la necesidad de revitalizar la política en China. “La democracia occidental basada en elecciones generales no es el único modelo de democracia”, escribió, “ni la democracia es una práctica meramente formal. La democracia debe basarse en el dinamismo político. Una vez que se pierde este impulso, ninguna forma de democracia puede sobrevivir” (2016: 160). Este dinamismo, argumentó Wang Hui en una serie de ensayos, tenía que provenir de la línea de masas, que Mao Zedong había descrito como “de las masas, a las masas”.
En abril de 2020, Wang Hui publicó un interesante artículo en Wenhua Zongheng titulado [Personalidad revolucionaria y filosofía de la victoria: Conmemoración del 150 aniversario de Lenin] (汪晖, 《革命者人格与胜利的哲学– – 纪念列宁诞辰150周年》). En este ensayo, Wang Hui reflexiona sobre la aparición de un nuevo dinamismo y una revitalización política en el gobierno chino y en el Partido Comunista de China, especialmente en torno a la respuesta a la pandemia del COVID– 19: la línea de masas, el optimismo revolucionario y la importancia de un partido con una o un líder que tenga una personalidad revolucionaria. Sin embargo, se trata de una combinación frágil, en la que cualquiera de los elementos puede cambiar y que requiere vigilancia intelectual. Eso es precisamente lo que Wang Hui ha hecho en los numerosos ensayos y libros que ha publicado en los últimos 30 años, así como en este dossier. Nos enorgullece presentar el ensayo de Wang Hui en nuestro dossier de octubre de 2024, octubre por la Revolución Rusa y 2024 por el centenario de la muerte de Lenin.
Introducción
El siglo XX ha pasado. ¿Cómo puede entenderse el legado histórico de la China del siglo XX y su posición en la historia mundial? El preámbulo de la Constitución de la República Popular China (1949) afirma: “En el siglo XX China ha experimentado grandes cambios históricos que han estremecido al mundo” (1982). Las guerras del imperialismo y la Guerra Fría moldearon profundamente a China, pero las revoluciones desencadenadas por la guerra y las crisis sociales, especialmente la fundación de la República Popular China dentro de estas revoluciones, han tenido un impacto indeleble en los cambios posteriores de China y del mundo. No solo se completaron la independencia nacional y la industrialización durante las revoluciones y procesos de construcción, sino que las relaciones sociales, humano-naturales, geopolíticas y de otro tipo experimentaron transformaciones sin precedentes. Es difícil encontrar un ámbito que no haya experimentado cambios profundos, desde las lenguas habladas y escritas hasta los sistemas políticos, desde las organizaciones sociales hasta el trabajo y el género, desde las modas culturales hasta la vida cotidiana, desde las relaciones urbano-rurales hasta las regionales, desde las creencias religiosas hasta la ética social. El “corto siglo XX” fue configurado por un proceso vasto, complejo, profundo e intenso, con una densidad, profundidad y amplitud sin precedentes.1 Hoy en día resulta difícil imaginar una vida distinta a la que ha transformado el siglo XX. Sin las exploraciones, innovaciones y fracasos de las revoluciones, es imposible comprender la importancia de esta época.
El nacimiento del siglo marca la aparición de la simultaneidad global en la historia china y las luchas y exploraciones para transformar el desequilibrio interno de las relaciones simultáneas. Solo desde una doble perspectiva del contexto histórico chino y las convulsiones históricas del mundo podemos comprender la posición de la China del siglo XX.
Primera parte: El nacimiento del siglo
A finales de los siglos XIX y XX, en el contexto de cambios significativos, diversas fuerzas formularon sus propias valoraciones de la “propensión de los tiempos” (时势), dando lugar a opiniones enfrentadas sobre el propio concepto de tiempo. Por ejemplo, el pensador político y reformador Kang Youwei propuso el “calendario confuciano” en el Prefacio a las notas del capítulo Lijing del Libro de los Ritos (《禮運注》叙, publicado en 1901 pero escrito en 1884 según su propio registro), mientras que el filósofo Liu Shipei propuso el calendario del “Emperador Amarillo” en 1903. Estas perspectivas sobre el tiempo eran a menudo opuestas entre sí, pero compartían una nueva conciencia de progreso en cuanto a la unificación de la historia y la línea temporal histórica.
En la medianoche del 30 de enero de 1900 – el Año del Gengzi2 y también el año 26 del reinado del emperador Guangxu de la dinastía Qing – Liang Qichao, reformista chino, erudito y periodista exiliado en Hawai, conmovido por los acontecimientos escribió el poema A Song for the Pacific Ocean in the Twentieth Century [Una canción para el océano Pacífico en el siglo XX] (《二十世紀太平洋歌》), en el que reflexionaba: “De repente, me pregunto qué noche es ésta, y qué lugar es éste, dándome cuenta de que es el límite entre dos siglos, y el centro de los hemisferios oriental y occidental”. Liang Qichao reunió dos importantes conceptos nuevos: uno que representa el tiempo: el siglo XX, y otro que simboliza el espacio: el Océano Pacífico. Esta nueva perspectiva espacio-temporal, muy diferente de las expresiones anteriores, se generalizó más tarde y proporcionó un nuevo marco para explorar la posición histórica de China en el siglo XX.
Analicemos primero el concepto de tiempo. El calendario gregoriano, que se estableció en 1582, fue utilizado inicialmente por los territorios católicos de ultramar de España y luego adoptado por Gran Bretaña en 1752, Japón en 1873, China en 1912 y Rusia en 1918. Para Liang Qichao, un siglo no era solo un método de numeración de años, sino también una forma de entender y definir la propensión histórica de los tiempos, de juzgar la base para la acción. Todas las concepciones del pasado, el presente y el futuro se recombinaban en este intenso cambio de conciencia histórica. Aunque el concepto de siglo XX surgió en el contexto del entrelazamiento con narrativas confucianas como la Teoría de las tres edades3 de Gongyang, fue más bien producto de que estas narrativas tradicionales eran incapaces de hacer frente a la naturaleza de los profundos cambios de la época.
La universalización del concepto “siglo” es resultado de la nueva propensión de los tiempos. Desde una perspectiva espacial, la era del Pacífico está estrechamente relacionada con el ascenso de Estados Unidos desde finales del siglo XIX. El centro capitalista mundial comenzó a desplazarse desde el Atlántico hacia el Pacífico. En este vasto espacio, más allá de los viejos imperios del siglo XIX, surgieron dos nuevas entidades político-económicas o, en palabras del político Yang Du, “naciones de guerra económica”, concretamente Estados Unidos y Japón, que cambiaron drásticamente la situación mundial. China y su destino en el siglo XX estuvieron estrechamente ligados a esta transformación.
Liang Qichao comenzó a utilizar el término “imperialismo nacional” en sus largos poemas y en 1903 analizó las características del siglo XX desde una perspectiva económica. Ese año, durante una gira por Estados Unidos, Liang Qichao examinó de cerca esta “nación de guerra económica” y publicó el extenso artículo Trust, the Giant of the Twentieth Century [Trust, el gigante del siglo XX] (《二十世紀之巨靈托拉斯》), en el que analizaba las nuevas características del capitalismo del siglo XX, como los monopolios económicos, la sobreproducción y el control del capital. Propuso que “el trust es el imperialismo del ámbito económico; la tendencia inevitable del ámbito político hacia el imperialismo, y la tendencia inevitable del ámbito económico hacia el trust, son ambos resultados inevitables de la selección natural” (1903). Esto complementaba su interpretación en A Song for the Pacific Ocean in the Twentieth Century sobre la verdadera fuerza motriz de la expansión estadounidense en el Pacífico tras la guerra hispano-estadounidense (1898).
El siglo XX en China fue la primera época de la historia del país en definirse a sí misma con el concepto de “siglo”, y los juicios sobre las características de esta época estaban estrechamente ligados a las observaciones de todo el patrón mundial. Las obras de Liang Qichao A Song for the Pacific Ocean in the Twentieth Century [Una canción para el océano Pacífico en el siglo XX] (1900) y Trust, the Giant of the Twentieth Century [Trust, el gigante del siglo XX] (1903); Monster of the Twentieth Century: Imperialism [El monstruo del siglo XX: el imperialismo] (1901), de Kōtoku Shūsui; El imperialismo: un estudio (1902), de J.A. Hobson; American Trust and Its Economic, Social, and Political Significance [El trust estadounidense y su significado económico, social y político] (1903), de Paul Lafargue; El capital financiero (1910), de Rudolf Hilferding; La acumulación de capital (1913), de Rosa Luxemburgo; El ultra-imperialismo (1914), de Karl Kautsky y El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), de Vladimir I. Lenin, forman parte de una larga secuencia que contempla la naturaleza del siglo XX. El imperialismo no es solo un sistema económico y militar expansivo, sino también un espectro ideológico y de valores, en el que intervienen diversas narrativas sobre los otros y sobre sí mismo a través de un sistema de conocimiento expansivo. La toma de conciencia del “siglo” es tanto un reconocimiento como una fuerte resistencia a este proceso.
El advenimiento del “siglo” es un acontecimiento: la adopción de este concepto del tiempo se hizo precisamente para poner fin a los antiguos conceptos del tiempo, de tal forma que el siglo XX no podía derivar ni evolucionar de forma natural a partir de estos conceptos anteriores, ni de las cronologías dinásticas, ni del calendario del Emperador Amarillo, ni del calendario confuciano, ni podía ser captado a través de los conceptos secuenciales del tiempo de los siglos XVIII, XIX y XX. Sin embargo, todos los demás conceptos del tiempo se reconstruirían como la prehistoria del siglo XX. El concepto de “siglo” proporciona un marco epistemológico que integra diversos espacios y tiempos en una historia universal de simultaneidad, lo que suscita reflexiones sobre los desequilibrios, contradicciones y conflictos internos de esta historia universal. La distinción del siglo XX de todas las épocas pasadas no es solo una distinción temporal, sino una captación de la propensión de los tiempos. En este momento histórico único, para que el pueblo chino creara su propia prehistoria para la China moderna y distinguiera la posición única de China en el mundo, también tuvo que pensar en los problemas de Europa y de todo el mundo en los siglos XVIII y XIX, e incluso en periodos anteriores.
Por lo tanto, la narración histórica del siglo XX debe entenderse de manera inversa: el siglo XX no es el resultado de su prehistoria, sino su creador.
Segunda parte: Revoluciones en zonas periféricas
La Europa del siglo XIX es el eje central de la narración histórica moderna. Muchos debates históricos y teóricos, ya sea sobre el periodo clásico, la Edad Media, el periodo moderno temprano o el siglo XX y las eras posmodernas, se reconstruyen en su mayoría según la visión histórica y la conciencia de los problemas del siglo XIX europeo. El siglo XIX y el concepto de modernidad se superponen casi por completo: tiene sus raíces en la doble revolución (la Revolución Francesa y la Revolución Industrial Británica) y en la narrativa de la modernidad capitalista. Las revoluciones, el capital, los imperios y sus fluctuaciones en Europa constituyen el relato central. Los cambios en otras regiones del mundo están subordinados a esta historia central.
Comparado con el “largo siglo XIX”, el siglo XX sigue siendo una breve “época de extremos”: La Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, la limpieza étnica, la Guerra Fría, las tiranías, etc., son todos experimentos sociales que fracasaron.4 En una ocasión, Eric Hobsbawm lamentó que el siglo XX estuviera íntimamente ligado al destino de un solo país: la Unión Soviética. En tales narrativas, ¿qué posición ocupan China y otros mundos no occidentales?
El auge del imperialismo, el patrón de las grandes potencias tanto de competir como de colaborar para repartirse los territorios coloniales, y el desplazamiento del centro de poder mundial al Pacífico constituyen las condiciones históricas necesarias para comprender las cuestiones fundamentales del siglo XX. Desde la perspectiva de China, si hablamos únicamente del fenómeno del imperialismo, resulta difícil trazar hoy una frontera tan clara como la que delinearon muchos escritores clásicos sobre el imperialismo entre 1840 y 1870.
Simultáneamente al desplazamiento del centro capitalista mundial, el nacimiento del siglo XX vino acompañado de una serie de revoluciones en las zonas periféricas. El imperialismo no es solo un sistema internacional, sino también militar, económico, político, social y cultural que se infiltra internamente en las sociedades. Lo que distingue claramente el siglo XX del XIX son las revoluciones en zonas no occidentales, que se nutrieron de las condiciones internas y externas de la era imperialista. La novedad de este nuevo periodo no se define únicamente por la versión desarrollista de que el capitalismo se extendió desde las zonas centrales al escenario mundial. Por el contrario, también estuvo configurado, por un lado, por la constante resistencia de las colonias y semicolonias contra la hegemonía imperialista del desarrollo económico, así como por su lucha por la independencia política y la supervivencia cultural y, por otro, por las transformaciones de las relaciones sociales internas que obstaculizaron tanto los objetivos como la exploración de nuevas formas sociales en este proceso de resistencia y transformación.
Por ejemplo, en la era de la guerra y la revolución, para comprender las transformaciones de la China del siglo XX a través de la propia guerra, es necesario preguntarse cuáles fueron las características de la guerra de esta época en China. La Expedición al Norte (1926-1928), la guerra Revolucionaria Agraria (1927-1937), la guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa (1937-1945), la guerra de Liberación (1946-1949) y las guerras anteriores al siglo XX, como las guerras del Opio (1839-1842, 1856-1860), la guerra Sino-Francesa (1884-1885) y la guerra Sino-Japonesa (1894-1895), presentan diferencias significativas. Se trata de conflictos de organizaciones revolucionarias movilizadas en la guerra, conflictos de revolución llevada a cabo mediante la guerra, luchas por construir un país revolucionario durante la guerra, luchas por crear un nuevo sujeto político “el pueblo” mediante la guerra, guerras que combinaron la guerra de liberación nacional con la guerra antifascista internacional, y guerras que alcanzaron el objetivo de la liberación nacional mediante guerras revolucionarias internas y resonaron con el movimiento socialista internacional.
En este contexto nació la China del siglo XX. Por ello, es probable que el siglo XX no se defina, como sugirió Eric Hobsbawm, únicamente por un solo país (la Unión Soviética), sino que esté, más bien, vinculado a revoluciones en zonas periféricas y a sus consecuencias secuenciales. Discutir los puntos de partida y de llegada del siglo XX es, por tanto, explorar los múltiples orígenes, los procesos intrincados y las formas en declive de las oleadas revolucionarias de esta época.
Un análisis de esta cuestión debe comenzar con un estudio de la no uniformidad del sistema imperialista. Si esta crea el “eslabón débil” de este sistema internacional, las divisiones internas causadas por la competencia entre las grandes potencias también proporcionan el “eslabón débil” para las revoluciones internas. Así, en la era del imperialismo, existen dos tipos de eslabones débiles. Un tipo de “eslabón débil”, como dijo Lenin, es “la desigualdad del desarrollo económico y político” como “una ley absoluta del capitalismo”, que lleva a la conclusión de que “es posible que el socialismo triunfe primero en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país en forma aislada”. Otro “eslabón débil” surge del desigual desarrollo político y económico interno, así como de las contradicciones entre los agentes imperialistas dentro de las naciones oprimidas. Este segundo “eslabón débil” proporcionó las condiciones para que las fuerzas revolucionarias chinas sobrevivieran y se desarrollaran en el vasto campo, a lo largo de las fronteras provinciales y en las zonas periféricas (1961: 709).
Percibo el “corto siglo XX” como el siglo de las revoluciones. Este siglo revolucionario no tuvo su origen en el establecimiento de la hegemonía económica y militar en Europa o Estados Unidos, sino en la nueva “no uniformidad” causada por el proceso de establecimiento de dicha hegemonía – o, más exactamente, en las oportunidades revolucionarias creadas por esta “no uniformidad” – , que consiste en una serie de grandes acontecimientos interconectados: revoluciones nacionales, políticas y sociales. La guerra Ruso– Japonesa (1904–1905) desencadenó directamente la Revolución Rusa de 1905, que inspiró la huelga masiva del Partido Socialista Polaco y la insurrección de Lodz ese mismo año, afectando a la Revolución Constitucional Persa (1905–1911) y a la Revolución Turca (1908– 1909). Estas revoluciones, junto con la Revolución China de 1911, formaron una secuencia revolucionaria en Asia (y Europa del Este).5 La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia y la Gran Revolución o Revolución Nacional de 1924 en China bajo el Primer Frente Unido, que también pueden situarse dentro de esta secuencia revolucionaria, proporcionaron la premisa para el movimiento de la revolución de la tierra dirigido por las y los comunistas chinos.
La Revolución de Octubre suele entenderse en el contexto de la guerra europea, pero esto pasa por alto la continuidad entre esta revolución y la secuencia revolucionaria asiática. Estrechamente relacionados con esta secuencia están los movimientos de descolonización e independencia nacional que se desarrollaron de diferentes formas en distintos países y regiones, como el movimiento independentista indio. Aunque todas estas revoluciones y movimientos tuvieron lugar en contextos históricos y culturales diferentes, constituyendo trayectorias modernas distintas, sus interconexiones e inspiraciones mutuas son evidentes.
Años más tarde, estas revoluciones y movimientos formaron parte de los cimientos históricos de la Conferencia de Bandung (1955) y del Movimiento de Países No Alineados (desde 1961 hasta la actualidad). Por lo tanto, el nacimiento del “corto siglo XX” tuvo que comenzar con una exploración de los “eslabones débiles”, que solo pueden identificarse dentro de la búsqueda de oportunidades para la revolución y el cambio. Desde el punto de vista de la búsqueda de oportunidades para la revolución y el cambio, no es la antigua rivalidad geopolítica euroasiática, sino la situación revolucionaria provocada por la nueva estructura de Asia tras la guerra Sino-Japonesa y la guerra Ruso-Japonesa, no las guerras imperialistas, sino el “despertar de Asia” desencadenado por estas guerras y configurado por la serie de revoluciones antes mencionadas, lo que marcó los múltiples comienzos del “corto siglo XX”.
Por tanto, desde el punto de vista temporal, el “corto siglo XX” no comenzó en 1914, sino entre 1905 y 1911; desde el punto de vista espacial, no partió de un único punto, sino de un conjunto de puntos de partida; y desde la perspectiva de la oportunidad, no surgió de guerras destructivas, sino de la doble exploración que pretendía romper el sistema imperialista y los viejos regímenes. Geopolíticamente, el siglo XX no fue solo una era poscolonial, sino también una era postmetropolitana,6 durante la cual las revoluciones y reformas en las zonas periféricas no solo transformaron sus propias regiones, sino también las relaciones centro-periferia del mundo, afectando significativamente a las regiones centrales y a las transformaciones que experimentaron.
Solo recientemente, en un momento en que los países del Sur Global representan casi el 60% del PIB mundial y los países BRICS más del 30%, se empiezan a comprender las características de la “era postmetropolitana”, aunque se trata de un proceso prolongado (Tricontinental, 2024). Los conceptos transgeopolíticos ampliamente utilizados de “tricontinentalismo” (亚非拉), el auge de los movimientos independentistas nacionales y del Movimiento de Países No Alineados, y la aparición del Sur Global a lo largo de esta trayectoria se derivan de este proceso revolucionario secuencial. ¿Qué es el Sur Global? El Sur no es solo una región o una mera zona “atrasada” o empobrecida. En la tradición de la Conferencia de Bandung, resuena con el Este, formando unidad a través de las diferencias. China y el Sur Global ya no son solo zonas periféricas totalmente dominadas por las metrópolis coloniales de la era colonial; son las fuerzas de la época que impulsaron la transición de la era metropolitana a la era postmetropolitana. Este proceso comenzó hace un siglo y es una de las premisas para entender el siglo XXI.
Tercera parte: La política del desplazamiento y la creación de continuidad
El nacimiento del siglo representa la transformación de múltiples mundos bajo marcos temporales diferentes en desigualdades dentro de un mundo de sincronicidad, creando así una necesidad absoluta de observar la historia a lo largo de un eje horizontal. En realidad, esta transformación temporal está condicionada por la llamada “revolución espacial”. Bajo la premisa de la revolución espacial, las relaciones temporales adquieren cada vez más un carácter lateral, y los cambios contemporáneos —así como los discursos que describen estos cambios— no pueden narrarse a lo largo de un eje longitudinal de relaciones diacrónicas. Por el contrario, deben explicarse a través de múltiples marcos temporales. Resumo este fenómeno como movimiento lateral conceptual, cuya función es transformar contenidos históricos de diferentes líneas temporales en realidades que puedan ser expresadas por el mismo conjunto de discursos dentro de un marco de sincronicidad.
En este contexto, ¿cómo se desarrolla la política? Sin una serie de conceptos o categorías totalmente nuevos, la política del siglo XX y su significado histórico parecen imposibles de representar. Al mismo tiempo, si estos conceptos, que han sido traducidos o adaptados, se utilizan como categorías fundacionales para construir y explicar escenarios históricos, el desajuste entre los sistemas discursivos y las condiciones sociales suele ser bastante evidente. En esta época, conceptos como individuo, ciudadano, Estado, nación, clase, pueblo, partido político, soberanía, cultura y sociedad se vuelven centrales en la nueva política; la producción, los modos de producción, las formaciones sociales y sus conceptos asociados se convierten en categorías fundacionales para describir las sociedades chinas y de otros países; los conceptos de “eslabones débiles”, relaciones amigo-enemigo, “zonas fronterizas”, “zona intermedia”, “Tres Mundos”, frente unido, etc. surgen de evaluaciones y reflexiones estratégicas y tácticas sobre las realidades globales e internas en condiciones imperialistas.
Dipesh Chakrabarty, un destacado estudioso indio de estudios subalternos, descubrió que los esfuerzos por buscar sujetos revolucionarios en la India y otros países no occidentales han producido una serie de sustitutos para la categoría occidental de proletariado, tales como campesinos, masas, subalternos, etc. (2011: 163-76). Sin embargo, el fenómeno de la repetición y el desplazamiento no solo se produce con categorías como el proletariado, sino también con casi todas las categorías mencionadas anteriormente. Tanto la revolución como la contrarrevolución encarnan la lógica de este desplazamiento.
Estas categorías no pueden explicarse simplemente por la lógica del siglo XIX, ni por sus raíces clásicas. La mayoría de estos conceptos, categorías y proposiciones clave (con la excepción de unos pocos que surgieron de luchas específicas, como “zonas fronterizas” y “zona intermedia”) tienen su origen en traducciones y apropiaciones de conceptos y proposiciones europeas del siglo XIX. Sin embargo, el contenido político de estos términos o conceptos —como Estado, soberanía, pueblo, clase, ciudadano, partido político, etc.— no puede definirse únicamente por sus orígenes europeos. Lxs revolucionarixs y reformistas del siglo XX rápidamente utilizaron estos conceptos, categorías y proposiciones para prácticas políticas específicas, causando mucha inquietud a los historiadores de la nueva era. Por ejemplo, si “feudal” fue originalmente un término mal empleado, ¿qué base hay para describir las formas sociales antes y después? Del mismo modo, a medida que se desarrollaban el capitalismo y el colonialismo europeos en el siglo XIX, los socialistas inventaron el concepto de “proletariado”, que se consideraba el verdadero sujeto revolucionario orientado hacia el futuro. En la China del siglo XX, la búsqueda del proletariado como sujeto revolucionario fue un proceso político continuo. No obstante, en una sociedad con una industrialización tan débil, había pocos grupos de trabajadorxs en términos de número, escala y nivel de organización, y es cuestionable si el grupo capitalista, como su contraparte, constituía o no una clase. ¿Implica esto que la propia Revolución China fue producto de un “malentendido”?
Muchas categorías y temas de la China del siglo XX son una repetición de la Europa del siglo XIX, pero cada repetición supone también un desplazamiento, que no solo es producto de contextos diferentes, sino que también es un desplazamiento político. Por tanto, es necesario indagar sobre la formación y el significado de categorías como Estado, nación, soberanía, partido político, pueblo, clase, etc., en condiciones históricas específicas; investigar sobre cómo las guerras populares transformaron y crearon nuevas organizaciones políticas (aunque con los mismos nombres) y formas de Estado (como el soviet) diferentes de los partidos políticos anteriores. Analizar cómo, a través de la organización y la movilización, el campesinado se convirtió en fuerza motriz o clase política en la revolución; e indagar cómo entender la soberanía y las disputas soberanas en el seno de la Liga o Sociedad de Naciones y la guerra entre estas naciones.
En este sentido, ninguna de estas categorías puede explicarse simplemente según la lógica del siglo XIX, ni basarse en las raíces clásicas de los términos. Estos conceptos reorganizaron las narrativas históricas y rompieron el dominio de las viejas narrativas, allanando el camino para el despliegue de una nueva política. Esto no quiere decir que las prácticas discursivas de esta época no implicaran el desplazamiento de conceptos o categorías, sino que, sin analizar el despliegue político de estos conceptos o categorías, no podemos comprender su verdadero significado, su fuerza y sus limitaciones, y por tanto no podemos utilizarlos para entender la singularidad de la China del siglo XX. Cuando estos conceptos desconocidos se utilizaron en condiciones históricas enormemente diferentes a las que les dieron origen, no solo fomentaron nuevas conciencias, valores y acciones, sino que también produjeron una nueva lógica política. Por lo tanto, sin la perspectiva interna de la Revolución China, es difícil explicar el significado de la China del siglo XX.
Este desplazamiento político proporciona una premisa metodológica para comprender dos aspectos singulares de la China del siglo XX: no se trató de un simple trasplante, sino de un desplazamiento en unas condiciones históricas y unos contextos tradicionales específicos que establecieron una relación dialéctica entre revolución y continuidad. Podríamos reexaminar dos aspectos singulares de la China del siglo XX desde esta perspectiva.
El primero se centra en el comienzo del “corto siglo XX”, concretamente en la cuestión de la continuidad entre la antigua dinastía y el nuevo Estado durante el proceso revolucionario de construcción del Estado. El siglo XX comenzó con las revoluciones nacionales asiáticas y la democracia constitucional, y podemos referirnos a la Revolución Rusa de 1905, la Revolución Constitucional Persa de 1905-1911, la Revolución Turca de 1908-1909 y la Revolución China de 1911 como los acontecimientos inaugurales del “Despertar de Asia”. La Revolución de 1911 condujo rápidamente a la fundación de la primera república de Asia, dotando a la revolución del significado de un verdadero comienzo. También sitúo la Revolución Rusa de 1905 dentro de la secuencia de revoluciones asiáticas, no solo porque su desencadenante directo fue la Guerra Ruso-Japonesa y la derrota de Rusia dentro del territorio de la dinastía Qing, sino también porque esta guerra y revolución catalizaron el proceso de la revolución nacional china (el Tongmenghui de China, o Alianza Revolucionaria China, se fundó ese mismo año), desencadenando encarnizados debates entre republicanos y constitucionalistas, e inspiraron las posteriores revoluciones de Irán y Turquía.
Se puede relacionar el “Despertar de Asia” con la Primera Guerra Mundial como una época de colapso de los imperios. Aunque la Revolución Rusa de 1905 fracasó, reveló los síntomas de decadencia del inmenso y multiétnico imperio ruso, que acabó derrumbándose entre la humareda de revoluciones y guerras. La Revolución Rusa y las fuerzas nacionalistas avanzaron juntas, y el principio de autodeterminación nacional prevaleció en las regiones fronterizas rusas como Polonia y Ucrania. Aunque las naciones fronterizas se unieron más tarde a la Unión Soviética como “repúblicas federadas”, la disolución de 1991 reveló que la estructura soviética estaba profundamente ligada al principio nacional. En 1918, el Imperio Austrohúngaro instaurado en 1867 se derrumbó, y Austria y Hungría establecieron cada una su propia república, mientras que las naciones más pequeñas que antes formaban parte del imperio adquirieron el estatus de naciones independientes. El concepto nacionalista del Partido Socialdemócrata de Austria de revolución y reforma dentro del Imperio Austrohúngaro —coherente con la teoría de Otto Bauer— resultó en un fracaso absoluto. El Imperio Otomano tenía un amplio territorio y una gran población que abarcaba Europa y Asia. Su ascenso fue un acontecimiento histórico mundial de importancia internacional que impulsó la era de la exploración naval europea. Durante la Primera Guerra Mundial, ese imperio, que había sobrevivido a revoluciones anteriores, cojeaba hacia el colapso, y la recién nacida Turquía renunció a su pluralismo institucional en favor de un territorio más pequeño y una estructura menos compleja.
En los sucesivos colapsos de estos tres grandes imperios, el nacionalismo, la reforma constitucional y la desintegración del complejo pluralismo institucional fueron diferentes facetas de un mismo acontecimiento. En 1918, los “14 puntos” de Woodrow Wilson situaron el principio nacional por encima de los intereses imperiales en nombre de la autodeterminación nacional. La nación, el nacionalismo y el Estado-nación como antítesis del imperio dominaron la lógica política de todo el siglo XX.
En un principio, la dinastía Qing parecía muy similar a otros imperios. Un levantamiento regional en 1911 desencadenó la ruptura de todo el sistema imperial, y vientos de separatismo e independencia se extendieron por todo el imperio. A nivel filosófico, el nacionalismo étnico se propagó en zonas donde habitaban pueblos han, mongoles, tibetanos y uigures. Zhang Taiyan, un líder revolucionario intelectual, comparó a los Qing con los imperios austrohúngaro y otomano (1963: 98). Sin embargo, sorprendentemente, a pesar de la violenta agitación, la fragmentación y las invasiones extranjeras, la precaria república consiguió finalmente permanecer unificada, manteniendo el territorio y la población del imperio anterior. ¿Cómo podemos explicar esta singular continuidad entre el imperio multiétnico unificado y un estado soberano multiétnico unificado?
La segunda característica singular de la China moderna es la continuidad entre los periodos revolucionario y postrevolucionario a finales del “corto siglo XX”. En esta época en Asia, que comenzó con la Revolución Rusa de 1917, los movimientos revolucionarios nacionales ya no solo se aliaron con la democracia constitucional burguesa, sino también con revoluciones sociales y ciertos tipos de movimientos de construcción del Estado de orientación socialista. La Revolución de Octubre en Rusia fue un producto de las guerras europeas, pero se hizo eco del espíritu de las revoluciones asiáticas porque continuó el camino marcado por la Revolución China de 1911, que combinó la revolución nacional con un programa económico socialista y un proyecto de construcción del Estado.7 Por otra parte, había que establecer un Estado y un programa de acción socialistas para desarrollar el capitalismo en un país agrario atrasado (capitalismo sin burguesía).8 La característica clave que distinguió a la Revolución China de 1911 de la Revolución Rusa de 1905, de la Revolución Constitucional Persa de 1905-1911 y de la Revolución Turca de 1908-1909 fue que vinculó los movimientos nacionales con los movimientos socialistas de construcción nacional y las revoluciones internacionales. Esta característica fue un presagio de la diferencia radical entre las revoluciones del siglo XX y las de los siglos XVIII y XIX, como ejemplificaron las revoluciones estadounidense y francesa.
Por lo tanto, la Revolución China de 1911 fue un punto de inflexión significativo en la secuencia de revoluciones posteriores a 1905. En otras palabras, fue la Revolución de 1911 —y no la Revolución Rusa de 1905— la que marcó el verdadero comienzo de este “corto siglo XX” (que se remonta más atrás que la “era de los extremos”). La efímera Revolución de 1911 fue un toque de clarín para la larga revolución china. La Revolución China de 1911, la Revolución Rusa de 1917 y el establecimiento del campo socialista mundial remodelaron el panorama mundial, que había estado dominado por la expansión unidireccional del capitalismo desde el siglo XIX. Por tanto, no se puede entender el orden mundial global después de finales del siglo XIX sin la perspectiva de la “revolución”.
Al término de la Guerra Fría, la Unión Soviética y los países socialistas de Europa del Este se desintegraron uno tras otro, y el principio nacional y el sistema capitalista de democracia de mercado obtuvieron una doble victoria. En Occidente, este cambio se comparó con la desintegración de imperios anteriores y se consideró un momento de liberación para las naciones y los pueblos del “despótico” imperio soviético y un paso hacia la democracia constitucional. En la Unión Soviética y en Europa del Este, la ruptura entre las eras de la revolución y de la posrevolución era evidente. Pero desde el final de la “era de los extremos” descrita por Eric Hobsbawm, la propia China no solo ha mantenido la integridad de su estructura política, su composición demográfica y su tamaño, sino que también ha completado, o está en vías de hacerlo, una transformación económica orientada al mercado dirigida por su sistema estatal socialista. ¿Por qué?
La primera consideración para responder a esta pregunta tiene que ver con las relaciones entre la dinastía Qing y la nación china moderna, por un lado, y entre los sistemas imperial y republicano, por otro. La segunda consideración se vincula con las relaciones entre el socialismo y la economía de mercado. Después de 1989, nadie esperaba que China desarrollara su economía tan rápidamente como lo hizo, manteniendo al mismo tiempo su estructura política. Del mismo modo, en los turbulentos años que siguieron a 1911, tampoco se sabía hacia donde conduciría la agitación social de la época. La estructura política de la China moderna es producto de la construcción nacional revolucionaria que comenzó en 1949. Su tamaño y sus relaciones soberanas, sin embargo, se remontan a la continuidad establecida entre la Dinastía Qing y la recién nacida república tras la Revolución de 1911. En otras palabras, la creación de la revolución, la transformación y la continuidad —que inevitablemente también se expresan como rupturas de la continuidad— encierran los secretos cruciales del “corto siglo XX” de China. Si este singular proceso político se contempla también a través del prisma de la “continuidad de la soberanía”, resulta evidente que la aparición, renovación y culminación de la “continuidad soberana” en el transcurso del proceso revolucionario y de construcción del Estado chino vino acompañada del nacimiento de un nuevo sujeto político y de su cada vez mayor capacidad de integración política.
A diferencia de las revoluciones francesa y rusa, la Revolución China no puede caracterizarse por un único acontecimiento, sino que se trata de un largo proceso de movilización y transformación de la sociedad en todos los ámbitos —político, económico, cultural, militar, etc.— un proceso de creación de continuidad a través de una permanente autotransformación, incluso autonegación, y un proceso que no solo estableció su posición en las relaciones mundiales, sino que también cambió la desigualdad mundial. La revolución está conformada no solo por personajes y acontecimientos tangibles, sino también por fuerzas invisibles como ideas, valores, costumbres y tradiciones que forman parte de los acontecimientos instigadores y confluyen en su estallido. La subjetividad política del “pueblo chino” nació y se fortaleció a través de este largo proceso. La continuidad histórica de la China moderna nace de acontecimientos históricos concretos, producidos por sus participantes bajo diversas fuerzas históricas. La energía y la capacidad de la China del siglo XX para crear su propia continuidad a través de la revolución y la transformación, sientan las bases para afrontar los retos contemporáneos y futuros.
Interpretar la historia de China del siglo XX o debatir sobre la China contemporánea y su futuro depende de la fundamental valoración de la continuidad, que no puede verse ni como una extensión natural de la China tradicional y su civilización ni como una invención de las revoluciones y transformaciones modernas. El debate sobre la continuidad no existiría sin las revoluciones y transformaciones de la China del siglo XX. Tanto las experiencias prácticas de la revolución y la reforma chinas como la relación entre la China moderna y la civilización clásica deben entenderse dentro de este marco.
Cuarta parte: Crisis y oportunidad en la era postmetropolitana
Si una de las características globales del siglo XX fue la aparición de revoluciones en las regiones periféricas fuera del centro del capitalismo global, esta serie de revoluciones también significó la aparición de nuevos sujetos políticos en las relaciones globales, denominados sucesivamente naciones oprimidas, Movimiento de Países No Alineados, Tercer Mundo y Sur Global en función de diferentes condiciones históricas. Las naciones y pueblos bajo estas denominaciones difieren enormemente en función de sus diversas condiciones históricas y antecedentes culturales. Como declaró el Presidente indonesio Sukarno en la ceremonia de apertura de la Conferencia de Bandung en 1955, las naciones participantes “no se han reunido en un mundo de paz, unidad y cooperación. Grandes abismos se abren entre naciones y grupos de naciones. Nuestro desdichado mundo está desgarrado y torturado, y los pueblos de todas las naciones caminan temerosos ante la posibilidad de que los perros de la guerra vuelvan a desencadenarse sin que ellos tengan la culpa” (1955). Décadas después, siguen abundando las contradicciones entre naciones, religiones, etnias, clases, sexos y entre la humanidad y la naturaleza, conformando una cadena de crisis.
El fundamento histórico de la globalización neoliberal radica en los múltiples monopolios formados durante la era del imperialismo y la Guerra Fría, incluidos los de las finanzas, la tecnología, los recursos naturales, las armas de destrucción masiva y las comunicaciones. Desde las revoluciones industrial y eléctrica hasta las revoluciones biotecnológica y digital, este orden global y sus desigualdades inherentes son cada vez menos capaces de satisfacer las necesidades de desarrollo de China y del resto de Asia, de proporcionar apoyo para un mayor desarrollo en los países africanos y latinoamericanos, o de ofrecer un nuevo marco para un desarrollo global justo y la superación de las ecológicas. Si las naciones oprimidas, el Tercer Mundo y el Movimiento de Países No Alineados fueron respuestas al imperialismo y a la política hegemónica, hoy el Sur Global debe hacer frente a la cadena de crisis provocadas por la globalización neoliberal y abogar por nuevas relaciones políticas, económicas y culturales, y por un nuevo orden internacional que permita el ascenso de las regiones periféricas.
Si comparamos la coyuntura internacional de la era de Bandung con la actual, la diferencia o evolución más significativa es el ascenso de China y otras regiones periféricas, que, a través de la revolución y la transformación, ha cambiado parcialmente la estructura hegemónica del orden mundial. A partir de la era de Bandung, la hegemonía persistió pero fue perdiendo fuerza de un modo difícil de contener. Si las crisis bélicas de la época colonial se debieron a los conflictos entre naciones imperialistas que se disputaban colonias, esferas de influencia y el llamado equilibrio de poder, las mayores amenazas actuales para la paz surgen de los esfuerzos por reprimir el ascenso de las regiones periféricas a medida que las estructuras hegemónicas han empezado a aflojarse.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los países del Sur Global, incluido el Oriente, consiguieron las condiciones básicas para la modernización gracias a los movimientos de liberación nacional y socialistas. Con esta base, algunos países y regiones han logrado avances significativos mediante un desarrollo independiente y cooperativo y buscan continuamente un orden más justo en los procesos globales. Acompañados de crisis internas y externas, los países del Norte Global han pasado de la globalización neoliberal a una contención y un monopolio más abiertos, y las crisis bélicas regionales tienen el potencial de escalar hasta convertirse en conflictos globales a mayor escala. Las restricciones y sanciones financieras, comerciales y tecnológicas impuestas reiteradamente por Estados Unidos y la Unión Europea son manifestaciones de una crisis hegemónica. Los países del Norte Global ya no pueden monopolizar los recursos naturales como en la época colonial. Incluso en materia de armas de destrucción masiva y medios de comunicación, el monopolio de las naciones hegemónicas está en decadencia. La cuestión de la defensa de la paz que se planteó en la Conferencia de Bandung presenta una nueva urgencia e implicaciones diferentes en el contexto de una nueva era. En la actualidad, los conflictos contemporáneos más intensos están estrechamente relacionados con los cambios internos de cinco estructuras monopolísticas: las finanzas, la tecnología, los recursos naturales, las armas de destrucción masiva y las comunicaciones.
En primer lugar, analicemos el sistema financiero, donde la hegemonía sigue existiendo pero claramente ha comenzado a debilitarse. La internacionalización del renminbi ya está en marcha, pues China utiliza su propia moneda en los acuerdos comerciales con varios países. Las sanciones financieras impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea durante la guerra entre Rusia y Ucrania han actuado como un arma de doble filo. Al tiempo que perjudican a otros países, también ponen de manifiesto las evidentes debilidades del sistema del dólar. El sistema de hegemonía financiera no ha terminado, pero la lucha en torno a él es cada vez más intensa.
En segundo lugar, en la situación actual, la crisis de los monopolios tecnológicos es aún más grave que la del sector financiero. La Ley estadounidense de Creación de Incentivos Útiles para la Producción de Semiconductores (CHIPS por su sigla en inglés) y la Ley de Ciencia (2022) son un ejemplo típico de ello. Mientras los países no occidentales realizan avances tecnológicos y refuerzan su autonomía, los países del Norte Global recurren a cualquier medio necesario para reprimir, sancionar, limitar o dividir a los países del Sur Global. El proceso de desorden impuesto por la globalización neoliberal está evolucionando hacia un proceso de intensos conflictos.
En tercer lugar, también ha surgido una crisis en el monopolio del Norte Global sobre los recursos naturales a medida que los países del Sur Global ganan independencia y una creciente autonomía económica. La hostilidad y la resistencia de Europa y Estados Unidos hacia la Iniciativa “La Franja y la Ruta” reflejan los desafíos sin precedentes al monopolio de los recursos establecido desde la época colonial. Por lo tanto, la forma en que China elabore un modelo distinto de la hegemonía europea y articule claramente su estrategia de desarrollo a escala mundial es también una cuestión crucial para los países del Sur Global.
En cuarto lugar, en lo que respecta a las armas de destrucción masiva, sigue existiendo un monopolio, aunque no lo abarca todo. Esto ha provocado un nuevo peligro de crisis nuclear mundial y carrera armamentística. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el acuerdo trilateral Australia-Reino Unido-Estados Unidos (AUKUS por su sigla en inglés) están diseñados para mantener el monopolio de las armas de destrucción masiva y establecer nuevos marcos estratégicos a nivel mundial que favorezcan este objetivo.
En quinto lugar, el monopolio de las comunicaciones sigue siendo fuerte. Tras el colapso del sistema socialista, el monopolio de los grandes medios de comunicación occidentales no solo persiste, sino que además se ha reforzado. La aparición de plataformas de redes sociales como TikTok y las audiencias en el Congreso estadounidense demuestran que Estados Unidos y Europa utilizarán todos los medios para suprimir cualquier tecnología que pueda romper parcialmente su monopolio de los medios de comunicación, ya sea un gran medio de comunicación nacional o una plataforma de redes sociales. Sin embargo, las nuevas políticas digitales restrictivas que están formando y estableciendo Estados Unidos y Europa también revelan la situación cada vez más tensa de estas regiones.
En medio de estos cambios, no se ha detenido el continuo ascenso de la posición de Asia en la economía mundial, las nuevas posibilidades de desarrollo económico de los países africanos, la tendencia a largo plazo de los países latinoamericanos a buscar cada vez más un desarrollo independiente y las oleadas de socialismo del siglo XXI. Hace 30 años, Samir Amin dijo que la globalización no es orden, sino desorden, y hoy este desorden se está acelerando hasta convertirse en conflictos a través de una cadena de múltiples crisis, lo que supone una constante amenaza para la paz y el desarrollo mundiales. Como amplio movimiento mundial, el objetivo del Sur Global no es simplemente perseguir un desarrollo unilateral, sino trabajar por un orden mundial más justo, pacífico y respetuoso con el medio ambiente. Para ello, es crucial desmantelar los monopolios de las finanzas, la tecnología, los medios de comunicación, los recursos naturales y las armas de destrucción masiva, y organizar el desarme mundial para defender la paz. En este sentido, el movimiento del Sur Global no es simplemente un movimiento en el Sur, sino un movimiento global que promueve cambios en las relaciones internacionales y busca una nueva universalidad para la supervivencia y el desarrollo de la civilización humana.
Referencias bibliográficas
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Notas
1 El “corto siglo XX” es un término acuñado por el historiador británico Eric Hobsbawm para referirse al periodo comprendido entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 y el colapso de la Unión Soviética en 1991 (1995).
2 El Año del Gengzi (庚子年) se refiere a un año del ciclo tradicional chino de sesenta años. 1900 fue el Año del Gengzi más conocido debido a la rebelión anticolonial y antiextranjera de los bóxers, apoyada por la dinastía Qing bajo el emperador Guangxu (光绪帝), y la posterior invasión de la Alianza de las Ocho Naciones, que incluía fuerzas de Japón, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Alemania, Italia y Austria-Hungría. Este año representa la humillación nacional y la crisis de la época.
3 Atribuida al erudito confuciano Gongyang Gao durante el periodo de los Estados Combatientes (475– 221 a.C.), la Teoría de las tres edades de Gongyang (公羊三世说) presenta una visión confuciana del tiempo en la que la historia progresa a través de distintas “edades”, cada una de las cuales representa un nivel diferente de desarrollo moral y político.
4 El “largo siglo XIX”, según la teoría de Eric Hobsbawm, se refiere al periodo histórico comprendido entre la Revolución Francesa de 1789 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, un periodo caracterizado por el auge del capitalismo industrial, la difusión del nacionalismo y la expansión de los imperios europeos, entre otros cambios relevantes.
5 La Revolución China de 1911, también conocida como la Revolución Xinhai, puso fin a la última dinastía imperial de China, la dinastía Qing, y condujo al establecimiento de la República de China.
6 “Metropolitana” se refiere a las potencias coloniales occidentales representadas por metrópolis, como Londres y Nueva York, y su relación asociada de dominación de colonias, semicolonias y poscolonias. Por tanto, la llamada “era postmetropolitana” corresponde al “postcolonialismo”. En la actualidad, con el ascenso económico de China y Asia Oriental y los cambios en el orden mundial, ha comenzado la era “post (occidental) central”, un proceso que se inició con las revoluciones y los cambios que tuvieron lugar en las zonas periféricas en el siglo XX. La influencia de estas zonas sobre las centrales ha aumentado de tal manera que la sociedad occidental debe enfrentarse hoy a su propia realidad “postcentro” o “postmetropolitana”.
7 Lenin tomó nota por primera vez de las características distintivas de la Revolución China en 1912– 1913. En 1919, sostuvo que la revolución socialista “será una lucha de todas las colonias y todos los países oprimidos por el imperialismo, de todos los países dependientes, contra el imperialismo internacional” (1957: 137). Sobre el “descubrimiento” de Lenin de la Revolución de 1911, véase Wang Hui, 2008.
8 El aspecto socialista de la Revolución China de 1911 se plasmó en el hecho de que el programa de construcción del Estado de Sun Yat-sen, el “padre de la China moderna” y primer presidente de la República, implicaba no solo una revolución política nacional, sino también una revolución social que pretendía superar la debilidad del capitalismo. Sus principales tácticas para lograrlo fueron la equiparación de la propiedad de la tierra y el aumento de los impuestos sobre el valor de la tierra, una política influida por las teorías de Henry George.