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DossierNº 83

El falso concepto de populismo y los desafíos para la izquierda: Un análisis coyuntural de la política en el Atlántico Norte

En los últimos 15 años, el término populismo se ha utilizado ampliamente para referirse a las fuerzas políticas que parecen desafiar el consenso neoliberal, pero ¿representan estas fuerzas realmente una ruptura con el neoliberalismo?

Las ilustraciones de este dossier, creadas por el Instituto Tricontinental de Investigación Social, ponen de relieve, lúdicamente, la fragilidad del orden político actual. Cada collage ilustra diferentes fuerzas que intentan mantener o desestabilizar los pilares de la hegemonía occidental y el consenso neoliberal. En conjunto, señalan la necesidad de derribar estos pilares y plantar nuevas semillas de un futuro socialista.


Durante los últimos 15 años, el concepto de “populismo” ha resurgido con fuerza. El término se utiliza en Europa y América del Norte para describir a las fuerzas políticas aparentemente ajenas al consenso neoliberal de la vida política. Durante casi 50 años, las fuerzas políticas neoliberales fomentaron la idea que ellas serían las administradoras del sistema capitalista, y que incluso cuando se produjera un cambio de gobierno, no habría ningún cambio real en el consenso neoliberal, conocido en la década de 1990 como el Consenso de Washington. En ese entonces, se refería a un conjunto de recetas políticas de libre mercado consideradas como el paquete de reformas “estándar” promovido para los “países en desarrollo”. En la actualidad, el término debe ampliarse para incluir algunos aspectos clave, como la necesidad de aceptar el capitalismo como eterno, reducir los aspectos del Estado que proporcionan bienestar social y regulan las empresas, ampliar el aparato represivo del Estado para impedir cualquier desafío al statu quo y reconocer la centralidad de Estados Unidos como líder del sistema mundial.

En las décadas de 1970 y 1980, los partidos que solían ser socialdemócratas (la izquierda) y los tradicionalmente conservadores (la derecha) comenzaron a desviarse hacia el pacto neoliberal, y la defensa de este nuevo consenso difuminó las divisiones tradicionales y creó la posibilidad de un futuro tecnocrático. En otras palabras, estas fuerzas neoliberales no estaban arraigadas en un partido, sino en varios, y cada uno de estos partidos estaba comprometido, a pesar de sus orígenes, con los términos del pacto neoliberal. Por ejemplo, en Estados Unidos, los partidos Demócrata y Republicano adhirieron plenamente a este consenso neoliberal en los años 90, tras el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En Europa, las diferencias entre socialdemócratas y democratacristianos se silenciaron cuando adoptaron también como propio el consenso neoliberal.

Durante la Tercera Gran Depresión, desencadenada por la crisis hipotecaria en Estados Unidos en 2006, y actualmente todavía en curso, comenzaron a aparecer nuevas formaciones que desafiaron el consenso neoliberal y se situaron al margen de su centro. Estas fuerzas políticas, tanto de la extrema derecha actual como de la izquierda electoral del Atlántico Norte, comienzan a denominarse “populistas” (Prashad, 2024)1. Aunque el término populista ha sido utilizado generalmente de manera confusa y vaga desde el siglo XIX, en ciencia política suele referirse a la política anti establishment. Según esta definición, si el establishment actual es el centro neoliberal, entonces cualquier desafío al mismo será ciertamente populista. Este dossier intentará ofrecer una definición más precisa del término, además de establecer líneas claras entre el pacto neoliberal, la extrema derecha actual y la izquierda electoral del Atlántico Norte (las lecciones para la izquierda tienen su origen en la experiencia del Atlántico Norte, pero pueden ser significativas en otros lugares).


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La “extrema derecha actual”

La primera aparición del término populismo en nuestro tiempo se produjo cuando las fuerzas de extrema derecha actual surgieron en toda Europa, principalmente en Europa del Este. Un primer ejemplo de este tipo de tendencia política apareció en Polonia con el Partido Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość, PiS), fundado en 2001 por los hermanos gemelos Jarosław y Lech Kaczyński y que posteriormente se convirtió en el principal partido en las elecciones generales de 2005. El PiS se orientó hacia la Iglesia Católica y la intervención económica del Estado, un movimiento en ambas direcciones, en lo social y económico, contrario al tipo de consenso neoliberal de la Unión Europea (que se había arraigado en el liberalismo social, la desregulación económica y los mercados abiertos). Eventualmente, los gemelos Kaczyński ocuparon cargos públicos de importancia, con Lech como alcalde de Varsovia (2002-2005) y luego presidente de Polonia (2005-2010), y su hermano Jarosław como primer ministro (2006-2007). El fenómeno polaco se extendió rápidamente por Hungría, con el partido Fidesz de Viktor Orbán, formado en 1988 inicialmente como una fuerza de centro-izquierda antes de desviarse hacia el centro neoliberal y, finalmente, hacia un nacionalismo húngaro socialmente conservador. También por Austria entre 1986 y 2000, donde Jörg Haider transformó el Partido de la Libertad de Austria (Freiheitliche Partei Österreichs, FPÖ) conduciéndolo desde una postura centrista hacia un nacionalismo antiinmigración y socialmente conservador.

Finalmente, este nuevo fenómeno se extendió por el resto de Europa, desde la Lega per Salvini Premier (LSP) de Matteo Salvini en Italia hasta la Agrupación Nacional (Rassemblement national, RN) de Marine Le Pen en Francia. Estos partidos se unieron en el Parlamento Europeo y posteriormente se separaron en diferentes entidades políticas, como el Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (desde 2009), Europa de las Naciones y la Libertad (2015-2019), Identidad y Democracia (2019-2024) y Patriotas por Europa (desde 2024), además del grupo Europa de las Naciones Soberanas (desde 2024). Esta unión y posterior ruptura sugiere tanto una unanimidad general de opinión entre estos partidos de la extrema derecha actual como diferencias significativas. Lo que les diferenció del pacto neoliberal fue principalmente su abierto conservadurismo social, su compromiso con algunas formas de nacionalismo económico y su escepticismo retórico sobre el proyecto europeo.

Sin embargo, estos partidos políticos no rompieron fundamentalmente con el consenso neoliberal cuando llegaron al poder. La mayoría de ellos continuó adoptando las políticas de desregulación empresarial, austeridad social y compromiso con el mercado europeo. Ninguno de estos partidos adoptó, en el Parlamento Europeo o en sus propios parlamentos nacionales, políticas enérgicas de proteccionismo económico y bienestar social y tampoco siguieron a los euroescépticos británicos con una versión propia del Brexit. Cuando los burócratas europeos introdujeron nuevas leyes destinadas a la integración del mercado europeo o a abordar la necesidad de políticas presupuestarias más equilibradas, los partidos de la extrema derecha actual se sumaron gustosos. Aunque afirmaron no seguir el consenso económico neoliberal, desde luego no rompieron con los acuerdos de seguridad atlánticos que subordinaban a Europa a la agenda política general establecida por Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de sus dudas ocasionales sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la mayoría de los países gobernados por la extrema derecha actual desempeñaron cómodamente su papel en la alianza. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia, FDL), es un ejemplo de ello.

En 2024, la insistencia de Washington en que los países europeos gastaran al menos el 2% de su Producto Interno Bruto (PIB) en sus ejércitos y contribuyeran más a la OTAN, hizo que 23 de los 32 miembros de la OTAN se comprometieron a alcanzar o superar ese objetivo (en comparación con solo tres miembros en 2014) (McGerty, 2024). Cuando Estados Unidos quiso que los países europeos disminuyeran sus lazos económicos con China en 2019 y que los europeos condenaran a Rusia tras la invasión de Ucrania en 2022, los Estados europeos liderados por la extrema derecha aceptaron en gran medida estas órdenes. De hecho, en muchos países europeos la extrema derecha actual se alió con las fuerzas neoliberales para formar gobiernos o absorbió a antiguos políticos neoliberales en sus filas. Evidentemente, no había ninguna diferencia real entre estas fuerzas, al menos en lo que respecta a la política económica y de seguridad. La principal excepción es el húngaro Víctor Orbán, cuya presidencia del Consejo de la Unión Europea en 2024 ha estado marcada por un intento de detener el conflicto en Ucrania e impedir la expansión de la OTAN. Sin embargo, esta excepción no ha afectado a grupos como el FDL de Meloni o Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD) de Alice Weidel, cuyo compromiso con la OTAN y sus políticas son casi totales.

Si la extrema derecha actual no rompió con el consenso neoliberal, ¿por qué se les denominó “populistas”? El eje principal de diferenciación utilizado por el consenso neoliberal fue que la extrema derecha actual era “antiliberal”, mientras que ellos mismos surgieron del liberalismo y estaban comprometidos con él. Es cierto que la extrema derecha actual se apartó del liberalismo social y de las formas tradicionales del libertarismo dominante, mediante su religiosidad fuertemente conservadora (antiaborto, antifeminismo, homofobia y transfobia) y su tradicionalismo general (arraigado en la familia nuclear patriarcal y en la Iglesia, que se traduce en creer en el liderazgo masculino fuerte en la sociedad). No obstante, en otros aspectos antiliberales (como los intentos de restringir la libertad de expresión y empoderar a las fuerzas de seguridad), había poco que los distinguiera del consenso neoliberal. El término “populista” se utilizó para diferenciarlos de los liberales, cuyo liberalismo ya no era del tipo clásico (libertad de expresión y asociación), sino más bien un liberalismo de estilo de vida, centrado en las opciones sociales de la clase media. Por lo tanto, el término “populista” era más una consigna electoral que una categoría seria de diferenciación política.

El ejemplo más claro de esta forma de consigna electoral puede verse en Estados Unidos. Un análisis detallado de la trayectoria política del Partido Demócrata y del Partido Republicano sugiere una similitud de objetivos y acciones mucho mayor de lo que cabría suponer. Existe una diferencia de estilo entre ambos partidos, así como distinciones significativas en lo que respecta al liberalismo de las opciones sociales. Pero en el consenso neoliberal hay muy poco que los divida, a pesar de la retórica del nacionalismo económico que ha llegado a definir al Partido Republicano, en particular bajo el liderazgo de Donald Trump. Con los términos “liberal” y “fascista” muy cargados en ambos bandos, resulta beneficioso para los republicanos llamar “liberales” a los demócratas (que lo han convertido en sinónimo de comunista) y para los demócratas llamar “fascistas” a los republicanos, en especial a Trump. Esta terminología permite a cada bando impulsar una agenda electoral, pero ninguno de los dos términos, utilizados de esta manera tan cargada, explica científicamente el campo político al que se refieren.

La palabra “fascista” adquirió una carga moral, que es útil en el sentido directamente electoral, pero no lo es para comprender adecuadamente a la extrema derecha actual. Esta extrema derecha no ha aparecido, como hizo el fascismo hace cien años, para derrotar las luchas de la clase trabajadora y del movimiento comunista, ni tiene ningún problema con las instituciones formales de la democracia. Los fascistas italianos y alemanes querían suprimir los sistemas democráticos y electorales y utilizar todo el aparato represivo del Estado para aniquilar el movimiento de la clase trabajadora y las instituciones comunistas. Actualmente, el capitalismo no se enfrenta a una amenaza semejante en su núcleo atlántico. La extrema derecha actual, en lugar de aparecer como un baluarte del capitalismo contra las fuerzas del socialismo, se presenta como defensora del capitalismo contra su canibalización por parte del pacto neoliberal, y como garantía de que las instituciones capitalistas tengan una base de masas en una población desorientada por el impacto de la Tercera Gran Depresión. Amenaza con “agarrar a la economía por el cuello” obligándola a producir puestos de trabajo, pero en realidad no puede forzar que esto ocurra. Es suficiente con que los partidos de la extrema derecha actual mencionen la crisis y no la nieguen, como lo hacen los partidos del consenso neoliberal, para que al menos la gente vea reflejado su dolor en los discursos de lxs políticxs de extrema derecha. Que no actúen para cambiar las condiciones reales de la vida cotidiana terminará siendo un lastre para esta tendencia política, pero no todavía.

Como el pacto neoliberal tiene tan desarrollado el aparato represivo del Estado para disciplinar a la población indignada, la extrema derecha actual sólo tiene que utilizar el aparato represivo legal y no crear una fuerza ilegal que haga su trabajo (es cierto que la extrema derecha actual sigue utilizando dosis homeopáticas de violencia para desmoralizar a la izquierda y al movimiento de lxs trabajadorxs, pero también sabe que si desata demasiada violencia, esto pondrá a la clase media en su contra y puede conducir a algunos sectores de la clase media a los brazos de la izquierda). Esta extrema derecha actual habla en nombre del pueblo, pero no construye políticas que lo ayuden.

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La Tercera Gran Depresión y la izquierda electoral del Atlántico Norte

En los años posteriores al inicio de la Tercera Gran Depresión, un nuevo tipo de proceso de izquierda comenzó a consolidarse a ambos lados del Atlántico (Tricontinental, 2023). En 2015, Jeremy Corbyn (nacido en 1949), diputado de larga trayectoria por Islington Norte, Reino Unido, disputó y ganó el liderazgo del Partido Laborista. Por su parte, el senador Bernie Sanders (nacido en 1941), socialista democrático de Vermont, intentó conseguir la nominación presidencial del Partido Demócrata para las elecciones estadounidenses de 2016. Ambos partidos, el Laborista y el Demócrata, se convirtieron en ilustraciones de la marcha forzada de la política socialdemócrata hacia el pacto neoliberal.

La insistencia de Tony Blair para que el Partido Laborista recortara la Cláusula IV de su constitución (para nacionalización masiva , o “propiedad común” de la industria privada) y su determinación de debilitar el poder sindical dentro del partido, fueron un reflejo de la llegada de Bill Clinton al liderazgo del Partido Demócrata, a través del Consejo de Liderazgo Demócrata neoliberal, que eliminó cualquier influencia ejercida por los sindicatos y los movimientos sociales dentro de la estructura del partido hasta ese momento. Cuando se inició la Tercera Gran Depresión, los laboristas y el partido demócrata no disponían del espacio institucional necesario para debatir adecuadamente una salida del pacto neoliberal. La campaña de Sanders llevó el debate a un partido que se negó a tomarlo en serio. El liderazgo de Corbyn fue constantemente saboteado por la alianza neoliberal dentro del laborismo, que no solo se encargó que perdiera el liderazgo, sino que fuera expulsado del partido por motivos espurios. Las experiencias de Sanders y Corbyn demostraron que ambos partidos, y cualquiera de sus instrumentos internos para el debate, habían sido completamente absorbidos por el pacto neoliberal y que no se permitiría ninguna desviación de ese consenso. Tras la derrota de Sanders en las primarias presidenciales y la destitución de Corbyn como líder del Partido Laborista, no quedó ninguna organización de masas duradera, salvo como residuo (los Socialistas Democráticos de América en Estados Unidos y el Momentum del Reino Unido).

En otras partes de Europa, políticos que antes formaron parte de partidos del establishment crearon amplios aparatos electorales situados a la izquierda del consenso neoliberal: Syriza en Grecia (2012), Podemos en España (2014) y La France Insoumise en Francia [Francia insumisa] (2016). Rápidamente, estos intentos de alcanzar el poder electoral se conocieron como “populismo de izquierda”, especialmente en 2015, cuando Syriza se impuso en las elecciones griegas y Podemos ganó las elecciones regionales y federales en España. Cada una de estas formaciones se constituyó en torno a líderes únicos: Alexis Tsipras (nacido en 1974), que llevó a Synaspismós o “Coalición” a la alianza Syriza [Desde las raíces]. Pablo Iglesias (nacido en 1978), que lideró Podemos y Jean-Luc Mélenchon (nacido en 1951), que abandonó el Partido Socialista y luego formó La France Insoumise, a partir de una coalición de fuerzas de izquierda y verdes.

Syriza y Podemos, a diferencia de La France Insoumise, irrumpieron en el firmamento político como un meteoro y luego se desvanecieron como alternativa creíble al neoliberalismo. Más que por su falta de claridad ideológica, por la oportunidad electoral que les brindó el rápido deterioro de los niveles de vida en Grecia y España durante los primeros años de la Tercera Gran Depresión, las dos formaciones se derrumbaron ante las poderosas certezas del centro neoliberal de la Unión Europea (UE). Ni Syriza ni Podemos pudieron producir una línea política firme que se opusiera al régimen de austeridad del Banco Central Europeo (BCE). La France Insoumise no llegó al gobierno, por lo que no corrió la misma suerte. Sin embargo, es probable que si Mélenchon hubiera prevalecido en las elecciones presidenciales de 2017 (quedó cuarto con el 19,6% de los votos), su gobierno hubiera fracasado ante los burócratas de la UE en Bruselas y los financiadores del BCE en Fráncfort (Departamento de Investigación de Statista, 2024).

Cada uno de estos frentes políticos surgió de movimientos de protesta multitudinarios: la campaña nacional contra las tasas y los recortes en el Reino Unido en 2010; Occupy Wall Street en Estados Unidos en 2011; el Movimiento de los Ciudadanos Indignados en Grecia en 2011; el Movimiento 15-M y los Indignados en España en 2011 y las huelgas de trabajadores contra la austeridad en Francia en 2011, que se transformaron en la NuitDebout [Noche en pie] en 2016. En cierta medida, la energía de estos movimientos fue captada por el electoralismo de los frentes que surgieron, pero ellos tampoco fueron capaces de impulsar las reivindicaciones políticas de tan dispares movimientos y éstos a su vez no se disolvieron en estas alianzas electorales. Por ejemplo, el fuerte sentimiento anti-UE de los Indignados no se trasladó a Syriza o Podemos, sino todo lo contrario. La France Insoumise no fue la iniciadora del Mouvement des gilets jaunes [Movimiento de los chalecos amarillos] en 2018, un movimiento de protesta que rompió la división izquierda-derecha en Francia (los estudios sobre quiénes se unieron a las protestas de los chalecos amarillos mostraron que alrededor de una quinta parte eran cercanos a la extrema derecha actual; algo menos de una quinta parte eran cercanos a La France Insoumise, pero solo una parte insignificante confiaba en el centro neoliberal representado por el presidente Emmanuel Macron) (Institut Montaigne, 2019). El aspecto clave de estos movimientos de protesta popular es que querían una ruptura decisiva con la política del centro neoliberal, que impuso la austeridad a la clase trabajadora y a sectores de la clase media profesional de estos países. Pero las formaciones políticas que surgieron no tenían la claridad ideológica ni la fuerza política para lograr una ruptura con el consenso neoliberal.

Parte de la desconfianza electoral proviene de la tendencia de la democracia liberal burguesa a favorecer a la clase media en el formato de sus sistemas electorales. El día de las elecciones en la mayoría de los países del Atlántico Norte no es festivo y, en la mayoría, el voto no es obligatorio. También existe una interesante división religiosa en cuanto al día de las votaciones. La mayoría de los países de tradición católica votan en domingo, lo que no ocurre en los países de tradición protestante. Además, en casi ningún país el transporte público es gratuito el día de las elecciones. La falta de un día festivo y de transporte gratuito, así como otras barreras, dificultan el voto masivo de la clase trabajadora.

El resultado es una gran abstención de la clase trabajadora, base natural de los socialistas. En las elecciones nacionales, durante las últimas décadas, la tasa de abstención en Europa ha sido de alrededor del 30% y en torno al 40% en EE. UU. (Maruta, 2024; Electproject, 2024). Sin embargo, datos pormenorizados muestran algo significativo: la participación electoral disminuye en los países con altas tasas de desigualdad y con un mayor porcentaje de mano de obra en los sectores pesquero y agrícola. Contrariamente, en los países con menor tasa de desigualdad y más trabajadores en el sector de los servicios se registran tasas de voto más elevadas (Maruta, 2024). Al haber mayores tasas de abstención entre la clase trabajadora, existe una tendencia a considerar que cualquier frente político, especialmente uno que esté en contra de la austeridad, pero no necesariamente a favor de una agenda de la clase trabajadora, construya un programa dirigido a las sufridas clases media y media baja que enfrentan serios retos de precariedad y choque con las tradiciones de su sociedad. Estos aspectos comenzaron a definir los frentes de izquierda del Atlántico Norte, que estaban más arraigados en el electoralismo que en una cultura a más largo plazo de construir el poder de la clase trabajadora.

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La categoría de “populismo”

El pacto neoliberal creó varias condiciones para el ascenso de la extrema derecha actual y de la izquierda del Atlántico Norte en su manifestación electoral. Una breve evaluación de estas condiciones nos permitirá comprender mejor la íntima relación entre la extrema derecha actual y el pacto neoliberal, así como la debilidad de la izquierda del Atlántico Norte para romper con el neoliberalismo:

  1. La Tercera Gran Depresión. Debido a las políticas económicas que favorecieron al capital financiero y que impusieron la privatización, la mercantilización y la desregulación de la economía, no ha habido salida de la crisis crediticia de 2006-2007 ni capacidad para hacer crecer las economías del mundo del Atlántico Norte. La incapacidad del pacto neoliberal, de oponerse al poder oligopólico de las finanzas y al control de la sociedad por parte de los multimillonarios de la tecnología, impuso una situación permanente de austeridad a la clase trabajadora y al extremo inferior de la clase media. Los empleos precarios, sin futuro ni posibilidad de promoción profesional, se generalizaron y la uberización de los puestos de trabajo de la clase trabajadora se convirtió en algo habitual (especialmente en el sector servicios). Estas condiciones laborales debilitaron a los sindicatos, lo que implicó que los pilares de la clase trabajadora como clase comenzara a desaparecer (como las salas sindicales, los centros comunitarios y las instituciones públicas para el estudio y la atención de salud). La inseguridad de los horarios y los turnos de trabajo, así como la desaparición de las antiguas instituciones de la clase trabajadora, sumadas a la llegada del mundo digital para el entretenimiento, produjeron una profunda atomización de la población. Una clase trabajadora sin medios para construir sus propias instituciones tiene grandes dificultades para articular sus opiniones en una sociedad compleja y moderna. Si además, los medios de comunicación son cada vez más monopolizados y dominados por el consenso neoliberal, las opiniones de la clase trabajadora que sí se articuló no encontraron espacio en ese paisaje mediático.
  1. La tecnocracia. El consenso neoliberal, libre del desafío de una auténtica política de la clase trabajadora, comenzó a construir la idea de la tecnocracia como la forma ideal de gobierno. Independientemente de los resultados electorales, el pacto neoliberal encontró la manera de mantener sus gobiernos en el poder, a pesar de la disminución del número de votos y los mandatos fracturados. En algunos casos, como en Italia, donde existe un término muy utilizado para este tipo de gobierno, governo dei tecnici [gobierno de los tecnócratas], esto ha sucedido muchas veces a lo largo de las últimas décadas. Más recientemente ha pasado con el gobierno de Mario Draghi de 2021-2022, al igual que en Francia, a partir de 2024, con el gobierno del primer ministro Michel Barnier. Las amenazas a los socialdemócratas tradicionales, que no apoyan la austeridad, con frecuencia los han llevado a formar coaliciones con los tecnócratas del pacto neoliberal para mantener fuera a la extrema derecha. De hecho, estos gobiernos tecnocráticos preparan el terreno para el ascenso de la extrema derecha actual, ya que deslegitiman las instituciones gubernamentales y los procesos democráticos a ojos de la clase trabajadora y del extremo inferior de la clase media. Las personas expertas que se incorporan al gobierno son en su totalidad profesionales de clase media alta fieles a la ideología neoliberal. El viaje de la derecha tradicional y los socialdemócratas para formar el pacto neoliberal, significó una travesía desde una política de masas a una política de elitismo. Una tecnocracia que es lo contrario de una democracia, pero que se sirve de la democracia liberal para ejercer el poder. Eso es lo que ha conducido en gran medida a la defenestración del espíritu democrático.
  1. La solución tecnocrática. Los gobiernos del pacto neoliberal se negaron durante al menos una generación, desde principios de la década de 1990 hasta el inicio de la Tercera Gran Depresión en 2006-2007, a permitir cualquier debate político que se apartara de su consenso. La participación de las masas en la resolución de los problemas de la sociedad simplemente no se apreciaba. Durante lo peor de la crisis financiera y crediticia y durante lo peor de la pandemia del COVID-19, la acción pública masiva para aliviar los efectos de ambos acontecimientos, no se vio por ningún lado en el mundo del Atlántico Norte. El mensaje para la población era que se aislara en casa hasta que los tecnócratas dieran con una solución en forma de vacuna, una opción casi exclusivamente disponible para la clase media y alta, cuyo perfil profesional en muchos casos les permitía trabajar a distancia. En lugares del Sur Global, como Kerala (India), Vietnam, Cuba, Venezuela y China, millones de voluntarixs, en su mayoría integrantes de sus respectivos partidos comunistas, fueron de casa en casa para asegurarse de que las personas que no podían salir tuvieran todo lo necesario. Y cuando el lema “distanciamiento social” se hizo común durante la pandemia del COVID-19, el Ministro Principal comunista de Kerala, Pinarayi Vijayan, decidió desafiarlo con otro mejor: distancia física, unidad social (Raghavan, 2020). Este tejido social no existe en la mayor parte del mundo noratlántico, donde la población ha pasado a confiar en el Estado o en el sector privado para obtener bienes y servicios. La desmovilización de la población, que es otra forma de llamar a la desintegración de las comunidades más antiguas que habían estado arraigadas en la clase trabajadora, quedó de manifiesto durante la pandemia de COVID-19. Parte de la razón por la que se observan menos ejemplos de voluntariado y servicio público en Europa y Estados Unidos es que la población —que enfrenta condiciones precarias laborales y dificultades al gestionar la vida cotidiana impulsadas por la austeridad— tiende a creer en la idea de que el Estado, dirigido por lxs tecnócratas y el sector privado, le proporcionará bienes y servicios.
  1. Ausencia de vocablos para la clase trabajadora. En la década de 1990, el lenguaje de clase desapareció lentamente del discurso público en el Atlántico Norte. En lugar de una política de clase abierta en los espacios socialdemócratas —y en muchos casos incluso en los espacios situados más a la izquierda— se estableció una oposición binaria entre el lenguaje de clase (considerado anacrónico) y el lenguaje de la identidad (que se convirtió en el impulso principal de muchos movimientos sociales). Se trataba de una distinción falsa, porque la mayoría de las formaciones políticas que surgieron a partir del siglo XIX adoptaron tanto formas de clase como de identidad (que se habían manifestado, por ejemplo, a través de la cuestión de la autodeterminación nacional o los derechos de las minorías, y a través de la cuestión de la emancipación de las mujeres). Pero el establecimiento de estos lenguajes como oposiciones binarias operó para dejar de lado el lenguaje de clase (que fue sustituido en el legado socialdemócrata por una preocupación por la desigualdad). La política de la identidad o la política del reconocimiento se convirtió en la principal forma de abordaje en este entorno neoliberal. La aparición hace veinte años de la extrema derecha actual parece haber trastocado esta oposición binaria. La política de identidad era una parte clave de la extrema derecha, que quería llevar a cabo una serie de cambios mediante una guerra cultural (sobre la familia y sobre los derechos de la mujer). Sin embargo, ahora esta extrema derecha presumía de hablar a la clase trabajadora y a la clase media baja afirmando que estos sectores habían sido ignorados por los “globalistas”. La extrema derecha construyó nuevas coaliciones que incluían secciones que no habían votado en varios ciclos electorales, pero cuyos números eran considerables y podían influir en cualquier elección (Bozonnet et al., 2024). Esto quedó claro con el rápido ascenso de Donald Trump dentro del Partido Republicano, al que transformó, a través de esta base recién adquirida, en un partido de la extrema derecha actual. Es debido a este pivote retórico hacia la clase trabajadora y la clase media baja, que los observadores comenzaron a etiquetar a estas fuerzas políticas como “populistas”.
  1. Pseudo ruptura con el neoliberalismo. La devastación del paisaje neoliberal proporcionó a los partidos de extrema derecha actual la oportunidad de argumentar que el pacto neoliberal de austeridad permanente había fracasado y que ellos serían el instrumento de las poblaciones abandonadas. La extrema derecha hizo una pseudo ruptura con el consenso neoliberal, al menos retóricamente, reviviendo un antiguo lenguaje de nacionalismo económico y poniéndose del lado del “pueblo” y en contra de las “élites” (Prashad, 2024). En oposición a todos los hechos, la extrema derecha utilizó el lenguaje anti austeridad para crear una narrativa en la que la política neoliberal favorable a la inmigración era la que generaba la austeridad, y que una línea firme contra la inmigración volvería a encarrilar la economía nacional. Se trataba de un uso malintencionado del argumento contra la austeridad, pero atrajo a un nuevo electorado de clase trabajadora empobrecida y propuso un alejamiento del tipo de programa de globalización impulsado por los neoliberales. En la práctica, sin embargo, la extrema derecha de tipo especial no estaba dispuesta a propiciar ninguna ruptura real con el consenso neoliberal.

El término “populista”, tal y como se utiliza para describir a la extrema derecha actual, es suficiente si sólo se refiere a una posible política posneoliberal que podría atender al “pueblo”. Pero el concepto es insuficiente si implica la posibilidad de una ruptura necesaria con el consenso neoliberal. La extrema derecha actual es dramática con su anti neoliberalismo, pero no está dispuesta a poner en práctica sus gestos teatrales.

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El historicismo de la izquierda

La izquierda está compuesta por una variedad de fuerzas históricas reales que están en movimiento dentro de cada contexto diferente para hacer avanzar ciertos principios importantes. Los elementos centrales de los principios de la izquierda son dos:

  1. Que el capitalismo es incapaz de resolver los problemas que ha creado y reproducido.
  2. Que el socialismo es el antídoto necesario contra el bloqueo de la historia por el capitalismo.

Las variedades de la izquierda no se superponen con las fuerzas de extrema derecha actual, profundamente anticomunistas y arraigadas en el sistema capitalista, que surgen de los sectores más horrendos de la derecha. Utilizar la misma categoría de populismo para describir a la izquierda y a la extrema derecha actual es una táctica política maliciosa utilizada para deslegitimar a la izquierda. La coyuntura específica en la que ha tenido que operar la izquierda del Atlántico Norte necesita cierta claridad empírica y teórica.

La izquierda del Atlántico Norte, tanto la electoral como la no electoral, ha heredado importantes retos:

  1. La izquierda en crisis. Después de la caída de la URSS, la izquierda electoral del Atlántico Norte entró en una grave crisis que tuvo diversas consecuencias. Entre ellas, la desaparición de uno de los mayores partidos comunistas de la región, el Partido Comunista Italiano, en febrero de 1991. Esta crisis no sólo afectó a la izquierda comunista, sino que golpeó a los diversos grupos sectarios inspirados en León Trotsky y en el anarquismo. Pocos partidos pudieron resistir la presión del triunfalismo anticomunista o la rendición y desintegración del movimiento sindical. Las fuentes de debilidad incluían: la falta de claridad ideológica sobre su papel en sus propias sociedades; hábitos de sectarismo que no tenían sentido en un contexto sin la Unión Soviética; y la fuga de un gran número de cuadros que ya no sentían una razón de peso para participar en un movimiento por el socialismo, cuando parecía que el socialismo ya no estaba en el horizonte.Algunos partidos comunistas no se disolvieron. Resistieron la tormenta del periodo posterior a 1991, como el Partido Comunista Francés (PCF), el Partido Comunista Griego (KKE), el Partido Comunista Portugués (PCP) y el Partido Comunista de Gran Bretaña (CPB). En 2007, sectores de los comunistas alemanes y de los socialdemócratas de izquierda se unieron para crear Die Linke [La Izquierda], que se alejó de la lucha de clases y en 2024 fundó la Bündnis Sahra Wagenknecht [Alianza Sahra Wagenknecht)], mientras que el Partido Comunista Alemán (DKP) y su ala juvenil siguen siendo una fuerza pequeña pero eficaz. El Partido de los Trabajadores de Bélgica (PTB) experimentó un avance significativo después de 2008 gracias a un proceso de “renovación” que le permitió ser tanto un partido electoral de masas como un partido de cuadros. En Italia, el colapso del gran Partido Comunista (PCI) legó fragmentos de memoria a la Rete dei Comunisti [Red de Comunistas], creada en 1988 y al partido emergente ¡Potere al Popolo! [¡Poder al Pueblo!], ambos reducidos ante el desafío de la extrema derecha actual. En muchos de estos países, la izquierda ha mantenido una presencia en los parlamentos de sus países, pero no han sido capaces, por sí solos, de romper el consenso neoliberal.
  1. Defender el sistema. Durante el periodo del consenso neoliberal, la socialdemocracia del Atlántico Norte se alejó aún más de su compromiso liberal con el bienestar y la ayuda social. No sólo abandonaron su misión histórica, sino que aceptaron nuevos recortes en favor de los ricos y en contra de la clase trabajadora y la clase media baja. Debido a este abandono socialdemócrata, la izquierda tuvo que asumir la misión de defender el bienestar social y la de luchar por construir el poder independiente de la clase trabajadora para trascender el sistema. La izquierda tuvo que desempeñar un papel complicado y confuso de defensa de los aspectos de bienestar del sistema y de lucha por transformarlo. No obstante, la defensa del bienestar era esencial para proporcionar alivio a una clase trabajadora que estaba siendo dañada por el régimen de austeridad neoliberal. Sin embargo, esto significaba que las energías de la izquierda, en general, tenían que pasar de una agenda de transformación a una de defensa de la vertiente del bienestar del sistema capitalista. La izquierda electoral del Atlántico Norte partía de una posición política auténticamente anti austeridad, pero sólo podía llegar hasta el punto de promover políticas de bienestar social para salvaguardar las instituciones estatales destruidas que prestaban servicios a la clase trabajadora y a la clase media baja.
  1. Los obstáculos de las coaliciones. Las antiguas divisiones entre los distintos tipos de izquierdas han empezado a desvanecerse cada vez más y se observa una nueva tendencia hacia la unidad en las luchas y en los bloques electorales. Esto fue evidente en Francia cuando La France Insoumise y el Partido Comunista Francés (PCF) se aliaron para las elecciones parlamentarias de 2024, y cuando el Partido Comunista Español (PCE) se unió a Podemos y más tarde a Sumar, formado en 2022. Estas historias de construcción de alianzas vienen de lejos, como demuestra la presencia del Partido Comunista Portugués (PCP) en plataformas electorales como la Alianza de los Pueblos Unidos (1978-1987) y la Coalición Democrática Unitaria desde 1987. El obstáculo en estas coaliciones ha sido la tendencia a que diversos movimientos sociales (desde grupos ecologistas a grupos de justicia social) impulsen la agenda de la coalición y que la izquierda no sea capaz de afirmar la importancia de luchar para trascender el sistema actual. El papel de los movimientos sociales, vital a la hora de movilizar a un gran número de personas en diferentes plataformas y por distintas demandas, ha quedado configurado, no obstante, por una lógica organizativa no gubernamental de política parcial y no por un marco anticapitalista. Del mismo modo, el peso de la política identitaria que no incluye una política socialista atrae a las plataformas de estas unidades hacia el liberalismo. Estas uniones en acción son importantes, pero en muchos casos se basan en que la izquierda debe renunciar sus principios.
  1. El renacimiento del anticomunismo. Las raíces profundas del anticomunismo de la Guerra Fría siguen vivas a ambos lados del Atlántico Norte y se reactivan como arma para reprimir a cualquiera que intente retomar un debate incluso en líneas socialdemócratas, como ampliar el bienestar social. Además, una de las áreas centrales en las que el centro neoliberal y la extrema derecha actual están unidos es en su compromiso con la consolidación militar de la era de la Guerra Fría y las guerras contra las luchas de liberación nacional. Por ejemplo, mientras la izquierda del Atlántico Norte ganaba terreno en la sociedad con su compromiso de poner fin al genocidio estadounidense-israelí contra la población palestina, se revivieron las formas de ataque anticomunistas de la Guerra Fría para disciplinar a cualquiera que defendiera la paz y se opusiera a la guerra, recayendo todo el peso sobre la izquierda. Que la extrema derecha actual esté íntimamente ligada al consenso neoliberal sobre el uso de la fuerza militar occidental es indicativo de su proximidad a los sistemas de poder establecidos. La ruptura de la izquierda con la mentalidad de la OTAN la sitúa en una posición única respecto al campo político en los Estados occidentales.
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Conclusiones

Con el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2025, la extrema derecha actual en todo el Atlántico Norte se ha envalentonado. Varias iniciativas para coordinar la política de la extrema derecha, como The Movement [El Movimiento] de Steve Bannon (fundada en 2017) y el Foro de Madrid (creado en 2020), ya han sentado las bases para acciones conjuntas de la extrema derecha a través del Atlántico. Pero a pesar del júbilo, las contradicciones establecidas por el pacto neoliberal no permitirán a la extrema derecha actual una actuación verdaderamente populista contra las instituciones del neoliberalismo. Por ejemplo, a pesar de la angustia generalizada causada por la guerra en Ucrania y por los peligros de una escalada, es poco probable que la extrema derecha de actual sea capaz de establecer una relación normal con Rusia, y mucho menos que sea capaz de perturbar los acuerdos de seguridad atlánticos arraigados en la OTAN.

La extrema derecha actual sobrepasa habitualmente sus promesas, sobre todo en cuestiones de miseria económica. Ni sus políticas antiinmigración ni sus políticas arancelarias aumentarán las oportunidades económicas de las masas populares, sobre todo si agudizan la ruptura con los países de Asia (como China e India). El eventual fracaso de la extrema derecha actual constituirá una tremenda oportunidad para la izquierda, siempre y cuando ésta se muestre dispuesta a asumir la carga.


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Notas

1 Para más información sobre la “extrema derecha actual”, véase Prashad, 15 de agosto de 2024.

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Referencias bibliográficas

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