Acerca de la serie Estudios sobre la RDA
La República Democrática Alemana (RDA) fue un Estado socialista que se fundó en 1949 como una reacción democrática y antifascista a la Segunda Guerra Mundial. Redistribuyó la tierra, socializó los medios de producción y colectivizó la agricultura. Instauró sistemas educativos, de salud y de seguridad social igualitarios, y garantizó la equiparación de derechos entre mujeres y hombres. Mantuvo estrechas relaciones económicas y diplomáticas amistosas con otros Estados socialistas y apoyó, en nombre de la solidaridad internacional, a numerosos países de Latinoamérica, Asia y África en sus luchas por la independencia.
La RDA tenía como objetivo declarado la construcción de una sociedad justa basada en los principios de la igualdad. Partiendo de la propiedad pública de los medios de producción, se convirtió en una poderosa nación industrial que puso los frutos de su esfuerzo económico al servicio del bienestar de su ciudadanía, dotando sus vidas de seguridad y protección social. Entre numerosos retos sociopolíticos a los que se enfrentó, la RDA consiguió satisfacer con creces las crecientes necesidades materiales y culturales de su población.
¿Por qué resulta necesario revisitar los logros, principios y estructuras de la RDA treinta años después de su desaparición? ¿Qué lecciones se pueden extraer de las prácticas económicas alternativas al capitalismo de la DDR en el contexto actual, en el que el triunfo del capitalismo no ha hecho más que intensificar la desigualdad, la pobreza, y las crisis a nivel mundial? ¿Qué podemos aprender del fracaso de la RDA?
Con la serie Estudios sobre la RDA, publicada por el Internationale Forschungsstelle DDR [Centro de Investigación de la RDA] (Berlín) en cooperación con el Instituto Tricontinental de Investigación Social (Buenos Aires, Johannesburgo, Nueva Delhi, São Paulo), queremos promover una nueva discusión en torno a la historia y los principios de la RDA, con el objetivo de reevaluar la experiencia y la herencia de la RDA. Esta serie de estudios sobre la agenda socialista de la RDA y sus realidades investiga aspectos de su vida cotidiana, proporciona datos sobre los logros sociales alcanzados y analiza las bases políticas y económicas de este Estado socialista. Queremos hacer una contribución útil a los debates actuales de los movimientos progresistas mediante una mirada retrospectiva a las experiencias vividas en todos los ámbitos de la vida, muchas de las cuales son hoy en día invalidadas por el relato dominante actual, que insiste en el triunfo ineludible del capitalismo y la superioridad de la economía de mercado. Y es que hay millones de personas a lo largo y ancho del globo que luchan todavía por alcanzar conquistas que se consideraban superadas en el socialismo, y que se perdieron con su desaparición.
En esta primera entrega presentamos brevemente la creación de la RDA, su contexto económico, su desarrollo y su fin. Para entender el tipo de socialismo específico a la RDA es necesario poner de relieve las condiciones históricas bajo las que surgió: una profunda crisis tras el fin de una Guerra Mundial asoladora que trajo también consigo la división de Alemania, el país causante de la guerra. Esto hace necesario analizar la RDA en relación con la República Federal Alemana, ya que ambos Estados se vieron confrontados en el contexto de Guerra Fría entre el bloque comunista y el capitalista que siguió.
En 1990, tras el establecimiento de la unidad de Alemania, la economía de la RDA fue desmantelada. Fue una suerte de prototipo de la terapia de choque basada en las medidas de austeridad que les serían aplicadas no solo a los antiguos Estados socialistas, sino pronto también a muchos otros países. Paralelamente, se llevó a cabo una campaña de deslegitimación política, jurídica y moral de la RDA. Frente al relato de los viejos y los nuevos enemigos del socialismo, que afirma que la caída de la RDA demuestra que el fracaso de la política y la economía socialista es inevitable, las publicaciones de esta serie aspiran a ser un recordatorio de que existieron, y existen, alternativas a nuestro presente capitalista. Con este objetivo mostrarán diferentes realidades cotidianas de la RDA, corroboradas por las experiencias de sus ciudadanas y ciudadanos.
“Renacer entre las ruinas…”
Con la victoria de la coalición anti-Hitler y la derrota del fascismo alemán el 8 de mayo de 1945 surgió una nueva correlación de fuerzas internacional. La Unión Soviética, una de las cuatro potencias vencedoras en cuyo territorio se había articulado una sociedad socialista desde la Revolución de Octubre de 1917, fue coherente en su zona de ocupación con los acuerdos que los aliados habían alcanzado para la articulación de una Alemania democrática. El desmoronamiento de la coalición anti-Hitler y el inicio de la Guerra Fría entre los bloques Este y Oeste conllevaron la creación de dos Estados alemanes. En 1949 se fundó la República Federal Alemana, una democracia parlamentaria burguesa en cuyo aparato estatal y económico asumieron posiciones de poder criminales de la dictadura nazi. La fundación en el mismo año de la RDA como estado democrático antifascista marcó una ruptura total en el Este de Alemania con su pasado imperialista. El concepto alternativo del orden social provenía de la Unión Soviética, y la construcción y la creación del nuevo Estado estaba en las manos de lxs comunistas alemanxs, que habían sacado sus propias conclusiones tras dos Guerras Mundiales.
El imperialismo alemán en el siglo XX
El Imperio Alemán, altamente industrializado y económicamente próspero, hizo tambalear el tablero mundial durante la Primera Guerra Mundial con su intento de modificar el modo en el que las potencias coloniales se habían repartido el mundo, asegurándose así una mayor porción de mercados y materias primas. Ya antes se había codeado con otras potencias coloniales europeas en sus prácticas habituales: oprimiendo y explotando a las poblaciones del continente africano, Asia y Oceanía, luchando contra ellas e incluso exterminándolas, como fue el caso de los hereros y los namaquas en la actual Namibia. La Primera Guerra Mundial terminó con la Revolución de los Consejos de Trabajadores y Soldados en noviembre de 1918, que acabó con la monarquía en Alemania, instauró una república parlamentaria y significó el fin de Alemania como poder colonial. Sin embargo, si bien el káiser cayó, los generales permanecieron. Las élites reaccionarias de la joven república, inestable política y económicamente, sintieron que su momento había llegado con la creación del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), un partido que representaba perfectamente los objetivos e intereses expansionistas del ejército, los grandes terratenientes y el capital monopolista alemanes.
En 1933 el partido nacionalsocialista, encabezado por Adolf Hitler, asumió el poder ejecutivo. En pocos meses los fascistas erigieron una dictadura que aniquilaba a sus oponentes políticos, pues prohibía los sindicatos y partidos políticos y arrestaba a comunistas y sindicalistas. Asimismo, comenzaron a asesinar sistemáticamente a la población judía, sinti y romaní, a los homosexuales, a lxs testigos de Jehová, y a las personas con discapacidad. Hitler inició, con un monumental programa de rearme, los preparativos para una guerra que debía llevar a Alemania a conquistar la hegemonía mundial, asegurar territorios hacia el Este del imperio para los “alemanes puros” y a aniquilar a las “masas subhumanas bolcheviques”. Con el ataque por parte del ejército alemán a la vecina Polonia se inició en Europa en 1939 la Segunda Guerra Mundial. Esta guerra, provocada por el Imperio Alemán y las otras potencias del Eje, Italia y Japón, se llevó a cabo de la forma más brutal mediante la destrucción y la aniquilación sistemática de la población civil. La guerra se saldó con un total de 70 millones de muertxs a escala mundial, 20 millones de chinxs y 6 millones de judíxs entre ellos. También cabría contar entre las víctimas de la guerra a una multitud de soldados coloniales, en particular los que el Reino Unido trajo de sus colonias y cuya aportación a la lucha contra el fascismo sigue sin mencionarse apenas en las conmemoraciones en torno a esa guerra.
Dos años tras el inicio de la guerra se formó la coalición anti-Hitler para luchar contra la agresión fascista. La coalición estaba formada por la Unión Soviética, el Reino Unido y los Estados Unidos, pero el peso principal recayó en la Unión Soviética: dos tercios de las divisiones fascistas estaban concentradas en el frente oriental. Aquí es donde se libraron las batallas decisivas a nivel militar. El ejército y las SS aplicaron sin piedad la estrategia de “tierra quemada”, arrasando los territorios conquistados en el Este de Europa y dejando a su paso una destrucción de niveles inimaginables: solo en la URSS fueron reducidos a cenizas 70.000 pueblos y pequeñas ciudades y 32.000 instalaciones industriales. Más de 26 millones de ciudadanos soviéticos fueron asesinados por esta campaña de aniquilamiento.
La “Batalla de Berlín” librada por el Ejército Rojo acabó con la rendición incondicional del ejército fascista alemán el 8 de mayo de 1945. Esto marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, pero no en todo el mundo. La Segunda Guerra Mundial había llegado a África ya en 1935 con la ocupación de Etiopía por parte de la Italia fascista, y a Asia en 1937 en la región china de Manchuria, ocupada por Japón, pero no terminó con el lanzamiento de las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki y la rendición del Imperio Japonés. El fin de la guerra en Europa permitió al Reino Unido, Francia y demás potencias coloniales concentrarse en reprimir los movimientos de liberación nacional que estaban cobrando fuerza en las colonias. Un ejemplo de ello fueron las masacres sangrientas que Francia llevó a cabo en Argelia, o su guerra contra el nuevo Vietnam independiente, bajo el liderazgo de Ho Chi Minh, tras la capitulación de las fuerzas de ocupación japonesas. Estados Unidos no solo se unió a esta guerra, sino que giró y se puso en contra de los partisanos filipinos que, durante tres años, habían estado combatiendo solos a los japoneses en su territorio después de que las fuerzas armadas estadounidenses se retiraran en 1942. Ahora se encontraban de nuevo cara a cara con sus viejos colonizadores. En otros lugares los poderes coloniales se vieron obligados a retirarse, debilitados, y ahí surgieron nuevas posibilidades: India consiguió por fin su independencia, en China la Guerra Civil acabó en 1949 con la victoria del ejército popular de Mao Tse-Tung ante Chiang Kai-Shek.
Tras la rendición incondicional del ejército alemán el 8 de mayo de 1945 la jurisdicción sobre el Imperio alemán recayó sobre las potencias vencedoras de la coalición anti-Hitler. Alemania fue dividida en cuatro zonas de ocupación según lo acordado por los jefes de Estado aliados (Stalin, Churchill, Roosevelt) en la conferencia de Yalta en febrero de 1945 y posteriormente fijado en el Acuerdo de Potsdam en agosto de ese mismo año. Los territorios orientales del Imperio alemán quedaron bajo el control administrativo de Polonia.
Tras la guerra, las cuatro potencias aliadas (Reino Unido, la Unión Soviética, Estados Unidos y Francia) crearon cuatro zonas de ocupación según lo acordado por la coalición anti-Hitler. Cada una de estas zonas estaba bajo el control de una de las potencias vencedoras, y dividían tanto Alemania como su capital, Berlín, que se encontraba dentro del sector soviético. En julio de 1945 los jefes de gobierno de tres de las potencias vencedoras (URSS, EE. UU. y Francia) se reunieron en Potsdam con la intención de deliberar sobre el futuro de la Alemania vencida y la mejor manera de proceder. Las resoluciones acordadas, a las que Francia se adhirió posteriormente, tenían como objetivo arrancar de raíz las bases morales y económicas del fascismo alemán, mantener la integridad de Alemania como una unidad y reconstruirla como una zona neutral. Los cuatro principios políticos básicos que servían como guía a los aliados en esta labor quedaron enmarcados en los acuerdos de Potsdam como “las cuatro D”: desnazificación mediante la expulsión de todos los nazis de posiciones relevantes y el juicio y condena de todos los criminales de guerra, desmilitarización como objetivo final de un desarme total y del desmantelamiento de la industria armamentística alemana, descentralización del poder económico hasta ahora concentrado en manos de unos pocos monopolios empresariales, y democratización de la vida pública.
La Unión Soviética debía cerciorarse de que en el suelo alemán jamás volvería a iniciarse una guerra en su contra, y evitar otra agresión alemana también interesaba a los aliados occidentales. La URSS valoraba de manera realista la coalición aliada y sus socios, así que la construcción del socialismo en el área bajo su control no entraba en sus planes. El objetivo era la creación de una república democrática burguesa, desmilitarizada y no alineada con la que convivir pacíficamente como vecinos, y que sirviera a su vez de área de contención neutral frente a Europa Occidental. Si bien en el sector soviético se empezaron a llevar a cabo las medidas acordadas en el programa de las “cuatro D”, el resto de las zonas occidentales las aplicaron solo en parte. Los acuerdos se convirtieron rápidamente en un incordio, especialmente todo lo concerniente a tocar siquiera la propiedad privada capitalista. Fue así como el mantenimiento de los acuerdos de Potsdam se convirtió en una línea roja entre las zonas: en el Este se colectivizaron las grandes empresas y los criminales de guerra nazis fueron expropiados, condenados, inhabilitados y excluidos de posiciones relevantes en el ámbito público. Por el contrario, en el Oeste se trató a los nazis como viejos “expertos” en los que confiar cargos relevantes, algo que se consideraba ventajoso a nivel económico, así que las grandes empresas que habían aupado al poder a las fuerzas fascistas permanecieron intactas. Los aliados occidentales prohibieron cualquier iniciativa orientada a la expropiación y dejaron las posiciones claves de poder económico en manos de los viejos monopolios alemanes. El desmantelamiento de los monopolios y las grandes corporaciones era una demanda compartida de todas las potencias participantes en la Conferencia de Potsdam, pero solo se cumplió en el sector soviético: aproximadamente 10.000 empresas fueron expropiadas sin indemnización, colectivizadas, y pasaron a formar parte de un importante sector productivo público responsable de cerca de una cuarta parte de la producción bruta industrial, y que coexistía con el sector privado.
Junto a la salvaguarda de los intereses del gran capital, la principal premisa político-militar en las tres zonas de ocupación fue la consolidación del poder global de Estados Unidos en el continente europeo. El ejército estadounidense agitó el fantasma de un potencial dominio mundial comunista, afirmando que la guerra con la Unión Soviética era inevitable y poco menos que una prueba de fuerza. Winston Churchill delineó ya en 1946 las diferentes esferas de influencia refiriéndose al “telón de acero” que había “caído sobre Europa”, “desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático”. La Guerra Fría entre el Bloque Occidental y el Bloque Oriental había empezado. Un año más tarde el presidente estadounidense Truman rompió la coalición militar con la Unión Soviética. Estos conflictos políticos y económicos sistémicos derivaron en la disolución de la coalición anti-Hitler y en la fundación de dos Estados alemanes: uno capitalista y otro en el que la expropiación del capital privado había preparado el terreno para el socialismo. En 1948 algunos Estados de Europa Occidental —Francia, el Reino Unido, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo— firmaron el Tratado de Bruselas, que por entonces todavía pretendía ser solo un acuerdo de defensa mutua contra una nueva agresión alemana, pero rápidamente deriva en la Alianza Atlántica y la creación de la OTAN en 1949, después de que los países firmantes del Tratado de Bruselas solicitaran el apoyo militar de los Estados Unidos. De este modo, EE. UU. se aseguraba su capacidad de maniobra en Europa frente a una presunta amenaza militar por parte de la Unión Soviética.
En Alemania Occidental los partidos burgueses conservadores, representando los intereses de la economía privada y las grandes corporaciones, presionaron para la creación de un Estado independiente, que no podía ser otra cosa que capitalista. En 1948 los aliados occidentales unificaron sus sectores en una “ ”, y completaron la división de Alemania mediante una reforma monetaria: con la introducción del marco alemán, orientado al dólar estadounidense, los aliados establecieron un espacio económico basado en principios capitalistas que excluía al sector soviético, y con la fundación en 1949 de la República Federal Alemana la “trizona” se convirtió efectivamente en un Estado alemán occidental independiente.
La economía de la RFA se recuperó rápidamente de las consecuencias de la guerra gracias a una entrada masiva de capitales en el marco del Plan Marshall, un programa de inversiones estadounidense para la reconstrucción de Europa. En pocos años, la República Federal se convirtió de nuevo en la mayor potencia económica del continente. Su rearme, la reconstrucción de unas fuerzas armadas bajo el mando de cientos de antiguos miembros del ejército nacionalsocialista, y su entrada en 1955 a la alianza militar de la OTAN sirvió para que la RFA se convirtiera en avanzadilla estratégica para apuntalar la hegemonía de EE. UU. en Europa. Desde el primer día fue uno de los centros neurálgicos de la Guerra Fría en contra de los Estados socialistas.
Nuevo comienzo antifascista y democrático en el sector soviético
Tras el fin de la guerra la soberanía de Alemania fue asumida por un Consejo de Control Aliado, formado por los comandantes en jefe de las fuerzas armadas de las cuatro potencias vencedoras. El cumplimiento de las directivas y de las órdenes dependía de la evaluación que de ellas hacía el comandante en jefe de cada sector, y la existencia de un derecho de veto permitía a cada potencia tomar decisiones autónomas con respecto a la zona bajo su control.
Con la liberación de Alemania del fascismo y la ruptura con las bases imperialistas, la Unión Soviética no solo trajo el sistema de sóviets a su sector, sino que puso la construcción de un Estado democrático antifascista en manos de lxs comunistas alemanxs. Ya en junio de 1945 los nuevos partidos demócratas y antifascistas, sindicatos y organizaciones de masas retomaron sus actividades con el visto bueno de la Administración Militar Soviética en Alemania (SMAD por sus siglas en alemán). En 1943 una serie de comunistas alemanxs en el exilio habían fundado, junto a prisionerxs de guerra alemanxs, la organización antifascista Comité Nacional por una Alemania Libre. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial tres grupos formados por funcionarixs del Partido Comunista de Alemania en el exilio y de prisionerxs de guerra antifascistas viajaron hasta Alemania para participar en la reorganización de la vida pública, la construcción de los órganos administrativos propios y la fundación de partidos y sindicatos conformes con las resoluciones de la SMAD.
Fragmento de “La canción de la reconstrucción” (1948)
A todos nos gusta dormir bajo techo
así que reconstruir no es un mal consejo,
pero tiene que ser bajo nuestros propios términos
así que empecemos por construir un nuevo Estado.
¡Se acabaron las ruinas, construyamos algo nuevo!
Debemos labrarnos nuestro propio futuro
y que vengan a por nosotros, si se atreven.Bertolt Brecht (1898 – 1956)
El 11 de junio de 1945 el Partido Comunista de Alemania (KPD por sus siglas en alemán) publicó su Llamamiento a la construcción de una Alemania democrática y antifascista, en el que llamaba al pueblo alemán a luchar “contra el hambre, el desempleo y la indigencia” y a transformar la estructura de la propiedad que había determinado las relaciones económicas hasta el momento para “proteger a lxs trabajadorxs frente a la arbitrariedad de los empresarios y la explotación desenfrenada”. El KPD formó junto al resto de las fuerzas democráticas y los demás partidos de nueva creación un bloque democrático. En 1946 los dos partidos obreros KPD (comunistas) y SPD (socialdemócratas) se unieron en un solo partido, el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED por sus siglas en alemán), que se convirtió en el partido líder en la zona de ocupación soviética y, posteriormente, en la RDA. De este modo consiguió superarse la división histórica de la clase trabajadora que tanto la había debilitado hasta entonces en la lucha contra el orden establecido.
Mediante una reforma agraria introducida ya en 1945 se expropió sin indemnización a los terratenientes feudales y a la aristocracia junker que constituían una importante fuerza dentro del militarismo prusiano. Las propiedades que superaban las 100 hectáreas y los bienes raíces de todos los criminales nazis y de guerra pasaron a formar parte de un fondo de tierras estatal que repartió terrenos entre más de un millón de trabajadorxs del campo, granjerxs y agricultorxs pobres y personas reasentadas.
Durante el verano de 1945 se creó, por orden de la SMAD, la Administración Central de Educación Popular. Su labor era la construcción de un sistema educativo y escolar antifascista, laico y socialista. Se creó un sistema único de escuelas públicas que garantizaba por primera vez el mismo derecho a la educación para todos lxs niñxs. Lxs profesorxs que hubieran estado involucrados con el nazismo fueron inhabilitados y se formó rápidamente a aproximadamente 40.000 personas jóvenes, una nueva generación de maestros sin implicación previa en el sistema fascista.
The Establishment of the DDR
La recién constituida República Federal se declaró heredera única del Imperio alemán y representante de todos los alemanes. También pretendía reclamar su derec ho sobre los antiguos territorios orientales del Imperio alemán al este de los ríos Óder y Neisse, que habían quedado bajo control administrativo de Polonia. La RFA decidía así ignorar lo acordado en la Conferencia de Potsdam y mantener sus pretensiones nacionalistas.
Como reacción a la constitución de un Estado en el Oeste, en el Este el Consejo Popular se reunió y decidió fundar la República Democrática Alemana el 7 de octubre de 1949. Las funciones administrativas que hasta el momento habían sido asumidas por las autoridades militares soviéticas fueron transferidas al nuevo gobierno, que utilizó su primera declaración para comprometerse con la paz, el progreso social y las relaciones cordiales con la Unión Soviética y todo Estado y movimiento pacíficos.
Consejo Popular Alemán
El Consejo Popular Alemán fue fundado en 1947 por iniciativa del SED. Agrupaba a representantes de partidos y organizaciones de masas del sector soviético y su funcionamiento era parecido al de un parlamento. Una comisión del consejo elaboró el borrador de una Constitución. En un congreso popular celebrado el 7 de octubre de 1949 el Consejo Popular se constituyó como “cámara popular provisional” (en alemán, Volkskammer) de la RDA. En octubre de 1950 se celebraron las primeras elecciones. La Volkskammer era el órgano constitucional de mayor competencia del país y funcionó hasta 1990 como parlamento de la RDA.
El nuevo país se definía como un Estado obrero y campesino, y el poder político estaba en manos de la clase trabajadora y su partido principal, el SED. La formación del “Frente Nacional”, una plataforma de partidos y organizaciones de masas, garantizaba la participación de todos los grupos sociales en los procesos políticos. La primera constitución de la RDA cimentó las conquistas del reciente terremoto político demócrata y antifascista. Puso en manos de la clase obrera y sus aliados el ejercicio del poder público, suprimió los monopolios y los latifundios, creó las bases de una economía colectivizada, declaró el derecho de todas y todos los ciudadanos al trabajo y a la educación y la igualdad de la mujer. El compromiso con la paz y la amistad entre los pueblos se convirtió en el principio fundamental de la política estatal. El himno nacional del nuevo país rezaba así: “Resurgidos de entre las ruinas / con la vista puesta en el futuro / … Todo el mundo anhela la paz / tendedle vuestra mano a los pueblos”.
Un reto existencial al que se enfrentaba el nuevo país era la articulación de una economía competitiva. El primer plan quinquenal tenía como objetivo aumentar la productividad del trabajo en las empresas colectivizadas, doblar la producción industrial y aumentar el porcentaje de propiedades públicas. Las aproximadamente 17.500 empresas de propiedad privada capitalista que seguían existiendo se integraron en la planificación económica mediante políticas económicas, financieras y fiscales. La RDA transitó con este primer plan quinquenal hacia una planificación económica socialista a largo plazo, y sentó las bases para una construcción del socialismo con la que se comprometió definitivamente en 1952.
En 1950 la RDA se adhirió al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME, o COMECON por sus siglas en inglés), que había sido fundado un año antes en Moscú. El COMECON fue una alianza de cooperación económica entre la Unión Soviética y las nuevas democracias populares de Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumanía y Checoslovaquia, a la que se sumaron posteriormente más países como Cuba o Vietnam. Las relaciones económicas debían regirse por la cooperación socialista en lugar de la competencia capitalista. El COMECON tenía como objetivos la creación de un espacio económico común de economías socialistas y la coordinación de sus planes económicos nacionales. La colaboración económica, científico-técnica y cultural se organizó mediante numerosos acuerdos bilaterales. Ese mismo año, la RDA reconoció el trazo fronterizo entre Alemania y Polonia a lo largo de los ríos Óder y Neisse, pactado en los Acuerdos de Potsdam, como la “frontera de la paz” definitiva. Al contrario de la República Federal, renunció a cualquier pretensión sobre los antiguos territorios orientales del Imperio alemán, lo que fue un paso importante hacia la reconciliación entre estos dos antiguos enemigos de guerra.
Desde los años cincuenta los dos Estados alemanes estuvieron firmemente integrados tanto económica como política y militarmente en los dos sistemas de alianzas que conformaban los bloques Oriental y Occidental. La RDA se unió en 1955 al Pacto de Varsovia, una alianza militar basada en un pacto de mutua defensa entre los países socialistas del Este que tenía un carácter exclusivamente defensivo, y cuyo objetivo prioritario era el mantenimiento de la paz en Europa. En el contexto de la carrera armamentista forzada por Occidente, la RDA, con su posición fronteriza con Europa Occidental, era un territorio sumamente sensible, en la primera línea de confrontación entre bloques y con un alto peligro potencial de guerra.
El ciudadano de la RDA vivía en un país que apreciaba la paz y cuyo proyecto político estaba orientado a ella. Ahora es ciudadano de un Estado alemán que conduce guerras. (…) La caída del muro de Berlín marcó el final del periodo de paz más largo que Europa haya experimentado jamás. La guerra tardó pocos meses en volver a un continente del que había estado totalmente ausente desde 1945. La frontera entre las dos Alemanias había caído, pero… Esa entrada triunfal de la democracia burguesa creó principalmente fronteras ahí donde nunca las había habido antes. Entre checos y eslovacos, entre los pueblos de la antigua Yugoslavia —y esto sin hablar de las fronteras que hoy en día atraviesan la región de la antigua Unión Soviética. Las consecuencias de este nuevo trazado de fronteras fueron todo tipo de conflictos bélicos y decenas de miles de muertos. Para los alemanes del Este, 1990 marcó el fin de la posguerra y el inicio de un nuevo período de anteguerra.
Matthias Krauß, periodista de Alemania del Este, 2018
Una buena economía ¿para quién?
El éxito económico se mide normalmente en función del volumen de ventas y ganancias. Estos parámetros –si bien importantes— no eran lo esencial para la política económica de la RDA. El objetivo de la producción era la mejora constante de las condiciones de vida y de trabajo de las personas, en lugar de los beneficios que repercuten tan solo en los ricos y en los propietarios privados. Que las empresas de la RDA tuvieran en consideración y financiaran con miles de millones cuestiones sociales como la vivienda, las vacaciones, la atención sanitaria y el cuidado infantil es inconcebible bajo la actual ortodoxia económica, neoliberal y orientada al lucro. La historia económica de la RDA es un ejemplo de una política distributiva que prioriza las necesidades de las personas.
Condiciones de partida de la economía de Alemania del Este tras 1945
Tras el fin de la guerra más de una cuarta parte de las viviendas de las ciudades de Alemania del Este estaban destruidas o habían quedado inhabitables debido a los bombardeos aliados. La destrucción de calles, vías férreas y puentes limitó drásticamente el uso de las infraestructuras y, en consecuencia, el suministro de alimentos y de materias primas. A esta situación hay que sumarle que enormes cantidades de activos financieros fueron desviados a Alemania Occidental, ya que muchos propietarios de empresas y altos cargos del Estado fascista huyeron hacia el Oeste para eludir condenas o expropiaciones.
En lo que constituía otra violación de los acuerdos de la Conferencia de Potsdam, los sectores occidentales suspendieron los pagos de reparaciones a la Unión Soviética. Al ser el país más dañado por la guerra, la URSS se vio obligada a obtener recursos de su propia zona ocupada. Se desmantelaron 2.400 empresas de Alemania del Este para su relocalización en la Unión Soviética: casi toda la industria automovilística y más de la mitad de la industria eléctrica, la siderúrgica y la ingeniería pesada. Además, la Unión Soviética también extraía bienes de la producción todavía en curso en la zona de ocupación soviética para proveer a la población del propio país. En total, en comparación con el periodo anterior a la guerra, Alemania del Este había perdido aproximadamente el 70 % de su capacidad industrial. Como consecuencia, el nivel de vida y la productividad de Alemania del Este apenas llegaba a la mitad de los niveles del Oeste.
En los primeros ocho años tras la guerra casi un tercio de la producción total de Alemania Oriental no pudo ser utilizada para reconstruir su propia economía. Las desigualdades regionales de la industria alemana aumentaron tras la división del país. Tanto la producción de máquinas para la industria minera como la metalurgia de fundiciones y laminadoras, así como toda la industria primaria y secundaria del carbón y del acero, estaban firmemente asentadas en el Oeste. La RDA perdió el acceso a este tipo de recursos, lo que forzó a los economistas encargados de planificar la economía de Alemania del Este a intentar suplir esta desventaja mediante el incremento de la productividad. Las privaciones y un esfuerzo constante de la población fueron cruciales para reconstruir la economía de la RDA, que en tiempo récord volvió a levantar prácticamente de la nada su propio tejido de industria pesada, si bien la producción de bienes de primera necesidad como artículos de ropa y de alimentación quedó inicialmente en un segundo plano. De hecho, el racionamiento de alimentos no pudo eliminarse hasta 1958.
La República Federal fue cortando poco a poco el comercio intraalemán, que tan importante era para la RDA. Cuando alguna empresa occidental todavía comerciaba de forma puntual con la RDA, las autoridades de la RFA aplicaban un abanico de sanciones, como la retirada de crédito o la aplicación de medidas fiscales especiales. Sin embargo, la estrategia disruptiva de la RFA se centraba sobre todo en el sabotaje de las cuotas de venta convenidas contractualmente y en la interrupción de los suministros. Estas medidas fueron palos en las ruedas del comercio interno alemán, que inicialmente era el único canal a través del cual la RDA podía obtener materias primas y equipos que sus socios del Este no podían producir debido a su situación económica. Tradicionalmente, las empresas de Alemania Occidental fabricaban productos adaptados a las necesidades de Alemania del Este, de acuerdo con un mismo sistema estándar. Solo ellas podían suministrar productos por la ruta más corta posible y libres de impuestos arancelarios, ya que la RFA no reconocía a la RDA como un Estado y, por lo tanto, no la consideraba un país extranjero. Así, la política de mandato [de soberanía] exclusivo de la RFA tuvo un efecto palanca para el chantaje económico.
Con sus 17 millones de habitantes, la RDA era un país pequeño que solo podía seguir el ritmo de la ciencia y la economía mediante la integración en la división internacional del trabajo. La Guerra Fría y el embargo hacían imposible su participación en igualdad de condiciones en la especialización y la cooperación internacional. El Comité Coordinador para el Control Multilateral de las Exportaciones (CoCom, por sus siglas en inglés), liderado por Estados Unidos, bloqueó a partir de 1949 las exportaciones de tecnología occidental hacia el Bloque Oriental, impidiendo de este modo que Alemania del Este pudiera aprovechar los avances tecnológicos o participar en la división internacional del trabajo en lo que respecta el empleo, la ciencia, la investigación y el desarrollo. Fueron necesarias cantidades ingentes de recursos y un intenso trabajo de desarrollo tanto científico como tecnológico para hacer frente a los enormes huecos que provocaba el embargo en el tejido económico de la RDA.
A partir de los años cincuenta la República Federal Alemana llevó a cabo la “doctrina Hallstein”, un conjunto de reglas orientadas a aislar económicamente y debilitar todavía más a la RDA. Cualquier reconocimiento o mantenimiento de relaciones diplomáticas con la RDA era interpretado como una “acto hostil”. La RFA amenazaba a todos los Estados que cuestionaran su derecho exclusivo de representar la soberanía alemana con sanciones económicas y la ruptura del contacto diplomático. La “doctrina Hallstein” se convirtió en un enorme obstáculo al comercio: los pasaportes de la RDA no eran reconocidos, se prohibieron las relaciones diplomáticas, las embajadas, y los acuerdos comerciales y de pagos, y se llevó a cabo una política de licencias restrictiva.
La combinación de diferentes factores (una ventaja estructural debido a la distribución regional de la industria, un pago significativamente menor de reparaciones de guerra, y el acceso sin trabas a materias primas) situó a Alemania Occidental en un punto de partida aventajado a nivel económico. A eso debe sumarse que EE. UU. exportó capital a la República Federal. Todo esto permitió una rápida reactivación de la economía y el establecimiento de unas mejores condiciones para la población. Esta disparidad provocó también la emigración de muchas personas hacia el Oeste. El 50 % de las personas migrantes eran jóvenes y estaban altamente cualificadas. Solo en los años cincuenta, un tercio de la población académica de la RDA abandonó el país. Esto significaba una enorme pérdida, ya que su formación había sido financiada por el Estado que ahora abandonaban, y su trabajo era necesario en ese momento más que nunca para la reconstrucción. La cúpula de la RDA puso freno al flujo migratorio hacia la República Federal a través de Berlín Oeste con la construcción del “Muro” en 1961.
Los logros económicos de la RDA
En los años cincuenta fue necesario idear modos de rellenar los importantes agujeros que la guerra y el pago de reparaciones de guerra habían provocado en las cadenas de producción. El aislamiento económico de la RDA llevó a decisiones pragmáticas: si no era posible obtener acero del Oeste, debía producirse a nivel local, independientemente de su baja calidad o de su alto coste. Si no era posible obtener carbón o petróleo, se usaba lo que se tenía a mano: lignito. El lignito era la única fuente de energía primaria que podía obtenerse en cantidades suficientes en el Este. Su uso era problemático a nivel ecológico, pero, debido a las condiciones externas, no había otra alternativa. Durante los primeros años, el foco de la reconstrucción económica se centró en la articulación de una industria de maquinaria pesada, siderúrgica y metalúrgica propia. El primer plan quinquenal estipulaba la duplicación de la producción industrial entre los años 1951 y 1955.
Las enormes plantas fabriles que se construyeron a lo largo de este periodo atrajeron a gente joven, creándose nuevos pueblos y ciudades en regiones previamente poco pobladas que se convirtieron en un hogar para miles de personas. En cuarenta años, la RDA transformó profundamente el rostro de Alemania del Este, que había sido hasta entonces una región agrícola subdesarrollada. La creciente estabilización de la economía y el aumento de la producción dotó al país de un mayor volumen de inversión, y solo entre los años 1950 y 1960 este volumen llegó a triplicarse.
Otro reto ambicioso fue la superación de las desigualdades económicas y sociales entre las regiones del norte y del sur, así como el desequilibrio entre la industrialización urbana y la rural, ya que el grado de industrialización del Sur era claramente mayor que el del Norte. La superación de las diferencias entre las zonas urbanas y las rurales es ante todo la historia del desarrollo de un nuevo tipo de agricultura en la RDA, marcada por una reforma agraria y la colectivización de los medios de producción agrícola. Paralelamente, en las regiones tradicionalmente orientadas a la agricultura se empezó la articulación y, sobre todo, la ampliación de las regiones productoras de energía de la república. A las nuevas centrales eléctricas se les unió en 1955 la mayor planta de refinamiento de lignito de Europa. Otras importantes plantas industriales, consideradas de entre las más modernas de Europa por aquel entonces, se construyeron en regiones baldías.
Las modernas plantas productivas transformaron progresivamente el paisaje de algunas regiones, cuyas economías tradicionales apenas habían alcanzado hasta entonces para alimentar a su depauperada población. En la costa del mar de Báltico se aceleró el desarrollo de la industria marítima y portuaria. Las industrias pesquera y naviera se convirtieron en motores de la región. Surgieron grandes plantas de procesamiento de pescado y empresas proveedoras para la construcción y el mantenimiento naval. A ello se sumó el procesamiento industrial de bienes de importación y el crecimiento de las instalaciones portuarias. Estos progresos impulsaron a su vez el comercio en la región y la apertura del norte hacia el resto del país.
A pesar de unas condiciones de partida adversas y de muchas desventajas estructurales, en los cuarenta años de su existencia la RDA alcanzó una tasa media de crecimiento económico de un 4,5 %. A pesar de esto, lo cierto es que no fue suficiente para alcanzar a la RFA. Tanto ahora como entonces, esto es atribuido a un supuesto fracaso de la economía dirigida. Así se perpetúa el mito de que “no existe una alternativa a la economía de mercado”. Pero lo cierto es que un análisis detenido de los números lleva a una serie de conclusiones que obligan a cuestionar este relato. A pesar de unas condiciones de partida desiguales, a lo largo de sus cuarenta años de historia la economía de la RDA no dejó de crecer en ningún momento ni vivió jamás un periodo de estancamiento.
El papel de la investigación y el desarrollo también es digno de mención. De cada 1000 trabajadorxs industriales, 23 trabajaban en el ámbito de la I+D, a la par que los países industriales occidentales. A pesar de que el Oeste disponía de más medios para la investigación, la RDA no se quedó corta: en 1988 registró 12.000 patentes, ocupando el séptimo puesto en el ranking de países en lo que a números de patentes se refieren. Gracias a esta labor investigadora, llegados al 1989 la RDA había sido capaz de multiplicar por 12,3 su producción industrial y quintuplicar, llegando a los 207,9 millones de euros, su producto interior bruto. Por aquel entonces, la RDA se había convertido en una de las 15 principales naciones industrializadas del mundo.
La mitad de la renta nacional de la RDA provenía del comercio exterior. En 1988 un tercio de su mercancía pasaba por los flujos de exportación e importación con el espacio económico socialista y un total de setenta países. Su principal socio comercial occidental era la RFA. Este volumen de exportación es una muestra de la considerable integración de la RDA en el tráfico comercial internacional: ocupaba el 16 del ranking mundial y el 10 a nivel europeo. Gracias a una perseverante planificación económica la RDA pudo mantener un equilibrio entre sus importaciones y sus exportaciones a lo largo de toda su existencia.
El marco de la RDA era una moneda interna y no podía convertirse, ni para el comercio exterior ni para el turismo. Para obtener divisas convertibles y poder así usarlas para hacer las necesarias transacciones en el marco de los mercados internacionales, la RDA se veía a menudo obligada a vender sus mercancías por debajo de su valor de mercado. La RFA le suministraba sustancias químicas de base y materias primas (carbón, crudo, coque) a gran escala y compraba después el producto refinado (gasolina, gasóleo, material plástico). Las consecuencias ambientales de estos procesos de refinamiento quedaban a cargo de la RDA. Con el objetivo de mejorar la situación de las divisas, a partir de los años setenta numerosas empresas estatales fueron contratadas para llevar a cabo la “producción autorizada” de productos para empresas occidentales, en parte mediante el uso de materias primas suministradas por el Oeste. Las empresas occidentales se aprovechaban del bajo coste de los salarios de la RDA, si bien la comparación de los salarios del Este y del Oeste no refleja adecuadamente los niveles salariales de la RDA, ya que la ciudadanía gozaba de precios subvencionados en el alquiler y los alimentos básicos, así como de prestaciones sociales gratuitas.
Con la exportación, la RDA no sólo financiaba la importación imprescindible de materias primas, sino también todo tipo instalaciones modernas que conseguía a través de sus socios comerciales capitalistas. Los socios extranjeros no obtenían participación financiera alguna en las empresas que equipaba, como suele suceder en la exportación de capitales, evitándose así la entrada de capital extranjero en la RDA.
La RDA en el plano internacional
Si bien la imagen internacional de la RDA como un socio comercial fiable y justo fue mejorando, fuera de los países del bloque socialista se le negó el reconocimiento jurídico durante largo tiempo. Su apoyo a los movimientos de liberación contra las potencias coloniales y a los movimientos nacionales contra las intervenciones imperialistas y la dependencia poscolonial le granjearon una creciente simpatía entre los países en vías de desarrollo, pues la RDA se posicionó a la vanguardia en la lucha contra el neocolonialismo y el imperialismo. En contraste, la política exterior de Occidente era anacrónica: implicaba aferrarse a las colonias y los regímenes de apartheid o incluso a los últimos coletazos del fascismo en el Portugal de Salazar y la España de Franco hasta bien entrados los 70, así como intentos constantes de instaurar gobiernos títere en las antiguas colonias y la defensa, miles de muertxs mediante, de constructos como “Vietnam del Sur”. Los Estados occidentales lograron victorias temporales de la manera más cruenta posible, dejando a un lado incluso sus propios estándares de democracia, libertad y derechos humanos.
La RDA apoyó a numerosas organizaciones en sus luchas de liberación. Algunas de ellas fueron las Fuerzas Armadas de la República Democrática en la guerra de Vietnam, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, y, en África, el Frente de Liberación Nacional de Mozambique (FRELIMO), la Unión del Pueblo Africano de Zimbabue, el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGCV) y el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA). Mientras que el Oeste calumniaba a Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano (CNA) llamándoles terroristas y “racistas” y hacía negocios con el régimen del apartheid que incluían el comercio de armas, la RDA daba su apoyo al CNA, formaba militarmente a sus combatientes, imprimía sus publicaciones y se ocupaba de sus enfermos. Tras las revueltas estudiantiles contra el apartheid ocurridas el 16 de junio de 1976 en Soweto, la RDA mostró su apoyo declarando la fecha el “Día de Soweto”, como muestra de solidaridad con la lucha del pueblo sudafricano. Fue también la RDA quien apoyó a Namibia, antigua colonia alemana, en su lucha por la independencia. LA RDA acogió a centenares de niñxs para que pudieran crecer en un contexto seguro y recibir una educación. Con el fin de la RDA y la independencia de Namibia estos niñxs, entretanto convertidos en jóvenes, fueron deportados y dejados a su suerte.
Frente el activismo habitual de cooperantes y trabajadorxs humanitarios liberales y ecologistas, la orientación y la solidaridad internacionales en la RDA no era algo limitado a funcionarios vinculados a la política exterior, o un pasatiempo de unos pocos grupos burgueses, sino un fenómeno de masas cotidiano en la que se implicaba toda la población. La amistad entre los pueblos decoraba tanto las paredes de los edificios de viviendas, en forma de murales enormes, como los sellos de cartas y postales. El Comité de Solidaridad de la RDA centralizaba las donaciones de la población, y entre 1961 y 1989 recaudó 3.700 millones de marcos. La colecta de donaciones se organizaba principalmente a través de organizaciones de masas como la Federación Alemana de Sindicatos Libres de la RDA: los trabajadorxs hacían sus aportaciones comprando cupones solidarios o trabajando para aumentar la producción por encima de las estimaciones. En la época en la que Alemania occidental todavía trataba a la población del Sur global como indigentes incultxs que estarían perdidos sin su ayuda, y a los héroes de los movimientos de liberación como criminales, estos eran ya más que conocidos entre la ciudadanía de la RDA. Los nombres y las biografías de Patrice Lumumba, Kwame Nkrumah, Ahmed Sékou Touré, Julius Nyerere, Agostinho Neto, Samora Machel y Nelson Mandela, entre otros, eran conocidos y celebrados. La solidaridad de la RDA se coló incluso hasta el corazón del poder imperialista, durante el procesamiento como terrorista de Angela Davis en EE. UU. Un corresponsal de la RDA le hizo entrega de un ramo de flores el Día de la Mujer, pero esto fue seguido por camiones y camiones de sacos que llegaron a la prisión donde estaba recluida, llenos de cartas con rosas pintadas. Lxs escolares de la RDA habían dibujado y enviado las flores, en lo que se conoció como la campaña “1 millón de rosas para Angela”. El juez quedó impresionado, y en la RDA no quedó un solo niño o niña que no supiera quién era Angela Davis.
Menos conocido, pero incluso más relevante fue el número de ciudadanxs de la RDA —jóvenes, estudiantes, científicxs y trabajadorxs— que participaron en proyectos solidarios en todo el mundo. Un ejemplo de ello fueron las sesenta brigadas solidarias de la Juventud Libre Alemana, la organización juvenil de masas de la RDA, que viajaron entre 1964 y 1988 a 27 países distintos para compartir sus conocimientos, ayudar en la construcción y colaborar en la creación de oportunidades de formación y de las condiciones necesarias para la independencia económica. Algunos de estos proyectos existen todavía, en parte bajo nombres nuevos. Algunos ejemplos son el hospital Carlos Marx en la capital de Nicaragua, Managua, el hospital de la Amistad Germano-Vietnamita en Hanói, Vietnam, o la cementera Carlos Marx en Cienfuegos, Cuba.
Al mismo tiempo, muchas personas jóvenes llegaron a la RDA para estudiar provenientes de todo el mundo. Lxs primerxs estudiantes extranjerxs fueron once jóvenes nigerianxs que habían visitado Berlín Este en 1951 en el marco del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Cuando el gobierno colonial británico les denegó el reingreso a su país de origen se les ofrecieron plazas como estudiantes en la Universidad de Leipzig. El curso de preparación que recibieron para aprender alemán se convirtió posteriormente en el “Instituto para la formación de extranjerxs”, el Instituto Herder, en el que lxs universitarixs extranjerxs hacían un curso de alemán de un año para prepararse para sus estudios. Unos 22.000 estudiantes de 134 países pasaron por el Instituto, que también enviaba docentes a universidades extranjeras. Más de 50.000 estudiantes extranjerxs se formaron en las universidades e instituciones de enseñanza superior de la RDA. Sus estudios fueron financiados por el presupuesto estatal de la RDA. No había tasas universitarias y la mayor parte de lxs estudiantes extranjerxs recibieron una beca, y se les proporcionó alojamiento en residencias de estudiantes. El aumento de estudiantes refleja la especial atención hacia los países africanos y sus luchas anticoloniales. La RDA acogió también a niñxs, como por ejemplo lxs de Namibia, para que pudieran crecer seguros al margen de las guerras de independencia que se libraban en sus países. En 1982 se inauguró la “Escuela de la Amistad” que permitió a 899 niñxs y jóvenes mozambiqueñxs estudiar y formarse en la RDA.
A todos estos niñxs y estudiantes de todo el mundo hay que sumarles muchos trabajadorxs contratados de países con relaciones amistosas con la RDA que llegaron para ser formados como aprendices e incorporarse a la producción. Esta cooperación entre países se regía por los “Acuerdos sobre la formación y el empleo de trabajadorxs extranjerxs”. Venían sobre todo de Mozambique, Vietnam y Angola, pero también de Polonia y Hungría. Tras la caída de la RDA sus contratos fueron rescindidos, lo que para muchos significó la pérdida de su permiso de residencia. No les fueron pagados los salarios adeudados ni otras compensaciones. Paralelamente, ya a partir de los años 80 podía leerse en las portadas de las revistas de Europa Occidental frases xenófobas como “El barco está lleno” mientras los partidos de derechas celebraban importantes victorias y la República Federal preparaba la abolición del derecho de asilo. Frente a esto la RDA se mantuvo abierta hasta el final, e incluso aumentó su compromiso internacional: el número de trabajadorxs contratados pasó de 24.000 en 1981 a 94.000 en 1989. Ese mismo año China dio muestras de querer aumentar masivamente su número de trabajadorxs contratadxs. Esto hubiera sido enormemente beneficioso para la RDA, donde, al contrario que en el Oeste, imperaba la escasez de mano de obra. Por su lado, China resaltó que tanto ellos como el resto de los países socialistas solo podían estar interesados en el crecimiento de la economía de la RDA. 1989 fue además el año en el que lxs ciudadanxs extranjerxs en la RDA obtuvieron el derecho a voto en las elecciones municipales e incluso se presentaron por primera vez a las elecciones. Esta forma de participación continua hoy en día bloqueada en el Oeste.
Un ejemplo ilustrativo de la colaboración internacional entre países socialistas fue la cooperación entre la RDA y Vietnam. Con el objetivo de garantizar el suministro de café, amenazado por el aumento de su precio en los mercados internacionales y la escasez de divisas de la RDA, y a la vez facilitar un comercio en igualdad de condiciones con Vietnam, la, la RDA invirtió masivamente en el cultivo vietnamita de café y en el suministro de material, el intercambio entre expertos y la creación estructuras técnicas y sociales, algunas de las cuales existen todavía hoy. Esto creó las bases para que Vietnam sea hoy en día el segundo productor de café del mundo. Al contrario de las relaciones comerciales de hoy en día entre países capitalistas, la RDA no se limitaba comprar en un país, sino que cooperaba con sus socios comerciales. Y lo hacía bajo una máxima muy concreta: no tenía requisitos uniformes, sino que decidía las condiciones de los acuerdos junto a sus socios en función de las necesidades económicas de cada uno. Era una manera de gestionar la economía a nivel internacional basada en la cooperación y en la promoción de la soberanía nacional, en lugar de la competencia y la dependencia. Era una labor solidaria diferente a la ayuda humanitaria del Oeste, ya que carecía del paternalismo que limita el potencial de una industria a hacerla depender de otra. El objetivo era mantener la sostenibilidad y la salud económica de los proyectos y de los países que tanto promete pero que nunca consigue la ayuda humanitaria capitalista con su labor aparentemente desinteresada. Y es que el altruismo occidental es en general imperialista y se lleva a cabo desde una perspectiva capitalista, en la que la cooperación representa intereses empresariales. La RDA y los demás países socialistas hermanados comerciaban en igualdad de condiciones y según sus necesidades. LA RDA contribuyó a la independencia de los países a los que ofreció su ayuda, construyendo industria e infraestructura a nivel local y formando a personas.
Esta actitud no tardó en ser reconocida a nivel político: el primer país fuera del Bloque Oriental que reconoció a la RDA diplomáticamente fue la República Unida de Tanganica y Zanzíbar (posteriormente Tanzania), en 1964. Gobierno de la RDA reaccionó mandando barcos con material, ingenieros, y trabajadorxs de la construcción que levantaron en el archipiélago de Zanzíbar, en medio del Océano Índico, dos barrios enteros de edificios de apartamentos todavía hoy muy solicitados, en los que viven aún unas 20.000 personas. La entrada a la arena del reconocimiento internacional sucedió claramente gracias a los países del Sur Global: en 1969 Sudán, Irak y Egipto establecieron relaciones diplomáticas con la RDA, en 1970 la República Centroafricana, Somalia, Argelia, Ceilán y Guinea. Esta oleada de reconocimientos forzó al nuevo gobierno de coalición socioliberal de la República Federal a abandonar la doctrina Hallstein en 1969 y tolerar el reconocimiento soberano de la RDA, si bien mantuvo firmemente hasta el final su posición de considerar como propios a lxs ciudadanxs de la RDA. Cuando entre 1972 y 1974 países occidentales empezaron a establecer relaciones diplomáticas con el “segundo Estado alemán” la RDA consiguió por fin aquello por lo que había tenido que luchar durante 20 años: el reconocimiento internacional.
Poco después, en 1973, la RDA y la RFA ingresaron a la vez en las Naciones Unidas. Allí la RDA trabajó consecuentemente, mediante numerosas resoluciones, contra las armas nucleares y el rearme y en defensa de la seguridad y el desarme. También tuvo una participación destacada en la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer.
“¡Producir más, repartir de forma más justa, vivir mejor!”
La vía socialista de la RDA se basaba en el análisis marxista según el cual una sociedad socialmente justa solo es posible sobre la base de la socialización de los medios de producción. La propiedad socialista estaba definida de tres maneras: como propiedad estatal socializada, como propiedad colectivizada de cooperativas de trabajadorxs, y como propiedad de organizaciones sociales. La Constitución estipulaba firmemente que el funcionamiento de las empresas privadas que continuaron existiendo a pequeña escala debía estar al servicio de las necesidades sociales y el aumento del bienestar del pueblo. Las entidades empresariales privadas orientadas a amasar poder económico no estaban permitidas. Estos principios constitucionales fueron aplicados de manera consecuente: el porcentaje de la propiedad estatal en la industria y el artesanado aumentó incesantemente, hasta alcanzar el 98 % en 1989.
Propiedad popular
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- Son propiedad del pueblo los recursos minerales, las minas, las centrales eléctricas, las presas, los recursos hídricos, las riquezas naturales del continente, las grandes empresas industriales, los bancos y entidades aseguradoras, las mercancías nacionalizadas, las infraestructuras, los medios de transporte como el ferrocarril, el transporte marítimo y aéreo, y los sistemas de correos y de telecomunicaciones. La propiedad privada en cualquiera de estos ámbitos queda prohibida.
- El Estado socialista garantiza un uso de la propiedad del pueblo orientada al mejor de sus usos para la sociedad. La economía planificada y el derecho económico socialista están a su servicio. El uso y la administración de la propiedad del pueblo se rige bajo los principios de las empresas públicas y las instituciones estatales. El Estado puede ceder mediante contratos su uso y administración a organizaciones y asociaciones cooperativas o colectivizadas. Este tipo de cesiones debe servir al interés general al aumento de la riqueza social.
– Artículo 12 de la Constitución de la República Democrática Alemana de 1968
Estrechamente ligado a la cuestión de la propiedad estaba el tipo de gestión económica. En la economía socialista planificada los procesos económicos y sociales estaban centralizados en y dirigidos por el Estado y el partido gobernante. Las empresas recibían especificaciones coordinadas concretas sobre la cantidad, la estructura y el reparto de sus productos. También les eran asignados los fondos necesarios para hacer inversiones, el personal y el material. Los objetivos socioeconómicos se articulaban mediante planes a medio plazo a, generalmente, cinco años vista, y la formación y el desarrollo de los recursos materiales y humanos se planeaban de manera acorde. Con arreglo al principio del centralismo democrático, todos los factores de la vida económica eran en primera instancia dictados a empresas y conglomerados industriales por las autoridades de planificación estatal, y fijados definitivamente a posteriori a partir del análisis de los resultados iniciales.
Definición de Kombinat
A finales de los años sesenta algunas empresas estatales del sector de la construcción y de los transportes fueron fusionadas progresivamente para pasar a convertirse en grandes complejos empresariales: los Kombinate. En 1989 aproximadamente el 80 % de todas las personas empleadas trabajaban en un Kombinat. En los Kombinate, una suerte de “consorcios socialistas”, se combinaban la producción, la distribución y la comercialización de un sector o de una rama de producción complementaria. Los Kombinate, que disponían de institutos y de capacidades para la investigación y el desarrollo y cooperaban con academias y universidades, surgieron con el objetivo de crear estructuras de producción más asequibles, con una gestión más efectiva y centralizada, así como facilitar la introducción de soluciones tecnológicas innovadoras. Igual que el consorcio en su conjunto, las empresas que constituían un Kombinat se organizaban siguiendo las instrucciones de la Comisión Estatal de Planificación.
También la formación de trabajadorxs especializadxs y de cuadros universitarios se planificaba de forma centralizada, en función de las necesidades generales y de los distintos sectores económicos. La RDA funcionaba bajo la premisa de que el pleno empleo es la mejor de las políticas sociales posibles y un derecho humano. Así, una de las características esenciales de la sociedad socialista en la RDA era el derecho y la obligación al trabajo. El derecho al empleo estaba incluido en la Constitución: “todo ciudadano de la República Democrática Alemana tiene derecho a trabajar. Tiene derecho a un empleo y a escogerlo libremente en función de las necesidades de la sociedad y de sus cualificaciones personales”. Tal y como se estipulaba y expresaba en la conceptualización político-económica y en numerosas disposiciones legales, el empleo debía organizarse de forma que cada persona pudiera participar en el mercado laboral en función de sus capacidades, y participar del producto social en función de su aportación. Este principio de “a cada cual según su contribución” garantizaba que las contribuciones de cada cual determinaran el grado de reconocimiento social de su trabajo. La RDA se entendía a sí misma como una meritocracia regida por el lema “de cada cual, según sus capacidades, a cada cual según su contribución”. Un instrumento importante en ese sentido fue el concepto de la “competencia socialista”, que se usaba ya desde 1947 en algunas empresas colectivizadas de la zona de ocupación soviética. Bajo la consigna “¡producir más, repartir más equitativamente, vivir mejor!”, lxs integrantes de un colectivo de trabajo se comprometían a aumentar la productividad para superar los objetivos de la planificación económica, tanto a nivel de productividad como a nivel de tiempo.
Los derechos y las obligaciones de lxs trabajadorxs estaban recogidos en un Código del Trabajo único en el mundo, que establecía la cogestión de los lugares de trabajo, la determinación de las condiciones laborales y el respeto a la dignidad de las personas trabajadoras. Entre la dirección de las empresas y los colectivos de trabajadorxs se acordaban anualmente los convenios colectivos de empresa, orientados al cumplimiento de los planes quinquenales y a la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los empleados. En 1987 el 98 % de lxs trabajadorxs eran miembros de la Federación Alemana de Sindicatos Libres. Lxs líderes sindicales y la dirección de las empresas acordaban regulaciones concretas para, entre otras cosas, mejorar la asistencia sanitaria y social a los empleados, establecer de manera conjunta las condiciones de trabajo, fomentar el desarrollo intelectual, cultural y deportivo de lxs trabajadorxs y la formación continua y, especialmente, promover a las mujeres dentro de las organizaciones. Estas medidas eran presentadas y su aplicación se revisaba dos veces al año en asambleas, mediante la rendición de cuentas por parte del sindicato y de la dirección de la empresa. Los convenios colectivos de empresa garantizaban la participación de los empleados en la dirección y la organización de sus puestos de trabajo.
La ciudadanía gozaba de un alto nivel de seguridad social, y todo el mundo tenía trabajo y vivienda. La subsistencia durante el día a día estaba asegurada gracias a el bajo precio del alquiler y la estabilidad del precio de los bienes de consumo, la electricidad, el agua y el transporte público. El Estado subvencionaba los alquileres y los alimentos básicos con miles de millones de marcos. A principio de los años setenta impulsó un programa de construcción de viviendas muy ambicioso orientado a solucionar el problema social en el que se había convertido la carestía de vivienda. Si hasta entonces el lema había sido “nadie sin un lugar para vivir”, ahora el objetivo era “cada uno con su vivienda”. Desafortunadamente, la concentración en la construcción de vivienda nueva de calidad, con la infraestructura social correspondiente, con escuelas, guarderías, centros deportivos, ambulatorios, tiendas, bares y cines, limitó la capacidad del Estado para llevar a cabo el saneamiento necesario de los barrios históricos en el centro de las ciudades. Más de tres millones de viviendas fueron construidas o renovadas, de las cuales aproximadamente dos millones fueron obra nueva. En los últimos 20 años de la RDA, uno de cada dos ciudadanxs recibió una vivienda nueva.
La educación y la sanidad eran gratuitas, las ofertas educativas, culturales y de ocio variadas y accesibles a todo el mundo. La RDA lideraba el ranking de los países en cuanto a la inclusión de las mujeres en el mercado laboral: en 1989 trabajaba el 92 % de las mujeres, el porcentaje de estudiantes femeninas en las universidades era de casi un 50 %. La conciliación de trabajo y familia para las madres trabajadoras era posible gracias a medidas sociopolíticas concretas: una licencia de maternidad de un año (“Babyjahr”), un día de permiso pagado al mes para las labores del hogar (“Haushaltstag”), condiciones especiales para facilitar el acceso a los estudios universitarios (“Frauensonderstudium”), ayudas estatales tras el nacimiento de los hijos y un amplio sistema público que se hacía cargo del cuidado y la educación de los niñxs en todas las franjas de edad. La RDA era un Estado que se hacía cargo de la crianza de la infancia: las escuelas infantiles, guarderías, los comedores escolares, campamentos de verano y las ofertas deportivas… todos estos servicios tenían precios muy reducidos o eran incluso gratuitos.
Todo esto exigía una parte importante de la fuerza económica del país, de su mano de obra y de su inversión. Pero la división de la sociedad en función de la propiedad y la oposición de ricos y pobres había quedado superada. La RDA era una sociedad de igualdad, una colectividad solidaria en la cual, en palabras de la escritora Daniela Dahn, “la comunidad contaba más que la propiedad”. No había barrios ricos, sino una mezcla social. No había colegios de élite, sino educación gratuita para todos y apoyo para los niñxs especialmente dotados. Había una rica vida cultural abierta a la participación de todxs. No había exclusión social, ni personas sin hogar, ni desempleadas. Estos aspectos del socialismo de la RDA precisamente serán los que analizaremos exhaustivamente en las próximas entregas de la serie Estudios sobre la RDA.
Ideales socialistas, condiciones decepcionantes, preguntas abiertas
“El peor de los socialismos es mejor que el mejor de los capitalismos”, escribió el poeta Peter Hacks, que emigró a la RDA desde la República Federal. “El socialismo, esta sociedad que puede ser empujada a la quiebra debido a sus virtudes (que son un error en el mercado mundial); cuya economía tiene en cuenta otros valores más allá de la acumulación del capital: el derecho de su ciudadanía a la vida, a la felicidad y a la salud; la cultura y la ciencia; el valor de uso y el rechazo del despilfarro”. Y es que la sociedad socialista no gira en torno al crecimiento económico, sino que “el verdadero objetivo de [su] economía es el crecimiento de las personas”.
Contradicciones en la práctica de la economía planificada
Quien quiera construir un sistema social nuevo y mejor debe siempre tener esto en cuenta: solo es posible si la mayor parte del pueblo puede ser conquistada por la idea. Nuestra experiencia nos ha demostrado que las buenas condiciones sociales y de trabajo se dan pronto por sentadas. Las personas se ven seducidas por la propiedad y el consumo cuando perciben que otro tipo de sistema podría ofrecérselos más fácilmente. […] La RDA tenía entre sus objetivos sociales explícitos la satisfacción cada vez mejor de las necesidades materiales y culturales del pueblo con base en el rápido aumento de la productividad del trabajo. Se decía que el socialismo habría triunfado una vez alcanzara al capitalismo en esos aspectos. […] Al pueblo se le sugirió que esto sucedería en los años 90. Este objetivo era irreal y estaba equivocado. Era irreal porque era imposible alcanzar los índices de productividad y eficiencia de uno de los principales países capitalistas, que explota a las personas y a la naturaleza. Y estaba equivocado, porque en el socialismo es un error fundamental asociar la calidad de vida del pueblo con el nivel de consumo de masas. Esto era algo que los gobiernos de los países socialistas europeos no entendieron, y fueron, en consecuencia, incapaz de transmitir a la población. Esta se dio cuenta de que la promesa no iba a cumplirse y empezó a rechazar el cuento. La ciudadanía quería ser tomada en serio, así que salió a la calle bajo el lema “Nosotros somos el pueblo”.
Klaus Blessing, Economista y jefe de la sección de ingeniería y metalurgia del Comité Central del SED
En los años cincuenta había imperado el postulado económico resumido bajo el lema “superar [el capitalismo] sin ponernos a su altura», que recordaba que el socialismo tenía en cuenta otros valores, sociales y humanistas, además del nivel de consumo. Muchos empezaron a dar por sentado los altos niveles de seguridad social y las importantes conquistas culturales de la sociedad de la RDA —y reclamaban a la vez un mayor grado de riqueza individual. Pero la RDA no era capaz de igualar la oferta de consumo de las sociedades occidentales.
“La competencia entre los dos sistemas sociales ya no se basaba en la competencia entre objetivos existenciales, sino entre estándares de consumo. Si se hubiera empezado una guerra con una de las alternativas civilizatorias superiores —y cabe preguntarse si realmente había una oportunidad para ello— entonces no debería haberse llevado a cabo en su propio territorio, el de la producción de bienes de consumo, sino en el campo de unos nuevos valores alternativos, orientados al desarrollo de todas las personas y la puesta en valor de su cultura”.
Hans Heinz Holz, filósofo marxista
La oferta comercial sin límites y la cultura pop del Oeste eran cada vez más deseadas, especialmente entre la juventud de la RDA, pero su asociación con el capitalismo las convertía en “antisocialistas”. La planificación económica socialista no era capaz de seguir el ritmo de los niveles de consumo de gran parte de la ciudadanía, que se orientaban cada vez más a los del Oeste, y esto era una fuente importante de frustración. Esta frustración se intensificó a partir de 1974, cuando lxs ciudadanxs de la RDA que disponían de moneda extranjera convertible (en forma de regalos de parientes de la República Federal, o de ingresos derivados de la propia actividad internacional) empezaron a poder comprar mercancías importadas de Occidente en tiendas especiales, las llamadas “Intershops”. Por otro lado, las expectativas del liderazgo político, que esperaba que los logros sociopolíticos del Estado se traducirían en un aumento automático de la motivación y de la productividad de lxs trabajadorxs, no acababan de cumplirse. El gasto para las subvenciones públicas se comía el producto económico, sin estimular en la misma medida la productividad. La competencia con el vecino occidental empujó a la RDA en numerosas ocasiones a aprobar medidas sociales para las que no se cumplían los requisitos materiales necesarios.
En los años 60 se empezó a modernizar la economía y a desarrollar un nuevo sistema económico de gestión y planificación, que pretendía ir más allá de los beneficios y las primas para fomentar la productividad y la autonomía de los centros de trabajo. El objetivo era transmitir mejor y de forma más cotidiana el vínculo entre el aporte y la productividad individual y la situación económica y social. Este nuevo modelo no tuvo resonancia en los demás países socialistas hermanados, y la coordinación y el desarrollo científico-técnico de los estados del COMECON fue insuficiente. La máxima política de principios de los años 70, “unidad de política económica y social”, daba por sentado que la producción era efectiva y suficiente. Pero la economía de la RDA sufría bajo la mala coyuntura económica exterior, en especial bajo el aumento de los costes energéticos. Entre 1970 y 1990 el precio del petróleo se multiplicó por trece, y por dos el coste de la explotación del lignito. Ante esta situación el gobierno mantuvo firmemente el nivel de provisión social garantizada hasta la fecha, sin cuestionar, por ejemplo, el alto volumen de las subvenciones para los precios y los alquileres. Como consecuencia no se llevaron a cabo mejoras urgentemente necesarias en, por ejemplo, la industria química y en el sector extractivo. Una política económica y social nacional al servicio del bienestar de la población solo puede llevarse a cabo sobre la base de un alto porcentaje de propiedad pública. En la RDA el porcentaje era extremadamente alto, lo cual a su vez perjudicaba la iniciativa privada en el ámbito de la artesanía, la pequeña empresa y el comercio al detalle. Otro problema económico era la tensión, frecuentemente excesiva, entre la planificación y el balance de las cuentas, que dejaba poco margen para tomar decisiones imprevistas.
La ciudadanía de la RDA miraba hacia el “rico” Oeste y comparaban su estándar de vida con lo que veía, en lugar de valorar su poder adquisitivo en función del coste de los bienes de primera necesidad. El coste de una televisión en color (5.000 marcos) era motivo de insatisfacción, pero no se valoraba el hecho que dos kilos de pan costaran tan solo un marco. Si bien el precio de los alimentos básicos y de los bienes de consumo básico estaban subvencionados, los precios de artículos no esenciales debían cubrir costes de producción y resultar rentables, y la correlación entre los dos precios no resultaba evidente para la mayor parte de la ciudadanía de la RDA. No había un tipo de cambio oficial entre el marco de la RDA y el marco de la RFA, ya que el marco de la de RDA era una divisa local exclusivamente. Una comparativa de los precios relativos para los mismos bienes de primera necesidad en el año 1990 muestra que el poder de compra del marco de la RDA era un 8 % mayor que el de la RFA.
El valor económico de la RDA
Desde sus inicios, y hasta mucho después de su caída, el primer estado socialista alemán tuvo que enfrentarse a prejuicios y a intentos de deslegitimación. La política de memoria histórica de la Alemania actual pinta la imagen de una “dictadura totalitaria” y de una “economía corrupta”. Los logros económicos del país son negados por completo y en el relato hegemónico se habla del legado heredado de un Estado arruinado.
Pero la RDA no era en absoluto tan ruinosa como se afirma. Había fábricas viejas e improductivas, pero también las había altamente rentables. La mitad de las instalaciones tenían menos de diez años, más de un cuarto incluso menos de cinco —una buena situación en comparación con la media internacional. Había un alto número de empresas de tecnología punta con un parque de maquinaria, en parte importado del Oeste y en parte producido por la ingeniería mecánica de la RDA y la industria pesada de los Kombinate, que podrían haber sobrevivido perfectamente a la economía de mercado si no fuera por la labor de la Treuhandanstalt y su mandato político recibido: la rápida privatización y la desactivación de la competencia de las empresas de Alemania del Este para la economía occidental.
Frente al mito persistente que afirma tozudamente que la RDA estaba en situación de quiebra, resulta muy útil echar un vistazo al nivel de endeudamiento de Alemania Oriental y Occidental: en 1989, las deudas de la RDA con los Estados no socialistas ascendían a alrededor de 20.000 millones de marcos alemanes (DM). Las llamadas “viejas deudas”, que consistían en préstamos para la construcción de vivienda y deudas internas del presupuesto público, se incluyeron tras la unificación a los cómputos del endeudamiento interior de la RDA, de tal modo que a la cifra original se le añadieron 66.000 millones, ascendiendo a un endeudamiento total de 86.000 millones de DM. Pero en la economía planificada de la RDA, las empresas tenían que transferir sus ingresos al Estado, y el Estado devolvía entonces parte de ellos en forma de recursos de inversión para las empresas agrícolas e industriales. Estas transferencias como unidades económicas independientes eran procedimientos contables internos de la RDA, y no se imputaban como deudas dentro del mecanismo contable marco, porque formaban una cuenta cuyo balance se equilibraba regularmente, y por lo tanto no deberían ser tratadas como deudas en un balance de situación.
Además, los países socialistas debían a la RDA 9.000 millones de DM, así que el endeudamiento total de la RDA podría estimarse en aproximadamente 75.000 millones de DM. Si comparamos esto con el endeudamiento total de la República Federal, de unos 929.000 millones de DM, puede observarse que, en el momento de la reunificación, cada alemán del Oeste trajo consigo al nuevo Estado más del doble de deudas que sus hermanos y hermanas “pobres” del Este. En 1989 la deuda de la RDA ascendía al 19 % de su PIB, mientras que la de la RFA era de un 42 %.
Esta imagen clara que nos proporcionan los números demuestra que hablar de una RDA en quiebra, o incapaz de hacer frente a sus pagos, en 1989 está totalmente fuera de lugar. La RDA pagó hasta el último de sus días tanto sus deudas externas (créditos de bancos extranjerxs) cómo las internas (salarios, subvenciones, pensiones, etc.).
La Treuhand
La agencia fiduciaria Treuhandanstalt fue fundada en 1990 para privatizar las empresas públicas de la RDA bajo los parámetros del libre mercado y liquidar las instalaciones consideradas “no competitivas”. Asumió el control de 8.500 empresas y 45.000 instalaciones productivas en las que trabajaban aproximadamente cuatro millones de personas. 6.500 empresas fueron privatizadas y vendidas muy por debajo de su precio, frecuentemente a un precio simbólico de tan solo 1 DM. El 80 % fueron vendidas a alemanes del Oeste, 15 % a inversores extranjerxs y un 5 % alemanes del Este. Se perdieron dos tercios de los puestos de trabajo. Lxs compradorxs de Alemania Occidental recibieron subvenciones para la compra por parte del Estado, las infracciones de los requisitos de adquisición (como el mantenimiento de los puestos de trabajo) no fueron sancionadas, y se desarticularon muchos de los derechos por los que los sindicatos de la República Federal habían luchado duramente. Este proceso es la causa por la cual el Este de Alemania es todavía económicamente más débil que el Oeste y está hoy en día marcado por una desigualdad que parece crónica. Hoy en día solo permanecen 850.000 puestos de trabajo industriales en Alemania del Este, es decir, entre cuatro y cinco veces menos que en los tiempos de la RDA. En lo que al sector agrario respecta, los terrenos que pasaron por las manos de la Treuhand se convirtieron en objetos de la especulación internacional. Los agricultores locales no pudieron hacer frente al aumento de los precios del suelo, y hoy son propiedad de grandes consorcios agrarios de Alemania del Oeste y de otros Estados de la UE.
La Treuhand de la Alemania Federal valoró el valor económico de la RDA en 1990 en aproximadamente 600.000 millones de DM. Pero a este cálculo faltaba añadirle propiedades públicas como las centrales eléctricas y de abastecimiento de agua y los recursos naturales presentes en el suelo, que formaban un patrimonio de capital fijo considerable. Además, la Treuhand asumió la propiedad de casi cuatro millones de hectáreas de bosque y de activos agrícolas valorados en aproximadamente 440 millones de DM, un extenso parque de viviendas, y el patrimonio de partidos y organizaciones de masas, entre otras propiedades. Al patrimonio de la RDA debe añadirse además 240.000 millones más de patrimonio administrativo y financiero en forma de inmuebles, terrenos y propiedades en el extranjero valoradas en mil millones de DM.
Si se tienen en cuenta estas cifras (algunas de las cuales son aproximadas), el patrimonio material del Este ascendía a 1,4 millones de DM. Este era el valor económico de la RDA. Con la liquidación de la economía de la RDA se llevó a cabo una destrucción de fuerzas productivas sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial, y a la vez se facilitó el enorme enriquecimiento de las grandes empresas de Alemania Occidental y de los propietarios que habían sido expropiados. En Alemania del Este casi cuatro millones de personas, en su mayor parte jóvenes, cayeron víctimas del desempleo y de una desventaja económica estructural. La tasa de natalidad cayó en picado, la desintegración económica y social llevó al declive regiones anteriormente prósperas: en los pueblos se cerraron escuelas, oficinas de la administración, centros culturales y de salud; la infraestructura se degradó irreversiblemente. La clase política de la República Federal había prometido paisajes florecientes, en su lugar aparecieron zonas desindustrializadas y una región empobrecida.
El desencanto empezó a hacer mella entre la población. Mucha gente había salido de la calle en 1989 bajo el asertivo lema “nosotros somos el pueblo” para exigir un “socialismo mejor” y más democracia. La perspectiva de integrar la seguridad social de la sociedad socialista en una Alemania capitalista no tardó en mostrarse como una ilusión: lxs ciudadanxs se encontraron abandonados a su suerte y, frecuentemente, en situaciones vitales muy precarias. De un día para otro, sus trayectorias vitales y los méritos cosechados a lo largo de sus vidas no contaban para nada ya menudo se ponían en duda. Esta creciente insatisfacción era un caldo de cultivo perfecto que los círculos de la derecha de la vieja República Federal supieron aprovechar. Las viejas estructuras de la derecha habían continuado existiendo en la República Federal sin apenas oposición, y durante la unificación alemana ampliaron sus márgenes gracias al resurgimiento de la visión de una “Gran Alemania” resucitada, una idea anclada en el corpus de pensamiento derechista. Mientras esto ocurría, los medios de comunicación y la clase política centraban todas sus fuerzas en el descrédito constante de las propuestas de la izquierda tras el “fracaso del proyecto socialista”.
Ese enriquecimiento a costa del Este también allanó el terreno para que la República Federal de Alemania se convirtiera en un poder hegemónico de una Europa que trata como escoria a lxs trabajadorxs de Europa del Este, somete económicamente a África de manera sistemática y ahoga, literalmente, a personas frente a sus orillas. Es necesario luchar contra este imperialismo, pero también entender su origen y cuáles podrían ser tus alternativas. La historia del desarrollo económico de la RDA muestra, entre otras cosas, lo que es posible bajo el socialismo, incluso en condiciones adversas.
Esperamos poder ampliar esta sucinta presentación del sistema económico de la RDA y de sus logros paralelos en el área de la política social en las próximas entregas de la serie, que se centrarán más específicamente en la ordenación política y la cotidianidad de las distintas esferas de la vida en la RDA. Estos logros históricos pueden inspirarnos a la hora de pensar nuevas maneras de abordar los urgentes desafíos a los que nos enfrentamos hoy en día, y de organizarnos para hacer del mundo un lugar más justo. De esta forma, las experiencias de la RDA se pueden extraer de su contexto histórico y usarse para superar el conflicto que se plantea entre el capitalismo y una existencia digna.
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