Estados Unidos está librando una nueva guerra fría: una perspectiva socialista
Contenido
- Introducción Vijay Prashad
- ¿Quién está llevando a Estados Unidos a la guerra? John Ross (Luo Siyi)
- ¿Qué impulsa a Estados Unidos a aumentar su agresión militar internacional? Deborah Veneziale
- “Notas sobre el exterminismo” para los movimientos pacifistas y ecologistas del siglo XX John Bellamy Foster
Introducción
Vijay Prashad
En la reunión del Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), el 23 de mayo de 2022, el ex secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, hizo algunos comentarios sobre Ucrania que tocaron fibras sensibles. Planteó que Occidente, liderado por Estados Unidos, debe posibilitar un acuerdo de paz que satisfaga a los rusos en vez de dejarse llevar por “el estado de ánimo del momento”. “Continuar la guerra más allá de [este] punto”, dijo Kissinger, “no se trataría de la libertad de Ucrania, sino de una nueva guerra contra la propia Rusia”. La mayoría de los comentarios occidentales sobre política exterior pusieron los ojos en blanco y desestimaron sus observaciones. Sin embargo, hay que reconocer que Kissinger, que no es un pacifista, resaltó el gran peligro de una escalada no solo al establecimiento de una nueva cortina de hierro alrededor de Asia, sino tal vez a comenzar una guerra abierta y letal entre el Occidente y Rusia, así como China. Este resultado impensable era demasiado incluso para Henry Kissinger, cuyo jefe, el expresidente Richard Nixon, hablaba frecuentemente de la teoría del loco de las relaciones internacionales: Nixon le dijo a su jefe de gabinete, Bob Haldeman, que tenía “su mano en el botón nuclear” para aterrorizar a Ho Chi Mihn y que capitule.
Durante los preparativos de la invasión ilegal a Irak por parte de EE. UU. en 2003, conversé con un alto cargo del Departamento de Estado que me dijo que la teoría predominante en Washington se reducía a un eslogan simple: “dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo”. Me explicó que la opinión general es que las élites del país están dispuestas a tolerar el dolor a corto plazo de otros países, y tal vez de la clase trabajadora estadounidense, que podría experimentar dificultades económicas debido a los trastornos y la carnicería creados por la guerra. Sin embargo, si todo sale bien, este precio va a resultar en una ganancia a largo plazo, ya que Estados Unidos logrará mantener lo que ha tratado de mantener desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que es la primacía. Si todo sale bien es la premisa que me dio escalofríos mientras él hablaba, pero lo que me sacudió igualmente fue la insensibilidad sobre quienes tienen que enfrentar el dolor y quienes disfrutarían las ganancias. Se decía muy cínicamente en Washington que valía la pena que los iraquíes y los soldados estadounidenses de clase trabajadora sufrieran impactos negativos (y murieran) mientras las grandes empresas petroleras y financieras pudieran saborear los frutos de un Irak conquistado. Esta actitud: “dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo” es la alucinación que define a las élites en Estados Unidos, que no están dispuestas a tolerar el proyecto de construir dignidad humana y la longevidad de la naturaleza.
“Dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo” define la peligrosa escalada de Estados Unidos y sus aliados occidentales contra Rusia y China. Lo que llama la atención de la posición de EE. UU. es que trata de impedir un proceso histórico que parece inevitable, que es el proceso de la integración de Eurasia. Después del colapso del mercado inmobiliario estadounidense y la gran crisis crediticia en el sector bancario occidental, el gobierno chino, junto con otros países del Sur Global, dieron un giro hacia la construcción de plataformas que no dependieran de los mercados de América del Norte y Europa. Estas plataformas incluyen la creación del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en 2009 y el anuncio de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI o Nueva Ruta de la Seda) en 2013. El suministro de energía de Rusia y la enorme cantidad de metales y minerales que posee, así como la capacidad industrial y tecnológica de China, atrajeron a muchos países, a pesar de su orientación política, a una asociación con la BRI sustentada por la exportación de energía rusa. Estos países incluyen Polonia, Italia, Bulgaria y Portugal, mientras Alemania es actualmente el mayor socio comercial de China en materia de bienes.
El hecho histórico de la integración de Eurasia amenaza la primacía de Estados Unidos y de las élites atlánticas. Esta amenaza es la que impulsa el peligroso intento de Estados Unidos de utilizar cualquier medio para “debilitar” tanto a Rusia como a China. Los viejos hábitos siguen dominando en Washington, que hace mucho que busca la primacía nuclear para negar la teoría del détente [distensión]. EE. UU. ha desarrollado una capacidad nuclear y una postura que le permitirían destruir el planeta para mantener su hegemonía. Las estrategias para debilitar a Rusia y a China incluyen el intento de aislar a estos países mediante la escalada de una guerra híbrida impuesta por Estados Unidos (como las sanciones y la guerra de información) y un deseo de desmembrar a estos países y luego dominarlos a perpetuidad.
Los tres artículos de este volumen analizan con detenimiento y racionalmente las tendencias a largo plazo que se han manifestado ahora en Ucrania.
John Bellamy Foster, editor de Monthly Review, identifica la teoría de “dominación por escalada” del establishment estadounidense, que ha estado dispuesto a arriesgar un invierno nuclear —lo que significa la aniquilación— para mantener la primacía. A pesar de las cifras reales de armas nucleares que tienen Rusia y Estados Unidos, este último ha desarrollado toda una arquitectura de contraataque que cree que puede destruir las armas nucleares rusas y chinas y luego pulverizar estos países hasta la sumisión. Esta fantasía emerge no solo en los abultados documentos de los responsables políticos estadounidenses, sino que también aparece ocasionalmente en la prensa, donde se argumenta la importancia de un ataque nuclear contra Rusia.
Deborah Veneziale, periodista afincada en Italia, penetra en el mundo social del militarismo en Estados Unidos, observando cómo las diversas facciones de su élite política se han unido para apoyar esta estrategia de confrontación contra Rusia y China. El mundo íntimo de los think tanks y las empresas de producción de armas, de los políticos y sus escribas, ha negado las protecciones constitucionales de los controles y equilibrios. Hay prisa por iniciar un conflicto, para que las élites estadounidenses puedan proteger su extraordinario control sobre la riqueza social mundial (el patrimonio neto combinado de los 400 ciudadanos estadounidenses más ricos es ahora cercano a los 3,5 billones de dólares, mientras que las élites mundiales, muchas de ellas de Estados Unidos, han acumulado cerca de 40 billones de dólares en paraísos fiscales ilícitos).
John Ross, integrante del colectivo No Cold War, plantea que Estados Unidos ha intensificado cualitativamente su arremetida militar sobre el planeta a través del conflicto en Ucrania. Esta guerra es peligrosa porque muestra que EE. UU. está dispuesto a enfrentarse directamente a Rusia, una gran potencia, y que está dispuesto a escalar su conflicto con China, “ucranizando” a Taiwán. Lo que puede frenar a Estados Unidos, según Ross, es la resiliencia de China y su compromiso con la defensa de su soberanía y su proyecto, así como la creciente molestia en el Sur Global contra la imposición por parte de Estados Unidos de sus objetivos de política exterior. La mayoría de los países del mundo no ven la guerra de Ucrania como un conflicto que los involucra, porque están preocupados con la necesidad de abordar dilemas más amplios de la humanidad. Es decidor que la cabeza de la Unión Africana, Moussa Faki Mahamat, dijera el 25 de mayo de 2022 que África se ha convertido en “víctima colateral de un conflicto lejano entre Rusia y Ucrania”. El conflicto es distante no solo en términos espaciales, sino también en términos de los objetivos políticos de los países en África, así como en Asia y América Latina.
Este estudio ha sido producido conjuntamente por Monthly Review, No Cold War y el Instituto Tricontinental de Investigación Social. Les invitamos a leerlo, compartirlo con sus amistades y discutirlo siempre que tengan la oportunidad. La preciada vida humana y la longevidad del planeta están en juego. Es imposible ignorar estos hechos. A la mayoría de las personas del mundo le gustaría lidiar con nuestros verdaderos problemas. No queremos ser arrastrados a un conflicto impulsado por el deseo parroquial de la élite occidental de mantener su poder preponderante. Nosotras y nosotros defendemos la vida.
¿Qué impulsa a Estados Unidos a aumentar su agresión militar internacional?
John Ross
Introducción
Los acontecimientos que condujeron a la guerra de Ucrania representan una aceleración cualitativa de una tendencia de más de dos décadas en la que Estados Unidos ha intensificado su agresión militar a nivel internacional. Antes de la guerra de Ucrania, Estados Unidos solo llevaba a cabo enfrentamientos militares contra países en desarrollo, que tenían fuerzas armadas mucho más débiles y no poseían armas nucleares: el bombardeo de Serbia en 1999, las invasiones a Afganistán en 2001, la de Irak en 2003 y el bombardeo de Libia en 2011. Sin embargo, la amenaza estadounidense de extender la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a Ucrania, que es la principal causa de la guerra, representa algo fundamentalmente diferente. Estados Unidos era consciente de que la ampliación de la OTAN a Ucrania confrontaría directamente los intereses nacionales de Rusia, un país con grandes fuerzas armadas y un enorme arsenal nuclear. Aunque cruzaría las líneas rojas establecidas por Rusia, EE. UU. estaba dispuesto a asumir el riesgo.
Estados Unidos no ha comprometido (todavía) sus propios soldados en la guerra en Ucrania, declarando que esto supondría una amenaza de guerra mundial y el riesgo de una catástrofe nuclear. Pero está, de hecho, participando en una guerra por delegación contra Rusia. No solo ha insistido en dejar abierta la posibilidad de que Ucrania se una a la OTAN, sino que entrenó al ejército ucraniano en el período previo a la guerra y ahora ha suministrado cantidades masivas de armas y ha pasado información satelital y otros datos de inteligencia al país. A la fecha, la ayuda de EE. UU. a Ucrania asciende a unos 50.000 millones de dólares.
Cómo Estados Unidos empujó a Ucrania a la guerra
Estados Unidos y sus aliados han estado preparando a Ucrania para la guerra al menos desde 2014, por ejemplo, enviado cientos de instructores para entrenar a los militares ucranianos. Esto es similar a su enfoque durante la Guerra del Golfo en Irak en 1990, lo que refleja un modelo que Washington parece estar utilizando para lograr sus objetivos geopolíticos. Rusia fue atraída a propósito a la situación en Ucrania desde el golpe de Estado de 2014, cuando las fuerzas antirrusas tomaron el poder en Kiev, respaldadas por neonazis ucranianos y por Estados Unidos. En ese momento, el ejército ucraniano no era una fuerza militar poderosa, ya que había sufrido considerablemente luego de las “reformas” iniciadas en 1991, después del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Décadas de abandono y desfinanciación provocaron la decadencia de la infraestructura y los equipamientos militares, junto con el agotamiento de la moral de soldados y oficiales. Como dice Vyacheslav Tetekin, miembro del Comité Central del Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF), “El ejército ucraniano no quería ni podía luchar”.
Tras el golpe de Estado de 2014, el gasto estatal se desvió de mejorar el bienestar social a fortalecer el ejército. Entre 2015 y 2019, el presupuesto militar de Ucrania aumentó de 1.700 a 8.900 millones de dólares, llegando a alcanzar el 6% del PIB nacional en 2019. Medido como porcentaje del PIB, Ucrania gastó tres veces más en sus fuerzas armadas que la mayoría de los países desarrollados en Occidente. Se destinaron amplios fondos a restaurar y modernizar el equipamiento militar del país y, en última instancia, a restablecer la capacidad de combate del ejército.
Durante la guerra de 2014-2015 contra el Donbass (la región de habla rusa en el este de Ucrania), Ucrania tuvo poco apoyo para el combate aéreo, ya que casi todos los aviones de combate necesitaban reparaciones. Sin embargo, en febrero de 2022, la Fuerza Aérea estaba equipada con aproximadamente 150 cazas, bombarderos y aviones de ataque. El tamaño de las Fuerzas Armadas ucranianas también se amplió de forma espectacular. Es importante señalar que, a finales de 2021, la remuneración de los soldados se triplicó, según los datos de Tetekin. Este fortalecimiento del poder militar, junto con las poderosas fortificaciones construidas cerca de Donbass, indican la intención de Estados Unidos de iniciar un conflicto en la región.
Sin embargo, pese a estos preparativos para la guerra, el ejército ucraniano fue incapaz de enfrentarse seriamente a Rusia. El equilibrio de fuerzas claramente no estaba a favor de Kiev. Esto no le importó a Estados Unidos, que pretendía utilizar a Ucrania como carne de cañón contra Rusia. Según Tetekin, “Estados Unidos planeó dos opciones para la nueva y militarizada Ucrania (…) La primera era conquistar el Donbas e invadir Crimea. La segunda opción era provocar la intervención armada de Rusia”.
En diciembre de 2021, consciente del creciente peligro que suponía Ucrania bajo influencia estadounidense, Rusia solicitó a la OTAN una serie de garantías de seguridad para desactivar la crisis. En particular, Rusia exigió que la OTAN pusiera fin a su expansión hacia el este, incluida la integración de Ucrania. “Occidente (…) ignoró estas demandas, sabiendo que los preparativos para la invasión del Donbass iban a todo vapor. La mayoría de las unidades del ejército ucraniano listas para el combate, llegando hasta 150 mil personas, estaban concentradas cerca del Donbass. Podrían romper la resistencia de las tropas locales en cuestión de días, con la completa destrucción de Donetsk y Lugansk y la muerte de miles de personas”, escribe Tetekin (2022).
Ucrania es una escalada cualitativa de la agresión militar de Estados Unidos
Tanto los hechos políticos fundamentales —la insistencia de Estados Unidos en el “derecho” de Ucrania de ingresar a la OTAN— como las acciones militares —EE. UU. reconstruyendo las fuerzas armadas de Ucrania— dejan claro que Estados Unidos estaba preparando una confrontación en Ucrania, aunque esta inevitablemente implicara un enfrentamiento directo con Rusia. En consecuencia, al evaluar la crisis de Ucrania, es importante señalar que EE. UU. estaba preparado para escalar sus amenazas militares pasando de las que simplemente se dirigían contra países en desarrollo —siempre injustas, pero que no suponen un riesgo directo de conflictos militares con grandes potencias o guerras mundiales— a agresiones contra Estados muy fuertes como Rusia, que sí implican el riesgo de un conflicto militar mundial. Por lo tanto, es crucial analizar qué es lo que crea esta escalada de agresión militar estadounidense. ¿Es temporal y después EE. UU. retomará un curso más conciliador, o la creciente escalada militar es una tendencia a largo plazo en la política estadounidense?
Esto es, por supuesto, de suma importancia para todos los países, pero especialmente para China, en sí misma un Estado poderoso. Por poner solo un ejemplo clave, en paralelo con la escalada de agresión estadounidense contra Rusia, Estados Unidos no solo impuso aranceles contra la economía china y ha llevado a cabo una campaña internacional sistemática para explotar la situación de Xinjiang para su propia agenda de política exterior, sino que también ha intentado socavar la política de “Una sola China” respecto a la provincia de Taiwán.
Entre las acciones de Estados Unidos con respecto a la provincia de Taiwán tenemos:
- Por primera vez desde el comienzo de las relaciones diplomáticas entre China y Estados Unidos, el presidente Biden invitó a un representante de Taipéi a la toma de posesión de un presidente estadounidense.
- La presidenta del Congreso, Nancy Pelosi —la tercera funcionaria estadounidense de mayor rango en el orden de sucesión presidencial— visitó Taipéi el 2 de agosto de 2022.
- Estados Unidos ha pedido la participación de Taipéi en Naciones Unidas.
- Estados Unidos ha intensificado la venta de armas y equipo militar a la isla.
- Han aumentado las delegaciones estadounidenses que visitan Taipéi.
- Estados Unidos ha incrementado su despliegue militar en el Mar de China Meridional y ha enviado regularmente buques de guerra estadounidense a través del Estrecho de Taiwán.
- Las Fuerzas Especiales de EE. UU. han entrenado tropas terrestres y de la marina de Taiwán.
Como sucede con Ucrania y Rusia, Estados Unidos es totalmente consciente de que la política de “Una sola China” afecta los intereses nacionales más fundamentales de China y que ha sido la base de las relaciones entre ambos países durante los 50 años transcurridos desde la visita de Nixon a Beijing en 1972. Abandonarla supone cruzar las líneas rojas de China. Por lo tanto, está clarísimo que Estados Unidos está tratando de socavar la política de “Una sola China” de forma confrontacional, del mismo modo que decidió deliberadamente cruzar las líneas rojas de Rusia en Ucrania.
Si estas provocaciones de Estados Unidos contra China y Rusia son temporales, a largo plazo o incluso permanentes, la conclusión de este autor es que la tendencia a la escalada militar estadounidense continuará. Sin embargo, dado que este asunto, que potencialmente incluye guerras, es de la mayor gravedad y tiene consecuencias prácticas extremadamente importantes, la exageración y la mera propaganda son inaceptables. El objetivo aquí es, por tanto, presentar de forma factual, objetiva y serena las razones por las que Estados Unidos intentará seguir intensificando su agresión militar en el próximo período. Además, señalaré qué tendencias pueden servir para contrarrestar esta peligrosa política estadounidense y cuáles pueden exacerbarla.
La posición económica y militar de Estados Unidos durante la “Vieja Guerra Fría” y la “Nueva Guerra Fría”
Reducidas a los hechos más esenciales, las fuerzas clave que han impulsado esta política de creciente agresión militar estadounidense, que dura ya más de dos décadas, son claras. Son, en primer lugar, la pérdida permanente del peso abrumador de la economía estadounidense en la producción mundial y, en segundo lugar, la preponderancia del poder y el gasto militar estadounidenses. Esta asimetría crea un período muy peligroso para la humanidad, uno en el que Estados Unidos puede intentar compensar su relativo declive económico mediante el uso de fuerza militar. Esto ayuda a explicar los ataques militares estadounidenses a países en desarrollo, así como su creciente enfrentamiento con Rusia en Ucrania. Una pregunta importante es si esta agresión militar estadounidense aumentará más para llegar a una confrontación con China, incluso al punto de estar dispuesto a considerar una guerra mundial. Para responder a esta pregunta, se necesita hacer un análisis preciso de la situación económica y militar de Estados Unidos.
Para comenzar con la economía, en 1950, cerca del comienzo de la primera Guerra Fría, Estados Unidos representaba el 27,3% del PIB mundial. En comparación, la URSS, la mayor economía socialista de ese período, representaba el 9,6% del PIB mundial. En otras palabras, la economía estadounidense era casi tres veces mayor que la soviética.1 Durante todo el período posterior a la Segunda Guerra Mundial (la primera Guerra Fría), la URSS nunca estuvo cerca del PIB de Estados Unidos, ya que solo representaba el 44,4% del mismo en 1975. Esto es, incluso en el pico de los logros económicos relativos de la URSS, la economía estadounidense seguía siendo más del doble de la soviética. A lo largo de la “Vieja Guerra Fría”, EE. UU. disfrutó de una importante ventaja económica sobre la URSS, por lo menos en términos de medidas convencionales de producción.
Volviendo a la situación actual, Estados Unidos representa una parte considerablemente menor del PIB mundial que en 1950, en un rango que va entre 15 y 25% dependiendo de cómo se mida. China, el principal rival económico de EE. UU. hoy, está mucho más cerca de la paridad con la economía estadounidense. Incluso con los tipos de cambio del mercado, que oscilan por las fluctuaciones de divisas con cierta independencia de la producción real, el PIB de China es ya el 74% del PIB estadounidense, bastante más alto de lo que la URSS jamás alcanzó. Además, el crecimiento económico de China ha sido por algún tiempo mucho más rápido que el de Estados Unidos, lo que quiere decir que continuará acercándose.
Calculado en paridad de poder adquisitivo (PPA, que da cuenta de los diferentes niveles de precios de los países), la medida usada por Angus Maddison y el Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2021 Estados Unidos solo representaba el 16% de la economía mundial, esto es, el 84% de la economía mundial está fuera de Estados Unidos. Medida de la misma manera, la economía de China es ya 18% mayor que la de Estados Unidos. Para 2026, de acuerdo con las proyecciones PPA del FMI, la economía china será al menos un 35% mayor que la estadounidense. La brecha económica entre ambos países es mucho más estrecha que la que jamás alcanzó la URSS.
Teniendo en cuenta otros factores, sin importar cómo se midan, China se ha convertido de lejos en la mayor potencia manufacturera del mundo. En 2019, el último dato disponible, China representó el 28,7% de la producción mundial de manufacturas, comparada con 16,8% de Estados Unidos. En otras palabras, la participación de China en la producción manufacturera mundial era más de un 70% mayor que la de Estados Unidos. La URSS, por otro lado, nunca estuvo cerca de superar a Estados Unidos en producción manufacturera.
Volviendo al comercio de bienes, la derrota de Estados Unidos frente a China en la guerra comercial iniciada por Trump es de alguna forma humillante para él y para el país. En 2018, China ya comerciaba más bienes que cualquier otro país, aunque su comercio de bienes era solamente alrededor de un 10% mayor que el de Estados Unidos en ese momento. En 2021, sobrepasó a EE. UU. en 31%. La situación era aún peor para Estados Unidos en términos de la exportación de bienes: en 2018, las exportaciones de China eran un 58% mayores que las de Estados Unidos y en 2021, ya eran 91% mayores. En resumen, no solo China se ha convertido con creces en el mayor país comercializador de bienes del mundo, sino que Estados Unidos ha sufrido una clara derrota en la guerra comercial lanzada por los gobiernos de Trump y Biden.
Todavía más fundamental desde un punto de vista macroeconómico es el liderazgo de China en ahorros (hogares, empresas y Estado), la fuente de inversión de capital real y el motor que impulsa el crecimiento económico. Según los últimos datos disponibles en 2019, el ahorro bruto de capital de China era, en términos absolutos, un 56% mayor que el de Estados Unidos: el equivalente a 6,3 billones de dólares, frente a 4,03 billones. Sin embargo, esta cifra subestima mucho el liderazgo de China: tomando en cuenta la depreciación, la creación neta de capital anual de China fue un 635% mayor que la de Estados Unidos, el equivalente a 3,9 billones de dólares, frente a 0,6 billones. En resumen, China está aumentando mucho su capital anualmente, mientras Estados Unidos, en términos comparativos, lo aumenta poco.
El resultado neto de estas tendencias es que China ha superado de forma abrumadora a Estados Unidos en términos de crecimiento económico, no solamente en el período de cuatro décadas desde 1978, como se sabe bien, sino continuando en el período reciente. En precios ajustados por la inflación, desde 2007 (al año anterior a la crisis financiera internacional) la economía de Estados Unidos ha crecido un 24%, mientras que la economía china ha crecido 177%, esto es, ha crecido más de siete veces más rápido que la estadounidense. En el terreno de la competencia relativamente pacífica, China está ganando.2
El liderazgo de Estados Unidos en productividad, tecnología y tamaño de las empresas significa que, en general, su economía sigue siendo más fuerte que la de China, pero la brecha entre ambos países es mucho menor que la que existía entre EE. UU. y la URSS. Más aún, sean cuales sean las fortalezas económicas relativas que uno considere de los dos gigantes mundiales, es claro que Estados Unidos ha perdido su predominio económico mundial. Desde un punto de vista puramente económico, ya estamos en una era global de multipolaridad.
Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en un momento de declive económico
Estos reveses económicos para Estados Unidos han llevado a algunos, especialmente en unos pocos círculos de Occidente, a creer que la derrota de Estados Unidos es inevitable o que ya se ha producido. Una opinión similar ha sido expresada por un pequeño número de personas en China que consideran que la fuerza global de China ya ha superado a la de Estados Unidos. Estas opiniones son incorrectas. Olvidan, en las famosas palabras de V. I. Lenin, que “la política debe tener prioridad sobre la economía, y ese es el abc del marxismo”, y respecto a la política, que “el poder económico sale del cañón de un arma”, en la famosa sentencia del Presidente Mao. El hecho de que Estados Unidos esté perdiendo su superioridad económica no significa que vaya a permitir que esta tendencia económica continúe pacíficamente; asumir que esto es así sería cometer el error de anteponer la economía a la política. Por el contrario, el hecho de que EE. UU. pierda terreno económicamente frente a China y a otros países lo empuja hacia medios militares y medios políticos relacionados con el Ejército para superar las consecuencias de sus derrotas económicas.
Más concretamente, el peligro para todos los países es que Estados Unidos no ha perdido la supremacía militar. De hecho, el gasto militar estadounidense es mayor que el de los siguientes nueve países juntos. Solo en un ámbito, el de las armas nucleares, la fuerza de Estados Unidos es más o menos equiparada por otro país, Rusia, lo que se debe a las armas nucleares que heredó de la Unión Soviética. El número exacto de armas nucleares que cada país posee es en general un secreto de Estado, pero la estimación occidental más aceptada para 2022 (de la Federación de Científicos Estadounidenses) calcula que Rusia tiene 5.977 armas nucleares, mientras que Estados Unidos tiene 5.428. Cada uno de estos países tiene unas 1.600 ojivas nucleares estratégicas activas desplegadas (Estados Unidos tiene muchas más armas nucleares que China)3. Mientras tanto, en el campo de las armas convencionales, el gasto de Estados Unidos es mucho mayor que el de cualquier otro país.
Esta divergencia en la posición de Estados Unidos en las esferas económica y militar subyace a su política agresiva y constituye la diferencia de sus posiciones económica y militar en la actual “Nueva Guerra Fría” comparada con la “Vieja Guerra Fría” librada contra la URSS. En la Vieja Guerra Fría, las fuerzas militares de Estados Unidos y de la URSS eran similares, pero como se señaló antes, la economía estadounidense era mucho mayor. Así, en la Vieja Guerra Fría, la estrategia estadounidense era intentar trasladar los problemas al terreno económico. Incluso el fortalecimiento militar de Reagan en la década de 1980 no pretendía ser utilizado para librar una guerra contra la URSS, sino para involucrarla en una carrera armamentística que dañara la economía soviética. En consecuencia, a pesar de la tensión, la Guerra Fría nunca se convirtió en una guerra. La situación actual de Estados Unidos es inversa: su posición económica relativa se ha debilitado tremendamente, pero su poder militar es grande. Por lo tanto, intenta trasladar los problemas al terreno militar, lo que explica su escalada de agresiones militares y por qué esta es una tendencia permanente.
Esto significa que la humanidad ha entrado en un período muy peligroso. Estados Unidos podría estar perdiendo la competencia económica pacífica, pero aún conserva ventaja militar sobre China. La tentación es entonces que Estados Unidos utilice medios militares “directos” e “indirectos” para intentar frenar el desarrollo de China.
El uso directo e indirecto de la fuerza militar estadounidense
Estados Unidos utiliza tanto medios “directos” como “indirectos” para desplegar su fuerza militar, que son mucho más amplios que la posibilidad “directa” más extrema de una guerra frontal contra China. Algunos de estos enfoques ya están en uso, mientras otros se discuten. Los primeros incluyen, por ejemplo:
- Subordinar a otros países al ejército estadounidense e intentar presionarlos para adoptar políticas económicas más hostiles hacia China, como es el caso de Alemania y la Unión Europea.
- Tratar de superar el carácter económico multipolar del mundo, ya establecido, creando en su lugar alianzas dominadas de forma unilateral por Estados Unidos. Este es claramente el caso de la OTAN, del Quad (Estados Unidos, Japón, Australia, India) y en relación con algunas otras naciones.
- Intentar obligar a los países que tienen buenas relaciones económicas con China a debilitar esas relaciones. Esto es particularmente evidente con Australia y actualmente se está intentando en otros lugares.
Mientras tanto, los planteamientos que se discuten incluyen la posibilidad de librar guerras contra los aliados de China y Rusia y de intentar arrastrar a China a una guerra “limitada” con Estados Unidos respecto a la provincia de Taiwán.
Un ejemplo del uso integrado de la presión militar directa e indirecta por parte de Estados Unidos lo dio el comentarista político principal estadounidense del Financial Times, Janan Ganesh, luego del estallido de la guerra en Ucrania, cuando explicó cómo “Estados Unidos será el ‘ganador’ definitivo de la crisis ucraniana”. A tres días de la intervención rusa en Ucrania, escribe Ganesh, Alemania aceleró la construcción de las dos primeras terminales de gas natural licuado (GNL) del país. Para 2026, es probable que Estados Unidos sea el principal proveedor de GNL de Alemania, dado que está más cerca tanto política como geográficamente, eliminando así la dependencia de Alemania de importaciones de energía rusa. Ganesh también sostiene que la promesa de Alemania de aumentar su presupuesto de defensa también beneficiará a EE. UU. porque Alemania, a su vez, «compartiría más la carga financiera y logística de la OTAN» que actualmente tiene Estados Unidos:
Una Europa que está más vinculada a Estados Unidos y, al mismo tiempo, menos dependiente de ella: ningún Kissinger podría haber planeado lo que el Kremlin está empeñado en alcanzar por accidente. Lejos de poner un fin al giro de Estados Unidos hacia Asia, la guerra podría ser el acontecimiento que lo permita.
En cuanto a esa parte del mundo, si el objetivo de China es exorcizar al menos la cuenca del Pacífico de la influencia estadounidense, las últimas seis semanas han sido educativas sobre la magnitud de la tarea. Japón difícilmente podría hacer más para ponerse del lado de Kiev, y por tanto de Washington (Ganesh, 2022).
En resumen, Estados Unidos utilizó su presión militar para aumentar la subordinación económica de Alemania y Japón. Aunque se pueden vislumbrar muchas otras variantes, su rasgo común es que Estados Unidos utiliza su fuerza militar para intentar compensar su debilitada posición económica. Entendido de esta manera, está claro que Estados Unidos ya se ha embarcado en esta política fundamental de utilizar su fuerza militar directa e indirectamente.
Dado que China está experimentando un desarrollo económico más rápido que Estados Unidos, es probable que su fuerza militar eventualmente se iguale. Sin embargo, incluso si China decidiera embarcarse en una política de construir un arsenal nuclear equivalente al de Estados Unidos, le tomaría años. Probablemente tardaría aún más en crear armamento convencional equivalente al de EE. UU., dado el enorme desarrollo tecnológico y entrenamiento de personal que requieren unas fuerzas aéreas y navales tan avanzadas y muchas otras cosas. Entonces, Estados Unidos tendrá unas fuerzas armadas más fuertes que las de China por un número de años muy significativo, creando la tentación permanente de que Estados Unidos intente utilizar medios militares para compensar por su posición económica en declive.
El significado de la guerra en Ucrania
Se pueden extraer dos lecciones fundamentales de los eventos que condujeron a la guerra en Ucrania.
En primer lugar, confirma que no tiene sentido pedir compasión a Estados Unidos. Después de la disolución de la URSS en 1991, Rusia siguió durante 17 años una política de intentar mantener relaciones amistosas con Estados Unidos. En el mandato de Boris Yeltsin, Rusia estuvo humillantemente subordinada a Estados Unidos. Durante el primer período de la presidencia de Putin, Rusia ayudó directamente a Estados Unidos en la llamada guerra contra el terrorismo y en la invasión de Afganistán. La respuesta de Estados Unidos fue violar todas y cada una de las promesas que había hecho de que la OTAN no avanzaría “ni un centímetro” hacia Rusia, todo ello mientras aumentaba agresivamente la presión militar sobre Rusia.
En segundo lugar, esta dinámica deja en claro que el resultado de la guerra en Ucrania es crucial no solo para Rusia, sino también para China y el mundo entero. Rusia es el único país que se equipara a Estados Unidos en términos de armas nucleares y las buenas relaciones entre China y Rusia son un importante elemento de disuasión para que Estados Unidos no adopte ninguna política de ataque directo a China. El objetivo de Estados Unidos en Ucrania es precisamente intentar provocar un cambio fundamental en la política de Rusia e instalar un gobierno en Moscú que ya no defienda los intereses nacionales rusos, que sea hostil a China y subordinado a Estados Unidos. Si eso se consiguiera, China no solo se enfrentaría a una amenaza militar mayor de Estados Unidos, sino que su larga frontera norte con Rusia se convertiría en una amenaza estratégica, China estaría rodeada por el norte. En otras palabras, tanto los intereses nacionales de Rusia como de China se verían socavados. En palabras de Serguei Glazyev, el comisionado ruso en el órgano ejecutivo de la Unión Económica Eurasiática: “Tras fracasar en su intento de debilitar a China con una guerra comercial de frente, los estadounidenses trasladaron el golpe principal a Rusia, a la que ven como un eslabón débil en la economía y la geopolítica mundiales. Los anglosajones intentan implementar sus eternas ideas rusófobas para destruir nuestro país y al mismo tiempo debilitar a China, porque la alianza estratégica entre la Federación Rusa y el Partido Comunista Russo es demasiado dura para Estados Unidos” (Glazyev, 2022).
Las acciones militares estadounidenses y las limitaciones que enfrentan
Como Estados Unidos se ve empujado tanto por su posición económica en declive como por su fuerza militar, no hay límite a nivel interno para el alcance de la agresión que puede llegar a desplegar. La historia muestra claramente que Estados Unidos ha estado preparado para llevar a cabo las agresiones más extremadamente violentas al punto de estar dispuesto a destruir países enteros. En uno de muchos ejemplos, la Guerra de Corea, Estados Unidos destruyó casi todos los pueblos y ciudades de Corea del Norte, incluido un estimado del 85% de sus edificios.
Los bombardeos estadounidenses a Indochina durante la Guerra de Vietnam fueron aún de mayor envergadura, utilizando tanto artefactos explosivos como armas químicas, como el tristemente célebre agente naranja, que produce horribles deformidades. Desde 1964 hasta el 15 de agosto de 1973, la Fuerza Aérea de Estados Unidos arrojó más de seis millones de toneladas de bombas y otros artefactos en Indochina, mientras que los aviones de la Marina y del Cuerpo de Marines gastaron otros 1,5 millones de toneladas en el sudeste asiático. Como señala Micheal Clodfelter en The Limits of Air Power [Los límites del poder aéreo]:
Este tonelaje supera con creces lo que se gastó en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Corea. La Fuerza Aérea de EE. UU. consumió 2.150.000 de toneladas de municiones en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Corea: 1.613.000 toneladas en el teatro de operaciones europeo y 454.000 toneladas en Corea (Clodfelter citado en Miguel y Roland, 2011: 1-15).
Edward Miguel y Gerard Roland profundizan este punto en su estudio sobre el impacto a largo plazo de los bombardeos en Vietnam, señalando que:
Los bombardeos de la Guerra de Vietnam representaron, por tanto, al menos tres veces más (en peso) que los bombardeos en los teatros europeo y del Pacifico de la Segunda Guerra Mundial juntos y unas 15 veces el tonelaje total de la Guerra de Corea. Teniendo en cuenta que la población de Vietnam antes de la guerra era de aproximadamente 32 millones de habitantes, los bombardeos estadounidenses se traducen en cientos de kilos de explosivos per cápita durante el conflicto. Para otra comparación, las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki tenían la potencia de alrededor de 15.000 y 20.000 toneladas de TNT (…) Los bombardeos estadounidenses en Indochina representan 100 veces el impacto combinado de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki (Miguel y Roland, 2011: 1-15).
En la invasión de Irak, Estados Unidos estaba preparado para devastar el país (y lo hizo), utilizando armas horrendas como uranio empobrecido, que sigue produciendo terribles defectos de nacimiento muchos años después del ataque estadounidense. En su bombardeo de Libia en 2011, Estados Unidos redujo el que había sido uno de los países con mayor ingreso per cápita de África, con un Estado de bienestar desarrollado, a una sociedad con conflictos tribales y en la cual se venden esclavos abiertamente. La lista continúa.
Brevemente, la evidencia demuestra que no hay nivel de crimen o atrocidad al que Estados Unidos no esté dispuesto a descender. Si Estados Unidos planteara que puede eliminar el desafío económico que China representa lanzando una guerra atómica, no hay pruebas de que no lo haría. Además, aunque ciertamente hay movimientos antibélicos en Estados Unidos, no son para nada lo suficientemente fuertes como para impedir que el país utilice armas nucleares si se decidiera a hacerlo. No hay restricciones internas adecuadas en Estados Unidos que puedan impedirle lanzar una guerra contra China.
Pero si no hay restricciones internas fundamentales para una agresión estadounidense, ciertamente hay grandes limitaciones externas. La primera es que otros países poseen armas nucleares. Es por esto que la explosión de la primera bomba atómica china en 1964 es correctamente considerada como un gran logro nacional. El hecho de que China posea armas nucleares es un elemento disuasorio fundamental ante un ataque nuclear de Estados Unidos. Sin embargo, a diferencia de su adversario, China tiene una política de “no primer uso” de armas nucleares, lo que demuestra su moderación y su postura militar defensiva y de contención.
Una guerra nuclear a gran escala, con la participación de Estados Unidos, China y Rusia sería una catástrofe militar sin precedentes en la historia de la humanidad. En una guerra así, morirían como mínimo cientos de millones de personas. Sería infinitamente preferible evitar la escalada de las agresiones militares estadounidenses antes de que alcancen ese punto, pero ¿cuáles son las posibilidades de hacerlo?
La tendencia general de la política de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial muestra un patrón lógico y claro. Cuando EE. UU. se siente en una posición fuerte, su política es agresiva; cuando se siente debilitado, se vuelve más conciliadora. Esto se demostró dramáticamente antes, durante y después de la Guerra de Vietnam, pero también en otros períodos.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se consideraba —y de hecho estaba— en una posición fuerte y por tanto preparado para librar una guerra contra Corea. Incluso luego de fracasar en ganar la Guerra de Corea, aún se sentía lo suficientemente seguro como para intentar aislar diplomáticamente a China durante las décadas de 1950 y 1960, privando al país de un lugar en la ONU, bloqueando las relaciones diplomáticas directas, etc. Sin embargo, EE. UU. sufrió graves derrotas debido al fracaso de su guerra en Vietnam, en la que pretendía derrotar la lucha de liberación nacional del pueblo vietnamita y el apoyo militar a gran escala que recibía de China y la URSS. El debilitamiento de la posición global de Estados Unidos como resultado de su derrota en Vietnam (que comenzó incluso antes del final oficial de la guerra en 1975) le llevó a adoptar una política más conciliadora, simbolizada por la visita de Nixon a Beijing en 1972, seguida por el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas con China. Poco después de 1972, Estados Unidos inició una política de distensión con la URSS. Sin embargo, para los años 80, tras reagruparse y recuperarse de la derrota en Vietnam, Estados Unidos regresó a una política más agresiva hacia la URSS bajo el mandato del presidente Ronald Reagan.
Este mismo patrón de agresividad internacional estadounidense en momentos de fortaleza o una actitud más conciliadora en los momentos de debilidad se puede observar también alrededor de la crisis financiera internacional que comenzó en 2007/8. Esta crisis supuso un duro golpe para la economía estadounidense y como resultado, el país comenzó a enfatizar la cooperación internacional. Aunque el G20, que incluye las mayores economías del mundo y dos tercios de su población, se estableció en 1999, solo comenzó a celebrar reuniones anuales después de la crisis económica de 2007/8. En 2009, el G20 se comprometió a ser la principal fuerza de cooperación económica y financiera internacional, con Estados Unidos como protagonista. En particular, al sentirse debilitado, Estados Unidos mostró una actitud más cooperativa hacia China en esas áreas.
A medida que Estados Unidos se recuperaba de la crisis financiera internacional, su postura con respecto a China se volvió cada vez más agresiva, culminando con el lanzamiento de la guerra comercial de Trump. Es decir, tan pronto como Estados Unidos se sintió más fuerte, se volvió más agresivo.
Una comparación entre la realidad actual y el período previo a la Segunda Guerra Mundial
Volviendo a una comparación histórica, podemos yuxtaponer la situación actual con el período previo a la Segunda Guerra Mundial. El camino inmediato a esa guerra comenzó con el fortalecimiento del militarismo japonés y la consecuente invasión del noreste de China en 1931, seguida por el ascenso de Hitler al poder en Alemania en 1933. Pero, a pesar de estos eventos ominosos, la guerra no era inevitable. Las primeras victorias del militarismo japonés y del fascismo alemán desembocaron en una guerra mundial como resultado de una serie de derrotas y capitulaciones de los aliados entre 1931 y 1939, así como de su incapacidad para enfrentarse a los militaristas japoneses y a los nazis alemanes.
El partido político gobernante en China, el Kuomintang, concentró sus esfuerzos durante la mayor parte de la década de 1930 no en repeler a Japón, sino en luchar contra los comunistas. Mientras tanto, Estados Unidos no intervino para detener a Japón hasta que sufrió el ataque de Pearl Harbor en 1941. En Europa, Gran Bretaña y Francia fallaron en detener la remilitarización de Alemania nazi, incluso cuando tenían el derecho a hacerlo en virtud del Tratado de Versalles. Más aún, no apoyaron al gobierno legítimo de España en 1936 contra el golpe fascista y la guerra civil iniciada por Francisco Franco, que contaba con el apoyo de Hitler. Luego, capitularon directamente ante el desmembramiento de Checoslovaquia por parte de Hitler en el famoso Pacto de Múnich de 1938.
Hoy en día, vemos un patrón similar al de 1931, que marcó el inicio de los preparativos de la Segunda Guerra Mundial. Aunque no hay apoyo mayoritario en Estados Unidos para una guerra mundial agresiva, dicho apoyo sí existe en una parte pequeña y por el momento marginal de su política exterior y su establishment militar. Si Estados Unidos sufre derrotas políticas, no pasará directamente a una guerra frontal con China o Rusia. No obstante, existe el peligro a mediano plazo de que —como sucedió tras la invasión de China por parte de Japón en 1931 y la llegada al poder de Hitler en 1933— si Estados Unidos consigue victorias en luchas más limitadas, se sentirá animado a comenzar un gran conflicto militar global. La lucha decisiva debe ser evitar ese conflicto global. Esto significa que es de suma importancia que Estados Unidos no gane luchas inmediatas, como la guerra que provocó en Ucrania, su intento de socavar la política de “Una sola China” respecto a Taiwán, y sus guerras económicas contra muchos otros países.
Las principales fuerzas que se oponen a la agresión militar estadounidense
Hay dos fuerzas poderosas que se oponen a la agresión militar estadounidense. La primera y la más poderosa es China, cuyo desarrollo económico es no solo crucial para mejorar los estándares de vida de su población, sino también para eventualmente permitirle al país poner sus fuerzas militares más a la altura de las de Estados Unidos. Es muy probable que esto sea el último elemento disuasorio de la agresión militar estadounidense. La segunda fuerza poderosa es la oposición de un gran número de países a la agresión de EE. UU. —incluidos muchos del Sur Global, que comprenden la mayoría de la población mundial— no solo desde un punto de vista moral, sino por interés directo. El intento de Estados Unidos de superar las consecuencias de sus fracasos económicos por medios militares y políticos le lleva inevitablemente a emprender acciones contra los intereses de muchos otros países.
Uno de los muchos ejemplos del impacto de estas acciones es que la provocación estadounidense de la guerra en Ucrania ha ayudado a crear un masivo aumento de los precios mundiales de los alimentos, ya que Rusia y Ucrania son los mayores proveedores internacionales de trigo y fertilizantes. Al mismo tiempo, prohibir que la empresa de telecomunicaciones china Huawei participe en el desarrollo de las telecomunicaciones 5G implica que las y los habitantes de todos los países que aceptan la prohibición estadounidense tienen que pagar más por sus telecomunicaciones. La presión de Estados Unidos para obligar a Alemania a comprar gas licuado estadounidense en lugar del gas natural ruso eleva los precios de la energía en Alemania. En América Latina, Estados Unidos intenta impedir que los países apliquen políticas de independencia nacional. Los aranceles de Estados Unidos a las exportaciones de China elevan el costo de vida de los hogares estadounidenses. El hecho de que, en la práctica, las poblaciones de otros países se vean obligadas a financiar el agresivo militarismo estadounidense está destinado a generar oposición a esas políticas y sus resultados.
Estas dos fuerzas que se refuerzan mutuamente —el propio desarrollo de China y el hecho de que la política de Estados Unidos es contraria a los intereses de la inmensa mayoría de la población mundial— constituyen los principales obstáculos a la agresión de Estados Unidos. Articular el desarrollo de China con las fuerzas internacionales que se oponen a los ataques de Estados Unidos es, por tanto, la tarea más crucial para la mayoría de la población mundial. Aunque quienes estamos fuera del país no podemos comprender del todo las complejidades a las que se enfrenta la dirigencia china, podemos decir que tienen una gran responsabilidad no solo para impulsar al mundo hacia la paz y un planeta sostenible, sino también para cumplir las promesas de su revolución y justificar los grandes sacrificios del campesinado y la clase trabajadora, los mismos sacrificios que hicieron posible la posición actual de China en el mundo.
Las opciones que enfrenta Estados Unidos
El giro de Estados Unidos hacia una escalada de agresión militar junto con su pérdida de supremacía económica ya ha comenzado. En Ucrania, Estados Unidos está desafiando directa y enérgicamente a Rusia, un Estado con poderosas armas nucleares, aumentando así el riesgo potencial de una guerra nuclear. Simultáneamente, está aplicando la máxima presión a sus aliados, como Alemania, para que perjudiquen sus propios intereses subordinándolos a la política estadounidense.
Sin embargo, Estados Unidos todavía duda en utilizar toda su fuerza militar, evidentemente sopesando lo que puede ganar y los riesgos de intensificar su agresión militar. Aunque Estados Unidos provocó la guerra en Ucrania por amenazar con extender la OTAN hacia ese país, lo que le daría acceso a armamento e inteligencia cada vez más mortíferos, todavía no se ha atrevido a comprometer directamente sus fuerzas militares en esta guerra, lo que demuestra que todavía hay una considerable incertidumbre operando en los niveles más altos de la maquinaria estatal estadounidense.
Todo esto afecta directamente a las relaciones entre Rusia y China y hace que el resultado de la guerra en Ucrania sea crucial para todo el mundo. Dado que las relaciones amistosas sino-rusas son un obstáculo económico y militar formidable para las amenazas de guerra de Estados Unidos, el objetivo estratégico central de la política estadounidense es separar a Rusia y China. Si consigue esto, Estados Unidos tendrá mayor capacidad para atacarlos individualmente incluso mediante el uso de su fuerza militar.
Conclusiones
Estados Unidos aumentará sus acciones agresivas contra China, así como hacia otros países, no solo en el ámbito económico, sino especialmente a través del uso directo e indirecto de su poder militar, dudando solo cuando sufra derrotas. Naturalmente, hay que aprovechar cualquier apertura para desarrollar un enfoque conciliador por parte de Estados Unidos, pero es esencial tener claro que la política estadounidense durante los períodos en que sufre derrotas consiste en intentar reagrupar sus fuerzas para lanzar una nueva política agresiva.
La derrota de la agresión estadounidense depende en gran medida del desarrollo interno de China en lo económico, militar y todos los demás campos, lo que también es del interés de otros países que sufren la misma agresión. Después del desarrollo interno de China, la fuerza más importante que bloquea la agresión de Estados Unidos es la oposición de la mayoría de la población mundial y de los países cuya posición se ve agravada por la política estadounidense. El grado en que se intensificará la agresión estadounidense basada en lo militar, tanto directa como indirecta, depende del grado de derrota de Estados Unidos en las luchas individuales. Cuanto más éxito tenga, más agresivo se volverá; cuanto más se debilite, más conciliador se volverá.
A corto plazo, el resultado de la guerra en Ucrania será crucial para la realidad geopolítica más amplia. Mientras los detalles de la agresiva política exterior estadounidense no pueden verse con una bola de cristal, la escalada general de la agresión estadounidense se desprende claramente de su combinación de debilitamiento económico y fuerza militar, a menos que sufra derrotas significativas.
Referencias bibliográficas
Ganesh, Janan. “The US will be the ultimate winner of Ukraine’s crisis”, Financial Times, 5 de abril de 2022. https://www.ft.com/content/cd7270a6-f72b-4b40-8195-1a796f748c23
Glazyev, Sergey. “Events like This Happen Once a Century: Sergey Glazyev on the breakdown of epochs and changing ways of life”, The Saker, 28 de marzo de 2022, https://thesaker.is/events-like-this-happen-once-a-century-sergey-glazyev-on-the-breakdown-of-epochs-and-changing-ways-of-life/
Maddison, Angus. The World Economy: A Global Perspective. Paris: Organisation for Economic Cooperation and Development, 2001.
Miguel, Edward y Gerard Roland. “The Long-run Impact of Bombing Vietnam”, Journal of Development Economics 96 (1), 2011. https://eml.berkeley.edu/~groland/pubs/vietnam-bombs_19oct05.pdf
Notas
1 Ver Angus Maddison, The World Economy: A Global Perspective. Paris: Organisation for Economic Cooperation and Development, 2001. Obsérvese que otras fuentes atribuyen a la economía estadounidense una parte mucho mayor del PIB mundial en 1950, con estimaciones superiores al 40%.
2 Los datos que comparan los resultados económicos de Estados Unidos y China.
proceden de la base de datos del FMI publicada junto al World Economic Outlook de abril de 2022. También de la Oficina de Análisis Económico de EE.UU., International Data; de Trading Economics, y de los World Development indicators del Banco Mundial.
3 Federation of American Scientists, “Status of World Nuclear Forces”, 2022.
¿Quién está llevando a Estados Unidos a la guerra?
Deborah Veneziale
El mundo está percibiendo la creciente y rapaz intención bélica de Estados Unidos.1 En medio del desarrollo de la crisis de Ucrania, EE. UU. y la OTAN han estado tratando de escalar su guerra por delegación con Rusia, al mismo tiempo que intensifican su asedio y provocaciones contra China. La intención de ir a la guerra quedó ya en evidencia durante un segmento del 15 de mayo de 2022 del programa Meet The Press de la NBC, que simuló una guerra de Estados Unidos contra China. Cabe señalar que este juego bélico fue organizado por el Center for a New American Security (CNAS), un prominente think tank de Washington D.C. financiado por los gobiernos de EE. UU. y sus aliados, incluida la Oficina de Representación Económica y Cultural de Taipei, las Open Society Foundations de George Soros y una serie de empresas militares y tecnológicas estadounidenses tales como Raytheon, Lockheed Martin, Northrop Grumman, General Dynamics, Boeing, Facebook, Google y Microsoft (CNAS, 2022).
Esta simulación está en línea con otras señales alarmantes, tanto del Congreso como del Pentágono. El 5 de abril, Charles Richard, comandante del Mando Estratégico de Estados Unidos, argumentó ante el Congreso que Rusia y China significan amenazas nucleares para su país, afirmando que es probable que China use coerción nuclear en su propio beneficio (Tiron, 2022). Poco después, el 14 de abril, una delegación bipartidista de legisladores estadounidenses visitó Taiwán. El 5 de mayo, Corea del Sur anunció que se había unido a una organización de ciberdefensa en el marco de la OTAN. En junio, en su cumbre anual, la OTAN nombró a Rusia su “amenaza más significativa y directa” y señaló a China como un “desafío a nuestros intereses”. Además, Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda participaron por primera vez en la cumbre, lo que sugiere la posibilidad de que se cree una rama asiática en el futuro. Finalmente, el 2 de agosto, en una flagrante provocación a Beijing, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, la tercera funcionaria de más alto rango del gobierno de Biden, visitó Taiwán escoltada por la Fuerza Aérea de Estados Unidos (OTAN, junio de 2022).
Ante la agresiva política exterior del gobierno de Biden, no se puede evitar la pregunta: entre la élite que gobierna Estados Unidos, ¿quién aboga por la guerra? ¿Hay algún mecanismo para frenar esa beligerancia en el país?
Este artículo llega a tres conclusiones. En primer lugar, en el gobierno de Biden dos grupos de la élite de política exterior que solían competir entre sí —los halcones liberales y los neoconservadores— se han fusionado estratégicamente, formando el consenso más importante en materia de política exterior desde 1948 y llevando la política de guerra estadounidense a un nuevo nivel. En segundo lugar, tomando en consideración sus intereses a largo plazo, la gran burguesía en Estados Unidos ha llegado al consenso de que China es un rival estratégico, y ha establecido un sólido apoyo a esta política exterior. En tercer lugar, las llamadas instituciones democráticas de control y equilibrio son completamente incapaces de frenar la expansión de esta política beligerante debido al diseño de la Constitución de Estados Unidos, la expansión de las fuerzas de extrema derecha, y la clara monetización de las elecciones.
La fusión de las élites beligerantes de la política exterior
Los primeros representantes del intervencionismo liberal estadounidense incluían presidentes demócratas como Harry Truman, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, cuyas raíces ideológicas se remontan a la idea de Woodrow Wilson de que Estados Unidos debe actuar en el escenario mundial luchando por la democracia. La invasión de Vietnam se guió por esa ideología.
Después de la derrota de Estados Unidos en Vietnam, el Partido Demócrata redujo temporalmente los llamados a la intervención como parte de su política exterior. Sin embargo, el senador demócrata Henry “Scoop” Jackson (también conocido en ese tiempo como el “senador de Boeing”), un halcón liberal, se unió a otros anticomunistas e intervencionistas acérrimos, ayudando a inspirar el movimiento neoconservador. Los neoconservadores, entre los que se encontraban varios partidarios y antiguos colaboradores de Jackson, apoyaron al republicano Ronald Reagan a finales de los años 70 por su compromiso de enfrentar el supuesto expansionismo soviético.
Con la disolución de la Unión Soviética en 1991 y el auge del unilateralismo estadounidense, los neoconservadores entraron en la corriente principal de la política exterior estadounidense con su líder de pensamiento, Paúl Wolfowitz, que había sido ayudante de Henry Jackson. En 1992, solo unos pocos meses después de la desintegración de la Unión Soviética, Wolfowitz, entonces subsecretario de Defensa para la Política, presentó su Defense Policy Guidance [Guía de política de defensa], que abogaba explícitamente por que Estados Unidos mantuviera una posición unipolar permanente. Esto se lograría, explicó, mediante la expansión del poder militar estadounidense en la antigua esfera de influencia de la Unión Soviética y a lo largo de todos su perímetro, con el objetivo de impedir el resurgimiento de Rusia como una gran potencia. Esta estrategia de unipolaridad liderada por Estados Unidos, implementada a través de la proyección de fuerza militar, guió las políticas de exteriores de George H.W. Bush y su hijo George W. Bush, así como las de Bill Clinton y Barack Obama. Estados Unidos pudo lanzar la primera Guerra del Golfo en gran medida debido a la debilidad soviética. A esto le siguió el desmembramiento militar de Yugoslavia por parte de Estados Unidos y la OTAN. Después del 11 de septiembre, la administración de Bush Jr. estuvo totalmente dominada por los neoconservadores, incluidos el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
Aunque tanto los halcones liberales como los neoconservadores han defendido ardientemente las intervenciones militares en el extranjero, históricamente ha habido dos diferencias importantes entre ellos. Primero, los halcones liberales tendían a creer que EE. UU. debía influir en las Naciones Unidas y otras instituciones internacionales para llevar a cabo una intervención militar, mientras que los neoconservadores tendían a ignorar las instituciones multilaterales. Segundo, los halcones liberales trataban de dirigir intervenciones militares junto a los aliados occidentales, mientras que los neoconservadores estaban más dispuestos a conducir operaciones militares unilaterales y a violar flagrantemente el derecho internacional. Como dijo Niall Ferguson, historiador de la Universidad de Harvard, los neoconservadores estaban encantados de aceptar el título de Imperio Americano y decidir unilateralmente atacar cualquier país en tanto potencia hegemónica mundial (Fergusson, 2005).
Aunque históricamente los republicanos y los demócratas han desarrollado sus propias políticas e instituciones de abogacía, es un error pensar que tienen enfoques distintos en cuanto a la estrategia de política exterior. Es verdad que think tanks como Heritage Foundation son importantes bastiones neoconservadores que se han inclinado hacia la política republicana, mientras otros como la Brookings Institution y la posteriormente creada CNAS han sido sede de halcones liberales más prodemócratas. Sin embargo, miembros de ambos partidos han trabajado en cada una de estas organizaciones; sus diferencias se centran en propuestas de políticas específicas, no en la afiliación partidaria. En realidad, detrás de la Casa Blanca y el Congreso, una red bipartidista de planificación de políticas formada por ONG, universidades, think tanks, grupos de investigación y otras instituciones dan forma colectivamente a las agendas de las empresas y los capitalistas a través de propuestas de políticas e informes.
Otra concepción equivocada es pensar que el llamado lado progresista del liberalismo promoverá el desarrollo social, proporcionará ayuda internacional y limitará el gasto militar. Sin embargo, el periodo neoliberal, que comenzó a mediados de la década de 1970, ha sido caracterizado por la subordinación del Estado a las fuerzas del mercado y la austeridad en el gasto social en áreas como la atención de salud, la asistencia alimentaria y la educación, todo ello mientras se fomenta el gasto militar ilimitado, perjudicando gravemente la calidad de vida de la gran mayoría de la población. Tanto los republicanos como los demócratas siguen los principios del neoliberalismo, como lo ejemplifica el presupuesto anual de Biden para 2022, que incluye un aumento del 4% en el gasto militar y el hecho de que, durante la pandemia de COVID 19, 1,7 billones de los 5 billones que el gobierno estadounidense proporcionó en fondos de estímulo fueron directamente a los bolsillos de las corporaciones (Greve, 2022; Parlapiano et. Al., 2022). El neoliberalismo ha tenido un impacto especialmente devastador en el Sur Global, donde ha arrastrado a los países en desarrollo a trampas de deuda y los ha coaccionado a realizar interminables pagos de deuda al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.
En el campo de la política exterior, el think tank más influyente desde la Segunda Guerra Mundial ha sido el Council on Foreign Relations (CFR), financiado por una serie de fuentes de la clase dominante. Entre los miembros corporativos fundadores del consejo están líderes en el sector energético (Chevron, ExxonMobil, Hess, Tellurian), financiero (Bank of America, BlackRock, Citi, Goldman Sachs, JPMorgan Chase, Morgan Stanley, Moody’s, Nasdaq), tecnológico (Accenture, Apple, AT&T, Cisco) y de Internet (Google, Meta), entre otros sectores, y el consejo actual del CFR incluye a Richard Haass, el principal asesor de Bush padre sobre Medio Oriente y a Ashton Carter, secretario de Defensa de Obama. La revista alemana Der Spiegel describe al CFR como “la institución privada más influyente de Estados Unidos y del mundo occidental” y “el politburó del capitalismo”, mientras que Richard Harwood, ex editor en jefe y defensor del pueblo en The Washington Post, llamó al consejo y a sus miembros “lo más cercano que tenemos a un establishment gobernante en los Estados Unidos” (Swiss Policy Research, 2022; Shoup, 2019; harwood, 1993). Las propuestas de política del CFR reflejan el pensamiento estratégico a largo plazo de la burguesía estadounidense, como se ve en su propuesta de “fortalecer la coordinación entre EE. UU. y Japón en respuesta a la cuestión de Taiwán” en enero de 2022, antes de la visita de Pelosi a Taiwán en agosto del mismo año.
Independientemente del partido de los candidatos que apoyen los funcionarios de estas diversas instituciones en las elecciones, esta red bipartidista de colaboración de larga data ha mantenido una política exterior consistente en Washington. Esta red promueve una visión del mundo en la que Estados Unidos tiene la supremacía, que niega el derecho de otros países a participar en los asuntos internacionales, una ideología que se remonta a la Doctrina Monroe de 1823 que proclamaba el dominio de Estados Unidos sobre todo el hemisferio occidental. La actual élite de política exterior estadounidense ha ampliado la aplicación de la doctrina de las Américas a todo el mundo. La sinergia entre los dos partidos y el cambio de partido son habituales para este grupo de responsables de la política exterior, que está estrechamente vinculado a la clase capitalista dominante y a sus sustitutos dentro de la élite del poder que controla la política exterior de Estados Unidos así como al Estado profundo (los servicios de inteligencia y los militares).
A principios de siglo, los neoconservadores, reunidos en el Partido Republicano, estaban más preocupados por la desintegración y desnuclearización de Rusia que por China. Alrededor de 2008, sin embargo, las fuerzas de la élite política estadounidense comenzaron a darse cuenta de que la economía china continuaría su fuerte ascenso y que sus futuros líderes no cederían a la influencia de Estados Unidos: no habría un equivalente chino de Gorbachov o Yeltsin. A partir de este período, los neoconservadores empezaron a adoptar un enfoque de total confrontación con China y a buscar la contención. Al mismo tiempo, algunos halcones liberales prodemócratas fundaron el CNAS, y Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, lideró el desarrollo e implementación del Pivote a Asia, un cambio estratégico en la política exterior estadounidense que fue aplaudido por los neoconservadores, que en ese momento todavía estaban en el campo republicano. Clinton fue aclamada como una “voz fuerte” por Max Boot, comentarista político y miembro sénior del CFR, quien en 2003 escribió que “dado el bagaje histórico que conlleva el ‘imperialismo’ no hay necesidad de que el gobierno de Estados Unidos adopte el término. Pero sí debería abrazar la práctica” (Daalder y Lindsay, 2003). Actualmente, ampliar la OTAN a Ucrania y enfrentarse a Rusia sigue siendo una prioridad para los neoconservadores y los halcones liberales por igual. Ambos grupos están en desacuerdo con los realistas que proponen una distensión con Rusia para reforzer la confrontación con China.
Sin embargo, la elección de Trump en 2016 creo turbulencias por un corto tiempo en el consenso del CFR. Como escribió John Bellamy Foster en Trump in the White House: Tragedy and Farce [Trump en la Casa Blanca: tragedia y farsa], el expresidente subió al poder parcialmente a través de la movilización de un movimiento neofascista basado en la clase media baja blanca (2017). Inicialmente lo apoyó solo un pequeño número de personas de la élite del gran capital. Entre ellos estaban Dick Uihlein, el dueño del gigante naviero Uline; Bernie Marcus, fundador de la minorista de materiales de construcción Home Depot; Robert Mercer, un inversionista del medio de comunicación de extrema derecha Breitbart News Network; y Timothy Mellon, nieto del magnate bancario Andrew Mellon. La tendencia de Trump a reducir el compromiso en los asuntos globales —como se vio con el retiro de las tropas de Siria y el comienzo de la retirada de Afganistán, así como el contacto diplomático con Corea del Norte— favoreció los intereses a corto plazo de la pequeña y mediana burguesía y le ganó el apoyo de los realistas de política exterior, incluyendo a Henry Kissinger, pero molestó a los neoconservadores. Un grupo de neoconservadores de élite desempeñó un papel importante en la campaña contra Trump, con unos 300 funcionarios que habían apoyado a la administración de Bush, respaldando al Partido Demócrata en las elecciones de 2020. Entre ellos se encontraba el ya mencionado Boot, que se había convertido en un líder de pensamiento en política exterior y ha tenido un fuerte impacto en el gobierno de Biden.
Con Biden, se reanudó el consenso del CFR y los neoconservadores y los halcones liberales se han alineado completamente en la orientación estratégica del país. Su conciencia conjunta del ascenso de China ha promovido una unidad entre estos dos grupos que no se veía hace décadas. Esta unidad se basa en la teoría sobre las relaciones internacionales que estipula que Estados Unidos debe intervenir activamente en la política de otros países, haciendo todos los esfuerzos para promover “la libertad y la democracia”, tomar medidas enérgicas contra los Estados que desafían el dominio económico y militar de Occidente, eliminar los gobiernos no deseados y asegurar la hegemonía global por cualquier medio, con Rusia y China como sus principales objetivos. En mayo de 2021, el secretario de Estado, Anthony Blinken (que previamente fue subsecretario de Estado de Obama), declaró que Estados Unidos defendería un ambiguo “orden internacional basado en normas”, un término que se refiere a las organizaciones internacionales y de seguridad dominadas por Estados Unidos en lugar de las instituciones más amplias basadas en la ONU. La postura de Blinken sugiere que, en el gobierno de Biden, los halcones liberales han abandonado oficialmente la pretensión de seguir a la ONU u otras organizaciones multilaterales internacionales a menos que se sometan a los dictados de EE. UU.
En 2019, el prominente neoconservador Rober Kagan publicó un artículo con Anthony Blinken como coautor instando a Estados Unidos a abandonar la política de “América primero” de Trump. Apelaron a la contención (es decir, asedio y debilitamiento) de Rusia y China y proponían una política de “diplomacia preventiva y disuasión”, es decir, tropas y tanques donde se considere necesario (Blinken, 2019). Por cierto, la esposa de Kagan, Victoria Nuland, fue secretaria de Estado adjunta para Asuntos Europeos y Eurasiáticos en el gobierno de Obama. Nuland tuvo un papel clave en organizar y apoyar la revolución de colores/golpe de Estado en Ucrania y se ha jactado de los miles de millones de dólares que EE. UU. ha gastado para “promover la democracia” en el país (Nuland, 2013). Actualmente es subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos en el gobierno de Biden, la tercera posición más alta en el Departamento de Estado, después del secretario Blinken y la subecretaria Wendy Sherman. También es heredera espiritual de su mentora, la líder de los halcones liberales Madeleine Albright.
La orientación belicista defendida por Kagan y Blinken fue llevada un paso más allá por el think tank de la OTAN, el Atlantic Council, que ha abogado por la política nuclear de riesgo. En febrero, Mathew Kroenig, subdirector del Snowcroft Center for Strategy and Security del Atlantic Council, abogó por la consideración del uso preventivo de armas nucleares tácticas por parte de Estados Unidos (Kroenig, 2022).
A partir de esta pequeña camarilla de belicistas se puede detectar fácilmente la profunda integración de los dos grupos de élite de la política exterior, que son los verdaderos impulsores de la crisis en Ucrania. La evolución de esta crisis revela el siguiente conjunto de tácticas adoptadas por ellos:
- Fortalecer el liderazgo de Estados Unidos en la OTAN, utilizando la alianza militar (en lugar de la ONU) como el principal mecanismo de intervención exterior.
- Provocar a un supuesto advesario a la guerra al negarse a reconocer su reclamación de soberanía y seguridad sobre regiones sensibles.
- Planificar el uso de armas nucleares tácticas y llevar a cabo una “guerra nuclear limitada” en el territorio del supuesto adversario o en sus alrededores.
- Imponer guerras híbridas para debilitar y subvertir al adversario utilizando medidas coercitivas unilaterales y combinando sanciones económicas con medidas financieras, propagandísticas, de información y culturales, junto con “revoluciones de colores”, cyberguerra, lawfare y otras tácticas.
Si se consiguen los resultados deseados en Ucrania, sin duda se utilizará la misma estrategia en el Pacífico Occidental.
La alineación estratégica no significa que las élites políticas no estén divididas en otros asuntos que consideran de menor importancia, como el cambio climático. Sin embargo, incluso sobre este asunto, Estados Unidos exige que Europa deje de importar gas natural de Rusia. John Kerry, el enviado de Biden para el clima, no se pronuncia sobre las posibles repercusiones negativas para el medio ambiente de esa medida, porque Estados Unidos quiere sustituir las ventas de gas ruso en Europa por las suyas propias.
En los últimos años, las fuerzas progresistas de todo el mundo han lanzado varias campañas internacionales para expresar sus preocupaciones sobre la agresiva estrategia global que Estados Unidos despliega, utilizando a menudo el término “Nueva Guerra Fría”. Sin embargo, las narrativas presentadas a veces subestiman la depravación de algunos aspectos de la política exterior estadounidense. La “Vieja Guerra Fría” con la Unión Soviética seguía ciertas reglas y líneas rojas: Estados Unidos utilizaba una variedad de medios políticos y económicos para ejercer presión e intentar subvertir el Estado soviético, y las dos partes reconocían el alcance de sus respectivos intereses y necesidades de seguridad. No obstante, Estados Unidos no intentaba cambiar las fronteras nacionales de sus adversarios nucleares. Este no es el caso hoy en día, como se puede leer en la declaración abierta de The Wall Street Journal de que Estados Unidos debe demostrar su capacidad de ganar una guerra nuclear, una postura que se sustenta en la afirmación de la élite de la política exterior de que hay que proteger a Ucrania y Taiwán, ya que ambos son lugares estratégicos dentro del perímetro militar occidental (Cropsey, 2022; McCaul, 2022; Abrams, 2022). Incluso el líder de la Guerra Fría, Henry Kissinger, ha expresado su preocupación y oposición a la actual política exterior estadounidense, argumentando que la estrategia correcta es dividir a China y Rusia y advirtiendo que habrá consecuencias peligrosas si Estados Unidos busca directa y simultáneamente la guerra contra estos dos Estados con armas nucleares.
La burguesía estadounidense se prepara para la guerra contra China
Washington ha buscado desvincular económicamente a Estados Unidos de China mediante guerras comerciales y tecnológicas, un proceso que comenzó en el gobierno de Trump y ha continuado bajo el liderazgo de Biden. Sin embargo, esta política ha generado consecuencias imprevistas. Por un lado, debido a la formación de cadenas de suministro globales, las industrias manufactureras de Europa y EE. UU. dependen en gran medida de las importaciones de China y Biden ha enfrentado a la oposición interna con peticiones de reducir los aranceles de la guerra comercial para aliviar la enorme presión de la inflación en Estados Unidos. Por otro lado, aunque China no comenzó la desvinculación económica, la presión de las guerras comerciales y tecnológicas ha promovido el desarrollo de la “gran circulación interna” dentro del país (reduciendo la dependencia de exportaciones y confiando más en el consumo interno). Desde que comenzó la pandemia, se ha producido un aumento gradual superficial del comercio de mercancías entre Estados Unidos y China.
Sin embargo, se debe señalar que hay un cambio en marcha en la lógica básica de las relaciones de Estados Unidos con China: la burguesía estadounidense ha ido fortaleciendo su alianza contra China y apoyando la estrategia belicosa de Washington. Esta situación se debe a factores tanto económicos como ideológicos. Por un lado, las cifras del PIB de EE. UU. y otros países occidentales enmascaran las contribuciones en mano de obra de las fábricas del Sur Global. Por ejemplo, las ventas altamente rentables de Apple en Estados Unidos aparecen en las cifras del PIB de ese país, pero la fuente real de sus altos rendimientos es el excedente creado por la mano de obra productiva avanzada, masivamente eficiente y de bajo costo de Shenzhen, Chongqing y otras ciudades de China, donde se encuentran las fábricas de Foxconn (Smith, 2012; Tricontinental, 2019). China ha avanzado mucho desde la época de las grandes fábricas con trabajadoras y trabajadores no cualificados mal pagados y ha desarrollado una infraestructura industrial, logística y social extremadamente sofisticada que, en 2019, representaba el 28,7% de la manufactura global (Richter, 2021). Trasladar toda la cadena de suministro de China a India o México sería un proceso de décadas que no puede basarse solamente en salarios más bajos.
Pocos sectores de la economía estadounidense dependen en gran medida del mercado chino para sus ventas, con la excepción de los fabricantes de chips. Grandes empresas como Boeing, Caterpillar, General Motors, Starbucks, Nike, Ford y Apple (17%) obtienen menos del 25% de sus ingresos de China (“10 US Companies…”). El ingreso total de las 500 empresas del S&P2 es de 14 billones de dólares, no más del 5% de ese valor corresponde a ventas dentro de China (Yardeni, 2022; Office of…., 2022). Es poco probable que los gerentes estadounidenses se opongan a la dirección de la política exterior de EE. UU. respecto a China, porque no se les presenta un camino claro para aumentar su acceso de largo plazo al creciente mercado interno de China. Esta actitud se puso de manifiesto durante la convocatoria de resultados de Disney de mayo de 2022, cuando su gerente general, Bob Chapek, expresó confianza en el éxito de la empresa, incluso sin acceso al mercado chino. Esta actitud frente China es visible en todos los sectores clave de Estados Unidos:
Tecnología / Internet. Nueve de los diez estadounidenses más ricos están en la industria de tecnología e internet, el zeitgeist de nuestro tiempo, con la excepción parcial de Elon Musk, el gerente de la fábrica de automóviles eléctricos Tesla, cuya primera olla de oro también provino de la industria del internet. Comparadas con las listas de los estadounidenses más ricos en décadas pasadas, los procedentes de sectores tradicionales como la industria manufacturera, la banca y el petróleo han sido superados por una élite tecnológica en ascenso que está impregnada de actitudes antichinas por las dificultades que han enfrentado para penetrar en el mercado chino. Los gigantes tecnológicos estadounidenses como Google, Amazon y Facebook prácticamente no tienen mercado en China, mientras que empresas como Microsoft y Apple enfrentan dificultades cada vez mayores. En la última década, la corporación china de tecnología y telecomunicaciones Huawei superó a Apple en términos de cuota de mercado dentro de China, solo para que Apple recuperara el primer puesto debido a las sanciones de Estados Unidos, que prohibió la venta de chips semiconductores —un componente clave de los teléfonos inteligentes— a Huawei. Al parecer, el gobierno chino está adoptando sistemas autóctonos de productividad Linux y Office para sustituir a los programas de Microsoft Windows y Office. Las empresas tradicionales de TI como IBM, Oracle y EMC (denominadas colectivamente IOE) llevan mucho tiempo marginadas del mercado chino por la oleada de IOE impulsada por Alibaba, que busca sustituir los servidores IBM, las bases de datos de Oracle y los dispositivos de almacenamiento de EMC por soluciones autóctonas y de código abierto. Los gigantes tecnológicos estadounidenses anhelan un cambio en el sistema político de China que les abra las puertas al enorme mercado interno del país, y los principales actores de este sector trabajan activamente para impulsar la hostil política exterior de Washington. Eric Schmidt, el exgerente y presidente ejecutivo de Google, lideró la creación de la Unidad de Innovación de Defensa del gobierno estadounidense en 2016 y la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial en 2018. Su ferviente promoción de la teoría de la “Amenaza China” refleja la opinión predominante en la comunidad tecnológica estadounidense, que también moldea el discurso público. Twitter y Facebook se han asociado con gobiernos occidentales y de Estados Unidos para censurar cada vez más las críticas a su política exterior e influir en el debate en torno a cuestiones clave como la pandemia, Hong Kong y Xinjiang en nombre del combate a campañas de desinformación presuntamente lanzadas por China y otros supuestos adversarios.
Industria manufacturera. La fabricación estadounidense sigue dependiendo de la capacidad de producción china. La inversión consistente y la innovación tecnológica en el área se abandonaron durante el periodo neoliberal y, a pesar de los llamados de Obama y Trump para traer la manufactura de vuelta a América del Norte, se ha logrado poco en ese sentido. No obstante, las inversiones estadounidenses en manufactura en China han disminuido en los últimos años, con la notable excepción de la megafábrica de Tesla en Shanghái. Incluso en este caso, sin embargo, es importante señalar que Elon Musk ha conseguido numerosos contratos de adquisición para el gobierno y el ejército a través de su empresa de exploración espacial SpaceX, cuyo sistema de satélites Starlink fue criticado por China por sus “encuentros cercanos” con la estación espacial China en dos ocasiones en 2021. El Ejército Popular de Liberación de China advirtió que Estados Unidos podría intentar militarizar el sistema Starlink. El despliegue de los servicios de Starlink en Ucrania durante la guerra es una prueba de esta dinámica. Es poco probabe que la potencial adquisición de Twitter por parte de Musk cambie la relación de la empresa con los gobiernos de Estados Unidos y Occidente ni su orientación respecto a China y Rusia.
Finanzas. El sector de los servicios financieros estadounidense lleva mucho tiempo esperado que los mercados de capital de China se abran más a él, y su última esperanza es que haya un cambio de régimen en China que lleve al país hacia un sendero abiertamente neoliberal. La actitud antiChina del influyente magnate financiero y filántropo estadounidense de orígen húngaro George Soros es bien conocida. En enero de 2022, Soros tuiteó que “Xi Jinping de China es la mayor amenaza que enfrentan las sociedades abiertas en la actualidad”. Estos comentarios llegaron luego de que Jamie Dimon, el gerente general de JPMorgan Chase, declarara en noviembre de 2021 que la banca multinacional sobreviviría al Partido Comunista de China (aunque después se disculpó por este comentario y dijo que estaba bromeando). Dimon también insinuó que China podría sufrir un fuerte ataque militar si intentaba reunificar Taiwán, una amenaza de la que no se disculpó (Henry y Daga, 2021). Esta actitud hostil responde al hecho de que los mercados de capital chinos no avanzan en la dirección que Wall Street preferiría, como se evidencia en el fortalecimiento de los controles de capital por parte del gobierno de China y la retirada de una serie de valores chinos de la bolsa estadounidense. En la reunión anual de accionistas de 2022 del conglomerado de inversiones Berkshire Hathaway, Charlie Munger, vicepresidente de la empresa, declaró que la inversión en China “todavía valía la pena”. Sin embargo, incluso en este caso Munger aceptó la premisa de su entrevistador, que caracterizó al gobierno chino como un “régimen autoritario” que comete “violaciones de derechos humanos”. Para Munger, China solo merece el riesgo adicional porque se puede invertir en mejores negocios a precios más bajos.
Sectores minorista y de consumo. Estos sectores llevan mucho tiempo presionados por sus competidores chinos. En marzo de 2021, Nike y otras empresas boicotearon el algodón de Xinjiang con la falsa acusación de trabajo forzado. Poco después, Nike publicó un anuncio que fue criticado por promover estereotipos racistas sobre el pueblo chino, lo que provocó una nueva pérdida de su cuota de mercado, que ya había empezado a ser superada por la marca china Anta.
Además, existe una significativa desconexión entre las industrias culturales y de entretenimiento de ambos países, las películas de producción nacional ya daban cuenta del 85% de la taquilla china en 2021. Las películas de superhéroes de Marvel, antaño populares entre las y los espectadores chinos, no han logrado entrar al mercado nacional por cuestiones ideológicas, con recaudación nula en China en 2021. La reciente producción de Marvel Doctor Strange in the Multiverse of Madness de nuevo presenta escenas antichinas, incluyendo una referencia al periódico de extrema derecha y antigobierno The Epoch Times. La obra no se ha proyectado en China. Estos casos reflejan los trade offs de las empresas estadounidenses entre sus intereses comerciales —llegar al mercado de consumo chino— y su ideología política —oponerse al sistema político chino—.
El complejo militar-industrial de Estados Unidos y el impulso de la guerra
El complejo militar-industrial de Estados Unidos desempeña un papel especial para consolidar la cooperación entre los sectores económicos, tecnológicos, políticos y militares estratégicos en favor de los intereses imperialistas. En 2021, los seis principales contratistas militares del mundo —Lockheed Martin, Boeing, Raytheon Technologies, BAE Systems, Northrop Grumman y General Dynamics— realizaron ventas combinadas de más de 128.000 millones de dólares al gobierno de Estados Unidos (Bloomberg Goverment, 2021). Las grandes empresas tecnológicas, como Amazon, Microsoft, Google, Oracle, IBM y Palantir (fundada por el extremista Peter Thiel), han establecido estrechos vínculos con el ejército estadounidense, firmando miles de contratos por un valor de decenas de miles de millones de dólares en las últimas décadas (Big Tech Sells War, 2022; Glaser, 2020; Nograles, 2021; Konkel, 2021). La industria tecnológica desempeña el papel estratégico de recopilar datos en el vasto imperio de la inteligencia estadounidense y está en el centro del poder blando de los medios de comunicación y la hegemonía de las redes sociales de Estados Unidos, asegurando el dominio digital sobre la mayoría del Sur Global. Así, este sector se ha vuelto inmune a una regulación significativa o a las amenazas de desmonopolización.
El afán de Estados Unidos por la supremacía militar le lleva a gastar en áreas como armamento, tecnología informática (chips de silicio, en particular), comunicaciones avanzadas (incluida la ciberguerra por satélite) y biotecnología. El gobierno estadounidense ha solicitado oficialmente 813.000 millones de dólares para el ejército como parte de su presupuesto para 2023 (lo que no tiene en cuenta el gasto militar adicional que se disfraza en otras secciones del presupuesto general), y el Pentágono afirma que necesitará al menos 7 billones de dólares en créditos durante los próximos diez años (Stone, 2022; Cohen, 2021).
La privatización del Estado bajo el neoliberalismo ha llevado al desarrollo de una puerta giratoria entre el gobierno estadounidense y el sector privado durante las últimas cuatro décadas. El Estado se ha convertido en un vehículo para que los funcionarios de alto nivel del gobierno, incluidos congresistas, senadores, asesores políticos y de seguridad, miembros del gabinete, coroneles, generales y presidentes de ambos partidos, se hagan multimillonarios aprovechando su condición de insiders políticos con grupos de interés privados (Open Secrets, 2022). Dentro de la burocracia gubernamental, la frase «seguridad nacional» abre aún más la llave a la codicia personal y corporativa y a la expansión militar radical. En esta forma predominante de corrupción legalizada del Primer Mundo, las empresas suelen ofrecer sobornos a las y los funcionarios después de que dejen sus cargos públicos. Estos sobornos legales son esencialmente pagos atrasados por los servicios prestados durante el ejercicio del cargo. Por ejemplo, al dejar el cargo, los ex funcionarios públicos suelen ser contratados como empleados remunerados, miembros de juntas directivas o asesores de las mismas empresas que antes habían defendido, votado favorablemente o a las que habían concedido contratos gubernamentales cuando ejercían sus cargos públicos (Freeman, 2012). Algunos ejemplos destacados de esta dinámica generalizada son los siguientes:
- Bill Clinton afirma que tenía una deuda de 16 millones de dólares cuando dejó la Casa Blanca en 2001, pero en 2021 tenía una fortuna estimada en 80 millones de dólares (DiSalvo, 2021).
- Con una impunidad asombrosa, al menos 85 de las 154 personas de grupos de interés privados que se reunieron o tuvieron conversaciones telefónicas programadas con Hillary Clinton mientras dirigía el Departamento de Estado bajo el presidente Obama donaron un total de 156 millones de dólares a la Fundación Clinton (CNBC, 2016).
- James “Mad Dog” Mattis, un general retirado de cuatro estrellas, ex secretario de defensa de Trump y ex miembro de la junta directiva de CNAS, tenía un patrimonio neto de 7 millones de dólares en 2018, cinco años después de su «retiro» del ejército. Esto se obtuvo a través de importantes pagos de una amplia lista de contratistas militares e incluyó entre 600.000 y 1,25 millones de dólares en acciones y opciones en el principal contratista de defensa, General Dynamics (Herb y O’Brien, 2017).
- Lloyd Austin, secretario de Defensa del presidente Biden, anteriormente formó parte del consejo de administración de varias empresas de la industria militar, como United Technologies y Raytheon Technologies. Austin obtuvo la mayor parte de su patrimonio neto de 7 millones de dólares tras «retirarse» como general de cuatro estrellas (Alexander, 2021).
Entre 2009 y 2011, más del 70% de los principales generales de Estados Unidos trabajaron para contratistas militares después de retirarse de su cargo. Los generales también se benefician de una doble remuneración al recibir simultáneamente una compensación del Pentágono y pagos de contratistas militares privados (Johnson, 2012). Solo en 2016, casi 100 oficiales militares estadounidenses pasaron por la puerta giratoria entre el gobierno y los contratistas militares privados, entre ellos 25 generales, 9 almirantes, 43 tenientes generales y 23 vicealmirantes (Vanden Brook, Dilanian y Locker, 2009; Smithberger, 2018).
Durante la administración Trump, muchos funcionarios de la era Obama se trasladaron al sector privado, consultando y asesorando a las mayores corporaciones del mundo, para luego volver a la Casa Blanca bajo el mandato de Biden. En una muestra asombrosa de esta puerta giratoria, la administración Biden ha nombrado a más de 15 altos funcionarios de la empresa de consultoría corporativa WestExec Advisors, que fue fundada en 2017 por un equipo de ex funcionarios de la administración Obama y que afirma proporcionar «análisis de riesgo geopolítico sin precedentes» a sus clientes, incluyendo «Gestión del riesgo relacionado con China en una era de competencia estratégica» (Guyer y Grim, 2021; WestExec Advisors, 2022). La empresa facilita la cooperación entre los gigantes tecnológicos y el ejército estadounidense, con clientes como Boeing, Palantir, Google, Facebook, Uber, AT&T, la empresa de vigilancia de drones Shield AI y la empresa israelí de inteligencia artificial Windward. Entre los ex miembros de WestExec que trabajan en la administración Biden se encuentran el secretario de Estado Blinken, la directora de Inteligencia Nacional Avril Haines, el subdirector de la CIA David Cohen, el subsecretario de Defensa para Asuntos de Seguridad Indo-Pacífica Ely Ratner y la ex secretaria de prensa de la Casa Blanca Jen Psaki (Guyer y Grim, 2021; Thompson y Meyer, 2021; Lipton y Vogel, 2020).
El debilitamiento de la resistencia interna al militarismo estadounidense
En 1973, Estados Unidos abolió la conscripción del servicio militar, o lo que se conocía como el draft, tras lo cual el ejército estadounidense se refirió a sí mismo de forma inteligente y engañosa como un ejército totalmente voluntario. Esto se hizo para reducir la oposición interna a las guerras de EE.UU. en el extranjero, especialmente de los hijos de familias de sectores medios y acomodados que se habían hecho oír contra la guerra de agresión en Vietnam. Aunque la medida se justificaba en nombre de la selección de soldados más profesionales y dedicados, en realidad, la burguesía buscaba aprovecharse de la vulnerabilidad económica de las familias de la clase trabajadora más pobre, a las que reclutaba para el servicio mediante ofertas de formación técnica y de salarios seguros. Los avances tecnológicos en la guerra permitieron a Estados Unidos aumentar simultáneamente su capacidad de matar a civiles y combatientes enemigos en los países invadidos y al mismo tiempo reducir la tasa de mortalidad de los soldados estadounidenses. Por ejemplo, en la guerra de 2,2 billones de dólares contra Afganistán entre 2001 y 2021, solo 2.442 (el 1%) de las 241.000 personas muertas (incluidos más de 71.000 civiles) eran personal militar estadounidense (Crawford y Lutz, 2021). La reducción del número de muertos de Estados Unidos ha debilitado la conexión emocional interna con las campañas de guerra de Estados Unidos, que se ha visto aún más debilitada por el aumento de los contratistas militares privados. A mediados de la década de 2010, se estimaba que casi la mitad de las fuerzas armadas estadounidenses en Irak y Afganistán estaban empleadas por contratistas militares privados (Stinchfield, 2017). En 2016, el mayor contratista militar privado del mundo, ACADEMI (fundado inicialmente por Erik Prince como Blackwater) fue adquirido por la mayor empresa de capital privado del mundo, Apollo, por un importe estimado de 1.000 millones de dólares (Wilkers, 2016). Lejos de ser un ejército de voluntarios, hoy en día es cada vez más apropiado describir al ejército estadounidense como un ejército de mercenarios.
Estados Unidos se envalentona aún más en su belicismo por el hecho de que, si bien ha invadido o participado en operaciones militares en más de un centenar de países, nunca ha sido invadido ni ha sufrido bajas civiles a gran escala a manos de gobiernos extranjeros. La psicología del excepcionalismo estadounidense está moldeada por el hecho de que la actual generación de la élite política creció en gran medida tras el final de la Guerra Fría, un periodo denominado como el «fin de la historia», en el que su país parecía ser invencible. Estados Unidos no había experimentado un desafío serio ni en el exterior ni en el interior hasta el ascenso de China. Como resultado, esta élite es particularmente ahistórica en su visión del mundo, está embargada por delirios de grandeza y, por lo tanto, se siente sin restricciones, una combinación extremadamente peligrosa.
El complejo militar-industrial, compuesto por generales, políticos, empresas tecnológicas y contratistas militares privados, busca una expansión masiva de la capacidad militar de Estados Unidos. En la actualidad, casi todos en Washington utilizan a China y a Rusia como pretexto para esta ampliación. Mientras tanto, muchos de ellos han cometido o apoyado crímenes de guerra en Irak, Afganistán, Siria, Libia y otros lugares.
Pocos capitalistas influyentes en Estados Unidos están dispuestos a oponerse abiertamente al coro que demoniza a China, y quienes lo hacen son disciplinados o condenados al ostracismo. Rara vez se encuentran opiniones públicamente discrepantes o llamamientos a la moderación en las secciones de opinión de The New York Times o The Wall Street Journal. Durante la campaña presidencial de 2020, Michael Bloomberg fue muy criticado por ser «blando» con China después de afirmar que el Partido Comunista respondía a la opinión pública y por negarse a calificar al presidente Xi Jinping de dictador. Bloomberg parece haber sido disciplinado con éxito; bajo la administración Biden, se unió a la histeria bélica y fue nombrado presidente del Consejo de Innovación de Defensa del Pentágono en febrero de 2022. La empresa de consultoría de gestión global McKinsey & Company, que ha favorecido un mayor compromiso económico con China, se ha enfrentado a crecientes críticas por estas opiniones, siendo calumniada por The New York Times por «ayudar a elevar la estatura de gobiernos autoritarios y corruptos en todo el mundo» (Bogdanich y Forsythe, 2018). En consecuencia, la influencia de McKinsey en los círculos empresariales estadounidenses se ha debilitado enormemente. Aunque un pequeño número de personalidades —como Ray Dalio, inversor multimillonario y fundador de Bridgewater Associates— sigue expresando su optimismo sobre las relaciones entre Estados Unidos y China, se trata de figuras aisladas.
Y lo que es más importante, los miembros de la actual élite burguesa estadounidense han diversificado sus inversiones en una serie de sectores, lo que les permite superar los estrechos intereses económicos a corto plazo de cualquier sector y alinearse con el «panorama general» de la estrategia estadounidense. A diferencia de los millonarios de generaciones pasadas, que se centraban en una sola industria, los de hoy han desarrollado una conciencia más compartida y pueden prever los grandes beneficios a largo plazo de un mercado chino totalmente liberalizado que seguiría al derrocamiento del Estado chino. En consecuencia, estos multimillonarios están motivados para apoyar la contienda de Estados Unidos con China a pesar de las pérdidas a corto plazo que puedan sufrir como resultado. Como se ha detallado anteriormente, esta gran burguesía financia un importante número de think tanks y grupos políticos a través de fundaciones sin ánimo de lucro, marcando la pauta de los debates y las propuestas políticas del país.
Entre la élite de clase media-alta, hay un pequeño grupo de aislacionistas libertarios de extrema derecha, compuesto principalmente por intelectuales y representado por el Instituto Cato. Esta red política se pronuncia contra el Sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos y la intervención extranjera y se opone al papel de Estados Unidos en Ucrania. Sin embargo, está marginada en el ámbito de la política exterior y no ejerce mucha influencia.
Como señaló una vez Karl Marx, los capitalistas siempre han sido una «banda de hermanos beligerantes». Esta banda mantiene un Estado moderno que cuenta con un cuerpo masivo y permanente de hombres y mujeres armados, funcionarios de inteligencia y espías. En 2015, 4,3 millones de individuos en Estados Unidos tenían autorización de seguridad para acceder a material gubernamental «confidencial», «secreto» o «alto secreto» (Congressional Research Service, 2016). Independientemente de cualquier resultado electoral, este aparato estatal es capaz, en última instancia, de ejercer su dominio y guiar la política exterior del país, como se ha puesto de manifiesto con la incapacidad de la administración Trump para aplicar su propia política exterior.
El ascenso de la extrema derecha y los insuficientes controles en el sistema político estadounidense
La hostilidad de la élite burguesa gobernante de Estados Unidos y de las clases medias hacia China tiene raíces profundas y racistas. Los cuatro años de mandato de Trump coincidieron con la formación de una coalición de movimientos de derecha populista y supremacista blanca conocida como Alt-Right. Stephen Bannon, portavoz de este movimiento, es el antiguo presidente del sitio web de supremacía blanca Breitbart News Network y, como es lógico, es uno de los activistas más combativos contra China en Norteamérica. La base de apoyo de la Alt-Right proviene de la clase media baja: en su mayoría, personas blancas con ingresos familiares anuales de alrededor de 75.000 dólares. Aunque a Bannon e incluso al propio Trump les gusta presumir del apoyo que reciben de «la clase trabajadora blanca», su principal base de apoyo es, de hecho, la clase media baja, no la clase trabajadora.
El Partido Republicano se ha beneficiado electoralmente de la creación de este bloque de votos neofascistas. La Alt-Right tiende a ensalzar a las grandes personalidades capitalistas y desea ascender para unirse a la élite. Mientras tanto, este bloque expresa su odio tanto hacia los líderes políticos y culturales elitistas por bloquear su camino hacia la riqueza como hacia la clase trabajadora. En 1951, el destacado sociólogo estadounidense C. Wright Mills ofreció la siguiente caracterización de las clases medias estadounidenses:
Son guardianes de la retaguardia. A corto plazo, seguirán llenos de pánico los caminos del prestigio; a largo plazo, seguirán los caminos del poder, ya que, al final, el prestigio lo determina el poder. Mientras tanto, en el mercado político (…) las nuevas clases medias están en venta; quien parezca lo suficientemente respetable, lo suficientemente fuerte, probablemente pueda tenerlas. Hasta ahora, nadie ha hecho una oferta seria (1951: 153).
La administración Trump dirigió el resentimiento de la clase media baja por el deterioro de su situación económica hacia China. La economía estadounidense nunca se ha recuperado del todo de la crisis de las hipotecas subprime de 2008, cuando la política monetaria laxa permitió a los grandes capitalistas cosechar enormes beneficios mientras la clase trabajadora y la clase media baja sufrían grandes pérdidas. Este último grupo, enfadado y frustrado con su situación y con una necesidad imperiosa de un portavoz, fue movilizado por Trump para convertirse en su banco de votos clave, con la ayuda de la supremacía blanca, el capitalismo racial y una Nueva Guerra Fría para aplastar a China como oponente de manera total.
En la actualidad, la hostilidad hacia China se ha generalizado en la población estadounidense. La impresión de que China es el archienemigo del mundo libre y la mayor amenaza para Estados Unidos ha sido reforzada enfáticamente por los principales medios de comunicación y plataformas de internet, mientras que la libertad de expresión para quienes se oponen a esta peligrosa tendencia se ha visto cada vez más restringida. Cualquier reconocimiento de las perspectivas rusa y china o la crítica a la política exterior de Estados Unidos hacia estos países se encuentra con una fuerte resistencia pública. La opinión pública de EE. UU. se asemeja cada vez más al período macartista de la década de 1950 y, en ciertos aspectos, el clima social guarda inquietantes similitudes con el de Alemania a principios de la década de 1930.
Quienes son ajenos a la vida política de Estados Unidos suelen malinterpretar la verdadera naturaleza de los controles y equilibrios y la separación de poderes en el sistema político del país. A diferencia de la historia de las reformas constitucionales europeas que fueron generadas por movimientos sociales revolucionarios, la Constitución de Estados Unidos, que fue creada originalmente por un grupo de propietarios (incluidos esclavistas), fue diseñada desde el principio para proteger los derechos de los propietarios privados contra lo que temían que pudiera convertirse en un gobierno mayoritario de la mafia. Hasta la actualidad, la constitución permite el desmantelamiento de la mayoría de los derechos sociales y legales burgueses tradicionales.
Medidas como el colegio electoral, que se implementó originalmente para proteger los intereses de los estados esclavistas del sur y otros estados rurales más pequeños, fueron diseñadas para impedir el voto directo del pueblo para elegir al presidente (una persona, un voto). Este sistema antidemocrático, salvaguardado por un proceso difícil y oneroso para enmendar la constitución, hizo que tanto Bush Jr. como Trump ganaran la presidencia a pesar de recibir menos votos que sus respectivos oponentes. A pesar de la eventual ampliación del derecho a voto para los negros, las mujeres y quienes que no tienen propiedades, la privación del derecho a votar continúa hasta el día de hoy. En 2021, 19 estados habían promulgado un total de 34 leyes de supresión del voto que podrían limitar el derecho al voto de hasta 55 millones de votantes en esos estados (Eskridge y Gupta Barnes, 2022). Mientras tanto, el Tribunal Supremo, que no ha sido elegido, tiene el poder de anular la legislación sobre el derecho al voto, anular las medidas de acción afirmativa y permitir que las organizaciones religiosas restrinjan los derechos civiles.
Una sentencia del Tribunal Supremo de 2010, conocida como “Citizens United”, eliminó los límites de las contribuciones privadas y corporativas a las elecciones, convirtiéndolas en una contienda de fuerza financiera (Vandewalker, 2020). En las elecciones de 2020, el gasto global para las elecciones presidenciales, al Congreso y al Senado fue de 14.000 millones de dólares (Schwartz, 2020). Además de la competencia financiera, también existe una competencia psicológica-tecnológica: las herramientas tecnológicas persuasivas basadas en las redes sociales, la economía del comportamiento y el Big Data desempeñan un enorme papel en la configuración de los procesos electorales. Al mismo tiempo, estas herramientas son extremadamente caras, lo que contribuye a garantizar que la política sea un juego casi exclusivo de los ricos. En 2015, la riqueza media de los senadores estadounidenses superaba los 3 millones de dólares (Kopf, 2018). Este es difícilmente un gobierno controlado y equilibrado por el pueblo.
¿Estamos condenados a la guerra?
En 2014, Xi Jinping, poco después de convertirse en el líder más importante de China, dijo al entonces presidente de Estados Unidos, Obama, que «el amplio océano Pacífico es lo suficientemente vasto como para abarcar tanto a China como a Estados Unidos» (Embajada de la República Popular China en Estados Unidos, 2014). Rechazando esta rama de olivo diplomática, la entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, se jactó en un discurso privado de que Estados Unidos podría llamar al Pacífico «el mar americano» y amenazó con «rodear a China con una defensa antimisiles» (Gallo, 2016).
En 2020, el Center for Economics and Business Research (CEBR) del Reino Unido predijo que China superaría a Estados Unidos para convertirse en la mayor economía del mundo en 2028, un umbral que atormenta a la élite norteamericana. En los últimos años, la política exterior y la opinión pública de EE. UU. se han centrado en los preparativos para librar una guerra con el fin de contener a China antes de que eso ocurra. La guerra por delegación en Ucrania puede verse como un preludio de esta guerra. La movilización ideológica para preparar el terreno ya está en marcha en Estados Unidos. Las ruedas del neofascismo están girando y ha surgido una nueva era de macartismo. La llamada política democrática es solo una fachada para el dominio de la élite burguesa, pero no servirá como mecanismo de freno para la maquinaria de guerra.
En Estados Unidos hay 140 millones de personas que trabajan y son pobres, y 17 millones de niños y niñas padecen hambre, seis millones más que antes de la pandemia (Gupta Barnes, 2019; Save the Children, 2021). Aunque una parte de esta clase expresa su apoyo ideológico a la política belicista del país, este apoyo se contradice directamente con sus intereses: el presupuesto militar de casi un billón de dólares va en detrimento del financiamiento para garantizar la atención de salud, la educación, la infraestructura y otros derechos humanos, así como la lucha contra el cambio climático. Históricamente, los grupos progresistas de Estados Unidos, como los movimientos negros y feministas, han tenido un fuerte espíritu de lucha antimilitarista, y líderes como el Dr. Martin Luther King, Jr. y Malcolm X lucharon valientemente para construir una ola de resistencia interna a la agresión estadounidense en el sudeste asiático. Lamentablemente, hoy en día algunos líderes progresistas de Estados Unidos (aunque no todos) no han querido desafiar la campaña contra China de Washington o, peor aún, se han convertido en partidarios de ella.
Hay importantes voces morales en Estados Unidos que se manifiestan. Sin embargo, hay que señalar que los pocos grupos progresistas que se oponen a una Nueva Guerra Fría han sido vilipendiados por supuestamente justificar el genocidio en Xinjiang. El sistema político estadounidense se esfuerza despiadadamente por marginar las voces de este sector de la sociedad.
Aunque Estados Unidos y sus aliados persiguen agresivamente la expansión militar global a través de la OTAN, la gran mayoría del mundo no ve con buenos ojos sus acciones bélicas. El 2 de marzo de 2022, la Asamblea General de la ONU celebró la Undécima sesión especial de emergencia, y países que en conjunto constituyen más de la mitad de la población mundial votaron en contra o se abstuvieron de votar el proyecto de resolución titulado «Agresión contra Ucrania». Mientras tanto, países que representan el 85% de la población mundial no han respaldado las sanciones dirigidas por EE. UU. contra Rusia (No Cold War, 2022). Los intentos de Washington de intensificar y prolongar la guerra y de forzar un desacoplamiento entre Moscú y Beijing generará una dislocación económica masiva, que provocará importantes reacciones negativas al gobierno de Estados Unidos. Incluso países como India y Arabia Saudí están profundamente preocupados por los excesos de Estados Unidos al congelar las reservas de divisas rusas y reforzar la hegemonía del dólar. Del mismo modo, los presidentes de México, Bolivia, Honduras, El Salvador y Guatemala no asistieron a la Cumbre de las Américas organizada en Los Ángeles en junio de 2022, debido a la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. La resistencia al dominio estadounidense está creciendo en Latinoamérica. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las plataformas internacionales como la ONU no son realmente capaces de evitar que Estados Unidos emprenda guerras. Washington se niega a someterse a nada que no sea su propio “orden internacional basado en normas”.
En Estados Unidos, la administración Biden está brindando una gigantesca ayuda militar a Ucrania para crear una guerra prolongada, con el fin de debilitar a Rusia al máximo y provocar un cambio de régimen. También se está desviando del espíritu de las tres declaraciones conjuntas chino-estadounidenses, desestabilizando el estrecho de Taiwán de diversas maneras. Aunque EE. UU. tiene un gran poder militar, su fuerza económica actual, aunque inmensa, está en un estado perpetuo de declive y crisis.
Como muestra John Ross en este estudio, la supremacía económica de Estados Unidos está menguando y puede terminar ante el gigante económico chino. Además, junto con sus aliados de la OTAN, se enfrenta a múltiples y profundas dificultades económicas y ecológicas. La guerra impulsada por Estados Unidos agravará estos problemas. Puede condenar a Europa a un crecimiento del PIB menor, posiblemente negativo, junto con la inflación y un gasto militar mayor y socialmente inútil. Estados Unidos ha abandonado de facto cualquier pretensión de una estrategia seria para abordar el cambio climático, por no mencionar que su interminable búsqueda de la guerra ha exacerbado la catástrofe climática. E, irónicamente, a pesar del consenso político interno para la desvinculación económica, las empresas estadounidenses siguen aumentando los pedidos a China: la desvinculación sustancial sigue siendo una quimera.
Sin embargo, Estados Unidos no solo se derrumbará económicamente; el afán de Washington por la guerra, las sanciones y el desacoplamiento económico seguirá dañando su propia economía y poniendo en peligro la cadena mundial de suministro de alimentos. A su vez, se producirá una inestabilidad social mundial que debilitará aún más la economía estadounidense y generará más desafíos a su dominio, incluida una creciente oposición a la hegemonía del dólar.
La gobernanza social relativamente estable de China, su fuerte defensa nacional, su estrategia diplomática de paz y su resistencia a sucumbir ante el poder de Estados Unidos pueden, como dijo el Consejero de Estado chino Yang Jiechi, permitir que el país proceda «desde una posición de fuerza» y, finalmente, obligue a Estados Unidos a abandonar la ilusión de que puede entrar en guerra con China y ganar («China Says…», 19 de marzo de 2021).
Al Sur Global le interesa que China siga siendo un Estado fuerte, socialista y soberano, y que continúe promoviendo políticas alternativas para la gobernanza global, como el concepto de «construir una comunidad con un futuro compartido para la humanidad» y la Iniciativa de Desarrollo Global. Debe haber un compromiso inmediato para revitalizar proyectos multilaterales viables del Sur Global, como los BRICS y el Movimiento de los No Alineados, iniciativas en las que gran parte del mundo comparte un interés común. La población mundial, cuya gran mayoría se encuentra en el Sur Global, debe resistirse a la guerra y reclamar la paz. Estados Unidos no es el primer imperio que se extralimita con su arrogancia y prepotencia, y también él verá finalmente el fin de su poder.
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Notas
1 Este artículo ha sido adaptado. Originalmente fue escrito para el público chino y publicado en Guancha, un sitio web de noticias.
2 Índice bursátil.
“Notas sobre el exterminismo” para los movimientos ecologistas y pacifistas del siglo XXI
John Bellamy Foster
En 1980, el gran historiador y teórico marxista, E. P. Thompson, autor de La formación de la clase obrera en Inglaterra y líder del Movimiento por el Desarme Nuclear Europeo, escribió un innovador ensayo: Notas sobre el exterminismo, la última etapa de la civilización.1 Aunque el mundo ha experimentado una serie de cambios significativos desde entonces, el ensayo de Thompson sigue siendo un punto de partida útil para abordar las contradicciones centrales de nuestro tiempo, caracterizado por la crisis ecológica planetaria, la pandemia de COVID-19, la Nueva Guerra Fría y el actual “imperio del caos”, todo lo cual surge de características profundamente arraigadas en la economía política capitalista contemporánea (Thompson, 1982; Amin, 1992).
Para Thompson, el término exterminismo no se refería a la extinción de la vida en sí misma, ya que alguna vida sobreviviría incluso en caso de un intercambio termonuclear global, sino a la tendencia hacia el “exterminio de nuestra civilización [contemporánea]”, entendida en su sentido más universal. Sin embargo, el exterminismo apuntaba a la aniquilación masiva y fue definido como aquellos “rasgos característicos de una sociedad expresados, en diferentes grados, en su economía, su forma de gobierno y su ideología, rasgos cuya dirección conlleva como resultado el exterminio de multitudes” (Thompson, 1982: 92). Notas sobre el exterminismo fue escrito ocho años antes del famoso testimonio sobre el calentamiento global del climatólogo James Hansen ante el Congreso de Estados Unidos en 1988 y la creación en ese mismo año del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU. Así, el tratamiento que le da Thompson al exterminismo se centró directamente en la guerra nuclear y no abordó claramente la otra tendencia exterminista emergente en la sociedad contemporánea: la crisis ecológica planetaria. Sin embargo, su perspectiva fue profundamente socioecológica. Así, la tendencia al exterminismo en la sociedad moderna se consideraba directamente opuesta a “los imperativos de la supervivencia ecológica humana”, lo que exigía una lucha mundial por una sociedad igualitaria y un mundo ecológicamente sustentable (Ibid., 104).
Con la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría en 1991, la amenaza nuclear que se cernía sobre el planeta desde la Segunda Guerra Mundial parecía remitir. Como resultado, la mayoría de las consideraciones posteriores sobre la tesis del exterminismo de Thompson la han retomado principalmente en el contexto de la crisis ecológica planetaria, en sí misma una fuente de “exterminio de multitudes” (Bahro, 1994: 19-20; Foster, 2009: 27-28; Angus, 2016: 178-81). Sin embargo, el advenimiento de la Nueva Guerra Fría en la última década ha vuelto a poner la amenaza nuclear en el centro de las preocupaciones mundiales. La guerra de Ucrania de 2022, cuyos orígenes se remontan al golpe de Estado de Maidan en 2014 orquestado por Estados Unidos, y la resultante guerra civil ucraniana librada entre Kiev y las repúblicas separatistas de la región ucraniana de habla rusa de Donbass, ha evolucionado hasta convertirse en una guerra a gran escala entre Moscú y Kiev. Esto adquirió un significado mundial ominoso el 27 de febrero de 2022, cuando Rusia, tres días después de comenzar su ofensiva militar en Ucrania, puso sus fuerzas nucleares en alerta máxima como una advertencia contra una intervención directa de la OTAN en la guerra, sea por medios nucleares o no. 2 El potencial de una guerra termonuclear global entre las principales potencias nucleares es ahora mayor que en cualquier otro momento del mundo post Guerra Fría.
Por lo tanto, es necesario abordar estas tendencias exterministas duales: tanto la crisis ecológica planetaria (que incluye no solo el cambio climático, sino también los otros ocho límites planetarios claves que se han cruzado y que la comunidad científica define como esenciales para la capacidad de la Tierra de ser un hogar seguro para la humanidad), como la creciente amenaza de aniquilación nuclear mundial. Al abordar las interconexiones dialécticas entre estas dos amenazas existenciales globales, hay que enfatizar en la actualización de la comprensión histórica del impulso hacia el exterminismo nuclear tal y como se ha metamorfoseado en las décadas de poder unipolar de Estados Unidos, mientras la atención del mundo estaba en otro lugar. ¿Cómo es posible que la amenaza de una guerra termonuclear mundial se cierna de nuevo sobre el planeta, tres décadas después del fin de la Guerra Fría y en un momento en el que el riesgo de cambio climático irreversible se vislumbra en el horizonte? ¿Qué enfoques deben adoptarse dentro de los movimientos ecologistas y pacifistas para contrarrestar estas amenazas existenciales globales interrelacionadas? Para responder a estas preguntas, es importante abordar cuestiones como la controversia sobre el invierno nuclear, la doctrina de la contrafuerza y la búsqueda de Estados Unidos de la supremacía nuclear mundial. Solo entonces podremos percibir todas las dimensiones de las amenazas existenciales globales impuestas por el actual capitalismo de la catástrofe.
Invierno nuclear
En 1983, equipos de ciencias atmosféricas tanto de Estados Unidos como de la Unión Soviética produjeron modelos que aparecieron en las principales revistas científicas prediciendo que una guerra nuclear provocaría un “invierno nuclear”. Esto sucedió en medio de la acumulación nuclear del gobierno de Ronald Reagan, asociado con la Iniciativa de Defensa Estratégica (más conocida como Guerra de las Galaxias) y la creciente amenaza de un Armagedón nuclear. Se descubrió que el resultado de un intercambio termonuclear global que provocara megaincendios en un centenar de ciudades o más podría reducir enormemente la temperatura media de la Tierra, al arrojar ceniza y hollín a la atmósfera y bloquear la radiación solar. El clima se alteraría mucho más abruptamente y en sentido contrario al calentamiento global, produciendo un rápido enfriamiento global que provocaría un descenso de la temperatura de varios grados o incluso de “varias decenas de grados” centígrados en todo el mundo (o al menos en todo el hemisferio) en cuestión de un mes, con horrorosas consecuencias para la vida en la Tierra. Así, aunque cientos de millones —o quizá incluso mil millones de personas o más— morirían por los efectos directos del intercambio termonuclear, los efectos indirectos serían mucho peores, aniquilando a la mayoría de los habitantes del planeta por inanición, incluso a quienes no se vieran afectados por los efectos directos de las bombas nucleares. La tesis del invierno nuclear tuvo un efecto potente en la carrera armamentística nuclear que se desarrollaba en ese momento y contribuyó a que los estadounidense y soviéticos se alejaran del borde del abismo (Schneider, 1988: 215; Francis, 2017; Sagan y Turco, 1990).
Sin embargo, la elite del poder en Estados Unidos vio el modelo del invierno nuclear como un ataque directo a la industria de armamento nuclear y al Pentágono, dirigida en particular contra el programa de la Guerra de las Galaxias. Así, llevó a una de las mayores controversias científicas de todos los tiempos, a pesar de que la controversia era más bien política, ya que los resultados científicos nunca estuvieron realmente en duda. Aunque se afirmó que los modelos iniciales de invierno nuclear de los científicos de la NASA eran muy simplistas y que se produjeron estudios que apuntaban a efectos menos extremos que los previstos originalmente —“otoño nuclear” en lugar de “invierno”— la tesis fue validada una y otra vez por modelos científicos (Browne, 1990).
No obstante, si la respuesta inicial del público y los líderes políticos a los estudios sobre el invierno nuclear ayudó a crear un fuerte movimiento para controlar y desmantelar las armas nucleares, contribuyendo al fin de la Guerra Fría, esto pronto fue contrarrestado por los poderosos intereses militares, políticos y económicos que están detrás de la máquina de guerra nuclear estadounidense. Así, los medios de comunicación corporativos junto con las fuerzas políticas lanzaron varias campañas para desacreditar la tesis del invierno nuclear (Starr, 2016: 24). En 2000, la popular revista de divulgación científica Discover llegó a incluir el invierno nuclear en su lista de los “20 grandes errores científicos de los últimos 20 años”. A pesar de que lo máximo que Discover podía decir al respecto era que los científicos clave que estaban detrás del estudio más influyente sobre el invierno nuclear en los años 80 se habían retractado en 1990, afirmando que se estimaba que la reducción de la temperatura media como resultado de un intercambio nuclear global sería algo menor de lo concebido originalmente y constituiría como mucho un descenso de 20°C (36°F) en el hemisferio norte. Esta estimación actualizada, sin embargo, seguía siendo apocalíptica a nivel planetario (Newman, 2000).
En uno de los mayores casos de negacionismo de la historia de la ciencia, superando incluso la negación del cambio climático, la esfera pública y los militares rechazaron de plano estos hallazgos científicos sobre el invierno nuclear basándose en la acusación de que la estimación original había sido de alguna manera «exagerada». La acusación de exageración se ha usado en los círculos gobernantes por décadas, hasta el presente, para minimizar todos los efectos de la guerra nuclear. En el caso del capitalismo del Pentágono, tal negación estaba claramente motivada por la realidad de que, si se permitía que los resultados científicos sobre el invierno nuclear se mantuvieran, la planificación estratégica de una guerra nuclear “ganable”, o por lo menos una en la que el propio bando “prevaleciera” carecería de sentido. Una vez que se consideran los efectos atmosféricos, la devastación global no se puede limitar a un teatro nuclear concreto, los efectos inimaginables harían que, a pocos años del intercambio termonuclear global, se destruyera toda menos una mínima fracción de la población de la Tierra, yendo más allá de lo previsto incluso por la destrucción mutua asegurada (MAD, por su sigla en inglés).
De cierta manera, los planificadores nucleares siempre han minimizado los efectos catastróficos de la guerra nuclear. Como señala Daniel Ellsberg en The Domsday Machine [La máquina del fin del mundo], la estimación del número de personas muertas por una guerra nuclear total que proporcionaron los analistas estratégicos estadounidenses fue una «fantástica subestimación» desde el principio, «incluso antes de descubrir el invierno nuclear», porque omitieron deliberadamente las tormentas de fuego en las ciudades resultantes de las explosiones nucleares —el mayor impacto en la población urbana en general— por el cuestionable motivo de que el nivel de devastación era demasiado difícil de estimar (2017: 140).3 Como escribe Ellsberg:
Ya en los años 60 se sabía que las tormentas de fuego causadas por las armas termonucleares serían previsiblemente las causantes del mayor número de víctimas mortales en una guerra nuclear (…) Más aún, lo que nadie reconocía (…) [hasta que surgieron los primeros estudios sobre el invierno nuclear unos 20 años después de la crisis de los misiles de Cuba] eran los efectos indirectos de nuestro primer ataque planificado que amenazarían seriamente a los otros dos tercios de la humanidad. Estos efectos surgen de otra consecuencia descuidada de los ataques en las ciudades: el humo. En efecto, al ignorar el fuego, los Jefes [de Estado Mayor] y sus planificadores ignoraron que donde hay fuego hay humo. Pero lo que es peligroso para nuestra supervivencia no es el humo de los incendios ordinarios, incluso grandes —humo que permanece en la atmósfera inferior y pronto sería controlado— sino el humo lanzado a la atmósfera superior de las tormentas de fuego que nuestras armas crearían en las ciudades que ataquemos.
Las feroces corrientes ascendentes de estas múltiples tormentas de fuego arrojarían millones de toneladas de humo y hollín a la estratosfera, que no se eliminarían con la lluvia y rodearían rápidamente el planeta, formando un manto que bloquearía la mayor parte de la luz solar alrededor de la Tierra durante una década o más. Esto reduciría la luz solar y las temperaturas en todo el mundo hasta el punto de eliminar todas las cosechas y matar de inanición —no a todos, pero casi a todos— los seres humanos (y otros animales que dependen de la vegetación para alimentarse). La población del hemisferio sur —salvada de casi todos los efectos directos de las explosiones nucleares, incluso de la lluvia radiactiva— sería casi aniquilada, así como la de Eurasia (lo que el Estado Mayor ya prevía, por los efectos directos), África y América del Norte (Ellsberg, 2017: 141-142).
Ellsberg escribía en 2017 que peor que el rechazo original de la tesis del invierno nuclear, era el hecho de que, en las décadas siguientes, los planificadores nucleares en Estados Unidos y Rusia han “continuado incluyendo ‘opciones’ para detonar cientos de explosiones nucleares cerca de las ciudades, lo que arrojaría suficiente hollín y humo a la estratósfera superior para conducir [vía invierno nuclear] a la muerte por inanición de casi todos en la Tierra, incluyendo, después de todo, a nosotros mismos” (Ellsberg, 2017: 18, 142).
El negacionismo incorporado en la máquina del fin del mundo (el empuje al exterminismo atrincherado en el capitalismo del Pentágono) es aún más significativo dado que no solo los estudios iniciales sobre el invierno nuclear nunca fueron refutados, sino que los estudios sobre el invierno nuclear en el siglo XXI, basados en modelos informáticos más sofisticados que los de principios de los años 80, han continuado demostrando que el invierno nuclear puede desencadenarse con niveles de intercambio nuclear más bajos que los considerados en los modelos originales (Toon et. Al, 2008: 37-42; Robock y Toon, 2009). La importancia de estos nuevos estudios está simbolizada en la revista Discover que, en 2007, solo siete años luego de haber incluido al invierno nuclear en su lista de los “20 mayores errores científicos” de las dos décadas anteriores, publicó un artículo titulado “El regreso del invierno nuclear”, en el que esencialmente repudió su publicación anterior (Saarman, 2007).
Los estudios más recientes, motivados en parte por la proliferación nuclear, demostraron que una hipotética guerra nuclear entre India y Pakistán, librada con 100 bombas atómicas de 15 kilotones (del tamaño de la bomba de Hiroshima) podría producir un número de muertes directas comparable a todas las muertes de la Segunda Guerra Mundial, además de las muertes y sufrimiento resultantes de la hambruna mundial a largo plazo. Las explosiones atómicas detonarían inmediatamente tormentas de fuego de tres a cinco millas cuadradas. Las ciudades en llamas soltarían unos cinco millones de toneladas de humo a la estratósfera, que darían la vuelta a la Tierra en dos semanas, que no podrían ser eliminadas por la lluvia y podrían permanecer durante más de una década. Al bloquear la luz solar, la producción de alimentos disminuiría entre el 20 y el 40% en todo el mundo. La capa de humo estratosférica absorbería la luz del sol, lo que calentaría a su vez el humo a temperaturas cercanas al punto de ebullición del agua, provocando una reducción de la capa de ozono del 20 al 50 % cerca de las zonas pobladas y generaría aumentos de la radiación UV-B sin precedentes en la historia de la humanidad, de manera que las personas de piel clara podrían sufrir graves quemaduras solares en alrededor de seis minutos y los niveles de cáncer de piel se dispararían. Mientras tanto, se estima que hasta 2.000 millones de personas morirían de hambre (Starr, 2016-17: 4-5; Robock et. Al, 2007: 1-14).
La nueva serie de estudios sobre el invierno nuclear, publicados en las principales revistas científicas revisadas por pares, a partir del 2007 y hasta el presente, no se detuvo aquí. También analizaron lo que ocurriría si se produjera un intercambio termonuclear mundial en el que participaran las cinco principales potencias nucleares: Estados Unidos Rusia, China, Francia y el Reino Unido. Solo Estados Unidos y Rusia, que tienen la mayor parte del arsenal nuclear mundial, tienen miles de armas nucleares estratégicas con una potencia explosiva entre siete y ochenta veces la de la bomba de Hiroshima (aunque algunas armas termonucleares desarrolladas en los años 50 y 60 que han sido descontinuadas era mil veces más potentes que la bomba atómica). El impacto en una ciudad de una sola arma estratégica generaría una tormenta de fuego que cubriría una superficie de 233 a 394 kilómetros cuadrados. Los científicos calcularon que los incendios de un intercambio termonuclear global a gran escala propulsarían a la estratosfera entre 150 y 180 millones de toneladas de hollín y humo de carbono negro, que permanecerían entre 20 y 30 años e impedirían que hasta el 70% de la energía solar llegara al hemisferio norte y hasta el 35% al hemisferio sur. El sol del mediodía acabaría pareciendo una luna llena a medianoche. Las temperaturas medias globales caerían por debajo del punto de congelación todos los días durante uno o dos años, o incluso más en las principales regiones agrícolas del hemisferio norte. Las temperaturas medias caerían por debajo de las experimentadas en la última Edad de Hielo. Los periodos de crecimiento de las zonas agrícolas desaparecerían durante más de una década, mientras que las precipitaciones disminuirían hasta un 90%. La mayor parte de la población humana moriría de hambre (Starr, 2016-17: 5-6; Robock et. Al, 2019; Coupe et. Al, 2019: 8522-43; Robock y Toon, 2012: 66-74; Starr, 2015).
En su libro de 1960 On Thermonuclear War [Sobre la guerra termonuclear] el físico de la RAND Corporation, Herman Kahn, presentó la noción de “máquina del fin del mundo”, que mataría a todos los habitantes de la Tierra en caso de una guerra nuclear (Kahn, 2007: 145–51). Kahn no abogaba por la construcción de dicha máquina, ni sostenía que Estados Unidos o la Unión Soviética lo hubieran hecho o estuvieran tratando de hacerlo. Se limitó a sugerir que un mecanismo que garantizara la no supervivencia a una guerra nuclear sería una alternativa barata con la que alcanzar una disuasión completa e irrevocable de todas las partes y eliminar la guerra nuclear. Como Ellsberg, él mismo ex estratega nuclear, ha remarcado desde entonces —en línea con los científicos Carl Sagan y Richard Turco, que ayudaron a desarrollar el modelo del invierno nuclear— los arsenales estratégicos actuales en manos de las potencias nucleares dominantes, si se detonan, constituyen una auténtica máquina del fin del mundo. Una vez puesta en marcha, la máquina del fin del mundo aniquilaría casi con certeza, directa o indirectamente, a la mayor parte de la población del planeta (Ellsberg, 2017: 18-19; Sagan y Turco, 1990: 213-19).4
La contrafuerza y el impulso de Estados Unidos hacia la primacía nuclear
Desde la década de 1960, cuando Moscú logró una paridad nuclear aproximada con Washington, hasta la caída de la Unión Soviética, la estrategia nuclear dominante durante la Guerra Fría estaba basada en la noción de destrucción mutua asegurada (MAD). Este principio, que se refiere a la posibilidad de una devastación total en ambos bandos, incluida la muerte de cientos de millones de personas, se traduce efectivamente en la paridad nuclear. No obstante, como señalan los estudios sobre el invierno nuclear, las consecuencias de una guerra nuclear total irían mucho más allá, incluso extendiendo la destrucción a casi toda la vida humana (así como la mayoría de otras especies) en la totalidad del planeta. Aun así, ignorando las advertencias del invierno nuclear, Estados Unidos, con muchos más recursos que la Unión Soviética, buscó trascender el MAD en la dirección de la “primacía nuclear” estadounidense para restaurar el nivel de preeminencia nuclear estadounidense de los primeros años de la Guerra Fría. La primacía nuclear, como opuesta a la paridad nuclear significa “eliminar la posibilidad de represalia”, por ello también se denomina “capacidad del primer ataque” (Liber y Kreis, 2006: 44). Al respecto es significativo que la postura oficial de defensa de Washington consistentemente haya incluido la posibilidad de que Estados Unidos lleve a cabo un ataque nuclear de primer golpe contra Estados nucleares y no nucleares.
Además de introducir el concepto de máquina del fin del mundo, Kahn, uno de los principales planificadores estratégicos estadounidenses, también acuñó los términos clave de contravalor y contrafuerza (Sagan y Turco, 1990: 215). Contravalor se refiere a atacar a las ciudades del enemigo, la población civil y la economía y tiene como objetivo la aniquilación completa, conduciendo a MAD. La contrafuerza, en contraste, se refiere a atacar las instalaciones de armas nucleares del enemigo para evitar represalias.
Cuando la estrategia de contrafuerza fue originalmente introducida por Robert McNamara, el secretario de Defensa de Estados Unidos en el gobierno de John F. Kennedy, fue vista como una estrategia de “no ciudades” que atacaría las armas nucleares del oponente en lugar de la población civil y desde entonces a veces se ha justificado falazmente en esos términos. Sin embargo, McNamara pronto se dio cuenta de los defectos de la estrategia de contrafuerza, a saber, que provoca una carrera armamentística nuclear dirigida hacia alcanzar o negar la primacía nuclear. Más aún, la noción de que un ataque de contrafuerza “preventivo” no implicaba ataques a las ciudades era incorrecta desde el principio, porque los blancos incluían centros de mando nucleares en las ciudades. Por lo tanto, abandonó el esfuerzo enseguida a favor de una estrategia nuclear basada en MAD, que consideró el único enfoque verdadero para la disuasión nuclear (Correll, 2005; Ellsberg, 2017: 120-23, 178-79.).
Esta estrategia nuclear estadounidense prevaleció durante la mayor parte de las décadas de 1960 y 70 y se caracterizó por la aceptación de una paridad nuclear aproximada con la Unión Soviética y así la posible realidad de la MAD. Sin embargo, esto se rompió en el último año del gobierno de Jimmy Carter. En 1979, Washington presionó a la OTAN para que permitiera el emplazamiento en Europa de misiles nucleares de crucero y Pershing II, ambas armas de contrafuerza dirigidas contra el arsenal nuclear soviético, una decisión que inflamó el movimiento antinuclear europeo (Magdoff y Sweezy, 1981: 4; Barnet, 1984: 461-62). Durante el siguiente gobierno estadounidense, el de Ronald Reagan, Washington adoptó por completo la estrategia de contrafuerza (Correll, 2005). La administración Reagan introdujo la Guerra de las Galaxias dirigida a desarrollar un sistema de misiles antibalísticos completo, capaz de defender el territorio estadounidense. Aunque esto fue posteriormente abandonado por impráctico, igualmente llevó a otros sistemas de misiles antibalísticos en posteriores gobiernos (Pifer, 2015). Además, durante el gobierno de Reagan, el gobierno de EE. UU. presionó el misil Mx (que luego se conocería como el Pacificador), visto como un arma de contrafuerza capaz de destruir los misiles soviéticos antes de ser lanzados. Todas estas armas amenazaban con la “decapitación” de las fuerzas soviéticas en un primer ataque, así como la capacidad de interceptar con sistemas de misiles antibalísticos los pocos misiles soviéticos que hubieran sobrevivido (Roberts, 2020; Correll, 2005). Las armas de contrafuerza requerían mayor precisión ya que no eran concebidas para atacar ciudades como en los ataques de “contravalor”, sino para apuntar con precisión a silos de misiles endurecidos, misiles terrestres móviles, submarinos nucleares y centros de comando y control. Fue aquí, en las armas de contrafuerza, que Estados Unidos tuvo una ventaja tecnológica.
Esta gran acumulación de armas nucleares, que comenzó en 1979 con el despliegue planificado en Europa de sistemas de lanzamiento de misiles con ojivas nucleares, generó las grandes protestas contra la guerra nuclear de la década de 1980 en Europa y Norteamérica, así como la crítica de Thompson del exterminismo y la investigación científica sobre el invierno nuclear. No obstante, actualmente “la contrafuerza sigue siendo el principio sacrosanto de la estrategia nuclear estadounidense” encaminada hacia la primacía nuclear, en palabras de Janne Nolan de la Asociación de Control de Armas (Nolan cit. en Correll, 2005).
Con la disolución de la URSS en 1991 y el fin de la Guerra Fría, Washington comenzó inmediatamente el proceso de traducir su nueva posición unipolar en una visión de supremacía permanente de Estados Unidos en todo el mundo, comenzando con la Defense Policy Guidance [Guía de Política de Defensa] de 1992 lanzada por el Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz (“Excerpts from Pentagon’s Plan…”, 1992). Esto debía llevarse a cabo mediante una expansión geopolítica de las zonas de dominio occidental a regiones que antes formaban parte de la Unión Soviética o estaban dentro de su esfera de influencia, con el fin de frustrar el resurgimiento de Rusia como gran potencia. Al mismo tiempo, en un clima de desarme nuclear y con el deterioro de la fuerza nuclear rusa en el gobierno de Boris Yeltsin, EE. UU. procuró “modernizar” sus armas nucleares, reemplazándolas con armamento estratégico más avanzado tecnológicamente no para mejorar la disuasión, sino para lograr la primacía nuclear (Lieber y Press, 2006: 45-48).
La búsqueda estadounidense de primacía nuclear en el mundo de la posguerra fría mediante el fomento de armas de contrafuerza fue conocida como la estrategia “maximalista” en los debates sobre política nuclear de la época y se oponían a ella los que abogaban por una estrategia “minimalista” basada en la MAD. Al final, los maximalistas ganaron y el Nuevo Orden Mundial fue definido tanto por la ampliación de la OTAN, con Ucrania vista como el último pivote geopolítico y estratégico, como por la búsqueda de Estados Unidos de un objetivo maximalista de dominio nuclear absoluto y capacidad de primer ataque (Paulsen, 1994: 84; Mazarr, 1992: 185, 190-94; Brzezinski, 1997: 46).
En 2006, Keir A. Lieber y Daryl G. Press, publicaron el artículo “The Rise of U.S. Nuclear Primacy” [El auge de la primacía nuclear de Estados Unidos] en Foreign Affairs, la revista insignia del Consejo de Relaciones Exteriores. En este artículo, que se convirtió en un hito, los autores sostuvieron que EE. UU. estaba “a punto de alcanzar la primacía nuclear” o capacidad de primer ataque, y que este había sido su objetivo al menos desde el final de la Guerra Fría. Como dijeron, “el peso de la evidencia sugiere que Washington está, de hecho, buscando deliberadamente la primacía nuclear” (Lieber y Press, 2006: 43, 50).
Lo que puso esa capacidad de primer ataque aparentemente al alcance de Washington fue el nuevo armamento nuclear asociado a la modernización nuclear que, en todo caso, se aceleró tras la Guerra Fría. Armas como los misiles crucero con armamento nuclear, submarinos nucleares con capacidad de lanzar misiles cerca de la costa y los bombarderos furtivos B-52 de vuelo bajo que llevan tanto misiles crucero con armamento nuclear como bombas nucleares de gravedad, podían penetrar con mayor eficacia las defensas rusas o chinas. Misiles balísticos intercontinentales más precisos podrían eliminar completamente los silos de misiles reforzados. Una vigilancia mejorada podría permitir el rastreo y la destrucción de misiles terrestres móviles y submarinos nucleares. Mientras tanto, los misiles Trident II D-5 más precisos, que se estaban introduciendo en los submarinos nucleares estadounidenses, llevaban ojivas de mayor rendimiento para utilizarlas en los silos reforzados. La tecnología de sensores remotos más avanzada en la que Estados Unidos ha llevado la delantera y ha mejorado enormemente su capacidad de detectar misiles terrestres móviles y submarinos nucleares. La capacidad de apuntar a los satélites de otras potencias nucleares podría debilitar o eliminar su capacidad de lanzar misiles nucleares (Ibid.: 45).
El emplazamiento de armas estratégicas en países recientemente admitidos en la OTAN y cerca o en las fronteras rusas serviría para aumentar la velocidad con la que las armas nucleares podrían alcanzar Moscú y otros objetivos rusos, sin dar tiempo al Kremlin para reaccionar. Las instalaciones de defensa contra misiles balísticos Aegis que Estados Unidos estableció en Polonia y Rumania son también potenciales armas ofensivas capaces de lanzar misiles cruceros Tomahawk con armamento nuclear (Detsch, 2022; Baud, 2022; Starr, 2021).5 Las instalaciones de defensa antimisiles nucleares, útiles sobre todo en el caso de contrarrestar la retaliación a un primer ataque de EE. UU., podrían derribar un número limitado de misiles que hubieran sobrevivido y fueran lanzados al otro lado, pero estos sistemas antimisiles balísticos serían ineficaces ante un primer ataque ya que se verían desbordados por la gran cantidad de misiles y señuelos. Además, en las últimas décadas, Estados Unidos ha desarrollado un gran número de armas aeroespaciales no nucleares de alta precisión para ser utilizadas en un ataque de contrafuerza contra misiles o instalaciones de comando y control del enemigo que son comparables a las armas nucleares en sus efectos de contrafuerza, debido a la precisión de los objetivos basados en los satélites (Sankaran, 2022).
De acuerdo a lo que Lieber y Press escribieron en 2006, “las probabilidades de que Beijing adquiera en la próxima década una fuerza nuclear disuasoria capaz de sobrevivir son escasas” y la capacidad de supervivencia de la fuerza disuasoria soviética estaba en cuestión de cara a un primer ataque estadounidense masivo. “Lo que nuestros analistas sugieren es profundo: los líderes rusos ya no pueden contar con un disuasor nuclear sobrevivible”. Como señalan, Estados Unidos estaba “buscando la primacía en todas las dimensiones de la tecnología militar moderna, tanto en su arsenal convencional como en sus fuerzas nucleares”, algo conocido como “dominio en escalada” (Ibid.: 48-49, 52-53; Lieber y Press, 2017).6
La firma del Nuevo Tratado Estratégico para la Reducción de Armas Estratégicas o New START (Nuevo Comienzo, por su sigla en inglés) entre Estados Unidos y Rusia en 2010, aunque limitó las armas nucleares, no impidió una carrera hacia la modernización de las armas de contrafuerza que podrían permitir a una parte destruir el armamento de la otra. De hecho, limitar el número de armas nucleares permitidas hizo más factible el fortalecimiento de la estrategia de contrafuerza. En este ámbito, EE. UU. tenía la ventaja, ya que una de las tres bases principales para la capacidad de supervivencia de un arsenal nuclear de represalia (junto con el reforzamiento de sitios de misiles terrestres y el ocultamiento) es el gran número y por tanto, la redundancia de dichas armas (Lieber y Press, 2017: 16-17). Con la primacía nuclear como el objetivo fijado en Washington, Estados Unidos comenzó a retirarse unilateralmente de los principales tratados nucleares establecidos en la Guerra Fría. En 2002, en el gobierno de George W. Bush, se retiró unilateralmente del Tratado de Misiles Antibalísticos. En 2019, en el gobierno de Donald Trump, se retiró del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, alegando que Rusia lo había violado. En 2020, de nuevo en el gobierno de Trump, se retiró del Tratado de Cielos Abiertos (que ponía límites a los vuelos de reconocimiento sobre otros países); a esto le siguió la retirada de Rusia en 2021. Hay pocas dudas de que retirarse de estos tratados fue favorable a Washington, porque le permite ampliar sus opciones de contrafuerza en su búsqueda de la primacía nuclear.
Dada la búsqueda de Estados Unidos de dominio nuclear global, Rusia ha intentado modernizar su sistema de armas nucleares en las dos últimas décadas, aunque se encuentra en clara desventaja en términos de capacidad de contrafuerza. Por lo tanto, su estrategia nuclear fundamental está determinada por el temor a un primer ataque de Estados Unidos, que pudiera eliminar efectivamente su disuasión nuclear y su capacidad de represalia. Por ello, se ha esforzado por reestablecer una disuasión creíble. Como escribió Cynthia Roberts del Instituto de Guerra y Paz de la Universidad de Columbia en Revelations About Russia’s Nuclear Deterrence Policy [Revelaciones sobre la política de disuasión nuclear de Rusia] en 2020, los rusos perciben las mejoras estadounidenses de sus fuerzas estratégicas, tanto convencionales como nucleares, como parte de un esfuerzo continuo por “acosar la disuasión nuclear rusa y negar a Moscú una opción viable de segundo ataque”, eliminando efectivamente su disuasión nuclear por completo vía “decapitación” (Roberts, 2020; Sankaran, 2022). Mientras EE. UU. ha adoptado una postura de “defensa” nuclear máxima amenazando un “primer uso nuclear y escalada escalonada” en la que mantiene el dominio en cada nivel de escalada, esto se compara con el enfoque de Rusia de “guerra total si la disuasión falla”, al mismo tiempo que continúa confiando sobre todo en la MAD (Arbatov, 2016; Roberts, 2015).
Sin embargo, en los últimos años, Rusia y China han dado saltos adelante en tecnología y sistemas de armas estratégicas. Para contrarrestar los intentos de Washington de desarrollar la capacidad de primer ataque y neutralizar su capacidad de disuasión nuclear, tanto Moscú como Beijing han recurrido a sistemas de armas estratégicas asimétricos para contraponerse a la superioridad estadounidense en defensa antimisiles y objetivos de alta precisión. Los sistemas de misiles balísticos intercontinentales son vulnerables porque, aunque alcancen velocidades hipersónicas —usualmente definidas como Mach 5 o cinco veces o más la velocidad del sonido—, cuando reingresan en la atmósfera siguen un arco que constituye una trayectoria balística predecible, como una bala. Por lo tanto, carecen de sorpresa, sus blancos son predecibles y en teoría pueden ser interceptados por misiles antibalísticos. Los silos de misiles reforzados que albergan misiles balísticos intercontinentales también son blancos distintivos que ahora son más vulnerables, debido a los misiles nucleares y no nucleares estadounidenses de alta precisión y guiados por satélite. Frente a estas amenazas de contrafuerza contra sus elementos básicos de disuasión, Rusia y China se han adelantado a Estados Unidos en el desarrollo de misiles hipersónicos que pueden maniobrar aerodinámicamente para esquivar las defensas antimisiles y evitar que el adversario conozca el blanco final previsto. Rusia ha desarrollado un misil hipersónico llamado Kinzhal que tiene la fama de alcanzar Mach 10 o más por sí solo, y otra arma hipersónica, Avangard, que está impulsada por un cohete y puede alcanzar la asombrosa velocidad de Mach 27. China tiene un misil crucero hipersónico “waverider” [montaolas] que alcanza Mach 6. Tomando prestado del folklore tradicional chino, se lo conoce como “maza de asesino”, un arma eficaz contra un adversario mucho mejor armado (Stone, 2020: 176-96; Brito, 2022). Rusia y China, por su parte, han estado desarrollando armas antisatélite “contraespaciales” diseñadas para eliminar la ventaja de EE. UU. en armas nucleares y no nucleares de alta precisión (Sankaran, 2022; Lieber y Press, 46-48).7
La supuesta primacía nuclear ha permanecido justo fuera del alcance de Washington dada la destreza tecnológica de las otras potencias nucleares. Además, una carrera armamentística nuclear espoleada por una estrategia de contrafuerza es fundamentalmente irracional, ya que amenaza una conflagración termonuclear global con consecuencias mucho mayores que las previstas en un escenario MAD con sus cientos de millones de muertes en ambos lados. El invierno nuclear significa que, en un intercambio nuclear global, todo el planeta quedaría envuelto en el humo y el hollín que rodearían la estratósfera, matando a casi toda la humanidad.
Dada esta realidad, la postura nuclear de Estados Unidos, que se basa en la noción de prevalecer en una guerra nuclear total, es particularmente peligrosa ya que niega el papel de las tormentas de fuego en las ciudades y por tanto los efectos del humo que se elevaría a la atmósfera superior y bloquearía la mayor parte de los rayos solares. La búsqueda de la primacía nuclear, por lo tanto, conduce de la MAD a la madness [locura] (Johnstone, 2017, 272-86). Como escribe Ellsberg:
La esperanza de evitar con éxito la aniquilación mutua por un ataque decapitador ha sido siempre tan infundada como cualquier otra. La conclusión realista sería que un intercambio nuclear entre Estados Unidos y los soviéticos (rusos) era —y es— prácticamente una catástrofe sin paliativos, no solo para las dos partes, sino para el mundo (…) [Los responsables políticos] han elegido actuar como si creyeran (y tal vez crean realmente) que tal amenaza no es lo que es: una disposición a desencadenar el omnicidio global (2017: 307).8
La Nueva Guerra Fría y el teatro europeo
En “Notas sobre el exterminismo” y en su posición general como uno de los líderes del Movimiento por el Desarme Nuclear Europeo en los años 80, Thompson argumentaba que la acumulación de armas nucleares en Europa que se estaba produciendo en ese momento era un producto de las máquinas militares y de los imperativos tecnológicos: “se produce con independencia del flujo y reflujo de la diplomacia internacional, si bien se produce un avance por cada crisis y por cada innovación del ‘enemigo’” (Thompson, 1982: 72). Su argumento formaba parte de una estrategia para unir a los movimientos pacifistas de Oriente y Occidente contra sus respectivas élites basándose en la premisa de que la acumulación nuclear era un producto de ambos bandos. Sin embargo, a este respecto, desmintió sus propias pruebas, que apuntaban a la agresiva acumulación nuclear de armas de contrafuerza por parte de Washington y al emplazamiento de armas estratégicas en Europa dirigidas a la Unión Soviética. En el artículo de Harry Magdoff y Paul M. Sweezy titulado «Nuclear Chicken» [Gallina nuclear] en el número de septiembre de 1982 (3-6) de Monthly Review, se desafía esta parte del argumento de Thompson, señalando no solo las expansiones estratégicas de la OTAN bajo el mando de Estados Unidos, sino el hecho de que el orden imperial estadounidense dependía mucho de amenazas creíbles de primeros ataques dirigidos a otros países, tanto nucleares como no nucleares.
En la introducción a la edición estadounidense de Protest and Survive [Protesta y supervivencia] editado por Thompson y Dan Smith en 1981 (1-26), Ellsberg enumeró una larga serie de instancias documentadas, comenzando en 1949, en las cuales Estados Unidos utilizó amenazas de primeros ataques nucleares para presionar a otros países (nucleares y no nucleares) para que retrocedieran con el objetivo de lograr sus fines imperiales. Solo entre 1945 y 1996, se documentaron 25 casos de amenazas nucleares, aunque se han producido otros desde entonces (Ellsberg, 2017: 319-22). En este sentido, el uso de la guerra nuclear como amenaza está incluido en la estrategia estadounidense. El desarrollo de la primacía nuclear a través de las armas de contrafuerza hizo posible que dichas amenazas pudieran volver a dirigirse de forma creíble incluso a las principales potencias nucleares como Rusia y China. Magdoff y Sweezy denominaron a este planteamiento un juego de “gallina nuclear”, en el que Estados Unidos era el jugador más agresivo.
La gallina nuclear no acabó con la Guerra Fría. El estado de seguridad nacional de Estados Unidos —influenciado por figuras clave como Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional de Carter y uno de los principales arquitectos de la expansión de la OTAN tras la Guerra Fría— siguió buscando la hegemonía geopolítica definitiva sobre Eurasia a la que se refería como el “gran tablero de ajedrez”. El jaque mate, según Brzezinski, consistiría en incorporar a Ucrania a la OTAN como una alianza nuclear estratégica (aunque Brzezinski cuidadosamente excluyó el aspecto nuclear al presentar su estrategia geopolítica), lo que supondría el fin de Rusia como una gran potencia y posiblemente llevaría a su desintegración en varios Estados, marcando así la supremacía de Estados Unidos sobre todo el planeta (1997: 46, 92-96, 103). Este intento de convertir el poder unipolar de EE. UU. después de la Guerra Fría en un imperio mundial permanente requería la expansión de la OTAN hacia el este, que comenzó en 1997 durante el gobierno de Bill Clinton, anexionando gradualmente a la Alianza Atlántica prácticamente todos los países entre Europa Occidental y Ucrania, con este último como el premio final y una daga en el corazón de Rusia (The Editors, 2022). En este caso se produjo una especie de unidad entre la estrategia de expansión de la OTAN dirigida por Estados Unidos y el impulso de Washington por la primacía nuclear que procedió casi al unísono.
No debería sorprender a nadie el hecho de que Rusia se viera obligada a considerar la cuestión de su propia seguridad nacional de cara al intento de la OTAN de expandirse militarmente hacia Ucrania. Una década después de la expansión de la OTAN, que ya incluía 11 países que antes formaban parte del Pacto de Varsovia o de la URSS, y solo un año después de que se pusiera de manifiesto la casi primacía nuclear de Estados Unidos en Foreign Affairs, el presidente ruso Vladimir Putin sorprendió al mundo declarando inequívocamente en la Conferencia de Seguridad de Munich en 2007 que “el modelo unipolar no solo es inaceptable, sino imposible en el mundo actual” (Johnstone, 2017: 277). Sin embargo, consistente con su estrategia de largo plazo de extenderse hacia lo que Brzezinski había llamado el “pivote geopolítico” de Eurasia, debilitando así fatalmente a Rusia, en 2008 la OTAN declaró abiertamente en su Cumbre de Bucarest que planeaba traer a Ucrania a la alianza militar-estratégica (nuclear).
En 2014, el golpe de Estado de Maidan en Ucrania, promovido por Estados Unidos, derrocó al presidente democráticamente elegido, e impuso en su lugar a un líder elegido por la Casa Blanca, poniendo a Ucrania en manos de las fuerzas ultranacionalistas de derecha. La respuesta de Rusia fue incorporar Crimea a su territorio, tras un referéndum que dio a la población de Crimea —predominantemente rusófona, que se consideraba a sí misma independiente y no parte de Ucrania— la posibilidad de escoger entre permanecer en Ucrania o unirse a Rusia. El golpe (o “revolución de colores”) condujo a que Kiev reprima violentamente a las poblaciones de habla rusa de la región de Donbass en Ucrania, resultando en la guerra civil ucraniana entre Kiev (apoyado por Washington) y las repúblicas separatistas rusófonas de Donetsk y Lugansk (apoyadas por Moscú). La guerra civil ucraniana —que causó más de 14.000 muertes entre 2014 y comienzos de 2022— ha continuado a rajatabla durante los ocho años siguientes, a pesar de la firma de los acuerdos de paz de Minsk en 2014, destinados a poner fin al conflicto y dar autonomía a las repúblicas del Donbass dentro de Ucrania. En febrero de 2022, Kiev había concentrado 130.000 efectivos en las fronteras del Donbass en el este de Ucrania, disparando contra Donetsk y Lugansk (The Editors, 2022; Johnstone, 2022; Mearsheimer, 2022).
A medida que la crisis ucraniana se agravaba, Putin insistía en una serie de líneas rojas de Rusia relacionadas con las necesidades esenciales de seguridad del país, consistentes en:
- Adhesión a los acuerdos de Minsk (elaborados por Rusia, Ucrania, Francia y Alemania y firmados por las repúblicas populares de Donbass y con el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU), garantizando así la autonomía y la seguridad de Donetsk y Lugansk.
- Fin de la militarización de Ucrania por parte de la OTAN.
- Un acuerdo para que Ucrania permanezca fuera de la OTAN (Episkopos, 2021; Associated Press, 2021).
La OTAN, urgida por Estados Unidos, siguió cruzando todas estas líneas rojas, proporcionando cada vez más ayuda militar a Kiev en su guerra contra las repúblicas del Donbass, en lo que Rusia interpretó como un intento de facto por incorporar a Ucrania en la OTAN.
El 24 de febrero de 2022, Rusia intervino en la guerra civil ucraniana del lado de Donbass, atacando a las fuerzas militares del gobierno de Kiev. El 27 de febrero, Moscú puso sus fuerzas nucleares en alerta máxima por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, enfrentando al mundo con la posibilidad de un holocausto nuclear global, esta vez entre grandes potencias capitalistas en competencia. Figuras en Washington como el senador Joe Manchin III (demócrata, estado de Virginia Occidental) han apoyado la idea que Estados Unidos imponga una zona de exclusión aérea en Ucrania, lo que significaría derribar aviones rusos, lo que con toda probabilidad desembocaría en una Tercera Guerra Mundial (Broadwater y Cameron, 2022).
Exterminismo en dos direcciones
Es común reconocer actualmente que el cambio climático representa una amenaza existencial global que pone en peligro la propia supervivencia de la humanidad. Nos enfrentamos a una situación en la que la continua expansión del capitalismo basada en la quema de cantidades cada vez mayores de combustibles fósiles apunta a la posibilidad —incluso probabilidad, si el sistema de producción no se modifica radicalmente en materia de décadas— de la caída de la civilización industrial, poniendo en cuestión la supervivencia de la humanidad. Este es el significado del exterminismo ambiental en nuestro tiempo. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, es necesario alcanzar emisiones netas cero de dióxido de carbono en 2050 para que el mundo tenga una esperanza razonable de mantener las temperaturas medias globales por debajo de 1,5°C, o muy por debajo de 2°C. No conseguirlo es invitar a la devastación de la tierra como un hogar seguro para la humanidad e innumerables otras especies.
El cambio climático forma parte de una crisis ecológica planetaria más general asociada con haber cruzado nueve límites planetarios, entre los que se encuentran —más allá del propio cambio climático— los relacionados con la extinción de las especies, el agotamiento del ozono estratosférico, la acidificación de los océanos, la alteración de los ciclos del nitrógeno y del fósforo, la pérdida de bosques y cobertura vegetal, el declive de las fuentes de agua dulce asociadas con la desertificación, la carga de aerosoles atmosféricos y la introducción de nuevas entidades como nuevos productos químicos sintéticos y nuevas formas genéticas (Stephen, 2015: 736-46). A esto hay que añadir el surgimiento de nuevas zoonosis, como la pandemia de COVID-19, que resultan principalmente de la transformación de la relación de los seres humanos con el medio ambiente, espoleada por los agronegocios (Wallace, 2020).
Sin embargo, no hay duda de que el cambio climático está en el centro de la crisis ecológica actual. Al igual que el invierno nuclear, supone una amenaza para la civilización y la continuidad de la especie humana. En sus informes de 2021-22 sobre la ciencia física del cambio climático y sus impactos, el IPCC nos dice que el escenario más optimista, aunque aleja el cambio climático irreversible, sigue siendo el de una creciente catástrofe global en las próximas décadas. Es necesario actuar de inmediato para proteger la vida y las condiciones de vida de cientos o quizá miles de millones de personas que se verán expuestas a eventos climáticos extremos de un tipo que la civilización mundial nunca ha visto antes (IPCC, 2021, 2022). Para contrarrestar esto se requiere el mayor movimiento de trabajadorxs y de pueblos que el mundo haya visto jamás para restaurar las condiciones que permitan su existencia, que han sido usurpadas por el régimen del capital y para reestablecer un mundo ecológicamente sostenible y basado en una igualdad sustantiva.9
Irónicamente, el informe 2022 del IPCC, cuyo objetivo era llamar la atención del mundo hacia la naturaleza catastrófica de la crisis climática actual, fue publicado el 28 de febrero de 2022, cuatro días después de la entrada de Rusia en la guerra civil ucraniana desafiando a la OTAN, lo que provocó una creciente preocupación sobre la posibilidad de un intercambio termonuclear global. Así, la atención mundial se vio desviada de la consideración de una amenaza existencial global que pone el peligro a toda la humanidad, el omnicidio del carbono, por la súbita reaparición de otra, el omnicidio nuclear.
Mientras el mundo dirigía su atención a la posibilidad de una guerra entre las principales potencias nucleares, la real escala planetaria de la amenaza nuclear, tal como la entiende la ciencia en términos de invierno nuclear, estaba ausente de la escena. El calentamiento global y el invierno nuclear, aunque surjan de formas diferentes, están estrechamente relacionados en términos climáticos, lo que demuestra que el mundo está a punto de destruir la mayoría de las habitantes en la Tierra de una u otra forma: un calentamiento global que conduzca a un punto de no retorno para la humanidad, y/o la muerte de cientos de millones por fuego nuclear, seguido de días y meses de enfriamiento global (invierno nuclear) y la exterminación de la mayoría del resto de la población mundial por inanición. Al igual que las potencias niegan en gran medida todas las implicaciones destructivas del cambio climático que amenaza la existencia misma de la humanidad, también niegan todos los efectos planetarios de la guerra nuclear, que, según las investigaciones científicas sobre el invierno nuclear, aniquilaría efectivamente a la población de todos los continentes. Además, si el calentamiento global aumenta hasta el punto de desestabilizar la civilización mundial, algo que los científicos naturales predicen que podría ocurrir si las temperaturas medias globales aumentan en 4°C, la competencia entre los Estados nacionales capitalistas aumentará, incrementando así el riesgo de una conflagración nuclear y, por tanto, del invierno nuclear (Ellsberg, 2017: 18).
Nos enfrentamos hoy a una elección entre el exterminismo y el imperativo ecológico humano (Thompson, 1982: 105). El agente causal de las dos crisis existenciales mundiales que ahora amenazan a la especie humana es el mismo: el capitalismo y su búsqueda irracional por aumentar exponencialmente la acumulación de capital y el poder imperial en un entorno global limitado. La única respuesta posible a esta amenaza ilimitada es un movimiento revolucionario universal basado en la ecología y en la paz, que se aleje de la actual destrucción sistemática de la Tierra y sus habitantes y se dirija hacia un mundo de igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica: a saber, el socialismo.
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Notas
1 Publicado en New Left Review 121 en 1980. Las citas en el presente artículo están tomadas de la traducción al español, hecha por la revista Mientras Tanto en 1982. Ver también Thompson et al., Exterminism and the Cold War, y E. P. Thompson y Dan Smith, ed., Protest and Survive.
2 Para un breve análisis de los acontecimientos que condujeron a la actual guerra de Ucrania, véase The Editors, “Notes from the Editors”, Monthly Review 73, no. 11, abril 2022.
3 La no inclusión de la principal causa de muerte por armas termonucleares dirigidas a las ciudades, es decir, las tormentas de fuego, está profundamente arraigada en el Pentágono. La guía práctica desclasificada sobre el arsenal y la gestión de las armas nucleares publicada por el Departamento de Defensa de EE. UU. incluye más de veinte páginas sobre los efectos de una explosión de armas nucleares en una ciudad sin una sola mención a las tormentas de fuego (2008: 135-58).
4 En este caso, la máquina del fin del mundo no debe confundirse con la versión de la máquina del fin del mundo (o máquina del apocalipsis) de la película Strangelove de Stanley Kubrick. Sin embargo, la película de Kubrick se basó en la noción de Kahn y conserva un significado concreto en el contexto de la realidad nuclear contemporánea. Véase Ellsberg, The Doomsday Machine, 18-19.
5 Rusia también está preocupada por la posible reintroducción de los misiles balísticos intermedios Pershing II en Europa.
6 Un elemento clave de la disuasión nuclear de Beijing es reducir la firma acústica o el nivel de ruido de sus submarinos nucleares. En 2011, se creía que China tardaría décadas en reducir la firma acústica de sus submarinos lo suficiente como para sobrevivir a un primer ataque estadounidense. Sin embargo, en menos de una década, China hizo avances significativos hacia ese objetivo (Lieber y Press, 2017: 47; Larson, 2020; Riqiang, 2011: 91-120). El artículo de Lieber y Press dio lugar a críticas de su análisis tanto por parte de Rusia como de China, y también sirvió para generar preocupaciones en estos Estados que llevaron a la reactivación y modernización de sus capacidades nucleares. Sin embargo, la amenaza que supone el afán de primacía nuclear de Estados Unidos sigue acechando a los planificadores estratégicos rusos y chinos. Ver también Lieber y Press, 2016: 31-42.
7 Rusia y China hacen hincapié en el desarrollo de estrategias y tecnologías de «contramedidas» para eludir los ataques de contrafuerza a la disuasión nuclear de una nación, dado el liderazgo de Estados Unidos en materia de contrafuerza.
8 En la actualidad, en los círculos estratégicos estadounidenses se vuelve a hablar de una capacidad de primer ataque de «pocas bajas» o de «decapitación» por parte de Estados Unidos, lo que parecería hacer menos probables las tormentas nucleares (Lieber y Press, 2017: 27-32).
9 De hecho, esta conclusión es coherente con la evaluación original de los científicos en la parte 3 (sobre la mitigación) del Sixth Assessment Report on Climate Change del IPCC de la ONU. La evaluación de los científicos Summary For Policymakers del Sixth Assessment Report on Climate Change, parte 3, se filtró en agosto de 2021, meses antes de su publicación final en abril de 2022. El Summary For Policymakers de la parte 3 publicado (conocido como el Informe de evaluación de los gobiernos) fue severamente censurado y reescrito por los gobiernos, borrando las principales conclusiones sobre mitigación proporcionadas por los científicos. Véase The Editors, «Notes from the Editors», Monthly Review (junio de 2022), https://monthlyreview.org/2022/06/01/mr-074-02-2022-06_0/