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Boletín de Noticias

Los nadies valen más que la bala que los mata | Boletín 9 (2024)

El 20 de febrero, mientras las personas asesinadas en Gaza llegaban a 30.000 y EEUU intentaba enviar a Israel 14.000 millones de dólares en ayuda militar, la embajadora estadounidense ante la ONU vetó una resolución presentada por Argelia en favor de un alto el fuego en Gaza. Se pidió a Amar Bendjama que aplazara la resolución, pero su país se negó. «El silencio no es una opción viable. Llegó la hora de la acción y la verdad”, afirmó. Desde 1988, 27 de los 33 vetos estadounidenses han sido en defensa de acciones de Israel contra el pueblo palestino.

Ammar Bouras (Argelia), 24°3′55″N 5°3′23″E #2, 2012.

Queridos amigos y amigas,

Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

El 20 de febrero, la embajadora de Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Linda Thomas-Greenfield, tuvo la terrible tarea de vetar la resolución de Argelia a favor de un alto el fuego en Gaza. Amar Bendjama, embajador de Argelia ante la ONU, señaló que la resolución que había presentado se había elaborado a partir de conversaciones entre los 15 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. No obstante, se le pidió que aplazara la resolución, pero su país se negó. “El silencio no es una opción viable. Ha llegado la hora de la acción y de la verdad”, respondió. Cuando el 26 de enero la Corte Internacional de Justicia (CIJ) dictaminó que las acciones de Israel en Gaza constituían un genocidio “plausible”, Argelia se comprometió a actuar de inmediato a través del Consejo de Seguridad de la ONU.

Desde el 7 de octubre, Israel ha matado a casi 30.000 palestinos y palestinas en Gaza, más de 13.000 de ellos son niños y niñas. Desde que el 26 de enero la CIJ ordenó detener el genocidio, Israel ha matado a más de 3.000 personas. Tras pasar meses huyendo de una supuesta zona segura a otra que Israel ha bombardeado igual, más de 1,5 millones de palestinos —más de la mitad de la población de Gaza— están ahora atrapados en Rafah, el punto más meridional de Gaza y ahora la zona más densamente poblada del mundo. Rafah, que tenía una población de 275.000 habitantes antes del 7 de octubre, está siendo bombardeada en este momento por Israel.

A pesar de esta desoladora realidad, el embajador Thomas-Greenfield afirmó que Estados Unidos no podía apoyar la resolución de alto el fuego porque esta no condenaba a Hamás y porque supuestamente pondría en peligro las negociaciones en curso para liberar a los rehenes. El embajador de China ante la ONU, Zhang Jun, discrepó, señalando que el veto “no es nada distinto a dar luz verde a la continuación de la matanza”. Solo “apagando el fuego de la guerra en Gaza podremos evitar que el fuego del infierno se extienda por toda la región”, afirmó.

Ala Albaba (Palestina), The Camp #21 [El campamento nº 21], 2021.

De hecho, la declaración de Thomas-Greenfield en el Consejo de Seguridad de la ONU coincidió con el intento de su gobierno de proporcionar 14.000 millones de dólares en ayuda militar a Israel. Desde 1948, cuando se creó Israel, Estados Unidos le ha proporcionado más de 300.000 millones de dólares en ayuda, incluido un desembolso anual de 4.000 millones de dólares de ayuda militar (más las decenas de miles de millones en tramitación desde el 7 de octubre de 2023). Cuando el presidente estadounidense Joe Biden habló con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu el 11 de febrero, en lugar de criticar el genocidio reafirmó su “objetivo compartido de ver a Hamás derrotado y garantizar la seguridad a largo plazo de Israel y su pueblo”. El veto de Thomas-Greenfield no surgió de la nada.

Fuyuko Matsui (Japón), Scattered Deformities in the End [Deformidades dispersas en el final], 2007.

El veto se ha utilizado en el Consejo de Seguridad de la ONU casi 300 veces. Desde 1970, EE. UU. ha utilizado este poder más que cualquiera de los otros miembros permanentes (China, Francia, Rusia y Reino Unido). Muchos de los vetos de EE. UU. fueron, primero, para defender el régimen del apartheid en Sudáfrica, que comenzó el año en que se fundó Israel, y después para defender a Israel de cualquier crítica. Por ejemplo, 27 de los 33 vetos que EE. UU. ha ejercido desde 1988 han sido en defensa de las acciones de Israel contra el pueblo palestino. Desde el 7 de octubre, Estados Unidos ha vetado tres resoluciones en la ONU para obligar a Israel a detener su bombardeo genocida (18 de octubre, 8 de diciembre y 20 de febrero).

A pesar de su uso recurrente por parte de Estados Unidos, la palabra “veto” no aparece en la Carta de la ONU (1945). Sin embargo, el Artículo 27(3) de la Carta sí dice que las votaciones en el Consejo de Seguridad “se harán por el voto afirmativo de nueve miembros, incluyendo los votos concurrentes de los miembros permanentes”. La idea del “voto concurrente” se interpreta como el “derecho de veto”. Durante décadas, la mayoría de los Estados miembros de la ONU han insistido en que el Consejo de Seguridad de la ONU no es democrático y que el poder de veto lo hace aún menos creíble. Ningún país africano o latinoamericano tiene asiento permanente en el Consejo, y al país con mayor población del mundo —India— también se le niega este privilegio. Los P5 (Permanent Five [Cinco Permanentes], como se les llama) no solo han dominado el Consejo de Seguridad, sino que también han debilitado la importancia de la Asamblea General de la ONU, cuyas propias resoluciones no tienen poder de ejecución.

Ana Sophia Tristán (Costa Rica), CO-VIDA, 2020.

En 2005, la ONU celebró una Cumbre Mundial para evaluar las amenazas de alto nivel al orden mundial, en la que la entonces vicepresidenta de Costa Rica, Lineth Saborío Chaverri, afirmó que “el derecho de veto debe eliminarse en asuntos de genocidio, crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y violaciones masivas de los derechos humanos”. Tras esa cumbre, Costa Rica se unió a Jordania, Liechtenstein, Singapur y Suiza para crear los Small Five [Cinco Pequeños] (S5) y abogar por la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU. Presentaron una declaración en la Asamblea General en la que se especificaba que “ningún miembro permanente debería emitir un veto en el sentido del artículo 27, párrafo 3, de la carta en caso de genocidio, crímenes contra la humanidad y violaciones graves del derecho internacional humanitario”. Pero esto no ha tenido ninguna repercusión. Tras la disolución del S5 en 2012, 27 Estados se unieron para crear el grupo Accountability, Coherence, and Transparency o ACT [Responsabilidad, coherencia y transparencia], en gran parte para reformar el “derecho de veto”. En 2015, el grupo ACT difundió un código de conducta específico sobre la actuación de la ONU contra las violaciones graves del derecho humanitario. En 2022, 123 países habían suscrito este código, aunque los tres países que más enérgicamente han utilizado el derecho de veto en los últimos años (China, Rusia y EE.UU.) no lo hicieron. Con el aumento de las tensiones que EE. UU. ha impuesto a China y Rusia, es poco probable que estos dos países —ahora amenazados de ataque por EE. UU.— accedan a disolver el veto.

La Carta de las Naciones Unidas, el tratado más importante del planeta, es un intento de acabar con la guerra y garantizar que se valore toda vida humana. Sin embargo, nuestro mundo está fracturado por una división internacional de la humanidad según la cual las vidas de unas personas valen mucho más que las de otras. Esta división es una violación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y del instinto básico compartido de igualdad social. Proteger a los niños y niñas de Palestina, por ejemplo, se trata con mucha menos urgencia que proteger a los de Ucrania (como dijo la corresponsal de NBC News en Londres, Kelly Cobiella, los ucranianos no son refugiados de cualquier parte: “Para decirlo sin rodeos… Son cristianos, son blancos”). Esta división internacional de la humanidad se filtra en la conciencia pública generación tras generación.

Benny Andrews (EE. UU.), Trail of Tears [Camino de lágrimas], 2005.

En El libro de los abrazos (1992), nuestro amigo Eduardo Galeano escribió un breve fragmento sobre las graves divisiones que afligen a nuestro mundo y clavan una fría estaca de hierro en el corazón de nuestro sentido de la humanidad. Ese fragmento se titula “Los nadies”:

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte…

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.

Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Cordialmente,

Vijay