Estimados amigos y amigas
La imagen de arriba es de Viena. La obra en la pared fue realizada por el artista Tabby. Capta, en esencia, la forma en la que una parte considerable de la población del mundo ve al presidente estadounidense Donald Trump. Pero Trump no es el único responsable por lo que parece ser la política irracional de los Estados Unidos. ¿Por qué, por ejemplo, Trump puso en marcha una política de aranceles contra aliados cercanos como Canadá, Europa y México, así como contra China el mismo día? ¿Por qué no ir primero a por China, que según Trump es un adversario comercial, y a continuación abordar a los otros? ¿Por qué intentar sabotear los procesos de paz en la Península de Corea y en Irán al mismo tiempo? Parece que hay una elemental falta de pensamiento estratégico en la Casa Blanca.
Tal veredicto, sin embargo, es limitado. No considera cuánto se ha debilitado la capacidad de los Estados Unidos para establecer una agenda global y lograr que sus aliados subordinados la sigan. Desde 1991, los Estados Unidos impulsó un conjunto de políticas a través de una serie de instituciones. Este proceso debería ser conocido como globalización liderada por Estados Unidos. Durante la última década, su capacidad para impulsar esta agenda ha decaído. Puede bombardear un país y dejarlo en soletas, pero no necesariamente puede obligar a los países del mundo a seguir su dirección política. Las Coreas e Irán no van a quedar aislados solo porque Estados Unidos lo dice. Incluso India continuará comerciando con Irán. Han surgido otros polos, con otras agendas.
En la oficina de NewsClick en Delhi, me senté con Prasanth para hablar sobre algunos de estos asuntos recientes. Pueden ver nuestra discusión, que duró veinte minutos aquí, Recientemente en el Washington Post, la historiadora Anne Applebaum saca las mismas conclusiones, pero desde una perspectiva diferente. Applebaum es liberal. Le gustaría ver que Estados Unidos continúe administrando el orden mundial. Pero eso no es posible, sugiere ella. Un mundo multipolar ha llegado. Trump, dice ella, ha «acelerado su llegada». Esta idea de Trump como un acelerador es útil e importante. Se aleja de la mirada limitada de que esta incoherencia de la Casa Blanca es personal. Se trata más bien de un reflejo de los grandes cambios en marcha en el orden internacional.
China ha ofrecido su propia visión sobre el orden mundial, con un nuevo conjunto de instituciones y embrollos que incluyen el Proyecto Belt and Road (también llamado en español Nueva Ruta de la Seda) y el Proyecto String of Pearls. La globalización liderada por China no es ciertamente un desafío frontal a los Estados Unidos, pero indica claramente que el statu quo establecido a partir de 1991 no será indiscutible. Rusia, por otro lado, está en una situación diferente. Sus afirmaciones en Siria y Ucrania son meramente defensivas, sobre todo para proteger sus dos puertos de aguas cálidas. Sería un error ver a Rusia como una «amenaza» genuina a las proyecciones de poder de Estados Unidos.
Que Estados Unidos no pueda mover tan fácilmente una agenda no debe tomarse como indicador de que ya no es un actor trascendental en los asuntos internacionales. Estados Unidos tiene las fuerzas armadas más poderosas del mundo. Un ejército que tiene un alcance planetario. Una guerra para intentar restablecer su autoridad es un futuro posible. También lo son las duras políticas instauradas contra las modestas esperanzas de la gente por una vida mejor. Las repulsivas políticas anti inmigración de Trump reflejadas en parte de Europa son una indicación de este uso de la fuerza para establecer una agenda (pueden leer sobre esas políticas aquí). Mientras Roma se estremecía por los vientos fríos de su imperio colapsando, Virgilio ofreció este recordatorio del supuesto destino de sus compatriotas romanos: «Imponer las obras y los caminos de la paz, perdonar a los vencidos y derrocar a los altivos por medio de la guerra». La guerra como antídoto contra al colapso de la autoridad es una preocupación genuina.
En la década de 1970 teníamos todas las esperanzas de que buena parte del mundo saliera de la oscura noche de la guerra nuclear, experimentada directamente por Japón, y de la tensión constante de la Guerra Fría. El Movimiento de Países No Alineados, que representaba a la mayoría de la población mundial, reivindicó que el Océano Índico, al menos, fuera designado como Zona de Paz. Tenían los ojos puestos en la base naval estadounidense en Diego García desde la cual Estados Unidos entabló su guerra contra Vietnam y después bombardearía Irak. Esta base permanece intacta y los habitantes de la isla, desplazados hace tiempo (la imagen arriba es de una parte de esa base, el océano a su alrededor es espectacularmente hermoso).
Ya no son los europeos y los estadounidenses los únicos en el Océano Indico. Ahora, estas aguas espléndidas están plagadas de navíos de guerra de uno u otro tipo. Vienen con el pretexto de la antipiratería, pero son parte de una nueva y tensa batalla que se ha establecido en Asia, una competencia entre China y la India por las vías fluviales desde Singapur hasta Suez. Esta semana, escribí dos reportajes sobre los intentos de bloquear las rutas comerciales de China a través del estrecho de Malaca y hacia Europa y África, así como el intento de India por forjar sus propios pactos navales a lo largo de las rutas marítimas que corren al sur del subcontinente. El primer artículo en The Hindu, escrito con Françoise Vergès de Isla de Reunión trata sobre la base india en la isla Agalega (Mauricio), mientras el segundo artículo, en Alternet, trata sobre la base india en la isla Sabang (Indonesia). Este último termina con una advertencia sobre los peligros de guerra que surgen de la creación de estas bases y las amenazas que implican.
Las guerras y el desperdicio de recursos para prepararlas llevan al hambre, como admiten ahora varias agencias internacionales. Esto es evidente en Sudán del Sur y en Yemen y ha sido evidente durante años en la región de los Grandes Lagos en África. También es cierto que el cambio climático ha ejercido presión sobre ciertas partes del mundo, áreas resecas, y por lo tanto, con sus recursos bajo presión; lugares como la región de Darfur en el sur de Sudán. En el lanzamiento del Informe Mundial sobre la Crisis Alimentaria del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO), el director del PMA David Beasley, dijo que «Las consecuencias de los conflictos y el cambio climático son espantosas: millones de personas severamente, incluso desesperadamente, hambrientas»
Pero el conflicto y el cambio climático no son los principales motores del hambre. Las agencias de Naciones Unidas hacen un trabajo muy importante registrando las cifras del hambre, pero su análisis frecuentemente deja de lado las causas subyacentes: un sistema de propiedad privada que niega a los pobres el acceso a la comida y produce la realidad cotidiana del hambre aguda. Si no tienes dinero, no puedes comer. Esa es la pura verdad. La mitad de la población de la India padece hambre. Esto no es causado por la guerra o el cambio climático, sino por la desigualdad de ingresos. A medida que aumenta la desigualdad económica, aumenta el hambre (por favor lean esta breve columna sobre el hambre en NewsClick).
La imagen arriba es de Jharkhand (India). Fue tomada el año pasado. Una niña de 11 años, Santoshi, murió de inanición en la ciudad de Simdega porque el gobierno le negó raciones de alimentos a su familia. Los gobiernos en todo el mundo han comenzado a reducir la asignación de alimentos a los más pobres. El gobierno indio, hipnotizado con la tecnología y su capacidad de vigilancia, obliga a la población a obtener tarjetas Aadhaar con fines de identificación. La familia de Santoshi tuvo dificultades para vincular sus tarjetas de raciones con sus tarjetas Aadhaar. Esto significó que no pudieran obtener alimentos. Santoshi murió porque su familia no tenía dinero y porque el gobierno falló en proveerles raciones de emergencia.
Este es el estado de nuestro mundo.
Cordialmente, Vijay