Editorial
Hacia una conversación entre civilizaciones
En medio de las crecientes tensiones internacionales resulta cada vez más difícil entablar debates razonables sobre el estado del mundo. La actual situación de inestabilidad y conflicto mundial se ha desarrollado a lo largo de los últimos quince años impulsada, por un lado, por la progresiva debilidad de los principales Estados del Atlántico Norte, encabezados por Estados Unidos -a los que llamamos Occidente- y, por otro, por el fortalecimiento cada vez mayor de los grandes países en desarrollo, ejemplificados por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Este grupo de Estados, junto con varios otros, han establecido las condiciones materiales para sus propias agendas de desarrollo, incluida la nueva generación de tecnología, un sector que hasta ahora había sido monopolio de los Estados y empresas occidentales a través del régimen de derechos de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio. Junto a los BRICS, la construcción de proyectos regionales de comercio y desarrollo en África, Asia y América Latina que no están controlados por los Estados occidentales ni por instituciones dominadas por Occidente -incluida la Organización de Cooperación de Shanghái (2001), la Iniciativa de la Franja y la Ruta (2013), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (2010) y la Asociación Económica Integral Regional (2022)- anuncia la aparición de un nuevo orden económico internacional.
Desde la crisis financiera mundial de 2007-08, Estados Unidos y sus aliados del Atlántico Norte han tomado plena conciencia que su estatus hegemónico en el mundo se ha deteriorado. Este declive es la consecuencia de tres formas clave de extralimitación: en primer lugar, la extralimitación militar a través del enorme gasto militar y la guerra; en segundo lugar, la extralimitación financiera causada por el despilfarro desenfrenado de la riqueza social en el sector financiero improductivo junto con la imposición generalizada de sanciones, la hegemonía del dólar y el control de los mecanismos financieros internacionales (como SWIFT); y, en tercer lugar, la extralimitación económica, debido a la huelga de inversiones e impuestos de una minúscula parte de la población mundial, que se fija únicamente en llenar sus ya inmensas arcas privadas. Esta extralimitación ha provocado la fragilidad de los Estados occidentales, menos capaces de ejercer su autoridad en el mundo. Como reacción a su propia debilidad y a los nuevos acontecimientos en el Sur Global, Estados Unidos ha liderado a sus aliados en el lanzamiento de una amplia campaña de presión contra lo que considera sus “rivales cercanos”, es decir, China y Rusia. Esta hostil política exterior, que incluye una guerra comercial, sanciones unilaterales, diplomacia agresiva y operaciones militares, se conoce ahora comúnmente como la Nueva Guerra Fría.
Además de estas medidas tangibles, la guerra de la información es un elemento clave de la Nueva Guerra Fría. En las sociedades occidentales actuales, cualquier esfuerzo por promover una conversación equilibrada y razonable sobre China y Rusia, o incluso sobre los principales Estados del mundo en desarrollo, es atacado implacablemente por las instituciones estatales, corporativas y mediáticas como medida de desinformación, propaganda e injerencia extranjera. Incluso los hechos establecidos, sin mencionar las visiones alternativas, se tratan como cuestiones controvertidas. En consecuencia, se ha vuelto prácticamente imposible entablar debates constructivos sobre el nuevo orden mundial, los nuevos regímenes de comercio y desarrollo, o las cuestiones urgentes que requieren la cooperación mundial, como el cambio climático, la pobreza y la desigualdad, entre otras. En este contexto, el diálogo entre los intelectuales de países como China con sus homólogos de Occidente se ha roto. Del mismo modo, el diálogo entre los intelectuales de países del Sur Global y China también se ha visto obstaculizado por la Nueva Guerra Fría, que ha tensado los ya débiles canales de comunicación dentro del mundo en desarrollo. Como consecuencia, el panorama conceptual, los términos de referencia y los debates clave que tienen lugar en China son casi totalmente desconocidos fuera del país, dificultando enormemente la celebración de debates racionales entre países.
La Nueva Guerra Fría ha provocado un enorme recrudecimiento de la sinofobia y el racismo antiasiático en los Estados occidentales, a menudo alentados por los líderes políticos. El aumento de la sinofobia ha acentuado la falta de compromiso genuino de los intelectuales occidentales con las perspectivas, discusiones y debates chinos contemporáneos; y debido al inmenso poder de los flujos de información occidental en todo el mundo, estas actitudes despectivas también han crecido en muchos países en desarrollo. Aunque cada vez hay más estudiantes internacionales en China, éstos tienden a estudiar asignaturas técnicas y, por lo general, no se centran en los debates políticos más amplios dentro de China y sobre China, ni participan en ellos.
Ante el actual clima mundial de conflicto y división, es imprescindible desarrollar líneas de comunicación y fomentar el intercambio entre China, Occidente y el mundo en desarrollo. El abanico de pensamiento y discurso político dentro de China es inmenso, abarcando desde una variedad de enfoques marxistas hasta la ardiente defensa del neoliberalismo, desde profundos exámenes históricos de la civilización china hasta los profundos pozos de pensamiento patriótico que han crecido en el período reciente. Lejos de ser estáticas, estas tendencias intelectuales han evolucionado con el tiempo e interactúan entre sí. En China ha surgido una rica variedad de pensamiento marxista, desde el maoísmo hasta el marxismo creativo; aunque todas estas tendencias se centran en las teorías, la historia y los experimentos socialistas, cada una de ellas ha desarrollado una escuela de pensamiento distinta con su propio discurso interno, así como debates con otras tradiciones. Mientras tanto, el panorama del pensamiento patriótico es mucho más ecléctico, con algunas tendencias que se traslapan con las tendencias marxistas, lo cual es comprensible dadas las conexiones entre el marxismo y la liberación nacional, mientras que otras están más cerca de ofrecer explicaciones culturalistas de los avances en el desarrollo de China. Esta diversidad de pensamiento no se refleja en las interpretaciones o representaciones externas de China, ni siquiera en la literatura académica, que por el contrario reproduce en gran medida las posturas de la Nueva Guerra Fría.
Para contribuir al desarrollo de una mejor comprensión y compromiso con el pensamiento y los debates que tienen lugar en China, el Instituto Tricontinental de Investigación Social y Dongsheng se han asociado con Wenhua Zongheng (文化纵横), una destacada revista de pensamiento político y cultural contemporáneo del país. Fundada en 2008, la revista es un importante referente de los debates y la evolución intelectual que tienen lugar en China, y publica cada dos meses números con artículos de intelectuales de diversas profesiones de todo el país. En el marco de esta asociación, el Instituto Tricontinental de Investigación Social y Dongsheng publicarán una edición internacional de Wenhua Zongheng, con cuatro números al año en inglés, portugués y español, cuya redacción estará a cargo de nuestro equipo editorial conjunto. La edición internacional incluirá traducciones de una selección de artículos de las ediciones chinas originales que revisten especial importancia para el Sur Global. Además, el Instituto Tricontinental de Investigación Social publicará una columna en la edición china de Wenhua Zongheng, en la que se recogerán voces de África, Asia y América Latina en diálogo con China (algunas de las cuales se publicarán también en la edición internacional). Nos entusiasma emprender este proyecto y esperamos que introduzca a los lectores en el vibrante discurso que se está desarrollando en China, que permita compartir las importantes perspectivas del Sur Global con la audiencia china y que enriquezca el diálogo y el entendimiento internacionales. En lugar de la división global que persigue la Nueva Guerra Fría, nuestra misión es aprender unos de otros para avanzar hacia un mundo de colaboración y no de confrontación.