Editorial
Transformación ecológica, agricultura, y la supervivencia de la humanidad
Los tres artículos de este número de la edición internacional de Wenhua Zongheng (文化纵横) ofrecen puntos de vista complementarios sobre temas fundamentales para la supervivencia de la humanidad: producción de alimentos, agroecología, restauración ambiental, y energías renovables. Comprometidos con las causas de su pueblo y de toda la humanidad, las y los autores chinos presentan experiencias concretas de la realidad de su país a las y los lectores.
Desafortunadamente, en Occidente las perspectivas intelectuales chinas y los debates acerca de las realidades contemporáneas globales son completamente ignorados, incluso dentro de círculos de izquierda. Considero que al compartir las perspectivas de nuestros camaradas chinos, traducidas a diferentes idiomas, esta revista proporciona un servicio invaluable.
La izquierda global está en deuda con quienes se involucran seriamente en estos debates cruciales. Muy pocos intelectuales se preocupan por profundizar dichas reflexiones. Generalmente, los partidos de izquierda permanecen atrapados en consignas, clichés, y dogmas, como Mao Zedong había advertido. Mientras tanto, el debate dentro de las universidades y en la mayor parte de la sociedad, se limita al diagnóstico de problemas a la vez que evita una serie de cuestiones urgentes y falla en analizar el movimiento del capitalismo hacia la explotación de recursos naturales para obtener ganancias extraordinarias. Estos temerarios procesos conducen a crímenes ambientales y al cambio climático.
Ya en el siglo XX, Karl Marx observó cómo el capitalismo industrial podía afectar al ambiente. Rosa Luxemburgo profundizó el análisis, examinando los intereses del capital en apropiarse privadamente de los recursos naturales como parte de su acumulación originaria. Luego, Vladimir Lenin y Nikolai Bukharin argumentaron que la fase imperialista del capitalismo inevitablemente conduciría a ataques a los recursos naturales, impulsados por la necesidad de materias primas para alimentar a las fábricas y expandir los mercados capitalistas.
Durante los procesos revolucionarios en Rusia, Europa del Este y China —y más tarde, las revoluciones populares en Cuba y Vietnam— las preocupaciones ambientales fueron secundarias, ya que estos países necesitaban atender primero las necesidades básicas de su población a través de inversiones productivas que generaran progreso económico y mejoraran el bienestar de toda su población. Como resultado, en la década de 1970, la agenda ambiental global carecía de un programa claro. En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos —a través de su gobierno y los capitalistas— impulsó la llamada Revolución Verde a nivel mundial. Este nombre surgió de la necesidad ideológica de contrarrestar las revoluciones populares “rojas” que se habían producido. Además, EE. UU. argumentó que la adopción de agroquímicos conduciría a una revolución en la productividad agrícola, asegurando alimentos para toda la población.
En esa época, Estados Unidos ya era un hegemón en gran parte del mundo gracias a su aparato cultural y mediático, y podía fácilmente persuadir a gobiernos y países para que adoptaran su “revolución” sin realizar una evaluación crítica de la misma. En 1970, el principal defensor de la Revolución Verde y de la adopción de agroquímicos, Norman Borlaug (investigador estadounidense sobre el trigo), recibió el Premio Nobel de la Paz.
Hoy en día, la Revolución Verde puede analizarse críticamente como un modelo de producción centrado en el gran capital, que busca expandir su alcance a vastas regiones agrícolas. Bajo este modelo, estas áreas se convirtieron en mercados de consumo para insumos industriales de las empresas trasnacionales estadounidenses, empujándolas a comprar semillas híbridas, agroquímicos, fertilizantes, pesticidas y maquinaria agrícola. El modelo se basó en el monocultivo y la producción a gran escala y fue implementado indiscriminadamente, sin considerar las consecuencias ambientales. En cierto modo, este modelo también influyó en los países que construyeron el socialismo.
Actualmente estamos inmersos en la crisis ambiental más grave de la historia de la humanidad. El cambio climático y sus consecuencias —tales como inundaciones, huracanes, sequías, y deshielos polares— ponen en peligro a miles de especies animales y vegetales, desestabilizando la naturaleza de todo el planeta. Esta situación afecta al mundo entero, independientemente de las acciones de cada país, ya que todos compartimos una casa común. Tal vez no haya palabras más pertinentes a nuestro dilema que la advertencia que lanzó Fidel Castro en un discurso histórico pronunciado en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en junio de 1992: “Una importante especie biológica está en peligro de desaparecer debido a la rápida y progresiva destrucción de sus condiciones de vida naturales: el ser humano. Hoy somos conscientes del problema, aunque es casi demasiado tarde para evitarlo.”
Los artículos de este número de Wenhua Zongheng ayudan a los lectores a entender cómo China ha abordado estos problemas durante las últimas tres décadas. Ding Ling y Xu Zhun examinan los impactos contradictorios de la Revolución Verde en China y argumentan que el país necesita experimentar una transformación ecológica para alcanzar la visión de una “civilización ecológica” promovida por los líderes del país. Por su parte, Xiong Jie y Tings Chak examinan el proceso de restauración ambiental, estudiando el caso del lago Erhai, una de las muchas áreas dañadas durante las últimas décadas de rápido desarrollo económico y aplicación de ciertos modelos de producción agrícola. Por último, Feng Kaidong y Chen Junting analizan el desarrollo histórico de la industria de vehículos eléctricos de China, un importante componente en la transición del país hacia una nueva economía energética que también puede promover procesos de industrialización en el Sur Global. Juntos, los académicos proporcionan testimonios detallados sobre diversos aspectos de la cuestión ambiental en China, en diferentes regiones del país, e identifican implicaciones para el resto del mundo, particularmente para los países del Sur Global.
Es urgente que las organizaciones populares, los movimientos campesinos, los partidos de izquierda y los gobiernos progresistas del mundo asumamos la transformación ecológica como eje central de los proyectos de desarrollo de nuestros países. Tenemos la responsabilidad de producir alimentos en armonía con la naturaleza, protegerla para futuras generaciones y mitigar las consecuencias del cambio climático. Tenemos la obligación de producir alimentos saludables, sin pesticidas, para toda la población. Para esto es necesario adoptar la agroecología como modelo de producción que se oponga al modelo capitalista y sus corporaciones trasnacionales.
Debemos combatir la deforestación y los incendios asociados, llevando a cabo programas masivos de reforestación orientados a la población, tanto en áreas rurales como urbanas, y plantando árboles nativos y frutales en todos los espacios posibles. También son esenciales políticas concretas para proteger los manantiales, ríos, y lagos de agua dulce.
Es imperativo adoptar políticas públicas que defiendan los intereses de toda la población y del campesinado. Será necesario desarrollar sistemas agroindustriales en cooperativas a escala local, asegurando la producción de alimentos saludables sin aditivos químicos o ingredientes ultraprocesados que causan enormes problemas de salud a la población.
Por último, abogo por la creación de una lista de propuestas y programas concretos que promuevan el pensamiento crítico y acumulen reflexiones, ayudando a activistas y sus organizaciones a preocuparse y adoptar programas verdaderamente revolucionarios en esta dirección. La adopción de un modelo de producción basado en la agroecología y el policultivo, en lugar del monocultivo y sus pesticidas, es una necesidad urgente para salvar el planeta y también es una política claramente anticapitalista.
Los capitalistas no quieren abandonar su programa de Revolución Verde. Seguirán expandiendo sus inmensas haciendas, practicando el monocultivo, utilizando semillas genéticamente modificadas, agroquímicos y pesticidas, con máquinas cada vez más grandes que expulsan la mano de obra fuera del campo. Cuando hablan de defender la naturaleza, sólo proponen bonos de carbono forestales, convirtiendo el oxígeno en bonos de capital que no cambian la realidad agraria de nuestros países.
Es absurdo utilizar los bosques existentes como instrumentos del capital especulativo, permitiendo que los capitalistas compitan entre sí por los ingresos extraordinarios generados. Este modelo capitalista no produce alimentos sino commodities agrícolas, sujetas a la especulación en el mercado de futuros y en las bolsas de valores. Esto no es agricultura, es simplemente el dominio del capital sobre los bienes de la naturaleza.
La agricultura es la ciencia y el arte de cultivar la tierra para producir, en armonía con la naturaleza, lo que los seres humanos necesitan, especialmente los alimentos que alimentan la vida. Los capitalistas están destruyendo la agricultura y, al hacerlo, están poniendo en peligro el futuro y la capacidad de producir alimentos para toda la población. Esto genera ganancias pero a costa de explotar a las y los trabajadores y cometer crímenes contra la naturaleza.
Estoy seguro de que las reflexiones de nuestros camaradas chinos ayudarán a profundizar el debate en todas las organizaciones populares y de izquierda sobre este desafío importante de nuestro tiempo.