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CuadernosOBSAL

Bolsonaro, derechas y movimiento popular. Panorama, contexto y perspectivas tras las elecciones municipales en Brasil

Introducción 

A lo largo de la segunda quincena de noviembre —el 15 y el 29, respectivamente— tuvieron lugar la primera y segunda vuelta de las elecciones municipales en Brasil. Allí, casi 150 millones de electores eligieron los alcaldes (prefectos), vicealcaldes (viceprefectos) y concejales (vereadores​) en 5568 municipios del país, incluyendo las 26 capitales de los estados (provincias). De ellos, en 57 la consagración del gobierno municipal terminó de definirse en una segunda vuelta. Entre estas urbes se encuentran las de San Pablo y Río de Janeiro —las más grandes del país— y otras 16 capitales estadales. 

De proyección nacional pero inscripción local, estas elecciones tuvieron la significación de ser las primeras que enfrentó el gobierno de Jair Bolsonaro, electo a fines de 2018 tras la proscripción de Lula da Silva y como parte de la continuidad del golpe de Estado parlamentario que desalojó del gobierno a la presidenta Dilma Roussef. Estas elecciones tuvieron lugar en el contexto del despliegue de la pandemia de la COVID-19 y de la actitud negacionista adoptada por el gobierno, con la consecuencia de que Brasil ostenta el trágico récord del mayor número de fallecidos y contagiados a nivel regional. A su vez, se desarrollaron en un marco de disputas al interior del bloque neoliberal, que se expresaron en la tensión entre el Ejecutivo y el parlamento, en medio de una crisis social que se profundiza y la coexistencia de políticas sociales de emergencia junto al avance de las reformas neoliberales.  

En este sentido, el examen de los significados y consecuencias que deparan los resultados de estas elecciones —tanto a nivel nacional como regional— nos motivó a proponer este cuaderno especial del OBSAL. Compilado por la Oficina Brasil del Instituto Tricontinental de Investigación Social, este material comprende contribuciones del periodista Rodrigo Vianna; de Lúcio Centeno, integrante de la Consulta Popular; y de la investigadora Márcia Silvia. Los dos primeros analizan las tendencias y perspectivas que plantean las elecciones, en particular para las fuerzas de izquierda. El último artículo reflexiona específicamente sobre el peso electoral ganado por las iglesias neopentecostales, desde una perspectiva histórica y social, enfatizando en la relación entre estas formaciones religiosas y las transformaciones neoliberal-conservadoras, tema que es motivo de investigación en Grupo de Trabajo de Espiritualidad y Solidaridad de la oficina basada en São Paulo. Agradecemos todos estos aportes, esperamos que esta publicación aporte a una mejor comprensión sobre los desafíos que se plantean a los movimientos populares en Nuestra América.

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Elecciones en Brasil
La extrema derecha pierde, pero la izquierda tiene un largo camino por delante

En medio de un nuevo ciclo de expansión de la epidemia del coronavirus, se realizaron en el mes de noviembre las dos vueltas de las elecciones municipales en Brasil. Esta elección estuvo rodeada de expectativas, en la medida en que fue la primera realizada en la presidencia de Bolsonaro, después de dos años de mandato.

Este texto es una contribución inicial al debate sobre el saldo político de este proceso electoral, y un primer esfuerzo de identificación de las perspectivas que se abren para los campos políticos en disputa en Brasil.

Las elecciones municipales definen los nuevos alcaldes y concejales de los 5570 municipios del país y poseen una dinámica bastante diferente de las elecciones presidenciales. De este modo, es preciso tener mucha cautela en la proyección del impacto de estas elecciones en la sucesión presidencial. La lógica política de la mayoría de los municipios no corresponde a la forma de confrontación de las fuerzas nacionales.

Al mismo tiempo, el debate político entre las candidaturas en la disputa municipal está marcado en general por temas locales, siendo poco permeable a la agenda nacional. A pesar de esas reservas, es evidente que de este proceso salen algunas fuerzas derrotadas y otras victoriosas. A su vez, sirve como un indicador de la correlación política de fuerzas, siempre que no se incurra en transposiciones mecánicas del escenario de las elecciones municipales a las presidenciales.

El momento político

Antes de entrar en el balance de los resultados propiamente dichos, conviene caracterizar el momento político en que se desarrolla esta contienda. Para resumir en pocas palabras, dado que este no es el objeto de este artículo, las elecciones tuvieron lugar en una etapa de desestabilización del gobierno de Bolsonaro. Después de la grave crisis política desencadenada en el primer semestre, con el inicio de la pandemia —que colocó la alternativa del impeachment como escenario viable—, Bolsonaro consiguió restablecer las condiciones de gobernabilidad. Esta estabilización se explica en base a dos fenómenos: 1) la recuperación de la popularidad del gobierno, que retomó los niveles anteriores a la pandemia gracias al auxilio de emergencia (contribución mensual de R$ 600,00 para familias de bajos ingresos, algo así como US$ 115), lo cual le permitió penetrar en una parte de un electorado que no tenía; y 2) el cambio de táctica de Bolsonaro, que retiró del escenario inmediato la iniciativa de ruptura institucional, pasando a una perspectiva de golpe incremental, cuya primera etapa pasa por una política de acomodación con el Congreso y el Poder Judicial.

Afirmar que esta es una fase de estabilidad no significa menospreciar los contratiempos que enfrenta Bolsonaro. Con la disminución del valor del auxilio de emergencia a la mitad en los últimos meses, la popularidad del gobierno en las capitales ya comienza a disminuir, lo que se intensificará aún más en el caso de que no haya renovación del beneficio el próximo año. Al mismo tiempo, la situación económica del país es bastante crítica, el desempleo es récord y el recrudecimiento de la pandemia puede dificultar aún más la actividad económica.

Si se mantienen estas condiciones, nos encontramos frente a una tendencia de crecimiento de la insatisfacción popular a lo largo de 2021. A pesar de este escenario, el campo progresista no ha conseguido afirmarse como líder de la oposición al gobierno de Bolsonaro. Hay muchos factores que explican esta situación; con todo, el principal de ellos fue la incapacidad de convocar movilizaciones contra las medidas del gobierno en 2019 y la imposibilidad de producir luchas de masas en el contexto de pandemia en 2020.

Caracterización de los campos políticos

Ante este telón de fondo, es necesario identificar qué campos políticos están en disputa. Hay tres campos bien delineados. El campo bolsonarista, compuesto por fuerzas políticas dispersas en varios partidos (Republicanos, PSL, Patriota, PSC, PRTB), pero alineadas ideológicamente con un proyecto político de extrema derecha y vinculadas a la sustentación del gobierno Bolsonaro. El campo progresista, constituido por fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda (PT, PCdoB, PSOL, PDT, PSB, REDE), que estuvieron alrededor de la candidatura de Haddad en la segunda vuelta de las elecciones de 2018. Y el campo de la derecha tradicional, que reúne las fuerzas políticas de derecha y centroderecha (PSDB, DEM, MDB, Ciudadanía) que fueron derrotadas por Bolsonaro en la primera vuelta de 2018.

Además de esos tres campos existe un conglomerado de partidos funcionales, conocidos en Brasil como “Centrão” (PSD, PP, PTB, Podemos, Avante, PL, PROS). Ese bloque de partido no tiene propiamente un proyecto político, por eso no está siendo considerado como un “campo”. Se mueve en alianza con alguno de los demás campos de acuerdo con su conveniencia política. Ya estuvieron aliados nacionalmente a los gobiernos del PSDB de FHC [Fernando Henrique Cardoso], del PT de Lula y hoy son la base de sustentación del gobierno Bolsonaro. Al mismo tiempo, este bloque de partidos forma parte de la base de sustentación de los gobiernos estaduales comandados por partidos progresistas. De este modo, la característica principal de ese conjunto no resulta de una concepción política definida, sino de las relaciones funcionales que puede establecer.

Un balance de las elecciones

Como metodología de análisis serán utilizados los datos del llamado “G-96”, el grupo que reúne las 96 ciudades con más de 200 mil electores en el país. El cuadro del G-96 permite identificar las fuerzas dominantes en los principales centros políticos y económicos del país, dejando en un segundo plano los procesos electorales de los municipios pequeños y medianos que tienen una dinámica muy particular, en general desvinculada de la lógica de actuación nacional de los partidos y de los campos políticos. El parámetro de comparación para medir el desempeño de esta contienda serán las elecciones municipales de 2016. Además de esta dimensión numérica, es necesario tomar en cuenta evidentemente una serie de criterios políticos para hacer una evaluación más completa.

En esta dirección, es posible afirmar con seguridad que el segmento del espectro político más victorioso en esta elección fue el “Centrão”. Este bloque de partidos funcionales tenía en 2016 apenas 15 alcaldías entre las 96 mayores ciudades. En 2020, el “Centrão” prácticamente duplicó su participación, llegando a 29 ciudades. Este hecho se explica por el carácter gelatinoso de este bloque, que se amolda a cualquier circunstancia política para quedar bien posicionado. Aunque la existencia de estos “partidos funcionales” en Brasil es de larga data, esa actuación como bloque, que hace acuerdos políticos conjuntamente, es bastante reciente y se ha mostrado como una táctica acertada para este conglomerado de partidos.

Por otra parte, el campo de la derecha tradicional obtuvo una victoria política, aunque haya disminuido su expresión numérica. De las 57 grandes alcaldías que tenía en 2016, pasó a 45. Entre ese conjunto de fuerzas, el PSDB fue el que más se encogió, perdiendo 12 ciudades. Con todo, este campo va a administrar los mayores colegios electorales del país (São Paulo, Río de Janeiro y Salvador), además de conquistar capitales muy importantes (Porto Alegre, Florianópolis, Curitiba, Goiânia). Ese buen desempeño de la derecha tradicional ha sido interpretado por los medios de comunicación empresariales —que juegan a su favor— como una “opción del elector por el centro político, entre la polarización entre bolsonaristas y petistas”. Sin embargo, esa es una conclusión como mínimo precipitada.

El buen desempeño de la derecha tradicional, así como del “Centrão”, tiene una relación más directa con la inclinación situacionista de los electores. En esta elección hubo la mayor tasa de reelección de alcaldes de los últimos procesos electorales. Ese fenómeno puede ser explicado posiblemente por el impacto de la pandemia en dos aspectos. El primero es que los gobiernos municipales ganaron mucha visibilidad con la crisis sanitaria. Este hecho apalancó la popularidad de los actuales alcaldes, a excepción de los que se mostraron totalmente incapaces de responder a la epidemia. El segundo aspecto es que la política de distanciamiento social perjudicó fuertemente a las candidaturas de oposición, que tuvieron más dificultades para proyectarse y deconstruir a sus adversarios en una campaña sin actividades en la calle. En este sentido, tanto el “Centrão” como la derecha tradicional, que ya estaban ocupando los ejecutivos municipales en la abrumadora mayoría de las ciudades, fueron beneficiados por esa inclinación situacionista.

El campo progresista quedó estancado. Había conquistado 13 alcaldías en 2016; y mantuvo la misma marca este año. Desde el punto de vista político, parecía ensayar una retomada de aliento al final de la primera vuelta, cuando se proyectó en la disputa de varias ciudades importantes, pero las derrotas sucesivas en la segunda vuelta demostraron que la “demonización de la izquierda” sigue siendo un dispositivo eficaz en la interpelación del electorado.

Aunque el ambiente político sea mucho menos hostil para la izquierda en 2020 en comparación con 2018 y con 2016, el “antipetismo” (que se abate sobre el conjunto de los partidos de izquierda) permanece como un factor de desequilibrio en la disputa. En ese escenario, más que las ideas progresistas, el ataque incide sobre las representaciones políticas de izquierda, en un proceso de deconstrucción de la legitimidad de los representantes de esta parte del espectro político. De este modo, el debate político sale del ámbito racional de la confrontación de ideas y propuestas, y entra en el terreno de los afectos, movilizando el odio político de una parte de la población.

Otro factor importante para explicar este desempeño limitado del campo progresista es la política de alianzas que se estableció en la segunda vuelta. En las ciudades en que la izquierda quedó fuera de la segunda vuelta, hubo correctamente un apoyo conjunto de las organizaciones progresistas a los candidatos de la derecha tradicional, en situaciones como la de Río de Janeiro, donde el enfrentamiento era con el campo bolsonarista.

Cuando el enfrentamiento de la segunda vuelta se estableció entre el campo progresista y el campo de la derecha tradicional, hubo un previsible apoyo en bloque de las fuerzas bolsonaristas a las candidaturas más de derecha. Con todo, cuando en la fase final de la elección, las candidaturas progresistas disputaban contra los binomios bolsonaristas, el campo de la derecha tradicional se dividió, dando su apoyo mayoritariamente a la extrema derecha. Esa situación puede ser bien ejemplificada en las disputas de las capitales de Belém (estado de Pará) y Vitória (estado de Espíritu Santo).

A pesar de no salir victorioso de esta contienda, el campo progresista puede contabilizar algunas pequeñas conquistas. La más significativa resulta el proceso de renovación de los líderes políticos de izquierda. Guilherme Boulos (Partido Socialismo y Libertad – PSOL), Manuela D’Avila (Partido Comunista de Brasil – PCdoB) y Marília Arraes (Partido de los Trabajadores – PT), aunque derrotados, representaron una oxigenación en la izquierda. Al frente de campañas extremadamente emocionantes, atrajeron una parte significativa del electorado joven. Esa renovación generacional de la izquierda se puede observar también en las concejalías, donde hubo un aumento significativo de candidaturas jóvenes, negras, de mujeres y trans.

Finalmente, el campo bolsonarista sale de esta elección con la mayor derrota política. Incluso aunque numéricamente haya habido un crecimiento de la expresión electoral del bolsonarismo, fue un resultado muy frágil, frente a la ola de extrema derecha que se abatió sobre el país en 2018. Partiendo del cuadro del G-96, los partidos más orgánicos de este proyecto pasaron de 2 ciudades importantes a 5. Analizando otras variables como número de votos o número de concejales electos, se puede dibujar un resultado más favorable en términos numéricos. Con todo, desde el punto de vista político, fue una derrota inequívoca, reconocida incluso por sus seguidores más fieles.

Las candidaturas apoyadas por el presidente naufragaron en la mayoría de las capitales, e incluso las que consiguieron ir a segunda vuelta utilizaron como estrategia de campaña ocultar su relación con Bolsonaro. Es posible concluir que hubo, en un corto intervalo de tiempo, una pérdida de intensidad de una corriente de opinión neofascista que parecía extremadamente sólida. Sin embargo, ese resultado está lejos de ser la sentencia de muerte del bolsonarismo. Este análisis se refiere estrictamente al desempeño electoral de este campo, no puede derivarse de esta fragilidad electoral la conclusión de que el gobierno o el propio bolsonarismo esté derrotado.

Perspectivas

Ante este balance, algunas perspectivas pueden ser proyectadas para el próximo período. La primera de ellas tiene que ver con las elecciones presidenciales de 2022. Debemos evitar todo tipo de transposición mecánica de las elecciones municipales a la sucesión presidencial. Esto significa que ni Bolsonaro ni el PT están fuera de la escena, al mismo tiempo que la derecha tradicional no puede considerarse la favorita tomando como base su desempeño en esta elección. Bolsonaro sigue siendo el candidato más probable en la segunda vuelta de la elección presidencial. Tanto porque controla la máquina del gobierno federal, como por el hecho de tener una base social ideológicamente comprometida con su proyecto, independientemente de la catástrofe económica que pueda ocurrir.

El PT aún sigue siendo el mayor partido de la izquierda, el más nacional, con la mayor estructura partidaria y referencia popular. Tales condiciones confieren ventajas en el interior del campo progresista; con todo, no hay garantías de que este campo esté representado en la segunda vuelta. Por fin, la derecha tradicional, a despecho de su desempeño, aún tiene dificultades para construir unidad en torno de una candidatura competitiva. En esta dirección, João Doria (actual gobernador de São Paulo, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña – PSDB) es el principal nombre de este campo para 2022. No obstante, enfrenta un alto rechazo en su propio estado de origen, y permanece desconocido en el Brasil profundo. El presentador de TV Luciano Huck, de la Red Globo, sería un nombre mucho más competitivo, por la posibilidad de obtener votos de una parte del electorado “lulista”. Sin embargo, está prácticamente descartado el escenario en que el PSDB no encabece el binomio. Si este campo sale dividido en dos o tres candidaturas, tendrá dificultad para conseguir superar las candidaturas del campo progresista. No será una ecuación simple.

Otra perspectiva que se consolida a partir de este resultado electoral es la de una transición en el sistema de partidos. Desde los años 90, el sistema de partidos brasileño estaba estructurado a partir de dos polos políticos bien definidos: el PSDB y el PT. No fue por casualidad que estas siglas polarizaron la lucha política nacional a través de las candidaturas presidenciales. El PT y el PSDB no solo encabezaron la disputa electoral entre 1994 y 2014, sino que, durante el ejercicio de estos mandatos, alternaron posiciones: mientras uno dirigía el gobierno, el otro dirigía la oposición.

Sin embargo, esta estructura partidaria que organizó el conflicto político en Brasil fue implosionada a partir de 2016 por la Operación Lava Jato. La operación política orquestada por una triangulación entre sectores del poder judicial, el Ministerio Público y los medios de comunicación empresariales en el esfuerzo por deconstruir el PT y hacer viable el golpe contra Dilma Rousseff, terminó por alcanzar los pilares del sistema de partidos brasileño. De las 18 grandes alcaldías que el PT poseía, en 2016 terminó con 1. Y en 2018, en la carrera presidencial, fue el turno de la ruina del pilar derecho del estremecido sistema de partidos. El PSDB sufrió su mayor derrota, quedándose fuera de la segunda vuelta, con la sufrida actuación de la candidatura de Geraldo Alckmin, que terminó la elección con el 5% de los votos, la peor marca en la historia de ese partido.

Esta elección municipal consolida una nueva configuración de la escena institucional en el país. Ya no hay lugar para el “bipartidismo a la brasileña”, el PT y el PSDB no son más los polos estructurantes de la lucha política nacional. ¿Eso significa que estos partidos murieron? Evidentemente que no, continúan siendo dos máquinas electorales potentes, con capilaridad, cuadros y militantes en todo territorio nacional, e inclusive no está descartada la posibilidad de que polaricen la elección en 2022. Pero es importante observar que los dos ya no hegemonizan sus campos políticos de la misma forma que antes. Existe una tendencia a una relación más equilibrada de fuerzas. Por lo tanto, está en curso una transición en el régimen político nacional, saliendo de una dinámica bipolar hacia una situación de multipolaridad.

Una tercera perspectiva que se presenta ante los indicadores de esta elección es que el proceso de recuperación del campo progresista no será de corto plazo. La segunda vuelta dejó en evidencia que el espectro del “anticomunismo” continúa rondando Brasil, con menos intensidad, pero con capacidad de ser decisivo en disputas equilibradas. Las luchas en São Paulo, Recife, Porto Alegre, Vitória son ejemplos de la permanencia de ese fenómeno. Tal perspectiva está asentada en la evaluación de que las derrotas en las elecciones de 2016 y 2018 no fueron solo electorales, fueron también derrotas ideológicas para el campo progresista.

Por lo tanto, el problema no se resolverá en 2022 solamente con “nuevos líderes”, una “buena narrativa de campaña” o con la “potenciación de la presencia en las redes sociales”. Revertir esta derrota pasa por la construcción desde ya de una estrategia de disputa de la hegemonía en la sociedad, que combine la lucha ideológica, la lucha institucional y la lucha de masas. Una estrategia guiada por la unidad de las fuerzas progresistas en las calles y en las urnas.

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La izquierda y la ola conservadora en Brasil

 

El análisis del resultado de la segunda vuelta de la elección municipal en 57 ciudades brasileñas plantea la necesidad de avanzar en un doble abordaje. Por un lado, con la evaluación del mapa electoral, que indica quién ganó o logró mejores resultados en los principales municipios del país. Por otro lado, con una lectura de los movimientos profundos que se han producido en el país desde 2013, que permiten señalar las tendencias de mediano plazo que atraviesan la disputa por el poder en la nación más grande de América Latina. Veamos.

El balance electoral 

La segunda vuelta consolidó la derrota del sector más radical del bolsonarismo, tendencia ya evidente desde la primera vuelta. La ola conservadora de 2018, que llevó al excapitán del Ejército Jair Bolsonaro al Palacio de Planalto y ayudó a elegir gobernadores con un discurso «antipolítico» (explorando la defensa de la «familia y las buenas costumbres» y apostando por la violencia y en la intimidación de los oponentes) perdió fuerza en 2020.

De los principales candidatos apoyados explícitamente por el presidente (en una extraña lista que incluía a pastores, policías, militares y evangélicos) solo uno resultó elegido: el de Vitória, capital del estado de Espíritu Santo. Los bolsonaristas fueron derrotados en Fortaleza (estado de Ceará), Belém (Pará) y Río de Janeiro (RJ). La peor derrota ocurrió en Río de Janeiro, donde el obispo evangélico que ocupaba el ayuntamiento, con el apoyo de Bolsonaro y sus hijos, fue borrado del mapa y falló en el intento de reelección.

Sin embargo, es necesario prestar atención a un fenómeno importante. Los candidatos de derecha con un perfil más moderado salieron en gran parte victoriosos en la segunda vuelta. En varias capitales de estado, representantes de partidos tradicionales (como PSDB, MDB, DEM, entre otros) se enfrentaron a opositores de izquierda, utilizando el discurso bolsonarista como munición. Fue una operación política cargada de hipocresía. Las fuerzas de la llamada derecha «liberal» hicieron un llamado a la «moderación» en la prensa (para vaciar la polarización entre la izquierda y el bolsonarismo), pero en el choque concreto de las campañas, en las calles y en las redes, apelaron al imaginario de la extrema derecha que Bolsonaro ayudó a consolidar en el país.

Es como si Brasil asistiera al avance de una especie de bolsonarismo sin Bolsonaro. En Porto Alegre, capital del estado de Rio Grande do Sul, vimos una escena emblemática de ello. El candidato Sebastião Mello, del MDB, instaló una caja gigante de cloroquina en una esquina central de la ciudad y colgó carteles de su campaña en ella. Era como decir: «ustedes que creen en la cloroquina contra el virus, ustedes que no apoyan el discurso científico del aislamiento social y apoyan la locura de los bolsonaristas, voten por mí».

Incluso más que eso, en Porto Alegre se difundió una terrible ola de rumores contra la candidata Manuela D´Ávila (PCdoB / Partido Comunista de Brasil, con un diputado del PT / Partido dos Trabalhadores). Los carros sonoros que recorrían las calles y los memes que circulaban en las redes sociales, difundieron la narrativa de que Manuela representaba el «comunismo ateo», la «liberación del aborto» y (difícil de creer) defendería en el ayuntamiento la posibilidad de que los ciudadanos se alimentaran con carne de perro. Mello ganó las elecciones en segunda vuelta, con un discurso bolsonarista. No utilizó la figura del presidente, pero apeló a la simbología de extrema derecha.

En São Paulo, el candidato Bruno Covas del PSDB fue más discreto, pero aun así sus partidarios extendieron por la ciudad el rumor de que Guilherme Boulos (candidato del PSOL / Partido Socialismo y Libertad, con el apoyo de un amplio frente de izquierda) tomaría las casas de los ciudadanos, promovería invasiones e instalaría el caos. Boulos, un joven formado en filosofía y que trabaja en los movimientos de lucha por la vivienda, fue pintado como un peligroso «radical».

Lo peor ocurrió en Recife (Pernambuco) donde el candidato del PSB (partido socialista, al menos en el nombre) construyó su victoria contra Marília Arraes (PT) con un discurso antiizquierdista aterrorizante. Carteles repartidos por la ciudad, difundidos por los partidarios del PSB, pintaban al oponente del PT como un monstruo peligroso al servicio del «comunismo». En resumen, podríamos decir que si bien Bolsonaro y su núcleo duro fueron derrotados, el conservadurismo extremo que reunió en 2018 sigue vivo y fue capturado por el discurso de los viejos zorros de los partidos de la derecha brasileña.

Esta fue también una elección fuertemente marcada por la abstención de votantes —una mezcla de escepticismo y miedo de votar en medio de la pandemia— y por el espíritu de continuidad: la mayoría de los alcaldes actuales lograron reelegirse, como si el electorado hubiera dado una señal de que no pretende asumir riesgos en un momento en el que la prioridad es cuidar la salud.

Por otro lado, la izquierda salió de la elección con un saldo numérico bajo. El PT, el partido más grande del país que ocupó cuatro mandatos presidenciales en el gobierno central, no fue elegido en ninguna de las capitales de los 26 estados brasileños. Obtuvo logros medianos con Contagem y Juiz de Fora, en Minas Gerais; y Diadema y Mauá, en el Gran São Paulo; pero perdió la elección de las dos principales ciudades del interior de Bahía, una mala señal en un estado que lleva 14 años gobernado por el PT. Así, el partido de Lula salió de las elecciones con menos votos que en 2016, pero con un número prácticamente idéntico de ciudades (esto sucedió porque el PT perdió en las ciudades pequeñas, pero avanzó un poco en los municipios medios). En este sentido, este partido está prácticamente estancado en comparación con hace cuatro años, cuando el resultado fue desastroso tras el golpe parlamentario a la presidenta Dilma Rousseff. Definitivamente no es un resultado que se deba celebrar.

En el caso del PSOL, partido político que surgió como disidente del PT, la elección de Edmilson Rodrigues en Belém (capital del estado de Pará) es importante. Es la primera vez que este partido gobierna una capital de Estado en Brasil. Si bien es todavía un partido pequeño, se puede considerar victorioso, también por el crecimiento de Boulos en la segunda vuelta en São Paulo, que reemplaza al PT como la fuerza de izquierda en la gran urbe del país. Asimismo, el PCdoB consolidó a Manuela D Avila como referente nacional, a pesar de la derrota en Porto Alegre, aunque este partido redujo en mucho el número de ayuntamientos conquistados y tuvo un mal desempeño en Maranhão, el único estado brasileño gobernado por los comunistas; en São Luiz, capital de ese Estado, los candidatos apoyados por el gobernador Flávio Dino perdieron las elecciones tanto en la primera como en la segunda vuelta.

El bloque de centroizquierda PDT / PSB (los dos partidos tienen tradición de lucha popular, pero se han movido al centro en los últimos años) conquistó cuatro capitales en el Nordeste: Fortaleza, en Ceará y Aracaju, en Sergipe, fueron para el PDT; Maceió,en Alagoas y Recife, en Pernambuco con el PSB; y con ello conquistaron un liderazgo simbólico en un región donde es fuerte el PT. Este bloque es el núcleo de apoyo de Ciro Gomes para su proyecto presidencial en 2022. Ciro se volvió lo suficientemente fuerte como para romper con el PT y la izquierda; pero fuera del Nordeste no tiene peso para imponerse como candidato a una alianza que también incluye al DEM y a otras fuerzas de derecha. En este sentido, Ciro Gomes salió de las elecciones dirigiendo fuertes ataques verbales contra el PT y la izquierda, y todo apunta a que podría convertirse en un apéndice de la derecha en la disputa nacional de 2022.

A la derecha hay dos bloques, que hoy se unifican bajo el programa ultraliberal y antisocial de Jair Bolsonaro, pero que tienen matices en la relación con el presidente extremista. Por una parte, el PSDB, el DEM y el MDB («derecha liberal») que apoyan a Bolsonaro en casi todo, especialmente en la agenda económica privatizadora y en la destrucción de derechos; pero no se alinean con el discurso anticientífico y de destrucción ambiental patrocinado por el capitán y sus seguidores neofascistas.

El PSDB (que ya gobernó Brasil con FHC, entre 1995 y 2002) sale de las elecciones con un número mucho menor de alcaldías, y se consolida como una fuerza cada vez más paulista, gobierna el estado de São Paulo (el más rico del país) desde 1995. El DEM (heredero de la antigua ARENA, partido que dio apoyo político a la dictadura militar) logró alcanzar una mayor capilaridad nacional, eligiendo alcaldes en capitales y también en cientos de pequeños municipios. El número de municipios que gobernará prácticamente se ha duplicado, conquistando incluso el de Río de Janeiro, la segunda ciudad del país.

El otro bloque lo integran el PP, el PSD, Republicanos y el PL, que forman un grupo conservador (llamado «Centrão») que integra oficialmente el gobierno de Bolsonaro, y que sale reforzado de las elecciones. Así, si bien estos partidos conquistaron solo unas pocas capitales, consiguieron los gobiernos municipales de muchas ciudades pequeñas y medianas. Fueron los grandes vencedores, en términos numéricos, en las elecciones municipales.

La ofensiva conservadora en Brasil

El balance de la elección, sin embargo, no puede solo basarse en una evaluación numérica. Algunos hechos deben registrarse y entenderse en una perspectiva más larga. Brasil enfrenta una ola conservadora, iniciada en 2013 con manifestaciones callejeras que comenzaron con demandas de «izquierda», de transporte público de calidad, pero terminaron capturadas por la derecha, exigiendo abiertamente el derrocamiento del gobierno Dilma Rousseff (PT). El 2013 también marcó el final del auge económico resultado del aumento de los precios de las materias primas, lo que permitió a los gobiernos del PT distribuir ingresos, crear decenas de programas de inclusión social e incorporar a millones de brasileños al consumo. En la presidencia del país, siempre en gobiernos de coalición con partidos de centro y derecha, Lula primero (2003-2010) y Dilma después (2011-2016) hicieron todo esto sin intervenir ni modificar la estructura productiva del capitalismo brasileño. Un reformismo de baja intensidad, que apostó a la conciliación con la burguesía.

La inclusión de los sectores populares se hizo sin politización, a diferencia de los procesos que tuvieron lugar en Bolivia, en Ecuador, en Venezuela e incluso en Argentina. Muchos de los que ascendieron bajo los gobiernos del PT vieron esto como resultado de su esfuerzo personal y no de las políticas públicas implementados. Por otra parte, los programas de inclusión generaron resentimientos en la clase media tradicional y en parte de la élite que inició una guerra de exterminio contra el PT, profundizada a partir de las manifestaciones de 2013.

En 2014, Dilma aún logró ser reelegida por un estrecho margen, reafirmando el programa distributivo e inclusivo. Pero luego de las elecciones, ya en el gobierno, la presidenta puso en marcha un ajuste liberal, tal como era exigido por las «fuerzas del mercado». Dilma perdió el apoyo popular al adoptar este camino.

Al mismo tiempo, la derecha (cuatro veces derrotada en las urnas por Lula y Dilma) no aceptó el resultado del 2014 e inició un proceso de golpe parlamentario contra la presidenta. La Operación Lava-Jato brindó a los medios conservadores, en el mismo período, el discurso para construir la imagen de un «PT corrupto». Así, se detuvo a dirigentes de partidos, ex ministros, empresarios y empresarios, a menudo de forma arbitraria. El propio Lula fue arrestado ilegalmente en 2016, su casa fue invadida por agentes federales y sufrió «conducción coercitiva» para testificar, aunque nunca se había negado declarar.

Esta ola conservadora no existiría ciertamente sin el patrocinio del Imperio del Norte. Investigaciones posteriores indicaron que el juez de Lava-Jato, Sérgio Moro, y los fiscales responsables de los casos actuaron bajo la dirección de agencias estadounidenses. A pesar de no interferir con las estructuras de poder ni amenazar al gran capital en Brasil, los gobiernos del PT crearon una estrategia de desarrollo autónomo, ayudando a construir un nuevo orden fuera del control de Washington, con la UNASUR, la CELAC y el bloque de los BRIC. Todo esto disgustó a Estados Unidos.

La campaña mediática y parlamentaria, reforzada por el Lava-Jato, llevó a millones de brasileños a las calles, pidiendo el derrocamiento de Dilma. Con el golpe de 2016 cumplido, Michel Temer (el vicepresidente de Dilma, que aceptó liderar el gobierno golpista) encabezó un gobierno conservador, con una agenda liberal y de destrucción de derechos.

Con el Lava-Jato continuó el ataque contra Lula y el PT. A pesar de esto, y debido al fracaso de Temer en la economía, Lula emergió como favorito en las elecciones presidenciales de 2018. Luego fue arrestado arbitrariamente tras una condena en tiempo récord por parte del juez Moro. Sin Lula, pero también sin un candidato «liberal» viable en las urnas, la derecha eligió al neofascista Jair Bolsonaro para representarla. El ex capitán del ejército, que defiende la tortura y la dictadura militar de 1964, ganó en la segunda vuelta al candidato del PT, Fernando Haddad. Incluso con Lula arrestado, Haddad obtuvo el 45% de los votos y el PT eligió al grupo más grande de diputados federales, además de cuatro gobernadores, todos en la región noreste.

Ya en el poder, el bolsonarismo resultó ser una tragedia. El país se hundió en una crisis económica, moral y de salud pública. El juez Moro, decisivo para impedir que Lula fuera elegido, se convirtió en ministro de Justicia del gobierno de extrema derecha. Jair Bolsonaro coqueteó con un autogolpe en mayo de 2020, alentando manifestaciones callejeras que pedían el cierre del Congreso y la Corte Suprema. Pero fue contenido. Así, las elecciones municipales (que en Brasil siempre ocurren en medio del período presidencial) llegaron con su popularidad en declive y, finalmente, fue derrotado en las urnas. El discurso de odio que construyó, sin embargo, sigue vivo y fuerte.

Perspectivas de la coyuntura hacia 2022

Bolsonaro logró sobrevivir políticamente a la desastrosa gestión de una pandemia que ya mató a casi 200.000 brasileños. Mantuvo cierta cohesión social gracias a la “Ayuda de Emergencia”, una política de ingresos aprobada por el Congreso Nacional pero que el gobierno no pudo renovar para 2021. Sin la extensión del programa de ingresos, con el desempleo y la inflación en alza, y con el hambre retornando, Bolsonaro debe enfrentar meses difíciles y decisivos en el primer semestre de 2021. El discurso de odio que promueve el presidente moviliza a una base fanática cada vez más pequeña y depende, cada vez más, del apoyo de la corporación militar y de los partidos tradicionales de derecha del «Centrão». Sin embargo, ese apoyo puede evaporarse si la crisis se agrava.

La «derecha liberal», que apoyó las medidas económicas de Bolsonaro pero se diferenció respecto del manejo de la pandemia, intentará presentarse como una alternativa de poder en 2022. Gobernadores y alcaldes de fuerzas tradicionales como PSDB, DEM y MDB adoptaron medidas de distanciamiento social y defendieron los protocolos científicos frente al negacionismo de Bolsonaro, mientras que el presidente y sus patéticos asesores rechazaron el uso de máscaras y continúan difundiendo teorías de conspiración contra las vacunas y los procedimientos médicos básicos para enfrentar la COVID-19.

La derecha liberal intentará culparlo del fracaso gubernamental frente a la pandemia y por el desastre social, que —sin embargo— también se debe a una mala gestión económica. El gobernador de São Paulo, João Dória (PSDB), quiere ser el candidato a la presidencia de la República de ese bloque en 2022. Pero es más probable que la DEM (bajo la coordinación del actual presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia) tenga un papel central en la definición de un candidato que podría no ser «de la política»: el presentador de TV Globo Luciano Huck ya se lanzó a competir.

El presidente de la República —que hoy no tiene partido y no pudo crear su propia leyenda, lo que también indica su fragilidad política— podría sumarse a una de las leyendas del Centrão, para postularse en 2022, renunciando así a la imagen de «forastero». Lo más probable, por tanto, es que la derecha se divida en dos bloques en 2022: la derecha liberal, con Dória / Huck u otro nombre simpatizante del «mercado»; y el bolsonarismo, menos agresivo que en 2018 y más dependiente de los partidos tradicionales de derecha. Otra posibilidad es que los dos bloques (derecha liberal y Centrão) lleguen a algún tipo de acuerdo, para que Bolsonaro concluya su mandato, pero renunciando a postularse para la reelección, a cambio de que sus hijos se salven en los procesos que investigan las conexiones de Flavio, Carlos y Eduardo con milicianos, escuadrones de la muerte y esquemas de corrupción.

¿Y la izquierda? El antipetismo, el control conservador de los tribunales judiciales que continúan bloqueando a Lula como candidato, el conservadurismo que se extiende por sectores populares que alguna vez adhirieron al PT y que se reflejó en los resultados electorales de 2020; todo ello parece indicar que los bloques conservadores hoy son favoritos para ocupar el poder a partir de 2022.

Sin embargo, la crisis que seguramente vendrá en 2021, abrirá la oportunidad para que las fuerzas de izquierda cuestionen el modelo desmantelador y privatizador, en un momento en que el Estado brasileño y el SUS (sistema público de salud) fueron decisivos para prevenir un desastre aún mayor. La izquierda, en las elecciones municipales, puso a prueba una unidad de fuerzas en varias capitales, aglutinando al PT, el PSOL y el PCdoB. Esta unidad, reproducida en 2022, podría plantear alguna perspectiva para disputar la presidencia.

Los desafíos de la izquierda

Algunos analistas de los medios conservadores destacan que el PT, por primera vez desde el fin de la dictadura, no consiguió ningún alcalde capitalino. Es como si estos datos revelaran la irreparable decadencia de la izquierda. Pero es necesario observar el hecho desde otro ángulo: el proceso de apertura y consolidación de la democracia en Brasil, que duró de 1985 a 2016, fue interrumpido con el golpe de Estado contra Dilma. El hecho de que el PT no gane una ciudad capital de Estado es solo un indicio más de que ya no vivimos un período de normalidad democrática. En ese sentido, el golpe de 2016 en Brasil sigue esta lógica: a) el principal referente de la izquierda (Lula) está proscripto a través del Poder Judicial y b) el PT debe ser borrado, deshuesado y, si es posible, extinguido, aunque con trazos lentos. Se afirma así que vivimos en una situación “normal” siendo este partido atacado, tuvo un presidente derrocado, su líder más grande encarcelado ilegalmente y sigue siendo tratado como un enemigo al que hay exterminar. Por el contrario, lo sorprendente es que el PT se mantenga en pie después de tantos ataques.

Pero esto no debería ser motivo de un análisis escapista o condescendiente: la izquierda brasileña y su principal partido siguen siendo asediados. La gran ola conservadora, que comenzó en 2013 y se fortaleció entre 2016 y 2018, perdió algo de su intensidad en 2020. Pero, no se ha agotado. Lejos de ello, el antipetismo, alentado durante más de 15 años, cosechó una victoria en las elecciones de 2020. Este es un hecho ineludible. También es importante reconocer que las dificultades que enfrenta el PT, para romper este cerco, no se deben solo a la estrategia de exterminio adoptada por la derecha, ni a los errores e ilusiones de la conciliación de clases adoptada en los años en que estuvo en el poder. También se explica por el hecho de que la sociedad brasileña que generó el Partido de los Trabajadores ha cambiado profundamente.

El PT, fundado en 1980, es el resultado de un trípode de fuerzas sociales creados en la década de 1970: a) el nuevo sindicalismo, que representó a las categorías de trabajadores industriales y del sector servicios; b) las comunidades católicas de izquierda organizadas en torno a la teología de la liberación; y c) las ex organizaciones de izquierda marxista, sobrevivientes de la lucha contra la dictadura.

La Teología de la Liberación ha perdido terreno en las últimas décadas, dando lugar al crecimiento de los evangélicos neopentecostales en las periferias de Brasil. Las organizaciones marxistas de izquierda se diluyeron en el PT o se escindieron hacia el PSOL. El sindicalismo, por otro lado, enfrenta la mayor crisis desde 1970. La industria brasileña fue diezmada, los sindicatos tienen una base cada vez más pequeña, y sufrieron un duro golpe con la reforma laboral de Temer, que tomó las fuentes de financiamiento de las organizaciones de trabajadores. Es como si el mundo del trabajo y la realidad social que dio origen al PT ya no existieran.

El partido y la izquierda brasileña en su conjunto deben lidiar con nuevas categorías de trabajadores, más dispersos, sobreexplotados, que viven en la informalidad y sin la protección de los sindicatos. Otro desafío es dialogar cada vez más con los movimientos sociales —de mujeres, afrodescendientes, indígenas, LGBT, jóvenes— que lograron elegir a decenas de representantes en los ayuntamientos en 2020, casi siempre por partidos de izquierda. Este fue también un hito importante de esta elección: la renovación de los escaños de izquierda, con jóvenes, negros y mujeres a la cabeza en las principales ciudades.

Esto no quiere decir que el PT no pueda renovarse y adaptarse, como hicieron los partidos con tradición obrera en Europa: como el PSOE en España, el PS portugués e incluso el Partido Laborista inglés. Pero tal vez el PT ya no pueda liderar solo a una clase trabajadora multifacética y fragmentada que parece identificarse más con los movimientos que con los partidos.

Conclusiones

El PT y el PSOL parecen salir de las urnas como fuerzas complementarias (y no competidoras) para enfrentar a la derecha en Brasil. El resultado de 2020 apunta a la necesidad de construir una izquierda más amplia, con caras nuevas y otras siglas que compartan el espacio con los miembros del PT. Parece ser la forma más inteligente de romper el cerco del antipetismo que pretende aniquilar a la izquierda brasileña como alternativa al poder. «Con el PT, pero más allá del PT» es la fórmula sugerida por el gobernador de Maranhão, Flávio Dino (PCdoB), señalando que los esfuerzos por construir una izquierda sin Lula y su partido son obtusos o malintencionados.

Por otra parte, el Partido Comunista de Brasil se enfrenta a un enorme desafío de supervivencia y no puede pasar por la «cláusula barrera» que se impondrá a los partidos en las elecciones de 2022. Esto probablemente obligará al PCdoB (que está cerca de completar 100 años de historia) a buscar una fusión con otra fuerza de izquierda. Lula sigue siendo el jugador que marca el ritmo en el centro del campo, aunque no necesita marcar todos los goles: hay gente más joven para recibir el lanzamiento por delante, tanto en el PT (Haddad, Marília Arraes y la gobernadora de Bahía, Rui Costa), así como en otros partidos de izquierda (Boulos, Dino, Manuela). Finalmente, quienes estudian la elección en profundidad dicen que la elección municipal no condiciona de manera absoluta la próxima elección presidencial; pero ciertamente ofrece pistas.

Este es el resumen de 2020 en Brasil, nos guste o no. La derecha fascista retrocedió, la derecha tradicional avanzó y la izquierda se mantuvo en el mismo lugar, con derrota en las cifras generales, pero algunas victorias políticas que apuntan en la dirección de la construcción unitaria y de un programa actualizado para los nuevos tiempos. Sin motivo de euforia ni de depresión, la batalla está por delante.

Arriba

La presencia de los hombres de Dios en las elecciones municipales[1]

Es innegable que los trabajadores más empobrecidos de nuestro país buscan en la religión refugio y acogida en momentos de crisis. Las políticas de solidaridad realizadas en mayor número durante la pandemia dejaron a la vista la presencia de la religiosidad en las periferias de nuestro país, así como el papel que ella ocupa.

Desde la década de 1990, quienes han dado respuestas cotidianas para esas trabajadoras y trabajadores son las iglesias evangélicas que crecen principalmente en las periferias de Brasil. Las iglesias neopentecostales nacen del suelo urbano y pasan a ocupar un papel destacado. En este ámbito, las categorías de espacio-tiempo son indispensables: el proceso de territorialización de las iglesias evangélicas en Brasil ocurre entrelazado con la transición de un país mayoritariamente rural a un país urbano, proceso que se inicia en la década de 1930 y se consolida a mediados de 1970; esa transición estuvo marcada por el avance de la pobreza y de la exclusión social, entre otras cuestiones.

Las iglesias evangélicas se expanden y se hacen presentes en segmentos esenciales para la manutención de la vida y el bienestar del pueblo: crean centros culturales promoviendo actividades para niños, niñas y jóvenes; acogen a la comunidad juntamente con sus problemas personales y, por medio de acciones, promueven la organización de la vida cotidiana y material de la población. Estas se hacen presentes donde las políticas públicas no llegan. Lo que percibimos por medio de la actuación en los territorios, relatos y estudios acerca de la temática es que la comunidad religiosa ofrece una red de apoyo y de actividades que amplían las relaciones sociales y la circulación de hombres y mujeres en la esfera pública.

Frente a estas cuestiones, la propuesta de esta investigación es caminar por un sendero que es recorrido por diversos investigadores/as, militantes y grupos de estudios: los evangélicos neopentecostales y la política. Así, buscamos poner el ojo en los evangélicos en las Elecciones Municipales de 2020, con el objetivo de comprender los avances de estos grupos en el escenario político brasileño, que apareció con fuerza en las elecciones de 2018[2].

Las corrientes evangélicas y sus olas

Frente a la discusión propuesta, es necesario un rescate histórico sobre el avance de las iglesias evangélicas en Brasil, así como sobre sus fundamentos histórico-institucionales y los cambios en el escenario político. Las corrientes evangélicas en el Brasil se pueden clasificar según Mariano (1999) en tres olas: la “primera ola” se produjo a mediados de 1910, con la instalación de las iglesias de la Congregación Cristiana en el Brasil, fundadas por italianos, y de la Asamblea de Dios, fundada por suecos. En 1950 tenemos lo que se llamará la “segunda ola”. En este período surgen la Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular, la Iglesia Pentecostal Dios es Amor y la Casa de la Bendición, por nombrar algunas.

Para Borges (2017), no hubo una ruptura teológica entre la primera y la segunda ola pentecostal. Lo que difiere son los medios de comunicación utilizados, ya que la “primera ola” mantiene formas más tradicionales de diseminar su palabra, diferentes de la segunda. Un punto importante de este período es que el fundador de la Iglesia Dios es Amor, David Miranda, fue el pionero del mercado del evangelio brasileño, al emprender esfuerzos en la creación de sellos discográficos y editoriales pentecostales.

En 1980, la “tercera ola” marcó un corte histórico-institucional con la línea pentecostal y presentó un carácter innovador. El neopentecostalismo tiene su génesis en la segunda mitad de la década de 1970 y se expande y fortalece en las décadas siguientes. La Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) (RJ, 1977), la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios (RJ, 1980) y la Iglesia de Cristo Vive (RJ, 1986) son las principales instituciones religiosas que surgieron en este período.

El proceso de modernización en la década de 1970 se caracterizó por el avance de la industria cultural y la inserción de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Tales avances permitieron a esta corriente una nueva forma de relacionarse, producir, comunicar y difundir su discurso teológico. En otras palabras, el neopentecostalismo se adaptó de manera singular a las condiciones impuestas por el capitalismo: la expansión del poder adquisitivo de la clase obrera y la resignificación de las relaciones espacio-temporales.

En este período, los evangélicos consolidaron una territorialidad más fluida, más pulverizada y menos centralizada. Construyeron iglesias en las esquinas, ocupando salas comerciales en los centros de las ciudades, reformando teatros y cines, y se dispersaron en las periferias y en los centros para satisfacer las demandas contemporáneas, de acuerdo a lo que afirma Oliveira (2012).

Otro elemento de esta “tercera ola” pentecostal es la lógica cliente-fe (instituciones religiosas burocráticas), la guerra contra el diablo, la teología de la prosperidad y la teología de la dominación[3]. La teología de la prosperidad se sostiene de modo redundante, bajo el argumento de que si Dios puede sanar y curar el alma, también puede conceder la prosperidad.

La teología de la prosperidad se expande en Brasil desde los años 70. Uno de los principales exponentes de esta teología fue el obispo Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), en 1977. El punto central es la comercialización de la fe; la narración sostiene que la pobreza y la enfermedad son maldiciones que afectan a la vida de los hombres y mujeres que no se preocupan por acumular riquezas en la tierra. Esa ideología se disemina con una intensidad abrumadora en los diversos medios de comunicación.

La Teología de la Prosperidad fragmenta e individualiza a la clase trabajadora. Si no naciste con el “boleto ganador”, debes esforzarte día tras día para lograrlo. Así el capital materializa todas las cuestiones objetivas y subjetivas de la vida de los hombres y las mujeres, en el equivalente de todos los bienes: el dinero. De esta ,manera, se ocultan las cuestiones estructurales del neoliberalismo y el capitalismo, especialmente en relación con la desigualdad y con la explotación. Se sostiene la idea de “falsa esperanza” y se reafirma el fetiche de la mercancía, donde la fe y la esperanza pasan a estar mediadas por un conjunto de mercancías sistemáticamente fetichizadas.

Desde el punto de vista político, la tercera ola se caracteriza por una burocratización directamente asociada a cuestiones de jerarquía, al estar desvinculada de las cuestiones colectivas, públicas y de un debate para el bien común. Pérez Guadalupe, cientista político y sociólogo peruano, defiende la tesis de que en Brasil convivimos con evangélicos políticos y no con políticos evangélicos. Es decir, no son realmente políticos, son religiosos. Lo que buscan es aprovechar la política para llegar al poder y, de esta manera, continuar con sus objetivos religiosos.

No son políticos en el sentido estricto de la palabra, haciendo política para buscar el bien común de su país, tanto que no tienen ninguna propuesta sobre ningún tema que no sea la agenda moral. Su principal propuesta es moralizar la política. Tal análisis es problemático y se desentrañará a lo largo del texto.

La comunidad evangélica está repleta de contradicciones y figuras políticas populares. Flordelis, Everaldo, Crivella, Damares Alves, André Mendonça y Milton Ribeiro, que están vinculados al segmento conservador, están en el rol de fundamentalistas, extremistas y reaccionarios políticos. Este grupo no tiene ideas sobre economía, políticas públicas o propuestas para mejorar la vida de la población. Intervienen en el debate de los temas que generan polémicas en el universo cristiano, como la legalización del aborto, la despenalización de las drogas, la unión entre parejas del mismo sexo, entre otros. Sus proyectos versan sobre  la prohibición de la adopción por homosexuales, la enseñanza del creacionismo, el castigo de la “heterofobia”, el día del “orgullo heterosexual” y la conceptualización del aborto como un crimen atroz.

Lo que notamos son grupos religiosos que se centran en un proyecto ideológico en varios campos como la cultura, la educación, la economía y la política —y todo lo que va en contra o cuestiona la posición de este proyecto se toma como la estrategia del diablo para su debilitamiento—. ¿Cómo podemos decir que los evangélicos no son políticos si consideramos su masificación, su capacidad de aglutinación y de convencimiento?

Siguiendo esta reflexión, Souza y otros (2019) afirman que algunas iglesias suelen demonizar a las organizaciones y personas que tipifican como adversarios en los ámbitos religioso, económico, mediático y político, y que cuando algunos de sus representantes parlamentarios son acusados de corrupción, también acaban sufriendo una demonización seguida de un descarte institucional.

Elecciones municipales de 2020

En 2015, el sitio web de la Cámara de Diputados publicó 199 nombres de diputados y cuatro de senadores que conforman el Frente Parlamentario Evangélico, la última legislatura se publicó en los Diarios de la Cámara de Diputados el 9 de noviembre de 2015. Actualmente, el sitio web de la Cámara de Diputados publica 195 nombres de diputados y ocho senadores que constituyen el Frente Parlamentario Evangélico, la última legislatura se publicó en los Diarios de la Cámara de Diputados el 17 de abril de 2019. Miembros de los más diversos partidos, de muy diversas ideologías, se han unido en defensa de los principios evangélicos.

Cabe destacar que este grupo está formado en su mayoría por calvinistas, que se guían por el legado del francés Juan Calvino. La teología de Calvino está presente en diversas denominaciones, en varias iglesias bautistas y pentecostales en Brasil. Avanzar en el análisis de este grupo es distanciarse del objetivo pretendido en el texto. Por lo tanto, nos limitamos en este primer momento a mirar solo a los grupos neopentecostales.

Es evidente que los avances de los neopentecostales en la política no se produjeron de la noche a la mañana. Se basaron en cuestiones relacionadas con la moral religiosa y la seguridad pública, elementos que se utilizaron en 2018 y potenciaron la elección del actual presidente Jair Messias Bolsonaro. Según el Grupo de Estudio sobre la Religión y la Esfera Pública, vinculado al Centro Brasileño de Análisis y Planificación (Cebrap), los pastores y líderes religiosos de las periferias consiguen tener un amplio contacto con los fieles. Pero, ¿quiénes son estos fieles?

A través de los datos publicados por Datafolha (2019), la base social del universo evangélico está compuesta en su gran mayoría por mujeres negras con un salario medio de dos salarios mínimos. Tres elementos son importantes en este análisis: género, raza y clase. Para Machado (2020), la presencia de estos elementos se debe a una serie de factores objetivos y subjetivos, como los altos índices de violencia contra los jóvenes negros y las mujeres, junto con la debilidad del Estado para estar presente en la periferia de las grandes ciudades; los pastores presentan un perfil social muy cercano a los fieles, hablan de temas presentes en la vida cotidiana de las comunidades, como la familia, el matrimonio, la violencia, el consumo de drogas, el desempleo, las enfermedades, etc.; los servicios están marcados por una fuerte emoción y participación de los fieles, lo que acaba generando pertenencia, acogida y reconocimiento.

Los pastores generan visibilidad y referencia en los territorios. Conocen los nombres de los fieles, sus problemas personales, su dirección residencial, su ocupación, establecen un vínculo directo con el electorado, generan una relación de confianza, se presentan como representantes de la comunidad.

El Tribunal Superior Electoral (TSE) no divulga estadísticas sobre la religión de los candidatos, pero con base en los datos proporcionados por el Núcleo de Estudios de la Democracia Brasileña (NUDEB) de la UFRJ y otras encuestas, puede señalarse en 2020 un aumento del 34% en el número total de candidaturas de representantes de este segmento religioso en las elecciones municipales de 2020, en comparación con el año 2016. Este aumento representa una difusión ideológica en todo el país y se refleja en la arena política de los últimos períodos. En otras palabras, más y más evangélicos están siendo elegidos y cada vez más el discurso religioso gana volumen en la política nacional.

Las elecciones municipales de 2020 estuvieron marcadas por candidaturas evangélicas en 24 de las 26 capitales, como Florianópolis, Belo Horizonte, Palmas, São Luís, São Paulo y Vitória. Los republicanos, un partido vinculado a la IURD, lanzaron candidatos en 14 capitales. En total, había 47 candidaturas mapeadas que se declaran evangélicas o reciben apoyo (NUDEB, 2020).

Los candidatos evangélicos se dispersaron por 28 partidos. El partido con mayor afluencia de candidatos explícitamente religiosos fue el Republicano, con 863 candidatos, que también lidera entre los claramente evangélicos, 394. Esta proporción de cristianos ha crecido un 48 por ciento dentro del partido desde las últimas elecciones. El segundo fue el PSC, que perdió el 10% de los cuadros abiertamente evangélicos de 2016 a 2020.

Estas cifras pueden ser más altas por algunas razones: no todos los religiosos utilizan términos vinculados a la fe en su denominación y entre los que sí lo hacen, no todos son específicos. En este escenario, la presencia de los líderes políticos evangélicos es creciente, cuenta con respaldo social y está ligada al bolsonarismo. Los partidos políticos han reclutado líderes religiosos y militares para disputar las prefecturas, siguiendo la estructura explotada por Bolsonaro.

Las iglesias evangélicas y la política presentan una relación simbiótica que se consolidó en las elecciones de 2018. Al registrar a los candidatos en la contienda electoral, las iglesias neopentecostales hacen uso de todos los artificios posibles —por ejemplo, la Universal del Reino de Dios (IURD) apeló a boca de urna, campaña en los servicios y movilización de voluntarios para impulsar a los candidatos en estas elecciones.

Según un informe de Agência Pública, el material distribuido frente al Templo de Salomón, en el Gran São Paulo, estaba orientado a un voto hacia el concejal André Santos y el entonces candidato a la alcaldía Celso Russomano, ambos Republicanos. Russomano contó con el apoyo del presidente Jair Bolsonaro, que no aportó mucho, considerando que el candidato no pasó a la segunda vuelta, a diferencia de André Santos, elegido con 41 584 votos.

En Río de Janeiro, Marcelo Crivella, obispo licenciado de la IURD, fue derrotado por su predecesor Eduardo Paes (DEM). No se trata de celebrar la elección de Eduardo Paes, sino de mirar la derrota de Crivella y comprender los cambios que provoca en el proyecto político de los evangélicos neopentecostales y en el bolsonarismo. El apoyo del presidente no fue decisivo en la elección de alcaldes en dos de las mayores capitales de Brasil. Esto no coloca el proyecto de izquierda en la discusión, sino que señala una disputa entre la derecha tradicional y la derecha conservadora.

Mirando las capitales que tenían candidaturas evangélicas o apoyo de los partidos evangélicos, la elección de 2020 terminó de la siguiente manera: en la capital de Amazonas, el candidato evangélico David Almeida (Avante) fue elegido alcalde. En Cuiabá, el candidato evangélico Abílio Júnior (Podemos) fue elegido alcalde. Devoto del bolsonarismo, Abilio asumió una campaña genuinamente bolsonarista, incluyendo la réplica de los discursos del presidente.

Marquinhos Trad (PSD), evangélico y primo del exministro de Salud Henrique Mandetta —y que apoyó a Bolsonaro en las elecciones de 2018— fue elegido en Campo Grande. La capital de Goiás está tradicionalmente administrada por evangélicos. El escenario no ha cambiado, ya que el candidato elegido fue Maguito Vilela (MDB). En Vitoria, se eligió al delegado Lorenzo Pazolini (Republicanos). En la capital de Santa Catarina fue reelegido Gean Loureiro (DEM), quien tiene como vicepresidente a Topázio Silveira Neto (Republicanos). La placa de Loureiro fue apoyada por la Iglesia Universal y tiene una buena relación con Bolsonaro.

Es innegable el crecimiento de las candidaturas evangélicas y el protagonismo de Republicanos, partido vinculado a la IURD, que lanzó candidaturas a alcalde o vicealcalde en 14 capitales. En total, se han presentado 38 candidaturas que se declaran evangélicas o reciben apoyo del partido. De las cinco ciudades en las que Republicanos se presentó a la segunda vuelta de las elecciones, el partido eligió tres alcaldes y cuatro tenientes de alcalde. Si consideramos el número de alcaldes elegidos por los partidos en Brasil en la última elección (2016), el PSC pasó de 87 a 116 y Republicanos de 103 a 211 en 2020, estando entre los partidos que más crecieron en los últimos períodos.

Aramis Silva, antropólogo e investigador del Cebrap, refuta las afirmaciones hechas por el politólogo Pérez Guadalupe en 2018. Para el antropólogo, estos agentes, a menudo considerados como fanáticos e incomprendidos, son los principales protagonistas de la disputa por un nuevo proyecto político, ideológico y económico para el Brasil. Bajo ninguna circunstancia debemos subestimar a las organizaciones políticas evangélicas; el camino que se han trazado nos pone frente a un ambiente de disputa.

Sin embargo, no todo está perdido. En julio de 2020 se lanzó la Bancada Evangélica Popular, que concentra a quienes se declaran de izquierda. El sitio web de la bancada se define como:

Somos un movimiento popular de evangélicas y evangélicos que desean participar directamente en la política. A la luz de la Palabra de Dios, queremos promover políticas públicas concretas que acaben con la desigualdad social y promuevan la justicia, la paz y la dignidad para todos. Nuestro propósito es ocupar las cámaras y asambleas con una Bancada Popular Evangélico que luche y defienda los derechos de nuestro pueblo. Lo haremos indicando y apoyando a nuestros hermanos y hermanas que están dispuestos a luchar en las candidaturas, de forma multipartidaria. No hay en este movimiento y su intención, una expresión unívoca de pensamiento político y/o teológico, ya que cada uno de sus representantes, así como la base de apoyo y los simpatizantes, comparten una diversidad de entendimiento sobre estas cuestiones. Pero nos unimos desde nuestra identidad y preceptos teológicos y políticos básicos que comparten la comprensión del papel como cristiano-evangélicos, agentes del Reino de Dios, para promover la transformación social. (Bancada Evangélica Popular, 2020)

La bancada es creada por seis pastores —un presbítero y un activista—, defiende el Estado laico y combate contra la desigualdad social. En una de las publicaciones, condena el acto de pedir votos en el púlpito, una referencia a los pastores e iglesias que usan el espacio religioso para hacer propaganda política, lo cual está prohibido por la ley electoral. En su manifiesto oficial, el movimiento cita el crecimiento de la corriente en  Brasil y afirma que, a pesar de ello, los religiosos todavía no causan “un impacto en el proceso de ruptura con este sistema maligno e inhumano que ha aumentado estos índices de opresión y maldad contra nuestro pueblo».

La Iglesia Universal del obispo Edir Macedo, directamente vinculada a los Republicanos (partido político brasileño), ha lanzado una ofensiva contra esta bancada desde su página web oficial:

Este es un tipo de movimiento que viene a tratar de tergiversar la Palabra de Dios. Hay dos razones para justificar el hecho de que un cristiano sea de izquierda: o no entiende lo que es ser de izquierda o no sabe lo que es ser cristiano. Esto se debe a que los países que adoptan políticas de izquierda viven bajo un régimen absolutista, que tiene como uno de sus objetivos recortar la libertad de los individuos, incluidos los religiosos. Otra característica de los países que adoptan posturas de izquierda es el comunismo. Y entre sus principales peculiaridades está la división de los medios de producción de manera igualitaria para todos, confundiendo la igualdad con la justicia social. Mientras tanto, el gobierno culpa a toda una sociedad por el progreso o el retroceso de la Nación —sin hacer responsable al individuo— pero prospera sobre ella. (IURD, 2020)

Hubo también una serie de manifestaciones contra el llamado voto de cajado, un método similar al voto de cabresto[4] adoptado por las iglesias evangélicas para hacer que los fieles voten por los candidatos creyentes —esta estrategia suele ocurrir en la liturgia del culto. La Red FALE ha organizado un manifiesto contra la emisión de este tipo de voto, abogando por el ejercicio consciente del voto y la participación popular, con la debida distinción de papeles entre el Estado y la Iglesia.

Silas Malafaia, Edir Macedo y muchas otras figuras tenían un discurso hegemónico, hablando siempre en nombre de todos los evangélicos. Sin embargo, el surgimiento de la Bancada Popular Evangélica, el grupo Cristianos contra el Fascismo y otras candidaturas progresistas nos mostraron que la polarización política ha alcanzado a las iglesias evangélicas de nuestro país. Se abre una brecha para la inserción de un nuevo debate, oponiéndose a la línea ideológica conservadora presente en las iglesias y territorios donde el bolsonarismo se ha vuelto hegemónico. En general, no nos faltan elementos para el análisis en los próximos períodos, y cuanto más digamos que no conocemos a los evangélicos, mejor.

Consideraciones finales

En un intento de sistematizar y no agotar la discusión que aquí se lleva a cabo, cabe destacar algunos puntos:

– La presencia de los líderes políticos evangélicos es creciente, cuenta con respaldo social y está ligada al bolsonarismo; esto es un hecho. En la escena nacional, los partidos políticos PSC y Republicanos apostaron por los líderes religiosos y militares para competir en las elecciones municipales, siguiendo la estructura que eligió Bolsonaro, y tuvieron éxito.

– Republicanos se ha consolidado como un partido que no se vincula directamente con la iglesia, no utiliza un lenguaje religioso explícito. Sin embargo, sus principales líderes están vinculados a la IURD; por lo que debemos ser conscientes del movimiento político de este grupo.

– Las iglesias evangélicas no están exentas de polarización política, el electorado evangélico está insatisfecho con sus representantes políticos. Prueba de ello es el surgimiento de la bancada evangélica popular y el lanzamiento de candidaturas evangélicas progresistas. Estos cambios permiten abrir debates como la laicidad del Estado y la transformación de la cultura política brasileña.

– Los candidatos evangélicos de derecha y centroderecha se sitúan como fieles al discurso de la moral religiosa y la seguridad pública. Sin embargo, el apoyo de Jair Bolsonaro no fue decisivo en la elección de alcaldes por el electorado. Las polémicas que rodean al gobierno de Bolsonaro tienen su credibilidad, pero no la suficiente como para desgastar al gobierno.

– El MDB sigue teniendo el mayor número de municipios, como en las pasadas elecciones. El DEM fue el que más rápido creció en números absolutos en comparación con hace cuatro años. El PT sólo ocupó 183 municipios.

– Este año, los electores evangélicos representan casi un tercio del universo electoral y deberían aumentar en los próximos períodos. Es necesario asumir aún más la batalla por los corazones, las mentes y las ideas, así como dar respuestas concretas a los hombres y mujeres: nos corresponde a nosotros avanzar en la comprensión de las subjetividades de nuestro pueblo. Y algo que es un hecho, varios de estos males que invaden nuestra sociedad ya estaban presentes antes del avance del neopentecostalismo.

– Debemos estar atentos y no confiar en la posverdad, lo que está en juego es una disputa entre la derecha tradicional y la derecha conservadora; nuestro proyecto no está en esa disputa. Nuestra tarea para los próximos períodos es la construcción de fuerza popular y organización social; y sabemos que sin los evangélicos no avanzaremos.


[1] La elección del título se basa en los estudios de Bessa (2006), que reflexiona sobre la demonización de lo femenino en el neopentecostalismo. En contrapartida, Aragão Filho (2011), señala que las mujeres actúan como agregadoras de nuevos seguidores, además de que las iglesias que incluyen a las mujeres en sus procesos han ganado la simpatía del público femenino. La actuación de las mujeres en estos espacios sigue dependiendo de las decisiones masculinas, la imagen de la mujer está ligada al cuidado y a la familia, lo que apoya las ideologías del patriarcado. Otro punto es que los espacios institucionales son en su mayoría masculinos, prueba de ello es que sólo ocho mujeres fueron elegidas alcaldesas en las 96 ciudades más grandes de Brasil.

[2] Hay que destacar tres cuestiones: i) El objetivo aquí no es traer un caso específico, sino un vuelo panorámico sobre esta temática en nuestro país; ii) Sabemos que los hombres y mujeres que pertenecen al mismo segmento religioso cristiano tienen una perspectiva de fe relacionada con diferentes visiones y prácticas; iii) Este texto es un despliegue de reflexiones colectivas desarrolladas por el Grupo de Trabajo – Espiritualidad y Solidaridad (Distrito Federal) creado a lo largo de la campaña Periferia Viva.

[3] Paravidini y Gonçalves (2009) entienden que el neopentecostalismo, a través de una rama procedente de la Psicología/Psicoanálisis, alimenta la tesis de que la felicidad de los fieles está relacionada con una “alianza social” que deben tener con Dios, basada en la condición de sujetamiento o servidumbre voluntaria al otro.

[4] (N. de E) Se refiere a prácticas de presión sobre las personas votantes, para que no puedan ejercer su voluntad libremente, sea por medio de la compra de votos, por mecanismos clientelares o por intimidaciones. El “voto de cabestro” es un término surgido en el marco del llamado “coronelismo” —durante la República Velha (o República de las Oligarquías), proceso desarrollado entre 1889-1930— y se refiere al poder de caudillos locales (generalmente terratenientes, llamados “coroneles”) para ejercer coerción sobre la población de los diferentes territorios y determinar de esa manera los resultados electorales.