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CuadernosChina en el (des)orden mundial
Cuaderno 03

Ascenso de China: contradicciones sistémicas y desarrollo de la Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada

Introducción

En este tercer cuaderno recuperamos el análisis en torno a la llamada transición histórico-espacial contemporánea y sus diferentes dimensiones. En particular, nos circunscribimos a la tendencia hacia la agudización de las contradicciones político-estratégicas de carácter estructural.  Desde 2014 este proceso ha tomado la forma de Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada (GMHyF). Es decir que, situándonos en la creciente disputa por la reconfiguración del poder mundial —y su devenir en (des)orden y “caos sistémico”—, observamos una expansión de los enfrentamientos entre distintas fuerzas político-sociales, fracciones y clases sociales, y pujas interestatales.

La actual guerra en Ucrania constituye la manifestación más reciente de este proceso, especialmente en lo que refiere a la contradicción principal que se desarrolla actualmente en la escala mundial y tiende hacia el antagonismo. Esta contradicción es la que se desarrolla entre las fuerzas dominantes del viejo orden —al frente de las cuales se encuentra el imperialismo globalista estadounidense-británico— y, por otro lado, las fuerzas de las potencias emergentes —donde sobresalen China y Rusia— que tienden hacia un mundo más multipolar y buscan converger con fuerzas del Sur Global. Otras de las manifestaciones de esta contradicción la hallamos en la guerra comercial lanzada por el Estados Unidos de Trump con China como blanco principal, en la llamada “nueva guerra fría” declarada por Occidente, en las crecientes tensiones estratégicas en Asia-Pacífico y en la multiplicación de guerras en el Gran Oriente Medio afroeuroasiático.

Recorremos en los distintos apartados esta tendencia hacia la profundización de las contradicciones político-estratégicas estructurales y específicamente su desarrollo como GMHyF. En este cuaderno la atención está puesta centralmente en la contradicción principal que mencionamos y en China, relegando otras como las que existen al interior del Norte Global o entre las fuerzas del Norte Global y del Sur Global en otros territorios, aunque haremos mención en ciertas implicancias de este proceso para Nuestra América.

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Ucrania y la guerra en el siglo XXI

La actual guerra en Ucrania ha puesto en evidencia el recrudecimiento de la situación de GMHyF en que nos encontramos desde 2014, cuando se inicia una nueva fase de la crisis del orden mundial. Ese año se desató una “guerra civil” en aquel país, o la “guerra en el Este”, luego de las masivas protestas del Euromaidan y el golpe prooccidental que destituyó al entonces presidente Víktor Yanukóvich. Este pertenecía al Partido de las Regiones, con base en el sureste del país —el arco que va desde Járkov a Odesa—, donde predomina la población rusófona identificada con la cultura rusa y más cercana a Moscú en términos políticos y estratégicos. Dicha destitución fue parte de las “revoluciones de colores” desplegadas por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), junto a aliados locales, para lograr cambios de regímenes favorables a sus intereses, pero desplegada en una Ucrania política, cultural y económicamente fracturada. Moscú respondió mediante la recuperación/anexión de la estratégica península de Crimea ubicada en el Mar Negro, donde se encuentra la base naval rusa de Sebastopol, luego del referéndum en que se impuso por amplia mayoría la opción de incorporarse a la Federación de Rusia. A su vez, Moscú apoyó de forma indirecta el levantamiento de las fuerzas independentistas prorrusas en el este, particularmente en la región del Donbas, donde se constituyeron las repúblicas de Donetsk y Lugansk. Traemos a colación estos hechos para situar y contextualizar la escalada bélica mundial de la última década, en cuyo marco ocurren los actuales sucesos de Ucrania, además de otras manifestaciones que mencionaremos a continuación.

En aquel 2014 se producía un cambio de fase o momento de la actual transición histórico-espacial contemporánea, que implicaba una multiplicación de los conflictos bélicos en distintos países, llegando a ser por lo menos una decena los que se situaban en la llamada “zona de inestabilidad” del Gran Medio Oriente, Asia Central y áreas colindantes —incluyendo a Ucrania, territorio pivote de Eurasia—. En paralelo al inicio del golpe en Ucrania, China lanza en septiembre de 2013 la iniciativa conocida como “Nueva Ruta de la Seda” —llamada primero Una Franja Una Ruta y luego Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR)— durante la visita de Xi Jinping a Kazajistán y luego de estrechar los lazos con Moscú. Ese mismo año el gigante asiático había destronado a Estados Unidos como principal potencia exportadora de bienes y servicios, profundizando la gran revolución geoeconómica que contiene la transición hacia la región Asia-Pacífico, encabezada por China. Con la IFR Beijing buscaba hacer frente a las estrategias de contención del imperialismo estadounidense-británico cristalizadas en el Acuerdo Transpacífico y la Nueva Ruta de la Seda impulsada por el Departamento de Estado de EE. UU. a partir de 2011, con centro en Afganistán (país invadido por la OTAN más aliados desde 2001). También, obviamente, reforzar su política de “salir hacia el exterior” (“Go Out policy” o “Going Global Strategy”) inaugurada en 1999.

Los “fragmentos” de esta guerra se expresan en conflictos locales y regionales, articulados con conflictos globales, que involucran a los principales polos de poder mundial de forma directa y en territorios tanto centrales como secundarios. Además, se relacionan con cambios estructurales en el mapa del poder. En dichos enfrentamientos se combinan elementos de la guerra convencional con elementos no convencionales, a la vez que a nivel mundial se desarrollan guerras en múltiples esferas: guerra comercial, guerra económica a través de sanciones y bloqueos, ciberguerra, etc. En ese marco, se multiplicaron también las muertes producto de las guerras en Irak, Afganistán, Libia, Yemen, Siria, Palestina, Mali, Sudán y Somalia, donde se produjeron millones de víctimas fatales. Por su parte, la guerra en Ucrania entre abril de 2014 y febrero de 2022 —antes de que se abriera esta nueva fase a partir de la incursión de Moscú— se cobró 14 mil víctimas fatales.

En un mundo que aún no ha terminado de salir de la pandemia de COVID-19, quienes alimentaron las sospechas sobre el origen del virus aparecido en Wuhan, China, son ahora blanco de cuestionamientos y controversias. A partir de la actual guerra en Ucrania se conocieron instalaciones de investigación biológica, es decir, laboratorios donde se estaban desarrollando componentes de armas biológicas, financiados por el Pentágono. El Ministerio de Defensa ruso difundió estos detalles en el mes de marzo de 2022 y como respuesta, la Casa Blanca contraatacó acusando a Rusia por su uso de armas químicas. La subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de EE. UU., Victoria Nuland (personaje clave en la revolución de color en Ucrania de 2014) reconoció el hallazgo, ante el cual rápidamente el Ministerio de Asuntos Exteriores de China exigió la investigación de lo encontrado.

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Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada

Hoy en día, a raíz de la situación en Ucrania se suele escuchar referirse a los peligros de una Tercera Guerra Mundial, con la amenaza a la supervivencia humana en el horizonte, en caso de una guerra termonuclear. También se habla desde 2014 de una nueva guerra fría, para referirse al conflicto entre Rusia y EE. UU., y nuevamente en 2020, en plena pandemia, en relación al conflicto entre EE. UU. y China. Una idea que no es inocente sino que forma parte de la estrategia comunicacional occidental para “cerrar filas” contra las potencias en ascenso.

El propio papa Francisco advertía en una entrevista para La Vanguardia, publicada en junio de 2014, un conjunto de ideas clave sobre la relación entre imperialismo, militarismo y capitalismo en una fase de crisis del orden mundial y la nueva forma de la guerra. En uno de sus párrafos afirma:

Descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿Y esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean.

Como se viene señalando, proponemos situar todos estos conflictos como parte de una Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada (GMHyF). Esto es, una guerra de nueva generación, donde se combinan elementos de la guerra convencional (entre Estados con ejércitos regulares —como vemos hoy en día entre Ucrania y Rusia en territorio del primero—) y la guerra no convencional y/o irregular. Una guerra que involucra a los principales polos de poder mundial y tiene como contradicción principal a las fuerzas del viejo orden unipolar versus las fuerzas emergentes contrahegemónicas que tienden hacia la conformación de un orden multipolar. Esta GMHyF se desarrolla en todos los frentes: económico, tecnológico, financiero, comercial, informativo, psicológico y virtual. Por ello se habla de guerra comercial, guerra de información, guerra psicológica, ciberguerra, guerra de monedas, guerras financieras, guerra judicial (conocida como lawfare) e incluso, recientemente, de guerra cognitiva. Una característica central es que la Guerra Híbrida es completamente difusa: se desdibuja el límite entre lo militar y lo civil, entre el inicio y el fin, entre lo público y lo privado. Y se observa que puede seguir escalando, profundizando los enfrentamientos en todos los niveles, sin que podamos descartar otros escenarios igual de trágicos.

Para el investigador ruso Andrew Korybko, según su libro publicado en 2015 al calor del enfrentamiento en Ucrania, la Guerra Híbrida es un nuevo método de guerra indirecta, que combina la táctica de las “revoluciones de colores” (golpe suave) con las guerras no convencionales (golpe duro), en un escenario multipolar y en donde los costos de la guerra convencional entre potencias son muy grandes. Para este autor, la Guerra Híbrida es el nuevo horizonte de la estrategia de EE. UU. para producir cambios de regímenes contrarios a sus intereses. Y aunque se juegue en escenarios secundarios, apunta especialmente a tres Estados que constituyen los núcleos objetivo de Estados Unidos, esto es, la “tríada del mal”, según la propaganda occidental: China, Rusia e Irán.

Otro que se ha referido a la cuestión es Joseph Nye, de la Universidad de Harvard, quien observa que las guerras actuales son híbridas e ilimitadas. En ellas los frentes se desdibujan y apuntan a la sociedad del enemigo para penetrar profundamente en su territorio y destruir su voluntad política (guerra de cuarta generación), desdibujándose el frente militar de la retaguardia civil. Para ello, las tecnologías como los aviones teledirigidos y las cibertácticas ofensivas permiten a los soldados permanecer a la distancia de un continente de los blancos civiles (guerra de quinta generación). Como afirma Nye, mientras que las guerras de primera generación constaban de un importante número de soldados y grandes batallas, las de segunda generación se basaron en la potencia del fuego (como se vio durante la Primera Guerra Mundial), y las de tercera incorporaron maniobras como la infiltración de soldados en ejércitos enemigos para atacarlos por detrás.

La guerra de quinta generación, también denominada “guerra sin límites”, fue introducida desde el 2009 como concepto estratégico operacional en las intervenciones de EE. UU. y la OTAN. Juega un papel central aquí la fuerza intelectual del enemigo, buscando incidir en su aspecto neurológico, cognitivo y psíquico en general. De ahí el destacado papel que asumen los medios masivos de comunicación, las redes sociales y todo el complejo andamiaje sustentado por las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). El mismo Zbigniew Brzezinski, ex secretario de Estado de EE. UU. y reconocido estratega que aportó a la formalización de la geoestrategia del establishment globalista, afirmaba que la clave estaba en el ataque al recurso emocional de un país por medio de la revolución tecnológica.

En este sentido, se entrelazan las fuerzas convencionales y no convencionales, los combatientes y los civiles, la destrucción física y la guerra informativa. Así, los “corazones y las mentes” de las personas se vuelven parte fundamental de los objetivos de las guerras, como afirmaba el británico Gerard Templer, quien comandó la guerra imperial contra las fuerzas anticoloniales malayas.

De esta manera, aparece el campo periodístico mediático como otra gran dimensión de la guerra, como guerra comunicativa, informativa, cultural y psicológica. Documentos recientes de la OTAN ponen en evidencia su orientación en torno a la “guerra cognitiva”, buscando adicionar a las sanciones económicas y a otros dominios ya conocidos, técnicas que buscan, mediante la propaganda de guerra, enmascarar y ocultar los hechos de la realidad. Ejemplo de ello es el sistemático bombardeo comunicacional desplegado contra Rusia, y poniendo el foco particularmente en la figura de Putin, cual “chivo expiatorio” que explica el por qué de la guerra en Ucrania. En este marco, ha aparecido también en la estrategia occidental una apelación a la “cultura de la cancelación”, tan en auge en el mundo digital occidental, para alimentar la “rusofobia”, cancelando emblemáticas y diversas expresiones de la cultura de ese país.

En este recorrido por las diferentes voces que señalan la hibridez de los nuevos formatos de la guerra, aparecen también aportes desde China, donde surgió hace 2500  años Sun Tzu, el gran teórico de la estrategia indirecta. Los oficiales Qiao Liang y Wang Xiangsui, del Ejército Popular de Liberación, han planteado la noción de Guerra Irrestricta (Unrestricted Warfare es el nombre de su libro de 1999). Allí observan que el principio central de las nuevas guerras es que no hay reglas, en tanto comprenden todas las modalidades de acción posibles, con despliegues en todos los frentes, multiplicándose y diversificándose los medios “no letales” y donde el ataque al adversario es de un modo sutil, lento pero sistemático.

A su vez, el Ejército Popular de Liberación de China, en su primer “libro blanco de defensa” publicado en cuatro años, en 2019, planteaba lo siguiente: «la forma de guerra está evolucionando hacia una guerra informatizada, y la guerra inteligente está en el horizonte«. Si bien el gobierno no explicitó la definición oficial de este nuevo concepto de guerra, varios investigadores chinos lo explican como una guerra integrada librada en arenas terrestres, marítimas, aéreas, espaciales, electromagnéticas, cibernéticas y cognitivas utilizando armas y equipos inteligentes y sus métodos de operación asociados, respaldado por el sistema de información IoT [internet de las cosas].

Al año siguiente, se incorporó este nuevo concepto de la guerra en el 14° Plan quinquenal que rige los destinos del país.

En síntesis, elementos de la Guerra Híbrida pueden reconocerse a lo largo de la historia, sobre todo si la limitamos a la presencia de fuerzas irregulares, como guerrillas. Sin embargo, lo que hoy se expande es el devenir de una Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada como forma dominante, la cual es expresión de una crisis de hegemonía, de una transición histórico-espacial mundial. Por lo tanto, en la reconfiguración de un nuevo orden, se prolonga la situación de caos sistémico, desplegándose y multiplicándose los enfrentamientos. Esta deviene en la forma dominante del enfrentamiento en un mundo profundamente interconectado e interdependiente, donde la transnacionalización del capital comandada por las redes financieras del Norte Global, la formación de un sistema productivo transnacional y el desarrollo de compañías y otros actores que operan a escala mundial ha modificado la estructura de poder. Se elimina, así, prácticamente la exterioridad —lo que no implica eliminar el control de los flujos de información, dinero y mercancías—.

En esta trama profunda de interdependencia no resulta posible en el corto y mediano plazo el desacople de las economías nacionales más allá de ciertas desconexiones en sectores estratégicos que definen a los nodos centrales —y en donde siempre existió cierto “desacople”, aunque ahora aumente— la guerra se desarrolla a la vez que se coopera en la producción de valor. En efecto, mientras la OTAN combate a Rusia en Ucrania, Europa vive del gas ruso por el que paga cientos de millones de euros por día. Y la gran guerra económica contra Rusia golpea directamente sobre el corazón económico de Europa, no solo en cuanto a la provisión de energía sino por las grandes inversiones europeas en Rusia.

La GMHyF es una situación generalizada y sistémica, que afecta indefectiblemente a todos los Estados del mundo, mientras que el avance de la actual revolución industrial genera condiciones para profundizar la interconexión, la interdependencia y la densidad e intensidad de las relaciones sociales de producción. Sean estas conducidas por las redes financieras y las transnacionales del Norte Global o, por su antítesis, los conglomerados públicos estratégicos de los poderes emergentes, en donde se destaca China.

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Eurasia y Asia-Pacífico en el centro de la disputa

Como trasfondo de la situación hasta aquí planteada, emergen un conjunto de contradicciones político-estratégicas que obedecen a la transición histórico-espacial contemporánea. Estas se dan a partir del declive (tanto geopolítico como geoeconómico) del polo de poder angloestadounidense y el mundo occidental, y a la par del ascenso de Asia-Pacífico e Índico, en particular, y de Eurasia, en términos más generales, con centro en China. Se generan, así, enfrentamientos en distintos niveles y planos. También en otras partes del mundo pertenecientes al amplio Sur Global observamos desde el inicio de este proceso de crisis y transición (1999-2001) crecientes resistencias y ascenso de fuerzas político-sociales con capacidad para cambiar el rumbo de los Estados en detrimento del proyecto financiero neoliberal y la hegemonía estadounidense-británica, contribuyendo a una creciente multipolaridad relativa contrahegemónica.

Desde el 2001 y con sus distintas administraciones (Bush, Obama, Trump y Biden), EE. UU. viene multiplicando los enfrentamientos bajo formato híbrido combinando lo militar, lo tecnológico, lo virtual, lo político, lo mediático, lo comercial y lo económico financiero. Ese mismo año Washington modificó el encuadramiento de las relaciones con China de “Asociación Estratégica para el siglo XXI” al de “Competencia Estratégica”.

Los territorios en los cuales se desarrollan estos enfrentamientos son principalmente el Gran Medio Oriente y Asia Central. La prensa occidental contribuye en la construcción de estas regiones como “zonas de inestabilidad” y peligrosas, sin informar acerca de las restricciones que ejercen y el rol que las potencias tienen en dichos lugares. A su vez, como parte del escenario de multipolaridad relativa, hoy en desarrollo y disputa, Eurasia se erige en una de las zonas de mayor conflicto y enfrentamiento. Con el poderío militar y los recursos estratégicos de Rusia, el ascenso de China es considerado como la gran amenaza sistémica de Estados Unidos y el Norte Global, sumado a otros Estados conducidos por fuerzas político-sociales que buscan aumentar su influencia y autonomía estratégica relativa —como India, Irán, Turquía y Pakistán—, se completa el rompecabezas de fuerzas sociales y actores que expresan un nuevo mapa de poder contrario al sostenimiento de la primacía estadounidense-británica en Eurasia.

Ya desde 1997, Brzezinski advertía que una alianza entre China, Rusia e Irán sería catastrófica para los intereses estadounidenses en Eurasia y, por lo tanto, para su primacía global, a pesar de que China todavía no era el jugador de peso que es hoy. Son probablemente estos los motivos que llevaron a la administración Obama y la geoestrategia de su administración a acordar con Irán, profundizar el enfrentamiento con Rusia y procurar contener al gigante asiático con el Tratado Transpacífico (TPP). Junto con esto, el establecimiento de una alianza militar Indo-Pacífica con la Unión Europea (UE) y el Transatlantic Trade & Investment Partnership (TTIP) entre EE. UU. y la UE. Para ello resultaba clave también extender la OTAN hacia el este, hasta la frontera con Rusia (país que incluso se proyectó fracturar en tres partes), un proceso desplegado desde la disolución de la URSS en 1991, traicionando las promesas hechas en sentido contrario a Gorbachov.

Así, frente al expansionismo unipolar estadounidense-británico, y en el seno del “corazón” terrestre del planeta, China y Rusia acordaron en 1997 construir una institución de seguridad conjunta, llamada Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS), fundada finalmente en 2001, que incluyó a Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Hoy la OCS es vista en el Occidente geopolítico como una “OTAN paralela”, a la cual se sumaron desde 2015 India, Pakistán e Irán (tiene también como miembros observadores a Bielorrusia, Afganistán y Mongolia, y son socios de diálogo Turquía, Sri Lanka, Armenia, Camboya y Nepal).

A su vez, la mayoría de estos países comparten la iniciativa estratégica china llamada Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) (Belt and Road Initiative en inglés). Junto con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) y otras instituciones como bancos estatales chinos, expresan instrumentos de peso geopolítico que aglutinan a una gran cantidad de países y regiones del mundo en una institucionalidad paralela. A su vez, el sostenido crecimiento del presupuesto militar de China, aún por debajo de EE. UU., y la proliferación de nuevos conflictos territoriales agudizan las contradicciones que venimos mencionando.

En el mar del Sur de China, fundamental para la economía global, ya que por ahí circula más de un tercio del comercio mundial, se registraron en los últimos años nuevas tensiones que involucran a actores fronterizos como Taiwán, Filipinas, Malasia, Brunéi y Vietnam, además de la propia China. Esta reclama la pertenencia histórica del denominado Mar de China Meridional, como parte de su reclamo por soberanía y derechos marítimos. En paralelo, desde el año 2010 se han multiplicado los enfrentamientos, de los cuales ha formado parte también como actor extraterritorial EE. UU. China se ha sostenido en su postura de defensa de lo que considera parte de su territorio, y ha buscado imponerse a partir de su poderío militar, la magnitud de su influencia productiva y comercial, y sus propuestas geoeconómicas.

Siendo el área Asia-Pacífico central como vertebrador del comercio internacional, la región más importante en la acumulacion económica global, y la segunda principal ruta marítima a nivel mundial, es de esperar que este tipo de contradicciones aumenten, teniendo en cuenta también que es un área estratégica en la IFR. Por ello, son varias las islas que están siendo disputadas entre países asiáticos: principalmente, las Paracelso (también conocidas como Xisha Islands y el archipiélago Hoang Sa), reclamadas por China, Vietnam y Taiwán; las Senkaku o Diaoyu, en disputa entre Japón, China y Taiwán en el mar de China Oriental; y el archipiélago Spratly (que en China llaman Nansha), que reclaman China, Vietnam, Brunéi, Malasia y Filipinas. De hecho, en lo que constituyó un giro histórico de su política exterior, Japón, aliado estratégico (subordinado) de EE. UU., modificó hace algunos años la interpretación de su Constitución de la Paz para poder combatir en el extranjero y defender a sus aliados, aun en caso de no ser atacado. Recientemente, a su vez, estrechó sus vínculos con Occidente, estableciendo acuerdos de libre comercio con la UE y el Reino Unido, los cuales entraron en vigor en 2019 y 2021, respectivamente. Y también forma parte de la iniciativa conocida como Quad (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral) impulsado por Estados Unidos junto a Japón, la India y Australia para gestar un bloque militar contra China, es decir, un núcleo desde donde germine una OTAN de Asia-Indopacífico. Este virtual abandono de la política pacifista japonesa de los últimos 70 años, en un país que como potencia imperialista de la región dejó indelebles marcas de violencia en sus vecinos, agudiza los conflictos geoestratégicos en aquella conflictiva región.

La clave para Washington es asegurar las dos cadenas de islas que contienen a China en su acceso a los océanos y se encuentran bajo el mando político-estratégico de Estados Unidos, fuertemente pertrechadas en su aspecto militar. Taiwán es, obviamente, una pieza central de la primera cadena y el punto de avanzada estratégica más importante de Estados Unidos contra China. Beijing, por el contrario, quiere romper esas dos cadenas. Por ello la disputa por las islas Senkaku / Diaoyu, ubicadas en el mar de China Oriental, al noreste de Taiwán, y las Spratly / Nansha en el mar del Sur de China. Dicho control permitiría a China romper en parte la primera cadena, debilitar la posición estratégica de Taiwán y asegurar el mar del Sur. La construcción de infraestructuras militares en atolones mediante la construcción de islas artificiales es parte de este movimiento, como también el fuerte avance de su capacidad misilística (incluyendo la tecnología hipersónica) y naval.

Fuente: The Economist, 19/01/2017

Entre los recursos estratégicos que se destacan en el mar, los hidrocarburos y reservas pesqueras son los principales, además de ser vías de movilidad para el transporte marítimo de productos para poblaciones enormes. Por ejemplo, a través de las vías marítimas del mar del Sur de China, Corea del Sur, Taiwán, Japón y China obtienen la mayor parte del petróleo que compran.

Ahora bien, en el plano económico, la denominada “guerra comercial” lanzada por Trump hacia 2018 pone de manifiesto las limitaciones que tienen EE. UU. y el Norte Global para sostenerse en su lugar predominante. A la par del “giro” proteccionista que se erigió en la base de su política económica y como parte de la reemergencia del nacionalismo americanista, lanzó una estrategia de política exterior que buscaba cercar a China, mediante el avance de los acuerdos bilaterales como formato de presión y negociación para tejer alianzas y lealtades con aliados. A contramano del multilateralismo global que buscaba favorecer —desde la estrategia globalista— a las transnacionales estadounidenses (mediante el Acuerdo Transpacífico —TPP— y el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones —TTIP—), la bilateralización de las agendas por país fue el camino elegido por la administración Trump. A partir de esta, se pretendía negociar políticamente con actores como la Unión Europea, Gran Bretaña y la propia América Latina, para que se alinearan más decisivamente con Estados Unidos y contra China.

Sin embargo, el propio peso de China, y su lugar en la economía mundial, dados por la escala económica, productiva y tecnológica, complicaron la estrategia estadounidense de “guerra comercial” e intentos de subordinación por distintas vías. El caso de Huawei resulta paradigmático ya que se ha convertido en el mayor proveedor mundial de equipos de telecomunicaciones, quebrando el monopolio tecnológico que concentraba Estados Unidos, pero la Guerra Comercial que tenía a la compañía como uno de sus principales blancos no ha logrado su cometido. Por otro lado, el plan de desarrollo tecnológico Made in China 2025, tampoco pudo ser frenado. Desde 2019 China supera a Estados Unidos en solicitudes de patentes y otras tecnologías como la IA y el 5G, y por el momento esa posición se ha consolidado. Desde la pandemia, no sólo logró que su economía creciera en términos de PBI a pesar del desplome de la mayores potencias (creció un 2,35% mientras que el lugar de Estados Unidos en la economía mundial disminuyó), sino que aumentó su poder económico real, dado también por su acercamiento a otros bloques como la Unión Europea.

Por lo tanto, si bien el déficit comercial con China aparecía como el elemento central de la disputa —desde Estados Unidos—, a partir de la cual se aumentaron los aranceles de distintos productos llegando al extremo de la importación de acero y aluminio, es posible observar otros motivos geopolíticos, como la amenaza a la “seguridad nacional” que les significaba la llegada de productos tecnológicos chinos. Con estas políticas se persiguió el objetivo de limitar el crecimiento exponencial de China y, a la par, disciplinar a los aliados de la Unión Europea, Canadá, Gran Bretaña y México, entre otros (América Latina también). Así, por “amenaza a la seguridad nacional” podemos interpretar la puesta en cuestión del rol hegemónico de Estados Unidos y el paulatino resquebrajamiento de su lugar como principal y única potencia unipolar.

Asimismo, como parte de la guerra comercial y la  nueva guerra fría  promovida por Estados Unidos como dispositivo geoestratégico de imposición de alineamientos, podemos referirnos a conflictos internos de China, que Occidente exacerba, como el caso de Hong Kong. La ex colonia británica, recuperada por China en 1997, se insertaba en la búsqueda de lograr su integridad territorial. En este caso, la búsqueda de reactivar y difundir los reclamos y demandas intraterritoriales por parte de grupos separatistas se observan también en Xinjiang (Sinkiang), el Tíbet, y la isla de Taiwán. En esta última, se condensan y agudizan los enfrentamientos entre China y Estados Unidos.

Sin embargo, no sólo las cifras del ascenso de China complican la estrategia de “guerra comercial” promovida por Estados Unidos, sino también el hecho de haber podido conseguir el lugar que hoy ostenta sin haber tenido que subordinarse a la estrategia estadounidense, manteniendo su autonomía política y con un modelo de desarrollo propio. En pleno caos y crisis del orden mundial, China se reposiciona, a la par de la multiplicación de los conflictos y tensiones bélicas, comerciales, financieras y políticas.

En síntesis, vemos articulados entre sí los enfrentamientos en los que se combinan la “guerra comercial”, la guerra económica, financiera, entre varios otros instrumentos que venimos mencionando, pero en ninguno de estos terrenos Estados Unidos consigue avanzar con éxito. A raíz del sostenido avance de China, los distintos conflictos y enfrentamientos no han podido frenar el proceso que lo coloca como principal economía mundial, sino que por el contrario, ha expandido su presencia, su lugar y su competitividad en los distintos terrenos de disputa.

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Ascenso de China y Rusia y poderío militar

En el aspecto militar la situación actual ya no es la de hace unos años, cuando EE. UU. encabezaba preponderantemente y por lejos el poderío mundial. Medido este por el presupuesto de defensa, existe una gran distancia entre los más de 700 mil millones de dólares de EE. UU., los casi 200 mil millones de China y los 60 mil millones de Rusia (en 2020), aunque el primero tiene un costo altísimo por ser gendarme global y poseedor de cerca de ochocientas bases militares en todo el planeta —además, los presupuestos nominales hay que traducirlos al poder de compra real—. El Complejo Militar Industrial es, a su vez, un elemento central de la economía estadounidense y alimenta a las corporaciones privadas, desde donde practica el “keynesianismo militar”, un elemento clave en la dimensión del desarrollo y de la guerra económica. Esto es, déficits fiscales que van a financiar dicho presupuesto, a lo que se agregan los presupuestos específicos de las guerras llevadas adelante, más el presupuesto de pensiones y el de la llamada Comunidad de Inteligencia, con 16 agencias.

Sin embargo, según otros indicadores la distancia con Rusia y China se ha acortado, como se puede ver en los gráficos a continuación que analizan la potencia  de fuego de las principales potencias militares y los principales exportadores de armas:

Fuente: Statista. En: El conflicto de Ucrania en mapas, PIA Global.

Rusia logró en los últimos años ubicarse en la delantera en ciertos rubros clave de la disputa bélica, como el desarrollo de armas hipersónicas, las cuales pueden evadir los sistemas tradicionales de defensa antimisiles —que los Estados Unidos ha colocado a su alrededor— y viajar al menos cinco veces la velocidad del sonido. Según distintas consideraciones, Rusia es el país con el segundo o tercer poderío militar a nivel mundial, es el segundo vendedor de armas y la primera potencia nuclear. Además de ser el mayor exportador de gas del mundo, el segundo de petróleo, el primero de trigo, etc. Bajo su geoestrategia eurasianista, este país reemergió como un poder clave en esta transición, ocupando el espacio medio continental para articular la gran masa terrestre euroasiática.

Justo después de que estallara el conflicto en Ucrania en 2014 Moscú lanzó la Unión Económica Euroasiática, conformada por Rusia, Bielorrusia, Armenia, Kazajistán y Kirguistán. Junto con Ucrania, en los cuatro países mencionados además de Rusia, en los últimos tiempos hubieron importantes conflictos políticos estratégicos. Moscú se piensa como una fortaleza asediada, vulnerable por todos los flancos, por lo cual busca extenderse sobre los territorios periféricos para amortiguar las distintas amenazas provenientes de Occidente. De hecho, un conjunto importante de bases de EE. UU. y la OTAN rodean su territorio. La propuesta de Bush, en la Cumbre de la Alianza Atlántica en Bucarest en el año 2008, para incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN puede ser leída como parte de este avance sobre sus flancos y una amenaza existencial a su seguridad. La asociación con Beijing disminuye esta inseguridad, le garantiza en buena medida cierta tranquilidad en el flanco oriental y le permite concentrar sus fuerzas en el occidental, donde tiene la gran amenaza existencial, desde su perspectiva.

China, por su parte, aumentó sostenidamente su presupuesto y capacidades militares en las últimas dos décadas, multiplicando su gasto de defensa en 12 veces desde el año 2000, en línea con la evolución de su PBI. Se le reconoce liderazgo en ciberguerra, utilización de Inteligencia Artificial (IA) e industria 4.0 para la defensa, y también viene apostando fuerte en misiles hipersónicos. Desde 2020 el Ejército Popular de Liberación ha financiado múltiples proyectos de IA con múltiples aplicaciones, incluido el aprendizaje automático para recomendaciones estratégicas y tácticas, juegos de guerra para entrenamiento y análisis de redes sociales. Según señala un informe del Departamento de Defensa estadounidense, la apuesta china es utilizar la IA para influir directamente en la cognición del enemigo, a la par que liderar las tecnologías clave con importante potencial militar, como la misma IA, sistemas autónomos, computación cuántica, ciencias de la información, biotecnología y materiales de fabricación avanzados. Así, despliega planes de modernización de su sistema de defensa, integrando un desarrollo “informatizado e inteligente”.

Analistas occidentales plantean recurrentemente que China se dispondría a aprovechar la actual situación en Ucrania para recuperar Taiwán por la fuerza, analizando que podría ser “su Vietnam”. Sin embargo, es el mismo EE. UU. quien no detiene su venta de armas y entrenamiento para los sistemas de defensa de aquella isla en la que se radicaron Chiang Kai-shek y el Kuomintang en 1949, derrotados por el Partido Comunista Chino comandado por Mao Zedong. Sin embargo, cabe considerar que hoy en día, tanto por su juego y posicionamiento internacional como por su geoestrategia y cosmovisión, no parece ser el terreno militar convencional el preferido por Beijing para recuperar Taiwán y restablecer su integridad territorial. El inmenso mercado chino que resulta fundamental para las compañías taiwanesas y la profunda interdependencia e interconexión, van de la mano con una progresiva estrategia de absorción “natural”. Esto se refuerza por la creciente capacidad militar que deviene en una situación donde para Estados Unidos será indefendible la posición de Taiwán.

En este sentido, Beijing estableció en noviembre de 2013, luego del lanzamiento de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, una Zona de Identificación de Defensa Aérea del mar de China Oriental (abreviada ADIZ por sus siglas en inglés) que cubre la mayor parte de dicho mar. Anunció allí nuevas restricciones de tráfico aéreo, soportadas con tareas de vigilancia y capacidades de disuasión. Este espacio incluye las Islas Senkaku / Diaoyu, hacia el norte hasta la Roca Socotra reclamada por Corea del Sur (conocida como Suyan Jiao en China) y parte de las zonas que Taiwán reclama como propias. En 2021, y como una expresión más del nuevo momento geopolítico a partir de la pandemia, China estableció un ADIZ en el mar del Sur de China.

Por último, cabe traer a colación la dinámica de las alianzas militares conformadas en los últimos tiempos para hacer frente al avance chino y ruso. Por un lado, aparece el mencionado Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (también conocido como Quad), que agrupa a EE. UU., Japón, Australia e India en el denominado Indopacífico para contener a China. Este foro estratégico informal tuvo su inicio en 2007, en paralelo a ejercicios militares conjuntos de una escala sin precedentes, titulados Ejercicio Malabar. Sin embargo, pronto se debilitó por varios años, y en 2017 volvió a activarse, ante la agudización de las tensiones en el mar del Sur de China.

Sin embargo, el accionar del Quad en función de los intereses occidentales se ha visto debilitado recientemente por la postura de India. Bajo su doctrina de “autonomía estratégica” y “equilibrio estratégico”, esta se alejó de Occidente ante la guerra en Ucrania y estrechó su relación con Rusia en materia comercial, ante las sanciones occidentales a esta última. En efecto, Nueva Delhi ya venía poniendo “un huevo en cada canasta”, ya que en 2016 había ingresado a la OCS y hasta forma parte de la Commonwealth (Mancomunidad de Naciones), vestigio reactualizado del Imperio británico. A su vez, ya tiene como principal socio comercial a Beijing. Sin embargo, India y China sostienen conflictos limítrofes importantes, y en torno a la cuestión del Tíbet, lo cual representa otro frente de conflicto potencial para el emergente multipolarismo: en este caso, como una contradicción a lo interno del propio Sur Global.

Por otro lado, aparece el flamante AUKUS, acrónimo en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos. Se trata de una alianza estratégica militar creada en septiembre de 2021, que tiene como objetivo defender los intereses de las tres naciones anglosajonas en el Indopacífico. En realidad, se trata de pertrechar a Australia (país cuya soberana constitucional es la reina de Inglaterra, Isabel II) con mayores capacidades militares para convertirla en un espacio fundamental del imperialismo angloestadounidense en Asia-Pacífico. China lo ha visto como una amenaza, asegurando que “socava gravemente la paz y la estabilidad” en esa región e “intensifica la carrera armamentista”. A su vez, el acuerdo permitiría que Australia construyera sus primeros submarinos de propulsión nuclear (ingresando a un selecto grupo que incluye a EE. UU., Reino Unido, Francia, China, India y Rusia), con tecnología estadounidense. Washington únicamente había transferido su tecnología al Reino Unido hace más de 50 años. De este modo se tensionaron las relaciones con Francia, al poner fin a un multimillonario acuerdo entre Francia y Australia, que había sido celebrado en París como “el contrato del siglo”, para construir 12 submarinos que serían utilizados por la armada australiana.

Recientemente, en plena guerra de Ucrania, el AUKUS anunció que acelerará el desarrollo de capacidades hipersónicas y anti hipersónicas avanzadas, y también la cooperación en defensa en temas como la guerra electrónica, cibernética e IA. De este modo, se busca contrarrestar las capacidades desarrolladas por Rusia y China en los últimos tiempos. El reciente acuerdo entre Beijing y las Islas Salomón es un gran golpe a dicha estrategia, ya que el país insular era considerado como el “patio trasero” de Australia en Asia-Pacífico

Como vemos en estos distintos eventos, la escalada no cesa, y se profundiza la Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada, dando lugar a la pregunta en torno a cómo afectan estos hechos a nuestra región.

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Implicancias para Nuestra América

En torno a cómo se ha hecho presente en nuestra región el modus operandi de GMHyF que se ha descrito, sobresale la avanzada injerencista imperial que ha sido denominada por diversos líderes y sectores progresistas o nacional-populares como un Nuevo Plan Cóndor. En este marco, se han desplegado nuevas y diferentes formas de intervencionismo sobre Nuestra América (golpes “blandos” o “suaves”, guerra económica, lawfare o guerra judicial, instrumentalización colonial de ONGs y del fundamentalismo religioso, etc.), por parte del polo de poder estadounidense-británico y en articulación con las oligarquías locales y distintos grupos de poder y fracciones sociales.

Estos procesos se sustentan, en última instancia, en la capacidad militar atlantista en nuestra región, reflejada en un conjunto de bases militares, infraestructuras, foros y procesos de militarización en el Atlántico Sur, el Pacífico y el Mar Caribe, coordinados por EE. UU., en particular, y la OTAN, en general. La potencia norteamericana detenta más de 76 bases militares en América Latina, concentradas mayormente en América Central y el Caribe. Por su parte, Gran Bretaña detenta en las Islas Malvinas la mayor base militar de la OTAN en América Latina, con el complejo de bases de Monte Agradable (Mount Pleasant Complex), constituyendo una de las zonas más militarizadas del mundo. No resulta casual la activación en 2008 y luego de más de 50 años, de la IV Flota de la Marina estadounidense para asumir el control de todos los buques, aeronaves navales y submarinos que operen en el Caribe, América Central y del Sur, al calor de la primera ola nacional popular en América Latina y el establecimiento de la UNASUR, vista por Washington como una amenaza para la “seguridad nacional”, en tanto debilitaba su hegemonía hemisférica.

El centro de la disputa de EE. UU. y sus aliados en la región está puesto en China, en primer lugar, y Rusia, en segundo lugar. Preocupa al eje atlantista occidental el aumento sistemático de las relaciones comerciales, económicas, financieras y productivas entre la potencia asiática y la mayoría de los Estados latinoamericanos y caribeños. Esta situación ha desplazado a EE. UU. como principal socio comercial de muchos países. Y, además, ha puesto en jaque, durante el contexto de la pandemia, la primacía productiva, tecnológica, comercial y financiera de este sobre la región. El caso del 5G y la radicación de la empresa Huawei es un ejemplo de ello, entre otros. Las disputas también se exacerbaron, durante 2020 y 2021, a raíz del acceso a las vacunas contra la COVID-19 y los insumos sanitarios.

En el marco del escalamiento de la GMHyF, se puede observar en la siguiente imagen cinco principales proyectos chinos en la región que son considerados como “amenazas” por las FF. AA. estadounidenses:

Fuente: Comando Sur, citado por Malacalza.

Podríamos sumar a ello otros proyectos, como el Polo logístico antártico que Argentina se dispone a construir en Ushuaia, para disputar a Punta Arenas (Chile) y Malvinas (colonia británica) en la carrera por la última frontera terrestre para el ser humano. El mismo Craig Faller, por entonces jefe del Comando Sur, viajó allí en 2021 para supervisar el proyecto y asegurarse que China no forme parte del mismo mediante financiamiento. Similar puja se produce con respecto al proyecto de cuarta central nuclear argentina, Atucha III, y la cooperación nuclear entre ambos países. Se trata de claros ejemplos de la escalada de esta disputa en la región.

Para hacer frente a ello, han emprendido distintas acciones en el último tiempo. En una somera enumeración, se puede señalar el lanzamiento del programa “América Crece” (“Growth in the Americas”) por el gobierno de Trump, en 2019. Se trata de una iniciativa de desarrollo económico que planteaba inversiones del sector privado para infraestructura y energía, en una suerte de contraataque por sostener la relación con los Estados latinoamericanos como socios claves. Al año siguiente, Trump logró imponer a Mauricio Claver-Carone en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quebrando una tradición histórica acerca de que el mismo debía ser conducido por un latinoamericano, y lanzaron un ambicioso plan de financiamiento para la región, en clara respuesta al avance chino, y como parte de su estrategia de disciplinamiento.

De esta manera, existen cabales muestras de cómo la situación de transición y caos sistémico se materializa en Nuestra América: en este caso particular, en cuanto a la GMHyF y las contradicciones sistémicas subyacentes. Esto representa, además de nuevos conflictos, grandes desafíos para América Latina. Tal como sucedió en otros momentos de nuestra historia, la situación actual puede también ser emergente de nuevas condiciones de oportunidad para los pueblos del Sur, aprovechando las fisuras y tensiones del sistema mundial para avanzar en un camino de mayor soberanía y autonomía. Aunque, claro está, resulta imprescindible para ello que los pueblos estén a la altura para afrontarlas y se desarrollen las capacidades que se requieren para enfrentar las consecuencias negativas de la GMHyF.

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ANEXO
Declive relativo del viejo hegemón y su dimensión bélica

Estados Unidos debió retirarse derrotado de Vietnam en 1975, luego de una cruenta y larga guerra que constituyó el ejemplo más emblemático de conflicto asimétrico, dada la gran disparidad de dimensiones entre los contendientes. Luego de Vietnam, se produce una crisis de hegemonía y se inicia un proceso de pérdida de legitimidad de sus ofensivas bélicas a lo largo del mundo y dentro de su propia población. Por ello, debieron recurrir en forma creciente al uso de mercenarios tercerizados (a tono con el paradigma productivo de subcontratación “posfordista” en auge), como el paradigmático ejemplo de Blackwater, la empresa militar estadounidense creada en 1997 que operó en Irak y Afganistán, entre varias otras intervenciones externas. Su crecimiento fue tal que los contratados superaron el número de soldados estadounidenses en ambos territorios.

La retomada de la hegemonía estadounidense a partir de 1979-1981 —de la mano de la contrarrevolución de Thatcher-Reagan, la globalización neoliberal y el capitalismo financiero transnacional— se correspondió con importantes triunfos para Estados Unidos y la OTAN: la caída de la URSS, la guerra del golfo en 1991 o la guerra contra la ex Yugoslavia así lo mostraban. Sin embargo, luego del atentado del 11 de septiembre de 2001, las invasiones estadounidenses en Afganistán (2001) e Irak (2003) demostraron que el enorme poderío bélico de EE. UU. —uno de los pilares de su hegemonía— no implicaba una imposición en tales intervenciones militares en el extranjero: de Irak debió retirarse en 2011 (aunque manteniendo importantes posiciones) y de Afganistán en 2021, habiéndose “empantanado” en ambas y sin haber logrado sus objetivos fundamentales. Además, tuvo un altísimo costo al interior de su propia población que condena la muerte de soldados de su propia población en guerras en el extranjero, además de cuestionar el enorme gasto que implican estas.

Este punto constituye otro de los motivos que impulsaron nuevas transformaciones del plano militar en las últimas décadas, centradas en el fundamental componente tecnológico. En este sentido, se apela cada vez más en el presente al reemplazo de soldados por robots y drones, utilizando los últimos desarrollos en inteligencia artificial (IA), big data y robótica: esto es, elementos claves del paradigma tecnoproductivo en ascenso (llamado “Cuarta Revolución Industrial”). En este marco, los robots se usan para tareas repetitivas, peligrosas, caras, y los humanos los controlan a la distancia.

Vale un ejemplo para observar este nuevo despliegue tecnomilitar: entre 2009 y 2016, durante la administración de Barack Obama, se asesinaron, según cifras oficiales, a casi 2600 “combatientes” (y cientos de civiles también) a través de aviones no tripulados en países a los cuales no se les había declarado la guerra: Pakistán, Yemen, Libia, Somalia. Con la administración de Donald Trump, se sostuvo dicha política y un ejemplo claro fue el asesinato, a inicios del 2020, del general iraní Soleimani.

Otra característica de la transición actual es la inserción del uso de robots controlados por IA para patrullar, supervisar y controlar territorios, como sucede en Corea del Sur en su frontera con el norte, en Israel en la península de Gaza, y en Siria por parte de las potencias en disputa. En la secuencia de revoluciones tecnológicas militares de la historia moderna, los tanques y aviones emergieron en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), mientras que los radares y la bomba atómica lo hicieron en la Segunda (1939-1945). Sin embargo, aquellos adelantos eran todos controlados por humanos.

Por otra parte, también se han modificado en el presente siglo las modalidades de conflictos, pasando a ser menor la cantidad de aquellos protagonizados por los Estados, y proliferando los enfrentamientos al interior de los propios Estados o a nivel de regiones o zonas. Como se puede ver en la siguiente figura, desde 1945 se aprecia un declive de conflictos interestatales (en celeste), mientras que hacia 1975 disminuían las guerras de descolonización (en verde) a la par que experimentaban un gran auge los conflictos intraestatales (en amarillo). Los conflictos con intervención extranjera (en rojo) son los más letales.

Fuente: La guerra en el siglo XXI: de robots y hombres, El revés de los mapas.

Desde mediados del siglo XX, el declive de conflictos interestatales guarda relación con el aumento del poderío nuclear en las principales potencias. Es que, en caso de enfrentamiento entre estas, aparecía el peligro de la destrucción mutua asegurada (cuyas siglas en inglés, MAD, también significa “loco”). Pero también por las propias transformaciones del capitalismo mundial y el proceso de transnacionalización del capital desde los años setenta, que le da profundidad sistémica a la interdependencia: no se trata sólo de comercio sino de un sistema productivo transnacional.