Del paro indígena popular al tiempo de la incertidumbre: Reflexiones sobre los feminismos en Ecuador
por Alejandra Santillana Ortiz.
Alejandra Santillana Ortiz
Introducción
Pensar los feminismos en países primario exportadores —cuyo patrón de acumulación capitalista rentista y poco industrializado coexiste con enormes sectores de trabajo no remunerado, jornadas laborales extenuantes y economías familiares campesinas, agudizado por el neoliberalismo— es una tarea compleja que requiere, entre otras cosas, reflexionar sobre la naturaleza del poder que determina en gran medida la cultura política y condiciona la dinámica del campo popular ecuatoriano[1]. Esta dinámica se ha caracterizado por mantener la movilización contra el proyecto de las élites por más de treinta años, bajo la convocatoria de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), y en los últimos años por la articulación del Colectivo de Organizaciones Sociales que agrupa también al Frente Popular (FP) y al Frente Unitario de Trabajadores (FUT). El campo popular del Ecuador ocupa un lugar importante en el quehacer político del país, y en la posibilidad o no de frenar, limitar o impugnar el proyecto de los sectores empresariales y la derecha.
A partir de 1990, el primer levantamiento indígena desde el retorno a la democracia —-en 1979—-, marcó el escenario político de las siguientes décadas: el cuestionamiento al Estado nación y el planteamiento de la plurinacionalidad; la creación del movimiento político Pachakutik y su apuesta por los gobiernos locales alternativos; la participación en la caída de tres presidentes entre 1997 y 2004; el freno al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos; la lucha contra los intentos de privatización de los sectores estratégicos, contra el imperialismo de las empresas petroleras, entre otros. A pesar de las profundas transformaciones y de fenómenos como el de la Revolución Ciudadana y el gobierno de Rafael Correa (2006-2016) que puso al campo popular en una serie de tensiones y divisiones internas, no ha habido un solo año en el que las organizaciones históricas no hayan salido a las calles, cuestionando y ampliando el contorno que la política de lo posible ha dejado.
La herencia organizativa y la memoria vital del saqueo y el despojo se hicieron presentes en octubre de 2019, con un levantamiento indígena y popular que duró doce días y que paralizó el país, obligando a que el gobierno neoliberal de Lenín Moreno retroceda en sus intentos por eliminar el subsidio a los combustibles y asestar un nuevo golpe a la economía popular. Este texto inicia en ese momento de la historia reciente del Ecuador y recorre algunos hitos centrales ocurridos en los últimos tres años, concentrándose fundamentalmente en el quehacer de los feminismos que convergen en Quito[2].
El propósito es analizar el carácter de estos feminismos y cómo decantaron luego del paro de 2019, los intentos de articulación posterior y los elementos que definen este contexto de crisis política, social y económica profundizado por la pandemia. Propongo entonces una interpretación sobre los debates, dinámicas y significados que una parte de los feminismos en Ecuador han adoptado en estos últimos años. Para hacerlo me apoyaré en el diálogo con seis compañeras feministas: Belén Valencia Castro, de Ruda Colectiva Feminista y parte de las primeras líneas en el paro 2019; Cristina Burneo Salazar, del movimiento de mujeres y parte de Corredores Migratorios; Sinchi Gómez, Trenzando Feminismos y Wambra Radio Comunitaria; Camila Aguirre, de la Juventud Revolucionaria del Ecuador y parte del Parlamento Plurinacional de Mujeres y Organizaciones Feministas; y dos compañeras militantes de izquierda revolucionaria, Amelia y Killa. Este relato analítico también recupera mi propia experiencia en el movimiento y las reflexiones generales sobre el quehacer de la dinámica de movilización en Ecuador.
Por último, estas ideas se inscriben en una manera de hacer feminismo que se nutre del internacionalismo como principio ético y estratégico, y que busca problematizar las particularidades y elementos comunes con el resto de Latinoamérica. Los ecos de la marea verde, la huelga feminista de los años pasados y las enormes movilizaciones contra los feminicidios en América Latina anteceden en términos generales a la profunda crisis económica de nuestros países y al nuevo pacto entre las élites neoliberales agravado en la pandemia. El resurgimiento de una política heteropatriarcal, racista y clasista desde el Estado se combina con oleadas antiderechos financiadas por grupos evangélicos y católicos reaccionarios, por un relativo agotamiento de los progresismos de inicios de los 2000, y por una ausencia de proyectos alternativos y masivos. El correlato ideológico neoliberal que cancela lo social y se ancla en una política de la identidad, forma parte del terreno en el que los feminismos actuales se desenvuelven, a veces sorteando desde lo popular y lo comunitario, otras desde la imposibilidad de politizar y construir algo común. Ojalá que lo que aquí se presenta aporte en la discusión histórica y situada de lo que ocurre con los feminismos en aquellos países que lograron parar masivamente en los últimos años, y que se permitieron al menos por un tiempo, desacomodar y tratar de elaborar otra manera de hacer política.
Algunas pistas para entender el campo popular ecuatoriano y los feminismos
Ecuador es un país ubicado en el corazón de Los Andes, cuenta con una población de poco más de diecisiete millones de habitantes, la mayoría autoidentificados como mestizos, pero con una enorme diversidad que agrupa a catorce nacionalidades y dieciocho pueblos indígenas, el pueblo afroecuatoriano y el pueblo montubio. Casi tres millones de ecuatorianxs viven en Quito, la capital situada en la sierra centro del país, que como muchas ciudades latinoamericanas ha tenido un acelerado crecimiento demográfico como consecuencia de la migración interna proveniente de las áreas rurales, la presencia de otros pueblos del continente como Venezuela, Colombia, Cuba, Perú y Haití, y la concentración de recursos y servicios. Es la capital política del Ecuador y es una de las ciudades donde se decide también parte del orden burgués y de las formas oligárquicas y de servidumbre que aún perviven en la estructura laboral y el patrón de acumulación. Es también el territorio en el que se decantan los paros indígena populares, es el espacio tomado simbólicamente con cada levantamiento, y es el lugar que acoge a las organizaciones que se desplazan para disputar decisiones que les afectan y así, en cuerpo colectivo, rotar la palabra enquistada. Aquí se expresa y moldea una buena parte del quehacer político nacional y de la dinámica del campo popular organizado, que visibiliza la relación trivalente entre la población y el Estado[3]: con, contra y más allá de este (Santillana, 2019)[4].
Esta condición de trivalencia está relacionada con el tipo de proyecto que las élites configuraron en el marco de una relación de dependencia con el incipiente capitalismo global, que al no contar con un proyecto nacional y bajo una caduca forma productiva, fueron organizando territorialmente a la población indígena así como moldeando el nuevo Estado. El carácter dependiente primario exportador de la economía ecuatoriana significó que el desarrollo del capitalismo estuviera determinado por la persistencia y coexistencia de relaciones de servidumbre así como de otras formas de reproducción social y precarización (trabajo no remunerado y sin derechos laborales); que paralelamente abrieron fisuras desde lo comunitario, permitiendo el sostenimiento de prácticas que serán también condición para procesos de insubordinación y sublevación como los que convergen en tiempos de paro y levantamiento.
Desde el retorno a la democracia a fines de los años 70, la incapacidad de las élites serranas y costeñas para construir un proyecto nacional hegemónico (cultural, civilizatorio y no solo enquistado en el control de la renta extractiva), y la fuerza de los movimientos sociales para desplegar iniciativa política y disputar el escenario, dieron paso a una conflictividad que fue incorporada en la dinámica política del país. Los tres presidentes derrocados entre 1997 y 2004, el levantamiento de 2019, así como muchos de los triunfos de las organizaciones frente al proyecto neoliberal de las élites pueden explicarse a partir de esta forma particular.
Como vemos, el Estado no aparece como una estructura cerrada, lo suficientemente fuerte para disciplinar por consenso y de manera permanente a los sectores subalternos[5]. Y por consiguiente, lo político no se configura únicamente en el Estado: lo público no estatal se fue conformando como un ejercicio colectivo e histórico, entre palabra, creación y acción de los movimientos sociales, sobre todo del movimiento indígena.
Sin embargo, esa característica se vio trastocada y tensionada en el periodo progresista de la Revolución Ciudadana, debido entre otras razones a que el fortalecimiento del Estado como eje posneoliberal, significó que este adquiera un rol de arbitraje (Unda, 2019) que dificultó, limitó y frenó las posibilidades de autonomía popular[6] mediante el uso de mecanismos como la criminalización de la protesta y la judicialización de más de cuatrocientos dirigentes indígenas, maestrxs, jóvenes, estudiantes; la deslegitimación y aislamiento de los movimientos sociales expuestos como infantiles, siempre “haciéndole juego a la derecha”; y la creación por parte del movimiento oficialista de estructuras paralelas que buscaron romper y erosionar a las organizaciones sociales del Ecuador. Se produjo “una estatalización de la vida de las organizaciones, en donde no existió un momento donde el Estado no tuviera el ojo puesto” (B. Valencia, Ruda Colectiva Feminista, comunicación personal, 2021).
La modernización capitalista conservadora que fue parte también del proyecto progresista implicó por ejemplo, el pacto del correísmo con sectores antiderechos, con las tendencias más reaccionarias de las iglesias y con cierto grupo empresarial que se vio beneficiado por el subsidio permanente del Estado para el desarrollo de sus intereses. Resultado de ese pacto, es el que encontramos en la aprobación del Código Orgánico Integral Penal, COIP, en 2014 que criminaliza a las mujeres que deciden interrumpir sus embarazos producto de una violación[7]. O por ejemplo, el nombramiento de una declarada Opus Dei y antiderechos para la dirección de la Estrategia Nacional de Erradicación y Prevención del Embarazo Adolescente, que tuvo como propuesta emblemática, la abstención, elevando las cifras de embarazo de las jóvenes en todo el país.
Las tensiones, conflictos y rupturas en las organizaciones sociales durante el periodo correísta fueron parte importante de la dinámica de conflictividad del campo popular: “El correísmo nos desmovilizó, pero también hizo algo fundamental, sirvió para desenmascarar las voluntades políticas” (Amelia, izquierda revolucionaria, comunicación personal, 21 de diciembre de 2021). En el caso del movimiento feminista implicó la aparición de corrientes en defensa de la Revolución Ciudadana, que a pesar de proclamar ciertos derechos en situaciones coyunturales, no tuvieron reparos en subordinarse a las directrices antiderechos del mismo ex presidente Correa -quien en 2013 amenazó con renunciar si se avanzaba en la despenalización del aborto- o hacer silencio frente a las declaraciones de burla o deslegitimación contra las mujeres de sus propias organizaciones o partido; eso sin contar la ausencia de una postura crítica ante las mujeres encarceladas por abortar, la violencia extractiva en territorios amazónicos sostenidos por mujeres, o la criminalización de mujeres maestras e indígenas que cuestionaban desde la izquierda al régimen. Como sostiene Belén Valencia, “fue un feminismo antipatriarcal, pero que se subordinó al caudillo, al patriarca de Correa” (B. Valencia, Ruda Colectivo Feminista, comunicación personal, 2021).
Paralelamente, las tendencias anticorreístas en el movimiento feminista se dividieron entre aquellas que cuestionaban abiertamente al gobierno por su ejercicio patriarcal, por la política contra las organizaciones sociales y su proyecto desarrollista expansivo; y quienes se ubicaron en el lugar de la derecha y el liberalismo, criticando el patriarcado y las formas machistas del gobierno, pero ocultando su postura racista, clasista y pro uso del aparato represivo del Estado. Ambas tendencias se expresaron en el paro de 2019 y —como veremos a continuación— decantaron la composición y los planteamientos del propio movimiento, reactualizando las alianzas internas y mostrando la inexistencia de acuerdos a más largo plazo de los feminismos.
A las rupturas y cercanías de los feminismos determinadas por elementos ideológico políticos, se suman las tensiones que corresponden al cómo hacer, es decir a las diferentes maneras de cómo se hace política, se politiza, se ejerce poder, palabra y representación de la tendencia más hacia a la izquierda de los feminismos en Ecuador. Bajo esa perspectiva, propongo leer el carácter de los feminismos ecuatorianos desde la simultaneidad, la convergencia temporal y la tensión.
En cuanto a la simultaneidad, identifico por lo pronto, dos dinámicas territorializadas en los feminismos. La primera marcada por los feminismos quiteños, que por su lugar en la capital ecuatoriana, determinan gran parte de las demandas, las consignas y las estrategias que se adoptan en tiempos de coyuntura y en el que hacer cotidiano. Aquí se hacen más visibles las apuestas lobistas con el Estado, el carácter institucional de una parte de los feminismos y, también, las apuestas más “autonómicas”, que pliegan en momentos de coyuntura nacional, pero que la mayor parte del tiempo no confluyen en articulaciones feministas. La segunda es aquella que los feminismos y los espacios antipatriarcales por fuera de Quito establecen en cada territorio. Que tiene sus propias configuraciones de clase o de racialización, su propia temporalidad y relación con el Estado, quien suele marcar su existencia en el abandono de enormes territorios, sobre todo rurales, indígenas y afros, pero que se refuerza en el uso del aparto represivo o en el subsidio a las élites y las actividades extractivas.
Finalmente, a pesar de que en estos años ha aumentado la autoidentificación con el feminismo (sobre todo entre lxs más jóvenes), esta no se traduce necesariamente en un cuestionamiento y posicionamiento frente al capitalismo o al racismo, en la ampliación del tejido organizativo popular de los feminismos, ni tampoco en la construcción de espacios permanentes de articulación y convergencia que nos permitan cambiar la correlación de fuerzas. Y es que a la innegable diversidad de feminismos que decantaron en clave popular comunitaria luego del paro, se suman dos maneras de hacer política que merecen atención: la política de la identidad y la política en masculino, claros signos de un tiempo incierto, de crisis y subjetivación neoliberal.
Paro 2019: significados desde los feminismos
A inicios de octubre de 2019, el entonces presidente Lenín Moreno anunciaba medidas económicas neoliberales que golpeaban directamente la economía de los sectores populares y capas medias. Fue el inicio de doce días de la mayor insurrección popular del Ecuador en los últimos 29 años. El Decreto 883 promulgado por Moreno, en concordancia con el acuerdo firmado con el FMI, definía la eliminación de los subsidios a los combustibles dando paso a un nuevo proceso inflacionario que afectaba a los sectores populares y capas medias mientras protegía los intereses de las élites[8].
Ante este anuncio, el gremio de los transportistas arrancó con la protesta, y horas más tarde el Frente Unitario de los Trabajadores (FUT), la Conaie y el Frente Popular (FP), articulados en el Colectivo Unitario Nacional de Trabajadores, Indígenas, Organizaciones Sociales y Populares, convocan a un paro por tiempo indefinido exigiendo la derogatoria del Decreto 883 y el fin del acuerdo con el FMI. Durante varios días, el pueblo se vuelca a las calles y carreteras del país, mientras que el discurso de las élites se sostenía en frases como “los indígenas son una minoría que no tiene nada que decidir en el Ecuador”, “recomiéndeles que se queden en el páramo”[9], “son golpistas, les dirige el correísmo” o “vándalos que destruyen el patrimonio de Quito”, mostrando abiertamente el racismo estructural. Por su parte las organizaciones sociales, las izquierdas y las articulaciones que se fueron formando en esos días dieron paso a la creación de un Parlamento de los Pueblos que, a través de mesas temáticas y abiertas, construyeron un primer documento de alternativas a la crisis. Luego de 11 muertxs, 1340 heridxs, y decenas de personas que perdieron un ojo por la brutalidad policial, el movimiento indígena popular y el pueblo del Ecuador consiguen la derogatoria del Decreto 883, obligando al gobierno de Moreno a un diálogo público televisado con dirigentes de la Conaie.
En términos generales, el levantamiento de 2019 implicó una victoria inicial y temporal del campo popular ecuatoriano que mostró la importancia de la organización y la movilización para alcanzar demandas; la reafirmación de que las calles son un espacio necesario para las organizaciones populares; la urgencia de construcción de un espacio de articulación plural permanente de los movimientos sociales; entre otros (Santillana, 2020). A la par, develó la estrategia de coerción y represión que las élites están dispuestas a levantar para asegurar la continuidad de su proyecto rentista neoliberal y de control del Estado:
significó un proceso de afirmación de cómo el sistema capitalista, como el Estado actúa a favor de unxs y en contra de otrxs, y se vió en cómo a la policía no le importaba matarnos, reprimirnos, ahogarnos, con tal de que el decreto pase. Fue un proceso de desenmascaramiento de cómo el sistema capitalista actúa contra nosotrxs (C. Aguirre, Juventud Revolucionaria del Ecuador, comunicación personal, 2021).
Como en el resto de estallidos que se produjeron en ese año en el continente, lxs jóvenes adquirieron un lugar central. Durante la década de gobierno progresista en el que la disputa se volvía por momentos opaca y agravada por la judicialización de la protesta y la deslegitimación del campo popular organizado, las movilizaciones tuvieron como centro la construcción de un anticorreísmo, que no lograba romper el cerco organizativo y ampliarse hacia la participación masiva del pueblo ecuatoriano. De esa manera, el paro permitió que por primera vez las nuevas generaciones que habían crecido en la Revolución Ciudadana y sin aprendizajes militantes o de lucha callejera, pudieran ser parte de una pedagogía popular e indígena que disputaba el sentido político histórico en las calles y carreteras del país: “no era solo contra Lenín, era contra todo lo que habíamos vivido en esa década. Lenín fue solo la cereza del pastel” (B. Valencia, Ruda Colectivo Feminista, comunicación personal).
En ese sentido, también para los feminismos, octubre de 2019
interrumpió algunos sentidos que se venían dando sobre la política, la justicia, la inoperancia del Estado. Fue un desordenamiento de lo que venía pasando en el gobierno de Moreno, pero más allá de eso fue un momento de confluencia. Y se vio dónde está la fuerza de lo político, que es en lo popular (C. Burneo, Corredores Migratorios, comunicación personal, 2021)
Este desborde que desordenó el poder por unos días, y detuvo temporalmente el tiempo estatal del consenso, implicó una activa participación de las mujeres indígenas, populares y de sectores medios mestizos. La presencia de las mujeres en todos los frentes de lucha, y en la creación y mantenimiento de entramados de cuidado que permitieran el desarrollo de los doce días de paro (Vega y Aguirre, 2022), constituyeron una fuerza de trabajo determinante en la reproducción social de la lucha. Por un lado, se democratizó y amplió el desenvolvimiento de la protesta con la participación de las mujeres en espacios “tradicionalmente masculinos” como las primeras líneas y al mismo tiempo, se mantuvo la división sexual del trabajo dentro de la protesta.
En efecto, para “las mujeres que estuvimos disputándonos esas lógicas de feminidad, de sumisión, de control, de disciplina, el paro significó arrebatarle a la organización y a la solidaridad ese lugar obligatorio” (B. Valencia, Ruda Colectivo Feminista comunicación personal). Las mujeres que provenían de organizaciones y tenían experiencia en la bronca pudieron ocupar estos espacios y en cierta medida modificar los tradicionales roles de género, pero la mayoría de
las jóvenes que salieron a las calles por primera vez, cumplieron el rol que podían cumplir y regresaron al lugar que conocían. Creo que si bien la revolución revoluciona el binario, es tan fuerte el heteropatriarcado que nos devuelve a esos lugares, a esos roles por comodidad. Porque es muy difícil para una cuerpa tan permeada por el cuidado, salir de los lugares de cuidado (B. Valencia, Ruda Colectivo Feminista, comunicación personal, 2021).
A pesar de esto, el paro de 2019 permitió la confluencia de formas de politización previas, tejidas por los feminismos que entregaron a las mujeres la conciencia de su lugar histórico en la protesta y la potencia de su propia capacidad para construir otras maneras de hacer política-
Toda la historia nos han dicho que la mujer no puede, por ser simplemente mujer, y en este caso vimos eso, que las que estuvimos en todos los frentes (…) fuimos mujeres, compañeras organizadas o no, pero que en ese momento logramos organizarnos. Nadie estuvo suelto. Porque llegabas a los espacios y estaban encabezados por compañeras (Killa, izquierda revolucionaria, comunicación personal, 2021).
En el caso de las mujeres autoconvocadas, estaban en
lo que fuera necesario: lavar platos, escribir, ayudar a las mujeres a cuidar a sus wawas, comprar o conseguir pañales, denunciar, tomar fotos, estar presentes, colaborar con el análisis, con la práctica común de darle sentido al paro y formar parte de este cuerpo colectivo que sostenía, que estaba hecho fundamentalmente de mujeres. Como nunca, hubo un relato tan colectivo, y tan plural, de tantas voces que había que recoger (C. Burneo, Corredores Migratorios, comunicación personal, 2021).
Por su parte las jóvenes militantes de organizaciones de izquierda ocuparon varios espacios en los días de protesta: “entregando a lxs compas de la primera línea yogures y sánguches, que estuvieron durante muchos más días, y lo hicimos porque muchxs de ellxs no comían nada, venían y se iban caminando, consiguieron alguna casa de alguien cercano y ahí dormían. Hicimos esto para que se pudieran sostener en la lucha” (C. Aguirre, Juventud Revolucionaria del Ecuador, comunicación personal).
Se conjugan entonces tanto la dimensión política de cuidado como su carácter de reproducción social, que fue politizado por las propias compañeras:
Para mí ser mujer en el paro significó eso, ocupar el lugar reivindicativo, político, de fuerza, de sostenimiento, de solidaridad y cuidado. No era un lugar derivado del paro, ni un lugar secundario, había que demostrar, narrar que era ese el lugar de sostenimiento de la vida. Allí se hacía concreta la práctica común, material, intelectual, social, porque había una conciencia de cosas que siempre estamos discutiendo y que en ese rato se encarnaban, materializaban, se volvían un cuerpo colectivo. Ser mujer en ese momento fue poder ocupar un lugar en lo político que tantas reflexiones nos habían permitido, sostener, colaborar, practicar la solidaridad de modo feminista (C. Burneo, Corredores Migratorios, comunicación personal, 2021).
Se produce entonces una conjunción entre ese cuidado en relación a la reproducción social y a la materialidad de la vida, y el cuidado en una dimensión política: «nos cuidamos para seguir levantadas», para rebelarnos ante las injusticias, porque en el cuidado somos cuerpo y práctica colectiva.
Para muchas, aún en organizaciones mixtas y de izquierda
fue saber que solo la lucha nos permite transformar las cosas, significó también comprender que sin mujeres no hay revolución, porque en octubre las mujeres no estuvimos solo en las tareas de cuidado, ni solo en los centros de acopio y acogida recibiendo la ayuda que venía de los barrios populares y medios para lxs hermanxs indígenas que se habían movilizado hasta Quito. Estuvimos en las calles, haciendo labor propagandística, en la primera línea, en todos los escenarios. Significó saber que somos un actor clave para las transformaciones que queramos hacer en este país y en el mundo (C. Aguirre, Juventud Revolucionaria del Ecuador, comunicación personal, 2021).
Este lugar protagónico, adquiere una visibilización mayor cuando en la mañana del 12 de octubre, las mujeres de la Conaie convocan a una asamblea que deviene en una marcha de mujeres que buscaba cambiar el sentido de lo que venían siendo ya once días de paro. En vez de ir hacia el centro de Quito donde habían transcurrido los enfrentamientos diarios con la policía y donde se encontraban los centros de acopio y de cuidado de lxs protestantes, las mujeres dirigen la marcha hacia el centro norte de la ciudad, zona financiera y de clases medias altas, con el propósito de llevar el debate político sobre lo que significaba el levantamiento hacia sectores que no estaban movilizados o presentes en el conflicto, cambiar la lógica de la movilización para frenar la brutal violencia policial que ya en ese momento había implicado asesinatos por parte de las fuerzas del Estado, y tomar la iniciativa política
las mujeres escucharon lo que los hombres nunca iban a escuchar, porque estaban pensando en la guerra. Blanca Chancosa[10], Nancy Bedón[11], todas ellas estaban pensando en cómo ganar el paro, no con más muerte, sino con el cuidado de la vida. Eso me parece histórico, porque la ganancia no era ganar en masculino, “tú y yo peleamos y vemos quién es más fuerte y el que es, gana”, si no en ganar la vida (B. Valencia, Ruda Colectiva Feminista, comunicación personal, 2021).
A las élites y la derecha, se suma la práctica estatal de racismo estructural que vivieron las compañeras indígenas:
ser mujer y ser indígena significó revivir de alguna manera, una memoria de nuestras abuelas, de nuestras ancestras, frente a un contexto de racismo superfuerte, en el que ver pieles morenas juntas, caminando por la calle significaba riesgo, alertas a la policía, que es algo que nos pasó a mi y a mis hermanos, al llegar a nuestra casa que se nos vea como sospechosos, mis hermanos llegando de los espacios de acogida, yo llegando a ver cómo estaban mis hijxs luego de mi ejercicio de reportería (S. Gómez, Trenzando Feminismos, comunicación personal, 2021)
Por último, en ese espacio de confluencia entre mujeres que habilita el paro, se visibilizaron también las desigualdades y diferencias entre nosotras:
Blanca Chancosa, Cristina Cachaguay, eran las lideresas de las grandes organizaciones que estaban dándole sentido a esto, y poniendo límites. Yo nunca me voy a olvidar a la Blanca decirnos “yo entiendo que las feministas no quieran marchar con hombres, pero esta no es una marcha feminista, es una marcha de mujeres, los hombres pueden venir pero atrás”. Fue apelar a esas lógicas occidentales como el separatismo, que creo que igual son importantes, pero que ese día ellas significó “nosotras estamos poniendo los muertos, no ustedes blanquitas de la ciudad que hacen lobby feminista” (B. Valencia, Ruda Colectivo Feminista, comunicación personal, 2021).
Esas formas de politización y táctica diferenciada de las mujeres, mostrará las tensiones entre los feminismos y la construcción política de muchas mujeres indígenas que cuestionan las lógicas de un tipo de feminismo y que sin embargo, establecen una vía de confluencia y masividad que acoge a todxs. Al mismo tiempo, como veremos en la creación y quiebre del Parlamento de Mujeres, la subordinación y entrega de la posibilidad de hacer una política más autónoma y femenina/feminista/antipatriarcal será también parte de la dinámica aún presente en muchas compañeras de organizaciones mixtas, comunitarias y de izquierda.
La experiencia del Parlamento Plurinacional de Mujeres y Organizaciones Feministas del Ecuador
A inicio de diciembre de 2019, las dirigentes indígenas más visibles del levantamiento, Blanca Chancosa, Luisa Lozano, Nancy Bedón convocan a una reunión abierta entre mujeres, a las que acudimos organizaciones, colectivas, espacios que habíamos estado en el paro, con el propósito de hacer un análisis de coyuntura y posicionar una voz colectiva y plural que exija justicia y reparación para todas las violaciones de derechos humanos, crímenes y despliegue represivo del Estado ecuatoriano. El reconocimiento de que el paro había permitido decantar los espacios feministas en clave anticolonial, antiracista y anticapitalista y de que se necesitaba construir un espacio diverso que recogiera esas nuevas convergencias entre mujeres, alumbró la creación del Parlamento Plurinacional de Mujeres y Organizaciones Feministas. Como muchas no se reconocían en el feminismo, el acuerdo fue saldado proclamando el principio antipatriarcal. Se sumó el rechazo al correísmo, debido no solo a todo lo que significó para el campo popular la criminalización de la protesta y la persecución a las organizaciones históricas que habían protagonizado el paro, sino también a los intentos del correísmo y sus representantes para capitalizar el descontento popular del levantamiento, deslegitimando a las organizaciones históricas que exigieron la derogatoria del Decreto 883 sin caer en aquellos discursos que planteaban la salida de Moreno[12].
Entre diciembre de 2019 y marzo de 2020, el Parlamento acogió a una diversidad enorme de mujeres, disidencias, mestizas, indígenas, afrodescendientes, jóvenes, federaciones de estudiantes secundarios y universitarios, mujeres de barrios populares, colectivos anticapitalistas, mamás, antifascistas, ecologistas, feministas que por un tiempo decidieron caminar juntas de cara a la coyuntura pero también imaginando un espacio de convergencia capaz de construir otra manera de hacer política.
Cuando llegué fue muy importante mirar que las mujeres habían construido autonomía a partir de un estallido social, con una mirada propia, plural, diversificada, donde los feminismos así como las posiciones de mujeres indígenas (conductoras, intelectuales y dirigentas) jóvenes confluían para formar un tejido poderoso y muy fuerte que iba a tener un camino de lucha social, fortalecida por ser diversificada, por venir de una confluencia de mujeres surgida a partir de octubre del 2019 (C. Burneo, Corredores Migratorios, comunicación personal, 2021).
En efecto, a partir de octubre y con la conformación del Parlamento de Mujeres, aparece de manera más amplia, la posibilidad de pensar la política en clave feminista, y ya no solo en clave masculina o patriarcal. Este sentido se hizo presente en el juicio político a la ministra de gobierno de Moreno, Maria Paula Romo, responsable de la represión en el paro y autoidentificada feminista liberal; en la preparación y movilización del 8 de marzo de 2020 que fue sin duda la marcha feminista más grande, diversa y popular que ha existido en la historia del Ecuador; y en la participación del Parlamento de Mujeres en la construcción de la Minga por la Vida, documento presentado por el Parlamento de los Pueblos como un mandato de los movimientos sociales que recogía un conjunto de propuestas para un contexto de transición posparo.
El Parlamento es un hito histórico para nosotras, la posibilidad de juntarnos en medio de la diversidad, en medio de esas diferencias del movimiento, hallar un punto de encuentro, de construcción política, me pareció fundamental. Significó en ese momento una respuesta feminista, de las mujeres a octubre, de sostener octubre, en tiempo y en memoria (S. Gómez, Trenzando Feminismos, comunicación personal, 2021).
Sin embargo, pese a esos enormes esfuerzos que abrían la posibilidad de construir una política no subordinada a la lógica estatal, a las elecciones o a las órdenes de los caudillos y patriarcas también presentes en las izquierdas y el campo popular, el Parlamento de Mujeres entra en crisis y muchas de las organizaciones y mujeres que levantaron trabajo político pedagógico desde su creación, salen del espacio. A los desencuentros internos sobre cómo enfrentar la violencia machista de hombres cercanos, se sumó el malestar generado por la persistencia de la división sexual del trabajo, la representación y el lugar del poder de las mujeres en el Parlamento de los Pueblos, que acogía el trabajo político, de edición, redacción, creación y propuesta del Parlamento de Mujeres para la Minga por la Vida, pero que en la disputa y visibilización política, volvía a borrar a las mujeres como protagonistas de octubre y actoras centrales en la disputa política y el sentido histórico. Esto implicó para las mujeres que eran parte de las organizaciones históricas y mixtas un lugar poco cómodo y abiertamente tenso, porque debían mediar entre los debates y reclamos feministas del espacio y los acuerdos propios y el carácter de sus espacios. Con la coyuntura electoral esto terminó por romper el Parlamento.
La decisión del conjunto de organizaciones pertenecientes al Colectivo Unitario, y de los movimientos y partidos políticos de izquierda en las elecciones presidenciales del 2021, fue determinante. Sin embargo, el apoyo al expresidente de la Ecuarunari, y referente en la lucha por la defensa del agua, Yaku Pérez Guartambel, candidato a presidente por Pachakutik, generó otro escenario de desencuentro y salida en el Parlamento de Mujeres. Muchas compañeras plantearon que el Parlamento debía sostener un respaldo claro y público a esa candidatura o al menos de rechazo a las fuerzas electorales de derecha, otras consideraron que eso no daba cuenta de las diferentes posturas frente a las elecciones, y varias consideraban que la posibilidad de construir otra manera de hacer política era mantener la autonomía del Parlamento sin comprometerse con el apoyo a tal o cual candidato, respetando lo que cada fuerza y organización definiera de manera particular. Esto no fue posible.
creo que nuevamente la política partidista nos jugó a la casita. Porque sigue siendo heteropatriarcal, sexista, sorda frente a lo que dicen las mujeres, lxs jóvenes, lxs niñxs, los maricas, es impresionante el nivel de sordera y ceguera de las organizaciones de izquierda. (…) en el Parlamento, se saltaron el acuerdo que teníamos que no todas somos iguales, y que nosotras no vamos al partido. Siento que pasó lo que ocurrió con Correa y el aborto, cuando las correistas nos traicionaron porque tenían al caudillo. Aquí quizás no había la cara del caudillo, pero sí la cara del partido y lo electoral. Y en el Parlamento fue así, sí claro tenemos varios acuerdos compañeras, pero el Colectivo Unitario necesita esto (B. Valencia, Ruda Colectiva Feminista, comunicación personal, 2021).
luego de octubre fuimos las primeras en decir organicémonos, nuestras diferencias no eran tan profundas para no trabajar en común, fue ese proceso de escucharnos todas juntas, debatir por horas, planificar, a darnos el tiempo, a sacarnos el sucio, pero fue ese proceso que nadie vio pero que nosotras vivimos, juntas ahí sentadas decíamos sí es posible construir otra forma de hacer política. El Parlamento de Mujeres fue la experiencia, la constatación de que es posible. El 8 de marzo fue brutal, frente al discurso vanguardista de izquierda, de siempre, una diversidad de mujeres decidió salir y protestar… pero otra vez nos separaron los hombres y sus elecciones (Amelia, izquierda revolucionaria, comunicación personal, 2021).
Las fuertes discusiones que se dieron en ese tiempo y las prácticas para cancelar el debate interno y restarle potencia al Parlamento, terminaron por diluirlo.
Lo que pasó después fue una domesticación demasiado rápida, más bien dicho creo que como dicen algunos filósofos de las luchas, algunas de las fuerzas de domesticación de las luchas pudieron más sobre el Parlamento, que su propia política que se construía ahí. ¿Por qué? Porque venía una coyuntura electoral, y esa idea domesticada y burocrática de la política, destruyó en gran medida la política propia que iba construyendo el Parlamento (C. Burneo, Corredores Migratorios, comunicación personal, 2021).
Quienes se quedaron en el espacio dejaron de pensar la articulación como un ejercicio político permanente, plural y vivo, y mantuvieron el Parlamento como espacio en momentos coyunturales. En la campaña electoral, emitieron comunicados de respaldo a Yaku Pérez, y convocaron a una movilización el 8 de marzo de 2021, que entre otras demandas exigía que no haya fraude en segunda vuelta y llamaba a defender la democracia. Con eso, se sentenciaba al Parlamento a convertirse en una articulación carente de vida propia, deslegitimada por su subordinación a la lógica estatal, electoral y sobre todo subordinada a la política en masculino.
resulta difícil pensar, por doloroso, que esa fuerza plural y política que se construía en el Parlamento de Mujeres fue entregada sin miramientos a un hombre, a un candidato presidencial, no importa cuál haya sido, pero el tejido se subordinó. La fuerza política que había en el Parlamento se subordinó a una coyuntura en donde nosotras no estuvimos presentes sino haciendo aportes que luego fueron invisibilizados, muchas compañeras hicieron aportes intelectuales, redactaron contenidos y materiales para la Minga por la Vida y otras líneas, que derivaron del estallido de octubre. Y todo ese trabajo que hicieron las mujeres para situar una idea propia de lo político basada en el sostenimiento de la vida, el cuidado y la defensa de la tierra, y la afirmación permanente de que somos un cuerpo colectivo se vio instrumentalizado por la política más burocrática y menos creativa que es la política electoral. Creo que ese fue el gran fracaso del Parlamento y ese sentido de derrota se quedó instalado luego, en muchos sectores sociales que habían pertenecido a él. Desde donde yo lo veo, no prosperó porque no se defendió la fuerza del Parlamento si no que se entregó lo que habíamos tejido entre muchísimas, a partir del levantamiento, se devolvió al patriarcado a partir de mecanismos y engranajes, y esa incapacidad de vernos en nuestra propia fuerza para mi resultó en una desarticulación, en una dispersión de una fuerza que el Parlamento había logrado construir durante los primeros seis meses (C. Burneo, Corredores Migratorios, comunicación personal, 2021).
Como hemos visto en la experiencia del Parlamento de Mujeres, las propias dinámicas en tensión de los feminismos y la disputa por la forma de hacer política, se conjugaron con un tiempo de crisis económica y de salud producto de la pandemia, Estado de excepción y un encierro obligatorio que minó aún más las posibilidades de articulación feminista, en donde la virtualidad se convirtió en el principal espacio de socialización y toma de decisiones. A pesar de que algunas compañeras que están en el Parlamento[13] siguen mirándolo como un espacio donde se pueden hacer cosas, la posibilidad de la autocrítica fue borrada del propio debate feminista. Nuevamente la poca voluntad de cambiar el legado de una cultura política que invisibiliza las posturas diferentes, la crítica constructiva y el conflicto como motor de la dinámica organizativa, se hizo presente. Y en esa cancelación, la política en masculino volvió a determinar nuestra temporalidad y autonomía, volvió a colocar a las elecciones en el centro de nuestros debates, como única referencia del quehacer político, como principal discusión en coyuntura y como si es que no hacerlo fuera hacerle juego a la derecha o ser políticamente inmaduras. Todavía persiste en una parte de las organizaciones feministas y de mujeres una forma de hacer política que no imagina la autonomía colectiva, y que a la larga prefiere subordinar toda la potencia de un espacio diverso a la imagen de un candidato, a las lógicas de un movimiento político y a la aceptación de que serán siempre otros los que tomen las decisiones por nosotras.
Crisis, pandemia y neoliberalismo: ensayos colectivos para recuperar las calles
A la política en masculino como signo de la crisis de los feminismos, se suma otro fenómeno relativamente reciente, la política de la identidad atravesada por la subjetivación neoliberal[14] y la impronta de clase. El capitalismo cognitivo, la hegemonía de las redes sociales, y la ideología neoliberal son el contexto de esta política, en donde
las más jóvenes son muy libres con su cuerpo, muy libres desde el género y la sexualidad, y amplían el espectro, pero hay tal nivel de despolitización sobre las desigualdades capitalistas y coloniales… Lo que el capitalismo global hace con las disidencias, con los feminismos es tomar esos cuerpos y capitalizarlos, tienes a las influencers, instagramers, que se dicen feministas pero que terminan sosteniendo la hegemonía de la belleza, de la clase, del capital que obtienes. Hay unos parámetros tan marcados de la identidad que no te permiten pensar la política más allá de lo que se valida. (B. Valencia, Ruda Colectiva Feminista, comunicación personal, 2021).
La política de la identidad es la forma en que el neoliberalismo captura la identidad y la antepone como diferencia irreductible, enclaustrada en lo multi que impide lo común. Como nos recuerda Jacques Rancière entrevistado por Amador Fernández-Savater, “una subjetivación política es el encuentro del lazo que se opone a la separación de los individuos y el devenir otro que rompe con la asignación identitaria” (Fernández-Savater, 2020:145).
En ese sentido, la política de la identidad es también el vínculo con el capitalismo cognitivo y el neoliberalismo como productores de sujetos, en donde el yo de las redes (imagen, posturas evanescentes, etc.) se equipara a nombrar, a dejar sentado algo en el signo que se proyecta y desde ahí se valida, sin conflictividad, sin negatividad, sin significado. Como sabemos,
no basta nombrar, es preciso compartir, entender, crear contexto, contagio, enfrentar servidumbres. Las personas están compuestas de márgenes muy diversos, que en su mayoría se desconocen en sí mismos. (…) Miramos a los otros y en la semiótica de los nuevos tiempos nombrar y visibilizar se funde en las pantallas y sus imaginarios, donde “que te vean” se iguala a que te nombren. Cosa distinta es el significado y valor dado a cada contexto, a cada ver (Zafra, 2021:8).
La política de la identidad es también reducir el sujeto a su dimensión individual. Desaparece lo colectivo, porque lo que queda es la disputa en el plano del individuo. A la larga, el predominio de la política de la identidad como lógica que organiza las varias experiencias de articulación feminista, y la propia relación entre colectivas se traduce en el no diálogo, la no escucha, prácticas mediadas por una persistencia en aquello que parece pero que no se explora, en el acto primero de mostrar que se es para validar lo que se nombra; y no en la exploración de cada contexto, en las complejas relaciones de clase, género, raza que nos componen, en ese acto político de dejar de ser para ser con otrxs, un algo común que no elimine la diversidad, pero cree un lenguaje y una praxis que permita superar la fijación identitaria.
Por otra parte, aún queda el feminismo que antecedió a las compañeras nacidas en los 90: institucional, anclado en el Estado y la igualdad de género, poco crítico a la heterosexualidad como régimen político; un feminismo que se concentró en la política pública y que dejó un importante legado de derechos para las mujeres en Ecuador, pero que no fue determinante en la construcción de feminismos más autónomos e interseccionales. Esa relación con el Estado existe aún en los feminismos dados al lobby y la burocracia feminista así como inmersos en la lógica de las ONG. Estas prácticas han sido cuestionadas por hacer de las luchas feministas, luchas segmentadas, que obstaculizaron la construcción de feminismos amplios, masivos y descentralizados, que no estén organizados en torno al Estado como única comunidad política fija; o determinados por el financiamiento oenegeísta que define agenda, aisla demandas, e impide una configuración más autónoma popular.
Quizás un ejemplo en donde confluyen estas distintas políticas y feminismos han sido los intentos por construir una marea verde en el país que logre la despenalización legal y social del aborto. Recordemos que como eco de la lucha por la legalización del aborto en Argentina, se crea en Ecuador en 2018 un espacio que abrió las puertas a cientos de mujeres, y que se presentaba en un inicio como un lugar diverso, de confluencia y coordinación. Sin embargo, rápidamente se hizo evidente la poca capacidad de articulación con otras mujeres de sectores populares; que se sumó a la centralización en la toma de decisiones, las prácticas poco democráticas de algunos feminismos; la monopolización de la palabra y la representación; las vocerías autorizadas; la obstaculización a los feminismos políticos. Meses después, luego de varios intentos de recomponer y cambiar la dinámica, el espacio perdería potencia y vitalidad con la salida de varias organizaciones y colectivas. Tres años después, con el fallo de la Corte Constitucional en abril de 2021 que declaraba inconstitucional lo estipulado en el COIP, despenalizando el aborto en casos de violación, la Defensoría del Pueblo elabora una ley justa y reparadora que pasa al poder legislativo para su debate y aprobación. En este escenario, surge la necesidad de una articulación para garantizar una ley que no contemple plazos, o que al menos extienda lo más posible, los plazos para las mujeres y personas en capacidad de gestar que hayan decidido abortar luego de una violación.
Pero nuevamente se hicieron presentes las tensiones sobre la representación del movimiento y la lucha por el aborto, que reeditan lo ocurrido años atrás, pero en donde también se evidencia la enorme diversidad territorial, cultural, política, etaria que componen los feminismos hoy en día. En estos meses y luego del paro de 2019, hemos visto cómo se han creado nuevas colectivas feministas antirracistas y anticapitalistas[15], que tienen otros caminos, estrategias y relatos tanto en relación al aborto, al goce, al separatismo, a las alianzas y diálogos. Y es que “lo que está ocurriendo en la Asamblea Nacional, con la ley de aborto por violación, es que hay una posibilidad de juntar esas diferencias, quizás sea este el momento de ese nacimiento de la marea verde, en medio de esas diferencias” (S. Gómez, Trenzando Feminismos, comunicación personal, 2021).
En efecto, todas las movilizaciones y plantones por la despenalización del aborto que ha habido en estos últimos meses en Quito, se han caracterizado por la creatividad y multiplicidad de feminismos sostenidos sobre todo por las compañeras más jóvenes que ponen el cuerpo, bailan reaggeton, a la par que despliegan estrategias de reinterpretación y acercamiento. Expresión de estos feminismos, es “Cimarronxs por el derecho a decidir”, que levantó en estos meses un espacio para el debate y la memoria situando el aborto como una práctica colectiva y ancestral de resistencia frente al dominio colonial y la violación como ejercicio de poder. Como relata Génesis Anangonó, periodista, docente, feminista y militante antirracista,
en esta coyuntura decidimos juntarnos las negras y hablar con la asambleísta Paola Cabezas, para plantearle nuestros argumentos y demandas en relación a la ley de aborto. Más allá de que no estemos de acuerdo con el partido al que representa (UNES), creíamos que era importante dialogar con ella desde la hermandad cimarrona” (Entrevista Génesis Anangonó).
Sin duda estas estrategias, que no piden permiso, abren grietas a la lógica colonial del poder y la impronta de clase, que como sostiene la investigadora feminista, Ana María Triana, “se traduce en que unas pocas acaparen cuerpos, ideas, experiencias, oportunidades laborales, que acumulan capital sociopolítico y económico en desmedro de otras, impidiendo que se produzcan recambios intergeneracionales, interpelaciones y aperturas” (Entrevista). A pesar de la coyuntura, estos feminismos no tienen miedo a alzar la voz, cuestionar y ser irrereverentes con las jerarquías enquistadas, y cuestionar también la manera colonial como han operado: “ahora todas estamos hablando de todo, el hecho de que yo me haya visto en el pleno de Asamblea, en el primer debate de la ley de aborto por violación, es una cosa que yo jamás me hubiera imaginado” (S. Gómez, Trazando Feminismos, comunicación personal, 2021).
Frente a esta profunda crisis en la que nos encontramos, y en la que está también el campo popular ecuatoriano, esperemos que pronto podamos nombrar, problematizar, pensar juntas qué significan las relaciones de poder y las condiciones de desigualdad entre nosotras, y de esta manera, traer en memoria y práctica, el legado que nos dejó el paro de octubre de 2019, ese que nos enseñó a construir por un tiempo, potencia en la diversidad, autonomía en feminista y política en femenino. Habrá que ver si es que las confluencias actuales de los feminismos en torno a la despenalización del aborto[16] y al 8M, son un intento sostenido de convergencia que va más allá del tiempo jurídico puesto por el Estado. O si es que la profundización de la crisis económica, la forma neoliberal y la precarización de la vida se conjugan con un hartazgo destituyente/constituyente de la forma de hacer política, y emergen a mediano plazo, semillas de feminismos populares, autónomos y comunitarios.
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política, nudos y esperanzas
por Lucía Alvites Sosa
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Sobre la autora
Alejandra Santillana Ortiz, feminista de izquierda, antirracista, socióloga, investigadora del Instituto de Estudios Ecuatorianos y del Observatorio del Cambio Rural. Integra los GT de Estudios Críticos al Desarrollo Rural y de la Red de Género, Feminismos y Memoria en América Latina y el Caribe de Clacso. Forma parte de Ruda Colectiva Feminista, Feministas del Abya Yala, la Confluencia Feminista del FSMET, el Gender Economical and Ecological Justice de DAWN, el Grupo de Justicia Digital de DAWN y IT for Change y la Cátedra Libre Virginia Bolten. Es docente en la Universidad Andina Simón Bolívar y actualmente realiza su doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM. Investiga las izquierdas ecuatorianas y el campo popular organizado, la dinámica del movimiento indígena y de mujeres, y los debates entre el feminismo y el marxismo.
Referencias Bibliográficas
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Notas
[1] Cuando hablamos de campo popular, nos referimos al conjunto de las organizaciones sociales, populares, indígenas y a los movimientos sociales ecuatorianos; y que es precisamente este campo el que adopta formas de lucha en el paro. Se propone la huelga como la expresión de la conciencia de la clase trabajadora que apunta a la pérdida de sectores empresariales en tanto suspensión del elemento que permite el valor en las mercancías, es decir el trabajo; el paro, como posibilidad de incluir y ampliar a sectores de la población urbana que paralizan sus actividades y toman el espacio público; y el levantamiento, que constituye la forma que adopta históricamente el movimiento indígena, y que expresa la convergencia de pueblos y nacionalidades para el cierre de carreteras, salida de sus comunidades y toma simbólica de la ciudad de Quito.
[2] Este texto no explora experiencias de los feminismos más autónomos como los levantados por Mujeres de Frente, que son casos excepcionales en la dinámica política de Quito.
[3] El Estado es “una forma política de la relación del capital y como tal, (…) una mediación para la constitución de la subjetividad colectiva autónoma” (Dinerstein, 2013: 31-32).
[4] Por ejemplo contra el Estado sería el reclamo de autodeterminación de los pueblos; con el Estado, la exigencia de presupuesto y reconocimiento de derechos, la creación de movimientos políticos; y más allá del Estado, las mingas, formas recíprocas y rotativas, temporalidades no estatales.
[5] Lo que se encuentra es siempre un proceso de pacto entre las distintas facciones de la burguesía y oligarquía, algunas veces en clave neoliberal otras en clave modernización conservadora. Sobre modernización conservadora en el campo y el Estado revisar el texto de Daza, Santillana y Herrera (2017).
[6] Sostiene el investigador Mario Unda (2019) que “el populismo requiere hacerse de recursos económicos y políticos que le permitan negociar con los grupos económicos dominantes. Los dos principales recursos utilizados por los populistas son, por un lado, un Estado fuerte controlado desde la función Ejecutiva y desde el poder personalizado de un caudillo y, por otro, el control político de la mayoría de la nación, devenida en masas incapaces de representarse a sí mismas”.
[7] Para más información revisar el reportaje “Las niñas invisibles en Ecuador”, recuperado de https://wambra.ec/las-ninas-invisibles-ecuador/ .También el material del Frente Ecuatoriano de Defensa de los Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos, la Coalición Nacional de Mujeres del Ecuador, Mujeres con Vozs y la Fundación Desafio, a la Asamblea Nacional y al país, recuperado de https://www.informesombraecuador.com/wp-content/uploads/2020/08/MATERIALES-POR-QUÉ-DESPENALIZAR-EL-ABORTO.pdf
[8] En efecto, con la subida generalizada de precios, se afectaba el consumo y la supervivencia de las mayorías, así como el costo de producción en el país. Si ya resultaba caro producir en Ecuador y competir con la economía regional, esta medida elevaba los costos al eliminar el principal elemento de competitividad en una economía dolarizada.
[9] El ex alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, miembro de Madera de Guerrero-Partido Social Cristiano, y uno de los referentes de la derecha ecuatoriana dijo en una entrevista en un canal de televisión, en medio del levantamiento, que había que recomendar a lxs indígenas que se queden en el páramo, un ecosistema andino de altura.
[10] Blanca Chancosa, kichwa de Otavalo, es una de las más importantes e históricas dirigentas de la Ecuarunari-Conaie, protagonista innegable del paro de 2019 y una de las mujeres que más ha contribuido en el levantamiento de la estructura organizativa del movimiento indígena ecuatoriano y en el desarrollo de un proyecto histórico emancipador plurinacional.
[11] Presidenta de una de las organizaciones centrales de la Ecuarunari, la Unión de Organizaciones Campesinas de Esmeraldas y protagonista en el paro de 2019.
[12] Recordemos que en Ecuador, los levantamientos indígenas y populares destituyeron a tres presidentes entre 1997 y 2005 (Bucaram, Mahuad y Gutiérrez). Sin embargo, a pesar de la masividad de los paros, la salida ante la crisis se había dado por la vía de la restauración del orden: en unos casos asumía el cargo el vicepresidente, en otros, la asamblea y los poderes fácticos del Ecuador, daban paso a alguna figura. Y es que a pesar de que el campo popular organizado tenía la fuerza suficiente para destituir presidentes y poner en jaque a las élites, frenando gran parte de sus proyectos, no tenía la capacidad estratégica de instaurar un gobierno popular, indígena y democrático. En esa medida, el paro del 2019 mostró que parte del movimiento popular ecuatoriano había comprendido que no bastaba destituir un presidente, cuando quienes ponían los muertxs eran las organizaciones y quienes finalmente tomarían las decisiones serían otras fuerzas políticas.
[13] De acuerdo a Camila Aguirre de la JRE, el actual Parlamento de Mujeres está compuesto por compañeras de la Ecuarunari, del Movimiento Luna Creciente, Mujeres por el Cambio, la Juventud Revolucionaria del Ecuador, la Federación de Estudiantes Secundarios del Ecuador y la Caja de Ahorros Julián Quito.
[14] La aplicación del neoliberalismo en Ecuador tiene características particulares, que lo diferencian de otros países inclusive de países vecinos como Colombia o Perú. Las políticas del Consenso de Washington no fueron ejecutadas completamente, en gran parte por la fuerza del campo popular organizado que frenó varias veces la privatización se sectores estratégicos, tratados de libre comercio, etc. Las políticas de los distintos gobiernos se enfocaron en garantizar ganancias del sector bancario, agroexportador y extractivista: feriado bancario, dolarización, empobrecimiento generalizado, migración interna y externa, endeudamiento. A pesar de la inversión social y de cierto nivel de consumo en el periodo correísta, la lógica del mercado y el debilitamiento de los movimientos sociales permitieron que el neoliberalismo por abajo, como sentido e ideología, avance.
[15] Por ejemplo, la Cantata Feminista, Zorra Subversiva, La Movida Feminista, entre otros. Y articulaciones como Trenzando Feminismos.
[16] Al término de este artículo, con 75 votos a favor, 41 en contra y 14 abstenciones, la Asamblea del Ecuador aprobó el proyecto de Ley de Aborto por Violación, que garantiza la interrupción del embarazo con plazos de 12 semanas para mujeres mayores de edad, y de manera excepcional hasta las 18 semanas para niñas, adolescentes y mujeres de la ruralidad. La Asamblea debe enviar el proyecto aprobado al presidente Guillermo Lasso para su aprobación, veto total o parcial en 30 días.