Imaginarios feministas contra los extractivismos
Hacia fines de la década de 1990 y como parte del ascenso de las luchas contra el neoliberalismo en América Latina, emerge desde Bolivia y Guatemala el feminismo comunitario-indígena como campo político y epistemológico (Cabnal, 2010; Cabnal, 2019; Guzman, 2015). En las últimas dos décadas, también proliferaron procesos organizativos y luchas comunitarias en defensa de la vida en medio de las renovadas dinámicas de apropiación, despojo, devastación y degradación de las naturalezas humanas y no humanas, impulsadas por la acumulación capitalista (Navarro y Linsalata, 2021).
Desde hace algunos años con el grupo de investigación-acción Mapeos Feministas insistimos en destapar la olla y mirar qué se esconde en el guisado neoliberal racista y patriarcal, que nunca nos alimentó y cuyas formas de envenenamiento quedan cada vez más expuestas. Para eso hemos puesto en diálogo las voces de quienes están en la primera línea en los territorios, creando y defendiendo la vida, a través del podcast Destapar la crisis.
Durante la primera temporada nos dedicamos a mapear los efectos de la pandemia en la reproducción de la vida y los territorios, poniendo el foco en los cuidados (Tricontinental, 2021). La pandemia nos mostró un escenario complejo. Mientras se visibilizó con mayor claridad la fragilidad de la vida y la importancia que tienen las tramas que la sostienen, se profundizaron las dinámicas extractivas de saqueo y vaciamiento de infraestructuras comunitarias que nos tornan cada vez más vulnerables. Durante el 2021 y comienzos del 2022 se produjo y publicó la segunda temporada de Destapar la Crisis. Si la pandemia puso de relieve que sin cuidados no había acumulación posible, la salida de la pandemia se caracterizó por una brutal disputa por la distribución de los costos de la crisis y la apropiación de la riqueza social.
A partir de este recorrido, en el escenario económico, social y político de la post pandemia, nos preguntamos: ¿Cuáles son las lógicas extractivas y cómo se redefinieron en esta nueva crisis? ¿Qué nos aporta la perspectiva feminista para pensar los territorios, la soberanía alimentaria, la ciudad y el hábitat? ¿Cómo se actualizan nuestras resistencias en defensa de la vida y de la tierra?
Esta segunda temporada de Destapar la Crisis comienza con un diálogo entre referentes intelectuales y políticas feministas. Desde los feminismos comunitarios en Bolivia y las luchas en defensa de la vida en México, Adriana Guzmán[1] y Mina Navarro[2], nos ofrecen coordenadas fundamentales para entender cómo opera el metabolismo necrótico del capital y cómo se reactiva la memoria ancestral de la comunidad en el contexto de la pandemia del COVID19. Ambas acuerdan en que la pandemia no significó una desaceleración en la acumulación capitalista, sino más bien una profundización y ampliación de distintas prácticas extractivas. En simultáneo se reforzó la narrativa neo-extractivista como única salida a la crisis para las economías periféricas y principal apuesta de los estados latinoamericanos para la reactivación económica.
Gran parte de la mortalidad del COVID19 en Bolivia ha estado en el sector de las quebraduras de castaña, de las minerías, de los pozos petroleros y eso porque no han parado la actividad (…) No ha habido ninguna cuarentena para el sistema. Lo mismo que la banca, más bien ha perfeccionado toda su tecnología virtual para seguir poniendo créditos durante la pandemia sabiendo que es imposible de pagar porque no hay forma de producir porque no hay donde vender (Adriana Guzman, Feminismo Comunitario Antipatriarcal).
Mientras se agudiza la desigualdad y proliferan los conflictos capital-vida (Perez Orozco, 2014) en nuestro continente, los estados reactualizan su pacto con el sistema capitalista-colonial-patriarcal como único horizonte de desarrollo, con todo lo que esto implica en la deslegitimación y negación de otras concepciones de vidas dignas y posibles.
Lo que hemos ido aprendiendo y en tiempos de la pandemia se ha recrudecido y se ha develado de forma muy clara es que el capital vive de la apropiación barata y/o gratuita de todas nuestras fuerzas vitales, de todo lo que hacemos las mujeres, los cuerpos feminizados, las especies compañeras, todas estas tramas de interdependencia que sostienen y garantizan la vida. Y el capital en sus crisis recurrentes acentúa esta voracidad por expandir estas fronteras extractivas (Mina Navarro Trujillo, BUAP).
Partimos de una noción de extractivismo ampliado (Gago y Mezzadra, 2015), prestando atención a modalidades más y menos opacas, articuladas y superpuestas de expropiación, apropiación, despojo, contaminación, explotación de territorios, biodiversidades, cuerpos, saberes, infraestructuras públicas y tramas comunitarias, tanto en los ámbitos urbanos como rurales. Algunas autoras definen este fenómeno como parte del metabolismo necrótico del capital en su actual fase de acumulación, que produce zonas de sacrificio y de muerte de todas las formas de vida posibles (Navarro, 2021). Nos interesa remarcar dos cuestiones con respecto al extractivismo ampliado, que atraviesan cada uno de los capítulos de este cuaderno. Por un lado, que estas dinámicas combinan modalidades de explotación del trabajo clásicas con otras modalidades de apropiación privada de la riqueza de los entornos naturales y de las tramas de interdependencia, acentuados por la imposición de tecnologías globales al servicio de la valorización financiera del suelo urbano, la tierra, los territorios líquidos y en detrimento de las poblaciones y formas de vida humana y no humana que las habitan. Por el otro, que estas dinámicas extractivas que asumen formas específicas en territorios urbanos y rurales, y se nos aparecen como fragmentadas, no están desconectadas sino que interactúan de modos diversos.
Desde este diagnóstico Adriana y Mina nos lanzan una provocación: si el capital profundiza la estrategia de apropiación de las tramas de interdependencia que sostienen la vida y busca conectar todo a la lógica de la valorización para incorporarlo al circuito de despojo-mercantilización-deshecho, la pregunta por qué feminismos son capaces de hacer frente a esta lógica y construir alternativas se torna urgente. Afirman que un feminismo institucional que sin la anuencia del estado no sabe qué hacer, no pareciera suficiente para hacer frente a los desafíos del presente en la construcción de horizontes de reapropiación del territorio y del tejido de la vida. Más bien reivindican la creación de soluciones situadas, concretas y la apuesta por la comunidad y lo común como opción política y responsabilidad por la vida. De allí la importancia que revisten las experiencias de autoorganización comunitaria para la gestión cotidiana que se ha activado durante la pandemia tanto en los territorios comunitarios rurales como en los urbanos.
El hecho de que muchas abuelas han vuelto a recoger plantas que ya no se recogían de las montañas más altas y nevadas porque son buenas para los pulmones. Frente al COVID y la aparición de distintas cepas las abuelas han ido recuperando y las traen gratis a la ciudad. ¿En qué lógica capitalista a alguien se le ocurre que una comunidad mande dos camiones de plantas medicinales a la ciudad? A esa ciudad racista que dice ´estas indias vienen a vender sus cosas, a ensuciar´, esa es una convocatoria abierta, real a lo comunitario (Adriana Guzman, Feminismos Comunitarios Antipatriarcal).
En este cuaderno indagamos sobre el extractivismo ampliado, prestando atención a tres escenarios: las ciudades, el campo productivo y los territorios ricos en bienes naturales. Nos interesa indagar en las dinámicas extractivas específicas que se despliegan en cada uno de estos territorios, desde el conocimiento situado y concreto de las experiencias alternativas y los procesos políticos organizativos que las vienen resistiendo.
El primer capítulo, Tierra para vivir, feminismos para habitar, explora cómo el extractivismo opera en las ciudades. La especulación inmobiliaria es el principal mecanismo de despojo de los bienes comunes urbanos. La vivienda deja de ser un derecho para ser un negocio en ciudades cada vez más desiguales, hacinadas y violentas. La lucha por democratizar el acceso al suelo se contrapone a la creciente concentración y privatización de la vivienda y los espacios públicos o comunitarios. Frente a ciudades cada vez más excluyentes, son cada vez más sectores de la población que quedan a la intemperie de alguna solución habitacional.
Caren Tepp, concejala por Ciudad Futura-FSP; Alejandra Rodriguez, integrante del Colectivo político, transfeminista y carcelario «Yo No Fui» y Florencia Montes Paez, integrante de No Tan Distintes-Mujeres y personas LGTBQI+ en Situación de Vulnerabilidad Social nos comparten sus reflexiones sobre las consecuencias de la segmentación y fragmentación urbana en la producción de marginalidad y proponen una mirada feminista de las cuidades para la recuperación de la tierra, la política y los vínculos contra la especulación que privatiza y excluye.
El segundo capítulo, Tierra para producir, feminismos para alimentar, analiza el modelo de producción de alimentos impuesto por el agronegocio como estrategia del capitalismo patriarcal y sus consecuencias en la privatización y concentración de la tierra, que atenta contra la agricultura comunitaria y promueve la expulsión del campesinado de sus tierras. También se pregunta sobre el significado de la soberanía alimentaria en momentos en que América Latina vuelve al mapa del hambre y se cierran acuerdos con el FMI. Asimismo reflexiona sobre el papel de la agroecología en la construcción de proyectos de producción de alimentos alternativos a las lógicas extractivas y su afinidad con los feminismos que ponen en el centro la vida.
Deolinda Carrizo, del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE) de Argentina; Paula Delfino de la Cooperativa de Producción Agroecológica, CO.P.A en Guernica; Marenise Oliveira, del Movimento CETA de Bahía, Brasil, y las compañeras hoy nucleadas en la Asociación Mujeres de la Tierra de Argentina hablan de la importancia de democratizar el acceso a la tierra y promover la discusión acerca de su función social. También reflexionan sobre la importancia de recuperar saberes ancestrales, históricamente feminizados, sobre la conservación de semillas nativas, la producción de alimentos variados y el uso de medicinas naturales, que han sido expropiados para mercantilizar estos bienes comunes básicos para la vida.
En el tercer y último capítulo, Tierra para defender, feminismos para luchar, se mapean las crisis socioambientales en América Latina desde las voces de los (eco)feminismos indígenas, populares y comunitarios de la Araucanía, del Cauca-Colombia y del litoral argentino. Localizan los efectos del extractivismo en los entornos humanos y no humanos, el modo en que se vinculan con el narcotráfico y con formas de ejercicio de poder y control territorial sostenidos sobre modalidades extremas de violencia y su correlato en el asesinato de campesinos y campesinas, el empobrecimiento de las poblaciones y las violaciones de los derechos humanos. Asimismo, se preguntan por la importancia estratégica de los humedales ante la intensificación de los proyectos inmobiliarios y el avance de la frontera agrícola, que se desarrollan a costa del saqueo de los territorios líquidos. Y sobre las consecuencias de los incendios intencionales y la contaminación de las aguas para todos los seres vivos que habitan las orillas del Río Paraná.
Soraya Maiconio, del Log Cuchamen, Chubut y miembro del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir; Vilma Rocío Almendra Tiguanás del pueblo Nasa y del pueblo Misak del Cauca, Colombia, integrante de Pueblos en Camino; Soledad Ferrería y Sofía Astelarra de la Red Río Feminista, reflexionan sobre estos temas y nos comparten sus estrategias de resistencia frente a estos extractivismos. Agradecemos especialmente a la compañera Neka Jara por enredarse con nosotras para indagar sobre los hilos que recorren este capítulo y acompañar las voces de las entrevistadas.
Los temas que se tratan en la segunda temporada del podcast Destapar la crisis son urgentes y acuciantes ante las crisis de reproducción de todas las formas de vida que atravesamos. Conocer las luchas y experiencias situadas, formas de producción y relaciones otras que se acuerpan en territorios bien diversos de América Latina nos mueve de la resignación y el quietismo. Se trata de apostar una y otra vez por las vidas que resisten e insisten en existir. Cada uno de los capítulos de este cuaderno nos ofrecen un mapa posible de las voces que exigen tierra para vivir, producir y defender y construyen a diario feminismos para habitar, alimentar y luchar.
Tierra para vivir, feminismo para habitar
Cada ciudad es un montón de piedras y de sueños
Cada ciudad es una tribu en cajas de hormigón
Cada ciudad es un infierno en los suburbios más lejanos de este cielo
Cada ciudad son cuatro lucecitas de neón.
Cuando pensamos en extractivismo imaginamos enormes extensiones de tierra y terratenientes, y minería o petróleo, pero en las ciudades esta lógica tiene otro rostro. Es la especulación inmobiliaria, que avanza con grúas y alimenta torres de concreto, la que construye casas sin gente y al mismo tiempo desaloja y expulsa poblaciones, y deja a la gente sin casas.
Distintas asambleas, movimientos sociales y organizaciones de base han tomado la reivindicación de la vivienda y el derecho a la ciudad y el hábitat digno como ejes en sus resistencias. Tierra para vivir como grito de batalla contra un modelo que expulsa gente del campo a las ciudades y ciudades que crecen para arriba, una altura reservada para quienes están en la cima de la pirámide de ingresos.
Las mujeres y disidencias de los sectores populares históricamente tuvieron un rol protagónico en las demandas de acceso y mejoras del hábitat. Sus cuerpos como barricadas son los que aún hoy defienden los territorios de los proyectos extractivos del capital.
Nos propusimos rescatar y recuperar las experiencias y prácticas desplegadas por distintas protagonistas de las luchas contra el extractivismo urbano. La ciudad, el barrio y la comunidad constituyen escenarios en los que las mujeres, lesbianas, travestis y trans resisten para redefinir lo privado, lo público y lo común.
La invención de la ciudad
A partir de la década de 1970, en el marco de la globalización neoliberal, el espacio urbano se convierte en el foco de los procesos de reestructuración capitalista y adquiere vital importancia como productor y reproductor de las desigualdades sociales. La aplicación de las lógicas de mercado en el seno de los espacios urbanos es llevada a cabo por diversos actores (agentes inmobiliarios, empresarios, grupos financieros) y por el accionar de los estados nacionales y locales que entran en juego.
De esta manera, el espacio urbano bajo la hegemonía neoliberal es el escenario donde por un lado, se observan y profundizan diversos procesos como la gentrificación, la fragmentación y segregación urbana y, al mismo tiempo, se despliegan las luchas sociales y los movimientos de resistencia a las transformaciones urbanas asociadas a la especulación inmobiliaria y la mercantilización de la vivienda.
La ciudad de Rosario no escapó a estos procesos y así nos los cuenta Caren Trepp, militante del partido Ciudad Futura y actualmente concejala de la ciudad, a partir de la experiencia de Nuevo Alberdi, un barrio de la periferia en donde se expresaron ambos procesos, la segregación y la resistencia.
Nueva Alberdi es uno de los pocos barrios que logró en la ciudad de Rosario ponerle un freno al avance de la especulación inmobiliaria y a un modelo de urbanización de la ciudad que estaba básicamente basado en la rentabilidad del rubro inmobiliario. Todo lo que es el sector oeste y noroeste de la ciudad de Rosario, sobre todo el noroeste, se fue configurando con el avance de las urbanizaciones cerradas, fundamentalmente con la construcción de barrios cerrados, desplazando a los habitantes históricos de esos lugares a las áreas metropolitanas o a los barrios populares de nuestra ciudad y privatizando porciones importante de tierra para sectores económicos de alto poder adquisitivo (Caren Tepp, Ciudad Futura).
El avance de este tipo de construcciones tiene como correlato el encarecimiento de la tierra urbana y su concentración en cada vez menos manos, las pocas que pueden pagarlo y lucran con eso. Es un fenómeno de casi todas las grandes ciudades. En general, los permisos para el uso del suelo y la definición sobre qué actividades pueden o no realizarse en un determinado lugar, pasan por los gobiernos locales. Allí, los grupos inmobiliarios se dedican a comprar voluntades y a buscar socios en sus negocios.
En esa pelea llevamos más de 15 años y logramos en el camino distintas victorias y estrategias de lucha. La primera fue lograr en el año 2010 frenar el avance de la construcción de barrios privados en la ciudad de Rosario y lograr como movimiento social, aún sin ser concejales, que el Consejo de la Ciudad de Rosario prohíba la figura de urbanizaciones cerradas o nuevos barrios cerrados en todo lo que es ejido municipal. Eso fue un hecho histórico que claramente tuvo su correlato más represivo en el territorio por parte de quienes eran grupos inmobiliarios y desarrolladores que agudizaron las estrategias más de presión, amenazas e intimidación e incluso empezaron a iniciar acciones judiciales sobre los emprendimientos productivos de la zona (Caren Tepp, Ciudad Futura).
Entonces nos preguntamos: ¿Cómo se construye una ciudad en disputa con el sector inmobiliario?¿Cómo cambiamos la lógica extractiva que nos propone el modelo actual de ciudad por uno pensado, construido y habitado colectivamente?
Hoy particularmente estamos en una situación histórica porque después de todos estos 15 años de lucha ya no solamente tenemos una ordenanza de resistencia como es la del Ya basta, sino que también tenemos una ordenanza de avanzada, que fue la que fuimos pensando y diseñando en todos estos años desde el territorio, aprobada en este año en el Concejo Municipal por unanimidad, que lo que establece y planifica es el crecimiento sociourbano y ambiental de las 500 hectáreas de Nuevo Alberdi. Es un proceso que pudimos dar y una batalla que pudimos ganar por la resistencia y la organización de tantos años en el territorio, pero también por los avances que hemos logrado los movimientos sociales, por ejemplo a nivel nacional con la ley de RENABAP[3], con una ley que reconoce y da derechos a los habitantes históricos de nuestros barrios populares, que pone freno a los desalojos y avanza en un proceso de expropiación para generar que el Estado se haga de esa tierra para poder dársela a los vecinos (Caren Tepp, Ciudad Futura).
El espacio urbano no es neutro. La percepción de la ciudad, sus zonas de tránsito, de ocio, de socialización, no son lo mismo para todes. El espacio urbano determina cómo organizamos nuestra vida y nuestra comunidad, en definitiva, nuestra sociedad. Desde ese punto de vista refleja y reproduce los estereotipos de género con los que hemos crecido y convivimos. La desigualdad urbana se nota y mucho. Entonces, ¿Cómo pensar el diseño de una ciudad para que tenga en cuenta la experiencia de las mujeres y disidencias?
Desde Ciudad Futura no preguntamos qué pasaría si pensamos una ciudad que socialice los cuidados y ahí compartimos todas las experiencias de construcción comunitaria en nuestros territorios, desde la salud, la educación y los proyectos culturales. Distintas prácticas que de alguna manera hacen eje en la necesidad de repensar esa distribución sexual del trabajo y también repensando ahora como la pandemia pudo ser una oportunidad para construir un nuevo contrato social y sexual de la distribución de las tareas en nuestra sociedad y como ahí la ciudad, la cercanía, y de todo lo que tiene que ver con los cuidados, no solamente al interior de la familia, sino también de la vida social y comunitaria y que pueden tener una posibilidad de expresarse en políticas públicas concretas. Por otro lado, qué pasa si damos lugar al deseo en las ciudades y cómo hacemos para que las ciudades también desde el ocio y la recreación puedan tener un lugar en las agendas. Cómo desmercantilizar lo que es el ocio, el entretenimiento y cómo democratizar también el acceso. Entonces me parece que pasa mucho en cómo lo hacemos desde los distintos feminismos, tratar de colectivizar los recorridos y la singularidades de cada una de nosotras en la vida cotidiana y pensar desde ahí esas políticas públicas y no al revés. La afirmación de que la transformación va a venir desde las ciudades es una decisión feminista también a la hora de pensar cómo podemos llevar adelante esos procesos profundos de transformación que no tengan tanto que ver con la superestructura, sino fundamentalmente con la construcción de modos distintos de vincularnos entre nosotras, entre nosotros, entre nosotres con el territorio, con la comunidad. Y en eso creo que hay una clara reivindicación de la política feminista desde la ciudad (Caren Tepp, Ciudad Futura).
Pensar ciudades desde los feminismos se trata de imaginar vivir de manera diferente, de vivir mejor y de vivir de un modo más justo para todes.
Mujeres de tierras tomar
En plena pandemia, unas 3 mil personas soportaron frío, lluvia y barro durante tres meses y soñaron con construir sus casas en un predio de 150 hectáreas de tierras vacías. Vacías desde siempre. A pesar de que en Argentina el derecho a una vivienda digna está plasmado en la Constitución, la justicia falló en su contra. Del intento de armar refugio, surgió la toma de Guernica y la asamblea feminista que imaginó allí otro modo de habitar.
Hablamos con Alejandra Rodriguez que acompañó el proceso de Guernica como integrante del colectivo político, Transfeminista y Carcelario yo no fui.
Tuvimos una consigna que creamos, que pensábamos, que construimos en el marco de la asamblea transfeminista que se organizó en la recuperación de tierras y de la cual fuimos parte varias organizaciones feministas y transfeministas y esta consigna fue tierra para vivir, feminismos para habitar. Es interesante porque esa consigna surge en pleno proceso de escritura del primer documento, luego de la primera asamblea y en ese ejercicio de escritura colectiva y de elaboración política fue el territorio desde donde surgió esta consigna. También fue un proceso de conversación, y lo que iba quedando despejado era que no se trataba solamente de luchar por un lote de tierra. sino que nos interesaba hacer hincapié en los modos de vivir, en los modos de relacionarnos entre nosotres, con la naturaleza, con la política y con el poder Me acuerdo que una compañera que estaba protagonizando la toma dijo que estábamos creando una época (Alejandra Rodriguez, Yo No Fui).
¿Podremos pensar en una época en que el acceso a la tierra deje de ser un privilegio? La concentración de la riqueza a la que dieron lugar las políticas neoliberales en todo el continente significó también concentración de la propiedad del suelo ¿Hasta dónde sería justo remontarse para establecer quién es dueño o dueña originaria de un lugar? Es una pregunta que nunca se formulan quienes consideran que el derecho a la propiedad privada individual es sagrado y está por encima de cualquier otro derecho, individual o colectivo.
Ella decía que la lucha no era solo por un pedazo de tierra, sino que también luchábamos para armar una época de recuperación de la tierra, de recuperación de la política y de reconstrucción de los vínculos y yo creo que es así justamente, porque una época se crea cuando lo que se pone en juego son los modos de existencia. A mí me parece que, por lo menos en la experiencia que tuve como parte de esa asamblea y de las cosas que se generaron desde ahí, había una intención de transformar los modos de existencia, los modos de vida (Alejandra Rodriguez, Yo No Fui).
Las imágenes de Guernica acompañan lo que las estadísticas confirman. Al igual que la pobreza, el desempleo y la falta de ingresos, el déficit de vivienda golpea más a las mujeres, lesbianas, travestis y trans, y principalmente a quienes tienen menores a cargo. Son a quienes más rechazan cuando intentan alquilar y quienes tienen menos acceso a la propiedad de la tierra en general.
Al tradicional grito de lucha Tierra para vivir, en Guernica las mujeres y disidencias le sumaron Feminismo para habitar y produjeron un proceso organizativo novedoso de asambleas feministas que potenciaron y fortalecieron el reclamo.
Esa realidad yo creo que para los feminismos fue muy fuerte y que nos dejamos atravesar por eso y que sabíamos que esa realidad es una realidad que se multiplican en muchos puntos del país y entendíamos que esa realidad tenía que volver sobre el conjunto de la sociedad como un interrogante, como una imagen intolerable. Intolerable no porque lo que se esté tomando es un terreno privado sino porque no es concebible que el derecho a la propiedad privada esté por encima del derecho a la vida, de una vida vivible o el derecho a la tierra o al hábitat y que tantas familias no cuenten con eso. Esa es una primera violencia, que no es posible de tolerar y que es necesario que podamos desarmar. Me parece que desde los feminismos pusimos de relieve esa necesidad (Alejandra Rodriguez, Yo No Fui).
Las veredas no son casas
En la Ciudad de Buenos Aires, una de las más ricas del continente, hay personas que mueren de frío sin un techo bajo el cual vivir. La falta de acceso a viviendas y de políticas públicas que den respuesta al problema estructural de la pobreza, construyen una ciudad que, según el Censo Popular de Personas en Situación de Calle en el que participaron más de sesenta organizaciones durante 2019, expulsa a más de 7000 personas a vivir a la intemperie.[4]
Florencia Montes Paez nos cuenta sobre No Tan Distintes-Mujeres y personas LGTBQI+ en Situación de Vulnerabilidad Social, una organización social transfeminista que acompaña a mujeres cis y trans, lesbianas, travestis e identidades no binaries en situación de calle. Se piensan como una “red de afectos y de recursos” y desde ahi construyen una cuidad feminista para les que viven al descubierto de casi todo.
Lo que hacemos es acompañar a compañeras que están en situaciones de vulneración de derechos y principalmente a compañeres que están en situación de calle. es decir con el derecho a la vivienda vulnerado. Lo que laburamos cuando pensamos la ciudad o cuando pensamos el acceso a la vivienda es que, en el modelo hegemónico de ciudad, el capitalismo mundial integrado, produce todo el tiempo marginalidad. O sea, hay una idea de centro que produce margen. Se supone que nosotras somos ese margen o que nuestras compañeras que padecen situaciones están en esa marginalidad y lo que nos proponemos es disputar el espacio en el que está ubicada la centralidad. Vamos a poder disputar territorio y pertenencia. Para eso, como nos cuesta la parte material, en el sentido de generar recursos, generar laburo, generar flujo económico, lo que aprendimos y lo que nos funcionó fue tejer la red desde el lazo, desde el afecto. El tema es cómo nos organizamos para poder acceder a eso, en un sector donde se supone que nosotras no podemos desear eso, eso está vedado, no es para nosotras. Lo diseñado para nosotros son los hoteles de Constitución con el subsidio habitacional que da el gobierno de la ciudad. Eso es lo posible para nosotras (Florencia Montes Paz, No Tan Distintes).
Constitución es un barrio olvidado por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en donde abundan los hoteles en los que en general habitan quienes no consiguen acceder a alquileres formales. Según el Censo Popular realizado en esta Ciudad, el 19% de quienes viven en la calle son mujeres, y el 1% personas trans.[5] ¿Cuáles son las particularidades de estar en situación de calle para mujeres y personas trans?
Hay violencias muy marcadas en los cuerpos que son de mujeres o de la diversidad. Entonces ahí empezamos a pensar que dentro incluso de una problemática tan generalizada, como personas en situación de calle, detrás de esa idea de personas se esconde justamente el pensamiento de la diversidad, que no es lo mismo ser varón incluso en la calle que ser mujer en situación de calle, no es lo mismo tener los pibes a cargo que no tenerlo, no es lo mismo una compañera trans de calle, una compañera lesbiana en situacion de calle, que no serlo y que esas violencias también aparece en la calle. Entonces veíamos un poco la interseccionalidad de las violencias y obviamente la mayor exposición tiene que ver con la violencia sexual a la que estan expuestos todos los cuerpos que no aparecen como cuerpos que se pueden defender o son leídos como débiles o como frágiles (Florencia Montes Paz, No Tan Distintes).
Nos surge una pregunta, ¿Para quién se construye la ciudad frente a estas realidades? Pareciera que el estado, en vez de garantizar el derecho a la ciudad para todes, asume el rol de articulador del mercado inmobiliario, favoreciendo el desarrollo de un modelo que asume características extractivistas y cuya máxima expresión es la privatización del espacio público y la implementación de políticas que favorecen a las grandes corporaciones.
El extractivismo no sólo se ve en quien extrae o capitaliza el recurso, sino también en qué recibe el resto que es oprimido. La ciudad está organizada para repartir migajas. En nuestra problemática esto está muy vinculado a la situación de calle, porque el origen de las intervenciones en situación de calle están vinculadas a la iglesia, está la idea del mendigo, en aquel que se acerca para recibir la ropa que sobra, la comida que sobra. Por eso a nosotres nos encanta pensarnos como organización política, o sea, nosotros somos militantes de un proyecto nuevo, proyecto de ciudad, un proyecto de vivienda. Nuestra invitación con las compañeras en situación de calle no es darle cosas, sino justamente pensar en que necesitamos generar una organización social que reconozca esas trayectorias. Que nuestros compañeres devengan militantes de una lucha, que es una lucha por un modelo de vivienda (Florencia Montes Paz, No Tan Distintes).
(…) hay vivienda ociosa y hay personas viviendo en la calle. A nosotros nos parece que tenemos que ir de cara a una discusión de la administración de esa vivienda ociosa, experiencias como las nuestras lo que vienen a mostrar es que nosotros no estamos pidiendo que nos regalen nada. Nuestras compañeras tienen recursos y están en red como para poder garantizar el acceso a una vivienda, lo que sí necesitamos es un estado previsional que favorezca poder entrar al alquiler sin tener herencia, sin pedir precios irrisorios, sin exigirte tener sueldos o condiciones laborales que tiene solo el 25% la población argentina. Entonces nos parece que se puede favorecer una política pública desde una mirada de acceso a derechos (Florencia Montes Paz, No Tan Distintes).
En los últimos años, mientras las calles fueron tomadas por las movilizaciones de mujeres y disidencias a partir del Ni una Menos y la marea verde, No Tan Distintes no dejó pasar que para muches esas calles eran vivienda y escenario de violencias cotidianas. Mientras luchamos por soluciones de fondo ¿Hay intervenciones feministas posibles para hacer esas vidas más vivibles?
Nos parece que mientras estemos en la calle lo que tenemos que tener claro es dónde están los espacios de cuidados. Por eso proponemos la señalética de aliades. Hay que tener espacios de cuidados en la itinerancia de las compañeras en situación de calle, para que los tengan identificados y que sepan que pueden correr o disparar para ahí. Me parece que esto de lo popular que proponemos nosotras, los trans feminismos populares, tiene que ver con entender que la lucha es siempre una lucha también de clase y salir como de la temática de cada une de los activismo. Porque mientras vos laburas menstruación también estoy laburando el acceso a la vivienda, mientras vos laburas eco feminismo también laburas situación de calle. Pero para esto no basta solo tener conciencia de que existen las compañeras en situación de calle sino que tu espacio físico o tu activismo también tiene que estar predispuesto a colaborar en ese proceso (Florencia Montes Paz, No Tan Distintes).
Al habitar el feminismo en un barrio nuevo, en la toma, en la calle aparece la necesidad de pensar el espacio en otra clave. ¿Cómo hacemos para dar lugar a las redes que sostienen?¿Qué casas son las que permiten que esas redes crezcan, se entrelacen, se hagan más fuertes? Las ciudades modernas se han dedicado a aislar, a limitar los espacios colectivos y a mercantilizar cada vez más ámbitos de la vida cotidiana. En 1960 la mitad de les latinoamericanes vivíamos en ciudades; ahora somos 4 de cada 5. Más del 80 por ciento (CEPAL, 2021).
La imagen de una persona sola, en un departamento en una torre en una gran ciudad se proyecta como imagen del éxito y pareciera haber un esfuerzo deliberado por borrar todas las interacciones que hacen vivible nuestra vida. La especulación inmobiliaria choca de lleno con la posibilidad de valorar el espacio público y la construcción de viviendas como bienes comunes, que puedan pensarse en conexión con lo que la rodea: otras viviendas, comercios, espacios de recreación y de cuidados colectivos. Feminismos para habitar es un grito urgente para recuperar una planificación que ponga por delante la interdependencia, las necesidades vitales y el disfrute de todes.
Tierra para producir, feminismos para alimentar
Al meter la cuchara en la “cuestión de la tierra” buscamos comprender cómo opera el sistema agroindustrial, extractivo y expulsivo que impone el capitalismo en nuestros países colonizados y cuál es la propuesta agroecológica para la producción de alimentos y relaciones más sanas. ¿Qué implica la agroecología y qué diagnóstico realizan los feminismos populares y campesinos sobre el sistema alimentario actual? Mapeamos algunas de las experiencias que, desde los feminismos y la agroecología, (se) plantan en resistencia al agronegocio.
En primer lugar, observamos lo que está en la base de la producción de alimentos: la tierra en tanto sustrato y propiedad. ¿Cómo se estructura el régimen de propiedad de la tierra en nuestro país? ¿Qué métodos se utilizan para trabajar la tierra? Los pueblos originarios y campesinos resisten al avance constante de la privatización de la tierra -que deja a las más fértiles en manos de unos pocos- y cultivan tradicionalmente sin recurrir a productos químicos. ¿Entonces existe otro modelo de campo distinto al de las enormes extensiones de monocultivos? ¿Es posible que ese modelo se extienda? ¿Finalmente, qué campo nos alimenta?
Por otro lado, nos preguntamos en qué se conectan las luchas feministas con las agroecológicas: cómo se relaciona la soberanía alimentaria en nuestro territorios con la soberanía en nuestros cuerpos y vidas, quiénes asumen el cuidado de las semillas y de las comunidades y de qué manera se ponen en valor conocimientos ancestrales y feminizados.
Por último, hacemos foco en la conexión campo-ciudad al pensar en la producción y distribución de alimentos, es decir, la relación entre las formas de producción y el (in)acceso a la tierra, con la calidad y el precio de los alimentos que se consumen masivamente. ¿Podrían pensarse esos territorios históricamente dicotomizados -campo y ciudad- como una totalidad? ¿Qué efectos tiene el modelo de hábitat y producción campesina en los grandes centros urbanos? ¿Podría construirse otra relación entre ambos territorios?
Tierra: ¿campo para el agronegocio o para la soberanía alimentaria?
Desde la colonización europea empezó el proceso de mercantilización de la tierra en nuestro continente. Lo que antes era suelo común de diversos seres pasó a considerarse instrumento y propiedad de unos pocos. Este proceso continuo se intensificó y aceleró a partir de la llamada “Revolución Verde” que, de la mano de las reformas neoliberales, significó la (mega)industrialización de toda la cadena de producción de alimentos: desde las semillas hasta la comercialización, pasando por los transgénicos[6], la fertilización química de la tierra, el uso masivo de pesticidas y la producción intensiva de vegetales y animales.
Deolinda Carrizo, militante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE-MNCI)[7] explica que:
Las políticas neoliberales, que nosotros sabemos vienen constituidas y demarcadas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, con la intencionalidad también de ir instalando ese modelo económico social y político que ha significado, para nosotras en el territorio, la privatización de los bienes naturales, la liberalización… abrir fronteras para los transgénicos y las transnacionales de la agronegocio. Y con ella los agrotóxicos con los transgénicos que han puesto en riesgo no solo la vida sino la agro-biodiversidad de nuestros territorios. El modelo del capitalismo en el campo ha profundizado las desigualdades sociales provocando un desplazamiento de muchas familias y por tanto se han generado muchos conflictos sociales que tienen que ver con la tenencia de la tierra (…) Esas transnacionales como la AGD, DuPont, hoy Bayer, se han ido fusionando han hostigado mucho a las comunidades campesinas, las comunidades indígenas y prácticamente ha puesto en riesgo de alguna manera el derecho a la alimentación de todos los pueblos, tanto del campesinado como de la ciudad. Y esto obviamente no hubiese sido posible sin la intervención de los gobiernos que, constituyendo leyes, han permitido el avance de estos empresarios en nuestros territorios (Deolinda Carrizo, MOCASE).
La Deo, como la conocen, es Directora Nacional de Género e Igualdad de la Secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena y se define como mujer del Pueblo Originario Vilela y militante del MoCaSE. Durante el mes de septiembre de 2022, recibió una orden de detención junto a otros integrantes del movimiento campesino por acompañar a una familia que resistía al desalojo de sus tierras. Este caso se suma a la política de persecución judicial y violencia policial que sistemáticamente sufren quienes defienden los derechos del pueblo y de la tierra.
(Hemos resistido) de forma organizada, en solidaridad y eso ha sido la base que nos ha permitido caminar todo estos años e ir instalando la voz de la mujer del campo como la voz de ese feminismo campesino y popular, comunitario que reivindica a las mujeres del campo. Las mujeres del campo profundo que no representa lo que por los medios de comunicación se ha instalado, que es el campo del agronegocio. Hay otro campo: el campo que ha defendido la vida, ha producido alimentos de forma agroecológica y es el campo que de alguna manera ha sustentado y promueve la soberanía alimentaria como forma de hacer frente al hambre, hacer frente a la desigualdades y por supuesto la liberación de las mujeres ante esas desigualdades generadas por mismas políticas capitalistas, patriarcales y racistas que históricamente han estado instaladas (Deolinda Carrizo, MOCASE).
El avance del agronegocio tiene como correlato el encarecimiento de la tierra, su concentración y masculinización. Las campesinas representan más de una cuarta parte de la población mundial y el 41% de la fuerza de trabajo del sector agrario pero menos del 20% de la propiedad de la tierra en el mundo está a nombre de mujeres (OIT, 2018). La falta del acceso a la tierra acarrea otras problemáticas como la dependencia y la violencia económica, el acceso a tierras de peor calidad y sin acceso a bienes comunes como agua, gas, internet, transporte, educación y salud. Y también plantea serias dificultades para garantizar la seguridad y calidad alimentaria.
Ellos lo que buscan es la explotación de nuestros bienes naturales. Y bueno de alguna manera seguir sometiendo al pueblo y en ese sentido tiene que ver con la destrucción de los sistemas alimentarios que por generaciones las mujeres hemos estado cuidando, resguardando y en las comunidades, valorándolo mucho (…) Obvio que el patriarcado y el agronegocio no dan cuenta de esto, lo que les importa es concentrar, expropiar a través de la violencia y bueno es eso lo que el agronegocio ha hecho en el campo como expresión del capitalismo generando exclusiones, explotación y la violencia hacia el campesinado y especialmente hacia las campesinas. Así que podríamos ver al agronegocio como una estrategia del capitalismo patriarcal en el campo (Deolinda Carrizo, MOCASE).
Pensar la soberanía alimentaria desde los feminismos nos permite imaginar otros modos de habitar, producir y cuidar la tierra y nuestros cuerpos.
Semillas: no hay agroecología sin feminismo
Bajo el imperativo neoliberal de aumentar la productividad en el campo, las semillas se han mercantilizado, patentado, esterilizado y transformado genéticamente para que las plantas resistan a los agrotóxicos, crezcan más rápido, den más frutos y tengan más color. Como resultado se homogeneizó y redujo la alimentación mundial a unos pocos cultivos, hubo una impresionante pérdida de calidad nutricional y se perdieron siglos de sabiduría popular en relación a la producción y conservación de semillas. Nos preguntamos, ¿es posible hablar de soberanía en países que están de nuevo en el “mapa del hambre”?
La soberanía también implica soberanía alimentaria, porque implica que todes comamos, pero a la vez no solamente es el alimento y es cualquier alimento, sino que también hay toda una historia que las comunidades tienen con respecto a qué sembrar y con qué alimentarse que habla de la biodiversidad, de un montón de pérdida también en estos últimos años en relación a la calidad y a la cantidad de los alimentos que consumimos (Paula Delfino, COPA).
Então a gente vive no brasil esse momento de insegurança alimentar. Cada vez aumenta o número de pessoas com insegurança no brasil e no mundo. O brasil está de volta no mapa da fome. A gente conseguiu chegar ao momento de celebrar o brasil fora do mapa da fome e hoje nós vivemos a insegurança e a negação e sobretudo o descaso com esse direito[8] (Marenise Oliveira, Movimiento CETA).
Separadas por muchos kilómetros, por sus idiomas y sus generaciones pero con una misma raíz, conversamos con dos guardianas de semillas. Hablamos con Marenise Oliveira militante del Movimiento CETA[9] (Asentadxs, Acampadxs y Quilombolas) de Bahía, Brasil y con Paula Delfino militante de la COPA[10] (Cooperativa de Producción Agroecológica) en Marabunta de Guernica, Buenos Aires. Para ambas, la agroecología y el feminismo son inseparables:
Todas as vidas importam. Pensar em agroecologia é pensar em todas as vidas. Nessa relação harmoniosa da vida humana e de todas as espécies que habitam o planeta terra. (…) A agroecologia nos traz essa relação de que o feminismo é equilíbrio. A gente não pensa o feminismo como superioridade nem inferioridade, mas essa busca do equilíbrio e sobretudo proporciona para as mulheres camponesas essa (…) igualdade das relações do trabalho no campo, da casa, onde todos os membros da família se integram na produção agroecológica. Por isso que a gente diz que sem feminismo não há agroecologia, não há agroecologia sem o feminismo (Marenise Oliveira, Movimento CETA).[11]
Las luchas feministas yo siento que vinieron a poner sobre la mesa también la cuestión del cuerpo. Hasta el momento, todo una construcción de la escisión entre la mente y el cuerpo, el sentir y el pensar. Y la recuperación del autogobierno de nuestros propios cuerpos, de nuestros propios territorios, el hecho de que nadie más puede venir a invadirnos, a abusar de nosotras, a tomar nuestros cuerpos porque nuestros cuerpos son nuestra decisión. (..) La agroecología de alguna manera también tiene ese encuentro con la tierra como parte de un cuerpo que estamos defendiendo (Paula Delfino, COPA).
Durante las últimas tres generaciones se instaló la idea de que el campo era el atraso y que vivir en la ciudad o más cerca de ella era progresar. Actualmente en América Latina casi el 80% de la población vive en zonas urbanas (CELADE, 2012). El hacinamiento en casas, barrios y transportes precarios es la contracara de campos deshabitados, desabastecidos de servicios públicos, desconectados regionalmente, alambrados en enormes extensiones y contaminados. Sin embargo hay quienes preservan o recuperan saberes ancestrales de nuestros pueblos, muchas veces feminizados, como así también formas de vida campesina, demostrando que hay otros modos de producir y transmitir saberes y alimentos, otras maneras de curar y cuidar
De alguna manera como que hay un primer paso de reconocer y de recuperar la historia de nuestras propias familias, que tal vez sí tienen historia campesina y si tienen historia de la tierra y hay todo un saber que justamente se desvalorizó. Y en las propias familias de quienes hoy somos la juventud, para decirlo de alguna manera, también hubo ese proceso de salida del campo, de desvalorización de esos saberes como saberes válidos y de la academia como la única forma del saber. Entonces hay todo un desandar, me parece, para poder recuperar (Paula Delfino, COPA).
Então essa medicina natural que a gente reconhece não é só as plantas são também pessoas, que trazem a esperança, que elas dão vida à comunidade. E essas pessoas sobretudo a gente viu esse reconhecimento no contexto da pandemia. Ante esse negacionismo quem cuidou muitas vezes da comunidade foram essas mulheres, foram a orientação do chás, das rezas, de benzer, de orientar nos cuidados. Então eu sinto que a gente tá nesse processo de recupero da história que apagou (Marenise Oliveira, Movimento CETA).[12]
Verdurazos: del campo a la ciudad
En enero del 2023 el presidente Alberto Fernández designó Antonio Aracre, ex CEO de la multinacional del agronegocio Syngenta-ChemChina que controla más del 40% del mercado de semillas transgénicas en la Argentina[13] y lidera las ventas de agroquímicos[14], como jefe de Asesores de la Presidencia. ¿Qué poder tienen las trasnacionales para definir las políticas económicas del país?
Hace algunos años, trabajadoras y trabajadores de la tierra realizan Verdurazos frente al Congreso Nacional como una original forma de protesta y manifestación que consiste en regalar y/o vender a precios populares toneladas de verduras agroecológicas. De esta manera logran visibilizar las condiciones de vida y producción campesina mientras presentan proyectos de leyes[15] e interpelan al conjunto de la sociedad.
En octubre del 2021, en el marco de un Verdurazo y luego de un fin de semana intenso que incluyó el bloqueo de la planta de Monsanto-Bayer en Zárate, entrevistamos a María Carolina Rodríguez, Meri Segovia, Gisel Zamudio, Nelly Almeida, Liliana Zubia y Carmen Pérez, hoy nucleadas en la Asociación de Mujeres de la Tierra.
Y para nosotros los verdurazos significa hacer ese nexo y esa conexión del campo a la ciudad, de llevarle nuestra producción, que detrás de esa lechuga de ese tomate esa mandioca que producimos hay una historia de compañeras y de compañeros que producimos, pero lo hacemos sin ningún tipo de política pública porque muchas veces en nuestros territorios rurales no tenemos acceso al agua, acceso a algún servicio básico, acceso a los transportes para poder sacar nuestra producción. Pensar en que nosotras y nosotros que producimos más del 60% de los alimentos en el país no tengamos tierra, es una injusticia (Asociación Mujeres de la Tierra).
Y también creemos en este contexto de lucha de mujeres que impulsamos desde siempre la agroecología que no podemos sentar las bases de la soberanía alimentaria sin que las mujeres seamos propietarias de la tierra. Porque ahora con tierra nosotras vamos a poder generar independencia sobre qué producir, cómo producir, cómo queremos hacerlo fomentando la agroecología pero impulsando y proponiendo que la agroecología tiene que ser una política de Estado y que necesitamos políticas públicas que fomenten esta manera de producción como un modelo alternativo de producción y no como algo romántico que se hace con la agroecología y con nosotros (Asociación Mujeres de la Tierra).
De acuerdo a datos propios de la Unión de Trabajadores de la Tierra, en Argentina más del 90% de las familias productoras alquilan la tierra que cultivan[16]. ¿Por qué es tan importante dejar de alquilar para ellas?
Siendo propietario de su propia tierra ella sería más libre, libre para decidir qué va a ser con su vida, qué va a ser con su cuerpo y también qué va a poder producir en esta tierra. Y es importante para la mujer campesina que salga la ley de acceso a la tierra porque si nosotras no tenemos tierra no podemos hablar de soberanía alimentaria. Nosotros vivimos en la quinta alquilando, tenemos casita hecho de madera que es precaria, cuando llueve entra agua, cuando hace frío entra viento, hace frío porque no podemos construir una casa de material, no nos dejan porque no es nuestro terreno, nuestra quinta.
Más de 60% de los que producimos alimentos lo venimos haciendo en condiciones la verdad lamentables, alimentando el país y solo el 13% por ejemplo es dueño de las tierras y ese 13% no son mujeres, son hombres no? Es como decía Carmen acá, que contaba que los contratos de alquileres son cortos. La mayoría de los compañeros de las compañeras los alquilan a un precio muy caro. Ante algún desastre natural, se nos vuelan las chapas, se nos destruyen las casas o como también afecta el cambio climático a nuestras plantaciones (Asociación Mujeres de la Tierra).
Para terminar, les preguntamos: ¿Cómo se podría organizar la producción y distribución de alimentos desde una clave feminista y popular?
Y bueno desde la agroecología porque nosotras proponemos un modelo integral y eso significa que no solamente nos beneficia a nosotras como productoras y productores, sino también fomentar este modelo de la agroecología. Siempre se nos vincula como guardiana de los montes, guardiana de la selva, que le damos batalla a la agronegocio, pero nunca se habla de fomentar políticas para las mujeres. Creemos que se está dando el contexto para que nosotras también nos podamos sentar en la mesa a discutir sobre qué modelo agroalimentario queremos y cuál es el modelo que le decimos basta. Hoy claramente se vio eso cuando fuimos a la planta de Monsanto[17]. Otra vez las mujeres las compañeras denunciando todo lo que hace esta empresa sobre los territorios y también sobre nuestros cuerpos porque no se enferma y nos contamina (Asociación Mujeres de la Tierra).
Reducida a instrumento, medio, propiedad; erosionada, con cada vez menos minerales y nutrientes, la Tierra que nos alimenta y cobija peligra gravemente. Las luchas de los feminismos populares, campesinos, indígenas y comunitarios en el campo conectan el cuidado de la Tierra con el cuidado de la salud comunitaria, de los propios cuerpos y vidas que se reproducen en común con los entornos que habitan.
La agroecología como movimiento social y como teoría se recrea desde los feminismos para extender la mirada: no es sólo producir sin agrotóxicos, son las relaciones entre les que producen, cómo se produce y también reproduce la vida en los territorios rurales o rururbanos, cómo se valoran y reconocen los trabajos, las riquezas y los saberes, cómo se cuida de la Tierra, los bienes comunes y lo vivo y también cómo se comercializa o distribuye la producción, qué relación se establece con les consumidores, qué mercados y circuitos económicos se movilizan ¿Qué relaciones hay detrás y dentro de cada alimento?
Tierra para defender, feminismos para luchar
la tierra es de las que luchan ramita seca tu corazón oioio
Desde el siglo XV en América Latina se reeditan una y otra vez dinámicas depredadoras de nuestros bienes naturales comunes que reviven aquel saqueo del Cerro Rico de Potosí en nuestras montañas, bosques, montes, campos, ríos, humedales y valles de hoy. En aquel tiempo, ningún trabajo mitayo[18] fue realizado sin fugas, denuncias, luchas y estrategias de resistencia comunitaria. En el presente nos preguntamos: ¿cuáles son las resistencias concretas que enfrentan el extractivismo de nuestros comunes? ¿cómo se entretejen con las violencias machistas? y ¿cómo es posible producir y habitar enfrentando las lógicas de muerte?.
Para mapear y poner imágenes concretas a estos “posibles” recorrimos diversas experiencias que desde organizaciones comunitarias, indígenas, ecoterritoriales, luchan por un mismo horizonte común: cuidar, preservar, producir y retejer la vida allí donde el capital y el estado mata y destruye. Primero nos dirigimos hacia el sur más austral de América para ver cómo resisten las compañeras mapuches la avanzada del monocultivo de pino, y de empresas que llegan a los pueblos y comunidades con promesas de trabajo para luego dejar devastado el territorio. Después nos desplazamos hasta el Valle del Cauca en tierras colombianas donde la resistencia frente al avance de la “mafiosidad” se entreteje con la violencia machista que sufren las compañeras lideresas indígenas. Finalmente, en un contexto agobiante de crisis de incendios por una sequía histórica en los territorios del Litoral argentino, nos encontramos con quienes habitan la cuenca del Plata-Paraná y ponen en cuestión los negocios agroganaderos, inmobiliarios y luchan por cuidar nuestros humedales.
La araucanía, memoria ancestral de defensa ecoterritorial y feminista
Hace tiempo que la Patagonia es asediada por intereses empresariales de la más diversa índole: minería, petróleo, industria maderera, desarrollos inmobiliarios y turísticos privatistas y excluyentes. Este territorio, viene siendo centro de disputas y represiones que se siguen cobrando vidas. Parece que el proceso de exterminio de los pueblos que habitaban estas tierras y que el poder político buscó encubrir bajo la mal llamada “campaña al desierto”, no ha cambiado.
Mientras tanto allí habitan, cuidan, producen y sostienen la vida desde hace siglos las comunidades mapuches de la Araucanía. Conversamos con Soraya Maiconio, mujer mapuche que forma parte de la lucha por la recuperación del lof Quemquemtrew. Ella nos contaba cómo se transformaron los patrones económicos y sociales de una economía fundamentalmente ganadera y de conexión con la tierra a la producción extractiva fundamentalmente minera, petrolera y maderera. Las ciudades se han visto sobrepasadas de habitantes. Las empresas van, explotan el territorio y la mano de obra prometiendo progreso y trabajo para la gente; pero una vez que arrasan con todo, se retiran dejando una situación de vulnerabilidad agravada.
En este sentido, la lucha del pueblo mapuche en recuperación de territorios y retejido de comunidades en tierras patagónicas tiene a las mujeres con sus hijes como protagonistas y en primera línea. La Lamien Romina Jones sostuvo un acampe comunitario en Cuesta del Ternero durante el año 2020 y fue asediada por la policía de Río Negro[19]. El 4 de octubre de 2022 la jueza federal María Silvina Dominguez ordenó el desalojo por la fuerza y la detención de siete mujeres mapuches de la LofWinkul Lafken Mapu que sostenían una reapropiación de tierras en la zona de Villa Mascardi. La violencia desatada por el operativo destruyó el espacio ceremonial del pueblo Mapuche, su Rewe, utilizando balas de plomo y gases lacrimógenos. Además se ordenó el traslado a Buenos Aires de las mujeres mapuches detenidas, algunas trasladadas con sus hijes, embarazadas o amamantando. Una muestra de disciplinamiento atroz y descarga de violencia patriarcal aleccionadora contra todo el pueblo mapuche pero que, fundamentalmente, castiga a las mujeres. Estos hechos, enérgicamente repudiados por organizaciones sociales y territoriales, continúan construyendo la idea de la “cuestión mapuche” como amenaza para el orden político y social, profundizando la demonización y el desconocimiento de sus reclamos, formas de vida y luchas ancestrales.
…cuando están maltratando a nuestros hijos y nos quejamos por eso dicen que es nuestra culpa por haber llevado a nuestros hijos ahí cuando generalmente a donde los llevamos es el territorio del que pertenecemos (Soraya Maiconio, Movimiento de Mujeres por el Buen Vivir).
La defensa del territorio para las comunidades mapuches, en contraste con los intereses empresariales y los poderes económicos, es una trama de vida entre seres y fuerzas:
…Mapuche significa ‘ser parte de la tierra, ser de la tierra’. Ni siquiera significa ser dueños de la tierra (…) Nos conectamos con las fuerzas de la naturaleza. Esa fuerza nos reconoce, desde chicos hasta que nos morimos (…) Entonces hoy por hoy la gente mapuche cuando recupera territorio, lo hace por una necesidad principalmente espiritual, de desarrollo cultural. Recupera en aquellos lugares en donde siente que la fuerzas están necesitando el resguardo donde la Mapu, pues está necesitando del resguardo de ese territorio (Soraya Maiconio, Movimiento de Mujeres por el Buen Vivir).
A través de discursos conservadores, neoliberales, de criminalización; discursos racistas y fascistas, se intenta justificar la violencia que el Estado y las fuerzas de seguridad desatan sobre comunidades y personas. Lo vemos en el caso de la Patagonia pero también es una constante en Brasil, Bolivia, el Pacífico colombiano, entre tantos otros lugares.
¿Sabías que América Latina es el continente con más líderes y lideresas asesinadas y perseguidas por defender sus territorios contra el avance extractivo?[20]
Mujeres NASA Misak enfrentando las violencias externas e internas
Nos transportamos al Valle del Cauca, un territorio ubicado cerca de la costa Pacífico de lo que hoy llamamos Colombia. Allí el pueblo Nasa-Misak sufre y resiste desde hace siglos el avance colonizador de sus historias, tierras y recursos. El monocultivo de la caña de azúcar primero y el de coca, con el consecuente ingreso de actores ligados al narcotráfico, después; han hecho del valle un lugar complejo para habitar y vivir bien.
El pueblo Nasa-Misak integra una organización conformada por cabildos indígenas que se denomina Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Un organismo de participación y organización política territorial que busca desde los años ’70 garantizar que los pueblos del Cauca puedan desplegar sus modos de vida, producción y existencia en sus tierras ancestrales[21]. La guardia indígena es una institución dentro del Concejo en la que todxs lxs Nasa-Misak son inciadxs cuando nacen. Es el modo en que este pueblo educa y forma a la comunidad para la defensa de su tierra. En 2019 en el marco del Paro Nacional en Colombia, la guardia indígena como parte de la organización de la minga afro, indígena y campesina llegó a la ciudad conectando diversos paisajes y territorios con su sabiduría y fuerza ancestral[22]. Vilma nos contó cómo esta experiencia hizo que se visibilicen las luchas y los modos de vida y resistencia que ellxs despliegan hace siglos en sus territorios.
Una de las batallas más importantes que protagonizan en el Cauca es el proceso de Liberación de la Madre Tierra. Una experiencia del pueblo que lucha por recuperar territorio colonizado por el monocultivo de caña fundamentalmente, pero que va mucho más allá de una ocupación de tierras. Las líneas de avance sobre los campos se organizan con las mujeres mayores, las ancestras, por delante para marchar desmontando a machete las parcelas cultivadas e ir liberando la tierra de esta forma de producción intensiva y a gran escala que la degrada y coloniza sin límites.
…finalmente después del 2014 desde Corinto y desde huellas Caloto se habla de liberar la Madre Tierra pero más allá de las instituciones estatales, más allá de las promesas de los malos gobiernos y más allá de las burocracias y autoritarismos internos. Sino de escuchar, enraizarse y obligarse a la Madre Tierra como debería ser. Ojalá desde la autonomía en medio de contradicciones y disputas internas pero se busca un mínimo de autonomía o retomar por lo menos la relación eh maternal con la Madre Tierra (Vilma Almendra Quiguanas, Pueblos en Camino).
No resulta sencillo trabajar por la autonomía de los pueblos para garantizar su desarrollo integral en territorio. En el Cauca, los intereses económicos se trenzan con una lógica de “mafiosidad”, tal como la nombra Vilma, que despliega formas de control y violencia sin límites sobre las organizaciones indígenas y principalmente sobre las mujeres y disidencias.
…no solamente aquí se vive el extractivismo minero petrolero maderero. De las aguas, de los bosques. Sino también una forma extractiva que algunas compañeras y compañeros han llamado la mafiosidad. Esas formas mafiosas de poder que están extrayendo, bienes comunes, están extrayendo luchas sociales y populares y están extrayendo cuerpos (…) Para reconocer esto más de cerca acá, pues uno de esas formas mafiosas es el narcotráfico, que no solamente se ve en cómo nuestros territorios están llenando de distintos cultivos, -que para nosotros son sagrados o son plantas que curan- y se vuelven productos que hacen parte del tráfico y que se sale a vender a otros países. (…) por el cual se está asesinando a campesinas, campesinos a indígenas, a negros y negras en los territorios, porque son el eslabón más empobrecido. Y cómo este sistema está estructurado para que nos empobrezcamos y terminemos entregando los territorios y los articulemos a estas formas de dominación. Pues el empobrecimiento obliga a muchas familias a que se vinculen a cultivar masivamente estas plantas… (Vilma Almendra Quiguanas, Pueblos en Camino).
Esta “mafiosidad”, que se expresa brutalmente sobre los cuerpos feminizados, asume formas concretas de violencia en la disputa por el control territorial, al entroncarse con el machismo estructural que se vive en las comunidades:
…son justamente las mujeres que vienen desde una experiencia concreta de sufrir abusos, violencias y defenderse desde su cama, defenderse desde la cocina, defenderse desde su hogar, desde su vereda, desde su territorio. Cuando ejercen un cargo tienen que defender todo eso pequeñito, pero en gran escala, que es defender a todo un pueblo (Vilma Almendra Quiguanas, Pueblos en Camino).
Vilma nos recuerda a Cristina Bautista Taquinas que fue asesinada en 2019 por actores armados. En 2021 Sandra Liliana Peña y Argenis Yataque fueron asesinadas:
…porque han ejercido un cargo de autoridad y han querido que los territorios, el cuerpo de las mujeres y nuestras autoridades tradicionales como formas comunales de resistencia y búsqueda de autonomía, se respeten no se violenten y se mantengan. A ellas, las han asesinado porque han hecho que los mandatos colectivos sean palabra en acción y no solamente se quede en el discurso (Vilma Almendra Quiguanas, Pueblos en Camino).
La violencia ejercida por parte de los propios compañeros responde a las mismas lógicas patriarcales y machistas extractivas de los cuerpos-territorios de las compañeras. En ese sentido, Vilma recuerda a Arnubia Yunda Cuetia asesinada en 2021 por su expareja:
Hablo en nombre de ella y de muchas más que siguen asesinando (…) entonces si empezamos por la casa y ojalá nuestros compañeros dejen de violar, dejen de asesinar, dejen de amenazar y dejen de silenciar, pues así nos fortalecemos más y como mujeres a la par con los hombres podemos hacer una defensa más fuerte y más profunda frente a los extractivismos (Vilma Almendra Quiguanas, Pueblos en Camino).
El paro nacional que se inició en 2019 sin duda marcó el inicio de un proceso de transformación profunda en Colombia. La minga indígena-afro-campesina ingresó a las ciudades llevando toda la fuerza de estas organizaciones que ancestralmente sostienen, reproducen y fortalecen formas de cuidado y autocuidado socioambiental en Colombia. Hoy, más de dos años después del primer paro nacional; Francia Marquez, lideresa afrocolombiana del Valle del Cauca; es la nueva Vicepresidenta de Colombia y Gustavo Petro -exalcade de Bogotá- es el Presidente: el pueblo renace con más esperanza y sigue pidiendo por paz, por un “vivir sabroso” y por que la dignidad se haga costumbre.
Rios feministas para todes
Desde el Valle del Cauca, pasando por los ríos caudalosos Magdalena y Amazonas, nos movemos hacia el sur, hasta la cuenca del Plata-Paraná en Argentina, para mapear qué sucede en nuestros ríos. El problema del cuidado y preservación de los humedales estalló en 2020 cuando, en pleno inicio de la pandemia de Covid 19, las quemas tomaron por completo las pantallas. Mientras el humo llegaba a ahogar las grandes ciudades, en Rosario y Buenos Aires se sintieron los reclamos. Pero, ¿cuánto sabemos de lo que pasa en el humedal? ¿Es evidente la importancia de cuidarlos? ¿Sabemos que somos río? Los humedales brindan a seres humanos y no humanos una infinidad de bondades y funciones ecosistémicas de las que, sin saberlo, nos servimos cotidianamente. Renuevan y purifican el oxígeno y el agua dulce, conservan la biodiversidad que mantiene húmedo y fresco el ambiente. Sin recurrir a metáforas: hacen que llegue el agua a tu mesa, a tu canilla y a todo tu cuerpo.
Una red, un tejido de isipó, juncos y camalotes viene trayendo las voces de las mujeres y diversidades del Río Paraná a la agenda pública que denuncia los avances extractivos del capitalismo patriarcal en territorios líquidos. La cuenca del Plata-Paraná recorre más de 4.000 kilómetros en los que encontramos modos diversos de habitar y cuidar nuestros humedales. Charlamos con Soledad Ferrería y Sofía Astelarra, integrantes de la red Río Feminista, que nos contaron sobre este entramado que vienen construyendo. Su objetivo fundamental es hacer oír las voces y narrativas propias sobre sus formas de vida, producción y cuidado de los territorios de islas, costas y humedales.
Nuestro modelo productivo y nuestros modos de habitar atentan contra los humedales permanentemente, ¿cuáles son las situaciones de conflictos socioambientales concretos que se viven en este territorio?
Sofía Astelarra nos contó que en el Delta del Tigre la intensificación de proyectos inmobiliarios, como una particular forma de “miamización”, se entreteje con lógicas de “turismo extractivo” y que es una dinámica extendida en toda la cuenca. Al mismo tiempo, ciertas obras de infraestructura macro contrastan con la vida de las comunidades isleñas, ribereñas, de las orillas. El puente Rosario-Victoria, en la zona del Alto Delta, cruza de este a oeste el humedal y la Hidrovía Paraná-Paraguay (parte del Corredor Bi-Oceánico, IIRSA)[23] recorre todo el Río Paraná, de norte a sur. Mientras estos trazos marcan una supuesta forma de progreso productivo, lo único que queda en los territorios es la privatización y el descontrol de una producción intensiva y extractiva; con la promesa de divisas que las comunidades nunca ven. Muchas otras problemáticas son desafiadas desde lo íntimo, desde la escala micro. Mujeres y diversidades nos hablan de cómo esa idea de progreso no nos contempla:
Para las mujeres y diversidades en esta situación de conflictos ambientales que está trayendo el cambio climático (…), incendios consecuentes, etcétera, etcétera, sumado a la pandemia de hoy, ha hecho que las familias no se hayan podido quedar en la isla, se hayan tenido que ir a la ciudades (…) , entonces hay desmembramiento de las comunidades (Soledad Ferrería, Red Rio Feminista).
A raíz de las quemas en 2020, que tuvo otros momentos críticos durante 2021 y 2022; se volvió a poner en agenda la Ley de Humedales. Las organizaciones socioambientales que luchan por su tratamiento y sanción ya llevan diez años insistiendo. Se trata de una iniciativa para establecer presupuestos mínimos que nos permitan decidir qué modos de producción y de vida queremos que haya en estos territorios, qué es lo más conveniente para el ecosistema, con las personas incluídas en él. En 2021 perdió estado parlamentario y en septiembre de 2022 volvió a entrar en discusión en la Cámara de Diputados. Hubo ocho proyectos distintos dentro de los que está el proyecto consensuado por más de 200 organizaciones y profesionales de las ciencias sociales y ambientales. En 2023 no volvió a abrirse la discusión y los dos proyectos que habían sido aprobados por Diputados con dictámen de mayoría (del bloque Juntos por el cambio) y minoría (del Frente para la Victoria con apoyo de organizaciones socioambientales), se dejaron caer. Río feminista, como parte de un entramado de organizaciones, impulsa y acompaña la convocatoria a luchar por la defensa de nuestros territorios líquidos. Una lucha que nos toca a todes bien de cerca.
Producir y cuidar el ambiente no son conceptos antagónicos, más bien lo contrario. Uno de los argumentos más reiterados en contra de la sanción de una ley de humedales tiene que ver con esta idea dicotómica. Sin embargo, tal como lo muestra Río Feminista y tantas otras experiencias, si miramos desde una escala íntima los territorios, nos encontramos con que allí se vive, se construye comunidad, se produce y circula sin dañar de manera intensiva la tierra. Es posible una producción sustentable y respetuosa de la trama que sostiene la vida en cada territorio.
Hoy en Argentina, en América Latina y en el mundo atravesamos un tiempo de crisis socioambiental muy fuerte. Un momento que nos interpela a pensar y actuar para transformar nuestros modos de producción, nuestras ideas de desarrollo, la matriz energética y de consumo en la que se basan nuestras economías. Porque pensar los extractivismos no es sólo pensar en “recursos naturales” sino también en cómo se relacionan la extracción de la naturaleza, de los territorios, de las personas y los seres no humanos que allí habitan y todxs lxs que nos beneficiamos del consumo de los servicios que brindan diferentes lugares del mundo. Entonces, es preciso pensar los extractivismos de manera ampliada para entrever cómo se ha ido desarmando la trama de la vida (Navarro y Gutiérrez Aguilar, 2018) para que avance el capital, cómo se violan derechos, se saquean cuerpos, espacios y tiempos en beneficio de la reproducción ampliada del capital (Gago y Mezzadra, 2015).
Los feminismos, las organizaciones eco territoriales, las comunidades indígenas, campesinas nos enseñan desde el habitar cotidiano cómo podemos hacer para enfrentar esta lógica extractiva. Es posible imaginarnos y soñar un mundo donde producir no implique saquear: ¿Cómo sería producir en perspectiva ecoterritorial y feminista? Las tres experiencias latinoamericanas que recorrimos en este episodio nos cuentan sus formas, saberes e ideas. Y vos, ¿qué pensas?
Soñar otros mundos
En un contexto de múltiples crisis, superpuestas y agobiantes para nuestros pueblos, el capital parece tener la capacidad de relanzarse una vez más. Nuevos viejos negocios que extienden sus fronteras, inventan necesidades y avanzan sobre territorios donde encuentran fertilidad para ampliar la acumulación. De ahí que nuestros comunes se ven cada vez más amenazados por propios y ajenos, quienes los tratan como meras mercancías. La imaginación política se agota mientras todo se piensa en términos de vender y comprar, de pagar y deber, de consumir y desechar.
Cuando desde los eco-trans-feminismos decimos: la deuda es con nosotres y con nuestros territorios, corremos el eje de la discusión para dejar de ser colonias en todos los sentidos. Frente al extractivismo urbano, el endeudamiento de nuestros hogares, los monocultivos, la producción agrotóxica, la degradación de humedales, del agua que tomamos, de nuestros montes, bosques y montañas; se multiplican resistencias en defensa de la vida y los comunes. Desde los feminismos nos animamos a preguntar más allá del diagnóstico y la lucha cotidiana: ¿qué mundos soñamos habitar?
En esta segunda temporada de Destapar la crisis, a partir de un mapeo feminista y colectivo, nos propusimos visibilizar la profundización y ampliación de distintas prácticas extractivas en la post-pandemia y exponer cómo proliferan y se multiplican los conflictos del capital contra la vida. Pero sobre todo quisimos abrir la puerta hacia narrativas colectivas que enuncian y ponen el cuerpo a nuestros sueños feministas. Al hacer esto, forzamos el mapa, abrimos los horizontes y nos animamos a pensar y a desear más allá de lo existente, también apoyades e impulsades por estas cartografías que creamos y construimos en el presente.
Para cerrar cada episodio les propusimos a distintes compañeres pensar juntes cómo seria ese mundo feminista que soñamos. A continuación recuperamos esas voces colectivas que hablan de un mundo deseable y posible.
¿Cómo sería una ciudad feminista?
Una ciudad feminista para mi es una ciudad en la que haya cada vez mas espacio publico donde encontrarnos, donde disfrutar y donde producir vida en común. Donde la planificacion urbana tenga en cuenta formas de vida que no sean solo las de la familia heterosexual y la circulacion de la casa al trabajo y del trabajo a la casa (…) y, por último una ciudad feminista es una ciudad, donde los trabajos comunitarios, los trabajos de cuidado, son remunerados, visibilizados y valorados socialmente como lo que son, el sostén de la vida en común (Luci Cavallero, Colectivo Ni Una Menos, Argentina).
El flagelo sigue siendo el hambre, la marginación y la desigualdad y nosotros construimos y nos imaginamos construir una barriada con igualdad de derechos, sin marginación, sin violencia y sin esas prácticas patriarcales y machistas que venimos combatiendo. Hemos avanzado mucho, el movimiento de mujeres ha avanzado mucho, pero aún siguen faltando derechos y por eso, por eso seguimos (Lili Galeano, La Patriada, Argentina).
Una ciudad feminista es una ciudad por la que nos podemos mover por todos sus espacios sintiendonos libres y sin miedo. Es una ciudad que es nuestra y es de todes, porque entre todes decidimos cómo queremos que sea. Una ciudad femnista es una ciudad en la que hay lugar para todas las identidades de género y para todos los cuerpos. Y sobre todo, una ciudad feminista es aquella que nos permite desplegar nuestro deseo colectivo plenamente (Magui Moreno, geografa feminista).
¿Cómo imaginás una reforma agraria feminista y popular?
Uma reforma agrária feminista e popular, ela é urgente e necessária. Não podemos admitir a invasão do agronegócio e a mineração sobre nossos territórios. Ela se estende também a uma invasão sobre nossos corpos, sobre nossas vidas, sobre nossos modos de vida. E por isso que atuamos na relação com as mulheres sem terra em 3 frentes: na organização de base, na formação política e na luta direta. Por isso se destaca para o MST as lutas do enfrentamiento ao capital que tem no 8 de marco uma luta importante na qual pautamos a questão da luta contra as sementes trangénicas, contra os agrotóxicos, contra as trasnacionais, pela construção de uma perspectiva feminista popular e socialista[24] (Kelli Mafor – Movimento Sin Tierra-MST, Brasil).
Una reforma ecofeminista donde la tierra, como nuestros cuerpos se respete. Donde se entienda que las otras compañeras y compañeros planetarios de otra especie, de este viaje planetario, tienen el mismo derecho que nosotras. Formas donde gestionar y trabajar la tierra sea pensado de forma comunitaria, colectiva y donde, como dice el ecofeminismo, el eje no sea la maximización de ganancias sino el cuidado y reproducción de la vida” (Virginia Liponezky – La Verdecita, Santa Fe, Argentina).
Creo que una reforma agraria transfeminista y popular no solamente es posible sino que es sumamente necesaria para poder transformar de raíz las violencias que vivimos sobre nuestros cuerpos y nuestros territorios. Nuestro país es un país que tiene un 93% de su población viviendo en unos pocos grandes centros urbanos en condiciones de extrema precariedad. Y creo, además, que tenemos muchísimo que aprender de los feminismos comunitarios, indígenas, campesinos, populares, respecto del cuidado de la tierra y la convivencia en armonía con el resto de seres vivos que urge en este contexto de crisis civilizatoria al que ha llegado el capitalismo en su fase más tremenda, que es el capitalismo neoliberal. Entonces me parece que la reforma agraria es una lucha urgente (Mercedes – Trabajadorxs Unidxs por la Tierra/ Refugio Libertad, Córdoba, Argentina).
Y ¿por qué tiene que ser feminista? Porque las mujeres hemos perdido, con este nuevo modelo productivo, el protagonismo. Antes nosotras sabíamos que semilla utilizar, si servía para el año que viene, y así alargamos un tiempo. Pero hoy en día ese modelo a los grandes empresarios no les conviene, de plantar agroecológico, de plantar la misma semilla porque pierden un montón. Yo creo y me imagino mucho esa reforma agraria y feminista y popular porque también seriamos protagonistas de la comercialización, de la forma de producir de conjunto. Me parece tan fundamental que las mujeres rurales tengamos la titularidad de la tierra, de las herramientas que se utilizan porque de esa forma también se gana independencia. Y me imagino ese ideario que todas tengamos una hectárea o dos hectárea de tierra, producir, y tener una vivienda digna y capacitarnos y otras cosas. Eso sería una visión y yo estoy convencida que algún día lo vamos a hacer (Janet Choque – Federación Agraria, Argentina).
La tierra tiene que cumplir una función social. Eso es lo que deberíamos estar hablando Que en esa función social, si nosotros como pueblos tenemos la disposición de tierras que puedan estar administradas por hombres y mujeres, en el caso de que quieran hacerlo, que puedan obviamente estar priorizadas las mujeres y más las mujeres que tienen todo un sinnúmero de violencias física, sexual, mental, económica que fueran las priorizadas, así como la juventud (Deolinda Carrizo – Movimiento Campesino de Santiago del Estero, Argentina).
¿Cómo sería producir en perspectiva ecoterritorial y feminista?
…no dejando que remoralicen nuestros deseos, por iglesias, familias heteronormativas, y demás instituciones que no asumen la caída de un sistema que está podrido (Caro Guiñazú, ArteMA-Navegancias, Arroyo Segunda Hermana-Tigre, Argentina).
Cuando desde los lesbotransfeminismos hablamos de otros modelos productivos también estamos hablando de otros modos de entender la salud, van de la mano y es imposible disociar la idea de territorios libres y de vidas en equilibrio con la tierra y con lo que nos rodea para pensar procesos de salud… (Anita Fagioli, Casa Nativa, Argentina).
…pienso siempre me imagino tejiendo siempre desde la creación artística, desde la música, desde las artes plásticas y desde la poesía…porque estoy absolutamente convencida que desde la creación artísticas …vamos a seguir siendo esa sociedad sustentable y respetuosa con el medio ambiente mucho mucho mucho más rica (María Santucho, Comunidad Agroecológica Enramadas, Argentina-Cuba).
A luta femnista é em defesa das mulheres, em defesa da soberania alimentar, de uma alimentação saudável, de uma mulher liberta. A gente trabalha na produção para o sustento, para a auto sustentabilidade e sua afirmação como mulher camponesa[25] (Guiomar de Sousa, Movimento de Mulheres Camponesas-MMC, Brasil).
Frente al avance de discursos de derecha y la profundización del saqueo de nuestros cuerpos y territorios, muchas veces se pregunta: ¿dónde están los feminismos? Desde Destapar la crisis respondemos, y en este cuadernillo lo mostramos otra vez: estamos dando las disputas que habilitan mundos nuevos y crean otras formas de producción y reproducción de la vida, del lugar que habitamos, de los alimentos, de la tierra y de las casas. Estamos organizando las resistencias fundamentales que traman y potencian lo amoroso, lo amigable, el reconocimiento de la diferencia, de la fragilidad, de la interdependencia. Se trata de una lucha cotidiana que no sólo enfrenta la explotación sino que pone frenos a la expropiación de nuestros cuerpos, territorios y saberes construyendo desde hoy las vidas que soñamos.
Bibliografía
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Cabnal, Lorena (2019) El relato de las violencias desde mi territorio cuerpo tierra. En Xochitl en Leyva Solano y Rosalba Icaza (coord) En tiempos de muerte: cuerpos, rebeldías, resistencias. Buenos Aires, Argentina: CLACSO; San Cristóbal de Las Casas: Cooperativa Editorial Retos; La Haya: Institute of Social Studies, pp. 113-126.
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Referencias
[1] Adriana Amparo Guzmán Arroyo es referente feminista aymara, lesbiana e integrante del Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia. Es reconocida por sus reflexiones y experiencias políticas en la Educación Popular y en los Feminismos. Participó de las organizaciones barriales de mujeres de El Alto y La Paz que enfrentaron la masacre del gas en 2003. Integró la Asamblea Feminista, que en 2007 se convertiría en la Asamblea del Feminismo Comunitario.
[2] Mina Lorena Navarro Trujillo es socióloga y profesora de la Universidad Autónoma de Puebla en México; donde coordina el Seminario de Investigación Permanente “Entramados Comunitarios y Formas de lo Político” y el Seminario de “Ecología Política: extractivismo, conflictividad socioambiental y luchas comunitarias”. Integra el proyecto editorial Bajo Tierra Ediciones y ha publicado varios libros y artículos sobre ecología política, feminismo eco-comunitario, conflictividad socioambiental y luchas en defensa de la vida.
[3] El RENABAP es el Registro Nacional de Barrios Populares y reúne información sobre los barrios populares para garantizar el acceso a derechos y las políticas de integración socio urbana. Este registro fue realizado por iniciativa de organizaciones territoriales y ONGs con trabajo en esta temática y se formalizó en 2017 por el decreto Decreto 358/2017.
[4] Durante el 2019, 500 voluntarios y voluntarias de organizaciones sociales, instituciones públicas y personas en situación de calle, realizaron un censo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para revelar la cantidad de personas que viven a la intemperie y en los paradores del estado, y cuáles son las características de esta población. Para el 2019 se registraron un total de 7251 personas en situación de calle. población.https://proyecto7.org/wp-content/uploads/2019/07/Informe-Ejecutivo-CPPSC2019.pdf
[5] https://proyecto7.org/wp-content/uploads/2019/07/Informe-Ejecutivo-CPPSC2019.pdf
[6] Se conoce como transgénesis al proceso de transferir genes de un organismo a otro. Se utiliza para hacer plantas y animales genéticamente modificados que resulten más resistentes a las enfermedades y a los químicos y para aumentar su productividad y rentabilidad.
[7] Una organización campesino-indígena que nació en los 90 a partir de la lucha contra desalojos en la localidad de Quimilí, Santiago del Estero. Actualmente actúan en toda la provincia y son parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena y de la Vía Campesina.
[8] “Entonces vivimos en Brasil este momento de inseguridad alimentaria. Cada vez aumenta el número de personas con inseguridad alimentaria en Brasil y en el mundo. Brasil está de vuelta en el mapa del hambre. Llegamos al momento de celebrar estar fuera del mapa del hambre y hoy vivimos la inseguridad, la negación y sobre todo el desconocimiento de ese derecho.”
[9] Movimiento que surgió a finales de los 90 como Coordinación Estadual de Trabajadores Agrarios (de ahí su sigla) para organizar al sector y luchar por la efectivización de la ley de Reforma Agraria. Actualmente son un movimiento popular que nuclea más de 50 asentamientos, campamentos y quilombos, territorios conquistados con la lucha para la construcción de viviendas y el trabajo agrario.
[10] La Cooperativa surgió en el 2002 como una propuesta para frenar las fumigaciones en los barrios Las Lomas y Santa Teresita de Guernica, provincia Buenos Aires. Actualmente desarrollan producciones de semillas, miel, árboles nativos, vegetales, medicinas y cerámicos en una tierra de propiedad colectiva en la que trabajan alrededor de 100 personas, en su mayoría jóvenes. En 2009 se integraron a la corriente política y social Marabunta.
[11] “Todas las vidas importan. Pensar en la agroecología es pensar en todas las vidas. En esa relación armoniosa de la vida humana y todas las especies que habitan el planeta tierra. La agroecología nos trae esa relación de que el feminismo es equilibrio. No pensamos el feminismo como superioridad ni como inferioridad, sino en la búsqueda de equilibrio y sobre todo proporciona para las campesinas la igualdad en las relaciones del trabajo en el campo, en la casa, donde todos los miembros de la familia se incorporan a la producción agroecológica. Por eso decimos que sin feminismo no hay agroecología y sin agroecología no hay feminismo.”
[12] “Entonces la medicina natural que reconocemos no está sólo en las plantas, también en las personas que traen esperanza, que dan vida a la comunidad. Y vimos que se reconoció a esas personas sobre todo en el contexto de la pandemia. Ante el negacionismo, quien cuidó muchas veces de la comunidad fueron esas mujeres, fueron las orientaciones de los té, de las oraciones, las bendiciones, orientar en los cuidados. Entonces siento que estamos en este proceso de recuperar la historia que se borró.”
[13] https://www.argentina.gob.ar/noticias/informe-de-objecion-fusion-syngenta-nidera
[14]https://www.syngenta.com.ar/press-release/corporativo/syngenta-es-lider-en-el-mercado-de-agroquimicos-de-argentina#:~:text=El%20mercado%20de%20agroqu%C3%ADmicos%20en,US%24%20329%2C7%20millones.
[15] En el último Verdurazo realizado en septiembre del 2022, organizado por la Mesa Agroalimentaria Argentina, se presentó un paquete de proyectos que incluyó una ley de segmentación de las políticas impositivas agrarias; el proyecto de ley de Contratos Agrarios; la ley de Protección y Fortalecimiento de las Áreas Campesinas; la creación del Fondo Fiduciario Público de Crédito para la Agricultura Familiar y la ley de Acceso a la Tierra Rural. (TELAM, 2022)
[16] https://agenciatierraviva.com.ar/el-presidente-se-comprometio-con-la-ley-de-acceso-a-la-tierra/
[17] Monsanto Company es una empresa multinacional estadounidense productora de agroquímicos y biotecnología destinados a la agricultura. En septiembre de 2016 fue comprada por Bayer.
[18] El trabajo en la mita era, en tiempos coloniales, una forma de exacción de las comunidades para la extracción de oro y plata en el Cerro de Potosí. Grupos de hombres de diferentes comunidades eran enviados anualmente a realizar este trabajo minero. Allí muchos indígenas murieron y se considera que fue la forma de trabajo que más desmembró las comunidades, por muerte de sus mitayos y por fugas (Glave, 1989). En tiempos pre-coloniales fue también un sistema de trabajo comunitario por turnos para servir al Inca en la producción de maíz y coca.
[19] El asedio de las fuerzas de seguridad se reitera en los asesinatos de militantes y de líderes mapuches -Santiago Maldonado (2018), Rafael Nahuel (2019), Elias Garay (2021)- y ante la lucha contra la Ley de rezonificación minera provincial de Chubut en 2021.
[20] “Más de la mitad de los 164 asesinatos a personas por su liderazgo ambiental ocurrieron en América Latina. El reporte de Global Witness se realiza desde 2012 y durante cada entrega anual se evidencia que el sur del continente ha sido la región más violenta para ejercer la protección a la tierra y los recursos ambientales en el mundo” Cárdenas (2019) Para una actualización de datos en 2022, consultar: Informe OBSAL, nº17, 1 de enero al 15 de mayo de 2022. Disponible en línea: https://dev.thetricontinental.org/es/argentina/obsal17/
[21] Para mayor información sobre la historia del CRIC y su programa político, sugerimos explorar el sitio web de la organización: https://www.cric-colombia.org/portal/estructura-organizativa/origen-del-cric/
[22] La minga indígena, afro y campesina es una experiencia de organización entre pueblos indígenas y afro que inició en la región del Cauca como forma de resistencia y reivindicación de derechos. Esta experiencia de lucha y organización diversa, amplia y horizontal llegó a las ciudades colombianas en 2019 como modo de organización y alianza entre grupos, comunidades y pueblos para enfrentar las políticas derechistas del entonces presidente Iván Duque. Para ampliar este tema sugerimos la lectura del artículo: Hernández Fajardo, N. (2019)
[23] Nos referimos al Plan IIRSA, Iniciativa para la Integración Regional Suramericana de UNASUR. COSIPLAN-IIRSA se comienza a gestar en el año 2000 en la cumbre de países de América Latina realizada en la ciudad de Brasilia. Tal como consta en su página web: “es un foro de diálogo […] que tiene por objeto promover el desarrollo de la infraestructura bajo una visión regional, procurando la integración física de los países de Suramérica y el logro de un patrón de desarrollo territorial equitativo y sustentable” (IIRSA.org). Pero, en verdad se trata de una serie de cambios estructurales de un gran proyecto de ordenamiento territorial para “integrar” América Latina desde el mapeo de recursos naturales que existen en estas latitudes para extraer, producir y comerciar con el mundo.
[24] “Una reforma agraria feminista y popular es urgente y necesaria. No podemos admitir la invasión del agronegocio y las mineras sobre nuestros territorios. Que se extiende también a una invasión sobre nuestros cuerpos, nuestras vidas y modos de vida. Por eso actuamos en relación a las mujeres sin tierra en 3 frentes: en la organización de base, en la formación política y en la lucha directa. Para el MST son centrales las luchas de enfrentamiento al capital que tienen al 8 de marzo como una lucha importante en la que planteamos la cuestión de la lucha contra las semillas trasngénicas, contra los agrotóxicas, contra las trasnacionales, por la construcción de una perspectiva feminista, popular y socialista.”
[25] “La lucha feminista es en defensa de las mujeres, de la soberanía alimentaria, de una alimentación saludable, de una mujer liberada. Trabajamos en la producción para el sustento, para la auto-sostenibilidad y la afirmación como mujeres campesinas.”