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ArtículosCrisis socioambiental y despojo

Los canales alternativos de comercialización y el desafío del eslabón más débil

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Introducción

Los canales alternativos o cortos son una serie de modalidades heterogéneas de comercialización que en los últimos años se han instalado no solo en Argentina, sino que también en gran parte de América Latina. Básicamente se distinguen de los canales convencionales, entendiéndose como aquellos caracterizados por ser largas cadenas compuestas por varios eslabones (al menos de producción, transformación, distribución mayorista y minorista, entre otras que suelen sumarse) cuyos sujetos aportan variados servicios y conservan un fuerte poder de negociación, repercutiendo esto en aspectos que tienen que ver con el precio (pagado y a pagar) y con la calidad (visual y nutritiva, además de inocuidad), entre otros aspectos. La distinción de estas modalidades se propone al menos discursivamente como “alternativas” a lo convencional (de ahí lo de canales alternativos) y se logra de diferentes maneras, como por ejemplo mediante la reducción del eslabonamiento (y de ahí el concepto de “canales cortos”). Adicionalmente, estos canales generalmente se asocian a la pequeña producción de alimentos, usualmente generados con métodos más sostenibles, en búsqueda de precios mejores o más justos y de un acercamiento entre productor y consumidor.

Plantear que los Canales Alternativos de Comercialización (CAC) son una respuesta para un mejor precio a los consumidores implicaría una pregunta válida, pero a su vez un sesgo que impediría un mayor y mejor entendimiento no solo de esta modalidad, sino a una serie de procesos que buscan reestructuraciones al menos en la faz productiva, de circulación, de distribución y de consumo de alimentos de cercanía. Por y para ello, se propone una sucinta caracterización de una serie de procesos que le darían marco y dinámica a los CAC. A modo de premisa, se identifica a la crisis del modelo convencional de producción, las organizaciones de productores y la agroecología como variables necesarias de incorporar para el propósito de interpretación de un marco en el cual se insertan e interaccionan los CAC. Tras ello, se discute la principal limitante de estas modalidades y su rol alternativo o simplemente como complemento para el modelo de producción y comercialización convencional.

El ensayo se apoya constantemente sobre una serie de estudios llevados a cabo en Buenos Aires (Argentina) y más precisamente en los territorios hortícolas de La Plata y su espacio de abastecimiento, que es el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA)[1], pero con el convencimiento de que su dinámica se puede encontrar más allá del área delimitada.

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La crisis de los modelos convencionales de producción y el surgimiento de las organizaciones de productores

Innumerables trabajos dan cuenta de los procesos de modernización tecnológica basados en el enfoque de la Revolución Verde, los cuales han permitido un aumento de la productividad de los sistemas. Con menos entusiasmo, se reconoce que este modelo es —a su vez— responsable de impactos negativos, fundamentalmente en aspectos sociales y ambientales (Sarandón y Flores, 2014), lo que hace más que dudar de su sustentabilidad.

Las producciones en los bordes de las grandes ciudades no escaparon a esta lógica, ni mucho menos a sus resultados. Un caso emblemático es el periurbano productivo del AMBA, y más específicamente el área hortícola de La Plata, cuyo sistema altamente demandante y dependiente de insumos externos da muestras indudables de múltiples problemáticas de índole productiva, económica, social y ambiental (Blandi et al., 2015).

Ante esta situación de afección general pero impacto desigual, una de las respuestas fue la del crecimiento de las organizaciones de pequeños productores (Org). En el caso de La Plata, Ambort (2017) caracteriza un fuerte surgimiento y expansión de las mismas durante el segundo decenio del 2000. De hecho, dos agrupamientos que nacen precisamente en La Plata en esos años se convierten en la actualidad en las principales organizaciones de pequeños productores de la Argentina: la rama rural del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra (UTT). Estas organizaciones muestran diversas líneas de trabajo, entre las que se destacan la lucha por la tierra, condiciones de vida, modelo productivo y canales propios de comercialización entre otros. No debe sorprender que estos ejes busquen —invariablemente— alternativas a un modelo que los excluye. Por lo tanto, tampoco debe sorprender su impulso a la agroecología.

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Agroecología

La agroecología (AE) se caracteriza por un enfoque “más amplio, que reemplaza la concepción exclusivamente técnica por una que incorpora la relación entre la agricultura y el ambiente global y las dimensiones sociales, económicas, políticas, éticas y culturales” (Sarandón y Flores, 2014: 56). Por todo esto, la agroecología es una respuesta no solo técnica, sino que también y principalmente política.

Existen, sin embargo, una serie de limitaciones para la adopción generalizada de la AE, de orden técnico, económico, político y hasta cultural (Altieri y Nicholls, 2012). Más específicamente, en el caso de la actividad hortícola de La Plata, los esfuerzos que se vienen realizando para transitar hacia una producción agroecológica enfrentan barreras relacionadas con la falta de información y asesoría técnica, el temor al riesgo por parte de los productores, un mercado irregular y abusivo de arriendo de la tierra y la dificultad para acceder a la propiedad de la misma, condiciones precarias de infraestructura, la demanda insuficiente por alimentos saludables, el lugar marginal que hasta hace poco ocupaba la agroecología en las políticas públicas, las relaciones de género y subordinación de la mujer, como así también un ciclo de reproducción intergeneracional del modelo productivo heredado y aprendido de los patrones y padres, entre otros (Shoaie Baker y García, 2021).

Más allá de la insostenibilidad del actual modelo y de la propensión a un cambio que esto conlleva, el impulso que le otorgan las organizaciones posibilita y potencia la viabilidad de la agroecología. Tal es así que —al menos en el área hortícola de La Plata—, los productores que forman parte de organizaciones tienen una mayor propensión a implementar procesos de transición a la agroecología, en comparación con productores no organizados. Básicamente porque los productores organizados poseen ventajas de índole técnica, financiera[2] y comercial que no solo estimulan sino que además posibilitan mayormente esa transición agroecológica, ventajas de las cuales carecen aquellos productores no organizados.

El siguiente apartado versará sobre una de estas ventajas e innovaciones que impulsan las organizaciones: los canales alternativos de comercialización.

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Los canales alternativos de comercialización

Uno de los principales ejes que dieron origen y permitieron crecer a las organizaciones de productores fue el trabajo sobre la comercialización. Sucede que la comercialización convencional le quita poder de negociación al pequeño productor y, por ende, le impide apropiarse de una mayor parte del valor generado. Una reciente encuesta (PIO CONICET-UNAJ, 2016) daba cuenta que el 98% de los pequeños productores hortícolas de La Plata tienen a las cadenas largas de comercialización como su principal canal de venta, más específicamente en la modalidad de “consignación”, en la cual las familias de horticultores desconocen realmente cuánto y a qué precio se vende su verdura. Esta situación es posible por una asimetría de poder entre productores familiares e intermediarios, en la cual los productores quedan en un lugar subordinado de “tomadores de precios” (Viteri et al., 2019).

Ante ello, las organizaciones buscaron fortalecer el poder de negociación en los canales convencionales mediante la integración horizontal y/o vertical. Pero también incursionando e impulsando los CAC. Estas alternativas comerciales tienen para las organizaciones tres motivaciones, claramente complementarias. Por un lado, la reducción de los eslabones de intermediación les permite a los productores ganar poder de decisión sobre las variedades y los precios. Esto posibilita una mayor apropiación del valor generado y eventualmente un mejor precio para el consumidor. Paralelamente, la venta en canales cortos fortalece y contiene tanto a productores como consumidores, retroalimentando el circuito de comercialización. Finalmente, aparece como condición necesaria para que —al menos en una primera instancia— la agroecología sea viable y logre desarrollarse, aunque esta posición no presenta unanimidad.

Así es como diversas modalidades alternativas son impulsadas por las organizaciones (Org), como ser la venta directa vía bolsones, en ferias o en locales propios, sistemas de suscripción en base a la distribución periódica de lotes de productos de composición preestablecida, la venta por internet, o la distribución directa por parte de los productores a instituciones del Estado.

Pero este encadenamiento Org- AE- CAC es tan fuerte como el más débil de los eslabones.

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Limitantes de la propuesta: el escalamiento de los CAC

Es indisimulable la interacción positiva entre Org- AE- CAC, ya que:

  • Estimula la transición/producción agroecológica y, paralelamente, viabiliza mejores condiciones de vida, de trabajo y sanitarias para los productores y sus familias.
  • Posibilita un cuidado del medio ambiente y alimento saludable y a veces más barato para los consumidores.
  • Posiciona políticamente a la organización, obteniendo así mayor respaldo/contención, tanto interno (de los productores) como externo (de la sociedad, del Estado)

En esta sinergia de Org- AE- CAC, el eslabón más débil es —sin duda— el del comercio. Los (pocos) datos cuantitativos del fenómeno dan cuenta de una reducida participación de productores en el circuito[3], con una baja frecuencia de ventas y un mínimo porcentaje de participación en función de su producción[4]. Y esto es atribuible no tanto a la oferta o a la demanda, sino a los impedimentos de esta circulación alternativa.

Las principales limitaciones de la experiencia del canal tienen que ver con aspectos de logística e infraestructura, a lo que se suman actividades dinámicas y poco estandarizables, lo que conlleva poca capacidad de ganar eficiencia por escala. Todo esto se traduce en dificultades para expandir la venta y/o en el desmedido (e insustentable —social y económicamente—) esfuerzo de productores/militantes comprometidos en el intento de sostener la experiencia. Paradójicamente, los intentos de escalamiento se encuentran con la encrucijada de pérdida de algunos de los puntales de los CAC, como por ejemplo el contacto estrecho entre productor y consumidor, o el incremento del poder de negociación y toma de decisiones del productor.

Estos dilemas aún pendientes de los CAC configuran a un mercado alternativo limitado en su acceso:

  • En lo social: a un consumidor consciente del valor de conservar la biodiversidad y de la comida sana, inocua y de calidad, preocupado por el medio ambiente y eventualmente de los que producen dichos alimentos (Torres Salcido et al., 2021)[5].
  • En lo físico: los espacios de venta se ubican próximos a este segmento de la población.
  • En lo económico: si bien la limitación de los procesos de intermediación, que se reducen a cero —o si acaso a un intermediario— redundan en un precio más justo, la pregunta es justo para quién. Muchos de estos alimentos (como las hortalizas) siguen siendo costosos, aun en estos canales, para la capacidad de compra de las clases populares; y eso repercute en su consumo (Giacobone et al., 2018).
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Los CAC como un elemento emergente del Proyecto de Soberanía Alimentaria

En la triada someramente desarrollada, la Org-AE-CAC cumplen roles diferentes. La ausencia o limitación de algunos de ellos afecta en forma diferencial su funcionamiento y significancia.

Una AE sin organización es posible, pero además de ser mucho más difícil, también sería más fácil que eso involucre un cambio poco o nada significativo. Y al revés, una organización sin AE implicaría quitarle su principal eje de lucha contra un modelo que los excluye, quedando así la AE sin la fuerza o condición necesaria, entendiendo que los cambios posibles son siempre de abajo hacia arriba.

Los CAC sin AE no solo son posibles, sino que es una realidad (Cfr. García, 2021). Y si bien posibilita un precio más justo para productor y eventualmente para el consumidor, y aun un mejor diálogo entre ellos, resultaría en apenas un reajuste del modelo convencional.

La AE sin CAC es una situación no tan clara. Para algunos la propuesta agroecológica conlleva un producto —en calidad y cantidad— no adaptado a las exigencias y reglas del comercio tradicional. Y por ende, requiere que se valore (precio justo) y un vínculo social más equitativo (no meramente técnico-productivo), lo que posibilita franquear al menos la etapa más frágil de transición. Otros aceptan y valoran a los canales cortos de comercialización como impulsores de la agroecología, pero no como condición necesaria permanente. A medida que los sistemas productivos se empiezan a equilibrar y a autorregular, se reduce fuertemente el costo de los insumos externos, más que compensando la eventual merma productiva. Paralelamente, ubica como el principal costo a la mano de obra, insumo mayoritariamente interno en los establecimientos familiares y, por ende, hace de este un modelo no solo más sustentable (económico, social y ambientalmente), sino que además menos dependiente, aun comercializando por los canales convencionales.

De esta manera, la tríada toda y no solo la AE se encontraría en etapa de “transición”. Los CAC ante el desafío necesario de escalamiento para evitar su estancamiento y conversión en simple nicho del modelo convencional. Y la organización de productores en su etapa de contacto y confluencia con organizaciones sociales/de consumidores urbanos. Ya que en este proceso de búsqueda de transformación, no se habla de otra cosa más que de poder. Del poder de la producción y del consumo para definir el modelo agrario y alimentario en cada territorio, que es ni más ni menos que un proyecto político llamado Soberanía Alimentaria.


Ambort, M. E. (2017). Procesos asociativos en la agricultura familiar: un análisis de las condiciones que dieron lugar al surgimiento y consolidación de organizaciones en el cinturón hortícola platense, 2005-2015. FaHCE – UNLP.

Blandi, M. L., Sarandón, S., Flores, C., & Veiga, I. (2015). Evaluación de la sustentabilidad de la incorporación del cultivo bajo cubierta en la horticultura platense. Revista de La Facultad de Agronomía, La Plata, 114(2), 251–264.

García, M. (2021) Prácticas y producción agroecológica en la horticultura de La Plata. Relevancia y principales características. II Congreso Argentino de Agroecología. 13 al 15 de Octubre. Resistencia, Chaco.

Giacobone, G., Castronuovo, L., Tiscornia, V., & Allemandi, L. (2018). Análisis de la cadena de suministro de frutas y verduras en Argentina.

Sarandón, S., & Flores, C. (2014). Agroecología: bases teóricas para el diseño y manejo de Agroecosistemas sustentables (Universidad Nacional de La Plata (ed.)).

Shoaie Baker, S., & García, M. (2021). Jóvenes de familias migrantes y transición agroecológica en el Cinturón Hortícola de La Plata, Argentina. Eutopia, 19, 97–118.

Torres Salcido, G.; Campos Tenango, A.; Martínez Duarte, P. (2021) “Circuitos cortos agroalimentarios y mercados alternativos en la Ciudad de México” En Gerardo Torres Salcido, Rosa Larroa Torres (coord.) Gobernanza y desarrollo territorial: sistemas agroalimentarios localizados: análisis y políticas públicas. México: UNAM. Pag 51-78.

Viteri, M. L.; Moricz, M. & Dumrauf, S. (2019). Mercados: Diversidad de Prácticas Comerciales y de Consumo. Buenos Aires: Ediciones INTA. 236p.

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Referencias

[1] Principal aglomerado urbano de la Argentina, con más de 14 millones de habitantes.

[2] La transición agroecológica precisa apoyo técnico y financiero. El poco o mucho que un pequeño productor pueda conseguir de cualquiera o de ambos, será mucho más probable si participa de una organización.

[3] En una reciente encuesta sobre la horticultura de La Plata, los CAC fueron reconocidos como un canal secundario, y solo por el 16,1% de los productores (PIO CONICET-UNAJ, 2016)

[4] Estimaciones de informantes clave ubican en un 4% de productores que venden frecuentemente por los CAC, un promedio del 4% del volumen total producido, representando así un 0,16% del total.

[5] Surge así un perfil de consumidores de clase media, culta, deportistas, estudiantes, extranjeros, universitarios o enfermos que buscan en la alimentación y en su contacto con los productores nuevos estilos de vida (Op. cit.).