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¿Quién paga la deuda? ¿Con quién es la deuda?

En este último apartado nos proponemos, más que un cierre o conclusión, una apertura para seguir profundizando sobre una problemática de larga data en los países del Sur global y sobre todo para los latinoamericanos y caribeños. Hemos tratado en términos generales a la deuda externa como problema, pero también a los problemas que ella genera en los países de la región.

Vimos cómo la deuda —que tiene al FMI como uno de los principales protagonistas— jugó un rol fundamental en gran parte de la historia oscura de los países de América Latina y el Caribe, desde la segunda mitad del siglo XX a esta parte. Pero los pueblos de Nuestra América escriben sus propias historias marcadas por las resistencias a las políticas de austeridad y ajuste promovidas por los organismos internacionales de crédito, acreedores privados externos y Estados Unidos. También encontramos gobiernos que han tenido la voluntad soberanista de auditar la deuda, establecer su ilegitimidad o desendeudar a sus países, y por varios años las siglas del Fondo parecieron olvidadas.

Analizamos la deuda como dispositivo de dominación y explotación de nuestros pueblos por parte del imperialismo. La deuda corroe la soberanía política y económica de los países e implica una enorme transferencia de riqueza de las economías latinocaribeñas hacia las potencias del Norte, beneficiando a un puñado de empresas transnacionales que tienen sus fieles representantes en cada uno de nuestros países. 

Entrevistamos a tres intelectuales e investigadores/as sobre el rol de la deuda en el plano geopolítico mundial y regional, quienes dieron cuenta de la conexión entre la profundización del endeudamiento de los países latinoamericanos y caribeños y el neoliberalismo, expresión de la hegemonía del capital financiero y especulativo en esta fase del capitalismo. En los últimos cuarenta años, la deuda externa se volvió un problema de primer orden tanto por el nivel de sobreendeudamiento de la región como por las consecuencias sociales y el deterioro de vida de las poblaciones debido a las políticas impuestas por los organismos internacionales. Es decir que la deuda tomada no se usó para mejorar las condiciones materiales de vida de los pueblos del continente, sino para la especulación financiera o para pagar deudas contraídas anteriormente  —ilegítimas en gran parte, ya que muchos préstamos fueron contraídos a espaldas de los pueblos y violando normativas constitucionales—.

En un contexto geopolítico crispado, de transición hegemónica, y en medio de un conflicto bélico entre Rusia y Ucrania que tiene efectos de escala mundial, el problema de la deuda se agrava. La pandemia de la COVID-19 profundizó las desigualdades y puso a prueba la respuesta de los distintos Estados, que debieron endeudarse para hacer frente a la emergencia sanitaria y comprar vacunas y/o contrarrestar la recesión económica y las caídas de los PBI. 

Por último, analizamos el caso particular del endeudamiento argentino. Argentina ha sido el país de referencia sobre el que nos centramos en este cuaderno, por la actualidad del caso. La deuda récord contraída por el gobierno de Mauricio Macri en 2018, la fuga de capitales que habilitó y el reciente acuerdo de refinanciamiento alcanzado entre el gobierno del Frente de Todos y el FMI son capítulos de este último gran proceso de endeudamiento que experimentó el país.

Desde 1976, la deuda externa argentina fue escrita con sangre durante la última dictadura cívico-militar. En las décadas de 1980 y 1990 se profundizó el sobreendeudamiento, flexibilizando y precarizando las condiciones de trabajo y desmantelando el aparato del Estado —dejando muchos derechos a la merced del mercado—. Después de la crisis de 2001, los gobiernos kirchneristas llevaron a cabo un proceso de desendeudamiento que incluyó los canjes con los acreedores privados, lo que implicó una considerable reducción de la deuda, y se canceló lo contraído por gobiernos anteriores con el FMI. Esto redundó en un mayor grado de soberanía. En 2018, el Fondo y la deuda volvieron, y varias generaciones que crecieron y se formaron políticamente sin la presencia de las siglas del FMI ven condenados el presente y futuro por varios años. Los fantasmas de las  viejas recetas de ajuste, privatizaciones, reformas jubilatorias y laborales vuelven a asomar mientras la pobreza sigue creciendo.

Son dos las preguntas con las que queremos finalizar este cuaderno: ¿quién paga la deuda?, y ¿con quién o con quiénes es la deuda? Son interrogantes que recorren de manera transversal los artículos y entrevistas, que nos llevan a pensar de manera crítica la historia reciente y no tan reciente de nuestra región. La deuda muchas veces y trágicamente ha sido pagada por los pueblos del Sur global. Estados Unidos y sus socios europeos hacen recaer las crisis sobre nuestros países, transfiriendo la riqueza producida por la clase trabajadora hacia unas pocas manos que la esconden en paraísos fiscales o la usan en la especulación financiera. Además, los pueblos han sido obligados a pagar la deuda con el saqueo de los bienes naturales y la profundización de las desigualdades económicas, sociales, de género y de raza. La fiesta de unos pocos es pagada por las mayorías populares, mientras quienes se benefician con la deuda – funcionarios, empresarios y acreedores externos – gozan de impunidad. 

Los gobiernos se ven forzados a acordar con el FMI y otros organismos internacionales de crédito para reestructurar o refinanciar las deudas, buscando con eso generar certidumbre a los inversores, al tiempo que llevan incertidumbre, desorganizan y precarizan la vida de nuestras poblaciones. La deuda es con el pueblo, que sufre las políticas de austeridad y ajuste de los Estados y se ve perjudicado por un modelo neoliberal y extractivista que nos condujo a la crisis civilizatoria que estamos atravesando. Por esto, se presenta fundamental investigar y auditar la deuda, desconocer y no pagar la deuda ilegal y castigar a los responsables de contraerla y a los que se beneficiaron con ella para que, en todo caso, ellos sean quienes asuman su pago. 

Además, los gobiernos deben generar políticas en favor de las mayorías populares para reducir las desigualdades y mejorar las condiciones materiales de vida. Para esto, son necesarias la participación y la movilización, así como la articulación regional y mundial entre los países deudores para frenar la rueda de la especulación financiera y hacerla rodar en dirección contraria. Como diría Fidel Castro: “unidad dentro de los países y entre los países” para hacer frente al problema de la deuda. 

Para finalizar, nos hacemos eco de fragmentos de dos discursos memorables del líder de la Revolución Cubana: 

¿Cómo puede llamarse independiente un gobierno y un país que tiene que ir todos los meses a discutir con el Fondo Monetario Internacional lo que tiene que hacer en su casa? Es una ficción de independencia, y nosotros vemos esto como una lucha de liberación nacional, que puede agrupar de verdad, y por primera vez en la historia de nuestro hemisferio, a todas las capas sociales en una lucha para alcanzar su verdadera independencia.
Discurso pronunciado por Fidel al cierre del encuentro sobre la Deuda Externa de Latinoamérica y del Caribe, el 3 de agosto de 1985.

Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre. Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.
Discurso pronunciado por Fidel Castro en la Conferencia de la ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo, en Río de Janeiro, el 12 de junio de 1992.

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