“Cruzar la frontera y ponerse un pantalón”: mujeres migrantes en América Latina y el Caribe
La situación de la población migrante a lo largo del subcontinente tiene peculiaridades diversas en función de distintos factores: país de origen y de destino, clase social, motivaciones para migrar, condición de la documentación, redes de apoyo y contención, edad, racialización y género, entre otras.
Este artículo aborda cómo repercute el género en lxs migrantes y cuáles son las singularidades y desigualdades que sufren las migrantes mujeres por solo hecho de serlo[1]. Los principales objetivos son:
- mostrar la necesidad de tener una perspectiva de género al estudiar fenómenos migratorios;
- exponer algunos datos que muestran la situación de desigualdad específica que afecta a mujeres migrantes de América Latina y el Caribe;
- reponer experiencias de organización y resistencia de mujeres migrantes en la región.
Primera parte: ¿por qué introducir la perspectiva de género cuando hablamos de migraciones?
De acuerdo con Ana Inés Mallimaci (2011), los estudios sobre migraciones históricamente han invisibilizado las trayectorias migratorias de las mujeres o reducido su participación a la función de acompañantes, que dependían de las decisiones del sujeto migrante masculino de su familia. Esto implicó su invisibilización como sujetas migrantes, y la de las problemáticas específicas que las afectan por ser a la vez mujeres y migrantes (violencias múltiples, falta de acceso a derechos por falta de documentación o desconocimiento del idioma, entre otras).
Además, estas perspectivas tradicionales estudian las motivaciones migratorias de todo un grupo teniendo en cuenta como principales motivaciones las de los varones, a la vez que olvidan el papel que juegan los mandatos de género en la migración y viceversa. Por último, desconocen la existencia de mujeres que migran de manera autónoma y el lugar central que ocupan cuando lo hacen en un entorno familiar.
Por todo esto, y también por el creciente aumento de mujeres migrantes asumiendo roles protagónicos, es que a partir de la década de los 1990 la investigación académica sobre estudios migratorios ha adoptado el enfoque de género.
La Recomendación general No. 26 sobre las trabajadoras migratorias de la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) en su párrafo 5, reafirma la necesidad de tener esta perspectiva al afirmar que la situación de las mujeres migrantes presenta distintas particularidades que exigen “examinar la migración de la mujer desde la perspectiva de la desigualdad entre los géneros” no solamente para el análisis sino también para “la elaboración de políticas para combatir la discriminación, la explotación y el abuso”.
Vale enumerar algunos aspectos de los procesos migratorios en los que se puede ver la influencia de los mandatos de género (OIM, 2014). En primer lugar, las motivaciones para migrar, según Carolina Rosas (2010), están condicionadas en varios niveles:
- Macroestructural: relacionado con la privación de derechos y oportunidades y las desigualdades de género en el mercado laboral del país de origen junto con las expectativas de inserción rápida en destino, en la mayoría de los casos en trabajo doméstico y de cuidados. En este sentido, algo que ha influido mucho en las últimas décadas es la pauperización de la vida debido a las políticas neoliberales que aplicaron muchos gobiernos del Sur Global, en particular en América Latina y el Caribe.
- Familiar: a veces una mujer es la “seleccionada” por la familia para migrar con la confianza en que ella —más que un varón— priorizará el interés familiar por sobre el individual propio a la hora de enviar remesas.
- Individual: escapar de contextos familiares opresivos, violentos o discriminatorios.
Además de las motivaciones migratorias, los enfoques de género pusieron la lupa sobre otros aspectos. Brígida Baeza, doctora en Antropología, investigadora del Conicet en estudios sobre migraciones, en una entrevista realizada para la elaboración de este artículo, afirmó:
Ver lo que están haciendo las mujeres migrantes requiere otro tipo de camino de nuestra parte. Yo al comienzo trabajaba sobre el mercado de trabajo y lo que saltaba a la vista es que en el caso de que quienes provienen de Bolivia son hombres trabajando en las obras de construcción. Pero las mujeres están trabajando también. Y para buscar eso tenemos que ir a las ferias, al trabajo informal, a la venta callejera. A otros lugares que no son fácilmente visibles.
En tercer lugar, la perspectiva de género permitió empezar a indagar sobre las violencias específicas que sufren las mujeres migrantes, por ser mujeres y por ser migrantes.
La citada recomendación de la CEDAW explicita los distintos tipos de violencias que pueden sufrir las mujeres en los países de origen, tránsito y destino. En tránsito,
…las que viajan acompañadas por un agente o escolta pueden verse abandonadas si el agente tropieza con algún problema. Las mujeres también son vulnerables al abuso sexual y físico a manos de agentes y escoltas durante su paso por los países de tránsito.
En este sentido, Rosas (2008) señala que algunos tránsitos, por el riesgo que implican para los cuerpos de las mujeres, desalientan su migración o refuerzan la magnificación de la posición simbólica masculina y los mandatos a ella asociados. Es el caso de los pasos fronterizos desde México a Estados Unidos por los que pasan caravanas migrantes de toda la región.
Vemos entonces que los mandatos de género y las posibilidades concretas de violencias y abusos están interrelacionados.
Las políticas públicas y las redes de contención social en destino resultan de particular importancia al hablar de violencia de género sufrida por migrantes. Baeza resalta algunos problemas que agravan esta situación:
Muchas veces la mujer no habla el idioma local y el que primero aprendió a hablar para salir a trabajar es el hombre, que oficia de traductor. Es decir que, en una situación de violencia, muchas veces no pueden denunciar porque las instituciones no tienen intérpretes. Además, no cuentan con las redes de apoyo y sostén con las que cuenta una mujer que no es migrante. Otras veces pasa que se acercan a las instituciones, pero el sistema está diseñado para interpelar y contener a determinado tipo de mujer que no es la mujer migrante, entonces predomina la incomprensión, y ahí empieza una especie de peregrinaje que obstaculiza el acceso a la protección básica.
Además, encuentran limitado su acceso a servicios de salud, en especial salud sexual y (no) reproductiva (ONU Mujeres, 2013).
Para la investigadora, existen otros agravantes en los casos de violencia física, que es la violencia o desigualdad económica y patrimonial, como por ejemplo, la cuestión de la documentación. Se suele tramitar primero la documentación del hombre de la familia para que pueda salir a trabajar. Eso resulta en mujeres más desprotegidas a la hora de moverse en el ámbito público, judicial, pero también en lo económico, ya que dificulta el acceso a derechos, a las asignaciones, ayudas sociales y económicas que dan un margen de autonomía. Y esto también dificulta el acceso al trabajo.
Las condiciones laborales en destino constituyen otro de los aspectos en los que resulta necesario indagar. Las mujeres migrantes suelen conseguir trabajos peor remunerados y menos regulados que los hombres. El sector de mayor inserción laboral es el de trabajo doméstico y de cuidados, y es en la mayoría de los países de destino el menos registrado.
Todas estas cuestiones, de manera muy resumida, demuestran la necesidad de que los estudios migratorios adopten una perspectiva de género.
Al respecto, desde hace ya algunas décadas, se ha venido desarrollando una serie de conceptos que echan luz sobre estas y otras cuestiones que son producto de la intersección entre el género y la migración. Vamos a reponer algunos de ellos.
El de feminización de las migraciones es el que más resuena cuando se habla de perspectiva de género en los estudios migratorios. Alude a cambios de tipo cuantitativo y cualitativo en la migración internacional; se trata de reconocer una tendencia a la feminización dentro de los movimientos migratorios. Sin embargo, el aumento de mujeres que migran es leve y hablar de feminización apunta a poner el foco en que cada vez más mujeres migran de forma autónoma o en calidad de proveedoras principales para sus familias (ONU Mujeres, 2013), rol que anteriormente era en su mayoría asumido por varones. Si bien este concepto echa luz sobre un cambio de paradigma respecto de los mandatos de género asumidos por muchas familias migrantes, Mallimaci (2011) advierte sobre el riesgo de visibilizar a las mujeres solo cuando sus acciones asumen roles tradicionalmente asignados a los varones, invisibilizando las acciones de las mujeres que migran en un lugar de subordinación económica o en el marco de otro proyecto familiar.
Este concepto permite observar los cambios globales en la demanda de fuerza de trabajo de las sociedades (OIM, 2014). La fase del capitalismo vinculada al desarrollo del sector de los servicios, la desterritorialización de la producción y la creación de zonas francas ha traído como consecuencia una mayor demanda de fuerza de trabajo barata y flexible, en sectores como los servicios y los cuidados, típicamente absorbidos por mujeres. Así se configura “una nueva y sexualizada división internacional del trabajo que coloca a las mujeres en las inserciones laborales más precarias y peor remuneradas, vulnerabilizando especialmente a las mujeres migrantes” (ONU Mujeres, 2013).
El sistema capitalista internacional está sostenido por la mano de obra de las poblaciones migrantes y, a la vez, los Estados nacionales obstaculizan cada vez más la movilidad de esas trabajadoras y trabajadores (ONU Mujeres, 2013). A la vez, Sassen (2004) habla de una feminización de la fuerza de trabajo que forma parte de la economía informal y hasta ilegal (como por ejemplo los talleres clandestinos), pero “utilizan la infraestructura institucional de la economía regular, develando su carácter constitutivo del sistema transnacional”. A estos circuitos los llama “contrageografías de la globalización”, y están asociados a las dinámicas de la globalización que permiten eludir las formas tradicionales de control. En estas actividades hay una creciente presencia de mujeres migrantes.
Estos conceptos ponen en evidencia una articulación global y desigual entre países del Norte y del Sur Global, en el marco de un acrecentamiento de la pobreza estructural que se dio en las últimas décadas en regiones donde se han aplicado programas de ajuste y políticas neoliberales, como América Latina y el Caribe.
Por este motivo, el concepto de feminización de las migraciones puede ser provechoso para analizar procesos migratorios de mujeres desde el Sur hacia el Norte Global y podría ayudar a entender algunos fenómenos de migraciones Sur-Sur, pero hay que tener presente que no es a priori aplicable a todos los casos.
Baeza también alerta al respecto:
Este concepto no tiene que darnos la idea de que recién ahora las mujeres están desplazándose sino que se trata de resaltar a las mujeres que están asumiendo papeles que históricamente cumplían los varones, a la vez que se las ingenian para seguir realizando las tareas de cuidados a pesar de las distancias físicas.
Y así es como se llega también a analizar las cadenas globales de cuidados, que vuelven a poner en evidencia distintas desigualdades, de género, de clase, de generación, Norte-Sur:
El modelo de organización social de los cuidados típico de los países del Norte se funda en la externalización del trabajo doméstico y de cuidados. Esto entraña un proceso de movilización de mano de obra a través de redes familiares y sociales así como también de los mecanismos del mercado. Ello normalmente requiere que haya migración (ONU Mujeres, 2013).
Aparecen asimismo la familia transnacional y las maternidades transnacionales, que desafían a los modelos hegemónicos de familia y maternidad (Pombo, 2011). Además, ponen en cuestión a los Estados nación, sus fronteras y sus legislaciones modernas, develando muchas veces sus limitaciones a la hora de abordar jurídicamente casos de violencia entre migrantes que se encuentran en distintos países:
Las mujeres y sus familias transnacionales quedan “des-enmarcadas” y desprovistas de instancias de representación política en virtud de los alcances nacionales de los sistemas estatales de justicia. Ellos no llegan a dar respuestas a las particularidades de los arreglos familiares con miembros residiendo en territorios que se corresponden con más de un Estado Nación (Sassen, 2004).
Por último, Baeza resalta la importancia del concepto de interseccionalidad que, si bien no fue creado para los estudios migratorios,
viene a hacer foco en lo siguiente: ¿cómo explicamos que para una mujer migrante es más difícil que para vos o para mí ir al hospital, por ejemplo? Lo que hace este concepto es mostrarnos ese entramado de dominaciones que no podemos ver de modo aislado; la intersección de dominaciones que afectan a una mujer migrante es distinta a la de otra mujer.
Segunda parte: algunos datos estadísticos[2]
A nivel mundial, casi la mitad de las personas migrantes son mujeres (ONU, 2016). Las mujeres migrantes tienen un índice de participación en el mercado laboral mayor al de las no migrantes. Entre las mujeres con trabajo remunerado, la tasa de participación de las migrantes es de 67 % y de las no migrantes, el 50,8 %. En el caso de los hombres, casi no existe diferencia entre la tasa de participación laboral de los migrantes y los no migrantes.
Por otro lado, es de destacar el lugar que ocupan lxs trabajadorxs domésticxs migrantes en la fuerza laboral mundial. Casi una sexta parte de quienes realizan trabajo doméstico remunerado son migrantes. Y de esta porción, las mujeres representan el 73,4 % (OIT, 2015). No obstante, solo veintidós países ratificaron el Convenio de la OIT sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos (núm. 189), que protege sus derechos y reconoce las vulnerabilidades adicionales de las mujeres que desempeñan estas funciones.
Si ahondamos en los datos de América Latina y el Caribe, observamos que, además de un incremento en cifras absolutas de la población migrante en los últimos años, se presenta el fenómeno de la feminización (CEPAL, 2008). El índice de masculinidad en la migración entre países latinoamericanos y caribeños ha venido disminuyendo desde la década del 1970, y principalmente a partir de los 90. La región registra la mayor proporción de mujeres entre migrantes internacionales a regiones consideradas “en desarrollo” (Zlotnik, 2003). A diferencia de esto, en el continente americano en su conjunto, la participación de las mujeres ha venido disminuyendo en las últimas décadas debido al gran incremento de la participación masculina en el total de migrantes latinoamericanos y caribeños que van hacia Estados Unidos (Villa y Martínez, 2001).
Según CEPAL (2008), el predominio femenino en el total de migrantes se verifica a partir de 1980, y en la ronda censal de 2000 el índice de inmigrantes hombres es de 96,3 por cada cien mujeres migrantes.
Si observamos la composición por género del total de migrantes según países, nos encontramos con una gran diversidad debido a la manera en la que los mercados de trabajo de los países de origen y destino se complementan en cada caso.
En el año 2000, Guatemala, Argentina y Chile registraron el índice más bajo de masculinidad entre los países con recepción de inmigrantes, debido principalmente a la demanda de mujeres en el sector de servicios, donde el doméstico ocupa un gran lugar. Por su parte, República Dominicana, Paraguay y Brasil registraron en ese año un predominio de inmigrantes varones vinculado, entre otros factores, a la demanda de trabajadores agrícolas. Considerando la emigración en los diferentes países del continente, la mayor participación femenina se registró en República Dominicana, Honduras y Paraguay, mientras que en Haití, Panamá y Cuba hubo un predominio masculino.
La tendencia al predominio femenino se confirma en los principales flujos migratorios en la región que, a ese año, eran el desplazamiento de colombianxs a Venezuela (91,4 hombres por cada 100 mujeres), de nicaragüenses a Costa Rica (99,8 por 100), de colombianxs a Ecuador (89,2 por 100), de paraguayxs a Argentina (78,7 por 100) y de peruanxs a Chile (66,5 por 100) (Martínez, 2003).
Teniendo en cuenta la migración intrarregional y la emigración extrarregional, se confirma entonces que existe en la región un fenómeno de feminización cuantitativa (Martínez, 2003 y 2004) que, como ya mencionamos, responde a transformaciones económicas macroestructurales y también a cambios culturales relacionados con los mandatos y roles de género.
Tercera parte: experiencias y resistencia
Este último apartado está orientado a reponer algunas cuestiones respecto a las experiencias de migrantes y de su organización y resistencia como colectivos de mujeres migrantes en la región. En este sentido, para el análisis tomamos la experiencia del colectivo #NiUnaMigranteMenos y a una de sus referentes, Delia Colque[3].
El colectivo #NiUnaMigranteMenos se formó en Argentina en el año 2017, a partir de la alerta generada en los grupos migrantes por el Decreto 70/2017 del entonces presidente Mauricio Macri, que modificaba aspectos de la Ley N° 25.871 y vulneraba el debido proceso, el derecho de defensa y el derecho a la unidad familiar de las personas migrantes en el país. La iniciativa de organizarse ante esta situación fue inicialmente de mujeres migrantes que ya formaban parte de otras agrupaciones. Tomaron la consigna del #NiUnaMenos, relacionada con la visibilización de la violencia de género, con el objetivo de visibilizar las violencias específicas que sufren las mujeres migrantes por ser mujeres y por ser migrantes. Si bien el decreto fue derogado en 2021, Ni Una Migrante Menos sigue organizándose frente a la violencia racista y machista sufrida por las mujeres migrantes.
Delia Colque ha sido una de sus referentas y vivió en carne propia esta doble violencia. Por eso consideramos importante recuperar su historia y su voz.
Delia se fue de Bolivia en 2005 escapando de la violencia causada por su padre, de la cual ella y su madre eran víctimas. Dejó sus estudios de Comunicación Social y migró bajo la promesa de un tío de trabajar como costurera en Buenos Aires, con un salario de 300 dólares al mes. Su objetivo era enviar remesas para que su madre pudiera pagar un alquiler e irse de su casa.
Al cruzar la frontera, se enteró de que serían 300 pesos argentinos, pero ya estaba a mitad de camino (geográficamente hablando, pero también con todo lo que ya había decidido dejar o llevarse a cuestas) y decidió seguir. Al llegar a Buenos Aires escuchó que familiares lejanos se referían a ella (y al grupo de chicas junto al cual había migrado) como “las nuevas esclavas”. Pronto le sacaron el documento, no podía salir del lugar donde se encontraba, y una de las mujeres fue abusada sexualmente. Trabajó tres meses gratis para pagar el pasaje y luego siguió trabajando para enviar remesas. Trabajaba 18 horas por día. Luego de varios años en situación de esclavitud, logró enviar a su familia algo de dinero y su madre finalmente pudo irse de su casa. Quince años después, volvió a su país con la intención de retomar sus estudios y proyectos, a la vez que de seguir tejiendo redes de mujeres contra la violencia. Tiene un hijo que decidió quedarse con su padre en Argentina y sigue cuidando a la distancia.
La frase que le da nombre a este artículo, “cruzar la frontera y ponerse un pantalón”, sintetiza algunas de las opresiones que viven las mujeres bolivianas que migran a Argentina. Muestra la especificidad de las desigualdades sufridas por ser mujer y por ser migrante indígena. Fue pronunciada, a modo de ejemplo, por Brígida Baeza, en la entrevista que le realizamos.
El caso de Delia materializa varias de las vulnerabilidades que afectan a las mujeres migrantes de las que hablamos más arriba: violencia de género como motivación a migrar, una mujer que toma un rol históricamente asociado a los varones —como el de migrar sola— para enviar remesas, su actual maternidad transnacional. Pero también es un claro ejemplo de organización y resistencia ante estas violencias de corte racista y patriarcal.
Sigue siendo migrante aunque esté en su país de origen: “Te tratan como si no fueras de acá, como si no pudieras opinar”, cuenta. Además, después de quince años en el exterior, volver a establecerse, conseguir una vivienda, formar redes de apoyo, familiares y de contención, es hacerlo casi como una persona que está llegando a un país por primera vez. “No es fácil ser mujer, migrante e indígena”.
La importancia de la organización migrante
“Es importante que sepamos que todos y todas tenemos derechos allá [en Argentina]”, dice Delia. “Más allá del DNU, hay una ley de migraciones que sigue siendo un estandarte a nivel mundial porque reconoce muchos derechos a lxs migrantxs”, afirma. Delia resalta la importancia de organizarse como colectivo migrante para conocer y poder hacer respetar los derechos en cada país donde las personas se encuentren.
“Cuando migramos, dejamos a nuestras familias, nuestra gente. Somos mucho más vulnerables, todo el tiempo nos hacen sentir que somos ajenos, que no tenemos derechos, aunque sí los tengamos. Y lo mismo pasa al volver, si te fuiste”, cuenta.
Además, enfatiza que organizarse entre mujeres migrantes permite generar redes que pueden salvarlas de los círculos de violencia. Círculos de los que no es fácil salir nunca, pero más difícil aún siendo migrante.
Como experiencia de visibilización de la comunidad migrante en Argentina, resalta la organización de los y las trabajadores de la tierra en torno a los “verdurazos”, que se realizan desde hace algunos años en el país. “Se trata de mostrar todo el trabajo que se hace con la tierra pero también de conseguir un mejor precio. Gran parte de los alimentos, frutas, verduras y demás, lo producen bolivianxs migrantes”.
Continuar a Caravanas. Sobre las causas fundamentales de la migración centroamericana
por Adrienne Pine
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Referencias
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Mallimaci, Ana Inés (2011). Migraciones y géneros. Formas de narrar los movimientos por parte de bolivianos/as en Argentina. Estudios Feministas, Florianópolis, 19(3): 392, setembro-dezembro/2011.
________________ (2012). Revisitando la relación entre géneros y migraciones. Resultados de una investigación en Argentina en mora, Nº 18. Buenos Aires: Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (pp. 25-32). Disponible en: http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/mora/article/view/332/309. Último acceso: 2 de julio de 2022.
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Zlotnik, Hania (2003). The global dimensions of female migration. Migration Information Source. Disponible en: www.migrationinformation.org.
Notas
[1] Cabe destacar que consideramos que para un análisis de las migraciones con perspectiva de género y diversidad es necesario estudiar las singularidades de todas las identidades de género que ocupan lugares subordinados o de desigualdad frente a los varones cisgénero (mujeres cis, mujeres y varones trans, identidades no binarias u otras) a la hora de migrar, a la vez que tener en cuenta las violencias sufridas por las personas que no son heterosexuales. Sin embargo, no sería adecuado analizar a todas las demás identidades desde el mismo marco que a las mujeres cisgénero, porque requieren otras categorías, otros abordajes y tienen otras problemáticas, que son a la vez muy heterogéneas dependiendo de todos los factores mencionados en el párrafo anterior. Es por eso que en este artículo nos abocaremos solamente al abordaje de algunos aspectos relacionados con las mujeres migrantes cisgénero. Por otro lado, es de destacar que en muchos casos la dificultad de expresar una orientación sexual o identidad de género determinada puede ser una motivación para migrar y eso también genera desigualdades y violencias que perpetúan el sistema cisheteropatriarcal y deben ser analizadas como factor agravante de las violencias sufridas por migrantes, incluso en el caso de varones migrantes cisgénero. Existen estudios específicos sobre la llamada migración LGBTI+, que es la motivada por la no aceptación en la sociedad de origen de las diversidades sexogenéricas, que abordan esta cuestión.
[2] La caracterización en base a datos cuantitativos resulta binaria en términos de género debido a que las estadísticas dividen a la población en dos según la categoría “sexo”, hombres y mujeres. De esta manera se invisibilizó durante décadas a las identidades trans y no binarias en los datos. Esto, de a poco, está empezando a cambiar. En Argentina, en el censo de población realizado en 2022, se utilizaron cinco categorías de género, lo que permite visibilizar las especificidades y vulnerabilidades propias que sufren las personas trans y no binarias. Sin embargo, para que estos cambios se vean reflejados en los informes a nivel mundial, probablemente debamos esperar algunas décadas más.
[3] Delia está en este momento de vuelta en su país y nos ha autorizado a hablar de su caso y reponer su voz.