Las huelgas de Durban de 1973: La construcción de poder popular democrático en Sudáfrica

Dossier no. 60

Un grupo de trabajadores textiles en huelga exigen 5 rands más al día en la Consolidated Textile Mill en febrero de 1973. 
Créditos: Colección David Hemson, Bibliotecas de la Universidad de Ciudad del Cabo.

Logos de el Instituto Tricontinental y el Instituto Chris Hani

Una colaboración con el Instituto Chris Hani

 

Mucho después de que la ola descolonizadora se extendiera por África, Asia y América Latina, dos grandes países —Brasil y Sudáfrica— seguían atrapados por sistemas políticos miserables. La dictadura militar de Brasil (1964-1985) y el régimen de apartheid de Sudáfrica (1948-1994) se enfrentaron a importantes desafíos de diversas fuerzas políticas y sociales. Aunque muchas de estas luchas están grabadas en la memoria social, el papel de la resistencia de la clase trabajadora es poco conocido fuera de los sindicatos, como si las luchas de las y los trabajadores fueran marginales en la historia de la democratización.

Por el contrario, en ambos países, las luchas de los trabajadores fueron fundamentales para derribar regímenes nefastos. En Sudáfrica, las huelgas de 1973 en la ciudad portuaria industrial de Durban iniciaron el proceso de construcción de un movimiento sindical combativo que, en la segunda mitad de la década de 1980, haría tambalearse al régimen del apartheid. En Brasil, se suele decir que las huelgas de 1978-1981 en tres ciudades industriales de la gran São Paulo —Santo André, São Bernardo do Campo y São Caetano do Sul, región conocida como ABC— marcaron el principio del fin de la dictadura militar. Las huelgas fueron lideradas por Luiz Inácio Lula da Silva, entonces presidente del Sindicato de Metalúrgicos del ABC y actual presidente de Brasil.

Las y los trabajadores en huelga del Frame Group se reúnen para un informe sobre las negociaciones con la dirección en Bolton Hall en 1973.
Créditos: Colección David Hemson, Bibliotecas de la Universidad de Ciudad del Cabo.

Las y los trabajadores abrieron el camino contra arraigadas formas de dominación que no solo les explotaban a ellos, sino que oprimían al pueblo en su conjunto, y las democracias venideras se incubaron primero en los talleres. Este dossier es una contribución a la recuperación de esa parte de la historia de Sudáfrica.

Las huelgas de 1973 en Durban formaron parte de un contexto de efervescencia política más amplio en la ciudad a finales de los años 60 y principios de los 70, cuando el lugar se convirtió en una fuente generadora de experimentación e innovación políticas. Las y los trabajadores negros tenían una larga historia de organización y movilización en Durban y sus alrededores. Los estibadores africanos se declararon en huelga por primera vez en 1874, y en 1906 muchos trabajadores, incluidos quienes trabajaban en casas de blancos, abandonaron sus puestos de trabajo para unirse a la rebelión rural contra un nuevo impuesto de capitación. Dirigida por Bhambatha kaMancinza, la rebelión adoptó la forma de ataques guerrilleros lanzados desde el santuario del bosque de Nkandla, cerca de Eshowe, una pequeña ciudad al norte de Durban. En 1913, los trabajadores indios de las plantaciones de caña de azúcar, en su mayoría trabajadores no abonados1, organizaron una huelga masiva. Los estibadores de Durban volvieron a la huelga en 1920, y el Sindicato de Trabajadores Industriales y Comerciales, que se formó en los muelles de Ciudad del Cabo en 1919, se convirtió en una fuerza importante en la ciudad a finales de la década de 1920 (Instituto Tricontinental, 2019). Zulu Phungula, un carismático líder obrero, lideró otro periodo de confrontación en los muelles de Durban a partir de finales de la década de 1930.

En 1930, Johannes Nkosi, organizador portuario y poderosa figura del Partido Comunista de Sudáfrica (CPSA por sus siglas en inglés), conocido por los trabajadores como Abantu ababomvu (‘El pueblo rojo’), fue asesinado por la policía tras encabezar una quema pública de pases, los documentos que el gobierno del apartheid exigía a las personas africanas para acceder a las ciudades. Entre 1949 y 1959, los trabajadores de los muelles de Durban organizaron otras cinco huelgas.

El 12 de agosto de 1946 se produjo un nuevo momento de ruptura con la huelga de trabajadores mineros africanos de Johannesburgo y sus alrededores, que exigían una mejora salarial. Sostuvieron la huelga durante una semana frente al terror policial, que mató a nueve trabajadores e hirió a 1.248. Aunque la huelga fue aplastada, tuvo un impacto duradero en las luchas por la libertad y provocó un cambio hacia una confrontación más directa con el Estado. El Sindicato Africano de Trabajadores Mineros, dirigido por comunistas y que había organizado la huelga, dio origen al Congreso Sudafricano de Sindicatos (SACTU, por sus siglas en inglés), creado en Johannesburgo en 1955.

El SACTU estaba alineado con el partido Congreso Nacional Africano (CNA) y pretendía vincular la organización sindical a la lucha por la liberación nacional. La federación desempeñó un papel destacado en la oleada de huelgas nacionales, que ganaron en frecuencia y militancia a finales de la década de 1950. También fue el caso de Durban, que, en gran parte gracias a la tenacidad de sus estibadores, se convirtió en un nodo clave del sindicalismo combativo.

El intento de excluir a las y los africanos de cualquier presencia autónoma en la vida urbana era fundamental en la lógica del apartheid. Las ciudades se consideraban lugares de la modernidad blanca en que las y los africanos solo podían estar presentes como trabajadores estrictamente subordinados y segregados. Las leyes de pases eran el mecanismo clave del sistema de opresión que pretendía confinar cada vez más la vida familiar africana a las homelands [patrias], suerte de reservas rurales étnicamente delimitadas y gobernadas en nombre de la “tradición”.

En 1960, el Congreso Panafricanista (PAC por su sigla en inglés), una facción escindida del CNA, resolvió desafiar directamente al Estado en relación con las leyes de pases. La mañana del 21 de marzo de 1960, unas 20.000 personas se concentraron ante la comisaría de Sharpeville, un municipio de la actual provincia de Gauteng. La tensión creció cuando aviones de combate se abalanzaron sobre los manifestantes. Se levantaron barricadas y la policía abrió fuego contra la multitud desarmada, asesinando a 69 personas. Como escribió Frantz Fanon, los asesinatos de Sharpeville “sacudieron la opinión mundial” (Fanon, 1983 [1963]: 37). El 8 de abril, el Estado prohibió el CNA y el PAC.

A pesar de su abierta afiliación al CNA, SACTU no fue ilegalizada. Al año siguiente inició algunas huelgas, la más importante en Durban, de las enfermeras del Hospital Rey Jorge V y los trabajadores de la Lion Match Company. Pero en diciembre de 1962, el gobierno del apartheid proscribió a 45 funcionarios de SACTU y sus sindicatos afiliados, excluyéndolos de la vida pública, y la federación se vio obligada a pasar a la clandestinidad. El sindicalismo negro había sido aplastado.

Durante más de una década, el poder blanco campó a sus anchas. La economía crecía de forma desigual pero rápida, y el Estado parecía inexpugnable. Un régimen autoritario, dentro y fuera del taller, así como el aumento del empleo y del poder adquisitivo de los trabajadores, dieron lugar a una relativa anuencia. Pero en 1969, una súbita recesión económica provocó recortes y una erosión de los salarios reales que sometió a las y los trabajadores negros y sus familias a una presión cada vez mayor.

Supervisores blancos realizan el trabajo de jornaleros negros en un mercado en enero de 1973. 
Créditos: Colección David Hemson, Bibliotecas de la Universidad de Ciudad del Cabo.

Nuevas ideas en el campus

Al mismo tiempo, surgieron nuevas formas de disidencia entre el personal y los estudiantes del campus de Durban de la Universidad de Natal. Al principio, este florecimiento de la creatividad política se centró en dos hombres carismáticos, Steve Biko y Richard Turner, que utilizaron su carisma para permitir la deliberación colectiva en lugar de actuar como gurús para seguidores pasivos.

Biko, natural de King William’s Town (actual eQonce), en el Cabo Oriental, se educó en el St. Francis College del monasterio de Mariannhill, a las afueras de Pinetown, una zona industrial en el extremo occidental de Durban. En 1966, a los 22 años, regresó a Durban para estudiar medicina en la facultad segregada de medicina para negros de la Universidad de Natal.

Turner era de Ciudad del Cabo y se había doctorado en la Sorbona de París con una investigación sobre el filósofo Jean-Paul Sartre, cuyas ideas también eran importantes para Biko. Le interesaban otros pensadores, como Frantz Fanon, Herbert Marcuse y Karl Marx, y los recientes experimentos políticos en China y Tanzania, así como Yugoslavia, que había visitado en los años sesenta.

Turner propuso una visión democrática y participativa de la sociedad enraizada en un marxismo humanista con, según escribió, un compromiso específico con “la participación popular, basada en el control de los trabajadores” (Turner, 1980: 65). Biko, también humanista radical, se inspiró en pensadores como Stokely Carmichael, James Cone, Aimé Césaire, Frantz Fanon y Kwame Nkrumah.2Criticó duramente el paternalismo racial del liberalismo blanco e insistió, en contra del pensamiento de algunos intelectuales blancos de izquierda, en que los debates sobre la clase social no debían soslayar la cuestión de la raza.

Turner, Biko y sus compañeros pensaban desde Durban en medio de la agitación política mundial. Las energías políticas generadas por el movimiento Black Power en las Américas (desde Estados Unidos hasta Trinidad) estaban en el aire, al igual que los levantamientos de 1968, impulsados principalmente por la juventud, que sacudieron ciudades desde Ciudad de México y Dakar hasta Lahore y Río de Janeiro. Las guerras anticoloniales en Vietnam y Argelia fueron una influencia clave en el levantamiento de París, donde se produjo una alianza entre trabajadores y estudiantes. Como escribe la académica Kristin Ross, esto permitió “alianzas y sincronías imprevistas entre sectores sociales y personas muy diversas que trabajaban juntas para conducir sus asuntos de forma colectiva” (Ross, 2002: 7). (Macqueen, 2018)

Ese mismo año, Biko lideró la formación de la Organización de Estudiantes Sudafricanos (SASO), un grupo de estudiantes negros. Con sede en Durban, incubó ideas que llegaron a definir el Movimiento de Conciencia Negra. Barney Pityana, una figura (Cole, 2018)destacada de la SASO, recordaba “largas horas de interacción y debate entre amigos” durante las cuales Biko “escuchaba y cuestionaba las ideas a medida que surgían, las concretaba y las traía de vuelta para seguir desarrollándolas” (Macqueen, 2018: 105).

Biko es conocido por despertar el interés por las ideas del Poder Negro, el radicalismo caribeño y el nacionalismo africano. Sin embargo, es menos conocido por introducir las ideas de Paulo Freire en Sudáfrica, ideas que fueron ampliamente adoptadas por intelectuales y estudiantes radicales de Durban, incluido Turner cuando llegó a la ciudad en 1970 (Instituto Tricontinental, 2020).

David Hemson (segundo por la izquierda), Harriet Bolton (extrema derecha), y los trabajadores textiles Joyce Gumede (segunda por la derecha) y Desmond Matabela (extrema izquierda) asisten a una reunión de huelga en Bolton Hall. 
Créditos: Colección David Hemson, Bibliotecas de la Universidad de Ciudad del Cabo.

El retorno de la militancia obrera

En 1969, los estibadores de Durban se declararon en huelga y fueron recibidos con una rápida represión a punta de pistola. Unos 2.000 estibadores fueron despedidos y obligados a subir a trenes que los llevaron de vuelta a las zonas rurales. En 1971, amenazaron con otra huelga. En la vecina Sudáfrica Sudoccidental (actual Namibia), gobernada entonces por Sudáfrica, se organizó una huelga general en diciembre del mismo año, y las huelgas continuaron hasta abril de 1972. Estaba claro que el periodo de reflujo sindical estaba llegando a su fin.

Una confluencia de factores golpeó la economía del apartheid a principios de la década de 1970, entre ellos la caída de la producción internacional de petróleo, la subida de los precios del crudo y la desvinculación del dólar estadounidense del patrón oro por parte del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos. La inmensa mayoría de los hogares africanos vivían en la pobreza, y el aumento de las tarifas ferroviarias agravó la situación.

El 23 de febrero de 1971, más de 24.000 trabajadores abandonaron las fábricas de ropa de Durban y sus alrededores, y muchos participaron en una reunión de masas celebrada en el campo de deportes de Curries Fountain, un lugar emblemático en la historia de la organización popular. Los empresarios, incapaces de recurrir a medidas disciplinarias debido a la magnitud de la huelga, aceptaron rápidamente la demanda de los trabajadores de un aumento salarial del 20%.

Tras la huelga en las fábricas de ropa, dos estudiantes en la órbita de Turner, Halton Cheadle y David Davis, junto con David Hemson, un joven intelectual y militante comprometido, trataron de conectar con la creciente militancia obrera. El grupo fue contactado por Harriet Bolton, que había ayudado a organizar la reunión de Curries Fountain y formaba parte del sindicato indio Garment Workers’ Industrial Union (GWIU). Sus intentos de incluir a los trabajadores africanos en los sindicatos habían sido rechazados por los dirigentes blancos del Consejo Sindical de Sudáfrica (TUCSA por su sigla en inglés). En 1974, Bolton lideraría la salida del GWIU del consejo. Pidió ayuda a Turner y, en estrecha colaboración con Hemson, decidieron ofrecer puestos en el sindicato a estudiantes radicales. Los estudiantes se comprometieron con los trabajadores y los sindicatos de diversas maneras, entre ellas realizando investigaciones relacionadas con los salarios y produciendo Isisebenzi (‘El trabajador’), un periódico que publicaba entrevistas con trabajadores y artículos más amplios derivados de la práctica de escuchar atentamente.

Los trabajadores portuarios volvieron a la huelga en 1972. En contra de la idea de que la renovada militancia obrera de principios de los setenta fue totalmente “espontánea”, Hemson ha señalado que varias cartas y panfletos que aparecieron antes y durante la huelga “proporcionaron pruebas concretas de una red clandestina que no se declaró ni siquiera cuando comenzó el sindicalismo abierto entre los trabajadores portuarios” (Cole, 2018: 180).

Cuando los estibadores volvieron a la huelga en 1972, no solo estaban desafiando a sus jefes blancos: la huelga era también un desafío a la autoridad tradicional, que, en una técnica estándar de dominación colonial, se integró en la dominación del trabajo junto con la vida africana en general. En 1972, J.B. Buthelezi, tío de Mangosuthu Buthelezi, líder de la reaccionaria organización nacionalista zulú Inkatha, vio cuestionada su autoridad por los trabajadores portuarios. Uno de ellos preguntó: “¿Quién es este hombre, quién le ha elegido para representarnos?” (Davie, 2015: 190). Cheadle, que asistió a la reunión, recordó que cuando Buthelezi “se levantó para hablar en nombre de los trabajadores, todos le gritaron. Fue un caos absoluto”. Morris Ndlovu, trabajador portuario, afirmó: “Fue en esa reunión donde nos dimos cuenta de nuestro poder, porque hablábamos por nosotros mismos” (Cole, 2018: 179).

La situación llegó a un punto crítico a principios de 1973. El 9 de enero, los trabajadores africanos de las fábricas de toda la ciudad se declararon en huelga para exigir aumentos salariales, en muchos casos hasta el doble o el triple. Se despertaron a las 3 de la madrugada y se dirigieron a un estadio de fútbol cercano, coreando, mientras avanzaban entre el tráfico en hora punta: Ufil’ umuntu, ufile usadikiza, wamthint’ esweni, esweni usadikiza (‘Una persona está muerta, pero su espíritu sigue vivo; si le tocas el iris del ojo, todavía sigue viva). Hemson recordaba recientemente aquel día con una prosa conmovedora:

Salían a raudales del amanecer, desde los albergues con aspecto de barracas de Coronation Bricks, las enormes fábricas textiles de Pinetown, los complejos municipales, las grandes fábricas, molinos y plantas y la más pequeña planta procesadora de té Five Roses.

Los oprimidos y explotados se pusieron en pie y golpearon a la patronal y a su régimen. Solamente en el grupo, en los piquetes formados, en las reuniones masivas de huelguistas sin líderes y en las concentraciones de trabajadores encerrados, el individuo tenía una expresión de confianza (Hemson, 2020).

El momento tuvo el cariz de una huelga general y abrió el camino a los sucesos venideros. A principios de 1974, Sam Mhlongo, un médico que había estado encarcelado en Robben Island cuando era adolescente, observó que “esta huelga, aunque resuelta, tuvo un efecto detonante” (Mhlongo, 1974).

La patronal culpó a los «agitadores» y a la «intimidación» y amenazó con castigar severamente a los «cabecillas». Se negaron a negociar con los trabajadores, llamaron a la policía antidisturbios e insistieron en que los trabajadores eligieran un comité de representantes. Siguiendo una larga historia de luchas de estibadores en Durban, los trabajadores se negaron. El rey zulú, Goodwill Zwelithini kaBhekuzulu, llegó y apeló a la multitud para que volviera al trabajo, prometiendo negociar en su nombre. También intentó cínicamente desviar el conflicto vertical entre los trabajadores africanos y los patrones blancos hacia un plano más horizontal, dividiendo a los trabajadores indios y africanos (Brown, 2016: 84).

A finales de mes, los trabajadores de un centenar de fábricas y otros centros de trabajo se declararon en huelga, incluidos más de 6.000 trabajadores del grupo Frame, una de las mayores empresas textiles del mundo en aquella época. Las palabras de un trabajador ilustraban el problema con claridad: “Aunque hago mantas para el Sr. Philip Frame, no puedo permitirme mantas para mis propios hijos” (Institute for Industrial Education, 1974). La policía golpeó y detuvo a algunos de los huelguistas, pero a pesar de la represión, las huelgas se extendieron por toda la costa y hasta Pietermaritzburg, afectando a los muelles, las fábricas y las industrias manufactureras y de transporte. Muchos trabajadores indios se unieron a las huelgas, y se rechazaron las constantes demandas de la patronal de elegir comités representativos.

El 5 de febrero, 3.000 trabajadores municipales, africanos e indios, abandonaron el trabajo; el 7 de febrero, esta cifra ya ascendía a 16.000. El trabajo municipal estaba clasificado como servicio esencial, por lo que la huelga se consideró ilegal. No se recogió la basura, no se cavaron tumbas y los alimentos se pudrieron al cerrar el mercado municipal y el matadero.

Las y los trabajadores empezaron a marchar por la ciudad observados por la policía en las calles y por helicópteros en el aire. La presencia de trabajadores rebeldes en las calles se convirtió en una presencia simbólicamente insurgente en la ciudad del apartheid. A finales de marzo, las estimaciones del número de trabajadores que se habían declarado en huelga oscilaban entre 65.000 y 100.000 en más de 150 fábricas y centros de trabajo.

Se formaron sindicatos a gran velocidad en las industrias química, textil, metalúrgica y de la confección. Cuando los trabajadores empezaron a sindicalizarse, se produjo un terrible incidente en Prilla Mills, en Pietermaritzburg, donde el brutal régimen laboral estaba arraigado en el abuso sexual sistemático, así como en el trabajo infantil (algo muy inusual en la Sudáfrica urbana). Princess Osman, la principal organizadora de las fábricas, fue atacada cuando volvía a casa y le desfiguraron la cara con ácido (Hemson, 1990)

Trabajadorxs de Coronation Brick marchan por North Coast Road en Durban, encabezados por un trabajador que ondea una bandera roja.
Créditos: Colección David Hemson, Bibliotecas de la Universidad de Ciudad del Cabo.

Educando a las y los educadores

Las huelgas comenzaron con una afirmación de humanismo, una política que superaba la demanda de aumentos salariales. También hubo indicios públicos de una conexión con la lucha de liberación nacional, con los trabajadores cantando Nkosi Sikelel’ iAfrika (‘Dios bendiga a África’), un himno cristiano que se había convertido en un himno para la nación que se estaba forjando en la lucha. Como observó Hemson, “los trabajadores empezaron a hablar del Congreso [Nacional Africano]. Si ibas a sus casas por la noche, desenterraban las tablas del suelo y sacaban viejos panfletos del CNA” (Hemson, 1990).

Edward Webster, que llegó a Durban en febrero de 1973 para ocupar un puesto académico, recordaba que la clase trabajadora “no era una tabula rasa colectiva a la espera de que los intelectuales blancos les dijeran lo que tenían que pensar. Tenían su propia historia y tradiciones políticas (…) [incluida] la tradición política nacional [que] tenía profundas raíces en Durban y sus alrededores” (Webster, 2022). Sin embargo, algunos intelectuales con formación universitaria fueron incapaces de comprender que las y los trabajadores habían entrado en abierta confrontación con sus propias historias e ideas políticas. Esta tendencia, que sigue siendo común hoy en día, queda ejemplificada por la reacción de un influyente académico blanco radical, ante una encuesta realizada entre trabajadores. Cuando los resultados de la encuesta mostraron que Moses Mabhida —sindicalista y comunista que se había exiliado una semana después de la masacre de Sharpeville de 1960— era uno de sus líderes más respetados, el académico declaró que tal persona no existía y que la encuesta debía de haber sido fabricada  (Webster, 2022).

Las conexiones con el movimiento de liberación nacional no eran solo a nivel de ideas; también había conexiones personales. Por ejemplo, Harold Nxasana, antiguo militante de SACTU y preso político activo en el medio obrero a principios de los años setenta, trabajaba en una de las organizaciones creadas por los radicales universitarios al servicio del movimiento obrero.

Hemson ha señalado que Turner y Biko, y muchos de sus seguidores, no comprendieron el poder duradero de la lucha de liberación nacional y sus estrechos vínculos con el CNA. Sin embargo, en los años transcurridos desde entonces, varios estudiosos han llegado a reconocer que esta tradición mantuvo una fuerte presencia entre los trabajadores. En consecuencia, ahora se comprende mucho mejor el compromiso de los trabajadores con la tradición del CNA en la década de 1970.

La persistente tendencia a pasar por alto las ricas tradiciones políticas de los oprimidos pone de relieve que “es esencial educar al propio educador”, como escribió Karl Marx en Tesis sobre Feuerbach (1845). Hemson ha hecho una importante observación a este respecto:

En realidad, los “maestros” tenían mucho que aprender sobre la militancia de las mujeres trabajadoras; las redes existentes en el lugar de trabajo y en la sociedad; la lealtad subyacente al CNA cuando existía la oportunidad de expresarla con seguridad; el espíritu de la Montaña (de resistencia armada rural contra el caciquismo en Pondolandia); la militancia de muchos trabajadores inmigrantes; cómo luchar por las reformas sin volverse reformista; cómo ejercer el liderazgo sin tutelaje; y qué enfoques adoptar para mantener el control de los trabajadores sobre el liderazgo en el sindicato (Hemson, Freedom’s Footprints: Freire and beyond, 2020).

Vusi Shezi, que llegó a ser organizador del Sindicato Nacional de Trabajadores Metalúrgicos de Sudáfrica (NUMSA, por sus siglas en inglés) y cuya frustración por el trato que la dirección le daba a él y a sus compañeros de trabajo le llevó a unirse a las huelgas de 1973, también habló de las motivaciones anticoloniales más amplias que había detrás de las huelgas, recordando un suceso en el que su perspectiva anticolonial le metió en problemas con los jefes, quienes a su vez le reasignaron a un trabajo más exigente:

Trabajaba en el turno de noche. (…) Me decía a mí mismo: ‘Estoy perdiendo el tiempo y no estoy estudiando. Si utilizara este tiempo para estudiar… pero no tengo libros’. (…) Entonces empecé a escribir en el gran carro (…) cogiendo un trozo de tiza, lo que sé sobre la llegada de los blancos a partir de 1652 y cómo se colonizó Sudáfrica. (…) Por desgracia, olvidé borrarlo. A la mañana siguiente, lo vieron los altos directivos. Vieron este carrito con un mapa muy bueno de África, y algunos antecedentes sobre el colonialismo, con un poco de ataque al gobierno del apartheid y quejas sobre los líderes negros que fueron encarcelados (Davie, 2015:. 195).

Pero, por supuesto, los compromisos duraderos con la lucha nacional no eclipsaron el hecho de que los salarios fueran una cuestión de importancia crítica en las huelgas de 1973. Hablando en el fragor de las huelgas, un trabajador declaró: “El niño que no llora muere (…) deberíamos llorar por nosotros mismos por trabajar con hambre” (Brown, 2016:. 94). Otro comentó: “Nuestros jefes van en coches Mercedes, pero sus trabajadores ni siquiera tienen overoles para trabajar” (Davie, 2015: 194). Otros trabajadores informaron que habían tenido que recurrir a usureros para llegar a fin de mes. La patronal, los medios de comunicación blancos de Durban y los nacionalistas afrikáners que ostentaban el poder estatal abandonaron sus fantasías, a la vez paranoicas y reconfortantes, sobre los “agitadores”, las “conspiraciones comunistas” y la “influencia extranjera” y se conformaron con la idea de que las huelgas eran estrictamente salariales y no un proyecto político más amplio.

Los informes sobre las huelgas del Instituto de Educación Industrial fundado por Turner y otros en mayo de 1973 y en Black Review, una publicación iniciada por Biko ese mismo año como proyecto de los Programas de la Comunidad Negra, también consideraban las huelgas en términos exclusivamente económicos, como una cuestión de salarios (Institute for Industrial Education, 1974). (Dunbar Moodie & Ndatshe, 1994) El historiador Julian Brown sostiene que, probablemente, esa visión hizo que el Estado no recurriera al tipo de violencia y represión a gran escala que había utilizado anteriormente contra la movilización de masas. Esta idea conduce a otra: puede que a los trabajadores les resultara tácticamente útil evitar las cuestiones directamente políticas en su discurso público, mientras que mantenían una postura más política en su discurso privado.

Brown también señala que las élites blancas a menudo veían la huelga en términos étnicos, como el resultado de la historia y la cultura zulúes. No obstante, como él mismo observa, las huelgas incluyeron a trabajadores indios y africanos, y a africanos de diversas etnias, incluidos trabajadores pondo y shangaan. Además, la interpretación de las huelgas a través de una concepción masculinista de la cultura zulú difícilmente podría dar cuenta de las numerosas mujeres que pasaron a primer plano, incluidas mujeres indias en algunas fábricas.

Hemson ha recordado al público contemporáneo que Turner cometió un error político fundamental al alinearse con la reaccionaria organización étnicamente constituida Inkatha, que, según argumenta, Turner malinterpretó como un movimiento al menos potencialmente progresista de los pobres rurales. En cambio, señala que Biko tenía muy claro el carácter colaboracionista de Inkatha. En la década de 1980, atacaría violentamente al movimiento obrero y, en 1989, asesinaría a una de sus grandes líderes femeninas, la delegada sindical de NUMSA Jabu Ndlovu.

Algunos trabajos académicos han atribuido, explícita o implícitamente, las prácticas colectivas deliberativas y los compromisos democráticos formales que surgieron de las huelgas de Durban y caracterizaron al movimiento sindical durante las décadas siguientes a la participación de intelectuales, en su mayoría blancos, inspirados por la Nueva Izquierda de Europa Occidental y Norteamérica. Esto destruye una historia bien conocida de prácticas colectivas de búsqueda de consenso deliberativo arraigadas en la vida rural que han dado forma durante mucho tiempo a innumerables luchas de trabajadores y otros colectivos. Esta historia está bien descrita en el trabajo de T. Dunbar Moodie y Vivienne Ndatshe sobre los trabajadores inmigrantes en las minas de oro de Johannesburgo  (Dunbar Moodie & Ndatshe, 1994). Nelson Mandela lo destacó en su declaración desde el banquillo de los acusados en 1962, cuando afirmó que las “semillas de la democracia revolucionaria” residían en los consejos, conocidos como Pitso, Imbizo o Kgotla, a través de los cuales las comunidades rurales, siguiendo prácticas precoloniales, se autogobernaban. Describiendo las prácticas de estos consejos como “democracia en estado puro”, Mandela explicó que, en ellos, todo el mundo podía hablar y “las reuniones continuaban hasta que se alcanzaba algún tipo de consenso” (Mandela, 1994: 64).

Esta búsqueda de consenso colectiva y cuidadosamente deliberativa sigue siendo una fuerza constitutiva del movimiento contemporáneo de las y los pobres urbanos Abahlali baseMjondolo (que significa ‘residentes de barracas’), surgido en Durban en 2005 y que hoy cuenta con más de 100.000 miembros. Lo mismo puede decirse del humanismo africano manifestado en el momento de ruptura en las fábricas de Durban en 1973, expresado con fuerza por Emma Mashinini, destacada sindicalista en la década de 1980: “Soy un ser humano. Existo. Soy una persona completa” (Mashinini, 2012:. 27). Los oprimidos no entran en el terreno político sin compromisos, prácticas y memorias éticas y políticas preexistentes.

El carácter democrático del movimiento obrero que surgió del momento Durban se entiende mejor como un encuentro productivo, lo que Fanon llamó “una corriente de edificación y enriquecimiento recíproco” entre intelectuales formados en la universidad y la militancia obrera (Fanon, 1983 [1963]).

El rey zulú Goodwill Zwelithini kaBhekuzulu se dirige a los trabajadores de Coronation Brick en Durban Norte, enero de 1973.Créditos: Colección David Hemson, Bibliotecas de la Universidad de Ciudad del Cabo.

Después del Momento Durban

En marzo de 1973, Biko y Turner fueron proscritos, el primero exiliado a su pueblo natal en el bantustán de Ciskei y el segundo a su casa en un suburbio obrero blanco de Durban. Hemson, que había ayudado a fundar sindicatos de trabajadores portuarios, de mobiliario y del metal en los tres primeros meses de 1973, fue proscrito al año siguiente.

El 25 de septiembre de 1974, SASO organizó una concentración en Curries Fountain en solidaridad con el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO), cuya lucha por la independencia del país estaba a punto de concluir. El acto fue prohibido la víspera, pero acudieron 5.000 personas y el ambiente de rebeldía era electrizante. La policía interrumpió la manifestación y nueve activistas de SASO fueron detenidos, juzgados y encarcelados. Las detenciones pusieron fin al periodo de innovación política que el académico Tony Morphet denominó el “Momento Durban” (Turner, 1980). En septiembre de 1977, Biko fue asesinado por la policía, y Turner fue asesinado en enero del año siguiente.

Tras el éxito de las huelgas de 1973, las y los trabajadores fueron cada vez más conscientes de su posición como proletariado industrial, motor de la economía industrial. Eran más conscientes de su poder y del hecho de que los empresarios no podían despedir fácilmente a grandes sectores de la mano de obra semicualificada. Además, empiezan a surgir más mujeres como líderes sindicales: En 1975, Emma Mashinini fundó en Johannesburgo el Sindicato Sudafricano de Trabajadores del Comercio, la Restauración y Afines (SACCAWU por su sigla en inglés), y Jabu Ndlovu se convertiría en una poderosa dirigenta del Sindicato de Trabajadores del Metal y Afines (MAWU por su sigla en inglés) y luego de NUMSA en la década de 1980.

En junio de 1976, una serie de protestas encabezadas por escolares negros contra la educación y el sistema de opresión del apartheid se saldaron con una represión asesina. El levantamiento de Soweto, como llegó a conocerse, desplazó el principal foco de resistencia a Johannesburgo y provocó un giro nacional hacia la revuelta abierta. En 1979 se legalizaron los sindicatos negros, y muchos de los que surgieron tras el Momento Durban se agruparon en la Federación de Sindicatos Sudafricanos (FOSATU por su sigla en inglés) en Hammanskraal, al norte de Johannesburgo.

FOSATU apostaba por el control de los trabajadores en los sindicatos y en las fábricas, así como por la capacitación y educación de los delegados sindicales. Había una clara sensación de que la democracia que se estaba desarrollando en el movimiento obrero se convertiría, con el tiempo, en el núcleo de la democratización de la sociedad. Esto se expresaba en el lema «Construir hoy el mañana» (Friedman, 1987). Al igual que el Sindicato de Trabajadores Industriales y Comerciales, FOSATU emprendió una impresionante labor cultural que incluía la organización de proyectos teatrales, poéticos y corales. Una vez más, se establecieron conexiones productivas entre militantes de base e intelectuales formados en la universidad. Ari Sitas, académico de Durban, desempeñó un papel importante en la explosión del trabajo cultural y la innovación en los sindicatos. Alfred Temba Qabula, un trabajador emigrante de emaMpondweni que había participado en el levantamiento campesino de 1959 conocido como la Rebelión de Pondo cuando era adolescente y se unió a MAWU mientras trabajaba en la fábrica Dunlop de Durban a principios de los años 80, se hizo conocido entre los sindicatos y el movimiento progresista más amplio como un poeta de renombre.

Un famoso discurso, discutido y redactado por diversas personas y pronunciado en 1982 por el Secretario General de FOSATU, Joe Foster, defendía enérgicamente la autonomía organizativa de los trabajadores respecto al movimiento de liberación nacional: “Los trabajadores deben esforzarse por construir su propia organización poderosa y eficaz, incluso mientras forman parte de la lucha popular más amplia. Esta organización es necesaria (…) para garantizar que el movimiento popular no sea secuestrado por elementos que, al final, no tendrán más remedio que volverse contra sus partidarios obreros” (Foster, 1982).

Aunque FOSATU era una fuerza poderosa, no consiguió unir a todos los sindicatos en una federación. El primer momento de unidad en la acción de todo el movimiento obrero progresista tuvo lugar cuando el médico radical y sindicalista Neil Aggett, organizador del Sindicato Africano de Trabajadores de la Industria Alimentaria y Conservera, fue asesinado bajo custodia policial en 1982. En respuesta, los sindicatos de todo el país se declararon en huelga, abriendo nuevas posibilidades para forjar la unidad más amplia que estaba por llegar.

El historiador Jabulani Sithole señala que SACTU empezó a animar a sus “agentes clandestinos a infiltrarse en ellos [los sindicatos] con el objetivo de socavarlos desde dentro si se consideraban reaccionarios, o para hacerse con su control si se consideraban progresistas” (Sithole, 2019: 231). Entre 1981 y 1985, los agentes clandestinos de SACTU Samuel Bhekuyise Kikine, Thobile Mhlahlo, Sydney Mufamadi, Samson Ndou, Themba Nxumalo, Matthew Oliphant y otros participaron en la construcción de unidad entre diversos sindicatos.

El alto nivel de organización que se había alcanzado en los centros de trabajo empezó a extenderse a la sociedad en general. El 20 de agosto de 1983 se creó el Frente Democrático Unido (UDF por su sigla en inglés) en Mitchells Plain, Ciudad del Cabo. Cientos de organizaciones se afiliaron al UDF, incluidos sindicatos, organizaciones juveniles, femeninas y estudiantiles, grupos religiosos y asociaciones profesionales. En un famoso discurso de 1987, el líder de la UDF, Murphy Morobe, afirmó claramente su compromiso con la democracia radical: “Hablamos de representación política directa y no indirecta, de participación masiva” (Morobe, 2018). Muchos analistas que formaron parte de la UDF o estuvieron cerca de ella afirmaron que sus prácticas democráticas organizadas formalmente procedían de experiencias sindicales.

Sin embargo, la relación entre la UDF y el movimiento sindical no fue sencilla. Existía un grado significativo de desconfianza entre los sindicatos alineados con la UDF y los sindicatos de FOSATU que seguían siendo independientes de ella. Esto intensificó un debate latente entre dos facciones de la intelectualidad radical, que se describían mutuamente (pero no a sí mismas) como “obreristas” o “populistas”. Los obreristas querían que el movimiento sindical se mantuviera independiente del CNA para poder mantener la autonomía del poder obrero organizado respecto al movimiento de liberación nacional multiclasista. Los populistas consideraban que la supremacía blanca era el principal problema al que se enfrentaban los negros de todas las clases y querían conseguir la máxima unidad en la lucha por la liberación nacional.

Los obreristas dominaron FOSATU hasta 1985, cuando se formó una federación nueva y mucho más grande —el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU, por sus siglas en inglés)— que se lanzó en Durban, en Curries Fountain, tras un proceso de cumbres y reuniones de unidad que había comenzado en 1981. El equilibrio de poder se había inclinado hacia los populistas. FOSATU se disolvió en COSATU, que se alió explícitamente con la UDF y, más tarde, con el CNA.

Pero, sobre todo, la expresión de la tradición nacional asociada al CNA y expresada ahora en la COSATU había sido moldeada, en aspectos importantes, por el Momento Durban, incluidas las ideas de control obrero y conciencia negra. Jay Naidoo, el primer secretario general de la nueva federación, recuerda cómo se radicalizó en una conmovedora reunión pública dirigida por Biko en un barrio indio de Durban (Naidoo, 2010). Rápidamente, COSATU se hizo extraordinariamente poderosa en los centros de trabajo y en la sociedad en general y, junto con la UDF, contribuyó de forma significativa y decisiva al colapso del régimen del apartheid.

En 1990, el Estado del apartheid empezó a admitir que era inevitable un cambio hacia alguna forma de democracia, limitada, por supuesto, a la democracia liberal. El académico ugandés Mahmood Mamdani ha afirmado que “la fuerza más importante para este cambio no fue la lucha armada, ni la política del exilio, ni el movimiento internacional de boicot”, sino más bien la labor política de “activistas estudiantiles de todos los colores y de trabajadores inmigrantes y de los townships3 (Mamdani, 2020: 164).

La política popular democrática con raíces en las huelgas de Durban no se olvidó del todo cuando el apartheid dio paso a un nuevo orden. Como insistió Mashinini, “cuando elegimos líderes para que sean representantes públicos, no queremos decir que tengan derechos divinos para gobernarnos. Son servidores del pueblo y deben aceptar que tenemos derecho a criticarles. Eso es lo que aprendimos de las trincheras de la lucha obrera que asestó un golpe mortal al apartheid” (Mashinini, 2012: xvii).

Sin embargo, las esperanzas socialistas de los sindicatos dieron paso a profundas decepciones derivadas del acomodo entre el capital, el poder blanco y las élites nacionales. Como lamentaba Qabula, la voz más convincente entre los poetas obreros, «Slovo y Hani veían rojo por todas partes… Pero Tutu y los obispos… veían arco iris» (2016, 87). En 2002 murió en la pobreza, como tantos otros que estuvieron en la primera línea de la lucha. Dejó estas inquietantes líneas:

somos las escaleras móviles
que llevan a la gente hacia el cielo,
dejadas a la intemperie bajo la lluvia
dejadas con el recuerdo de los gases lacrimógenos, jadeando por respirar (Ibid., 86).

Las huelgas de Durban, y las luchas de los trabajadores que construyeron un poderoso movimiento sindical tras ellas, no ocuparon el lugar que les correspondía en la memoria oficial. Hoy en día, rara vez se recuerdan fuera de los círculos sindicales.

No han ayudado a mejorar las cosas las batallas, a veces amargamente personales y sectarias, que se han librado en las revistas académicas sobre qué fuerzas políticas —obreristas, populistas, activistas de la Conciencia Negra, intelectuales blancos u operativos en la clandestinidad del CNA— deben recibir el crédito tanto por el Momento Durban más amplio como por la construcción del movimiento sindical posterior a las huelgas. Al contrario, esta pugna ha adoptado a menudo la forma de una batalla dentro de las élites.

Las y los trabajadores que construyeron formas democráticas de contrapoder desde el interior de una sociedad profundamente opresiva, acabando por derribar ese sistema, rara vez reciben un reconocimiento y un respeto plenos. Su historia sigue esperando un relato adecuado.

 

Notas

1 Trabajadores sin remuneración, usualmente durante su período de aprendizaje, pero en algunas ocasiones también por pago de deudas o debido a una sentencia judicial.

2 Para más detalles, ver Biko: Philosophy, Identity and Liberation.

3 Periferias de ciudades o ciudades pequeñas de ocupación predominantemente negra. Corresponden a territorios antiguamente designados oficialmente por la legislación del apartheid para ser ocupados por población negra.

 

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